Durante los últimos meses, de vez en cuando, hemos recibido en Bruselas visitas de los amigos que hemos dejado en Moscú, y así es como nos ha llegado la noticia de las medidas que ha tomado el alcalde Sobyanin para eliminar los atascos. Bueno, si no es eliminar, por lo menos para ponerles trabas.
Una amiga nuestra, residente en la milla de oro moscovita, ese barrio que tiene como arterias principales las calles Ostozhenka y Prechistenka, y donde los pisos cuestan aún más que la fruta en el Asbuka Vkuza, nos contó que, dede hacía poco, en el centro de Moscú habían introducido el aparcamiento de pago y que, desde entonces, ella tenía su tarjeta de aparcamiento de residente, que le costaba sus buenos tres mil rublos al año, y con eso aparcaba en su barrio sin dificultad. Y, añadía, como la gente no iba en coche al centro, salvo que viviera allí, ya no había atascos.
Obviamente, mi postura en esta cuestión era más o menos como la de Santo Tomás: "si no lo veo, no lo creo". Llegado que hubimos a Moscú, poco menos que lo primero que hicimos fue verificar si tal cosa era verdad, y he aquí mis conclusiones.
Para empezar, no es exactamente cierto que aparcar en el centro de Moscú fuera gratis desde siempre. De hecho, en tiempos de Luzhkov, y bastante antes de su caída en dsgracia, se implantó el aparcamiento de pago en lugares como la calle Tverskaya. Lo que pasa es que quello era un cachondeo. En lugar de las máquinas automáticas como las de la ORA, que son las que han puesto en este nuevo intento, quienes cobraban por el aparcamiento era unos gorrillas que se te acercaban exigiéndote el pago, y que más de una vez te pedían más de lo que estaba establecido, a ver si colaba. Vamos, que en realidad los gorrillas desaliñados que okupan en verano la Malvarrosa son más serios. Aquello no podía acabar bien, y finalmente la cosa acabó poniendo grúas, que eso sí que disuade... y permitiendo aparcar en las aceras, con el consiguiente cabreo de los peatones que pasábamos a duras penas entre el morro del coche (semejante al de su conductor) y las paredes de las casas.
Ahora no. Lo que hemos visto en la semana que hemos pasado por allí ha sido que las aceras de la Tverskaya están, por fin, despejadas, y que efectivamente el aparcamiento en el interior del Sadóvoye Koltsó es de pago rigurosos, con unas máquinas de la ORA muy estilizadas y muy monas. Eso sí, para ser capaz de pagar poco menos que hay que hacer un curso específico.
Como eso de pagar por algo que era gratis no concuerda con la idiosincracia del ruso (ni con la de nadie, para qué vamos a engañarnos), los rusos, según nos han dicho, se están rascando la cabeza para encontrar subterfugios con los que evitar el pago, sin pagar, ni los ochenta rublos por hora que cuesta aparcar, ni los dos mil quinientos rublos de multa que te pueden caer, y bastante más si la grúa se te lleva el coche.
Pero, como se me hace tarde, lo dejaré para la próxima, esperando que encuentre un rato en los próximos días para escribir, porque aquí, el que se rasca la cabeza para encontrar un hueco soy yo. Creo que se nota: ocho años llevando esta bitácora, y es el primero en el que no celebro su cumpleaños (fue el 1 de mayo), y no porque se me olvidara, sino porque no hubo forma de hacerlo.
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