De sopetón, uno llega a estas fechas tan señaladas, y se encuentra con reacciones belgas que no esperaba, como, básicamente, la de los aguinaldos. Dicen que en España tal tradición existía, y que los distintos oficios pasaban en vísperas de Navidad por la casa de uno, llamaban al timbre, y dejaban una felicitación muy mona, esperando una gratificación. Supongo que cosas como la inseguridad ciudadana y las pagas extras de Navidad han ido acabando con tal cosa.
Aquí, no.
Aquí, al menos en Uccle, y no tengo motivos para pensar que no pase también en otros sitios, no hay paga extra de Navidad, ni mucho menos del 18 de julio (y eso que la fiesta nacional es el 21 de julio y podría habérseles ocurrido). Este mes, además de los atentados terroristas, que esperemos no se repitan, ha traído a Bruselas otros visitantes poco deseados: los pedigüeños de aguinaldos.
Por ejemplo, el cartero. El cartero, en mi barrio de Valencia, es un individuo venerado, amable como él sólo, que conoce a los vecinos uno a uno y los llama por su nombre, los saluda por la calle y les dice lo que les va a llevar, y si tiene un certificado no ceja hasta encontrarlos. Un bendito. Y no pide aguinaldos, sino que se conforma con lo que le paga Correos.
El cartero de Uccle, y supongo que los demás no son mucho mejores, es un estraperlista de siete suelas que no se molesta en llamar a ninguna puerta, así tenga siete certificados que dejar, sino que automáticamente introduce el papelito en el buzón con la mención de la hora a la que ha pasado, y ya te puedes buscar la vida para pasar por la oficina de Belgische Post para que te den lo tuyo. Y tiene la desfachatez de asegurar que no había nadie en casa cuando pasó y que por eso no pudo hacer entrega del envío. Tú sabes que a la hora que dice el papelito estabas en casa, pero tienes que aguantarte, y hacer encaje de bolillos para pasarte por la oficina de Correos, que, por cierto, cierra a las cinco de la tarde.
Pues este ser, en diciembre, se pasa por las casas pidiendo el aguinaldo. Y supongo que lo hace porque hay gente que le da algo, y no con la puerta en las narices. Para una vez que llama al timbre, deben pensar, habrá que recompensarlo, a ver si hay suertecilla y se acostumbra.
O el bombero. En Uccle la humedad es del 85%, por lo menos, y la probabilidad de un incendio bastante reducida, así que no hemos visto al bombero en todo el año, y a saber si es él, o un vivales que se hace pasar por bombero. En todo caso, a mí los bomberos me dan muy mala espina desde mis tiempos de feriante en Moscú, en que los recuerdo pasándose todos chulos con unas gorras de plato de diámetro imposible y uniforme reglamentario verde pistacho, asegurando que no cumplíamos con vaya a saber qué norma, y que nos cerraban el chiringuito. Luego nos tocaba calmarlos a base de jamón, y de repente cumplíamos las normas como el que más.
Pero el elemento más sorprendente son los basureros. Ya ha salido más de una vez en la bitácora, pero los basureros belgas no se matan ni un poquito, y no hay alternativa a ellos, ni contenedores por las calles. Hay tres equipos distintos de basureros: uno para retirar una vez a la semana las bolsas verdes (desechos de jardinería), otro para ocuparse en semanas alternas de las bolsas amarillas (papel) y azules (envases), y un tercero para, dos días por semana, y ni uno más, recoger las bolsas blancas (todo lo demás, incluyendo raspas de pescado). Bueno, pues los tres equipos pasan por tu casa por separado con la mano extendida y, es más, previamente han pasado otra vez para dejarte un pasquín con su foto, para que los reconozcas y no seas engañado por Dios sabe qué impostores. Es el mismo servicio que, cinco días de cada siete, te deja con la basura en casa. Ah, y de los vidrios te encargas tú. Y quieren un aguinaldo.
En estos tiempos inciertos e inseguros, con una cierta posibilidad de que quien llame a tu puerta sea un yihadista convencido, uno haría un sacrificio si quien pide algo es el cartero de mi barrio en España. Si quien llama, en el mejor de los casos, es un rascabarrigas redomado, como que no.