Los dinosaurios tienen la cualidad de no desaparecer así como así y, efectivamente, ésa es la sensación que se me quedó después de la última entrada, hace ya tanto tiempo. Los dinosaurios del microrrelato tienen la desagradable tendencia de quedarse donde están, y en ese sentido son una metáfora de esos problemas que están ahí, fijos, incrustados en la vida de uno, y que son problemas de verdad, en el sentido de que no se desvaneces con el paso del tiempo.
El retorno a Bruselas para permanecer en ella unos cuantos meses trajo consigo la convivencia con el dinosaurio. Porque, efectivamente, con los dinosaurios se pueden hacer varias cosas, unas más cuerdas y otras menos. Ignorar el dinosaurio es una de las posibilidades, pero no diría yo que, por regla general, sea una buena idea; algo mejor parece la de hacerse amigo de él y usarlo para buscar nuevos horizontes.
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No, este mes de silencio no se ha debido a la presencia de dinosaurios. Al menos, no sólo a eso. Se ha debido a que estaba de exámenes, pero los he terminado esta mañana, y espero que eso me dé ocasión de seguir filosofando por aquí, al menos mientras no me enfrasque en otros quehaceres que están ahí, esperando, como hijitos del dinosaurio, y que también reclaman inevitablemente la atención de uno.
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Hace 1 mes
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