Una de las cosas realmente difíciles en Rusia, y parece que lo va a seguir siendo durante mucho tiempo, es hacer que la gente vaya a los sitios. De hecho, buena parte de mi trabajo en Rusia consistía en hacer asistir a la gente a sitios a los que muchas veces no tenía muchas ganas de ir. Y eso es algo bastante complicado, de verdad. Pelarse con la aduana es una cuestión baladí, caminar por la cuerda floja de los pagos más o menos aceptables es poca cosa; no, lo que verdaderamente es difícil es convencer a la gente de que vaya a un sitio a hacer algo que tú quieres que haya.
Por ejemplo, a un desfile de moda.
¿A que parece absurdo? Te llaman de parte de la Embajada de Tiranistán y te dicen a ti, que eres un profesional de la moda, porque tienes una tienda, o eres diseñador, o lo que seas, que te invitan gratis total al desfile y que, encima, puedes quedarte después a papear algo, que Tiranistán no repara en gastos. En cualquier país del mundo tú irías alborozado y dirías que de mil amores y subrayarías con purpurina esa fecha del calendario.
Pues en Rusia, no.
En Rusia, la reacción suele ser exactamente la contraria. Vale, a veces no pasa, pero la mayoría de las veces el ruso estándar se pone muy ufano, sí, porque Tiranistán y sus emisarios le persigan para invitarle a un desfile, pero eso no quiere decir que vaya a ir, no, señor. No soy capaz de dar con la tecla de por qué cuesta tanto, pero aventuraría un par de causas. La primera, pereza pura y dura. Uno de los personajes literarios más importantes de Rusia es Oblómov, héroe de la novela más importante de Iván Goncharov. Bueno, pues Iván Goncharov hizo un flaco favor a la causa al publicar esa novela, porque Oblómov es un perezoso abúlico de siete suelas más inútil que un reloj de sol en Bruselas, pero Goncharov consigue que caiga bien y he oído a más de un ruso, y a más de dos, justificar su abulía con una sonrisita y diciendo: "Oblómov..."
Aparte de eso, por pura lógica ilógica, el ruso piensa que, si te llaman, es que te consideran importante. A un ruso le encanta que le consideren importante. Puestos a serlo, si no vas, es que eres muy importante, demasiado importante como para honrar ese desfilito de poca monta. Y, si dices que vas a ir y finalmente no vas, es que ya eres la recontrapera de importante; tanto, que se van a quedar esperándote y echándote de menos. Qué gozada.
Bajo la lógica existente en las clases empresariales occidentales en general (y tiranias en particular), esta forma de pensar es incomprensible, y el resultado es que las cosas no salen bien. Como no pueden estar equivocados, claro que no, los extranjeros salen quejándose amargamente de los rusos, cuando lo único que había que hacer era cambiar el chip ¿Cómo? Bueno, no lo voy a contar todo.
El caso es que, ajenos a lo que se venía encima, Sagardoy, Lupita y Héctor, con el inefable concurso de Engatusso, perdían el tiempo pidiendo a los constructores que cambiaran las cortinas por unas de otro color, y se las prometían muy felices de lo que iban a presumir al volver a Tiranistán por haber sido ellos capaces, ellos solos, de organizar un desfile de moda en tres semanas nada menos que en la hostilísima ciudad de Moscú, gracias a su genio, carisma, laboriosidad y ardor guerrero; mientras tanto, ahora que los trajes estaban ya ciñendo el cuerpo de las modelos, que las maquilladoras las estaban dejando en condiciones de quitar el hipo al más pintado, que el teatro estaba pagado y contratado y que los diseñadores se paseaban de aquí para allá dejando constancia de su porte y de su saber hacer, y que se esperaba descorrer la cortina en poco tiempo y ver aparecer a la señora Putina y a la señora Schefla, esposa del general Ranzai, en ese momento, digo, el verdadero problema consistía en saber si aparte de esas dos ilustres espectadoras y de quienes por fuerza estábamos oblligados a tragarnos el desfile, habría alguien más.
Vamos, que el problema consistía en, una vez había sudado para contratar el Bolshoi, llenarlo.
Claro, se supone que ése es el típico problema que tiene que resolver alguien que esté en el mundillo y conozca a gente que, siquiera sea por no hacerle un feo, se avenga a asistir. De hecho, a la agencia le pagaban para eso. Y de vez en cuando había alguna preguntita por mi parte:
- ¿Qué? ¿La gente va confirmando que va a venir?
- Oh, sí, la gente está muy interesada.
Dios mío, bastaba oír eso para que a uno le dieran escalofríos. Cuando te prometen que van a asistir cien, puedes darte con un canto en los dientes si consigues la tercera parte. Entrentanto, las cosas se han profesionalizado mucho en Rusia y hay empresas y páginas web especializadas en que los actos sean todo un éxito de asistencia, aunque los que vayan sean más frikis que un imperialista luxemburgués; pero entonces no existían todavía tales conceptos y, por tanto, había que estrujarse las meninges para obtener algo razonable. O, por lo menos, aparente.
Tanto más, cuanto que las fechas ya eran inminentes y los peces gordos de verdad, comenzando por el doctor Atsock y por el matrimonio Ranzai estaban al caer.
Pero mejor dejémosles que caigan mañana, que hoy se hace tarde.
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