Los españoles tenemos todavía un regusto del complejo de inferioridad en el que nos han sumido los dos últimos siglos de decadencia, y a veces imploramos la comprensión del extranjero para con nuestras miserias. No de otra manera interpreto yo, por ejemplo, la pregunta que con harta frecuencia se me hace desde España: Y, por allí, ¿qué se cuenta de lo que nos está pasando? Últimamente se referían al hecho de no ser capaces de darnos un gobierno 'de verdad', en lugar del apaño provisional con el que estábamos saliendo del paso; otras veces han sido distintas situaciones que a quienes me preguntaban les parecían causa de vergüenza para España y los españoles.
La primera respuesta es, posiblemente, decepcionante, porque en Bélgica de los hasta ahora mismo vanos intentos de formar gobierno en España no se dice ni mu, y es normal que así sea, porque Bélgica está lejísimos de ser un ejemplo a seguir, y porque los diez meses que en España llevamos, no sin gobierno, sino con el gobierno en funciones, son una marca que Bélgica superó de largo no hace tanto tiempo.
Pero es que, además, en España nos debemos creer que, puesto que la información internacional ocupa un lugar tan importante en cualquier medio de información español, en los demás países la situación debe ser parecida. Pues no es así. En los demás países, se ocupan en primer lugar de sus asuntos, y sólo después de la información internacional a pie de página, y aun dentro de la información internacional, en el extranjero se ocupan de las grandes potencias, no como en España, donde se nos informa con detalle de las vicisitudes del gobierno camboyano, sin ir más lejos (porque apenas se puede, vale) o se hace un seguimiento del referéndum colombiano como si nos fuera la vida y la hacienda en ello.
Con todos los respetos hacia Colombia, e incluso hacia Camboya, lo que pase por allí se sigue en esos países, en los vecinos, y en los sitios acomplejados como España, en que no parece sino que estemos buscando algún lugar más decadente para consolarnos con su compañía. En Rusia, por ejemplo, la información es interna, y luego hablan un poquito de los países ex-soviéticos y de Alemania, Francia y, sobre todo, Estados Unidos. Y en Bélgica se escribe de política interna, que es muy complicada, como lo es el propio país, que está de psiquiatra, y luego de las potencias que lo rodean: Francia (sobre todo), Alemania (potencia invasora habitual) y Reino Unido. Y, claro, de Rusia y mucho más de Estados Unidos.
De España no se habla ni tantico. Y eso que apenas se encuentra un belga que no haya estado en España de turisteo, pero lo que pueda pasar por nuestro país les trae más o menos sin cuidado, igual que a los ingleses que colonizan nuestras costas y no hay forma de hacerles pronunciar dos frases seguidas en castellano, que lo que pase en España les trae sin cuidado, pero a los que tiene en vilo su propio país y su intención de cortar la libre circulación de personas en la Unión Europea que quieren abandonar.
Todo esto para relatar que nuestra crisis política y el hecho de que los partidos con posibilidades de hacerse un hueco sean cuatro en lugar de dos carece de importancia más allá de los Pirineos. Cuento con que en Portugal sí que le den algo más de importancia, pero sólo porque somos sus vecinos y no tienen otros, los pobres.
Lo que pasa en España, sin embargo, yo sí que lo he ido siguiendo desde la distancia o, cuando he pasado por allí, a pie de calle. A mí me parece que lo que ha sucedido y el triunfo final de Rajoy a la hora de hacerse con el gobierno es el último éxito de la generación de sesentones que ocupó el poder (entonces, claro, no eran sesentones, sino unos jovenzuelos) cuando falleció Franco.
Aquella generación, encabezada por el anterior jefe del Estado (que ya no es Franco, sino su sucesor a título de rey), se lo montó por todo lo alto a costa de endeudar a sus hijos, y hasta a sus nietos y bisnietos. Cuando murió Franco, España tenía un gasto público bastante modesto y una administración de pequeño tamaño y pocos medios. Barata, aunque lógicamente no muy eficaz. El sistema de protección social era bastante precario y se apoyaba fuertemente en la familia y en la Iglesia. Los impuestos directos se pagaban de vez en cuando y el sector público industrial era bastante potente, y tomado en su conjunto generaba beneficios. Pocos, pero beneficios. Eso sí, los que llegaban a viejos tenían pensiones de supervivencia y poco más y más valía que contaran con la ayuda de sus descendientes, que por supuesto se la daban, porque llevar a los padres de uno al asilo era la mayor de las vergüenzas, y causa de que a uno lo señalaran con el dedo por la calle si llegaba a conocerse semejante afrenta a las canas.
La generación que tomó el poder, cuyo representante más típico, aparte del jefe del Estado, es Felipe González, puso todo aquel sistema patas arriba. Una reforma fiscal radical y una administración de Hacienda modernizada y eficiente pusieron a disposición del poder una cantidad ingente de medios económicos. El equipo económico de González, formado por tres personas de su misma generación (Solchaga, Boyer y Borrell), quedó cegado por el éxito. El caso es que el sector público español se multiplicó en poquísimo tiempo, y la administración pública tragó a todo recién licenciado vía oposición (a veces con más plazas que candidatos) y a todo simpatizante a través de interinajes diversos que invariablemente terminaban con la plaza en propiedad. Esto pasó en la administración central, en la autonómica, en la local, en las universidades y en la empresa pública. La generación de la transición quedó colocada, a la vez que España se dotaba de una administración mucho más cara, pero obviamente mucho mejor en términos absolutos. El problema del sector público español es que España sólo lo puede pagar bajo circunstancias excepcionales de crecimiento económico y de ingresos fiscales, como pasó entre 1998 y 2007, aproximadamente, pero no en condiciones normales... que son las que hubo entre 1993 y 1998 y como las que hay ahora. En esas circunstancia, la única forma de pagar el monstruo que da de comer a los sesentones que nos han estado gobernando es endeudarse más y más. 'Lo prometido es deuda', rezaba un eslogan publicitario de los últimos setenta y primeros ochenta. Yo era un niño, educado en un ambiente -por desgracia- endeudado y que, por tanto, tenía un fortísimo rechazo hacia las deudas (como saben los que me sufren, conservó ese rechazo corregido y aumentado) y ese eslogan me parecía directamente perverso.
A los supersesentones que nos han estado gobernando, la deuda no les preocupa. Al fin y al cabo, no es su problema. Los que estaban en el poder se han hecho ricos, comenzando por el entonces jefe del Estado, lo que les ha dado para pagarse caprichos y amantes y asegurarse la vejez. Que para ello hayan hipotecado a los que hemos venido detrás es una consecuencia más o menos lamentable. De hecho, les han engañado con todo un tipo de, como ellos dicen, 'avances sociales', en plan de divorcio, aborto, ideología de género, uniones homosexuales y todo tipo de engañifas para disimular que lo que en realidad estaba pasando es que unos jetas estaban esquilmando el país impunemente. Una generación, hoy con los sesenta y los setenta años cumplidos, compuesta por gente como Juan Carlos de Borbón, Adolfo Suárez, Felipe González, Alfonso Guerra y su hermano, Jordi Pujol, Rubalcaba, Rodrigo Rato, Álvarez Cascos, Solchaga, Barrionuevo, Roldán, Vera, Aznar, Chaves, Zaplana o Rajoy, entre otros muchísimos que me dejo.
Todos ellos han afectado odiarse mutuamente mientras se llenaba los bolsillos con el dinero que pagarán nuestros hijos. Pareció que, al llegar Zapatero al poder, iban a dejar paso a los siguientes, pero no: en cuanto Zapatero se desmandó demasiado, le pusieron al lado, primero a Solbes y luego a Rubalcaba, representantes de la misma generación de siempre, para poner coto a sus desmanes.
La primera señal de que las cosas estaban cambiando la dio el jefe del Estado. Con la vida solucionada, y ya no para muchos trotes, Juan Carlos de Borbón dejó paso a su sucesor, que pertenece a una generación intermedia (la mía, por cierto) que peina canas taponada por la generación anterior, mientras los que vienen por detrás, los Sánchez, Ribera e Iglesias, les adelantan por la derecha y por la izquierda.
El último representante de la generación anterior es Rajoy, al que acompaña en el gobierno su ministro de Asuntos Exteriores, también de la misma colla. En las últimas dos elecciones ya estuvo rodeado en los debates por gente unos cuantos lustros más joven, y el peligro de perder poder ha sido real.
Yo interpreto lo que ha sucedido entre los sociatas de acuerdo con la lucha intergeneracional en la que estamos. Para derribar a Sánchez, que apenas supera los cuarenta e incluso aparenta menos, qué desfachatez, ha salido de su retiro la principal figura de la generación de la transición, Felipe González, asistido por su vieja guardia, para poner las cosas en su sitio de una manera sin precedentes. De momento, les ha salido bien, pero no sé si volverá a ocurrir.
Lo digo porque parece que en el Congreso, en los debates de investidura, el sociata que han tenido que poner de portavoz a falta de representantes de la generación de los patriarcas, al parecer, ha dicho que van a proponer la regulación de la eutanasia.