martes, 19 de marzo de 2013

Disturbios

En Madrid, los madrileños suelen quejarse amargamente de que cada cierto tiempo les cortan la ciudad para que alguien se manifieste. Dicen que es una lata que, como las decisiones se toman allí, toda España vaya allí para manifestarse y meter presión. Que se prepara una decisión sobre la cabaña ovina, a los cuatro días tienes un tropel de ganaderos con sus rebaños marchando por la Ronda de Toledo hacia el antiguo Ministerio de Agricultura (perdón: hoy de Medio Ambiente y Medio Rural y Marino y quizá dentro de poco más cosas); que Zapatero lanza una legislación dando derecho al aborto, ya tienes a las organizaciones provida ocupando todo el centro de Madrid; que los peperos no tocan ninguna de las leyes del gobierno anterior, ya tienes... ah, no, ahí no tienes a nadie.

El caso es que los madrileños se quejan. Se quejan mucho menos cuando tienen los ministerios al lado y pueden hacer todos los trámites sin problemas y tienen la administración central y todo el dinero y los puestos de trabajo que mueve al lado de casa, pero eso forma parte de la naturaleza humana, y más si el humano es un chulapo.

En Moscú, ha habido varias entradas de manifas, en las que ha quedado claro que no es fácil ocupar la calle, salvo que seas totalmente inofensivo o sea para aplaudir al gobierno.

Pero la ciudad de manifestaciones por antonomasia es Bruselas. Con mucho.

En Bruselas, hay más manifestaciones que días tiene el año. Efectivamente, el año pasado pasaron de cuatrocientas. Si a Madrid llega gente de toda España, a Bruselas llega gente de toda Europa, y aun diría que de todo el mundo, porque las decisiones se toman aquí. Hay quien opina que, en realidad, se toman en Berlín, y bueno, podría ser, pero en todo caso luego tienen que venir aquí para firmar.

Con tanta manifestación, los bruselenses ni siquiera protestamos. Casi todos los días te ves a los policías enfrente del Palacio Real, con sus furgonetas, sus alambradas portátiles y sus perros amaestrados. Lo más normal es que luego dejen a la manifa que siga su curso, porque no suelen ser muy gritonas. Supongo que las del barrio europeo, que se montan cuando se reúnen los ministros a discutir de sus cosas, cuentan con más presencia policial y más potencial protestón.

Yo todavía no estoy curado de espanto. El otro día, pensando en mis cosas, estaba cruzando una plaza, cuando me encontré con el grupo de la foto ondeando sus banderas y pegando berridos. Sujeté la cartera, porque los que llevaban las banderas no parecían nada tranquilizadores, pero luego se acercaron lo suficiente para ver de qué plan iban y comprendí que no eran una colla de fanáticos del Anderlecht, sino unos manifestantes de poca monta. Ah, bueno.

Las banderas que se ven en la foto no son de Flandes ni de Valonia, sino de... Azerbaiyán, y una de ellas de Turquía. Las pancartas que llevaban hacían alusión a la ocupación de la región de Nagorno-Karabaj por los pérfidos armenios.

¿Qué narices hacían cuatro azeríes montando el tenderete sobre sus problemas con los armenios en Bruselas? Pues allí estaban con total convicción esos cuatro gatos, como si con su acción fueran a influir sobre lo que pudiera decidir alguien en Bruselas, que, a su vez, probablemente no tiene apenas influencia sobre lo que pueda estar pasando en Nagorno-Karabaj. Pero, ¿alguien sabe en Bruselas dónde narices está Nagorno-Karabaj?

De todas formas, y pensándolo mejor, más vale que se manifiesten aquí, que probablemente es uno de los pocos sitios en que no molestan demasiado, en lugar de buscar gresca en cualquier otra ciudad del mundo (por ejemplo, Moscú), en donde con toda seguridad les saldría al paso un grupo de armenios con tantas ganas de gresca como ellos, y al final tendríamos alguna desgracia. Porque los armenios, serán lo que serán, pero me consta que no se achantan y, para una guerra que han ganado en los últimos diez siglos, no creo que estén dispuestos a quedarse sin el resultado de la victoria.

Entretanto, ponemos un palito más a la cuenta de manifestaciones de este año. A ver hasta cuántos llegamos a final de año.

sábado, 16 de marzo de 2013

Mendicidad comparada (II)

En Bélgica, país supuestamente desarrollado y del primer mundo, con servicios sociales punteros y a la vanguardia del nivel de vida mundial desde por lo menos la Baja Edad Media, yo pensaba que la mendicidad sería inexistente o, en todo caso, residual y confinada a ámbitos de inmigración, como en la España de las vacas gordas: rumanos, polacos y guiris en general.

Para mi enorme sorpresa, al menos en Bruselas, no es así ni mucho menos.

La mendicidad en Bélgica fue legalizada en 1995 (o eso dicen, porque la Policía parece sostener otra opinión) y en Bruselas hay mendigos, ya lo creo que hay mendigos. Sólo que, en general, el nivel que tienen es mucho mayor de los que hemos visto. En primer lugar, está el mendigo de misa, también conocido en España, que se coloca en la entrada de los templos antes y después de la Eucaristía y se dedica a abrir la puerta al paso de los feligreses, con la esperanza de que le dejen unas monedillas. Durante la misa, el mendigo eclesiástico entra en el templo, donde se está más calentito, sobre todo en invierno, y asiste a la Eucaristía. Hay que decir que su presencia en el templo resulta algo chocante. El mendigo colonial, de raza indeterminada, pero difícilmente encuadrable en el tipo europeo occidental, se sienta en cualquier asiento de la nave, pasa ampliamente de quitarse el sombrero, o lo que lleve en la cabeza, y desde luego ni se le ocurre levantarse cuando toca, sino que estira las piernas y se relaja, en espera de que se termine la celebración y pueda dedicarse a abrir puertas y a mirar a los feligreses con los ojitos caídos.

Obviamente, este mendigo no inspira demasiada confianza al personal. La gente, cuando toca dar la paz, se le acerca con cierta aprensión y conteniendo la respiración. De todas formas, el par de veces que lo he visto, al ver que la gente se movía para dar la paz, el mendigo se pensó que la misa se había terminado y se dirigió hacia la salida. Los feligreses sentados relativamente cerca de él no creo que lamentaran demasiado no tener que darle la paz y estrechar una mano tan mugrienta. Una cosa es que todos seamos hermanos, y otra muy distinta que ciertos hermanos sea mejor tenerlos donde sus efluvios no nos lleguen.

Como ha debido haber casos en que los mendigos han tomado ellos mismos la limosna, la feligresía, sobre todo la sentada en los bancos traseros, tiene buen cuidado de ir a tomar la comunión sin dejarse absolutamente nada en sus asientos, para evitar malas tentaciones... a los mendigos.

El mendigo eclesiástico colonial es bastante desagradable, como hemos visto. Yo incluso diría que los más críticos con él son los feligreses "coloniales", de los que hay bastantes y que no tienen esa mala conciencia occidental para con los negritos que tienen hambre y frío, porque ellos mismos son negros y saben perfectamente lo que hay.

El segundo tipo de mendigo eclesiástico es femenino y es bastante paradójico, porque la chica va vestida con un pañuelo en la cabeza y es bastante evidente que es musulmana, así que no se entiende muy bien qué diablos pinta en una parroquia católica, ni por qué no hace nada por disimular siquiera que la cruz no es lo suyo. En su descargo hay que decir que por lo menos no molesta.

El tercer tipo de mendigo eclesiástico es puramente local. Va de jefazo. De hecho, uno se lo podría encontrar por la calle y no llamaría demasiado la atención. Quizá se pudiera afeitar mejor, es posible que vaya algo desaliñado... vamos, cosas que se podrían decir de bastante gente que lleva rollo "grunge". Qué digo de bastante gente... ¡de mí mismo! Píllame un día de ésos de fin de semana en que salgo deprisa de casa, y ya estoy al nivel de desaliño del mendigo eclesiástico de marras. Que, por cierto, es un tipo alto y bastante más robusto que yo, y parece sumamente lejano de la desnutrición.

El mendigo en cuestión se apuesta, como es debido, junto a la puerta de entrada, que mantiene abierta al paso de los feligreses con la mirada lánguida que su condición reclama. Acabada esta misión, y comenzada la Eucaristía, el mendigo penetra en el templo y se coloca al final del mismo, cerca de la puerta. La misa sigue su curso, y he aquí que suena un móvil.

Algún feligrés se da la vuelta con fastidio, harto de que haya gente que ignore las advertencias de que los teléfonos móviles deben apagarse al entrar en los templos. Por regla general, al que le suena el móvil, casi siempre una mujer de mediana edad, o lo apaga avergonzada, porque se le había olvidado hacerlo, o bien pasa de la misa y gana la puerta rápidamente, mientras el móvil sigue suena que te suena, para atender la llamada.

En este caso concreto, el móvil le ha sonado a nuestro mendigo, el cual, con gallardía y suficiencia, lo saca de su bolsillo y responde a la llamada.

- Oui... oui, Bernard... bien sûr, on se verra après... bon, d'ici une demie heure... oui... on peut aller diner ensemble quelque chose, parfait... à bientot, Bernard... oui, je suis occupé.

Uno ya se puede extrañar de que un mendigo disponga de teléfono móvil, pero que lo vaya exhibiendo con tal descaro y jorobando la marrana en mitad de misa ya parece de un morro que se lo pisa. En todo caso, parece que cierta mendicidad da buenos réditos, porque a ver de dónde ha sacado el pollo para comprarse el móvil y la tarjeta SIM, que ya os digo yo que por aquí no las regalan.

Ahora bien, está claro que en sábado o domingo el lugar evidente para que los menesterosos desempeñen su ministerio es una iglesia, o un centro comercial, que no deja de ser un templo del siglo XXI al dios Consumo, y donde el tipo que sale de hacer la compra puede tener resquemores de conciencia ante el congénere que no está en condiciones de compartir su culto. Hasta ahí, bien, pero ¿y los demás días de la semana?

Los demás días de la semana, la asistencia a misa es reducidísima, y los centros comerciales tampoco es que tengan la misma afluencia. Los mendigos (que creo que, si libran algún día, es el jueves), en estas circunstancias, se colocan en otros lugares.

Naturalmente, los lugares más adecuados son aquéllos con un tráfico intenso de personas. Eso es así en Bruselas y en el resto del mundo, claro, lo que pasa es que en sitios como Moscú los lugares transitados son prácticamente todos, mientras que en Bruselas hay que ver muy bien dónde se planta uno.

Yo me he encontrado, hasta ahora, mendigos entre semana básicamente en dos lugares. Al mendigo colonial depauperado lo he visto en la lavandería de mis amores. Bueno, lo de mis amores vamos a dejarlo. Si en la iglesia, el mendigo colonial, aunque no se entere de la misa la media, está más o menos en su sitio, en la lavandería da muuuucho repelús. Al fin y al cabo, la lavandería es un lugar al que uno va con el fin de deshacerse de la suciedad, con lo que toparse con un tipo que literalmente va supurando porquería y que huele a rancio a varios metros (más, desde luego, de los que ocupa la superficie del local), choca violentamente con el propósito de la visita. Es verdad que fuera hace frío y que la lavandería es de acceso libre y se está a cubierto, y de que no es cosa de que el hombre se congele, pero a mí la repugnancia que me inspira no me la quita nadie.

Sin embargo, he visto que, así y todo, hay quien le da algo, y eso que el mendigo ni siquiera pide, sino que se limita a estar sentado. Yo no he conseguido hacerme el ánimo.

Ahora bien, falta analizar la situación del mendigo local menos acabado que el anterior, cosa que quedará para la siguiente entrada.

jueves, 14 de marzo de 2013

La granotera se va a Moscú

Casi dieciocho años me he pasado en Moscú, y el único partido de fútbol que hubiera ido a ver con cierto interés se va a jugar ahora que me he ido. El Levante va a jugar contra el Rubin Kazán, en los octavos de final de la Europa League, y va a hacerlo en Moscú, porque, por lo visto, el campo del Rubin Kazán da bastante asquito. Pues yo no voy a estar, habiendo emigrado a Bélgica hace unos meses.

Por allí siguen, sin embargo, Abi, Ro y Ame, con lo que hablo por teléfono casi todos los días.

- Abi, el Levante va a ir a jugar a Moscú.

- ¿Por qué? ¿Está acabado?

Si el portero canta, seguro que sí.

martes, 12 de marzo de 2013

Mendicidad comparada (I)

Estamos en Cuaresma, y en Cuaresma, como es sabido, o debería ser sabido, hay tres pilares que debe tener presente todo cristiano: la oración, el ayuno y la limosna. Así como el ayuno y la oración son dos cosas que uno se puede apañar más o menos por su cuenta, con la limosna la ayuda externa es totalmente necesaria: sin un mendigo que sea objeto de nuestra caridad, lo tenemos crudo.

Un mendigo español es una especie que, lamentablemente, está reapareciendo después de algún tiempo en que el mercado local estaba copado por Gastarbeiter rumanos, polacos, africanos, o de cualquier otro sitio. Los únicos, o casi los únicos, mendigos españoles eran yonkis muy machacados y con una esperanza de vida bastante reducida. Ahora, con la crisis, el mendigo español vuelve a aparecer, pero sus características, posiblemente por el período de ausencia que ha sufrido, están aún por describirse. Tradicionalmente era un tipo razonablemente orgulloso, que tasaba la limosna ("Una pesetita, por caridad") y cuyos carteles, escritos con una caligrafía pésima en el tradicional cartón anunciadesgracias, rezaban algo así como: "Una alluda, por carida, que tengo cuatro ijo que halimenta. No tengo trabajo i estoi emfermo."

En Rusia, también existe el mendigo sumamente acabado con serios y evidentes problemas de alcoholismo. Si a ése le das unos rublos con la indicación piadosa "Pero no se lo gaste en vino", como diríamos en España, podemos estar razonablemente seguros de que nos hará caso: con lo caro que va en Rusia el vino, por malo que sea, lo normal es que se lo gaste en vodka o en anticongelante. Alfina hace lo que debería hacer todo el mundo, es decir, no darles dinero y comprarles comida, lo cual la verdad es que al mendigo le hace mucha menos ilusión.

Además del mendigo borracho contumaz, está el mendigo de aspecto menudo y precario, normalmente una viejecita cuya pensión no le llega a final de mes, y muchas veces ni a la mitad, y que realmente necesita ayuda. Suele colocarse en los pasos subterráneos o en los transbordos del metro, por donde pasa gente para aburrir, con un cartel escueto, legible y sin faltas de ortografía. El más frecuente es "Помогите, ради Христа", que, en castellano, es "Una ayuda, por Cristo". Algunos mendigos de este tipo, en los años noventa, simplemente deambulaban cerca de una tienda sin entrar en ella y con una vergüenza que les impedía pedir dinero abiertamente. Era difícil darles limosna a éstos, pero con buena voluntad se conseguía igualmente. Alguna vez pasé, saliendo de una tienda, junto a una viejecita de aspecto depauperado, sólo para agacharme a su lado y "encontrar" un billete de cien rublos que "seguramente se le había caído" y "devolvérselo".

Últimamente, con la inmigración a Moscú, proliferan los mendigos venidos de fuera, que de repente irrumpen en los vagones de los metros y de los trenes y sueltan su discurso a grito pelado: "Люди добрые! (o sea: Buenas gentes) Soy una madre que está criando en solitario a una hija pequeña. Obligada por la necesidad, me veo compelida a pedir su ayuda. He tenido que venir de la región de (póngase la que proceda, aunque suele ser del sur, porque bastantes veces la menesterosa es ucraniana, aunque se haga pasar por rusa)." El discurso puede seguir un poco más, y a continuación sigue el recorrido por el vagón y finalmente el paso al siguiente vagón, en los trenes de cercanías (las "elektrichkas"), o esperar, en el caso del metro, a llegar a la siguiente parada.

Comienza a haber también mendigos con cartel, algunos curiosos. El verano pasado, en la Tverskaya, había uno en cuyo cartón se leía: "Я из Самары. Украли документы в Москве. Нужна помощь, чтобы восстановить документы и вернуться домой." En castellano: "Soy de Samara. Me han robado la documentación en Moscú. Necesito ayuda para renovar mis documentos y volver a casa." No está mal pensado. Cualquier residente en Moscú sabe que estar sin documentación es algo sumamente chungo y que tiene pésimo arreglo, y no digamos si uno se imagina la caterva de bichos que se puede encontrar en la administración pública rusa. Si Kafka los hubiera conocido, nunca habría escrito "El proceso", porque aún estaría esperando a resolver el trámite.

Y, con esto, ya tenemos la introducción para el verdadero motivo de esta serie: la mendicidad en Bélgica.

Pero, como se hace tarde, eso vendrá con la siguiente entrada.

viernes, 8 de marzo de 2013

La decadencia del Derecho Matrimonial español

En la última entrada estuve escribiendo sobre la función didáctica de la ley. El hecho de que la ley prevea una situación totalmente contraria a la doctrina de la Iglesia Católica implica, recordemos, que se hace pasar por bueno algo que es malo, y que Dios (en el que creemos, y que nos ha creado, etc.) nos ha dicho que no está bien. Recordemos que hacer pasar por bueno algo malo, y viceversa, está peligrosamente cerca del pecado contra el Espíritu Santo, del que deberíamos los católicos huir como de un inspector de Hacienda ruso, porque ese pecado no tiene remedio. El inspector de Hacienda ruso tampoco.

La legislación española en materia de Derecho Matrimonial se ha ido alejando de la doctrina católica con una velocidad inusual, hasta el punto de que en poco más de treinta años prácticamente sólo queda darle la puntilla al matrimonio y que cada uno haga lo que quiera. Es más, yo, que soy católico, creo cada vez más firmemente que, para como tenemos ahora mismo regulado el matrimonio, casi es mejor derogar toda la legislación matrimonial, y no creo que pasara mucho.

Primero fue la despenalización del adulterio. Sí, en época de Franco, el adulterio estaba penado en España, y ciertamente estaremos de acuerdo en que el adulterio perjudica bastante a la institución familiar y también perjudica a terceros. Hay que decir que, cuando se produjo esa despenalización, la Iglesia no protestó, supongo que porque meter en la trena a los adúlteros parecía un poco bestia, y porque el adulterio seguía castigado indirectamente, ya que era causa de separación y al cónyuge adúltero le señalaban con el dedo y le declaraban culpable. Y se le caía el pelo, claro.

Luego llegó el divorcio, en 1981. Ahí ya hubo protestas de la Iglesia. En primer lugar, porque yo creo que la Iglesia hubiera transigido con una legislación que disolviera los matrimonios civiles (apenas los había entonces, pero bueno, era una idea), pero no con una legislación que disolvía (y sigue disolviendo) también los matrimonios canónicos, que recordemos que son un sacramento y son indisolubles. La Iglesia, y yo creo que razón no le faltaba, entendió que el Estado podía hacer lo que quisiera con sus propios matrimonios, pero que se estaba metiendo en matrimonios en los que no era competente.

De la despenalización del aborto, que llegó cuando llegaron los sociatas al poder, ya quedó todo medio dicho hace un par de entradas. La despenalización se aplicaba a tres supuestos, lo cual ya de por sí está mal, pero podía haber sido algo limitado; en realidad, uno de los supuestos ha sido prácticamente una barra libre, con la complicidad de las clínicas privadas que se han estado forrando y, encima, pasando como colaboradores en la "planificación familiar". Guay.

Cuando llegaron los peperos al poder por primera vez, hubo quien pensó que darían marcha atrás en esta legislación antifamiliar. Almas de cántaro. Muy al contrario, los peperos nos trajeron toda la legislación de fecundación asistida, mientras los católicos pensaban que estaban en el poder los suyos y los obispos (y ahí sí que a uno le da bastante vergüenza) no decían ni pío. También nos trajeron, a nivel municipal, y luego autonómico, las uniones de hecho, es decir, cuando dos pollos no se casan, sino que se arrejuntan, pero quieren tener casi todos los derechos de un matrimonio, sin el engorro de que les costara mucho quitarse de enmedio mutuamente. También nos trajeron la píldora abortiva, para que las chicas se pudieran entregar con buen ánimo y sin mucho miedo. Los obispos se quejaban amargamente con la boca pequeña y no se unieron a manifestaciones multitudinarias que, por otra parte, tampoco convocaba nadie. Total, los que las convocarían con el gobierno posterior se pensaban que los católicos estaban en el poder. Ya.

Cuando volvieron los sociatas de Zapatero, parecía que no les quedaba mucho terreno por "avanzar". Pero no, ya lo creo que quedaba.

Primero fue el "divorcio-express", que eliminó todas las barreras a la disolución del matrimonio. Arriba quedó dicho que el adulterio estaba indirectamente castigado. Eso se acabó. Tres meses, y divorcio al canto, obviamente para todos los matrimonios, no sólo para los civiles. Además, al final del período llegó a haber más divorcios que matrimonios, en una muestra palpable del efecto didáctico de la ley ¿El divorcio es malo o bueno? Y cada vez más gente en España acabaría diciendo: ¿Cómo va a ser malo el divorcio, si yo estoy divorciado? Todo un estímulo a que, sobre todo los maridos, pidieran divorcios.

Para estimular a que también las mujeres los pidieran, luego llegó la Ley de Violencia de Género, en virtud de la cual se ha establecido una presunción de culpabilidad para los maridos, con posibilidad de detención inmediata y de noche en comisaría en cuanto hubiera una denuncia de la esposa. Una denuncia, no una condena. Yo no vivo en España, pero me puedo imaginar que, en un matrimonio que viva allí, se puede vivir un clima de sospecha asaz desagradable y al marido más le vale no levantar demasiado la voz en las discusiones inevitables que se producen, porque si le pilla a la mujer con el día torcido, no duerme en el sofá, como toda la vida, sino en el calabozo. Ahí, echando de menos el sofá, por incómodo que fuera.

Luego llegaron, casi al alimón, el llamado matrimonio homosexual y el aborto ilimitado durante las primeras catorce semanas de embarazo. Y ahí la Iglesia protestó con fuerza y aparecieron organizaciones, para mi gusto demasiado satélites de los peperos, que montaron manifestaciones a las que asistió muchísima gente, total para nada, porque ahí está esa legislación.

La función didáctica de la ley está clara, espero, en el caso del matrimonio homosexual. No hace ni diez años, en 2003, a nadie se le hubiera ocurrido que los homosexuales pudieran casarse (entre sí) y, de hecho, las encuestas señalaban regularmente que a los españoles no nos gustaba la idea. Ahora, con la ley en vigor, las encuestas señalan todo lo contrario. Y la diferencia es la ley.

Pero la Iglesia no puede quedarse callada, cuando el mal (porque las relaciones sexuales, aparte de las que hay en el matrimonio entre personas de distinto sexo, son un pecado, y los católicos creemos en Dios, etc.) se confunde con el bien, y la verdad es que tampoco entiendo mucho a los que se enfadan cuando la Iglesia habla sobre algo que le interesa. Hablan los sindicatos, habla la patronal, hablan los partidos políticos, hablan los tenderos, hablan las cofradías de pescadores y hablan, en fin y para no extenderme demasiado, hasta las azafatas de Iberia ¿Y no tenía que hablar la Iglesia?

De hecho, a mí lo que me mosquea de los obispos, y más en particular del cardenal de Madrid, es que ha sido llegar los peperos al gobierno, y se han acabado las protestas masivas en la calle como por ensalmo, cuando las leyes siguen siendo las mismas y cuando los peperos, a diferencia de Zapatero y sus secuaces, tienen la mayoría suficiente para derogar las leyes que quieran mañana mismo. Pues va a ser que no.

Éstos no creo que hagan nada, pero acabarán por venir otra vez los que se hacen llamar de izquierda y tendrán que ver cómo montan otra gorda. Como con el capital no hay huevos de meterse, como bien ha demostrado Zapatero, tendrán que hacerse los progres con la ingeniería social. Eutanasia aparte, supongo que es la oportunidad de la poligamia y de la poliandria, o de los tríos de hecho, pero les dejaré que me sorprendan. Y a la gente le parecerá perfecto, porque "no perjudican a nadie" y porque, si lo dice la ley, será que está bien.

El resultado de esta evolución es que un matrimonio en España no vale apenas nada y se ha convertido en cualquier cosa banal. Es más, lo consecuente sería que el Estado dejara de legislar sobre el asunto, se limitara a regular las obligaciones de los padres con respecto a los hijos, si es que hay alguno, y dejara a la gente que, sin leyes ni nada, se lo montara como quisiera.

Con lo cual, el único matrimonio que quedaría sería... anda, el canónico.

Como antes de 1870, por cierto.

miércoles, 6 de marzo de 2013

Las leyes y su función didáctica

Si, después de la entrada anterior, debería quedar claro por qué la Iglesia pugna para que la legislación, al menos la del derecho a la vida, esté de acuerdo con su doctrina, ahora debería tocar continuar con el asunto y ver qué sucede en otros ámbitos. Y el otro ámbito en que la Iglesia mete baza con regularidad es el Derecho de familia. Parece obvio que el ámbito familiar, por definición, no sólo afecta al individuo, sino, además, por lo menos a los miembros restantes de la familia, con lo cual estamos dentro de la lógica de la entrada anterior.

Recordemos que un católico es alguien que cree en Dios. Además, cree que Dios se hizo hombre hace un poco más de dos mil años y que, cuando estuvo por aquí, dijo varias cosas, y entre las cosas que dijo está que: 1. Nada de adulterio y 2. Nada de divorcio.

Vamos, que la Iglesia, y los católicos en general, le damos bastante importancia al sexo, porque, de acuerdo con la doctrina, lo más probable es que sólo tengamos relaciones sexuales con la conciencia tranquila con una persona en nuestra vida, porque, de divorcio, ni pum; el único motivo de disolución del matrimonio es la muerte de uno de los cónyuges, pero, teniendo en cuenta la esperanza de vida media de los españoles, para cuando uno se muera, el otro difícilmente estará en condiciones de tener una vida sexual muy allá.

Otra cosa interesante es que el matrimonio con forma canónica en que al menos un cónyuge está bautizado es un sacramento, y aún más interesante es el hecho de que en España (y en casi toda la Cristiandad) el poder civil no regulaba el matrimonio, sino que eso era competencia de la Iglesia, que obviamente lo hacía según sus normas. En España no hubo matrimonio civil, ninguno, hasta 1870, y sólo para no católicos. Es decir, en materia de bodas, la competencia ha sido sólo de la Iglesia, y no del Estado, entre más o menos la caída del Imperio Romano y 1870, y el Estado sólo se ha quedado con la competencia de manera generalizada, salvo el breve período de la Segunda República... desde 1978.

Habíamos puesto de paradigma de Estado confesional que hace a pies juntillas lo que le dice la Iglesia la España de Franco. Antes de seguir, debo dejar claro que esta entrada no es una apología de la España de Franco. No estamos hablando del sistema político de partido único y jefatura del Estado vitalicia, que en esta entrada no vienen al caso, sino del Derecho Civil y Penal, que en sus líneas generales venían de la etapa anterior, y han seguido vigentes, también en sus líneas generales, en la etapa siguiente.

Y efectivamente, en la España de Franco vemos una legislación familiar acorde con la doctrina de la Iglesia ¿Quiere decir eso que las relaciones prematrimoniales, que son pecado, están perseguidas penalmente? No, no lo están. Como vimos, lo que está penado es lo que afecta al orden público y, más en concreto, a terceros: las violaciones, claro, que incluyen, además de los casos de violencia, las relaciones con menores de doce años, y el estupro, que incluye a los mayores que no tienen un consentimiento libre. Igual que hoy, vamos.

Lo único que no es igual que hoy es que también estaba penado, en la España de Franco, el adulterio, esto es, las relaciones sexuales de una persona casada, pero fuera del matrimonio ¿Tiene sentido? Tiene sentido en cuanto que la familia, en la concepción cristiana (y en la de España de Franco, junto con el municipio y el sindicato), es la célula básica de la sociedad, además de iglesia doméstica, y la Iglesia insiste en la obligación del Estado en protegerla ¿Por qué? Bueno, si crees que Cristo es Dios, que Dios te ha creado y te ha dado todo lo que tienes, y te ha dicho que ni adulterios ni divorcios, lo suyo es que propagues lo que dice.

Y que lo dejes escrito en las leyes, porque, y este es otro argumento, la ley tiene una función didáctica. Lo que es legal es bueno, o por lo menos no estrictamente malo, porque si fuese malo, claro, el Estado, que es muy majo y me protege, lo habría prohibido. En el caso de la entrada anterior, si tengo "derecho" al aborto, eso significa que el aborto no es malo, al menos, y según la legislación española actual, en las primeras catorce semanas de gestación ¡Si hasta me lo paga el Estado! ¿Cómo va a ser malo?

Contra ese mensaje es cuando la Iglesia se ve en la obligación de intervenir, porque genera confusión entre el bien y el mal. Esa confusión entre el bien y el mal puede degenerar en lo que la Iglesia llama un pecado contra el Espíritu Santo, que consiste, simplificando, en atribuir al demonio lo que son obras de Dios, y al revés. La cosa es grave, porque nos dice Cristo que ese pecado "no será perdonado", frase que a todos los católicos, que, como dije, somos gente rara que, además de creer en Dios etc. etc., creemos en la vida eterna, nos los pone por corbata. Nadie tiene ganas de pasarse la eternidad como si estuviera en Écija, en agosto, tomando el sol al mediodía y sin poder menearse de allí. Los católicos se supone que somos gente sin miedo. A eso sí que lo tenemos.

Que la ley tiene una función didáctica lo demuestra lo que ha pasado con el Derecho de Familia en España, pero se me está haciendo tarde, así que esa parte la dejo para la próxima.

lunes, 4 de marzo de 2013

El libre albedrío y las leyes

La anterior entrada (e incluso alguna anterior a ésa) ha servido de pie para una serie de comentarios que giran en torno a una pregunta básica, que podríamos resumir, espero, así:

¿Por qué la Iglesia intenta influir sobre las leyes civiles para que éstas reflejen su doctrina?

¿No sería mejor abstenerse de hacerlo, y centrarse en la evangelización, para que los que quieran se adhieran a lo que dice?

Si las leyes civiles castigan el apartarse de la doctrina católica, ¿no se está comprometiendo el libre albedrío, obligando a todos a no pecar, bajo pena, no ya de castigo divino en un futuro, sino de castigo terrenal bien inmediato?

Lo de la pederastia del último párrafo del comentario de Miguel es otro asunto, pero no me niego a abordarlo, es que creo que es otro tema no directamente relacionado. Como Bélgica es uno de los países donde se han producido más casos (dentro de la Iglesia Católica y, la gran mayoría, fuera), no faltará ocasión de volver al asunto.

Antes de comenzar a abordar el asunto, vamos a partir de la base de que un católico tiene, o debería tener, una visión del mundo muy diferente a la de una persona no religiosa. Antes de seguir leyendo, convendría hacer una breve pausa, entrar aquí y leer despacio lo que pone, que es corto, aunque cada palabra tiene su miga.

Un católico es una persona que pronuncia esas palabras del enlace siempre que va a misa, es decir, entendemos que por lo menos una vez por semana. Es cierto que habrá gente que lo haga automáticamente y de forma meramente mecánica, sin pensar en lo que significan esas palabras, pero ésa es otra cosa.

Antes, pues, de criticar lo que hace la Iglesia, habría que considerar que la Iglesia está formada por personas que, resumiendo muchísimo, creen en Dios. Es más, creen que Dios lo ha creado todo, incluyendo a ellos, que ha venido al mundo a cargar con sus pecados, a darles la Verdad y devolverles la libertad, y que Dios sigue presente, que incluso es capaz de actuar a través de ellos, y que recompensará teniendo siempre junto a Él a quienes hagan lo que dice. Y además está dispuesto a perdonarles cuantas veces haga falta, y van a hacer falta muchas.

Ese tipo de gente es la que forma (formamos, sí) la Iglesia. Tela. Para quienes no creen en Dios, dicho así un poco a lo bruto, somos gente de psiquiátrico. El desafío consiste en encontrar una forma de convivencia de dos concepciones tan enfrentadas como ésas y ante las que no caben términos medios: o Dios existe, y es todo eso que pone en el párrafo anterior, o eso son paparruchas de unos mentecatos que llevan siglos dando la murga y están totalmente pasados de moda.

Ambas formas de pensar tienen consecuencias prácticas, y son muy diferentes. Si creo que Dios existe, lo lógico y consecuente es que siga sus mandatos, porque, al fin y al cabo, le debo todo lo que soy; si creo, en cambio, que Dios no existe, a lo mejor lo que yo pienso coincide aproximadamente con lo que creen los creyentes, con lo cual nos llevaremos razonablemente bien, pero a lo mejor no coincide, y aquí empezamos a liarla parda.

Y con esto llegamos al asunto del Derecho, ese intento siempre mejorable por dar a cada uno lo suyo.

Si nos fijamos, la Iglesia no exige que la legislación incluya toda su doctrina, ni ha sido así nunca. Hace un par de entradas, Arkadi decía en un comentario que en la España de Franco la Iglesia tenía la sartén por el mango y que tenía el monopolio de la educación. Efectivamente, la España de Franco era un Estado confesional, vale, nos sirve como ejemplo, y ninguna normativa iba contra lo que manda la Iglesia.

¿Quiere eso decir que el pecado estaba castigado penalmente? De ninguna manera. En la España de Franco, por ejemplo, uno podía no ir a misa y pasar del tercer mandamiento, y no sucedía absolutamente nada. Mis abuelos, en un pueblecito de un par de millares de habitantes, con un control social importante, no iban a misa más que dos veces al año (Todos los Santos y Navidad, y no tengo ni idea de por qué lo hacían así), y nunca les molestó la brigada político-social. El poder civil jamás ha castigado la envidia, la gula o la pereza, o codiciar los bienes ajenos, o no honrar a tus padres. Allá tú.

Es más, y ya nos ponemos con el tema del sexo, en que tanto divergen la Iglesia y el mundo, en la confesional España de Franco (y en todas las anteriores) el preservativo no estaba prohibido, como tampoco lo estaban las relaciones sexuales prematrimoniales libremente consentidas entre adultos. Allá tú.

¿Qué estaba prohibido en la España de Franco? Efectivamente, estaba prohibido lo que afecta a terceros. Estaba prohibido matar o robar, o la codicia excesiva, reprimida desde 1909 por la legislación Azcárate, aún vigente, contra la usura. Todo eso sigue vigente hoy, y nadie discute que deba seguir estándolo (bueno, quizá Bárcenas o Urdangarín lo discutan, por la cuenta que les trae).

La divergencia con un Estado confesional está en los puntos en que se ven afectados terceros, y especialmente en asuntos de Derecho a la vida y de cuestiones relativas a la familia. Ahí la Iglesia no calla, y reclama que la legislación esté conforme a su doctrina, porque no sólo se ve afectado el mismo que comete el pecado (allá él, y advertido está), sino que ese pecado se extiende y afecta a quienes no tienen culpa en ello.

En el Derecho a la vida es claro, espero: si Dios nos ha dado la vida (recordemos: el Espíritu Santo es Señor y dador de vida), nosotros sólo la tenemos de prestado. En realidad, le pertenece a Él, y sólo Él puede decidir cuándo y cómo disponer de ella. Insisto: eso es una consecuencia directa de creer en Dios. Un no creyente que defienda la vida deberá buscar otros argumentos, y ya sabrá él cuáles encuentra, pero un creyente en nuestro Dios no puede callar. Si, además, la ciencia dice que la vida humana empieza en el momento de la concepción, cuando hay un ADN único e independiente y cuando ya no va a haber ningún cambio cualitativo, la consecuencia es inmediata: nadie tiene derecho a disponer de esa vida que ha empezado ya, porque no es suya. Y, por consiguiente, toda acción encaminada a destruirla es una acción ilícita, incluyendo el aborto, por supuesto, pero también cosas como la fecundación in vitro (y, sobre todo, sus embriones desechados) y toda una serie de anticonceptivos que, en realidad, son abortivos, porque destruyen un embrión ya existente o impiden artificialmente su progreso. Es más, esos desgraciados casos límite de malformaciones fetales, o de violaciones, tienen una respuesta clarísima para un creyente, y creo que está claro cuál es.

En esta época del control de la natalidad, de hedonismo y cháchara, y de miedo cerval a la superpoblación del planeta, esta postura molesta. Yo tengo más de una carrera universitaria, pero mis estudios están bastante separados en el tiempo. En la primera carrera que hice, la cuestión de la superpoblación ni se mentaba, y hubiera habido ocasión; en la segunda, que era Economía, ya aparecía por varias asignaturas como un factor limitador del crecimiento y la reducción de población como un objetivo de la política económica para aumentar el PIB por cápita (eso parece obvio, vale); pero es que ahora estoy estudiando Geografía e Historia y los manuales están llenos de perlas como la "acción antrópica perturbadora" y otras así, que casi te dan mala conciencia por existir.

En este sentido, la Iglesia molesta, con esa manía de defender la vida humana desde la concepción hasta la muerte. Y el resultado es que van a por ella de todas las maneras posibles: dando voz a supuestos científicos que dicen que la vida no comienza en la concepción; diciendo que la vida del feto, en realidad, pertenece a la madre (¿Aún se escucha por Alemania aquel desafiante "Mein Bauch gehört mir!" de los primeros ochenta?); o exigiendo que se calle y deje a la gente hacer lo que quiera.

Pero eso no es un problema y los cristianos contamos con eso. El problema viene con los distintos Danneels que han proliferado y que han renunciado a hablar claro, para tratar de contentar a ambas partes antagónicas y con el absurdo temor de que imponer demasiados sacrificios al pueblo les va a hacer irse de la Iglesia. Digo absurdo porque ese abandono de la Iglesia es precisamente lo que ha sucedido, y a los tibios ni siquiera queda el consuelo de haber dicho lo que tenían que decir.

Hasta aquí, hoy. Soy consciente de que ésta era la parte fácil, y de que falta la parte relativa al sexo. Si, después de lo que queda escrito, las respuestas a las tres preguntas de arriba siguen sin están claras, o hay otras, en la siguiente entrada continuaré.