Pues señor, esto era un españolito trasplantado a Bruselas por sus pecados y que tenía la costumbre de salir a correr por el bosque que tenía cerca de casa. Este españolito, al que llamaremos Alfor, por decir algo, se pasó muy mucho con los entrenamientos un verano que se le metió en la cabeza correr la maratón de Bruselas, y ese vano empeño le ha producido una lesión en las rodillas. Y a partir de ahora vuelvo a la primera persona, que ya bien de fábulas.
Como la lesión no mejoraba, decidí ir al médico. El médico me dijo que, puesto que estábamos hablando de un deportista (indudablemente), lo mejor sería hacerme directamente una resonancia y pasar de radiografías y otras zarandajas. Me dio un volante para el hospital, pedí hora, me la dieron para tres semanas después, agradecí a Dios que no fuera una urgencia, me fui en su día al hospital, me metieron en la máquina, a la media hora salí y me dijeron que ya enviarían la factura a mi casa, y los resultados a mi médico.
En la confianza de estar en el primer mundo, Europa Occidental, y capital de la Unión Europea y olé, me volví a casa esperanzado en salir de dudas sobre la naturaleza de la lesión. A los dos días, tras perseguirlo bastante, le pedí hora a mi médico para tratar los resultados y, llegado que hubo el momento, me presenté en su consulta.
- Pues no me ha llegado nada.
- ¿Cómo?
- Bueno, voy a ver si ha llegado ahora. Vuelvo enseguida.
Y salió a recoger el correo. Volvió al poco con un montón de sobres que amontonó de mala manera en un rincón de su mesa (digamos que la consulta no la tiene precisamente a la última, pero eso es otra historia), los vio parsimoniosamente, uno a uno, y finalmente me comunicó que lo mío no había llegado.
- ¡Pero si ya hace una semana, día por día, que hice la resonancia!
- Pues ya debería estar, pero no está.
- ¿Y qué hago?
- Voy a llamar a la clínica, a ver qué me dicen.
Marcó el teléfono, después de consultarlo en un anuario del siglo pasado, de tener que llamar a la centralita y de tachar la mitad de números del anuario, porque entretanto habían cambiado.
- ¿Me pueden pasar con resonancias? Sí, con la administración. Ah, que es usted. Oiga, que tengo un paciente que se hizo una resonancia la semana pasada y, ni él ha recibido la factura, ni yo los resultados.
- (...)
- Sí, la fecha de nacimiento es treinta de febrero de mil novecientos calienta.
- (...)
- Ése es el nombre, sí. Ah, ya la encontrado ¿Que ya debía haberla recibido? Vale, pero no ¿La envían otra vez? ¿Me adelantan las conclusiones de la resonancia? Ajá..., ajá... gracias. Que tenga un buen día, y no se olviden de enviarla.
Y colgó.
- No, yo creo que no la han enviado.
- ¿Y esto pasa mucho? Porque lo mío no es urgente, pero, el que tenga una apendicitis...
- Claro, claro... sí, a veces pasa.
Y luego ya pasamos a hablar del diagnóstico. A lo que nos toca, no tengo nada roto, pero sí desgastado, y la recuperación se prevé larga e incierta.
- Bueno, ¿cuándo vengo a verle, ya con la resonancia?
Al final tuvo que ser el otro día, porque entretanto tenía yo mis viajes y mis cosas.
El otro día, pues, me planté en el médico nuevamente... y, casi un mes después de haber hecho la resonancia, ésta seguía sin aparecer. Antes de que mis ojos salieran completamente de mis órbitas, y tuviera que recogerlos a tientas por el suelo, el doctor volvió a llamar a la clínica.
- Oiga, que no es la primera vez que llamo por esta resonancia que no me ha llegado todavía.
(...)
- Ah, que van a enviarla hoy mismo. Y que me debería llegar mañana.
Y ya colgó.
- Yo creo que no la han enviado todavía.
- Pues ya va siendo hora, leches. ¿Qué hago? Yo me voy pasado mañana de viaje.
- Llámeme a ver si ha llegado.
(...)
Hoy es el día en que aún no conozco el final de la historia. Kafka tenía que haber vivido en Bélgica para escribir 'El castillo'.
(Continuará. O no)
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