viernes, 29 de junio de 2007

Cocina para exiliados (III): churreras.

Y es que estamos pésimamente acostumbrados y nos hemos hecho la mar de comodones. Nuestros bisabuelos tampoco tenían churrera ¿Y acaso dejaban por eso de hacer churros? ¡De ninguna manera! Nuestros bisabuelos, que habían hecho la guerra de África, cuando no la de Cuba, sabían lo que eran privaciones y, cuando querían churros, en lugar de lamentarse como nenas, le hacían un agujero a un cazo o a un perol por el fondo, procurando que el agujero fuese estriado, colocaban la masa en él y la empujaban con un mazo por el agujero.

En muchos libros de cocina dice que se puede poner la masa en una manga pastelera de plástico, que ésa sí se encuentra en Rusia. Que ni se os ocurra. La masa de los churros es bastante más sólida que todo eso y os cargaríais la manga pastelera en un periquete. En fin, que básicamente tenéis tres alternativas:

1.- Modelar los churros con las manos. No quedan muy regulares, pero no tienen por qué estar mal. Eso sí, para eso, mejor hacer buñuelos, pero esa receta (la masa es ligeramente diferente) queda para otra entrada.

2.- Usar las técnicas de nuestros bisabuelos cuando luchaban contra los moros, los mambises o los cristinos y cargarnos el fondo de un perolillo, como ha quedado descrito.

3.- Ir a España y comprar la churrera. Es la más recomendable actualmente.

Pues bueno, suponiendo que tenemos churrera o nos la hemos fabricado, tenemos la masa, el aceite caliente, un recipiente recubierto de papel de cocina, unas pinzas de cocina (de ésas con forma de tijera). Pues al ataque. Metemos la masa en la churrera y presionamos para que vaya saliendo por el agujero una tira de masa estriada (lo de las estrías es importante para que quede bien crujiente). La vamos cortando a la longitud que queramos y la freímos con el aceite bien cañero. A mí me salen media docena de cada fritada (obviamente, con una freidora queda más rápido, pero no voy a recomendar cosa que yo mismo no tengo ni he probado). Se pueden hacer cogiéndolos por una punta antes de cortarlos y yendo con los dedos, sin soltar esa punta, a unirlos con la otra, cortando la masa entonces y quedando con la forma, más o menos, de una gota; pero se puede hacer cualquier forma que quiera.

- Papá...
- ¿Qué vols, chiqueta? (¿Qué quieres, niña?)
- ¿De veritat se pot fer qualsevol forma? (¿De verdad se puede hacer cualquier forma?)
- Sí, clar, ho acabe de dir (Sí, claro, lo acabo de decir).
- ¿I pots fer el meu nom? (¿Y puedes hacer mi nombre?)
- Dona, tens un parell de lletres prou complicades (Mujer, tienes un par de letras bastante complicadas).
- Vingaaaaaa, per favor (Vengaaaaaa, por favor).

Bueno. Se puede hacer cualquier forma, vale, pero letras como la eme, la erre y, sobre todo, la be requieren bastante práctica. Sea como fuere, y hagas las formas que hagas, cuando estén bien dorados por los dos lados (más o menos cuando el aceite deja de chisporrotear con fuerza), los sacas uno a uno con las pinzas, sacudes un poco el aceite y los pones a escurrir en el recipiente con el papel de cocina. Deben quedar crujientes por fuera y algo blandos por dentro.

Y luego, le echamos azúcar, recuperamos el chocolate, se sirve y toma empacho que te crió, como te los comas tú todos. Pero es un tributo que hay que pagar por ponerse como el Quico de churros en un país tan lejano de las Españas. En fin, aquí quedo a disposición del lector por si hay dudas... o por si quiere invitar.

miércoles, 27 de junio de 2007

Cocina para exiliados (II): más churros.

Pues bien, famélica legión, vamos a hacer unos churros tales que, cuando volvamos a España, vamos a reírnos de las churrerías y sus guarradas. Lo primero es hacer la masa, cosa que no tiene ningún misterio: se pone a hervir el agua, se le añade el trocito de mantequilla y la pizca de sal, y en un recipiente se le va añadiendo la harina hasta que vaya adquiriendo consistencia. Lo suyo es que se desprenda de las paredes y lo normal es que no se hagan grumos, es decir, que hay que machacar concienzudamente la mezcla para que desaparezcan.

Ya tenemos la masa, pero claro, la cosa está calentita, y hay que enfriarla. Cubridla con un paño y ponedla al fresco. En invierno, la cosa es ideal: sacas la masa al balcón y en un periquete, y desde luego mucho más rápido que en España, la tienes a temporatura manejable. En verano, la cosa cambia, pero también hay que ponerla a refrescar. Ojo con los cuervos y los gatos, que tienen muy mala intención y os pueden dejar sin masa como no andéis listos.

Mientras la masa se enfría, vamos a por el chocolate. Ya digo que lo ideal es traerlo de España, pero, si no lo hay, usa cacao en polvo, que en Rusia lo hay. Pones la leche a calentarse y, antes de que hierva, le echas el cacao (no seas rácano, échale con ganas) y remueves constantemente hasta que se ponga a hervir, o más si lo ves necesario. El azúcar lo puedes echar antes o después, pero yo lo haría después. Eso sí, echa a gusto o el amargor no se irá.

Reservamos el chocolate y volvemos con la masa. Pon el medio litro de aceite a calentarse bien, pero bien caliente. Prevé un cacharro con un par de trozos de papel de cocina para absorber algo del aceite que dejarán los churros (nos preocupamos por la salud del comensal, como puede verse), prepara unas de esas tenazas para dar la vuelta a la carne u otro cacharro para dar la vuelta a los churros... y prepara la churrera.

¿Que no hay churrera? Bueeeeno, ya tenemos algo para apuntar para la lista de la compra del próximo que vaya a España. Efectivamente, es inútil buscar una churrera en Rusia.

- У вас чуррера есть? (¿Tiene usted una churrera?) - le podemos preguntar al tendero del metalloremont.
- Чегоооооо? (¿Cómorrrrr?) - nos preguntará extrañado.
- Чуррера, чуррера... нет у вас чурреры, или что ли? (Churrera, churrera... ¿es que no tiene usted una churrera?)

En fin, que lo máximo que sacaremos, en el mejor de los casos, será un encogimiento de hombros. En el peor, mejor no pensarlo.

En el próximo capítulo veremos posibles salidas a esta desagradable situación.

martes, 26 de junio de 2007

Cocina para exiliados (I): churros.

Voy a iniciar una serie estrictamente práctica, dedicada a todos aquellos españoles que sollozan en el extranjero añorando la comida que les hace su mamá y soñando con las tapas que se sirven en los bares españoles.

Pues basta ya de lamentarse y de hacer el plañidero. Ha llegado la hora de tomar el toro por los cuernos y de darse cuenta de que en Rusia, al igual que en casi todo el mundo, no hay bares de moscas, ni está mamá para resolverte la cena, pero eso no significa que debas renunciar a la cocina del Imperio. Nooooo, todo se puede resolver con buena voluntad, tiempo y ganas. Allá voy.

Yo puedo sobrevivir con la cocina rusa, algunos de cuyos platos incluso me gustan (a estas alturas todos los que han leído mi nombre con atención saben cuál es el principal de ellos), pero reconozco que la cocina española le da sopas con ondas. Quizá un ruso piense de otra forma, claro, mas a mí su cocina me parece, como la de casi todos los pueblos nórdicos, monótona y rica en grasas, cosa lógica con la rasca que hace. La española, si se puede decir que hay una cocina española (yo diría que hay infinitas cocinas españolas), es otra cosa.

Pues bien, chicos. Hay esperanza. En Moscú, con una mínima despensa de ingredientes importados, es posible crear un sucedáneo de cocina española que engañe al paladar. En las próximas entradas, os voy a ir pasando las recetas que más me gustan. Lo normal será que me dedique a platos valencianos (la cabra tira al monte), pero, para empezar, vamos con un postre racial: los churros con chocolate.

Ingredientes para los churros (para dos docenas largas, aquí no nos cortamos: o te empachas, o no vale la pena):

300 gramos de harina
300 ml. de agua
Una pizca de mantequilla
Otra pizca de sal
1/2 litro de aceite (sobrará para la siguiente ración)
Azúcar al gusto para espolvorear.

Y ya está. Eso se encuentra en cualquier sitio de Rusia.

Ingredientes para el chocolate:

Cacao en polvo (también vale con una tableta de chocolate, pero no es lo mismo)
Leche
Azúcar al gusto (y más vale que le eches mucho, porque el cacao es muuuy amargo)

Sinceramente, para el chocolate, es mejor traérselo de España en polvo. Últimamente en Moscú están vendiendo alguna marca holandesa ya con el azúcar añadido, pero es algo floja. Y ya se sabe que un chocolate español debe resistir la prueba de la cuchara, que debe poner plantarse en la taza sin caerse: las cosas claras, y el chocolate espeso.

Como hoy se hace tarde, otro día continuaré con la receta española para exiliados famélicos y nostálgicos. De momento, podéis ir haciendo acopio de los ingredientes, y recordad que tu cena surge de tu voluntad.

miércoles, 20 de junio de 2007

La solución

- Остановитесь! (¡Deténgase!)

Ya estábamos. Tras de mí venía el pesado del guardia de seguridad del acceso del garaje del centro de negocios donde trabajo, que a los ladrones de dentro, que los hay y doy fe de ello, los deja en paz y acaso se reparta con ellos lo que hayan guindao, pero que para dar la tabarra a la gente que no ha robado un boli en su vida se pinta solo.

Yo hice gesto de no hacer caso, pero el tío se me echó detrás con su walkie-talkie. Como me vio la cara de guiri (bueno, desde que voy con el bulto misterioso es totalmente evidente que no soy de aquí), me soltó un inseguro "Do you speak English?".

- В чем дело? (¿Qué pasa?) - fue mi respuesta.
- Вы куда? (¿A dónde va usted?)
- В здание (Al edificio). Я там работаю (Trabajo allí).
- А где работаете? (¿Y dónde trabaja?).

Se lo dije. El hombre se rascó la cabeza mientras miraba lo que agarraba entre las manos.

- А вы что... это же... велосипед? (Pero esto... esto... ¿es una bicicleta?)
- Наверное, велосипед, все-таки (Probablemente, a pesar de todo, es una bicicleta).

El hombre se rascó la cabeza. Yo sabía, y quizá él también, que las bicicletas están prohibidas en el malhadado centro de negocios. Hace unos años, cuando los hados me trasladaron a aquel lugar, tuve que abandonar la costumbre de ir en bicicleta al trabajo. Pero este año decidí tentar al destino, volver a la carga y, después de un primer intento desgraciado, allí estaba con nuevos recursos.

- Он раскладывается (Se puede plegar) - le dije.
- А как? (¿Y cómo?) Просто мы беспокоимся... (Es que no estamos tranquilos...) - adujo, pero se le veía ya más curioso que deseoso de ponerme pegas.
- Хотите посмотреть, как я его раскладываю? (¿Quiere ver cómo la pliego?) - pregunté, y creo que estaba esperando precisamente eso.
- Давайте я посмотрю (Venga, voy a verlo).

Me acerqué a un banco que había allí, saqué la enorme bolsa negra del portamaletas, tomé la bicicleta, la plegué, y en menos de un minuto estaba dentro de la bolsa.

- Классно! (¡Estupendo!) - al tío ya se le habían pasado las ganas de poner pegas. Entretanto, una mujer que estaba en el banco contiguo y que no había perdido ojo del asunto se decidió a preguntar.
- А сколько это стоит? (¿Y cuánto cuesta eso?)
- Не скажу (que tiene dos significados: "No te lo quiero decir" y "No lo sé", lo cual me venía de perlas en aquel contexto, porque el primero, que era el auténtico sentido, era muy borde, y ella, y el segurata, creyeron que yo me refería al segundo).
- Это наверное специфическое изобретение (Debe ser un invento específico) - el segurata poco menos que pensó que yo la había diseñado.
- Если позвольте... (Si me permiten...) - dije yo, que pensé que ya estaba bien de cháchara.
- Я пойду с вами и заодно предупрежду центральную охрану (Voy con usted y de paso advertiré al puesto de vigiliancia central).

Cargué al hombro el bulto misterioso y empezamos a bajar por la rampa del garaje.

- Он тяжел? (¿Pesa mucho?)
- Килограмм десять (Unos diez kilos).
- А вы купили его здесь? (¿Lo ha comprado aquí?)
- Здесь невозможно, насколько я знаю. Я его купил в Испании (Aquí, por lo que yo sé, no se puede. Lo compré en España).

El segurata se fue por otro camino. Yo entré en el ascensor, que estaba bastante lleno de gente, y en el que cupe por poco. Planté el bulto en el suelo. Otro trabajador del centro, al que no había visto nunca, me preguntó.
- А вы занимаетесь сноубордом, да? (¿Usted hace snowboard, verdad?)
- Так точно (Exactamente).

El bulto misterioso

- ¡Hala! ¿Quién toca el trombón? -me preguntó mi amigo Orx al entrar en mi casa, en Valencia, y ver una enorme bolsa negra junto a la puerta.

- No, Orx, no es un trombón, es (...) - y le hice a Orx una demostración de su funcionamiento, tras sacar el trasto de su bolsa.

- ¡Cómo mola! ¿Y esto lo has comprado para aquí?

- No, lo he comprado para llevármelo a Moscú y usarlo allí.

- ¿Es que allí no venden?

- De este tipo, no. De hecho, lo he tenido que comprar por internet. Pedí el bicho por internet desde Moscú para que me lo sirvieran aquí. El sábado pasado lo recogí en casa de mis padres, y mañana me lo llevo a Moscú.

Durante toda la semana había estado utilizando el bicho por Valencia, por las noches, para practicar sin que hubiera mucho jaleo. Vamos, todo el que puede haber en Valencia a primeros de junio, en que ya apetece más salir de noche que de día. Llamaba la atención.

***

- ¿Esto qué es? - dijo el Carbuncho, al verme llegar al trabajo con el bulto misterioso - ¿Un trombón?

- Síiii, ahora me dedico a la música - bromeé.

- Me alegra que te dediques a la música.

Coloqué los diez kilos de bulto detrás de mi mesa y allí se quedaron hasta la hora de salir, en que los saqué de allí detrás y me los eché al hombro.

- Me voy con la música a otra parte.

- Toca, toca...

***

- Господи, Альфор, что это такое? (¡Dios mío, Alfor, qué es esto!) - dijo la recepcionista al verme salir con aquella enorme bolsa negra.

- Это... ну, инструмент, как говорят вокруг (Esto, bueno, como dicen por ahí, es un instrumento).

- Не думаю... (No creo) - dijo, con algo de sorna.

Me reí yo también, y salí cargando el bulto. El instrumento.

martes, 19 de junio de 2007

Murmuradores

En el pasado, algún rusófilo español acusaba a esta página de estar sesgada y de poner a caldo a Rusia y a los rusos. Y la verdad es que, a pesar de que lo intento, y lo intento mucho, es raro el mensaje en el que, aunque sea entre líneas, no se me deslice alguna puya contra este país en el que resido. Y en algún caso, cuando doy rienda suelta a lo que me pide el cuerpo, la puya ya es de picador consumado.

El rusófilo español, por regla general, reside en España. Alguno pasa a residir a Rusia, y entonces su rusofilia se atenúa hasta acabar por desaparecer, y hasta darse cuenta un buen día de que está echando pestes de Rusia, de los rusos (y, muchas veces, también de las rusas) y en general de todo lo que se mueve por aquí. Alguna excepción habrá, pero hay casos a patadas.

Y es que, a pesar de que a esta bitácora se le acuse de murmuradora y de poner a Rusia como no digan dueñas, lo cierto es que esto no es nada, pero nada, comparado con cómo las gastan mis compatriotas españoles, y los occidentales en general, algunos de ellos casados con rusas (a la inversa apenas se da el caso), cuando se juntan y despotrican a base de bien del país. Y, cuando despotrican tras meterse un par de copas, in vino veritas, la cosa ya adquiere tintes dramáticos. Muchas veces lo hacen en presencia de sus mujeres, rusas, o de rusos que hay por allí, que lo más que hacen, cuando no callan, es reírse y darles la razón. Al menos, el reconocer el desbarajuste kafkiano que hay montado por aquí les honra.

Y, en esos casos, cuando sacan el cuchillo, cuando empieza a oírse "esto es un infierno", "menudo caos que tienen montado por aquí", "ya estamos otra vez", "vaya tropa", "son la gena", "son lo peor" y muchas otras que prefiero no transcribir, entonces es cuando un servidor de ustedes, a quien tachan tan injustamente de malediciente, se ríe y procura no echar más leña al fuego, e incluso aduce que en España no todo el monte es orégano y también tenemos nuestras cositas que mejorar.

Y es que, aunque los rusófilos piensen que su enfermedad no tiene remedio, ya lo creo que la tiene: que se vayan a vivir a Rusia, y verán cómo se les pasa.

viernes, 15 de junio de 2007

Ecos de la semana pasada: Tres treinta.

Íbamos por el río de Valencia entrenando tranquilamente, charlando como si tal cosa, cuando, a los tres kilómetros de empezar, metro arriba, metro abajo, nos encontramos con Chema, más conocido como Chema Trestreinta.

¿Que por qué le llamamos Chema Trestreinta? Porque está cerca de hacer las carreras de fondo a ritmo de tres minutos y treinta segundos por kilómetro (en realidad lo decimos para picarle... y lo conseguimos), lo que, para un servidor, está en otra galaxia.

- ¡Hola, Chema! - le dijimos.
- ¡Hombreeeee! ¡Cuánto tiempo! ¿Hacia dónde vais?
- Bueno, -dijimos, sin parar de correr- llegaremos hasta la Alameda y volveremos ya a la zona.
- Bueno, va, os acompaño un rato.

Nuestro entrenamiento, que hasta entonces había sido bastante pachanguero, se endureció a saco. Chema nos puso, primero, a cinco, y luego bastante por debajo. Y el tío charlando como si nada, mientras los otros dos le respondíamos con jadeos y monosílabos.

- ¿Vais a llegar a la fuente? ¿No seguís hasta Mislata?
- Nos que... da... mos en la fuen... te...

Chema aprovechó para acelerar un poco más. Los kilómetros pasaban a toda velocidad. El último kilómetro ya lo hicimos a menos de cuatro veinte.

- ¿Qué, Alfor? ¿Vas bien?
- Cla... a... ro.

Llegamos a la fuente. Chema ni se paró, sino que siguió y se despidió agitando el brazo izquierdo.

- ¡A ver si nos vemos en alguna carrera!

"Será en la línea de salida, porque, para cuando lleguemos a la de meta, éste ya estará en la ducha de su casa."

En fin, entretanto he vuelto a Moscú, ha pasado una semana desde aquello, y todavía tengo una pereza infinita para correr. A ver si mañana...

miércoles, 13 de junio de 2007

Asuntos laborales

Después de una semana dando tumbos por España y de tener este sitio bastante abandonado, el otro día aparecí de nuevo por aquí. Claro que, durante este tiempo, alguna cosa sí que ha pasado.

Circulaban junto al Kremlin, Abi, Ro y Ame. En esto, Alfina les pregunta:

- ¿Y qué edificio es éste?

- El Kremlin -respondió Abi.

- ¿Y por qué es importante?

- Porque ahí vive el President Rossii -eso de mezclar el ruso y el castellano se está convirtiendo en algo demasiado frecuente.

- Bueno, será el Presidente de Rusia. Además, no vive ahí. Sólo trabaja ahí.

Y Abi, sinceramente sorprendida, preguntó:

- Ah, pero, ¿el Presidente de Rusia trabaja?

lunes, 4 de junio de 2007

Comuniones

La moda en España vuelven a ser los marineritos. Mi padre tomó la primera comunión de marinero, pero, cuando me tocó a mí, aquello estaba en desuso y comulgué de traje. Desde entonces, le había perdido la pista a la moda, al menos hasta hoy, día en que, de nuevo por España, aparecí por una iglesia española.

Cuando entre por la puerta y vi el bullicio, el templo hasta los topes, cosa poco frecuente, los parientes charlando entre ellos mientras trataban de recordar la última vez que habían pisado una iglesia, los niños pequeños preguntándose qué era aquello y quién era ese señor de blanco de allí delante... cuando vi todo aquello comprendí que me había equivocado de hora, pero ya era tarde y decidí quedarme.

El grupito era de unos diez niños, cuatro princesas, cinco marineros y un niño ecuatoriano que se llamaba William, iba vestido de civil y cuyos padres debían estar alucinando con todo aquello. Y el cura era el de toda la vida, vamos, como que era el que ya me dio a mí la comunión, y ya hace algunos lustros de eso. Con los años, se ha ido haciendo algo socarrón.

- ¿Y vosotros -dijo a los niños- por qué estáis tan contentos? ¿Porque vais a recibir a Jesús por primera vez o porque cuando salgáis de aquí vais a participar en la America's Cup?

Y yo que pensé que Pepe era incapaz de hacer un chiste...

viernes, 1 de junio de 2007

Autor invitado: Roberto en Kolomenskoye

Hay gente bienintencionada que acusa a esta bitácora, no sin motivo, de reflejar la realidad moscovita de manera muy incompleta. En efecto, debo confesar que, teniendo en cuenta que debe ir para un par de años largos que no salgo de farra, hay una parte sumamente importante de la realidad local que se me escapa.

Pero el hecho de que yo no salga de farra no quiere decir que no haya gente que no sea testigo de dichas situaciones. Tenemos al Botas (http://caminoaperdicion.blogspot.com), con sus frecuentes propósitos de reformarse y con sus no menos frecuentes, aunque poco creídas, aseveraciones de haberlo hecho; pero el Botas últimamente actualizaba poco su blog (quizá por estar ocupado en otros menesteres); así que, no deseando yo que esa parte de la realidad quedara huérfana de glosa, le he pedido a Roberto, antiguo compañero de batallas y persona de confianza y conocimiento contrastados en este ámbito, que contribuya al remedio de semejante carencia. Y lo ha hecho: ahí va su contribución

EL CORONEL Y LA ZORRA EN KOLOMENSKOYE

Al hilo de las elucubraciones de Alf sobre el parque de Kolomenskaya, he de coincidir en que es también uno de mis lugares preferidos para dar un paseo, cuando no hace o demasiado calor o demasiado frío. Como la ciudad en que vivimos está condenada a padecer extremos en todos los ámbitos de la vida, tampoco el clima iba a ser una excepción.

Como suele suceder, cuando algo nos es atractivo, solemos hacer proselitismo de nuestra querencia y en ocasiones, incluso aquellos más reacios, acaban cediendo a la presión. Así pues, unos, que en su día lo fueron, habitantes de Moscú, poco dados a los paseos, convencidos por mí de las bondades de dar un garbeo por alguno de los parques de la ciudad, accedieron hace ya algún tiempo a ir a Kolomenskaya, al fin y al cabo, algún día había que salir a un espacio abierto, se debieron decir a sí mismos.

Un domingo de verano, hace ya algún tiempo, día caluroso, aunque no en extremo, recojo a mis compañeros en una terraza de la Tverskaya, "el centro mundial del devushkeo", como se lo llamaba entonces. Se trataba de El Coronel y La Zorra. El nombre real de La Zorra para muchos moscovitas fue siempre desconocido. Cuando empezamos a conocerlo ya era La Zorra, y con ese nuevo nombre fue conocido en Moscú durante los dos años que vivió. El Coronel, dado su gusto por el saqueo y la toma de prisioneros, fue por nosotros mismos así bautizado.

Con una cerveza en la mano, partimos hacia el parque, línea verde, unas cuantas paradas y ya estamos en la salida, el kinoteatr Orbita a un lado, los produktis al otro y allá a su frente el parque. La Zorra y El Coronel, que habían mantenido el sosiego durante el viaje en metro, al salir de nuevo a la superficie empiezan a obrar - y en el caso de La Zorra, a orbitar. Para los que han visto a La Zorra, es fácil comprender qué quiere decir la orbitación. La Zorra es incapaz de mantener una conversación sin mantener un movimento constante de prácticamente todo su cuerpo, se acerca, se aleja, se golpea contra su interlocutor, gesticula. Incluso el Coronel queda solapado ante el "perpetuum mobile" de La Zorra. Yo le aseguro que en el parque podrá retozar lo que le plazca.

Llegamos al parque, cruzamos la zona civilizada, donde El Coronel, intenta, siempre fiel a sus principios, "asustar a los locales", se impacienta, "¿dónde está el río?", yo le había prometido que iban a ver el río. A La Zorra le da igual, sigue rotando sobre sí mismo, empieza a dar palmas, tira piedras (empieza a ser peligroso que a uno le asocien con ese hombre)...

A estas alturas, las iglesias del conjunto histórico de Kolomenskaya y la casa de madera de Pedro I ya han sido despachados, por parte de El Coronel, con un "esto ya está visto" o "pero aquí qué hay que ver, a ver, dime qué hay que ver y lo veo". La Zorra simplemente ha pasado a su lado sin prestar atención, mantiene una cháchara contínua, cantando las excelencias del parque. Empiezo a darme cuenta que en realidad, no hay nada que ver (sic) Llegamos al río. El Coronel empieza a maquinar cómo sería posible cruzarlo a nado, conjetura sobre la posible profundidad del Moskva en esa zona. La Zorra desaparece un segundo. Nos acercamos a unas personas (devushkas) y buscamos información (craso error) sobre la posible profundidad del río, su respuesta es dubitativa, una de ellas dice que 10 metros, El Coronel se altera, dice que en esa "porquería de río" no hay 10 metros de ningún modo. La Zorra vuelve, tira unas piedrecillas a las personas, decidimos seguir adelante. Las devushkas quedan abandonadas y cariacontecidas.

Habíamos descendido casi hasta la orilla del río, allí desembocan lo que parece ser manantiales de agua, La Zorra se empeña en beber, allí donde hay niños bañándose, La Zorra se acerca y empieza a beber por donde cae el agua. Los niños se asustan. La Zorra se anima y les grita "drug, drug".

Sacamos de allí a La Zorra, y propongo ascender, seguir hacia la zona más agreste, pasando por un área cultivada con árboles frutales, finalmente, llegamos a un lugar, donde hay algunas casas no muy bien conservadas, de hecho al parecer en Kolomeskaya antes había una aldea. Yo nunca había estado en esa parte tan alejada de Kolomenskaya. En una de las casas, la verja (vallado de madera) tiene varias entradas abiertas (o simplemente maderos caídos) La Zorra se introduce por allí... a los pocos segundos aparece un perro, con el que se pone a jugar La Zorra, gritando "davai, davai", le tira una cosa y el perro se la trae de vuelta, con lo cual se anticipa que va a ser difícil sacar a La Zorra de allí. El Coronel y yo nos acercamos, la casa, semicaída, está no obstante habitada.

En ese momento, en que iniciábamos la exploración de la casa, aparece un habitante del lugar, un ruso de edad indeterminada, armado con una botella de licor. El hombre nos saluda y nos dice que nos acerquemos, detrás de la casa se oyen más voces y cuando seguimos al individuo, descubrimos que hay una mesa donde se celebra una comida, regada con abundante licor local. El Coronel y yo agradecemos la hospitalidad, hablamos un poco con el hombre que se identifica como una especie de guarda-lugareño, los demás rusos nos saludan y nos invitan a servirnos.

La Zorra sigue su particular juego con el perro, hasta que nos acercamos de nuevo a él y le decimos que venga con las personas, en ese momento, detrás de la casa observamos una especie de corral que contiene varios animales. La Zorra abre los ojos desmesuradamente y grita, "Zaichik!" Nos asombra la demostración de poder de La Zorra, incapaz de hilvanar una frase en ruso, pero conocedor de la palabra "liebrecilla". El Coronel se enfada, "de dónde has sacado esa palabra??", La Zorra contesta que se la ha enseñado "Malinka" (ese era el nombre de su novia..al menos para él). Y es que en Rusia los apelativos cariñosos, son de lo más variado.

Tras la demostración de La Zorra, volvemos a la mesa de rusos, y nuestro anfitrión recibe los más calurosos saludos de La Zorra, que empieza a saltar y girar alrededor del hombre gritando: "moi drug, moi drug" "davai, davai". Salta y se apoya en sus hombros, orbita y da palmas. Incluso este hombre se asusta ligeramente, La Zorra está exultante de gozo al ver que hay gente alrededor, durante un par de minutos sigue la exhibición por la mesa y con el resto de gente.

Finalmente, El Coronel decide que ya está bien de cháchara inútil y de aspavientos, posa su mirada en unos edificios que se adivinan entre los árboles, al otro lado de la carretera y nos señala aquella dirección con su mano. Tenemos que ir a "Rayón", dice, mientras observa los bloques soviéticos...

Tras coger a La Zorra, nos ponemos en marcha hacia "Rayón", campo a través. Kolomenskaya quedaba atrás.



Y hasta aquí llega la narración de Roberto. Espero que con cierta periodicidad nos ilustre sobre sus aventuras. También soy consciente de que una de las siguientes entradas mías tendrá que ser un vocabulario para entender algunas expresiones oscuras del texto de Roberto, y no sólo las que están directamente en ruso, que son poco accesibles para el lector hispanohablante medio.

De momento, esta tarde me voy a España. Nunca pensé que escribiría esto, pero a ver si allí hace algo más de fresquito: llevamos diez días a alrededor de treinta y cinco grados.