Bélgica es un país singular, lo cual es una gran fortuna para quienes no viven en él, porque podría ser plural y hasta multiplicarse, lo cual sería fatal quienes tienen la suerte de vivir en otros lugares.
El caso es que, en general, no se está nada mal. Hay bonitos bosques muy verdes, ciudades chulas, una buena red de transportes y, aunque los precios son mucho más altos que en España, también es verdad que se cobra más.
El problema viene cuando uno quiere que le presten un servicio. Ah, amigo, ahí las cosas se complican. Cuando uno quiere que le presten un servicio, hay un montón de personas implicadas en el éxito de la operación, lo cual, probablemente, explique por qué el nivel de paro es mucho menor en Bélgica del que padecemos en España, pero eso será asunto de otra entrada. Es ésta basta con concentrarse en una regla estremecedora, sí, pero real: cuantas más personas estén implicadas en la prestación de un servicio, más probabilidades hay de que al menos una sea un inepto.
¿Y la consecuencia cuál es? Que el servicio queda, en el mejor de los casos, defectuoso y, en el peor, directamente inexistente. Como en Bélgica, para que algo suceda, tienen que hacer su trabajo un número desusado de personas, la regla se aplica en toda su crudeza. Ríase usted de la burocracia soviética y de la rigidez administrativa totalitaria: el que no se ría, que se pase un tiempecillo por aquí y verá lo que es la ciencia de la tramitación llevada a sus más altos niveles... de fracaso. De fracaso, sí, porque es verdad que, por ejemplo, en Alemania también hay un montón de gente implicada en trabajos que, a ojo, requerirían menos gente, pero allí, a tenor de mi experiencia, el trabajo suele salir bien, con las excepciones que se quiera; en Bélgica, por contra, el trabajo suele salir patatero, con las excepciones que se rumorea que existen los que creen en ellas. También hay gente que cree que Elvis sigue vivo.
A lo largo de los últimos dos años, los ejemplos de desidia laboral belga se amontonan en mis recuerdos, pero en el último mes ha habido varios ejemplos de desidia llevada al extremo. Así como en Rusia la palabra que describía la forma de prestar un servicio era y es 'chapuza' ('халтура', en vernáculo), en Bélgica pasamos a 'desidia'. Estoy tan integrado en el ambiente que paso de escribir la palabreja en vernáculo.
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