En Rusia, como en España, la educación es gratuita. Ahora bien, eso de la gratuidad presenta serios matices en ambos países; en España, los libros de texto son bastante caros, así que uno paga los libros, la matrícula es efectivamente gratuita, y luego tiene que preocuparse por algunos extras, básicamente comedor y transporte. En Rusia, los libros de texto son muy baratos y, en el caso de Moscú, incluso gratuitos, porque el ayuntamiento los subvenciona por completo. Eso sí, los clavos vienen por otro camino. Veamos.
Desde que Abi está en el colegio (colegio público ruso, nada de colegio extranjero, que eso cuesta más que un MBA, y no es exageración, además de que condenaría a la pobre niña a pasarse el día de atasco en atasco para llegar a clase), he asistido a unas cuantas reuniones de padres. La primera tuvo lugar antes del comienzo del curso y ya apuntaba maneras:
- Señores -dijo la profesora-, aquí los libros los paga Luzhkov. Luzhkov también paga mi salario
("Mejor", pensé, "no preguntar cuál es, puede ser muy deprimente"). Pero eso es todo lo que el colegio ingresa del Estado. Para el resto de nuestras necesidades, habrá que encontrar medios.
Los otros padres, más avezados que yo en esto, entendieron rápidamente. Yo también había oído campanas, pero mi reacción fue más lenta.
- Habrá que reformar algo el aula -dijo una madre.
- Ustedes verán -dijo la profesora-. Yo puedo dar clase aquí, pero la cuestión es si ustedes quieren que sus hijos reciban clase en estas condiciones.
El aula estaba bastante cochambrosa. La pared, tras un año escolar completo, estaba algo más pintarrajeada de lo debido, y en el suelo había signos evidentes de humedad y manchas de suciedad, además de una alfombra al fondo del aula con aspecto descuidado y color entre parduzco e indefinible, tras prestar servicio a Dios sabe cuántas generaciones de alumnos.
- ¿Cuánto puede costar? -preguntó otro padre.
- Hemos pedido presupuesto a unos obreros que suelen trabajar para nosotros -intervino rápidamente la profesora- y nos han hablado de unos tres mil dólares.
- ¿Han preguntado a otros? -preguntó una madre.
- Ésos son los que siempre han trabajado aquí y son de confianza.
Yo había llegado allí con el propósito de no sorprenderme de nada, aunque hasta cierto punto iba prevenido. Me palpé el bolsillo, lo cual formaba parte de la prevención, y comprobé que contaba con posibles para afrontar el gasto proporcional.
- ¿A cuánto salimos?
- ¿Cuántos apuntados hay? -le preguntó una madre a la profesora.
- Bueno, somos quince... salen a unos doscientos dólares... unos seis mil rublos.
- Pongamos seis mil.
- Pero, ¿podemos ver el presupuesto? -dijo una madre con ganas de guerra.
Todos se giraron hacia ella.
- Soy diseñadora -dijo con actitud retadora-. Y creo que podría ver qué es lo que hay.
Nadie le hizo mucho caso.
- Bueno, venga, doscientos dólares... -intervino un padre con ganas de acabar rápido- El precio está bien, me parece muy razonable para lo que hay que hacer. Casi sería mejor pagar en rublos...
- ¿Quién se encarga de recoger el dinero? -dijo la profesora.
- Deberíamos formar un comité de padres.
- ¿Se puede encargar usted?
Una madre dijo que ella podía, y todo el mundo estuvo de acuerdo. Los billetes comenzaron a aparecer, mientras surgía igualmente una hoja de papel y todos íbamos apuntando nuestros nombres y nuestros teléfonos de contacto.
(continuará)