El domingo siguiente que pasé en Bruselas busqué otra posibilidad de ir a misa en español, y resultó que en el mismo centro de la ciudad, en Riches Claires, había otra misa en castellano, y además por la mañana, que dejaba toda la tarde libre para hacer cualquier cosa. Animado por las perspectivas favorables, me dirigí hacia allí con tiempo sobrado para no llegar tarde.
El templo barroco, también bastante grande, presentaba desconchones por varios sitios y no daba una impresión de cuidado, pero supongo que eso es lo de menos (¿o no?). En esta ocasión la feligresía sí que estaba en sus asientos, bancos, no sillas, pero sin reclinatorios, y la impresión que daban era bastante parecida a la de la misa de Saint Gilles: hispanoamericanos de todas las edades y ausencia generalizada de europeos, con la excepción de quien escribe y de algún otro despistado.
Al entrar en la iglesia, y puesto que se escuchaban los ensayos de las guitarras en la zona del coro, tomé un cancionero de un montón que había sobre una mesa y procedí a hojearlo. La portada ya daba que pensar, y el título no digamos: "Cancionero latino." Ya empezábamos. Hace no mucho tiempo, cuando uno entraba en una iglesia y leía "cancionero latino", lo que esperaba encontrarse en un libro con ese título era un compendio del gregoriano más clásico. Pero eso ya pasó, y lo de latino dejó de ser Cicerón, para quedarse en "El cóndor pasa", y gracias.
Pero lo que realmente mosqueaba del cancionero era la portada. Muy cuca, en color, y con banderas de todos los países de habla hispana. Estaba la albiceleste argentina, la chilena, la uruguaya, la peruana, la colombiana... todas, vamos ¿Todas? ¡No! Por más que escudriñé, no hubo forma de encontrar, porque no estaba, la rojigualda española. Así que tenemos una misa en español, pero diplomáticamente pasamos del país de donde procede el idioma, y no solo el idioma, sino también el país de donde vinieron quienes evangelizaron todos los territorios de las banderitas tan monas que había ahí pintadas. Leches, que estábamos en una iglesia, y en una iglesia católica, que quiere decir, y nunca lo recordaremos bastante, universal, todo lo contrario que andar jugando con banderitas, y menos excluyendo tan claramente a un país que nunca debería faltar en ese grupo, porque sin él ninguno de los otros existiría como son hoy.
Mosqueo aparte, entré en el templo, me senté hacia la mitad y, al poco, la misa empezó, y menos mal, porque los ensayos de la banda eran estremecedores.
Si lo de la última vez tenía su enjundia, lo de ésta era como para buscar la cámara oculta, porque aquello no podía ser verdad. A mí me parece bien que los sacerdotes tengan sensibilidad social, vale, pero ¿qué tal si, sensibilidad social aparte, hablamos de Cristo? Aquello parecía una reunión de un club social, con el cura haciendo de animador, pero es que la peña conversaba en mitad de misa sin la menor devoción, y el cura, por su parte, lanzó una homilia estrafalaria, se inventó el Credo, ¡se inventó el Credo!, que no tenía apenas nada que ver con el de verdad. Obviamente, en la consagración me arrodillé yo y nadie más, y sobre la comunión, vale lo dicho la última vez: la muchachada tomaba la hostia y, en lugar de llevársela a la boca inmediatamente, la introducía en el cáliz con el vino, con el riesgo ciertísimo de que cayeran gotas por ahí o de que se les partiera y acabara en el suelo. Demoledor. Toma respeto por Dios.
Cuando me tocó a mí, me cogí las manos a la espalda, y el cura pareció un poco confuso, pero enseguida se repuso, mojo él la hostia en el vino y me la puso en la boca. Así, sí vale.
Al acabar la misa, se formó un tumulto a la salida antes de que llegara mucha más gente a tomar café y pastas, que es a lo que me parece a mí que realmente iban a la iglesia. Y me parece bien que se haga así, pero tampoco costaba mucho (¿o sí?) hacerlo después de una liturgia más respetuosa. A mí me pareció que la visión de alguien tan pálido como yo y que pronuncia la ce como en la mayor parte de la Península no les iba a resultar agradable, así que tomé las de Villadiego haciéndome lenguas de lo que había visto y de cómo podía echar de menos la misa de Saint Gilles, que tampoco es que fuera la repera, aunque quizá sí en comparación con lo que terminaba de ver.
Pero, claro, el problema seguía sin resolver, y algo tenía que poderse sacar en claro, porque, aunque muchos españoles se han hecho bastante descreídos, entre toda la incontable población española de Bruselas, no podía dejar de haber algún católico, y éstos, ¿a qué misa iban?
No sé si voy a poder responder a esta pregunta, porque todavía no lo tengo claro. Lo que es seguro es que la búsqueda no había terminado, pero, visto que lo de la misa en español no estaba dando buen resultado, iba a probar con una misa en francés, a ver a dónde iban los indígenas. Pero eso será en la próxima entrada, puesto que hoy se hace tarde.
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