Después de ¿diecisiete? (ah, sí, diecisiete) años en Moscú, resulta que me fui de allí sin contar cómo es la experiencia de pasar allí un 25 de diciembre. Yo, hasta ahora, lo había hecho en dos ocasiones, una solo y la otra con la familia, y las dos porque no había más remedio que quedarse unos días más. Es una experiencia, sobre todo la primera, que es bastante difícil de recomendar. De hecho, todos los demás años logré eludir Moscú y me fui a pasar la Navidad a España, que es lo toda persona razonable haría, y más si uno es español, como servidor.
Este año, que ya no trabajo ni vivo en Moscú, y en una muestra más de la contradicción constante en que se está convirtiendo mi vida, y en especial mi vida religiosa, sin embargo he tomado un avión y, si el mundo no se ha acabado el viernes, cuando se publique esta entrada estaré en el Moscú de mis entretelas pasando, o más bien a punto de pasar, la Navidad con la familia.
Seguiré informando. Entretanto, feliz final de Adviento.
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