La ambulancia que llevaba a Ame y a Alfina llegó al hospital mucho antes que yo, que me vi envuelto en todos los atascos posibles entre el centro de Moscú y el barrio de Tushino. Para colmo, cuando me presenté en la entrada principal, tras algún traspiés, me esperaba la tarea de hacer entender a la celadora cuáles eran mis intenciones:
- Buenas tardes.
- Buenas tardes.
- Vengo buscando a mi hijo, que debe haber ingresado hace poco.
- ¿En qué unidad está?
- ¿Unidad? Yo sé que tiene fiebre y le duele la barriga.
La celadora se rascó la cabeza un poco.
- ¿Cómo se llama su hijo?
- Ame von Buchweizen.
- ¿Cómooooo?
Le deletreé el nombre, con la esperanza de que la transcripción al cirílico que hice fuera la misma que podía tener anotada en sus registros.
- No está.
- ¡Pero si acaba de llegar!
- ¿Cuándo?
- No estoy seguro, pero puede que no haga ni una hora.
- ¿Y dónde está?
- No sé... es lo que le había preguntado yo. Vino con la "skoraya"...
La celadora lanzó un suspiro, que venía a significar algo así como "uf, siempre me tocan a mí estos catetos".
- Si vino con la "skoraya", vaya a aquel teléfono del rincón y marque el 246. Yo no lo tendré aquí en el registro hasta que no lo pasen a planta.
En casi todos los sitios públicos rusos hay un teléfono de hierro bastante cutrosillo, vestigio de otras épocas, para comunicarse con la gente que trabaja en el sitio al que ha ido uno. En España, uno va a un edificio público, va al conserje, dice lo que va a hacer y pasa.
Aquí, no.
Aquí, uno tiene que buscarse la vida con el teléfono roñoso de llamadas internas. Porque el conserje, celador o teórico encargado de la información tiene la función de no dejarte pasar a menos que lleves un propusk. Y no puedes sacarte un propusk si no sabes quién te lo puede proporcionar. Ahí entra el teléfono roñoso.
El problema es si no te contesta nadie. Y eso pasaba en el 246. Así que pasé de teléfonos internos y de historias y llamé a Alfina al móvil.
- ¿Cómo está Ame?
- Bien, pero le sigue doliendo la barriga.
- ¿Y dónde estáis?
- En la entrada 24-25. Desde la ventana se ve un parquecito infantil con una casa de madera.
- ¿Y cómo llego hasta allí? Yo estoy en la entrada principal.
- No sé. Yo llegué con la ambulancia y no sé por dónde pasamos.
- Claro.
Después de cien mil vueltas y revueltas, vi un coche con la matrícula roja y la banderita argentina colgada. Está visto que el Embajador de Argentina andaba cerca, así que quizá también Ame y Alfina anduvieran por allí. Entonces vi una puerta con el rótulo 24-25, me dije, "Tate, aquí es", entré por las buenas y me encontré con una enfermera mal encarada y con aspecto de reprocharme que me encontrara allí, estorbando.
- Buenas, soy español y busco a...
- ¿Español? Ya sé quién es usted. Ya los he llevado a planta, están en la habitación 712, unidad de gastroenterología. Lárguese y vuelva a donde estaba y pregunte por esa habitación.
- Estoo...
- A donde estaba, he dicho.
Volví sumiso a la entrada central, a la misma celadora de antes.
- Busco la habitación 712, unidad de gastroenterología.
La celadora lanzó el mismo suspiro de "otra vez el cenutrio éste que me va a dar la tarde" y miró sus registros.
- ¿Ami von Wuxwiesen?
- Casi, digo, sí, sí, es él.
- Sí, está en la 712, en la séptima planta.
- Voy allá.
En esto, me llega un mensaje de Alfina al móvil: "Sube".
Entre el lugar donde estaba y los ascensores había un arco de seguridad con un segurata que parecía salido de una recepción en Berchtersgaden. Tenía el pelo rapado, excepto un flequillo que le caía por la frente, y no parecía muy proclive a aceptar milongas.
- ¿A dónde va?
- A la habitación 712.
- No se puede pasar.
- Está mi hijo de cinco años allí arriba. Acaba de ingresar.
- ¿Está solo?
- Está con su madre.
- Pues no se pasa. Dejamos pasar a uno de los padres. A uno solo.
"Leches. A ver qué se me ocurre. Ajá, vamos a probar con el viejo truco del guiri ignorante." Porque, claro, si se me ocurría no subir, más me valía ir directamente del hospital al IKEA a comprarme un sofá más cómodo, porque me iba a hacer falta.
- Es que su madre no habla ruso, y yo tengo que ir allí de intérprete.
- Ah, ¿no habla?
- Un par de palabras, pero es un nivel totalmente insuficiente para manejarse.
El segurata de las HJ vaciló un momento.
- En ese caso, voy a llamar a la doctora. Vamos a ver.
Marcó un número.
- Soy el guardia de la entrada central. Tengo aquí un padre que dice que su hijo está en la habitación 712 y que la madre está con él, pero que, al parecer, no habla ruso, y quiere subir él.
- (...)
- ¿Que sí que habla?
"Leches, Alfina, por una vez que tocaba hablar lo peor posible, debe estar declinando y todo. Así no hay manera."
- Oiga, que la doctora dice que su mujer sí que habla ruso.
- Pf, a cualquier cosa le llaman ahora hablar ruso ¡Si habla fatal! ¡Si no se entera!
- Mire, tome el teléfono y discútalo con la doctora.
Se le notaba ya un poco cansado al chaval. Así que tomé el teléfono y le expliqué el caso a la doctora, pero yo también debía estar un poco cansado y debí cometer algún errorcillo.
- ¡Pero si su mujer habla mejor que usted! - dijo la doctora.
Ahí ya me enfadé. Hasta ahí podíamos llegar. Desde los dieciocho años estudiando ruso y aquella doctora se permitía opinar que Alfina, con sus dos clases mal contadas, hablaba mejor que yo, total porque la puñetera pronuncia asombrosamente bien. Andayá.
- Oiga, de eso nada. Le habrá engañado con las dos frases que sabe pronunciar bien, pero yo soy intérprete profesional y quiero subir para ver que está pasando, porque mi mujer pronunciará muy bien, pero seguro que no le entiende la mitad de lo que dice. Y ya lo creo que voy a hacerlo.
La doctora empezó a reírse al otro lado del teléfono.
- Bueno, le dejaremos pasar, pero no más de una hora. Su mujer le dirá qué le tiene que traer y luego podrá irse. Páseme con el guardia.
Así lo hice. El guardia me dejó pasar con una sonrisilla sarcástica, tras decirme por dónde debía ir, y me dirigí al ascensor y a la unidad de gastro.
De momento, no hacía falta que pasara por el IKEA a comprar sofás. De momento.
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