Habíamos quedado en la anterior entrada en la pretensión de la Unión de Ateos Militantes de derribar la iglesia de la foto, concretamente la iglesia del Profeta Elías, de Yaroslavl. La iglesia llevaba cerrada unos diez años, los ornamentos habían sido confiscados, la plata fundida y los libros litúrgicos desvalijados. Al menos, no fue convertida de momento en almacén o en cárcel, como otras, sino que desempeñaba las funciones de museo de arte antiguo, que es más aseado. Pero los almacenes debían escasear en Yaroslavl por aquella época, así que las autoridades decidieron destinar a almacenes parte de la iglesia (jorobando de paso los frescos, pero eso parece que era lo de menos); entonces, viendo el ambiente propicio, la Unión de Ateos Militantes decidió intervenir más decisivamente.
Como el asunto de las campanas les había salido bien, resolvieron utilizar la misma táctica de recoger firmas entre los obreros fabriles de la ciudad, que, como en la ocasión anterior, se unieron a la protesta de manera unánime. En esta ocasión, habían pasado unos años desde la creación de los "campamentos" para gente díscola, y los obreros -y todos los demás- ya sabían que los díscolos que eran enviados allí tenían tantas posibilidades de volver enteros como un seiscientos de ganar un gran premio de Fórmula 1. Para darle más respetabilidad al asunto, el diario "El Obrero Septentrional" (sin coñas, se llamaba así: Северный Рабочий) publicó un artículo en el que exigía derribar la iglesia para ampliar la plaza donde estaba situada. La plaza, ya de por sí, es bien grande, así que no se explica qué más querían, pero las autoridades decidieron apoyar la moción y realizaron una petición de derribo a sus superiores. La petición no tiene desperdicio, así que me permito traducirla:
"El Consejo Municipal, basándose en las peticiones masivas de la amplia sociedad proletaria de las mayores fábricas, subraya especialmente la necesidad de liberar inmediatamente de la iglesia del Profeta Elías la plaza (central) Sovietskaya de la ciudad, considerando que la mencionada iglesia estorba sobremanera la nueva planificación de la ciudad y se encuentra en una plaza que posee significado administrativo, en la cual, a petición de la sociedad, se planea erigir un monumento a los luchadores de la revolución caídos en la rebelión de los blancos. Hay que decir que la ciudad no dispone de plaza más amplia que la dicha y que la existencia de la iglesia en la plaza Sovietskaya impide realizar en el centro de la ciudad manifestaciones masivas, desfiles, etc. Pedimos apoyo al Consejo Municipal y a la sociedad de la ciudad para eliminar del inventario de iglesias la susodicha, para su derribo, considerando que Yaroslavl es rica en arquitectura religiosa y que, tras el desmontaje de algunas iglesias en el centro de la ciudad y en los arrabales, sigue quedando un número significativo de las mismas."La barbaridad no salió adelante porque el director del museo de arte antiguo, que, bolchevique o no, le había tomado cariño al edificio (y no me extraña nada) decidió quedarse a vivir en el mismo y se negó a salir mientras pendiera sobre la iglesia la amenaza de derribo. Contra todo pronóstico, las autoridades municipales decidieron no forzar la máquina y no sepultar al señor director del museo bajo los escombros, cosa tanto más sorprendente cuanto que la vida humana, allí y por aquel entonces, valía menos que la de un tutsi en Ruanda.
A finales de los años treinta del siglo pasado, la iglesia volvió a estar de actualidad cuando el secretario general del comité regional del Partido (sí,
ese partido, no había otro), decidió que una ciudad como Yaroslavl merecía un museo antirreligioso, y qué mejor lugar que la iglesia del Profeta Elías. Y qué mejor director del museo que uno de los líderes de la Unión de Ateos Militantes, Víktor Mijailovich Kovaliov, que se enorgullecía de haber colaborado en el cierre de cerca de doscientas iglesias, incluyendo el desmontaje de las campanas y su venta como chatarra. El único problema es que de museística sabía poco, pero eso era secundario, así que lo llamó a su despacho.
- Víktor Mijailovich, le voy a dar una buena noticia: vamos a crear un museo antirreligioso en Yaroslavl.
- ¡Pero, camarada secretario general, eso es estupendo! Ya hacía tiempo que lo necesitábamos.
- Sí, y he pensado en usted como director del museo.
Víktor Mijailovich no lo veía claro.
- Camarada secretario general, ¿y no habrá otro? Yo es de que de museos no tengo experiencia. Debo rehusar este honor.
El secretario general no debió quedarse contento.
- ¿Rehusar? Bieeeeen... deje su carné del partido sobre la mesa y lárguese.
Víktor Mijailovich decidió que, después de todo, entre los trabajos forzados en las minas de oro de Kolyma y la dirección del museo antirreligioso de Yaroslavl, quizá la segunda opción fuera muy satisfactoria, así que recapacitó y aceptó "entusiasmado" el encargo.
Finalmente, el antiguo dirigente de la Unión de Ateos Militantes demostró algo de sensibilidad. Frente a las opiniones de sus colaboradores, que sugerían convertir en astillas los iconostasios del siglo XVII, para dar más espacio a la exposición, él siempre se negó a consentir el destrozo. Y, a pesar de que la tendencia del museo no dejaba lugar a dudas sobre su parcialidad, incluso consiguió una pequeña colección de campanas, como parte de la exposición.
Como no hay mal que cien años dure, en 1955 alguien tomó la decisión de restaurar lo que quedaba de la iglesia del Profeta Elías. Había polvo de décadas, los frescos no hacían en absoluto honor a su nombre y los iconos estaban en un estado lamentable, pero la iglesia comenzó a ser visitable en 1960. En 1989, su altar mayor fue consagrado de nuevo, y así hasta hoy, y esperemos que por muchos años.