A primera vista, Lieja es una ciudad fea.
A segunda vista, también.
Y a tercera, y a cuarta...
En fin, que Lieja es una ciudad fea. Claro, en sus folletos turísticos no dice eso, pero uno se acerca por allí y lo que ve es bastante deprimente, una especie de paisaje urbano devastado. Bueno, quizá no devastado, pero descuidadillo sí que está. Todo el centro está un poco sucio, y la verdad es que el olor a fritanga que se percibe cuando uno se acerca a los comercios turcos que han copado el centro no contribuye a mejorar la impresión.
Pero no siempre debió ser así. Lieja ha sido capital de un principado bastante independiente entre finales del siglo X y 1795, cuando el príncipe-obispo de Lieja tuvo que abandonar su puesto definitivamente, después de seis años de revolución y de que la ciudad fuera cambiando de manos en el contexto de las guerras que siguieron a la Revolución Francesa. En aquel tiempo, su catedral, la catedral de Nuestra Señora y de San Lamberto, debía ser de las más impresionantes de Europa, con capacidad para cuatro mil personas y unas dimensiones que son difíciles de imaginar. Además, como correspondía a un principado regido por el obispo de la ciudad, abundaban los edificios religiosos de bella factura.
En 1795, los revolucionarios liejenses tomaron la decisión de desmontar la catedral. No fue fácil y no terminaron de cometer esa barbaridad hasta varios lustros después, porque el edificio era grande de narices. Eso nos muestra que la revolución, en Bélgica, en Rusia, en España o donde sea, por mucho que se esté de acuerdo con ella, lo cierto es que tiene una tendencia incomprensible a cargarse el patrimonio histórico de los lugares que tienen la desgracia de sufrirla.
Llegado que hube a Lieja, y tras convencerme de que era Lieja, y no sitios como Tyumén o Tomsk, me acerqué a la Oficina de Turismo para unirme a la visita guiada de turno. Hay que decir que la Oficina de Turismo estaba alojada en un edificio antiguo muy chulo, el antiguo mercado medieval de carnes, pero a alguien se le había ocurrido construir alrededor unos edificios administrativos para alojar otros servicios ciudadanos.
El resultado era bastante desolador, al menos para mis ojos. El guía, un historiador local entusiasmado por su ciudad, nos intentaba convencer, sin mucho éxito, que era interesante, más que francamente feo, que es lo que nos parecía a todos y cada uno de los participantes en el grupo.
- ¿Y esa imagen de ahí? ¿Qué piensan ustedes que es?
- ¿Una mancha?
- Parece una mancha, sí, pero en realidad es una obra de arte diseñada por un artista liejense, de origen griego (y aquí dijo un nombre griego que he olvidado rápidamente), exactamente igual a un detalle de este cuadro (y aquí nos enseñó una lámina que representaba una Natividad), que representa el nacimiento de Jesús. Y, efectivamente, en los tres últimos pisos de ese edificio se encuentra el registro civil, y es donde se dan de alta los nacimientos en la ciudad.
Menos mal que teníamos al guía para sacarnos de nuestro error, porque hay que estar muy enterado para no tomar el engendro ése por una mancha. Que es lo que parece.
El puente de Lieja sobre el Mosa era una preciosidad de madera con muchos arcos, al menos según un cuadro de Van Eyck que lo muestra. Claro, eso es lo que era en el siglo XV.
Hoy es un horror soviético con la típica estatua socialista situada ahí en medio del agua, pero oye, éstos están orgullosos de su gesta. Eso sí, lo que no ha cambiado es que sigue habiendo atascos para cruzar el Mosa y ganar el otro lado de la ciudad.
Al otro lado del río se encuentra el arrabal de la ciudad, frente a la parte noble que es el casco antiguo. Por las noches, el puente se cerraba, para no permitir a los habitantes del arrabal, gente de baja estofa y ocupación fabril o minera, pasar a la parte noble y molestar a las gentes pudientes del lugar. Hoy más pudiera parecer que las tornas se han invertido y que la parte noble es un lugar tomado por la emigración menos pudiente, mientras que la parte del arrabal ya no alberga mineros, más que nada porque la minería está abandonada por completo, y ha sido reemplazada por toda esa gente, que, ahora que el puente ya no se cierra en ningún momento, causan atascos del quince a la hora de cruzarlo.
Hay que reconocer, por lo menos, que no toda la culpa del estado de la ciudad corresponde a sus habitantes, y aquí nos viene bien recordar una entrada reciente, en la que glosábamos las aventuras del Napoleón del siglo XV,
Carlos el Temerario. Como sabemos, tanto su padre Felipe el Bueno como, sobre todo, él mismo, aspiraban a convertir Borgoña en un reino, y en este contexto la existencia del Principado de Lieja, que cortaba en dos sus dominios, resultaba bastante molesta. Conquistar el principado estaba dentro de sus posibilidades militares, pero en el siglo XV luchar contra un obispo estaba muy mal visto, así que los duques de Borgoña, en lugar de montar una campaña militar, lo que consiguieron fue que el Papa y el Emperador aceptaran a un pariente suyo, Luis de Borbón (sí, de los Borbón de toda la vida), como obispo de Lieja. La jugada les salió bien por lo que respecta al Papa y al Emperador, pero bastante mal con respecto a sus súbditos. A todo esto, Luis de Borbón tenía cuando fue nombrado obispo la edad de... dieciocho años, y por supuesto no había recibido ni siquiera las órdenes menores. Es posible que no estuviera ni confirmado. Claro que a Calixto III, que era el papa del momento, eso le parecieron detalles sin importancia. Los valencianos, ya se sabe, vamos a lo práctico, y Calixto III era más valenciano que nadie.
Los liejenses se rebelaron contra su obispo, para delicia de Felipe el Bueno, que los machacó con su ejército y reinstauró al obispo, que por cierto era su sobrino. A la muerte de Felipe el Bueno, los liejenses se volvieron a rebelar, y esta vez quien los machacó fue Carlos el Temerario, que a continuación se dedicó a volver sus armas contra el rey de Francia, Luis XI. Como ya hemos visto, Luis XI fue derrotado por los borgoñones y se vio obligado a pedir la paz. De hecho, Carlos el Temerario estaba a punto de firmar el tratado de paz (literalmente con la pluma en la mano), cuando le llegaron noticias de una nueva rebelión en Lieja.
Las noticias le llegaron notablemente exageradas. Le dijeron que los rebeldes habían matado a su primo el obispo, cuando en realidad su primo estaba a salvo y los rebeldes no habían pasado de expulsarlo de la ciudad. Carlos montó en cólera, pilló por banda al rey de Francia, al que suponía (seguramente con razón) detrás de la rebelión, y los dos se fueron derechitos a Lieja a dar su merecido a los rebeldes.
La cosa estaba fea. En un intento desesperado, los liejenses enviaron a seiscientos soldados de Franchimont, un lugarejo cercano, para montar una acción de comando y, disfrazados de peones borgoñones, secuestrar y matar al duque de Borgoña y al rey de Francia. La cosa fue bien hasta que abrieron la boca y dijeron algo en el pésimo francés de su pueblo, momento en el que fueron descubiertos y, naturalmente, aprisionados y, poco después, ejecutados sumariamente.
Siete semanas estuvieron las tropas de Carlos el Temerario saqueando e incendiando la ciudad. Siete semanas. Perdonó los edificios religiosos, y gracias.
- ... y ése es el motivo -explicaba el guía- de que en Lieja apenas quede algún vestigio anterior al siglo XV.
El obispo, Luis de Borbón, volvió a serlo ya sin mayores problemas. Como eran tiempos preconciliares (pero el concilio al que me refieron aquí es el de Trento), lo de la castidad y el celibato no estaba muy interiorizado entre el clero, y más en un clero de un apellido tan ilustre, con lo que el obispo tuvo tres hijos, el mayor de los cuales, Pedro de Borbón, el "gran bastardo de Lieja", se casó con la baronesa de Busset y dio origen a la casa de Borbón-Busset, una de cuyas descendientes incluso llegó a ser reina de España en el siglo pasado. Pero eso es otra historia.
Otro importante motivo de orgullo para los liejenses es la gastronomía, porque de allí viene el gaufre liegeois, que se diferencia del de Bruselas, si no lo he entendido mal, en que la pasta para su elaboración incluye canela (e incluir canela en las cosas parece una buena idea en general) y que tienen forma de elipse (cuadriculada), mientras que los de Bruselas son cuadrados y cuadriculados, como los alemanes.
Lo de comerlos estuvo peor, porque había unas colas enormes delante de todas las gofrerías, y no estaba uno como para pasarse la tarde a la intemperie en lugar de visitar lo que hay que visitar, así que me dejé de postres y de meriendas, y me metí en un edificio, porque, seamos claros, si hay belleza en Lieja, se encuentra sobre todo en el interior, como dicen que debería pasar con las personas poco agraciadas.
Pero eso le toca a la siguiente entrada, porque ésta se ha estado alargando mucho.