Y seguimos buscando culpables
Ha pasado ya cerca de una semana desde que estamos en estado de alerta máxima, y la gente empieza a cansarse un poquito del asunto. El metro vuelve a funcionar, y hay quien lo usa y todo, quizá mirando con algo de aprensión a los pasajeros morenos y con barba larga; los colegios han sido reabiertos, se supone que con medidas suplementarias de seguridad de las que mis hijos no me han dicho mucho. Los centros comenciales han vuelto a abrir, porque a ver de qué iba a vivir si no el personal. Y, si alguien queda trabajando desde su casa a estas alturas, es porque lo hubiera hecho de todas maneras.
En estas circunstancias, cada vez va tomando más cuerpo lo que escribía ayer, de que algo tenía que haber pasado para justificar tanta metralleta y tanto soldado por las calles del centro. Pero, básicamente, no ha pasado nada. Y la sospecha de que las autoridades tratan de compensar su inacción de años con su sobreactuación de estos días cobra fuerza, y no hay sino escuchar los comentarios que se oyen por la calle.
Y aquí estamos, compadeciendo a los militares que se pasan horas de pie, con los pasamontañas puestos y cargando el chopo horas y más horas, en lugar de estar pegando barrigazos por las Ardenas, con lo que al menos entrarían en calor. No saco fotos suyas, aunque suelen ser gente amable que responden cuando se les saluda, así deben estar de aburridos, porque no tengo ganas de meterme en líos, y sacarle una foto a un tiarrón armado hasta las cejas es meterse en líos.
Como ya sabemos desde hace mucho, la naturaleza humana es proclive, desde su creación, a buscar culpables ajenos de las desgracias que le aquejan. Como ya sabemos que los belgas nunca se equivocan, es ocioso buscar entre ellos uno que levante la mano y diga que se siente responsable de parte del follón, siquiera sea por haber votado repetidamente a un político que, a fuerza de amar la diversidad, ha terminado por acoger a todo bicho, aunque el bicho tuviera por la diversidad mucho menos aprecio que el político.
Veamos este artículo, que hace el esfuerzo suplementario de sistematizar los culpables. No está nada mal para abrir el debate y, aunque posiblemente mete más culpables de los estrictamente necesarios, uno de los que mete es especialmente pertinente: el alcalde hasta 2012, Philippe Moureaux, socialista, una persona que no puede menos que ser partidaria del multiculturalismo, porque lo ha practicado activamente, llegando hasta el punto de divorciarse de su esposa, de raza blanca y aburrida, para casarse con la chica de arriba, musulmana, pero, evidentemente, no demasiado observante del código de indumentaria salafista. No, no es el abuelo de la novia: es el novio. Las malas lenguas, que no descansan, han venido diciendo que se convirtió en padre y hasta en padrino para toda la familia de su flamante esposa, a buena parte de la cual ha encontrado trabajo.
Él, como buen belga, asegura que no es culpable y dice que él estaba cerca de la gente y que los responsables son los actuales gobernantes, que no lo están.
Vamos, que estaba cerca de la gente, al menudo de alguna, parece claro. Que eso le libere de toda responsabilidad es otra cosa.
Conflicto Rusia-Ucrania. Actualización mes de octubre
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