Hace la tira de tiempo que no voy a una discoteca española. De hecho, hace tanto tiempo que tengo serias dificultades para recordar cuándo lo hice por última vez. Sí recuerdo que una de las últimas veces, ya volviendo a casa, me pillaron un par de tipos a quienes no había visto nunca y me dieron dos leches así, sin venir a cuento, por simpatía; el colega que iba conmigo fue más listo que yo y salió por patas, mientras yo, que debía estar pensando que huir es de cobardes o alguna idiotez por el estilo, recibía por los dos. Supongo que fue por cosas como ésas que las discotecas españolas tuvieron que seguir funcionando sin mi presencia; el hecho de detestar la música disco y de ser prácticamente incapaz de bailar no hace sino añadir motivos a ésta mi ausencia.
En Rusia, en mis primeros escarceos por aquí, en los primeros noventa, apenas había discotecas, ni prácticamente nada, así que la cuestión no se planteaba, pero poco a poco empezaron a aparecer y entretanto han proliferado de tal manera que posiblemente haya bastantes más que en España. Y, de esta manera, hasta alguien tan poco sospechoso de discotequero como yo mismo ha entrado en alguna en diversas ocasiones, sobre todo en los últimos noventa, soltero y sin compromiso.
Porque, para empezar, partamos de una base: si no te gusta la música discotequera, para entrar en una discoteca rusa es muy conveniente estar soltero y sin compromiso. Si no, luego, todo son líos.
El otro día, sin embargo, entré en una discoteca rusa, después de muchísimo tiempo, con un grupúsculo hispánico cuyos miembros aparentemente son más asiduo que yo a lugares como ésos, y pude comprobar algunas de las particularidades del lugar, que en sustancia no han cambiado demasiado. El que ha cambiado he sido yo, que, por muy de rodríguez que estuviera, no tengo nada de soltero y sin compromiso.
Para empezar, a la entrada hay cola, y no porque hiciera falta pagar entrada, que en ésta la entrada era gratuita. Era por el cacheo y el detector de metales ¿En España hay detector de metales en las discotecas? Aquí, sí, y me atrevería a decir que desde siempre, y desde luego desde antes del 11 de septiembre.
Eso sí, los seguratas de la puerta eran amables, y sólo eso ya es una gran ventaja sobre la panda de bordes que son los seguratas españoles (y a los del aeropuerto de Barajas parece que los eligen de entre los más bordes de los españoles).
Una vez pasa uno dentro, se encuentra tras algunos vericuetos con la sala propiamente dicha, que es mucho más pequeña de como recuerdo las salas españolas. Pero, a lo mejor, lo que resulta no es que es más pequeña, sino que está repleta de gente. Vaya tela.
De momento, dejemos a los ocho esforzados españoles abrirse camino por entre los cuerpos serranos de los presentes, en un intento desesperado por conseguir una cerveza, y prosigamos mañana, porque hoy se hace tarde.
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