Desde los tiempos en que había tres vuelos directos a la semana a España, y ni uno más, a los actuales, en que hay vuelos directos de Iberia, Aeroflot, Clickair y las que seguramente me dejo, entre Rusia y España (y no sólo entre Moscú y Madrid), las posibilidades de hacer una escapada a España se han incrementado notablemente, incluso sin que se enteren en el trabajo. Uno puede salir del trabajo un viernes por la tarde, desear buen fin de semana a sus compañeros y despedirse hasta el lunes. A continuación, un viajecito al aeropuerto (cuya accesibilidad es mejorable, pero parece que están en ello), montarse al avión después de los engorrosos controles de seguridad y poco menos que cenar en Madrid, e incluso en Valencia, que es lo mío. Y luego, tras dos días por allí, puede tomar uno de los vuelos nocturnos que salen desde Madrid con destino a Moscú y aparecer el lunes a las seis o siete de la mañana en el aeropuerto. Si consigue pasar por casa para tomar una ducha y cambiarse, es posible que pase desapercibido entre sus compañeros de trabajo y que éstos atribuyan las cabezadas que uno, fatalmente, dará después de comer a un fin de semana un poco más juerguista de lo habitual.
Pues bien, como tenía lugar la boda de un amigo, decidí asistir a la misma con Alfina. Tuvimos una preciosa ceremonia en la ermita de la Muntanyeta dels Sants, cerca de Sueca y de mi feudo, y un convite en la orilla de la Albufera. Poca cosa habrá más tradicional.
En esto, llegó la hora de pasar a la sala. El novio, que temía seguramente por la dignidad del acontecimiento, que suponía que podía quedar comprometida en el caso de que sus amigos estuviéramos sentados en la misma mesa, resolvió desperdigarnos por la sala para desactivarnos, y así me encontré con que buena parte de mis amigos estaban sentados estratégicamente en los rincones más alejados, mientras que a nosotros nos habían sentado con otros cuatro matrimonios. Uno de los matrimonios era el formado por
Herbert y esposa, lo cual garantizaba el buen rollo, pero los otros tres habían sido cuidadosamente escogidos por el novio (a quien llamaremos Prólix, él sabe por qué) de entre los chicos y chicas "bien" de Valencia.
Llegaron unos, se nos presentaron formalmente a nosotros cuatro, y se sentaron. Luego debieron levantarse y un minuto después vimos llegar al hombre:
- ¿Habéis visto a Amparo? - nos preguntó.
- Sí, ahora mismo la he visto con otro por ahí - soltó Herbert. Es que hay que conocer a Herbert.
El hombre se quedó con la boca abierta.
- No le hagas caso, que es broma - le dijo la esposa de Herbert-. Es que él es así.
- En todo caso - dije yo-, tranquilo, que volverá. Se ha dejado el bolso en la silla.
El hombre nos miraba alternativamente sin cerrar la boca. Su mujer apareció por detrás de él.
- Mira, si ya está ahí.
El hombre tomó de la mano a la mujer, no le soltó la mano en toda la cena y ya no intercambió una palabra con nosotros. Bieeeeeennn, haciendo amigos.
Luego llegaron las otras dos parejas. Resultó que los maridos eran compañeros de colegio de Herbert y de mí mismo, aunque yo hacía algún lustro que no los veía y, realmente, eran de las últimas personas con las que esperaba compartir mesa aquel día. Ya en el colegio apuntaban maneras de chicos "bien" (no como Herbert y yo, que éramos otra cosa), y con el tiempo, y con sus respectivos matrimonios, las habían mejorado y consolidado.
Tras las presentaciones, una de ellas creyó oportuno justificar su ausencia de la ceremonia religiosa, de la que ninguno nos habíamos percatado.
- Ess que hemoss esstado en la Copa América, en lass regatass ¡Huy, de verdá! Si tenéiss oportunidad, si conocéiss a alguien que tenga un barco, que oss lleve, de verdá. Y, claro, despuéss nos hemoss ido hacia Sagunto y no hemos vuelto al puerto hassta lass cinco y esso.
- Y, claro - continuó su marido-, ya nos hemos al apartamento a cambiarnos y no hemos llegado a la misa ¿Ha estado bien?
Alfina creyó llegado el momento de intervenir.
- Sí, ha sido una ceremonia preciosa. Y el cura ha estado muy bien y muy simpático. Me ha gustado mucho.
El marido se quedó confuso. Yo creo que su "¿La misa ha estado bien?" había sido una pregunta de compromiso, pero no tenía mucho interés en la respuesta.
- Puess la regata ha esstado ssuperbién. De verdá, si conocéiss a alguien, algún amigo o esso, que os lleve. Pero, esso ssí, que el barco lleve televissión, porque si no no te enterass de nada.
- Claro, en la televisión te ponen gráficos superexactos, que te lo explican todo, quién va delante.
Decidí atreverme a hacer una pregunta.
- ¿Y quién ha ganado la regata?
Los seis me miraron como a un ser ausente de este mundo, un ente carente de la cultura más básica.
- Ha ganado el "Alinghi" - dijo uno.
- ¿Y cómo ha estado la cosa?
- Puess el New Zealand tiene basstante habilidad y ess muy maniobrero en lass trassluchadass, pero sse notó que hay mucha diferencia en las empopadass, porque el Alinghi es máss rápido. Y claro, en la empopada final le acabó ssacando máss de veinte ssegundos, aunque al final loss del New Zealand sse dejaron ir.
La conversación en la mesa siguió animadamente entre seis de los diez comensales. Yo traté de ocuparme de otra cosa (a estas alturas deberá haber quedado claro que la vela no es lo mío) y, a falta de compinches en los que pudiera confiar, me levanté y me puse a organizar a los amigos sentados por la izquierda, mientras Alfina hacía lo propio con los de la derecha, para gritar un "¡Que se besen!" a voz en grito. Prólix, el novio, que no me perdía ojo, me seguía con la mirada.
Volvimos a los asientos.
- A las diez y veinte en punto comenzamos con un "que se besen" - avisé.
- ¡Huuuuuuy! A la novia no le va a gusstar nada esso.
- Pues no haberse casado.
El "que se besen" fue un éxito y la sala lo coreó. Espero que a la novia, a pesar de todo, le gustase, porque, si no, vaya mal comienzo. Algún gritito más conseguimos organizar, pero la verdad es que Prólix nos lo había puesto difícil con su política de diáspora. Pocas veces me he sentido tan impresentable como ésa. Sólo había que ver cómo nos miraban nuestros compañeros de mesa, que seguían hablando de temas como la carrera profesional, con doctorado en tres países, de uno de ellos, el cambio climático, el Protocolo de Kioto y otros a cuál más apasionante. Y regatas, muchas regatas. Empopadas. Trasluchadas. A mí me sonaba a orgullo gay eso de empopada. Pues que empopen a otro, a ver si sale trasluchado.
Cada uno de los matrimonios tenía un hijo, prácticamente recién nacido, y ni uno más. El tema de conversación varió ligeramente.
- ¿Vossotross cuántoss tenéiss?
- Tres - dijo Alfina toda orgullosa.
- ¿Y qué edadess tienen?
- Ocho, seis y tres años.
- ¡Huuuuy! No parecéiss que tengáiss hijoss tan mayoress.
Alfina se mordió la lengua.
No diré que el fin de la cena significó una liberación, pero sí es cierto que, al comenzar los músicos a tocar, los amigos nos juntamos, agarramos a Prólix, lo manteamos, nos pusimos la corbata en la frente los que la teníamos, y alcanzamos a hacer el cabra un poco. Finalmente, no estuvo la cosa mal del todo.
Dos días después, mientras trataba de sobrevivir en Moscú a la noche sin dormir que era el viaje de vuelta, me llegó un correo electrónico de uno de los amigos.
"El New Zealand" se ha puesto por delante 2 a 1. Parece que el "Alinghi" no empopa bien."
Qué graciósssssss...