viernes, 3 de junio de 2011

La imaginación al poder (II)

En la Rusia de 1904, estado autocrático donde los hubiera, las manifestaciones políticas y los partidos políticos estaban prohibidos. Nada de manifestaciones. Nada de concentraciones. Nada de acampadas urbanas, ni siquiera el 15 de mayo. Nada de marchas del orgullo gay. Nada de orgullo gay, directamente. Pero, en la Rusia de 1904, aparte de una guerra que iba de mal en peor y que ya apareció en esta bitácora hace tiempo, sí que había una minoría liberal, formada por unos sedicentes intelectuales, que aspiraban a que la Rusia autocrática dejara de ser autocrática.

Estas élites intelectuales eran el núcleo de un grupo, parecido a un partido político, llamado "Unión de Liberación" ("Союз освобождения"). No eran ni mucho menos una panda de radicales ni de terroristas, como los que habían aparecido en Rusia desde el siglo anterior, sino unos chicos-bien, liberal-conservadores, gente con el riñón bastante bien cubierto y con algo de sal en la mollera, pero poco amigos de excesos.

Estos chicos, enfrentados al problema de la prohibición de manifestaciones políticas, añadido al hecho de que, al fin y al cabo, Rusia estaba en tiempo de guerra, que no es el mejor momento para que el poder político se ande con paños calientes, decidió realizar acciones legales. Y descubrió que las manifas estaban prohibidas, pero los banquetes no.

Y efectivamente, ¿cómo vas a prohibir un banquete? Mal asunto. Se iban a poner finos, los hosteleros. Aprovechando la circunstancia, la "Unión de Liberación" organizó, en diversas ciudades rusas, una campaña de banquetes. En cada ciudad se nombró un "consejo culinario", oficialmente para supervisar todo lo relacionado con la expansión de la ciencia gastronómica. En realidad, naturalmente, los comités no se ocupaban de la gastronomía más que lo estrictamente necesario para no quedarse con hambre.

A partir de octubre de 2004, comenzaron a celebrarse banquetes en distintas ciudades rusas, organizados por los comités culinarios locales, y en donde se comía, sí, y sobre todo se hablaba de política, se pronunciaban manifiestos sobre el otorgamiento de libertades civiles, se pedían constituciones, se adoptaban resoluciones en asamblea y, en suma, se reunían los liberales de cada ciudad. Hasta seiscientas personas se metían en cada banquete, que es mucho más de lo que hay en la gran mayoría de manifestaciones rusas actuales.

El gobierno ruso (en el que, de todas formas, había algún infiltrado que simpatizaba con los liberales) se quedó totalmente descuadrado cuando vio el regate que le habían hecho los liberales. Ni Messi, vamos. De momento, se quedó a verlas venir mientras los japoneses les zurraban en Extremo Oriente, lo cual dio alas a la campaña gastronómica de los liberales, la cual, además, eludió perfectamente la censura de prensa y pudo continuar sin novedad durante algunos meses.

El final de la campaña de banquetes llegó en enero de 1905, cuando fueron prohibidos por el gobierno, que había visto que hacer la vista gorda no le salía a cuenta. Y es que, mientras las clases medias y altas tomaban los restaurantes, las clases bajas también se habían organizado e, igualmente con imaginación (marchas y manifas que parecían procesiones religiosas, que obviamente estaban permitidas), montaron sus propios eventos. Lo que ocurre es que las tropas gubernamentales en esta ocasión no fueron tan condescendientes como con el asuntillo de los banquetes y tiraron a matar, y mataron. Fue el llamado "domingo sangriento", después del cual el gobierno ya no se anduvo con chiquitas a la hora de reprimir las manifestaciones políticas. Sin embargo, dos años más tarde, ya tras la derrota frente a los japoneses, el zar tuvo que transigir con la concesión de libertades civiles. La mayoría de los miembros de la "Unión de la Liberación" pasó a formar parte de un partido político legal, liberal, el Partido Contitucional Democrático, cuyos miembros fueron conocidos como "cadetes" (por sus siglas en ruso).

Lo que pasó en Rusia en 1904 muestra que un movimiento imaginativo puede alcanzar el éxito incluso frente a un adversario tan monolítico como el gobierno autocrático ruso, aprovechando los momentos de debilidad del mismo, y la guerra contra los japoneses lo era, como también lo es en España la crisis económica y el paro masivo. No sé exactamente si los acampados urbanos de España eran conscientes de la originalidad de su acto (porque las acampadas políticas en pleno centro de las ciudades no son cosa frecuente), pero lo cierto es que han dejado descolocado al poder y han puesto en marcha un proceso de consecuencias impredecibles a largo plazo. En Rusia, y en buena medida debido a los enormes errores y a la cerrilidad del gobierno, además de a un nuevo desaste militar, las consecuencias a largo plazo fueron una guerra civil salvaje y un régimen comunista durante los siguientes setenta años. A ver si en España nos va un poquito mejor que en Rusia, que, si no, no es plan.

2 comentarios:

Albert el papú dijo...

Ahora entiendo porqué con Gorbachov había tanta escasez de alimentos: querían evitar a toda costa revoluciones culinarias y golpes de estado gastronómicos a la vieja usanza...

Cómo se lo monta la nomenklatura... Qué tíos...

Alfor dijo...

Al'bert, la verdad es que con Gorbachov era más sencillo protestar mediante huelgas de hambre. Si lo comparamos con Nicolás II, hay que reconocer que no hay color en esto.