Se dice con frecuencia que "no hay oficio malo", y es posible que incluso sea verdad y que cualquier forma de ganarse la vida tenga una parte positiva. Aún así, a mí me parece una exageración. Ya lo creo que hay oficios malos y, si no, basta con pensar en los asesinos a sueldo o en los directivos de banca de inversión.
Luego están los oficios que no son necesarimente malos, pero que generan antipatía. A mí, por ejemplo, me pasa con los intermediarios en las operaciones en el mercado del petróleo. Durante algunos meses, en un trabajo que tuve en mi ciudad natal y en el que, a Dios gracias, no duré demasiado, tuve mi primer contacto con uno de ellos y fatalmente me los imagino a todos cortados por el mismo patrón.
El tipo parecía salido de una novela picaresca del siglo XVII. Era alto, vestía de traje, aunque sin corbata, y destilaba seguridad y desparpajo en sus maneras; eso sí, cuando hablabas un poco con él te dabas cuenta de que todo eso era pura fachada y que estaba tan muerto de hambre como yo mismo en aquel tiempo, con la desventaja, para él, de que sus conocimentos eran bastante penosos y, en cuanto pasabas un poco de la fachada, no sabía disimularlo lo suficiente. Llamémoslo Rocco.
Rocco no trabajaba en la empresa en la que estaba yo, pero era amiguete del gerente, que le dejaba estar allí y hacer sus llamadas. Había libre una mesa en la sala de recepción, y él la ocupaba cuando tenía alguna llamada que hacer; yo estaba enfrente de él, digamos que cumpliendo mi horario de trabajo, porque la empresa iba cuesta abajo y sin frenos, y el trabajo no es que no abundara, es que se veía que el gerente tenía verdaderos problemas para mantenernos mínimamente entretenidos a los tres currelas que quedábamos en la oficina. En nómina había alguno más, pero se trataba de la amante o la novia, o vaya usted a saber qué, del gerente, que sólo estaba en la nómina para que estuviera de alta en la Seguridad Social, y de un par de misteriosos representantes a los que tampoco vimos nunca y que muy probablemente eran familiares del gerente que había dado de alta, de gorra, en la Seguridad Social. Vamos, que ya estáis viendo que no se trataba precisamente de una empresa ejemplar.
Rocco, la verdad sea dicha, tampoco tenía gran cosa en que ocuparse, pero en el despacho había aire acondicionado y se estaba bien, así que a veces, aun sin hacer llamadas, se quedaba en el despacho. Y conversaba con nosotros, que estábamos allí casi siempre mano sobre mano.
- Yo - decía - no siempre me he dedicado al sector del petróleo. Soy, por así decirlo, un "brúker".
Los tres que estábamos allí, que hablábamos el suficiente inglés como para saber cómo se pronuncia "broker", nos conseguimos aguantar la risa con cierta dificultad.
- Es un sector interesante. Ahora estoy con una operación con unos árabes. La verdad es muchas te salen mal, pero, jo, te sale una bien y pegas un pelotazo que, macho, es como para retirarte.
Y allí estaba él, dale que te pego, aparentando por teléfono ser la leche en bote, y quedando cada vez más en evidencia ante los currelas que seguíamos por allí y que tendríamos quizás menos desparpajo que él, pero desde luego un nivel de conocimientos mucho mayor.
Unas semanas después, Telefónica perdió la paciencia y nosotros la línea telefónica. El gerente logró venderles la moto de una ampliación de capital y no sé qué monsergas, con lo que recuperamos la línea una semana más; pero, al final, cuando se vio que las ampliaciones y las monsergas no iban más allá de las palabras del gerente, los teléfonos enmudecieron de manera definitiva. Rocco el Brúker dejó de favorecernos con su compañía, porque lo del aire acondicionado sin teléfono no convenía a sus propósitos empresariales y, de todas formas, los dueños del edificio ya estaban preparando el desahucio y, más o menos por aquellas fechas, uno de los currelas, que era abogado, presentó una serie de demandas contra la empresa por impago a los trabajadores, todas las cuales las ganó por goleada... incluyendo la de despido improcedente que tuvo que presentar en cuanto el gerente se enteró de las primeras y se enfadó. En fin, que la empresa se fue a pique.
Vamos, que mis primeras experiencias con un intermediario petrolífero, alias "brúker", van asociadas a tiempos laborales duros (aunque aprendí mucho Derecho Procesal) y, por consiguiente, me dejaron un pelín de amargor en el paladar.
Unos cuantos meses después de los sucesos que quedan relatados arriba, me vine a Rusia en busca de mejor suerte laboral, pero, últimamente, yo no sé qué está pasando, pero los brúkeres del petróleo vuelven a aparecer en mi vida.
Los brúkeres del siglo XXI (porque Rocco el Brúker era todavía del siglo XX) cuentan con internet como imprescindible herramienta de trabajo, que les permite acceder a la información disponible en todo el mundo, pero que sólo ellos, con su agudeza y arte de ingenio, son capaces de descubrir desde su centro de operaciones multinacional de Villar de Cañas. Pueden vencer las barreras idiomáticas gracias a la pléyade de traductores en línea que les garantizan una traducción impecable, técnica y exacta de textos en los idiomas más raros de este ancho mundo (como el inglés, sin ir más lejos, que en Salvacañete es rarísimo). Muchos de ellos proceden del sector inmobiliario, en donde han pasado varios años de bonanza vendiendo pisos a gente desesperada por comprarlos, pero han pasado sin problemas al sector petrolífero, apenas más complicado que el anterior. Su experiencia y ojo de águila les da una perspicacia especial para dominar el mercado petrolífero y acceder a las comisiones más jugosas, muchas veces sin haber salido apenas de Benirredrá, pero con la franqueza y campechanía que da la vida campestre.
Para empezar a analizar un caso reciente, podemos entrar aquí. Daos prisa en entrar, antes de que la cierren. Pero bueno, mejor será analizarlo en otra ocasión, que hoy se hace tarde.
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