En primer lugar, este modesto autor de bitácora desea a los lectores que le queden una feliz y santa Navidad. Soy consciente de que podía haber sido mucho más prolijo este año, en que en Bruselas se han desarrollado acontecimientos que hubieran merecido una glosa adecuada en estas pantallas. Y no sólo se trata de una puerta de garaje más o menos, o de una de entrada que se cierre con mayor o menor habilidad. No sólo eso, no. La familia y yo hemos visitado lugares lejanos (las Floridas, con su bandera tan simpática) y cercanos (Ámsterdam, Delft y sus personajes ilustres), que en otros tiempos hubieran dado para una serie larga y fecunda de entradas gafapastosas sobre los antecedentes históricos, e hispánicos, de estos lugares.Eso por no hablar de los sucesos que han acontecido en la misma Bruselas, donde en los últimos meses del año se ha refugiado un remedo de gobierno catalán, sedicente exiliado, que ha originado ríos de tinta en todos los medios de comunicación que se precien, y ni una sola línea en esta bitácora que, obviamente, tiene una opinión al respecto, la de su autor, claro.
Pero corren otros tiempos, que no permiten el sosiego de antaño, así que me conformaré con lo que pueda, y el lector, en el supuesto de que lo siga siendo, tendrá que conformarse con lo que hubiere. Vamos, pues, con el asunto de la puerta, que quedó pendiente,cosa natural, porque no va a acabar el año con una solución.
El señor Puertinckx, que por lo general es solícito y muy cumplidor, comenzó a dejar sospechosamente de ponerse al teléfono. Dijo, llamando él, lo cual le honra, que pasaría a tomar medidas tal día. Tal día pasó, pero las medidas siguieron sin tomarse, y ya desapareció de mi vista. Finalmente pasó hace unos días una oferta por algunos cientos de euros para arreglar el problema, y así hemos quedado, que se nos han echado encima las fiestas, nosotros hemos tomado las de Villadiego, y la puerta está allí, cerrada a cal y canto, y con llave, y a la espera de que quien la instaló la ponga en condiciones.
En fin, que hay que quedarse con algo positivo de todo esto. Yo me quedo con la paciencia que estamos adquiriendo. Ya veníamos con mucha paciencia acumulada desde Rusia, pero la verdad es que Bruselas la está poniendo a prueba casi todos los días. Y es que Moscú había mejorado mucho en los últimos tiempos, y había alcanzado unos niveles de servicio que, quién me lo iba a decir en 1994, se echan de menos en el Reino de los Belgas. Al menos, en su capital.
En estos tiempos religiosos fuertes, es bueno poder decirse que uno se ha preparado la Navidad mal, como todos los años, pero que algo ha sacado del Adviento, como puede ser un poquito más de paciencia, con la certeza de que las cosas no se componen con la sola voluntad de uno mismo, sino que hay que dar pasitos hacia la solución, y muchas veces desandar los pasitos que habíamos dado, porque el camino por donde íbamos no era el correcto.
Y en estos momentos también conviene recordar que, después de la noche, vuelve el día. Diciembre ha sido un mes que sólo se puede calificar de tristón, en Bruselas. En todo el mes, no ha habido sino dos horas de sol, lo cual es la marca más baja desde hace decenios. Nos ha llovido, nos ha nevado, y la poca luz que he visto la he encontrado en Estrasburgo, donde estuve unos días a mitad de mes. He tenido más trabajo que el proveedor de espinacas de Popeye, y sólo con pena y esfuerzo he llegado a las vacaciones.
Pero bueno, es el momento de recordar una entrada anterior y de darse cuenta de que, poquito a poco, las cosas pueden ir yendo a mejor y de que sería injusto quejarse de cómo me van las cosas, cuando a tantos les va bastante peor.
Feliz Navidad. Y que las próximas semanas traigan pasitos, siempre cortos, en la dirección correcta. Y, si no es en la correcta, que nos demos cuenta antes de alejarnos demasiado del buen camino.
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