El medio kilómetro que mediaba entre el cruce donde nos encontrábamos y el límite regional era una pista de tierra con una ligera pendiente en bajada. Me puse delante, saltando entre los baches, y a no tardar llegamos a una nueva intersección. El camino del Infante seguía en línea recta, pero allí se le cruzaba otro camino, igualmente de tierra, cuyo nombre no aparecía por allí, pero que reconocí como el camino des Bonniers. Detuve, pues, la bicicleta y la apoyé contra un árbol.
Enseguida llegaron Kobe y Ame. Me vieron de pie y se pararon a mi lado.
- ¿Es aquí?
- Sí. Ahí tenéis Flandes, a partir de este camino. Este camino es la frontera. Hacia allá - y señalé la dirección desde la que veníamos - tenemos la región de Bruselas; y en esta dirección - y levanté mi mano hacia el sur - tenemos Flandes. Ese cartel que hay ahí tiene el formato de los carteles de Flandes, mientras que los de Bruselas son de color verde, como el que veis ahí detrás.
- ¡Qué guay! Entonces - y Kobe abrió las piernas todo lo que pudo - ahora estoy a la vez en Flandes y en Bruselas.
- Exactamente. Podemos visitar Flandes ahora mismo.
- Pues yo - dijo Ame -, además de escupir, voy a hacer mis necesidades.
- Sí, sí, en Flandes - añadió Kobe.
Ame y Kobe penetraron unos metros en Flandes, escupieron un par de veces, y acto seguido se pusieron mirando a un árbol, se bajaron sus respectivas braguetas y se pusieron a orinar. Yo supongo que hubiera hecho lo mismo de haber tenido ganas, pero, no siendo el caso, me limité a escupir. En Flandes, claro, porque los flamencos son lo peor.
Como el cuerpo humano, y no digamos el infantil, tiene un límite, el proceso de suministro de líquidos al bosque de la región de Flandes no duró demasiado. Como no hay que estar en territorio enemigo más tiempo del absolutamente necesario, a no ser que se tengan unas intenciones de ocupación de las que nosotros de momento carecíamos, volvimos inmediatamente a donde se habían quedado las bicicletas, esto es, a un metro del límite regional, pero por la parte buena, la de Bruselas.
- Entonces - traté de pinchar a Kobe -, los flamencos son malos.
- Sí, también lo dice mi padre. Cuando vamos a Flandes, nunca nos hacen caso cuando preguntamos algo. Nos tratan fatal y nos responden muy mal.
- Qué gente...
- Sí.
- Los que molan, claro, son los de Bruselas.
- Bueno, los españoles de Bruselas.
- Ah, sí, eso es la repera. Pero los flamencos no. Ésos son lo peor.
- Sí.
Zanganeamos un poco por la frontera, viendo cómo los árboles que estaban del lado de Bruselas eran indudablemente mucho más erguidos y bonitos que los habían tenido la desgracia de caer del lado de Flandes, y viendo pasar a algún ciclista por el camino des Bonniers, o sea, por encima mismo del límite regional.
- Está rodando un poquito más por la parte de Flandes.
- Pobre.
Como aquello no daba mucho más de sí, montamos en las bicicletas y empezamos la subida para volver al cruce, porque claro, lo que a la ida era bajada, ahora era todo lo contrario. Ame se puso el primero, Kobe le seguía trabajosamente, y yo me puse detrás. De todas formas, no tardamos demasiado en llegar al cruce, y con él al camino asfaltado.
- Aaah... por fin asfalto - dijeron ellos, que no parece que se quieran dedicar a la bicicleta de montaña.
- Podíamos ir al 'bois' a jugar al fútbol.
Estábamos a unos siete kilómetros del 'bois', pero ellos no lo sabían. Como, de todas formas, había que volver, me puse en cabeza, y esta vez el camino era de bajada, y a veces pronunciada, al poco terminó el camino de Saint Hubert, tomé a la izquierda por el de los Tumuli, y éste, además de bajar rápido, era bastante revirado, o eso les pareció a los niños. De esta guisa llegamos a los estanques de los Niños Ahogados, que así se llaman, aunque a Ame y Kobe preferí no decírselo, por si acaso, y entonces se acabó la bajada y empezó una ascensión, y no de las más fáciles. Bajé el ritmo para facilitar que me siguieran, pero a unas cuantas decenas de metros oí mi nombre a lo lejos.
- ¡Alfoooor!
Me giré a ver que pasaba, aunque no era difícil de suponer.
- Que Ame no puede con la subida.
Bastante había hecho hasta ahora, en un camino sin un metro llano. Y yo hasta diría que Kobe andaba también bastante justito. Sea como fuere, bajé y ya hicimos el resto de la subida a pie, empujando las bicicletas a nuestro lado.
- Jo. Es que no tiene sentido cómo hacen las carreteras. Primero bajar muchísimo para enseguida subir un montón - decía Kobe.
- Y menudas curvas que había ¿Has visto la que había antes, lo que había que girar? - añadió Ame.
- A mí me parece que esta carretera la han diseñado los flamencos, para fastidiar a los de Bruselas - aventuré.
Los dos niños se quedaron mirándose.
- Seguro - dijo uno.
- Son lo peor - añadió el otro.
Al acabar la subida, hicimos sin mayores novedades el camino que nos separaba del 'bois', les compré un helado, saqué el balón del cestillo y ya se pusieron a darle patadas a diestro y siniestro, y gracias a Dios que quienes andaban por allí tenían pocas ganas de bulla, porque a los críos a veces se les iba la mano, o el pie, y el balón acababa golpeando contra alguna de las bicicletas que había tiradas por allí, o contra las cabezas de alguna de las parejitas que, también, había tiradas por allí y que menos mal que seguían con lo suyo sin dejarse distraer.
Finalmente llegó la hora de volver a casa, unos dieciocho kilómetros después de haber salido, que no está mal para, al fin y al cabo, unos principiantes. La madre de Kobe llegó enseguida para recogerlo.
- ¿Qué? ¿Qué tal? ¿Qué habéis hecho? - le preguntó a su hijo.
- Hemos ido a Flandes y hemos escupido y hecho pis allí.
- ¿Qué habéis hecho qué? ¿Escupir? ¿Pis?
- Sí. Nos ha llevado el padre de Ame. Ha estado guay.
En ese momento entre yo en el salón.
- ¡Hola! ¿Qué tal? ¡Hemos ido a Flandes en bicicleta!
- Ya, ya... y me han dicho qué habéis hecho.
- Al parecer, son lo peor. O eso me han dicho.
- Sí... ya... Creo que la próxima vez me voy a apuntar yo también.
No sé yo si se quiere apuntar a los actos vandálicos contra Flandes, o más bien quiere asegurarse de que no se repitan. En todo caso, la próxima vez llevaremos una bandera. Si hay que llevar a cabo una invasión, que sea con todas las de la ley.
Y es que, cuando nos empeñamos, nosotros, también, somos lo peor.
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