Voy a dejar para otro rato el continuar elucubrando sobre el meninfotisme ruso, porque hoy es la Inmaculada, y eso es importante. Además de su importancia para toda la Cristiandad (bueno, la católica, que es la más auténtica), es la patrona de España y de los españoles, ahí es nada. De hecho, recuerdo que en España, hace bastantes años, hubo bastante revuelo porque el Gobierno quería abolir la fiesta, o sugerir a la Iglesia que la pasase al 6 de diciembre, para que coincidiera con la Consti y no montar un puente tan largo. La Iglesia dijo que nones y que la Inmaculada Concepción se quedaba el 8 de diciembre. Vemos que el Corpus Chriti ha pasado del jueves al domingo; que la Ascensión también ha pasado al domingo más cercano. Pero la Inmaculada ahí sigue, el 8 de diciembre, pegadita al 6 de diciembre y montando un puente por definición, caiga quien caiga.
Y hacemos bien, qué caramba. En Rusia, obviamente, no es fiesta. Rusia es un país que apenas tiene festivos religiosos. Sólo la Navidad, y eso desde hace relativamente poco. Ni siquiera el lunes de Pascua es fiesta, que ya es delito en un país donde los templos se llenan de bote en bote en la vigilia de Pascua de Resurrección.
Pero, para el Catolicismo, que sigue siendo una religión universal, el régimen de fiestas de guardar es el mismo en España, en Senegal y, por supuesto, en Rusia. Y, como aquí el 8 de diciembre es laborable, pues toca buscarse la vida. Dicen que en España es cada vez más complicado eso de confesarse católico y que la gente te mira raro, como si estuvieras atrasado y esas cosas. Aquí la gente no te mira raro, porque en Moscú puedes hacer cualquier cosa, desde ir con una boina encarnada y pasamontañas verde por la calle como vestirte de lagarterana a quince bajo cero. Nunca te miran raro. Eso sí, lo de celebrar las fiestas de guardar católicas en día laborable, que son todas, duele lo suyo.
Para empezar, porque la iglesia más cercana está a unos treinta y cinco minutos andando de mi casa, y eso que soy un privilegiado. En metro se puede llegar en veinticinco minutos, pero el metro es de nenas. Para seguir, la única misa compatible con mi horario de trabajo es la de las ocho de la mañana, y es en latín. Por continuar, ayer por la noche no paró de nevar, y así seguía esta mañana.
Leches. Ser en Moscú católico, español y devoto de la Inmaculada cuesta lo suyo.
En vista de lo que se avecinaba, ayer me acosté pronto para poder madrugar sin demasiados bostezos. Ya me había dormido, cuando escuché unas voces a mi izquierda, que me parecieron de alguna pesadilla:
- ¡Coge el teléfono! ¡Coge el teléfono! ¡Que va a despertar a los niños!
- ¿Einnn? - balbucí.
Sí, estaba sonando el teléfono, que estaba al lado de mi cabecera. Alargué la mano sin saber muy bien si estaba dormido o no, y me puse el auricular en la oreja:
- Alió?
- ¿Alfor?
- Ehhh... sí, soy yo.
- Hola, soy la tía Polita.
- Ah... qué bien.
- Que os llevo llamando varios días, y nunca consigo que me pase la llamada. Me pasa con mucha gente, y al final ya tuve que preguntar en Telefónica. Y, ¿sabes qué? Me ha dicho Telefónica que eso me pasa cuando llamo a otros operadores que no son Telefónica, pero que la culpa es de los otros operadores.
- Claro... qué van a decir.
- Y como vosotros tenéis otro operador, pues eso. Y el caso es que os quería dar las gracias por (...)
Unos cinco minutos de monólogo después, apenas entrecortado por dos o tres monosílabos que logré aportar, y ni uno más, la cosa seguía.
- Y es buena hora para llamaros, ¿verdad? Las nueve y media todavía está bien por allí.
Me incorporé un poco y eché un ojo al reloj. Las once y treinta y ocho. Hay gente que no aprenderá nunca lo de la diferencia horaria.
- Sí, claro, tía. No hay problema.
- Pues eso, y dile también a Alfina que...
- Le paso el auricular, que la tengo aquí al lado.
La conversación, esta vez ya sin mi participación (aunque tampoco es que antes hubiera participado mucho), siguió unos minutos, hasta que Alfina y la tía Polita pararon de hablar, Alfina me pasó el auricular y yo lo colgué.
Y es que me estaba bien empleado por mariquita y por nena.
Quería celebrar la Inmaculada saltándome la vigilia. Y no, señor, las cosas se hacen bien o no se hacen.
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