En estos días, en Bruselas, mucha gente tiene historias bastante espeluznantes que contar. Como es sabido, una semana hace que tres musulmanes (vamos a llamar las cosas sin eufemismos) decidieron ganarse sus setenta y dos vírgenes por la vía rápida, haciéndose estallar en el aeropuerto de Zaventem y en la estación de metro de Maelbeek. La estación de Maelbeek no es una estación cualquiera, no: es el lugar por donde pasan, y salen a la superficie, los curritos de las instituciones europeas, porque está a tiro de piedra de las sedes del Consejo y de la Comisión, y no muy lejos de las de los Consejos de las Regiones y Económico y Social, y finalmente del Parlamento Europeo. Digo los curritos, y no los eurócratas, porque los eurócratas fetén y de verdad suben al metro raramente.
Bruselas se quedó en estado catatónico. Las autoridades, en su habitual reacción frenética, empezaron a tomar medidas de seguridad a troche y moche y, de momento, dejaron sin funcionar el transporte público colectivo, con el resultado de paralizar la ciudad. Es más, el resultado fue que todos los que estaban trabajando en Bruselas, pero viven en Gante, Amberes o Namur, se quedaron más colgados que un chorizo y se pusieron a buscar desesperadamente alguien que pudiera llevarlos a su casa o, alternativamente, algún sitio donde dormir en Bruselas. Se han escuchado multitud de historias de qué estaba haciendo cada uno durante los atentados. También se sabe que la cosa pudo haber sido mucho peor, y que si no lo ha sido es porque estamos en Bélgica, y en Bélgica las cosas se hacen con una dejadez que, en este caso, ha sido providencial, pero que normalmente pone de los nervios al más pintado, pero sobre eso volveré en otra entrada.
Una semana después, ya en Pascua Florida, la gente sigue estupefacta, como sin comprender cómo puede estar pasando una cosa tan alejada de sus esquemas mentales. El metro ha vuelto a funcionar, los vuelos han sido desviados como se ha podido a aeropuertos como el de Charleroi o el de Lieja, y las cosas, con mucho cuidado, están volviendo a su cauce, pero la gente está mosca.
Además, la geografía del terrorista parece menos circunscrita a Molenbeek de lo que se pensaba. Estos dos pollos vivían en Schaerbeek, otro sitio que ha pasado en pocos lustros de zona señorial a zona berberisca, mientras los belgas que habitaban allí, a medida que los moros se iban instalando, dejaban la zona asqueados para irse a vivir a las afueras. Y ahora es en Maelbeek donde han atacado. Podría pensarse que los sarracenos tienen querencia por los lugares terminados en -beek (que, por cierto, significa 'arroyo', aunque los que hubiera en su día están bajo tierra), pero al famoso Abdeslam lo detuvieron en Forest, al sudoeste de la región y que no tenía en principio tan mala fama como los otros dos sitios. Uno tiene la impresión de que ni el rey está seguro en su palacio de Laeken, y que, allá donde menos te lo esperas, salta un moro por los aires, y tú con él.
Mi historia personal es bastante menos heroica. Yo estaba de mudanza. Sí, tras un año de obras, paciencia y rechinar de dientes, finalmente nuestro hogar estaba lo suficientemente preparado para recibirnos, y quiso nuestra fortuna que decidiéramos mudarnos un 23 de marzo, y que la víspera estuviéramos empaquetando nuestras pertenencias, y que en pleno empaquetado, junto con dos mozos (pero bastante talluditos) de la empresa de mudanzas, nos enteráramos de la mascletà que los tres mahometanos descerebrados habían perpetrado.
- Habría que colgarlos - dijo uno de los mozos, el de más edad.
Yo me rasqué la cabeza, preguntándome en mi interior si se conseguiría localizar un pedacito de terrorista lo bastante grande como para poderlo colgar, y si eso serviría como escarmiento de quienes se estuvieran planteando imitarlos. A lo mejor, si se les cuelga con una cuerda de tripa de cerdo...
Unas cuantas casas más allá, otra mudanza estaba teniendo lugar. Sí, Bruselas es un paraíso para las empresas de mudanzas, con toda la población que entra y sale. La misma empresa que nos mudaba estaba sirviendo a una pareja de diplomáticos israelíes, y enfrente de la vivienda había un coche ocupado por cuatro pollos vestidos de negro y con gafas oscuras y pinganillos. Como para andarse con bromitas con ellos.
Así como el sector público belga, y algunas instituciones europeas, mandaron a sus trabajadores a casita, los de la mudanza no nos dejaron colgados. Ellos, a lo suyo. El miércoles, a las cinco de la tarde, pagué religiosamente lo que me pidieron, le di la mano al capataz, y desde entonces hemos dejado de pagar alquileres ¿Fin de la historia? Noooo... quedaba una cosa que se presume sencilla, y que de hecho lo es: pasar el teléfono y la conexión de Internet de un lugar a otro.
Bueno, pues sí he estado sin actualizar la bitácora hasta hoy es porque, en Bélgica, las cosas que se presumen sencillas tienen siempre un plus de dificultad que convierte cualquiera trámite en una aventura, cualquier aventura en una tortura, y cualquier tortura en un martirio, pero eso lo dejo para la próxima entrada, porque hoy se hace tarde.
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