Pues señor, comenzaré por la descripción de los personajes que se sentaron a la mesa, pero no sin antes fijarnos en el novio, que, al fin y al cabo, era el causante de todo el embrollo. Le llamaremos Gannivet Lecter, porque su nombre no lo usaremos aquí por principio, y su seudónimo habitual está tan extendido que sería violación del consabido principio de anonimato.
Gannivet Lecter, pues, apareció un buen día por Moscú y rápidamente se aficionó tanto al país como, sobre todo, al paisanaje, que pronto no hubo forma de sacarle de allí, hasta el punto de que anduvo recurriendo a subterfugios y artificios diversos con tal de prolongar sus días por aquellas tierras. Quiso Dios que de los mencionados artificios, y de las aventuras que corrió durante su desarrollo, no sólo no saliera demasiado desquiciado, sino incluso con un trabajo decente y ciertos posibles, que le han llevado a dar el paso de abandonar la soltería, cierto que después de una larga y minuciosa, muy larga y muy minuciosa, búsqueda de candidatas a acompañarle en el susodicho paso.
En sus andanzas por Moscú destacan dos compañeros de correrías que han comido con Gannivet más de cuatro veces y bebido más de cuarenta, cuales son Roberto (a quien no vamos a presentar a estas alturas, cosa que seguramente agradecerá) y Kloonich, también conocido por "la Máscara", por su habilidad para aparentar seriedad, probidad, altura de miras, costumbres pacatas y morigeradas e interés por la cultura y los espacios abiertos, cuando en realidad presenta curiosas semejanzas con Gannivet Lecter, menos hábil a la hora de disimular sus inclinaciones nocturnas.
Además de estos dos, se sentaban a la mesa los compañeros de Roberto en Kolomenskoye, la Zorra y el Coronel. Y a la Zorra le acompañaba su compinche habitual en Moscú, alrededor del cual orbitó frecuentemente su existencia, y él mismo, literalmente, mientras residió allí. Planeta, que así le llamaremos, había llegado a Moscú con la misión de dar un impulso a una empresa española de envergadura, cosa que consiguió gracias a su capacidad de liderazgo y buen hacer laboral, entre otros factores; de paso, se aficionó igualmente a las oportunidades de ocio y solaz que brinda la capital rusa y atrajo a la misma a un satélite, al que con el tiempo dicen que el Coronel bautizó con el sobrenombre de la Zorra. Pero, como de las andanzas de estos dos personajes no estoy apenas informado, ni quisiera yo que estas líneas redundaran en su desdoro, mejor será que termine esta semblanza con la sugerencia a Roberto, que siguió sus hazañas más en detalle, o a otro escritor más enterado que yo, de que glosen sus aventuras.
Por su parte, el Coronel es un personaje que exige un esfuerzo de síntesis para condensar sus facetas en un párrafo. Así como algunos van a trabajar tan elegantes como si fueran a una boda, el Coronel iba a trabajar, o a cualquier sitio, como si volviera de una boda, que no es exactamente lo mismo. En todo caso, merece una entrada aparte, pero, de momento, bastará decir que en la boda, como Kloonich, también llevaba una máscara, pero en forma de carrillo inflamado y aspecto demacrado, patibulario y enfermizo. Al parecer, se había escapado de un hospital vasco por la mañana para asistir a la boda, después de haber sido ingresado en circunstancias oscuras.
De momento lo dejo, aunque queda algún personaje por nombrar, pero eso quedará para mañana.
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