Es un poco difícil referirse a los nacionalismos con imparcialidad. Para bien o para mal, estamos rodeados de nacionalistas en muchos sitios. Apenas consuela el hecho de que Bruselas no sea uno de ellos, porque, como ya he dejado escrito alguna vez, basta con poner el pie fuera de los límites de Bruselas, para que el francés desaparezca como por ensalmo y más te valga, si tus cuatro palabras de flamenco no son suficientes, hablar inglés o arriesgarte a ganarte la inquina de tus interlocutores.
Maybe Kandalaksha hablaba de la marca España, como ejemplo de medida nacionalista. Los que hemos estado vinculados en mayor o menor medida a las elucubraciones previas a la gestación de 'marca España', sabemos que tiene muy poco que ver con un supuesto nacionalismo español. En realidad, tiene un sentido puramente comercial, para exportar más y para atraer turistas y así vender servicios a los guiris; otra cosa es que el gobierno español tenga que mejorar bastante su acción exterior y decidir de una vez por todas si las competencias de promoción exterior las van a tener en Asuntos Exteriores, en Economía o en Industria. Y, de paso, ser un poco serios y no cambiar de idea con cada crisis de gobierno.
Como lo de la seriedad parece vedado y, en cambio, el cainismo español no entiende de treguas, no es ya que se peleen los distintos partidos políticos, cosa que sería normal, sino que ya lo hacen los mismos prebostes del mismo partido (los peperos en este caso), azuzados por los cargos técnicos a sus órdenes, y así tenemos a los de Asuntos Exteriores, con su ministro al frente, gritando ¡marca España! allí donde van, cuando las competencias en acción comercial exterior las tienen los de Comercio, que ahora está dentro de Industria, pero que en los últimos lustros ha ido saltando por los distintos ministerios ¿Es eso serio? Ni un poquito ¿Es nacionalismo español? Tampoco.
En realidad, 'marca España' es la enésima intentona de mejorar lo que los que nos consideramos profesionales del comercio internacional llamamos 'imagen-país'. Lo particular del asunto es que la iniciativa la llevan los de Asuntos Exteriores, que pueden ser considerados expertos en bastantes cosas, pero el comercio internacional no parece una de ellas, aunque ellos, seguro, piensan de otra manera. Hasta ahora, los intentos iban por otro lado, como el Foro de Marcas Renombradas Españolas y la ingente (y posiblemente mejorable) labor de los chicos de Comercio Exterior, a quienes se les supone bastante más mano en estos asuntos.
Y, ahora, volvamos al asuntillo de los nacionalismos, que tan de moda está. Los tiempos presentes han asistido al derrumbe estrepitoso de la famosa frase de Pío Baroja, ese liberalote descreído y escritor exasperantemente omnisciente: "El carlismo se cura leyendo y el nacionalismo viajando." Lo primero nunca fue cierto, y menos ahora: todos los carlistas que conozco, y son unos cuantos, posiblemente han leído más que el propio Pío Baroja, y siguen sin curarse. Y lo segundo quizá fuera cierto en algún momento, pero hoy tenemos Bruselas, gracias a las 'low cost', repleta de catalanes y vascos, y no todos ellos responden que son españoles cuando se les pregunta de dónde son.
Esto no fue siempre así. En mi última entrada le echaba la culpa a la soberanía popular de este despropósito. Y, efectivamente, en el Antiguo Régimen no sé yo que hubiera nacionalistas; difícilmente, puesto que tampoco había naciones, y la gente pasaba de un país a otro y se naturalizaba como si tal cosa. El Príncipe de Condé, un militar francés que había derrotado a los españoles en Rocroy y Lens (y entonces la infantería española pasaba aún por prácticamente invencible), cayó en desgracia de Luis XIV, y de su ministro Mazarino, por un quítame acá esa insurrección, y se pasó tranquilamente a los españoles. Felipe IV no sólo no lo castigó ni un poquito, sino que lo puso al frente de sus propios ejércitos... contra los franceses. Ningún problema: Condé se desempeñó brillantemente y tomó parte activa en las últimas grandes campañas victoriosas de los tercios de Flandes, como las de 1652, y en su última gran victoria, la de Valenciennes en 1656, siempre contra su señor natural. Luego, tras la paz, y apaciguado el rey francés, volvió a Francia y, en las guerras posteriores, tomó las armas contra los españoles nuevamente. En todo este tejemaneje no hay ni el más pequeño hálito de nacionalismo.
La soberanía popular, ese concepto revolucionario francés, vino a jorobar la situación. De repente, la soberanía dejaba de venir de Dios, que la depositaba en el rey, sino que venía... oh, no, de abajo, del pueblo ¿Y qué es el pueblo? Los revolucionarios liberales abrieron la caja de Pandora, y así seguimos hasta hoy, con los políticos llenándose la boca de que el pueblo es soberano, mientras el pueblo se lo ha creído y, claro, eso de 'pueblo' es un concepto flexible. El pueblo ucraniano es soberano, sí, pero el pueblo crimeano también; y el pueblo español es soberano, pero también el vasco. A todo esto, lo de 'pueblo vasco' tiene algo de entelequia, porque lo suyo era el pueblo vizcaíno, o el alavés, o el guipuzcoano, y no paso la muga para no liarla más; pero es que, dentro del vizcaíno, las Encartaciones no son lo mismo que el Duranguesado, y todas tienen su pueblo.
En fin, que el que sacó a la luz el bonito, pero peligrosísimo concepto de soberanía popular no hizo ningún favor a la paz. El pueblo, además de flexible, es sumamente manipulable. Lo fácil para el gobernante con problemas es buscar un enemigo, y mejor si es exterior, y problemas resueltos.
Sobre lo que está pasando ahora en Ucrania no tengo mucha idea. La impresión que me estoy llevando es que Ucrania, tal y como ha quedado configurada, es un país que hace mucho tiempo que no tenía remedio bueno. De momento, parece evidente que aquí hay una parte del país que tiene cuentas pendientes contra la otra, y eso incluye la cuestión del idioma. Recuerdo, cuando estudiaba ruso todavía en tiempos de la Unión Soviética, cómo mis profesoras me decían y repetían que el ruso no era la única lengua que se hablaba en la URSS, sino que había por lo menos doscientas más, y que todas estaban protegidas y que, aunque costaba mucho dinero, era una riqueza incalculable y que se daban cursos de todas en la universidad, y que la amistad de los pueblos y blablablá.
Cuando la amistad de los pueblos, y la URSS en general, se fue a hacer gárgaras, ya se ha visto que había pueblos que valoraban en poco la amistad que el generoso pueblo ruso les ofrecía aumentándoles las minorías rusófonas que tenían en casa. Las repúblicas bálticas son el ejemplo de libro, pero es que en las repúblicas bálticas el nivel de vida es bastante más elevado que en Rusia (no, Moscú no es Rusia, al menos a estos efectos), así que los apátridas que hay por allí se callan, porque no les va nada mal como apátridas.
En cambio, el nivel de vida en Ucrania no me pareció, cuando anduve por allí, que fuera como para tirar cohetes. De hecho, sospecho que era peor que en Rusia, así que los rusos que allí se sienten como tales tienen un estímulo importante para 'volver a casa', y no digamos si la otra parte del país les mete el ucraniano como oficial, para compensar los decenios, y hasta los siglos, de preterición lingüística, y se montan un estado unitario, y cuando pierden las elecciones, porque son menos, se enfurruñan y derrocan al presidente que, se mire como se mire, es más parecido a alguien democráticamente elegido que lo que hay ahora en Kíev. A no ser que decidamos que la democracia sólo es aceptable cuando se elige a alguien que no nos caiga especialmente mal.
El berenjenal que se ha montado no tiene buen arreglo. Por el bien de todos, espero que la cosa concluya sin demasiados muertos y sin cambios de fronteras demasiado bruscos, más que los que ya son, o eso parece, irreversibles.
De momento, a los padres que miramos la peseta sólo nos queda aprovechar la coyuntura para sacar partido de la situación, como el sábado pasado, que pasamos por Ikea Anderlecht y me encontré a Abi embelesada delante de un póster que representaba un mapa mundi enorme. Ciento veinte euros de trasto enorme, Dios mío.
- ¡Lo quiero, lo quiero, lo quiero! ¡Me lo tienes que comprar! ¡Me gusta mucho!
Yo miré de reojo el precio, tragué saliva, y dije:
- Uf, no sé si te conviene, me parece que está atrasado. Fíjate que ahí aparece Crimea como parte de Ucrania.
- Ah... pues así no me gusta.
Luego dirán que Putin es un sátrapa agresivo, y tal y tal, pero anda que no me vino bien el sábado.
(Y hasta aquí. Que ya toca volver a Bélgica y a su portentosa burocracia)
Conflicto Rusia-Ucrania. Actualización mes de octubre
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"Cuánta gente apoya la guerra, y cuántos están en contra? Si bien existen
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teme re...
Hace 1 mes