Sigo en plan ajedrecístico, porque, con el pésimo junio que nos está haciendo en Bélgica, lo mejor no es dedicarse a los deportes al aire libre, eso desde luego.
Y sí, es cierto que me pude haber puesto en plan nacionalista y, hace unas semanas, haber escrito sobre Arturo Pomar, que falleció unos días antes que Víktor Korchnoi; sin embargo, ni se me pasó por la cabeza, mientras que, en cuanto supe que Korchnoi había muerto, me dije que no podía menos que escribir unas líneas, a pesar de que iba de cabeza, y sigo yendo de cabeza, igual que cuando murió Pomar.
Los ajedrecistas, al menos en cuestiones de ajedrez, no somos apenas nacionalistas. El título de esta entrada es el lema, en latín, de la federación internacional de ajedrez, la FIDE (sí, hemos tomado las siglas en francés) y, traducido al castellano, viene a querer decir "Somos una sola estirpe". Claro, luego cualquiera me vendrá a decir que le dijera eso a los soviéticos, que hacían el ajedrez una cuestión de estado, pero lo cierto es que era el estado el que era nacionalista y utilizaba el ajedrez como una arma más. Los jugadores lo eran mucho menos y se dedicaban a jugar, con todas las excepciones que se quiera, que las había, pero curiosamente no entre los jugadores de primera fila.
Arturo Pomar, las cosas como son, no despertaba pasiones ni siquiera en España, al menos desde que se puso pantalón largo. Antes sí, porque como niño prodigio logró un hito aparentemente inalcanzable, como fue hacer tablas con doce años con el entonces campeón del mundo, Alekhine (en la foto están los dos), en una partida en un torneo serio en la que tuvo posibilidades de victoria. Eso fue un bombazo, y eso que Alekhine estaba en una pronunciada curva de bajada, pero seguía siendo campeón del mundo. Es cierto que Pomar obtuvo resultados sobresalientes, incluyendo su campeonato de España con catorce años, pero su estilo, la verdad, no invitaba al entusiasmo. Tuvo la mala suerte de que le tocó vivir en España, y no en la Unión Soviética, y para sobrevivir se dedicó relativamente poco a la competición, y demasiado a las exhibiciones de simultáneas. Y, en las exhibiciones de simultáneas, jugando contra rivales muy inferiores a él, su estilo se fue haciendo más y más rutinario, viviendo de su superioridad estratégica y en el final. Tenía mucho oficio, pero así no se puede despertar el entusiasmo de la afición, además de que ya llevaba muchos años retirado. Ajedrecísticamente había "muerto" hacía bastante tiempo, algo más de treinta años, mientras que Korchnoi, que tenía exactamente su misma edad, prácticamente murió con las botas puestas, seguía siendo un jugador peligroso, y probablemente ya haya ganado el campeonato del cementerio. De Pomar no estamos tan seguros.
En España no tuvo ayuda, y no puedo decir que me parezca mal del todo, y que conste que soy ajedrecista y que, si en su día me hubiera dedicado a esto, cosa que no me planteé, probablemente habría conseguido algún título internacional. No estaba España entonces, ni lo está ahora, como para dar ayudas al deporte profesional. En los años de las vacas gordas y los constructores forrados sí que hubo bastantes ayudas, y España se convirtió en el país que organizaba los torneos con mayores premios de Europa y hasta del mundo, lo que sirvió para que nos visitaran jugadores de segunda fila de los países del Este que venían a llevarse nuestros premios. Así, por ósmosis, ha mejorado el nivel que tenemos, y bastantes jugadores han descubierto que en España se vive de miedo, se han quedado, se han nacionalizado, y ahora los tenemos como españoles.
Pomar, indudablemente, tenía talento, pero se malogró porque, para ser profesional, tenía que estar todo el santo día compitiendo y participando en agotadoras exhibiciones de simultáneas, y eso a la larga pasa factura, y a él le dejó un estilo demasiado posicional. En estas circunstancias, que llegase a ser el 40 del mundo tiene su mérito, pero no lo lleva al olimpo ajedrecístico y, al final, para ganarse los garbanzos tuvo que buscar un empleo, y así se convirtió en funcionario de Correos.
Como niño prodigio, es inevitable fijarse en el otro caso sintomático, Sammy Reshevsky, que nunca fue un jugador profesional, pero que seguramente tuvo más talento que Pomar, porque logró sobrevivir a la explotación de sus padres, que le hacían jugar sesiones y más sesiones de simultáneas para sobrevivir en los Estados Unidos de la depresión, y llegar a ser el único jugador no soviético, hasta la llegada de Fischer y Larsen, en tener posibilidades de ganar un campeonato mundial. Sammy Reshevsky sobrevivió a las simultáneas, había sobrevivido a los ocupantes alemanes de Polonia, sobrevivió a los soviéticos, se hizo agente de seguros (que era lo que le daba de comer), y aún tuvo ocasión de participar regularmente en torneos internacionales, con un estilo de superviviente verdaderamente único que le llevó a ser un contrincante muy temido por su habilidad para levantar posiciones medio perdidas. Sobreviviendo.
Su último intento de llegar a campeón mundial lo hizo con nada menos que 57 años, una edad a la que Pomar ya llevaba retirado varios años. Se consiguió clasificar en el torneo interzonas, pero cayó en cuartos de final del torneo de candidatos frente a un jugador con el que tenía mucho en común y del que se oiría hablar mucho en las décadas siguientes, pero que era bastante más joven que él: Víktor Korchnoi.
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