miércoles, 29 de septiembre de 2021

Ladrones

No sé si en España existe una cosa así, pero en Bélgica es razonablemente popular una red social llamada Hoplr que busca fomentar actividades colaborativas en los barrios. Es posible que busque algo más, como toda red social que se precie, pero de momento podemos quedarnos con lo primero. Cuando me propusieron entrar en ella, envié un precioso saludo en mi mejor neerlandés, pensando que, a una mala, encontraría gente que hablara neerlandés y que siempre podría practicar algo. Lo cierto es que, de todos los vecinos que han entrado, y son bastantes, el único mensaje en neerlandés es el mío. A veces tengo la impresión de que tendría más repercusión si escribiera en castellano, porque, al menos, hay algún que otro español que forma parte del grupo del barrio.

Así que mi mayor actividad consiste en leer los mensajes de los demás, y uno que últimamente me ha llamado poderosamente la atención es la denuncia de un robo en el barrio. Los ladrones se llevaron un coche, y además aparatos eléctricos y joyas de una casa, coincidiendo con la ausencia de los dueños durante un fin de semana y la avería "casual" de una alarma.

La policía belga los detuvo al día siguiente, porque, la verdad, la habilidad de los ladrones no se corresponde con su capacidad intelectual, al menos a primera vista. Habían aparcado el coche delante de la casa que estaban okupando, a unos quinientos metros de la casa en la que habían perpetrado el robo; por si fuera poco, el coche tenía un sistema de geolocalización, con lo que la ubicación del mismo, y con ella la de los ladrones, quedó resuelta en un periquete.

Uno no se espera tener ladrones residentes en el barrio, que es uno de los más pijos de Bruselas, con gente con el riñón generalmente bien cubierto. Parece que se trata de una casa abandonada, o más bien pendiente de un permiso de construcción para volver a ponerla en servicio, y que unos sin papeles han aprovechado para colarse dentro impunemente. Para entendernos, esos vecinos eran realmente una anomalía, porque el barrio, como ya he contado alguna vez, es tan sumamente pijo que se negó a tener una estación de metro, cuando hubo oportunidad para tenerla, con pretextos varios, pero que escondían la verdadera razón, consistente en que los vecinos de entonces no querían que la presencia del metro y la facilidad para moverse que conllevaba atrajese a gente poco pudiente (negros y moros, vaya, para qué vamos a andar con eufemismos) que no pudiese pagarse un coche.

Digo que los ladrones vivían allí impunemente porque, según parece, ya era la tercera vez que los detenían, y la víctima del delito escribía que con toda seguridad los iban a soltar de nuevo para que pudieran volver a su casa okupada y dedicarse a sus robos y hurtos profesionales. Y concluía la vecina lamentándose de que en nuestros días sea más fácil ir a la cárcel por no pagar una multa de tráfico que por asaltar casas.

Esto lo escribo para los que piensan que España es el peor país del mundo mundial en lo que hace a la protección de los derechos de propiedad y el mejor para los okupas, sin papeles y todo tipo de gente de mal vivir. No. Ya se ve que Bélgica no le va a España a la zaga en absoluto, lo cual no debería servir de consuelo a los españoles, como no sea para darse cuenta de que no estamos solos y que tenemos compañía en el camino hacia el desastre.

Esto, con Carlos el Temerario, no pasaba.

martes, 21 de septiembre de 2021

Mirando hacia atrás

Iba el domingo, día sin coches, paseando con cierta cachaza, aprovechando los quizá últimos resquicios de buen tiempo, cuando me encontré con unas letras, las de la imagen que ilustra esta entrada, escritas con tiza en el suelo, precisamente cuando mis pasos me llevaban por la acera que conducía a la entrada principal de la Embajada de la Federación Rusa.

Para los que no sepan ruso, no pasa nada, porque esas letricas no tienen nada de ruso, por mucho que estén escritas en alfabeto cirílico. Transcritas e interpretadas, vienen a decir "Exit poll", es decir, una encuesta de salida del colegio electoral. Es lamentable, aunque cada vez más frecuente, que el ruso, que tiene en su vocabulario medios sobrados para reproducir el significado de esa expresión (me viene a la cabeza de repente выходной опрос, que quiere decir exactamente lo mismo sin barbarismos), se dedique a pillar literalmente lo que se dice en inglés, eso sí, en cirílico. A lo mejor eso podría ser una solución para el inglés, idioma con una gramática sencilla y con una ortografía totalmente disociada de la pronunciación: que se escriba en cirílico o en fonético. Por otra parte, no es que "pol", como está escrito ahí, no signifique nada en ruso, porque quiere decir "género", así que la cosa puede llamar a confusión.

Siguiendo la flecha, se veía a dos jovencitos con un aspecto de aburrimiento tal que no parecía sino que llevaran una semana en su habitación con COVID asintomático, supongo que esperando que saliera alguien del colegio electoral, cosa que no ocurrió al menos en el rato que anduve por allí cerca. Entonces caí que seguramente eso era que había elecciones en Rusia, ese país en el que viví casi dieciocho años y al que le he perdido la pista bastante, hasta el punto de que, si volviera por allí, tendría que empezar de cero con la única ventaja de que, al menos, recuerdo el idioma de manera aceptable, aunque cada vez menos aceptable.

Al día siguiente, decidí echarle un ojo a los resultados de las elecciones. De hecho, recordaba haber leído durante la semana que no sé quién no iba a reconocer los resultados si había indicios de que las elecciones no habían sido limpias, o sea, si Putin ganaba por más diferencia que de costumbre. Escribo Putin aunque, siendo elecciones a la Duma estatal, supongo que debería escribir Rusia Unida, que es quien se presentaba, pero ya nos entendemos.

No fue muy sorprendente enterarme de que había ganado Rusia Unida, seguida del Partido Comunista. En eso, al menos, no tendré que ponerme al día, porque viene siendo así desde que existe Rusia Unida, un partido del poder de libro, con la ideología lo flexible que haga falta con tal de mantenerse. Vamos, lo que en España sería el Partido Popular, que seguro que se llama así porque hace lo que crea que es popular, le guste más o menos, y le quite menos votos o le dé más.

El Partido Comunista, además, continúa presidido por Guennadi Ziugánov, que pronto cumplirá treinta años como líder del partido y que, así a lo tonto, ya tiene 77 primaveras. Está visto que la tendencia hacia la gerontocracia es innata en según qué corrientes políticas que han tenido como secretarios generales a momias de pro como Brezhnev o Chernenko, que fallecen en el cargo.

Que Rusia Justa y el Partido Liberal Democrático entren en la Duma tampoco debería sorprender, porque viene pasando desde casi siempre. Por cierto que Vladímir Vólfovich Zhirinovsky (que en realidad debería llamarse Eidelstein, pero eso no vende) también sigue al frente del partido que fundó, y ya va por los tres cuartos de siglo; otro que tal baila en cuestión de gerontocracia.

La única novedad, y no sé hasta qué punto lo es, es la aparición de un partido cuya existencia yo desconocía por completo, que se llama Новые люди, que es algo así como "Nueva Gente", pero parece más fácil traducirlo al latín como "Homines novi", que queda mucho más fino. A mí me da en la nariz que a Putin le gusta fabricar partidos de oposición domesticados, y que veía que el sector del pequeño empresario ruso se estaba quedando sin nadie a quien votar, porque Rusia Unida es intervencionista, y los otros no digamos; y el LDPR de Zhironovsky, no sé ahora, pero es el partido al que votan los más brutos de entre los rusos, a los que les gusta oír las barbaridades más gordas. Es nacionalista incluso para los estándares rusos, que ya es decir. Y ahí el pequeño empresario no se ve. Así que hacía falta un partido que no representara a los oligarcas, que no necesitan representación, porque para eso son oligarcas y tienen línea directa con quien haga falta, sino a empresarios de menos fuste. Y ahí aparece Nueva Gente, que, seamos claros, no parece que vayan a montar una revolución, sino que probablemente son una maniobra como la que llevó en su día a la creación de Rodina o Rusia Justa, un partido socialista y nacionalista. Bueno, nacionalistas eran todos y supongo que lo siguen siendo.

El resto de los partidos no han llegado al 5%, y el que más se ha acercado es el Partido de los Pensionistas, cuya mera existencia supongo que detrae votantes del Partido Comunista. De los partidos que les gustaría ver a los gobiernos occidentales, o sea, que favorezcan la agenda 2030, la ideología de género o la religión climática, no hay ni rastro, o al menos yo no lo he encontrado.

Uf, me ha entrado un pelín de nostalgia. Al final va a ser cierto que uno se hace rusófilo cuando abandona Rusia. Eso sí, ni un día antes.

miércoles, 15 de septiembre de 2021

Lieja (II)

El centro de Lieja es la plaza de San Lamberto, que está muy despejada y diáfana desde que los liejenses eliminaron la catedral de San Lamberto, dejando un espacio enorme que hoy día causa una impresión un poco descuidada. San Lamberto, poco conocido fuera de estos lares, ni siquiera era obispo de Lieja, que en su tiempo tampoco era obispado, sino cuatro casas mal contadas. San Lamberto era obispo de Mastrique y Tongeren, dos lugares próximos (aunque situados en zona neerlandófona), pero estaba de paso por Lieja cuando fue asesinado por un paisano (que, si hubiera vivido en 1789, con seguridad se hubiera unido a los revolucionarios). El lugar se convirtió en un lugar de peregrinación, hasta tal punto que su sucesor cambió su sede y la puso en Lieja. Más adelante, la ciudad y el obispo medraron y se convirtieron en un principado-obispado dentro del Sacro Imperio, o sea, un estado independiente de hecho.

La asociación para la preservación del patrimonio histórico de Lieja, un ente que hubiera sido muy útil en el siglo XIX, pero que entonces todavía no existía, ha conseguido hacer erigir unas columnas metálicas en los puntos donde se sabe que estaban las columnas de la antigua catedral. El resultado es difícil de describir adecuadamente y, a no ser que uno sepa de qué va el cuento, las supuestas columnas más bien parecen unas torres eléctricas o unos floreros enormes, como los que han puesto en la plaza del Ayuntamiento en Valencia, y probablemente todavía más feos que éstos últimos. Que ya es decir. En la foto de abajo aparece la sombra de una de las columnas, que no me dejará mentir.

Al fondo de la plaza se ve una cúpula, y ante ella un conjunto de árboles, entre los cuales está el perrón, una fuente con una especie de púlpito que es todavía hoy, pero mucho más lo era en el siglo XV, el símbolo de las libertades de Lieja. Carlos el Temerario fue bastante drástico con el perrón, cuando sus tropas dejaron Lieja reducida a escombros: se lo llevó a Brujas, que era donde residía más a menudo, de manera que los habitantes de Lieja se quedaban sin su símbolo y, por otra parte, los habitantes de Brujas, que también se las traían, tenían un símbolo muy elocuente de lo que podía pasar cuando el duque de Borgoña se levantaba de mal humor.

Como ya hemos visto, en 1477 Carlos el Temerario murió en el asedio de Nancy, y sus súbditos comenzaron a atreverse a levantar la cabeza. El príncipe-obispo de Lieja, que para entonces seguía siendo el mismo Luis de Borbón que vimos en la entrada anterior, fue a Brujas a rendir pleitesía a la nueva duquesa, y prima suya, María de Borgoña, y ésta concedió el retorno del perrón a Lieja. Ya vimos que, en medio de un montón de guerras contra Luis XI de Francia, la duquesa María estaba buscando congraciarse con sus gobernados a base de devolverles las libertades que su padre y su abuelo habían eliminado, para asegurarse su apoyo contra el rey de Francia. Y Lieja, aunque estrictamente no formara parte de sus dominios, de hecho sí que era una especie de protectorado de Borgoña. Eso sí, con el perrón en su sitio.

Como Lieja se había quedado sin catedral, pero seguía siendo obispado, incluso después de la revolución, pero mucho más cuando la revolución fracasó y los franceses se dieron la vuelta después de la batalla de Waterloo, había que buscar otra catedral que reemplazara a la anterior. Lieja tenía, y aun tiene, gran cantidad de iglesias, y ya vimos que Carlos el Temerario las respetó cuando saqueó e incendió la ciudad, así que lo lógico era ascender a catedral a la más lujosa de las siete colegiatas de la ciudad, que era la de San Pablo, hoy catedral de San Pablo, y cuyo exterior, que da a la plaza de la catedral, está bellamente adornado con un jardín florido que hace las delicias de la vista, en particular en esos escasos días en que luce el sol en Bélgica, y que tuve la fortuna de que me tocara.

A un lado de la plaza está la zona de bares y marcha, otro de los atractivos de Lieja que no me detuve a experimentar, así que, con el grupo que se apretaba alrededor del guía, penetré en la flamante catedral. La verdad es que la catedral es enorme, y eso que sólo fue concebida como colegiata, así que no puedo ni imaginar cómo sería la catedral de verdad.

Además, el interior es muy bonito, lo que más bien reafirma eso de que la belleza de Lieja hay que buscarla en el interior. Además del artesonado del techo, que es impresionante, hay unas vidrieras originales que son espectaculares, eso sí, únicamente en uno de los laterales.

En el otro, las cosas son ligeramente diferentes. Uno de los episodios bélicos que afectaron Lieja tras el saqueo de Carlos el Temerario fue la Segunda Guerra Mundial. Como es sabido, uno de los deportes favoritos de los alemanes es violar la neutralidad belga, y así lo hicieron en 1940. Lieja no resistió mucho, en la línea del resto del país, pero sí lo suficiente como para que la Wehrmacht la sometiera a un bombardeo que la dejó bastante maltrecha, con daños tales como la destrucción de las vidrieras que miran a la plaza. Tras la guerra, fueron reemplazadas pero, quizá en línea con el espíritu de la época, las diseño un ingeniero que quiso representar el tránsito del caos al orden en la creación. He decidido no traer aquí ninguna imagen del resultado por respeto a esta bitácora, y el lector podrá imaginarse hasta que punto aquello carece de pies ni de cabeza, lo cual puede ser aceptable para representar el caos, pero me temo que no la creación.

La catedral es uno de los pocos templos que he visto en que está representado Satanás, con una estatua muy chula y llena de figuras simbólicas que, no por casualidad, se encuentra opuesto a una estatua de la Virgen coronada. Satanás parece apesadumbrado, consciente de que ha metido la pata y de que está condenado a no gozar de la compañía de Dios. Por si acaso, tampoco le saqué foto, porque estas cosas no se sabe muy bien cómo pueden terminar.

La visita terminó en el claustro de la catedral. Claro, en su día no fue concebida como catedral, sino como la colegiata de San Pablo y, como tal colegiata, era hogar de una comunidad de religiosos. Y, donde hay una comunidad de religiosos, hay prácticamente siempre un claustro, que sería un remanso de paz y de tranquilidad si no estuviésemos los turistas para jorobarlo. En este caso, gracias al hecho, normalmente negativo, de que los responsables de mantenimiento del claustro no han creído necesario podar las plantas, uno se sienta en un banco y no ve absolutamente a nadie, porque la maleza se ha apoderado del recinto y ya me llegaba por los hombros. En consecuencia, algo del remanso de tranquilidad que debe ser un claustro permanece inalterado.

Y hasta aquí la visita de Lieja, al menos esta visita, porque lo cierto es que quedan numerosas cosas por ver, como el palacio de los príncipes-obispos, hoy palacio de Justicia y que está situado en la plaza de San Lamberto. Y que a los revolucionarios del siglo XVIII no les molestó, no como la catedral. El palacio es enorme y seguro que merece una visita, igual que las seis colegiatas que quedan por ver, y que sólo pude ver por fuera, o el museo Curtius, que cuenta con una exposición de armas tomar, y nunca mejor dicho.

También es muy renombrada la estación de ferrocarril, por la que he pasado en alguna ocasión para hacer un transbordo hacia Mastrique y que, sin saber quién la había diseñado, me recordaba enormemente a algunas obras de mi Valencia natal. No mucho después supe que el autor de aquello era Santiago Calatrava, de profesión sus peinetas, que mete a guisa de firma casi en cualquier cosa que termina, sea la estación de tren de Lieja, la Ciudad de las Artes y las Ciencias o el Puente de la Exposición.

Pero la siguiente visita tendrá que esperar, porque se hacía tarde y, claro, era cosa de volver a Bruselas a por nuevas aventuras. Que no es que en Lieja no haya posibilidad de vivir aventuras, pero no era el momento.

lunes, 13 de septiembre de 2021

Lieja (I)

A primera vista, Lieja es una ciudad fea.

A segunda vista, también.

Y a tercera, y a cuarta...

En fin, que Lieja es una ciudad fea. Claro, en sus folletos turísticos no dice eso, pero uno se acerca por allí y lo que ve es bastante deprimente, una especie de paisaje urbano devastado. Bueno, quizá no devastado, pero descuidadillo sí que está. Todo el centro está un poco sucio, y la verdad es que el olor a fritanga que se percibe cuando uno se acerca a los comercios turcos que han copado el centro no contribuye a mejorar la impresión.

Pero no siempre debió ser así. Lieja ha sido capital de un principado bastante independiente entre finales del siglo X y 1795, cuando el príncipe-obispo de Lieja tuvo que abandonar su puesto definitivamente, después de seis años de revolución y de que la ciudad fuera cambiando de manos en el contexto de las guerras que siguieron a la Revolución Francesa. En aquel tiempo, su catedral, la catedral de Nuestra Señora y de San Lamberto, debía ser de las más impresionantes de Europa, con capacidad para cuatro mil personas y unas dimensiones que son difíciles de imaginar. Además, como correspondía a un principado regido por el obispo de la ciudad, abundaban los edificios religiosos de bella factura.

En 1795, los revolucionarios liejenses tomaron la decisión de desmontar la catedral. No fue fácil y no terminaron de cometer esa barbaridad hasta varios lustros después, porque el edificio era grande de narices. Eso nos muestra que la revolución, en Bélgica, en Rusia, en España o donde sea, por mucho que se esté de acuerdo con ella, lo cierto es que tiene una tendencia incomprensible a cargarse el patrimonio histórico de los lugares que tienen la desgracia de sufrirla.

Llegado que hube a Lieja, y tras convencerme de que era Lieja, y no sitios como Tyumén o Tomsk, me acerqué a la Oficina de Turismo para unirme a la visita guiada de turno. Hay que decir que la Oficina de Turismo estaba alojada en un edificio antiguo muy chulo, el antiguo mercado medieval de carnes, pero a alguien se le había ocurrido construir alrededor unos edificios administrativos para alojar otros servicios ciudadanos.

El resultado era bastante desolador, al menos para mis ojos. El guía, un historiador local entusiasmado por su ciudad, nos intentaba convencer, sin mucho éxito, que era interesante, más que francamente feo, que es lo que nos parecía a todos y cada uno de los participantes en el grupo.

- ¿Y esa imagen de ahí? ¿Qué piensan ustedes que es?

- ¿Una mancha?

- Parece una mancha, sí, pero en realidad es una obra de arte diseñada por un artista liejense, de origen griego (y aquí dijo un nombre griego que he olvidado rápidamente), exactamente igual a un detalle de este cuadro (y aquí nos enseñó una lámina que representaba una Natividad), que representa el nacimiento de Jesús. Y, efectivamente, en los tres últimos pisos de ese edificio se encuentra el registro civil, y es donde se dan de alta los nacimientos en la ciudad.

Menos mal que teníamos al guía para sacarnos de nuestro error, porque hay que estar muy enterado para no tomar el engendro ése por una mancha. Que es lo que parece.

El puente de Lieja sobre el Mosa era una preciosidad de madera con muchos arcos, al menos según un cuadro de Van Eyck que lo muestra. Claro, eso es lo que era en el siglo XV.

Hoy es un horror soviético con la típica estatua socialista situada ahí en medio del agua, pero oye, éstos están orgullosos de su gesta. Eso sí, lo que no ha cambiado es que sigue habiendo atascos para cruzar el Mosa y ganar el otro lado de la ciudad.

Al otro lado del río se encuentra el arrabal de la ciudad, frente a la parte noble que es el casco antiguo. Por las noches, el puente se cerraba, para no permitir a los habitantes del arrabal, gente de baja estofa y ocupación fabril o minera, pasar a la parte noble y molestar a las gentes pudientes del lugar. Hoy más pudiera parecer que las tornas se han invertido y que la parte noble es un lugar tomado por la emigración menos pudiente, mientras que la parte del arrabal ya no alberga mineros, más que nada porque la minería está abandonada por completo, y ha sido reemplazada por toda esa gente, que, ahora que el puente ya no se cierra en ningún momento, causan atascos del quince a la hora de cruzarlo.

Hay que reconocer, por lo menos, que no toda la culpa del estado de la ciudad corresponde a sus habitantes, y aquí nos viene bien recordar una entrada reciente, en la que glosábamos las aventuras del Napoleón del siglo XV, Carlos el Temerario. Como sabemos, tanto su padre Felipe el Bueno como, sobre todo, él mismo, aspiraban a convertir Borgoña en un reino, y en este contexto la existencia del Principado de Lieja, que cortaba en dos sus dominios, resultaba bastante molesta. Conquistar el principado estaba dentro de sus posibilidades militares, pero en el siglo XV luchar contra un obispo estaba muy mal visto, así que los duques de Borgoña, en lugar de montar una campaña militar, lo que consiguieron fue que el Papa y el Emperador aceptaran a un pariente suyo, Luis de Borbón (sí, de los Borbón de toda la vida), como obispo de Lieja. La jugada les salió bien por lo que respecta al Papa y al Emperador, pero bastante mal con respecto a sus súbditos. A todo esto, Luis de Borbón tenía cuando fue nombrado obispo la edad de... dieciocho años, y por supuesto no había recibido ni siquiera las órdenes menores. Es posible que no estuviera ni confirmado. Claro que a Calixto III, que era el papa del momento, eso le parecieron detalles sin importancia. Los valencianos, ya se sabe, vamos a lo práctico, y Calixto III era más valenciano que nadie.

Los liejenses se rebelaron contra su obispo, para delicia de Felipe el Bueno, que los machacó con su ejército y reinstauró al obispo, que por cierto era su sobrino. A la muerte de Felipe el Bueno, los liejenses se volvieron a rebelar, y esta vez quien los machacó fue Carlos el Temerario, que a continuación se dedicó a volver sus armas contra el rey de Francia, Luis XI. Como ya hemos visto, Luis XI fue derrotado por los borgoñones y se vio obligado a pedir la paz. De hecho, Carlos el Temerario estaba a punto de firmar el tratado de paz (literalmente con la pluma en la mano), cuando le llegaron noticias de una nueva rebelión en Lieja.

Las noticias le llegaron notablemente exageradas. Le dijeron que los rebeldes habían matado a su primo el obispo, cuando en realidad su primo estaba a salvo y los rebeldes no habían pasado de expulsarlo de la ciudad. Carlos montó en cólera, pilló por banda al rey de Francia, al que suponía (seguramente con razón) detrás de la rebelión, y los dos se fueron derechitos a Lieja a dar su merecido a los rebeldes.

La cosa estaba fea. En un intento desesperado, los liejenses enviaron a seiscientos soldados de Franchimont, un lugarejo cercano, para montar una acción de comando y, disfrazados de peones borgoñones, secuestrar y matar al duque de Borgoña y al rey de Francia. La cosa fue bien hasta que abrieron la boca y dijeron algo en el pésimo francés de su pueblo, momento en el que fueron descubiertos y, naturalmente, aprisionados y, poco después, ejecutados sumariamente.

Siete semanas estuvieron las tropas de Carlos el Temerario saqueando e incendiando la ciudad. Siete semanas. Perdonó los edificios religiosos, y gracias.

- ... y ése es el motivo -explicaba el guía- de que en Lieja apenas quede algún vestigio anterior al siglo XV.

El obispo, Luis de Borbón, volvió a serlo ya sin mayores problemas. Como eran tiempos preconciliares (pero el concilio al que me refieron aquí es el de Trento), lo de la castidad y el celibato no estaba muy interiorizado entre el clero, y más en un clero de un apellido tan ilustre, con lo que el obispo tuvo tres hijos, el mayor de los cuales, Pedro de Borbón, el "gran bastardo de Lieja", se casó con la baronesa de Busset y dio origen a la casa de Borbón-Busset, una de cuyas descendientes incluso llegó a ser reina de España en el siglo pasado. Pero eso es otra historia.

Otro importante motivo de orgullo para los liejenses es la gastronomía, porque de allí viene el gaufre liegeois, que se diferencia del de Bruselas, si no lo he entendido mal, en que la pasta para su elaboración incluye canela (e incluir canela en las cosas parece una buena idea en general) y que tienen forma de elipse (cuadriculada), mientras que los de Bruselas son cuadrados y cuadriculados, como los alemanes.

Lo de comerlos estuvo peor, porque había unas colas enormes delante de todas las gofrerías, y no estaba uno como para pasarse la tarde a la intemperie en lugar de visitar lo que hay que visitar, así que me dejé de postres y de meriendas, y me metí en un edificio, porque, seamos claros, si hay belleza en Lieja, se encuentra sobre todo en el interior, como dicen que debería pasar con las personas poco agraciadas.

Pero eso le toca a la siguiente entrada, porque ésta se ha estado alargando mucho.