Ulises pudo haber paliado estos sinsabores (y los de Penélope, supongo), si se hubiera dado una vueltecilla por Ítaca de cuando en cuando, como quien va de permiso durante la mili. Claro que entonces se hubiera ahorrado muchas peripecias después de la caída de Troya, lo que no está claro que hubiera sido positivo, ni para la literatura clásica ni para él, tanto más cuanto que varias de las peripecias debieron gustarle. Uno no se queda varios años con la ninfa Calipso y le hace dos hijos porque sí, como quien no quiere la cosa. El caso es que el viaje debía ser difícil en aquellos tiempos heroicos, porque Troya e Ítaca, hoy en día, están a dos pasos mal contados. Atraviesa uno Tesalia, toma el transbordador en el Épiro meridional, y ya estamos donde queríamos. No excluyo incluso que Ryanair, que tanto daño ha hecho, vuele allí, a Ítaca, desde Estambul, y llame al aeropuerto de Estambul algo así como "Troya Oeste", igual que llama "Bruselas Sur" al de Charleroi.
En el siglo XXI, que Penélope le sea a uno fiel después de veinte años de ausencia sería totalmente insólito. Incluso si uno se queda al lado de su esposa, eso de la fidelidad comienza a ser un fenómeno poco frecuente en estos tiempos de inconstancia y porqueyolovalgo. Pero, quizá para compensar, podemos darnos una vueltecilla por Ítaca para preparar el regreso definitivo, comprobar que todo está en su sitio y asegurarse de seguir siendo conocido y reconocido en la patria de uno, no como Ulises, que no lo reconoció ni el Tato cuando llegó y tuvo que entrar en su casa disfrazado, con la ayuda de su hijo y de parte del servicio. Y luego tuvo que liarse a mamporros con la caterva de pretendientes que se habían enseñoreado del palacio, porque vale que Penélope los rechazó, pero bien que estaban todos comiendo y bebiendo en casa ajena.
Como cualquier lector habrá adivinado, mi Ítaca es Valencia y no dejo pasar la ocasión de volver de vez en cuando para comprobar que todo, o al menos algo, sigue en su sitio. Los primeros años de mi ausencia, casi todo seguía en su sitio, mis padres estaban en plena forma y mi habitación seguía siendo mía, al menos en parte, porque siempre la compartí con un hermano. Y mis amigos seguían siendo los mismos y se ponían muy contentos al verme de nuevo y me contaban sus novedades e incluso aprovechábamos para aumentar el número de nuestras aventuras saliendo por esos campos de Dios.
Con el tiempo, algunas cosas dejaron de ser iguales, pero quedaba un rastro de ellas. Mis padres fueron declinando, pero seguían ahí. Me compré un piso, y mi habitación en casa de mis padres dejó de ser tan mía como antes, aunque conservé algunas cosas y una cajonera donde seguía recibiendo mi correspondencia. Mis amigos, cada vez más, daba la impresión de que sólo se veían cuando llegaba yo, porque estaban a otras cosas, y nuestras reuniones ya eran exclusivamente para tomar algo sentados, con alguna excepción atlética y de carrera popular.
Más adelante, mis padres fallecieron, y eso ya dejó de estar en su sitio, pero muchas otras cosas permanecen, y es bueno asegurarse de que es así. Porque se acerca el momento del regreso definitivo a Ítaca. Sí, aún queda algún tiempo, posiblemente varios años, pero está más cercano el momento del retorno que el de la salida, a no ser que Dios disponga otra cosa.
Entretanto, Ítaca sigue allí, quieta. Cambiada, y últimamente llena de turistas. En mis últimas estancias por allí ya me he dado cuenta de que en el centro de la ciudad, que visito con frecuencia, se escuchan muchas conversaciones en idiomas tales como flamenco o italiano, aparte del ruso que ya no debería sorprender a nadie. Posiblemente Valencia vaya a cambiar mucho más en los próximos años, así que bueno será seguir volviendo con la mayor frecuencia posible, antes de que, como ahora mismo, se haga tarde.