Fernando
pedía el otro día una entrada sobre el censo que se ha estado llevando a cabo durante las últimas semanas en Rusia. Fernando, si no estoy equivocado, tiene una profesión muy relacionada con la estadística, con lo que se entiende su interés por el tema; además, probablemente nos podrá explicar bien los motivos por los cuales ya no se realizan censos en España (y en toda la Unión Europea, y hasta en toda la OCDE). Supongo que uno de los motivos es el coste, que es desproporcionadamente alto para la información que se obtiene; otro de los motivos, probablemente, es que la información obtenida no es de muy buena calidad, y que, con lo "fichados" que estamos por multitud de administraciones, no es difícil conseguir la información necesaria sin necesidad de ir preguntando a cada uno. Supongo que un muestreo es mucho más barato y no mucho más inexacto.
En Rusia, sin embargo, toca realizar por ley un censo cada cierto tiempo, y a eso se ha estado dedicando la administración en las últimas semanas. He leído que la gente se ha tomado el censo bastante a rechufla y que, como es habitual en estos casos, el número de judíos se reduce mucho respecto del que se considera habitual. En cambio, al parecer hay gente de etnia élfica. Los entrevistadores suelen tener bastante prisa y no están por la labor de jugarse la vida discutiendo con los entrevistados, así que los resultados son tan fiables como la tesis doctoral de Belén Esteban, y te salen bielorrusos étnicos que se apellidan Bronstein o Ashkenazi.
No es nuestro caso. Así como en el censo de 2002 no fuimos computados como residentes en Rusia, porque los entrevistadores omitieron el edificio donde vivíamos, en esta ocasión, ya por la tarde, recibí un mensaje en el móvil, en el que se anunciaba que el censo estaba teniendo lugar, y que iban a por mí. No teníamos la menor intención de ocultarnos, antes bien, resolví prestar a las autoridades censales rusa toda la colaboración que un cuidadano de bien como yo pudiera proporcionar. De todas formas, el móvil que llevo es del trabajo y está a nombre de la empresa; hay un móvil a mi nombre... pero lo lleva Alfina, que no recibió ningún mensaje. Raro raro...
De una forma u otra, serían las ocho y media de la noche, en plena cena, cuando dos jóvenes, hombre y mujer, ataviados con una bufanda azul, llamaron a la puerta de nuestra casa. Lo de la bufanda azul era una medida anunciada a bombo y platillo para que la gente se confiara y les dejara pasar, porque, si no, a buenas horas dejas pasar en Moscú a un desconocido que llame a tu puerta.
- ¿Quiénes son?
- ¡Los del censo! ¡Son los del censo!
- ¡Pero si somos extranjeros! ¡No hemos de censarnos!
- ¡No! ¡Vamos a censarnos como todo el mundo!
Me levanté, y les abrí la puerta, mientras el resto de la familia se atrincheraba en la cocina.
- ¿Si?
- Somos del censo. Venimos a censarles.
- Pasen, pasen, por aquí.
Los dos jóvenes me miraban como si fuera un bicho raro. Se ve que lo de pasar a la primera al domicilio del ciudadano no era un fenómeno que estuvieran experimentando con frecuencia.
- ¿Así? ¿Sin descalzarnos?
- No, venga, pasen, que el suelo está frío.
Me miraron con cara de sorpresa aún mayor. Normalmente no pasas con zapatos de calle a una casa rusa bajo ningún concepto. Algo cohibidos, y sin quitarse el abrigo, se sentaron en la mesa del salón y sacaron unas hojas de sus carpetas. La chica se puso a preguntarme y el chico sólo intervenía cuando había alguna duda. Los dos parecían estudiantes que se estaban sacando unos rublillos extra con el asunto del censo.
- ¿Cuántas personas viven en esta casa?
- Cinco.
Deliberadamente, dejé fuera a la niñera. La niñera es interna, pero es una interna un poco particular que tiene un piso alquilado y pasa noches aquí y allá. Además, como no es moscovita, aunque tiene los papeles en regla, nunca se sabe por dónde puede saltar un problema. Y, como decía Stalin,
si no hay persona, no hay problema, así que resolví eliminar (sólo censalmente) a la persona.
- Pues vamos a rellenar una hoja por cada uno. A ver, ésta es para usted. A ver, ¿cuál es su nombre?
- Alfor.
- ¿Su apellido?
- Von Buchweizen.
- ¿Su patronímico?
- No uso de esas cosas.
- ¿No?
- Soy español.
Me preguntó fecha, lugar de nacimiento, nacionalidad, nivel de estudios y algunas cosas sobre mi situación conyugal.
- ¿A qué etnia pertenece usted?
Antes de que me entrara la risa, me quedé mirando a la chica con cara de paciencia infinita.
Eso de la etnia es cosa de pueblos bárbaros, como los germanos, escandinavos, eslavos y demás gente primitiva. Los pueblos que fuimos romanizados a su debido tiempo y nos mezclamos concienzudamente con los demás no tenemos etnia ni nada parecido. La prueba es que, en España, los únicos que se las dan de etnicidad diferente son algunos vascos, de romanización algo dudosa. Los demás españoles somos españoles y, todo lo más, y si se da el caso, de raza blanca.
Los rusos no. Los rusos pueden ser de etnia rusa, bielorrusa, ucraniana, tártara, judía (éstos, por lo visto, tampoco se romanizaron nunca), alemana, chechena, letona, carelia o chukchi, entre otro mogollonazo de posibilidades. Aquí, tener pasaporte ruso no es todo: además hay que pertenecer a una tribu.
- ¿A qué etnia pertenezco? - le devolví la pregunta.
- Puede no responder si no quiere - repuso el chico.
Hay gente que no responde. Sobre todo si son judíos, que no están excesivamente bien vistos. Hasta hace pocos años, en los documentos de identidad rusos, y antes soviéticos, se mencionaba la etnia a la que pertenecía el titular. Desde que hemos entrado en el siglo XXI, ya no consta en los documentos, pero está visto que quien tuvo retuvo y que sigue molando preguntar sobre eso.
- No, no, si no pasa nada. Lo que ocurre es que soy español, y decir que soy étnicamente español me parece una burrada y me suena fatal. Mejor no pongamos nada.
- No ponemos nada - repuso la chica.
Puso un par de rayas en los apartados destinados a según qué cosas y siguió preguntando.
- ¿Habla ruso? Sí, ya veo que sí. A ver... ¿cuál es su lengua materna?
- ¿La mía? El valenciano.
- ¿El... valenciano?
- ¿Pasa algo?
- No, no... ¿lo puede escribir usted?
- Sí, claro.
Escribí "valenciano", que ciertamente en ruso es un palabra con una ortografía peliaguda.
- ¿Y qué idiomas habla, además de ruso y... (¿cómo era?) ah, sí, valenciano?
- Pues hablo español, e inglés, y alemán, y francés...
- Pare, que sólo puedo poner dos.
- Pues vaya.
A estas alturas de la entrevista, ya el resto de la familia parecía haber comprendido que se trataba de un par de chicos inofensivos, no de un comando de castigo de un campo de concentración, y que no iban a deportar a nadie, así que empezaron a asomar la cabeza por la puerta de la cocina.
- Miren, miren ahí vienen los demás.
(Seguiré en la próxima, que hoy se hace tarde)