Dentro de los límites de Sumbulovo, en mitad de un bosque de coníferas, y a cosa de doscientos metros del pabellón de reposo, hay una pequeña capilla ortodoxa, para acceder a la cual hay que adentrarse en el bosque (por cierto, excelente lugar para jugar a guerrillas con los niños, doy fe), cruzar un arroyo y subir unos peldaños improvisados sobre una de sus cuencas. En ello estábamos el domingo por la mañana cuando nos cruzamos con una señora que venía de allí y que se ofreció a acompañarnos y enseñárnosla.
- Sí, soy redactora de una revista ortodoxa en Ryazán, la del padre Feofán. Y mi hermana es profesora en la Facultad de Teología del instituto ortodoxo.
- ¿El seminario? -pregunté.
- No, el instituto...
- Ah, ya, es como nosotros. Está el seminario menor para los pequeños, y el seminario mayor ya es enseñanza universitaria.
- Eso, y yo escribo en la revista ortodoxa de Ryazán, la del padre Feofán.
Yo, que soy católico y que de ortodoxia (en el sentido que hablaba mi interlocutora, que quede claro) ando más bien flojo, no había oído hablar del padre Feofán, que debe ser alguien conocido, tal y como hablaba, pero preferí callarme. Ya se sabe que es mejor callar y parecer tonto que hablar y despejar toda duda. Asentí con la cabeza y la señora, en cuanto llegamos a la capilla, habló con su hermana, que estaba allí trajinando, y la verdad es que estuvieron de lo más amable. Basta salir de Moscú para que el porcentaje de gente amable se dispare.
El caso es que Abi, Ro y Ame se lo pasaron la mar de bien tocando la campana de la capilla, mientras la hermana de la señora les enseñaba cómo sacar los distintos tonos. Luego entramos en la minúscula capilla, donde apenas cabíamos los siete; la señora quería contarnos cosas.
- El dueño de estas tierras es creyente ortodoxo. Mandó construir esta capilla, y nosotras venimos a atenderla. Aquí tenemos algunos iconos... vea éste de Jerusalén. Aquí -y señaló un icono- están todos los santos rusos. Y aquí -y señaló otro- los nuevos mártires, los del período de ateísmo de después de la Revolución. Aquí al pie están el zar Nicolás y su familia...
Me acerqué al icono.
- Estará también el patriarca Tijon.
- ¿El patriarca Tijon? -y me miró.
- Y el metropolita Alfor...
La señora se me quedó mirando, pero yo ya estaba embalado.
- Le tengo en aprecio, porque, además de llamarse igual que yo...
- ¿Ah, sí?
- Sí, además de eso, fue metropolita de Krutitskoye, y nosotros vivimos allí bastantes años.
- Aaahhh...
Salimos de la capilla, dimos las gracias a las dos mujeres y nos fuimos al comedor. De camino al mismo, comencé a meditar.
"Ahora que lo pienso, el patriarca Tijon no fue martizado. Pasó en la cárcel bastante tiempo, pero no fue asesinado. Estooo... ahora que lo pienso también, el metropolita de Krutitskoye que fue martizado no se llamaba Alfor, sino Piotr. Y el metropolita Alfor lo fue de San Petersburgo. Al menos, sí que fue martizado. Qué suerte. Bueno, quizá no tanta..."
"Vaya moto que les estaba vendiendo a las señoras. No sé si me la habrán comprado... Eso es lo que pasa cuando tienes ciertas nociones de historia eclesiástica ortodoxa cogidas con alfileres."
Sí, ya lo creo que era mejor callar y parecer tonto que hablar y despejar toda duda.
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