jueves, 30 de diciembre de 2010

El retorno de doña Margarita

Echando un vistazo a algunas entradas de la primera época de esta bitácora, se puede ver que en aquel entonces la temática de la misma era más amplia y aparecían personajes que no tenían absolutamente nada que ver con Rusia. Como es natural, estos personajes aparecían en el curso de las entradas alusivas a mis viajes a España y, como estoy en España (en Valencia, para ser exactos), en estas fechas tan entrañables, tiene su lógica que reaparezcan de nuevo.

Efectivamente, como los lectores más veteranos quizá hayan adivinado, me estoy refiriendo a doña Margarita.

Doña Margarita es esa vecina metomentodo, paladín de todas las causas posibles en una comunidad de vecinos, sargento impenintente y terror de tirios y troyanos; esa vecina que en Moscú apenas existe, porque es una gran ciudad, porque no hay comunidades de vecinos y porque las zonas comunes de los edificios son un estercolero, aunque los vecinos parezcan no darse cuenta.

En mi finca, en Valencia, nos estamos enfrentando al problema de la inseguridad ciudadana. Tenemos una reja en la entrada que no termina de cerrar bien y que, por ello, cuesta mucho de colocar correctamente, por lo que muchas veces queda abierta. Nunca había pasado nada serio. El mayor peligro era que se colaran los falleros infantiles del casal que funciona en el bajo y se quedaran hablando hasta las tantas, lo cual era menos peligroso para nosotros que para ellos, porque al llegar a casa ya les ajustarían las cuentas sus padres por llegar tarde.

En esto, al llegar a casa esta tarde, me he encontrado en el ascensor, convertido en algo así como un tablón de anuncios, el siguiente cartel:



No me cupo duda: a pesar de que el mensaje carecía de firma y de que doña Margarita vive en el primero y es dudoso que necesite el ascensor, la autoría del mensaje era muy probablemente suya, a tenor de las peculiaridades estilísticas y ortográficas presentes en su contenido. A propósito del mismo, y debidamente traducido al castellano, el mensaje decía:

¿Quién abre la puerta de la calle? ¡No hay voluntad ni vecindad!

El mensaje revela la insatisfacción de doña Margarita con la colaboración vecinal a la hora de garantizar la seguridad de la finca. La explicación de todo esto llegó cuando abrí el correo atrasado del último mes y medio largo que llevaba sin pasar por el piso y encontré el acta de la última reunión de la comunidad de vecinos, en la que había la siguiente mención específica a asuntos de seguridad:

Se recuerda (creo que no hace falta que diga qué vecina insistió en este punto) a los señores propietarios que deben cerrar correctamente la puerta de la calle, pues de lo contrario pueden llegar a acceder delincuentes a la finca. En las últimas semanas llegaron a entrar unas personas ajenas a la finca hasta el ascensor y se enfrentaron a uno de los vecinos (sí, a ésa vecina). Por fortuna, no hubo que lamentar ninguna desgracia personal.

Menos mal. Parece que los delincuentes salieron ilesos.

martes, 28 de diciembre de 2010

Otra de espías

Al final conseguí encontrar un enlace en un medio español a la noticia de los aeropuertos de Moscú colapsados. Pero lo bueno son los comentarios a la noticia. Se ve que incidentalmente en la noticia se dice que uno de los españoles bloqueados consiguió hablar con el Consulado (supongo que con el pobre que tiene el teléfono de urgencias consulares, que por cierto es una bellísima persona y un pedazo de pan de los que ya no quedan), y le dijeron que lo de sacarles del aeropuerto era cosa de la compañía aérea, pero que en el Consulado no podían hacer mucho. Automáticamente, en los comentarios ha aparecido todo tipo de gente indignada acusando de dejación a los funcionarios españoles en el extranjero y, por extensión, a la ministra de Exteriores de España. Al final va a resultar que la culpa de que unos españoles estén bloqueados en el aeropuerto de Moscú la tiene Zapatero. Hay cada español por ahí que habría que darle de comer aparte. Y que no se quejen demasiado, que al menos ahora Sheremetyevo es un aeropuerto moderno y tiene de todo. No hace ni dos años era un sitio tercermundista donde ibas esquivando a los hindúes y ceilandeses que llevaban días durmiendo por los pasillos de la zona internacional. Y, fíjate, ésos no se quejaban nunca.

Pero la noticia ha durado poco. El cupo de noticias de hoy ha sido ocupado por la última de espías, con la expulsión de los dos diplos españoles. Cuando España expulsó hace unas semanas a los diplos rusos, la noticia apareció en un recuadrito en una página interior en la prensa española, como si no tuviera importancia. Hoy no. Ahora que Rusia expulsa a estas dos personas, sale en primera página.

Una vez más, lo bueno son los comentarios. Por lo visto, España está llena de expertos en relaciones interacionales (bueno, en relaciones internacionales y en casi todo), pero es que muchos comentarios son la pera. Básicamente, deben creer que eso de que expulsen a un diplomático por espionaje es un hecho gravísimo, y puede que en España lo sea, pero en Rusia pasa con bastante frecuencia y se toma ya incluso con bastante naturalidad. Sólo en 2010 ya llevan la tira de diplomáticos expulsados mutuamente, lo que pasa es que es la primera vez que ocurre con España. De repente, hay comentaristas que piensan que debemos estar orgullosos de nuestro servicio de inteligencia, y que eso quiere decir que funciona tan bien que esos dos a quienes van a expulsar han puesto en peligro la seguridad de Rusia, cuando lo más probable, por no decir seguro, es que no tengan absolutamente nada de espías y que les haya tocado de manera hasta cierto punto aleatoria.

Otros, claro, piensan que la culpa es de Zapatero. O de Bush.

Sí, ya sé que hay fotos de la Chapman mucho más interesantes (o directa y descaradamente retocadas) que la de ahí arriba. Pero ésa es seguro que es auténtica y no pasó por el Photoshop.

lunes, 27 de diciembre de 2010

Navidades eclécticas

Es tiempo de Navidad. Hace un par de días celebrábamos el nacimiento de nuestro Dios, y seguiremos en este tiempo hasta bien entrado enero, cuando celebremos Su bautismo. Nosotros somos una familia española, y católica, pero vivimos en Rusia, que es un país que, de ser algo, es ortodoxo, por lo que los signos religiosos son ligeramente diferentes. Entretanto, gracias a Dios, hemos conseguido eludir la calamidad en que se ha convertido el transporte aéreo de Moscú, porque salimos con rumbo a España justo antes de que comenzara el desastre. He intentado poner un enlace en español a la noticia, pero la única noticia sobre Rusia que sale en los periódicos españoles es el asunto de Jodorkovsky, y se ve que con éste han agotado el cupo (en ruso la tenemos aquí). Entretanto, pido una oración por los miles de pasajeros desesperados que están vagando por Domodiédovo y Sheremetyevo, sobre todo por los primeros, que ni siquiera tienen luz y deben estar pasándolas canutas.

Nosotros no. Nosotros nos hemos logrado escapar y estamos pasando unos días en España, pero en Moscú hemos pasado todo el Adviento y allí, en un rincón de nuestra casa, hemos dejado los objetos que aparecen en la imagen de ahí al lado.

Es nuestro "krasny ugolok". El "rincón hermoso", traducido al castellano. Una esquina de la casa, normalmente de la habitación principal, donde las familias rusas ortodoxas colocan sus iconos y se reúnen para rezar. Nuestros iconos también son un poco particulares. Tenemos el de Nuestra Señora de Kazán, con gran diferencia el más venerado de toda Rusia, y otro icono típicamente ortodoxo a la derecha, pero al otro lado, si uno se fija bien, se ve una estatuita que es ni más ni menos que la Virgen del Pilar, que no es precisamente una advocación ortodoxa, sino la Patrona de la Hispanidad.

Un poco más abajo, sobre la mesilla, tenemos las cuatro velas de Adviento, que igualmente es una tradición totalmente católica. Y, al otro lado del salón, tenemos una representación colombiana de la Sagrada Familia, es decir, algo muy semejante a un Belén. Aunque lo cierto es que los belenes los hemos dejado para España, porque el Belén no termina de estar completo hasta el día 24 de diciembre, cuando se coloca al Niño en el mismo, y el 24 no pensábamos estar en Rusia para completarlo.

Con esto, aprovecho la ocasión para desear una feliz Navidad a todos los que visiten esta bitácora. Que el niño Jesús les proteja, les guíe y les llene de fe, esperanza y caridad. Y que no olvide al autor de la bitácora, que también necesita de protección, guía y virtudes teologales, y que no por pedirlas (menos de lo que convendría, pero pedirlas) va a despreciar la ocasión de insistir en ello.

miércoles, 22 de diciembre de 2010

Pueblos de Potyomkin

Es posible, sí, que lo de Potyomkin fuera una fábula concebida por sus enemigos. Potyomkin era un favorito (y algo más) de Catalina II que, según parece, en el curso de un viaje de la emperatriz al Sur ordenó construir pueblos que sólo eran un decorado, con el fin de mantener engañada a la emperatriz sobre la verdadera prosperidad del imperio.

Si me quito la toga de jurista y me pongo el disfraz de especialista en marketing, el hecho de que lo de Potyomkin fuera verdad o mentira no tiene mucha importancia. En marketing, las cosas no son como son realmente, sino como se perciben, así que tanto Potyomkin como sus enemigos, si lo han hecho tan bien como para que todos creamos lo que dicen, han construido una nueva realidad. La frase ha pasado, no ya a la historia, que también, sino al presente y está vivísima en Rusia, donde es una realidad diaria.

Leamos lo que dijo anteayer el panfleto amarillo huevo destinado a loar las virtudes del Gobierno ruso. Me refiero a la Rossiyskaya Gazeta, y el enlace donde viene todo el artículo en ruso está aquí. El fondo del artículo viene del reciente programa "Línea directa", en el que Putin se somete a un montón de preguntas por parte de la población en general y que tiene lugar una vez al año. Putin es un tipo bastante valiente y no suele poner demasiados controles a las preguntas. En este caso, recibió una denuncia, más que pregunta, de un cardiólogo de un hospital de Ivánovo llamado Iván Jrenov. Veamos un extracto del artículo:
El cardiólogo se hizo famoso despues de revelar a Vladimir Putin una falsedad sucedida en el hospital clínico comarcal de Ivánovo, que fue visitado por el primer ministro en noviembre de 2010. Según Iván Jrenov, los "nuevos equipos", que se habían traído la víspera de la visita del primer ministro fueron desmontados rápidamente. Además, el cardiólogo, que consiguió pasar sin mucho trabajo los filtros de "Línea directa", aseguró que se ordenó mentir a los médicos y enfermeras, para que dijeran que tenían un sueldo más alto; por otra parte, durante la visita se expulsó a los enfermos, que fueron reemplazados temporalmente por "trabajadores disfrazados".

Según todos los indicios, Iván Jrenov está muerto laboralmente (y ojalá sea sólo laboralmente) en la región de Ivánovo. El articulista de RG, algo escandalizado por semejante atrevimiento y crítica al poder hospitalario establecido, que además ha recibido amplio eco en la internet rusa, no deja de lanzarle puyas en todo el artículo. Bueno, hasta que ocurrió un hecho que convirtió a Jrenov de apestado en héroe: una simple llamada de Putin. Véase el último párrafo, añadido al artículo después y que cambia totalmente el tono del mismo:
Se ha sabido que el viernes Vladímir Putin llamó al médico de Ivánovo Iván Jrenov y se interesó por lo ocurrido después de que el médico llamara al presidente del consejo de ministros por "Línea directa" y se quejara de que, al parecer, le habían montado "pueblos de Potyomkin" (la expresión vive, como se ve). "Confirmo que tal llamada tuvo lugar", dijo a ITAR-TASS el secretario de prensa del primer ministro, Dmitry Peskov. Ayer se envió a Ivánovo una inspección de la fiscalía y del Ministerio de Sanidad y Desarrollo Social.

Uno se puede imaginar cómo serían en ese hospital de Ivánovo los días previos a la visita de Putin. Apuesto lo que haga falta a que incluso el mejor hospital de Ivánovo (posiblemente ése, puesto que lo querían enseñar) es una vergüenza nacional y un nido de ratas impresentable y que había que hacerle un "kosmetichesky remont" por lo menos. Lo cual ya nos indica que, desde los tiempos de Gogol y "El inspector", las cosas en Rusia no han cambiado lo más mínimo. Y no es un problema de la Rusia actual, no. Ayer mismo estuve comiendo con el que estuvo encargado de preparar la visita de Ronald Reagan a la Unión Soviética en los ochenta, y me contaba cómo estuvo reconstruyendo a toda prisa y llenando de productos importados de Finlandia todas las tiendas del barrio que iba a visitar la esposa de Reagan, para que tuvieran una buena impresión del nivel de vida soviético.

Al final, la visita de Reagan se canceló. Eso que salieron ganando los habitantes del barrio, que pudieron consumir durante un tiempo productos importados de Finlandia.

lunes, 20 de diciembre de 2010

Razones del éxito

Bien, pues, ¿cuál es el secreto que asegura que todo al final va a salir bien, a pesar de que los plazos se incumplan de manera sistemática? Hay varias posibilidades que influyen en eso, pero yo voy a aventurar alguna:

En primer lugar, el concepto de éxito se relativiza extraordinariamente cuando se trata de Rusia. Cuando un directivo guiri viene por aquí durante algún tiempo, primero alucina, luego intenta luchar y quitar los palos que le ponen en las ruedas, luego sigue luchando, pero cada vez menos, y finalmente se hunde en su derrota y se une al sistema. Y el sistema, no lo olvidemos, no aprueba el fracaso. En los Estados Unidos, la forma de evitar que te pongan la L de "loser" es, por lo visto en las pelis, esforzarte a saco y triunfar en todo lo que hagas.

Aquí, no.

Aquí, como lo que hacen en las películas de los Estados Unidos cuesta mucho y no estamos como para irnos deslomando gratuitamente, la táctica para evitar el fracaso consiste en cambiar la definición de éxito y bajar el listón. Ya no se exige que todo salga a pedir de boca, sino sólo que no resulte demasiado evidente que ha salido un buñuelo. Lo bueno es que el ruso es un auténtico maestro en el arte de camuflar chapuzas y en hacer pasar por bueno algo que sólo es un decorado. Para ello cuenta con varias ventajas, la primera de las cuales es que el directivo tiene tantas ganas de salir con el prestigio profesional no demasiado tocado que no va a hacer demasiadas preguntas comprometidas. La segunda, para los guiris, es la propia barrera del idioma. Aquí no hay mucha gente que hable inglés y entre los curritos a pie de obra absolutamente nadie lo habla (últimamente, los curritos de a pie de obra tampoco es que hablen muy fluidamente ni siquiera el ruso), por lo que los directivos guiris tienen que tirar de intermediarios y de traductores. Y los que estamos en ese papel hemos adquirido una experiencia bastante amplia en suavizar las cosas. Para entendernos, somos una especie de vaselina humana. Y, narices, se nos da bien. El maestro más famoso en estas artes de disfrazar las cosas fue el príncipe Potyomkin, en tiempos de Catalina II, que contó con infinidad de sucesores, por ejemplo, entre los que debían cumplir los planes quinquenales. Unos fieras, tú.

Pero, claro, por mucho que bajes el listón, hay un mínimo que hay que cumplir, y ahí viene el factor que, junto a la relativización del concepto de éxito, explica que todo salga siempre bien en Rusia. Se trata de un sexto sentido que han desarrollado los trabajadores rusos para distinguir lo fundamental de lo accesorio y para readaptar los plazos a lo fundamental. Además, es imposible engañar a un trabajador ruso y decirle que la tarea que le encomiendas es importantísima y debe acabarla cuanto antes. Si es realmente así, lo hará; pero, si no es así, lo va a olfatear por muy buen actor que seas y va a obrar en consecuencia.

Así, cuando uno ve los cronogramas y recuerda conceptos de la carrera como "camino crítico" y "holguras", y lo compara con la realidad ejecutora rusa, pues lo mínimo es una sonrisita. En lenguaje técnico, el trabajador ruso a pie de obra, siguiendo un esquema del tipo no dejes para hoy lo que puedas hacer mañana, alterará el cronograma para colocar las holguras al principio del mismo y descubrirá holguras que ni siquiera tú habías visto.

Pero, con ese sexto sentido del tiempo a corto plazo que les caracteriza, en cuanto la fecha realmente definitiva del fin de la actividad se acerca, el trabajador entra en alerta. Es importante destacar que la fecha debe ser la realmente definitiva. De nada sirve que tú, en tu intimidad, te digas: "Le diré que lo necesito para esta fecha y así tengo un día de margen." Nononononono... el trabajador ruso lleva un polígrafo incorporado en algún lugar de su cerebro y detectará que la fecha definitiva y perentoria que le estás transmitiendo no es real, sino que tiene un poquito más de tiempo. Y lo aprovechará.

En el paroxismo, un trabajador ruso es capaz de corregirte a ti mismo. Tú puedes creer que la fecha definitiva es X, pero él puede descubrir que, en realidad, es suficiente con que él haga su parte en X+2, y así lo hace, con lo que tú descubres que la verdadera fecha perentoria no era X, sino X+2. Tenía razón él.

Cuando llega el momento, entonces sí. Entonces se curra a base de bien, se mete gente, se va a toda viroya, se eliminan cosas no críticas, adornitos y parafernalia superflua y se concentra uno en lo necesario para no recibir un capón de los que te dejan en la cola del paro.

Y al final, las cosas salen. A trancas y barrancas. Con más suspense que en una película de Hitchcock. Con unas jornadas finales en las que al que no está en el ajo le saltan las lágrimas y suda sangre. Los que llevamos aquí nuestro tiempo ya no tenemos lágrimas. De repente, todo lo que era imposible va surgiendo a pocas horas de que sea demasiado tarde, todo lo que no dependía de uno, sino de los demás, comienza a abrirse paso, y al final algo parecido al éxito tiene lugar.

Y ahí viene el tercer factor: como, durante casi todo el tiempo de preparación, hemos estado a punto de fracasar y los directivos guiris han visto el fracaso cara a cara todo el rato, al final, por poquito que salga bien, ya tienes un éxito. Sobre todo en comparación con lo que llegaste a temerte.

La valoración de esta forma de trabajar la dejo para otro rato. A mí me interesa el choque cultural que implica poner frente a frente a un trabajador ruso estándar (los hay que están convertidos a la cultura laboral occidental, pero son pocos y yo creo que sólo disimulan) y a un directivo guiri de cultura gringa. Porque la reacción del directivo occidental desesperado y que ve el fracaso acercarse de manera aparentemente inevitable, llega un momento en que, sometido a una tensión brutal, consiste en abandonar toda esperanza y salvar el culo como sea. Y eso implica algo especialmente deleznable: buscar un culpable.

De la búsqueda de culpables hablaremos otro día. No es que tenga muchas ganas de hacerlo, porque suelo ser yo.

viernes, 17 de diciembre de 2010

Por la boca muere el pez

José María Odriozola es, todavía, el presidente de la Federación Española de Atletismo. Debe llevar como cincuenta años dedicado a esto y se las sabe todas o casi todas. Y yo, que soy atleta aficionado, corredor de fondo de los que no sacan marcas, pero se conforman con acabar las carreras, mejorar los tiempos que uno se marca y ver cómo todo eso funciona a la hora de mantener un buen estado de salud, no puedo menos de torcer el gesto ante la que se está montando en el atletismo español.

José María Odriozola, además, tiene una opinión sobre Rusia, que supongo que no será muy diferente a la que expresó hace unos años, un día que estaba especialmente dicharachero y que podemos leer pinchando en este enlace.

Pero leamos, leamos lo que decía Odriozola en agosto de 2006:

El presidente de la Federación Española de Atletismo, José María Odriozola, ha asegurado esta mañana que tiene "datos que permiten tener fundadas sospechas de que Rusia utiliza métodos prohibidos para mejorar el rendimiento de sus atletas".

"Lo de Rusia es preocupante. Lleva más de la mitad de las medallas en categoría femenina. Tengo datos, que presentaré al próximo Consejo Directivo de la IAAF en Pekín sobre niveles de hematócrito y hemoglobina que llaman la atención", indicó Odriozola.

Su propuesta consiste en introducir en el atletismo un sistema de control de salud semejante al que se utiliza en el ciclismo, donde no se permite correr cuando el hematócrito está por encima del 50 por ciento.

"Parece que hay países que llevamos controles estrictos y otros que campan por sus respetos y eso pasa con las rusas y también con algunos rusos. La que ganó los 10.000 mejoró su marca en un minuto. Parecía una machacorri mazacota", denunció.

Odriozola ha expuesto el problema a varios organismos internacionales, incluido el COI. "He hablado con Jacques Rogge (presidente) y me ha dicho que le presente los datos, y es lo que voy a hacer", dijo.


Si yo fuera el presidente de la Federación Rusa de Atletismo, estaría muerto de risa o afilando los cuchillos. Los que utilizamos la tortilla de patatas con cebolla como único producto para mejorar el rendimiento preferiríamos lo segundo.

miércoles, 15 de diciembre de 2010

El axioma número uno

Viene de aquí: Un sarao de gran importancia en mi trabajo, con la presencia de varios directivos internacionales poco familiarizados con Rusia, choca con el concepto de plazo de los trabajadores locales.

En las circunstancias en las que estábamos, el cronograma supuso una especie de terror al principio. En la explicación del mismo, parecía que el idioma empleado no fuera el inglés, sino el chino: nadie entendía nada. Así, no es de extrañar que los plazos fueran sistemáticamente ignorados y que las cosas se salieran de madre en todos los sentidos en los que podían salirse.

Para una estudiosa de la gestión empresarial como la que teníamos delante, acostumbrada a llevar el control férreo de las cosas y a no perder de vista todas las variables que podían darse, esas situaciones son directamente insufribles. Y es que en Rusia es prácticamente imposible mantener el control de las cosas, incluso hablando ruso a la perfección. Si no lo hablas, entonces la sensación de vértigo que puede tener uno de estos directivos a la violeta, más que de vértigo, es de órdago.

Y, como el vértigo y el órdago llevan al pánico, los correos electrónicos iban que volaban, porque, en los estrechos esquemas mentales de los directivos internacionales, todos los parámetros que estaban manejando indicaban que íbamos derechos al desastre. Y aquí entra en acción la labor que nos corresponde a los extranjeros que llevamos algún tiempo por aquí ¿Qué hacemos? Porque nosotros sabemos algo que ellos no saben, y que es tan o más importante que lo que quedó dicho en la entrada anterior de la serie sobre la inexistencia del tiempo futuro en Rusia más allá del cortísimo plazo. Atentos, que viene:

En Rusia, todo termina saliendo bien, por imposible que parezca.

Aquí sale a colación un compañero de trabajo, Daniel Schildträger, con bastante experiencia por estos pagos, pero que, a mi juicio, es demasiado paternalista con los guiris que vienen por aquí a pegarse cabezazos contra la pared tratando, en vano, de imponer sus esquemas mentales. Veamos un ilustrativo intercambio de correos cuando la directiva encargada del asunto lanzó un correo desesperado, como el que hubiera lanzado el capitán del Titanic a sus oficiales si hubiera tenido correo electrónico. Traduzco del inglés:

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De: Schildträger, Daniel
Para: Ernst, Emilia; Burg, Zons; Djugashvili, Anne; Herzog von der Runse, Ludwig
CC: von Buchweizen, Alfor
Asunto: RE: If the numbers are correct, we've got a problem!


Relajaos, que estáis olvidando el axioma número 1: en Rusia todo termina bien, sin importar lo ilógico que pueda parecer... Tyutchev lo dijo hace mucho tiempo.

Qué sobrado... Entre otras cosas, por suponer que más de uno de los destinatarios del correo supiera quién fue Tyutchev. Naturalmente, me vi en la obligación de responder.

_____________________________________________
De: von Buchweizen, Alfor
Para: Schildträger, Daniel
Asunto: RE: If the numbers are correct, we've got a problem!

No llevas bastante tiempo por aquí todavía. Te empeñas en hacer entender a los que vienen de fuera cómo suceden las cosas aquí, cuando ya deberías saber que es imposible.

Lo que hay que hacer es seguirles la corriente, hombre.


_____________________________________________
De: Schildträger, Daniel
Para: von Buchweizen, Alfor
Asunto: RE: If the numbers are correct, we've got a problem!


Lo he dicho para que no se pongan nerviosos :-), pero probablemente tengas razón...

______________________________________________
De: von Buchweizen, Alfor
Para: Schildträger, Daniel
Asunto: RE: If the numbers are correct, we've got a problem!


Se van a poner nerviosos igual. Y encima van a pensar que eres un inconsciente.

Vemos aquí dos escuelas distintas a la hora de afrontar el problema. Claro que, como los dos sabemos que al final todo va a salir bien, el problema consiste en cómo soportar los nervios de los que no se lo creerán por mucho que se lo digan. Yo soy partidario de seguir trabajando como si tal cosa y de no perder tiempo en enseñar al que no sabe, porque no sirve para mucho: cinco años de Administración y Dirección de Empresas y otros diez años de experiencia en gestión empresarial milimétrica no se curan con un par de semanitas en Rusia. Y estoy por pensar que tampoco con un par de años. Hace falta más. Mi compañero no lo ve así exactamente e insiste en explicar a los directivos extranjeros que, aunque ellos no puedan entenderlo, todo está bajo control. Es otra forma de ver las cosas, y supongo que todo depende del carácter de cada uno.

El caso es que al final todo sale bien, pero, por otra parte, en la entrada anterior habíamos dicho que el corto plazo es el único que existe, por lo que, ¿cómo se conjugan ambas? ¿Qué factor interviene? ¿La Providencia divina? Sí, claro, seguro que sí, pero, ¿no hay algo más?

Si lo hay, lo veremos en la próxima entrada, que hoy se hace tarde.

martes, 14 de diciembre de 2010

Aguafiestas

Los días son cortos. Mucho. Para los que están depres en España porque no hay tanta luz como en verano y porque salen del trabajo de noche (bueno, muchos también salen del trabajo de noche en verano, pero ésa es otra historia), que sepan que en Rusia sólo a partir de las ocho y pico hay cierta claridad, no mucha, y que a las cuatro de la tarde todos los gatos son pardos. Eso cuando sale el sol, porque muchos días, incluso semanas seguidas, todo lo que vemos es un cielo gris plomizo. Uno no sabe muy bien si ha amanecido o no.

Pero no todo son malas noticias, no. Pronto va a llegar el solsticio de invierno y las cosas van a cambiar, ya lo creo que van a cambiar. Los días comenzarán a hacerse largos, cada vez más largos, y ya se nos pondrán las mejillas de color de rosa y nos saldrán hoyuelos junto a los labios de las sonrisitas que nos vamos a echar.

El otro día, por ejemplo, yo estaba particularmente gozoso, a la vista de que la noche eterna tiene los días contados, y quise compartir esta sensación con nuestra mujer de la limpieza, que es la persona de mi trabajo que es más fácil encontrar desocupada.

- Marina, dentro de poco será el 21 de diciembre y los días van a ser largos, qué bien.
- Sí - no parecía contenta.
- Qué bien, ¿no?
- Sí, y luego llegará el 21 de junio y los días volverán a irse acortando y serán cada vez más cortos y será otra de noche todo el día.

Hala, a la porra el gozo y el buen humor.

viernes, 10 de diciembre de 2010

El tiempo y el trabajo

El meninfotisme es uno de los elementos posibles para tratar de escribir algo sobre la ética laboral rusa, pero sólo en apariencia. Y, sin embargo, parece verdad que el meninfotisme (bueno, a partir de ahora lo podemos llamar "indiferencia", que no es exactamente lo mismo, pero es más castellano) impregna toda la relación de los rusos con las adversidades, incluso con un punto más que los valencianos.

Un punto más, sí. Los valencianos mostramos nuestra indiferencia mientras, la verdad sea dicha, no nos va mal del todo, aunque nos pudiera ir mejor. Los rusos muestran su indiferencia esencial aun cuando les vaya de pena. Les pasa una catástrofe, los funcionarios les torean, todo el que lleva una gorra puesta les humilla sistemáticamente en su ámbito de poder, y ellos sólo alcanzan a decir "Qué se le va a hacer. Es el destino". Todo esto es tan frecuente que en ruso basta una sola palabra para expresarlo: "Судьба!"

En estas circunstancias, cabe resaltar que el ruso medio es una persona difícil de motivar. Cuando les bastardean y la situación requiere un par de gritos, no hacen nada, y eso que los gritos son la mar de efectivos; cuando están en el trabajo y tienen que llevar a cabo una tarea y tú les dicen que se den prisa... tampoco hacen nada. Meninfotisme e indiferencia en estado avanzadísimo, ríete de los valencianos. Para un observador occidental, acostumbrado a otras maneras de actuar, es totalmente desesperante.

En apariencia, podría pensarse que se trata de vagancia y desidia pura y dura, y es cierto desde nuestro punto de vista. Pero ahora vamos a intentar una operación atrevida, consistente en tratar de colocarse bajo el punto de vista de un ruso, algo que es sumamente complicado, porque el sentido común se rige aquí por parámetros algo diferentes a lo que es habitual en España, y hasta en buena parte del mundo mundial.

Y, así, vamos a empezar por el primer principio general que rige todo el espacio temporal ruso y que reza como sigue:

"En Rusia, existe el cortísimo plazo. Los plazos medio y largo no existen."

Ya sé que esta frase recuerda a cuando Keynes defendía políticas económicas de estímulos monetarios y fiscales a corto plazo, diciendo que "a largo plazo todos estamos muertos." Es posible que el hecho de que Keynes estuviera casado con una rusa tuviera algo que ver con sus teorías económicas cortoplacistas, que luego han sido la base de todas las socialdemocracias que en el mundo han sido.

Pero volvamos a la inexistencia del mundo en Rusia más allá del presente inmediato, porque hay que prestar atención a esto, que es muy importante. Tú le hablas a un ruso de la programación a tres meses vista y, si es buen chico, te mira con cara de seriedad, pero, en realidad, lo hace por no ofenderte. El plazo máximo en que un ruso hace planes de verdad debe andar por los tres días mal contados. Los más previsores llegan hasta la semana. Más allá, no vale la pena ni molestarse. Los extranjeros solemos confundir eso con indiferencia, pero es injusto, precisamente porque Rusia es probablemente el país de los planes estúpidos, los planes quinquenales, los presupuestos a tres años, los planes de construcción a quince años, las frases estúpidas como "Vamos a alcanzar el PIB per cápita de Portugal en diez años" y, eso siempre, Rusia es el país de los planes incumplidos, por lo que, ¿para qué hacer planes, si luego tiramos por donde podemos?

La semana pasada tuvo lugar una actividad muy importante en mi trabajo. Vinieron expertos extranjeros, de los que han pasado por universidades occidentales, saben un huevo de administración y dirección de empresas, y conocen al dedillo la organización y gestión de todo tipo de actividades, pero no tienen ni puñetera idea de Rusia ni de cómo funcionan los rusos que tienen que hacer las cosas. Para llevar a buen término la actividad, además de la ejecutiva principal que vino y que no hablaba ni papa de ruso, había unas cuantas rusas, contratadas localmente, que hablaban inglés bastante bien, cosa no tan común como pueda parecer, y un servidor de ustedes. Nuestro idioma de trabajo era el inglés, salvo cuando yo me dirigía a las chicas y lo hacía en ruso.

En la primera reunión que tuvimos, allá por septiembre, la ejecutiva, que pasaba por ser una autoridad y había llevado a cabo con todo éxito actividades semejantes por distintos países, hizo lo último que debería hacer alguien que supiera como pintan las cosas por aquí. Puso en marcha su powerpoint, y una diapositiva con el elemento más terrorífico e incomprensible hizo su aparición sobre la pared.

Sí, la maldición había llegado. A las rusitas a nuestras órdenes se les pusieron ojos de mujer fatal, sus labios empezaron a temblar en plan parkinsoniano y empezaron a moverse nerviosamente sobre sus sillas. Yo las miraba y me pasaba la mano por la cara tratando de mitigar el choque.

Sí, amigos, aquello era algo a lo que un ruso estándar no está programado para enfrentarse.

Ante nosotros teníamos... un cronograma.

(Continuará)

o, como diría nuestra ejecutiva, to be continued.

miércoles, 8 de diciembre de 2010

Inmaculada

Voy a dejar para otro rato el continuar elucubrando sobre el meninfotisme ruso, porque hoy es la Inmaculada, y eso es importante. Además de su importancia para toda la Cristiandad (bueno, la católica, que es la más auténtica), es la patrona de España y de los españoles, ahí es nada. De hecho, recuerdo que en España, hace bastantes años, hubo bastante revuelo porque el Gobierno quería abolir la fiesta, o sugerir a la Iglesia que la pasase al 6 de diciembre, para que coincidiera con la Consti y no montar un puente tan largo. La Iglesia dijo que nones y que la Inmaculada Concepción se quedaba el 8 de diciembre. Vemos que el Corpus Chriti ha pasado del jueves al domingo; que la Ascensión también ha pasado al domingo más cercano. Pero la Inmaculada ahí sigue, el 8 de diciembre, pegadita al 6 de diciembre y montando un puente por definición, caiga quien caiga.

Y hacemos bien, qué caramba. En Rusia, obviamente, no es fiesta. Rusia es un país que apenas tiene festivos religiosos. Sólo la Navidad, y eso desde hace relativamente poco. Ni siquiera el lunes de Pascua es fiesta, que ya es delito en un país donde los templos se llenan de bote en bote en la vigilia de Pascua de Resurrección.

Pero, para el Catolicismo, que sigue siendo una religión universal, el régimen de fiestas de guardar es el mismo en España, en Senegal y, por supuesto, en Rusia. Y, como aquí el 8 de diciembre es laborable, pues toca buscarse la vida. Dicen que en España es cada vez más complicado eso de confesarse católico y que la gente te mira raro, como si estuvieras atrasado y esas cosas. Aquí la gente no te mira raro, porque en Moscú puedes hacer cualquier cosa, desde ir con una boina encarnada y pasamontañas verde por la calle como vestirte de lagarterana a quince bajo cero. Nunca te miran raro. Eso sí, lo de celebrar las fiestas de guardar católicas en día laborable, que son todas, duele lo suyo.

Para empezar, porque la iglesia más cercana está a unos treinta y cinco minutos andando de mi casa, y eso que soy un privilegiado. En metro se puede llegar en veinticinco minutos, pero el metro es de nenas. Para seguir, la única misa compatible con mi horario de trabajo es la de las ocho de la mañana, y es en latín. Por continuar, ayer por la noche no paró de nevar, y así seguía esta mañana.

Leches. Ser en Moscú católico, español y devoto de la Inmaculada cuesta lo suyo.

En vista de lo que se avecinaba, ayer me acosté pronto para poder madrugar sin demasiados bostezos. Ya me había dormido, cuando escuché unas voces a mi izquierda, que me parecieron de alguna pesadilla:

- ¡Coge el teléfono! ¡Coge el teléfono! ¡Que va a despertar a los niños!

- ¿Einnn? - balbucí.

Sí, estaba sonando el teléfono, que estaba al lado de mi cabecera. Alargué la mano sin saber muy bien si estaba dormido o no, y me puse el auricular en la oreja:

- Alió?
- ¿Alfor?
- Ehhh... sí, soy yo.
- Hola, soy la tía Polita.
- Ah... qué bien.
- Que os llevo llamando varios días, y nunca consigo que me pase la llamada. Me pasa con mucha gente, y al final ya tuve que preguntar en Telefónica. Y, ¿sabes qué? Me ha dicho Telefónica que eso me pasa cuando llamo a otros operadores que no son Telefónica, pero que la culpa es de los otros operadores.
- Claro... qué van a decir.
- Y como vosotros tenéis otro operador, pues eso. Y el caso es que os quería dar las gracias por (...)

Unos cinco minutos de monólogo después, apenas entrecortado por dos o tres monosílabos que logré aportar, y ni uno más, la cosa seguía.

- Y es buena hora para llamaros, ¿verdad? Las nueve y media todavía está bien por allí.

Me incorporé un poco y eché un ojo al reloj. Las once y treinta y ocho. Hay gente que no aprenderá nunca lo de la diferencia horaria.

- Sí, claro, tía. No hay problema.
- Pues eso, y dile también a Alfina que...
- Le paso el auricular, que la tengo aquí al lado.

La conversación, esta vez ya sin mi participación (aunque tampoco es que antes hubiera participado mucho), siguió unos minutos, hasta que Alfina y la tía Polita pararon de hablar, Alfina me pasó el auricular y yo lo colgué.

Y es que me estaba bien empleado por mariquita y por nena.

Quería celebrar la Inmaculada saltándome la vigilia. Y no, señor, las cosas se hacen bien o no se hacen.

lunes, 6 de diciembre de 2010

Meninfotisme

Hoy, en España, todo quisqui está de puente hasta el jueves. Aquí, no, porque la Constitución rusa fue aprobada un 12 de diciembre, pero no la tienen tan idolatrada como los políticos españoles, así que ni siquiera es día festivo ni nadie lo echa en falta. Y el 8 de diciembre tampoco es festivo, porque la Inmaculada Concepción es fiesta exclusivamente católica y, de hecho, una de las peleas dogmáticas que hay entre católicos y ortodoxos es precisamente a propósito de la misma. Pero yo, que soy español y, por tanto, más partidario que nadie de la Inmaculada, ya me buscaré la vida para celebrarla como está mandado.

Entretanto, quizá toque alguna reflexión sobre el porqué de que, después de todo, me encuentre bastante a gusto en este país donde me ha tocado ganarme los garbanzos. Sí, ya sé que hay quien piensa que, tal y como escribo, debo estar pasando las de Caín, pero los escritos en que dejo caer esa impresión no son más que exageraciones literarias. En realidad, mi adaptación al medio es notable y eso es una sorpresa incluso para mí. Hasta que, de repente, tras mucho darle vueltas a la cabeza, me he percatado de cuál es la razón, y es que me he dado cuenta de que la gran mayoría de los rusos no son más que unos valencianos mejorados. Me explico.

¿Cuál es el rasgo más acusado de los valencianos? A juzgar por todos los que nos gobiernan, el rasgo más acusado es el meninfotisme, que en castellano es intraducible correctamente, pero que equivale a algo así como pasotismo.

El meninfotisme es la actitud de aquél que pasa de todo con tal de que no le toquen las narices demasiado. Etimológicamente, viene del valenciano me n'in fot, traducible por "me importa un bledo". El valenciano típico, así pues, aguantará lo que le echen con tal de que a él personalmente no lo toquen, y no aspira especialmente a medrar, contentándose con lo que le venga de fuera. Así, podemos ver que Valencia es un lugar donde hemos tenido cosas impensables en otros sitios, como un presidente cartagenero o una alcaldesa que ni había nacido ni residía en la ciudad, y de donde jamás ha salido un político que acabara en un cargo importante del gobierno de España, salvo el cartagenero antedicho y otros de valencianidad mucho más que dudosa. Es más, es una circunscripción electoral trufada de paracaidistas y otros cuneros, donde, cuando llegan las elecciones, los partidos nacionales colocan en puestos de salida a los próceres que no les caben en las candidaturas de Madrid. Al valenciano meninfot le da igual y les sigue votando como si tal cosa. A buenas horas iban los partidos a hacer lo mismo en Cataluña, pongamos por caso.

El caso es que el meninfot tiene un punto de retranca y de resistencia pasiva. Se la meten doblada y él lo sabe, pero, aunque lo permite, no deja de tener su puntito de protesta, como en la foto de abajo.



Uno de imagina al dueño de la bocatería burlándose así de la norma que obligara a rotular en valenciano. Le ha faltado decir "Bocadills de jamó y qués", pero posiblemente lo esté reservando para la versión 2.0.

En Rusia, el meninfotisme, aunque ellos no lo llaman así, existe en una versión exacerbada difícil de comprender para el guiri que intenta mover cosas por aquí. Y con ello volvemos al asunto de la ética laboral que planteaba Javier el otro día y que, desde luego, merece un examen más detallado, pero que llegará otro día, porque, aunque no estoy de puente, ni siquiera de día libre, hoy tengo algo de lío.

viernes, 3 de diciembre de 2010

Бахилы

Efectivamente, en los lugares públicos de medio pelo, donde no hay medios más que para ir tirando, cosa que no incluye en ningún caso la contratación de personal de limpieza, hay que hacer algo para que el suelo no tenga más barro que las macetas, y ese algo son las "bajíly".

No es casualidad que haya tenido que ponerlo en ruso, porque, ¿cómo se dice, en español, esa funda repelente de plástico que te toca ponerte en el pie? ¿Fundas de plástico para los pies? Y eso que mi primera relación con ellas fue en España, cuando nació Abi y me dieron unas para acceder al paritorio. Yo las vi y me las puse en la cabeza, aprovechando la gomilla. Creo que el doctor Madueño y la matrona aún se están riendo, y ya han pasado once años.

A partir del 11-S, las bajíly aparecieron por todo el mundo mundial. Hay quien piensa que el asuntillo de las torres gemelas no fue obra de Al Qaeda, sino del gremio de fabricantes de funditas de plásticos, en asociación con la Unión Internacional de Empresas de Seguridad Privada. Desde entonces, o más bien desde un poquito después, cuando pillaron a aquel sarraceno con no sé qué mejunje en los zapatos, nos toca descalzarnos en los controles de los aeropuertos, rezongar lo que no está escrito y pasar el vía crucis necesario para acceder al avión. Y, como te tienes que descalzar, para no enguarrarte las pezuñas con la mugre del suelo, te acabas poniendo las funditas. En los aeropuertos rusos esto está bastante bien organizado, hay asientos para calzarse y descalzarse con cierta comodidad y las funditas son de bastante buena calidad y resisten bien. En cambio, en el aeropuerto más odioso del mundo (Barajas, T-4, creo que es inútil recordarlo), además de que el personal de seguridad parece que tenga a Mourinho como ejemplo de simpatía a seguir, las bajíly están medio escondidas y son un pedazo de plástico finísimo y frágilmente unido que se deshace con sólo tocarlo.

En Rusia, la aparición de las bajíly en cantidades industriales significó la redención para estos lugares públicos de ingresos precarios, entre los que destacan los colegios. Fue estupendo. Los alumnos, ciertamente, se cambian las botas y se ponen el calzado limpio que guardan en sus taquillas, pero los padres que ocasionalmente accedemos al centro educativo por cuestiones como una reunión de padres no tenemos taquillas, así que estamos pillados.

Uno llega, por ejemplo, a esa reunión de padres que se convoca con el ánimo evidente de sablear a los padres de los alumnos para que contribuyan al mantenimiento del colegio y den pasta para agua y papel higiénico, entre otras cosas, y se encuentra con que el segurata le para. Sí, en España, en los colegios, al menos cuando yo iba a clase, había conserje y vale. Aquí hay segurata con vestimenta paramilitar.

- ¿Dónde va usted? (Вы далеко?)
- ¿Yo? A la reunión de padres. (Я? Я иду на собрание)
- ¿Y trae calzado para cambiarse? (А у вас сменная обувь есть?)
- Mmmm... no. (Мммм... нет)
- Pues no se puede. (Нельзя)
- ¿Y qué hago? ¿Me voy a casa? (А что мне делать? Домой?)
- Cómprese unas fundas. (Купите бахилы)
- Bueeeeno (Лаааадно).

Supongo que el precio de coste del plastiquillo no llega a un rublo y seguramente ni a la décima parte de eso. Los seguratas de los colegios los vendían al principio a cinco rublos, pero ya no hay sitio donde no cuesten al menos diez y hasta quince y veinte. Y los hospitales ya hasta tienen máquinas expendedoras que los proporcionan dentro de una capsulilla.

Y luego son incomodísimos. Te los pones antes de que la nieve aferrada a tus botas se haya derretido, y te encuentras con que se derrite dentro de los plásticos, con lo que vas chapoteando por el colegio, aparte de que los fabricante no pensaron en que alguien se los pondría encima de unas botas de montaña del número 43, lo que convierte el acto de envainársela (la bota) en un incordio soberano.

Los que nos vemos sometidos a estas circunstancias, al menos, tenemos un sistema para ahorrarnos el sablazo de los veinte rublos por visita al colegio, y la incomodidad que supone tener que llevar cambio, porque el segurata es peor que los taxistas y no tiene nunca. Y es agarrar un buen puñado en cada visita al aeropuerto. Al aeropuerto ruso, que quede claro, porque en el español no sé qué controles de calidad habrán pasado esos plastiquillos, pero no aguantan ni tres pasos.

miércoles, 1 de diciembre de 2010

Тапочки

Cuando comienza la temporada del barro, hay que tomar medidas para que éste no mancille los hogares de la gente. Por cierto, ¿cuándo comienza la temporada del barro? Bueno, pues la temporada del barro no comienza ni termina, sino que dura todo el año y, como mucho, se transforma, como la energía. Ya sea porque haya nieve, porque llueva, porque caiga aguanieve o porque el suelo esté polvoriento: en Rusia siempre cae algo del cielo; si no es nieve, lo que sea. Y ese algo se queda pegado al suelo.

El resultado es que los zapatos quedan hechos una pena y hay que y hay que hacer algo para que el suelo de la casa de uno no acabe pareciéndose al de la calle, lo cual es un parecido que debe ser evitado so pena de quedar ante las visitas siguientes como unos guarros. La solución es disponer de un cajón lleno de pantuflas, zapatillas de estar por casa, babuchas o como se quieran llamar, con las que calzar a los visitantes.

La situación en mi casa es más o menos ésa. Aquí recibimos a bastante gente y, además, no hay moqueta ni parqué en buena parte de la casa, sino terrazo puro y duro, que en invierno está frío y bien frío. Por lo que he visto por ahí, la gente hace como nosotros (excepto en lo del terrazo), que sólo tiramos las zapatillas cuando están en irreversible estado de descomposición; cuando la cosa se pone fea y llega el momento de cambiar las zapatillas de uno, las viejas no se tiran, sino que se ponen junto a la entrada para que se las pongan las visitas. Cuando no están presentables ni para eso, aún hay quien sólo tira una zapatilla del par, la más achacosa, y forma pares imposibles de zapatillas desparejadas.

Los visitantes extranjeros novatos alucinan obviamente. Muchos pasan directamente, como lo harían en España, de la entrada al salón y sólo se dan cuenta de que han hecho algo inadecuado cuando ven que otros visitantes, más avezados, han tomado unas "tápochki", pues tal es el nombre que este calzado tiene en ruso, y se han cambiado el calzado sin más ceremonias. Entonces preguntan y flipan cuando se dan cuenta de lo que hay.

En España, directamente, ponerse unas zapatillas que sólo Dios sabe por cuántos pies ha pasado es una cochinada. Y yo, cuando intento poner distancia entre mi presente y mi sentido común, para tratar de acercarme a este último, lo veo clarísimo. Por esa pantufla que me calzo despreocupadamente cuando voy de visita puede haber pasado una legión de hongos. De hecho, hay gente que opta por la solución slomónica que hace compatible la limpieza de los suelos y la confianza en la higiene de los pies, y que no es otra sino llevar de casa tus propias zapatillas y cambiarse. A las mujeres les suele caber en el bolso; pero los hombres no solemos llevar bolso, bolsa ni mochila, al menos yendo de visita, por lo que la cosa puede hacerse incómoda.

En los sitios a los que la gente aspira a que la vean como elegante y exudando glamour ésta es precisamente la solución universal. En los teatros y salas de conciertos, las mujeres llegan con una botas de invierno (eso sí, con tacones), se cambian, y se ponen unos zapatitos de charol (con tacones, claro) para lucir pierna. Los hombres, no. Los hombres no nos cambiamos las botazas que lleguemos de la calle. Vamos, alguno habrá tirando a amariconado, pero el común de los mortales de sexo masculino va dejando un rastro de barrillo durante los primeros minutos de su estancia en un teatro, cine o sala de conciertos. Pero al menos ahí hay alguna persona que se resigna a limpiarlo, pero sólo en aras de la dignidad del arte musical o escénico.

Ah, pero, ¿y en los espacios públicos donde la administración es pobretona y no puede pagar a una persona que elimine las inmundicias del suelo?

La solución es radical. Lo veremos en la próxima entrada.

lunes, 29 de noviembre de 2010

Con botas sucias


Llegó el invierno fatalmente. Las calles están llenas de nieve, y posiblemente ésta se mantendrá blanca en las numerosas zonas verdes de la ciudad y se convertirá en barro en las aceras y en una sopa indecente en las calzadas, por las que monótonamente pasan en procesión continua todos esos vehículos, vehículos y vehículos que han convertido a Moscú en la ciudad más atascada de Europa, y estoy por decir que del mundo entero. Y lo más grave es que, a despecho de que el alcalde Sobyanin ya se habrá hecho cargo del problema y habrá prohibido terminantemente los atascos, éstos se niegan a obedecer y a disolverse y ya campan por sus respetos incluso en fin de semana, los muy sediciosos.

Pero la llegada de la nieve no sólo agrava los atascos, sino que deja el calzado de los que caminamos por Moscú convertido en una pesada losa de barro que cuando entramos en un lugar con temperatura sobre cero se va derritiendo lentamente, dejando trocitos de inmundicia allá por donde pisas durante un buen rato. El barro a medio congelar se agarra al dibujo de las botas y se hace una unidad con él, unidad que ciertamente no es un gran problema mientras vas por la calle; pero, cuando quieres entrar en un edificio, la cosa cambia.

En España, entras a casa, o a donde sea, como si tal cosa. Si ha llovido, cosa que allí no pasa mucho, dejarás el suelo algo mojado, pero no sucio, y sólo si has ido al campo y te has puesto a caminar por la tierra mojada vas a dejar el suelo hecho una pena. Pero, al fin y al cabo, es una pena lavable y, en España, la limpieza del suelo es poco menos que diaria.

Aquí, no.

Aquí, el suelo se friega sólo cuando no queda más remedio y, aun así, con gran pesar de quien tiene que hacerlo. El mejor ejemplo es la mujer de la limpieza de mi lugar de trabajo, a la que llamaremos Marina y a quien jamás he visto con una escoba en la mano. En cambio, la he visto fregar sentada en una silla de oficina, de ésas de ruedas, para no cansarse. Eso es vocación indudable de oficinista, incompatible con el esquivo destino que le ha deparado un oficio diferente y que es evidente que desdeña a diario. Su permanencia en su puesto de trabajo sin siquiera recibir un mínimo rapapolvo sólo se explica por su diligencia en servirle un café al jefe supremo en cuanto llega, cosa que éste aprecia sobremanera, porque el resto del día se lo pasa haciendo cualquier cosa excepto limpiar, y no creo que en su casa sea muy diferente. Últimamente la veo estudiar griego, oculta en una sala para que no le moleste el jaleo propio de nuestro lugar de trabajo, cuando no va contribuyendo a él con su cuchicheo por la oficina. Griego, sí.

Como se ve, en Rusia todo quisqui considera la limpieza del suelo una tarea denigrante, indigna de la preparación y categoría de quien debería ejercerla. Por ello, no queda más remedio que hacer lo posible por evitar que el suelo se ensucie, precisamente aquí, donde los zapatos van hechos una porquería embarrada durante buena parte del año. Una porquería cuyo depósito en los suelos hay que evitar a toda costa, porque luego vienen las marinas de turno a escaquearse de menear la fregona.

Pues para eludir la suciedad hay tres sistemas fundamentales, dependiendo de que estemos hablando de un domicilio particular, un edificio público con pretensiones o un edificio público con el cinturón apretado. Esos sistemas serán el objeto de las próximas entradas.

jueves, 25 de noviembre de 2010

Gógol

Ya que estábamos hablando de literatura rusa, a propósito de la última entrada, bueno será continuar un poco con el tema, que no había apenas aparecido por esta bitácora.

Es curioso lo que ocurre con la literatura rusa. Muchos de sus autores forman parte indudable, y por méritos propios, de la literatura universal, a pesar de lo cual parece que no hubiera ocurrido nada antes del siglo XIX, cuando todas las demás literaturas en las lenguas cultas habían pasado un período de esplendor. En español, todavía no creo que nadie haya mejorado el período entre 1550 y 1650; en inglés, Shakespeare es contemporáneo de nuestro siglo de oro; en italiano, nos podemos remontar aún más atrás; en francés, desde la segunda mitad del siglo XVII empiezan a aparecer autores que influyen mucho más allá de su ámbito lingüístico; los grandes autores alemanes llegan después, pero dentro del siglo XVIII. Jo, si hasta el valenciano tiene su siglo de oro, tan temprano como en el siglo XIV.

El ruso tarda bastante en tener un literato conocido. Supongo que el primero es Pushkin, porque los autores anteriores, con haber alguno relativamente legible, no son especialmente brillantes o, los más, no son literatos, sino historiadores. Pushkin es otra cosa, y todos los rusos lo tienen en gran estima, no en vano tienen que aprenderse de memoria varias de sus obras; pero el problema de Pushkin es que era un poeta y la prosa la dejó en un segundo plano. Parece que en su época la poesía daba mucho más dinero que la prosa, no como ahora, lo que pasa es que no hay poema que resista una traducción, por buena que sea. La prosa sí que puede sobrevivir a un traductor y es la que permite que los autores pasen más fácilmente a la literatura universal. Fijémonos lo que pasa en España, donde Cervantes, que como poeta era mucho menor que como novelista, está en los primeros puestos de la literatura universal, mientras que Calderón de la Barca o Lope de Vega, que eran lo más de lo más en la literatura que era entonces lo más de lo más, están bastante por debajo del primero.

En Rusia, el primer prosista que salta a la literatura universal es Gógol, con permiso de Lérmontov. Pero es que las obras completas de Lérmontov son el tomito que le dio tiempo a escribir antes de palmarla con veintisiete años, y Gógol, aunque tampoco llego a viejo, sí que usó la pluma lo suficiente como para dejar recuerdo de sí mismo fuera de su patria.

Ya dejé dicho que Gógol, para mí, está en lo más alto del pedestal de entre los literatos rusos. Posiblemente porque es el escritor ruso más cercano al que está más alto en mi pedestal particular de escritores de cualquier literatura, que es Cervantes (para el que le interese, el segundo es Kafka y el tercero Quevedo; Gógol viene después). Gógol se empolló el Quijote a base de bien, y se le nota, porque toda su obra está trufada de esa mezcla de pesimismo con sentido del humor que es, a su vez, propia del Quijote y de las Novelas Ejemplares. Además, evidentemente era un buen conocedor de la picaresca, de lo que dan buena fe los dos personajes de sus dos obras más importantes.

"Almas muertas", que es una novela, tiene como protagonista a Chíchikov, una especie de estafador profesional que se dedica a comprar siervos que han muerto. El que los vende sale ganando, porque el Estado cobraba los impuestos basándose en los siervos que tenía el terrateniente en el censo, y como los censos no se hacían a menudo, desde el último habían muerto bastantes, que no producían, pero por los que había que pagar impuestos igualmente. Gógol aprovecha las andanzas de Chíchikov por aquí y por allá para hacer una serie de retratos de los estereotipos rusos que no sé si es totalmente bordada, porque yo no viví la época, pero que desde luego tiene mucha gracia. Amarga, pero gracia.

"El inspector", una obra de teatro, es la otra gran obra de Gógol. Su protagonista es un pícarillo, Jlestakov, al que en una capital provincial rusa confunden con un inspector de la corte imperial enviado a la ciudad para ajustarles las cuentas. Ésta, directamente, es divertidísima y es obligatoria en el repertorio de todo actor de comedia ruso que se precie. Luego hubo un autor español, a principios del siglo XX, que me da que se inspiró en ella, o la copió con cierto descaro, le dio un tonillo filosófico e incluso consiguió el Nóbel de literatura. El autor español es Jacinto Benavente y el medio plagio de Gógol son "Los intereses creados", obra de la que los estudiosos han estado buscando fuentes de lo más variopinto, pero que a mí, que leí ambas no demasiado lejos en el tiempo, me parecieron bastante parecidas. Y desde luego no fue Gógol quien se inspiró en Benavente.

Gógol, sin embargo, es más que esas dos obras. Sus relatos cortos, como "El capote", "La nariz" o el "Diario de un loco" (bueno, éste último es muy rayante) son una pasada.

Además, Gógol tiene otro mérito, y es que todos, pero todos, los literatos rusos del siglo XIX han sido tan buenos porque él había estado delante. Vamos, Tolstoy no creo que hubiera escrito "La muerte de Iván Ilich" si no hubiera conocido "El capote"; Dostoyevsky no hubiera escito "Stepanchkovo" sin los "Tardes en una granja cerca de Dikanka"; ni los "Apuntes de subsuelo" sin la lectura previa y desasosegante del "Diario de un loco"; y Saltykov-Schedrin...

Bueno, Saltykov-Schedrin es otra historia. Quizá para otro momento, porque su sentido del humor tiene todavía más mala sombra que el de Gógol, que ya es decir.

sábado, 20 de noviembre de 2010

20-N

Noviembre, podríamos decir, es el mes de los muertos, y ciertamente algo de eso hay en el ambiente, en que los días se van haciendo cada vez más cortos, cada vez más grises, y las personas circulamos con caras de preocupación por las calles sin saber muy bien a dónde dirigir nuestros pasos, o con ganas de llegar lo más pronto posible a un lugar recogido y cubierto, lejos de la crudeza del tiempo que amenaza estos días.

Y así es como hoy se cumple el aniversario de la muerte de un personaje sumamente importante, tremendamente conocido y que tiene la virtud, porque es virtud, de no dejar indiferente a nadie que lo conozca. Vivió una larga vida, en la que pasó por etapas muy distintas y en las que cambió con mucha frecuencia de forma de pensar, pero, incluso en sus momentos más bajos, siempre fue brillante.

Mi primera relación con él la verdad es que fue bastante distinta a la de la mayoría de los sesudos intelectuales que hablan de su persona con suficiencia. No tendría yo más de cuatro años, era un retaco bien poca cosa y no llegaba a la mesa del comedor, así que tenían que ayudarme poniendo en el asiento libros a cuál más gordo ¿Y cuál es uno de los libros más gordos que ha parido la mente de escritor alguno? Sí, señor, como yo leía trabajosamente en el lomo, "Guerra y paz", de León Tolstoy.

León Tolstoy, conde Tolstoy, murió el 20 de noviembre de 1910, hoy hace exactamente cien años (sí, me he fijado en que entretanto el calendario en Rusia ha cambiado y lo he tenido en cuenta también), en uno de esos episodios sumamente excéntricos a los que era tan aficionado y que consistió en escaparse de su casa en Yásnaya Poliana con una de sus hijas. Probablemente le dio un resfriado, porque hay épocas del año, y esta es una de ellas, en que mejor te quedas en casa y dejas las escapadas para la primavera.

Dejaba atrás una obra literaria impresionante, y en particular sus dos obras más conocidas "Guerra y paz", que además de ser un libro gordísimo que cumplió, como he dicho, un papel en mi infancia, también lo cumplió en mi juventud, cuando, siendo estudiante de Derecho y, en mis ratos libres, de ruso, me puse a leer a los grandes clásicos: Tolstoy, Dostoievsky, Gógol, Turguéniev o Korolenko. El mismo volumen que había elevado mis posaderas siendo niño lo devoré siendo mozo, y a él siguió "Anna Karenina". Eso sí, los dos los leí en castellano, porque mi ruso no daba para tanto.

En ruso he leído dos obras suyas, además de "Los tres ositos", un cuentecillo para niños que aún hoy se aprenden de memoria los niños rusos en el colegio. Fueron "Infancia, adolescencia y juventud", si es que se tradujo así al castellano "Детство, отрочество, юность", que la verdad es que no me impresionó demasiado, aunque es cierto que es una obra muy temprana, y la que posiblemente sea su obra cumbre, más que sus obras más conocidas: La muerte de Iván Ilich ¿Lo queréis leer también? Pues pinchad aquí. Sí, vale, también lo tenéis en español.

Ya que estamos en noviembre, y ya que quedó dicho que noviembre es mes de muertos, La muerte de Iván Ilich fue, en su día, la demostración de que Tolstoy conservaba sus cualidades. Lo escribió ya bastante mayor, varios años después de sus principales novelas, y la verdad es que el tío lo borda. Después de esto ya no volvió a escribir, para mi gusto, nada tan redondo como esta obra, que, como es muy cortita, no hubiera nunca podido cumplir el papel que "Guerra y paz" cumplió en mis primeros años de baja estatura.

Sirva esto como homenaje de esta bitácora a uno de los autores que nunca hay que olvidar. No es el número uno entre mis autores rusos favoritos, pero porque el número uno es Gógol y ése sí que es realmente tan difícil de superar como de leer en lenguaje original por un extranjero. Si lo habéis intentado seguro que sabéis de lo que escribo.

Y, sí, Tolstoy, como otras muchas personas famosas, murió un 20 de noviembre. Uno de los difuntos de este día es el de la foto de arriba, que sólo he puesto para despistar, pero que también murió un 20 de noviembre, exactamente igual que, bastantes años después, lo haría el jefazo de los ejércitos del otro bando de la trinchera. A ver quién es el primero que acierta quién es. ;-)

Y, por cierto, me parece vergonzoso que en Rusia el centenario esté pasando totalmente desapercibido, muy al contrario de lo que ocurrió en 1999, bicentenario del nacimiento de Pushkin, en que nos lo metieron hasta en la sopa, como el eneldo.

miércoles, 17 de noviembre de 2010

Apellidos

El meollo de la cuestión no está tanto en los nombres rusos, ni siquiera en los patronímicos, sino en los apellidos, cuyo proceso de formación, en buena medida, es parecido al español, porque proceden con mucha frecuencia de nombres comunes. Así como en España el "Sánchez" dejó de querer decir "hijo de Sancho" para petrificarse y quedarse hereditario de padres a hijos, lo mismo ocurrió con los "Ivanov", "Petrov" o "Vladimirov". Y, sobre todo, "Romanov".

Lo de la terminación en "-ov" se debe a que es la del genitivo en ruso cuando hablamos de personas del género masculino. Hay otra terminación muy frecuente, en "-in", que suele denotar pertenencia a una profesión, como en mi pueblo llamamos "els Moliners" a todos los familiares de los dueños del molino, aunque su apellido no es ése (tienen uno, seguro, pero nadie sabe muy bien cuál es); así, tenemos "Dvoryanin", que probablemente tuvo un antepasado noble, o el nuevo alcalde de Moscú, Sobyanin (ése no sé de dónde viene). "-in" también denota, pues, pertenencia: mi ordenador, según mis hijas, es el "papin kompik", y el miliciano de tráfico que te para para extraerte los rublos de la cartera es, indudablemente, un "sukin syn" (hijo de perra, literalmente, con el mismo sentido figurado que en castellano). Lenin y Stalin, que son dos seudónimos, eligieron está terminación. Y el poeta nacional, Pushkin, debió tener algún antepasado artillero, porque "pushka" quiere decir "cañón".

La tercera terminación que indica que nos hallamos ante un apellido eslavo es "-sky", que muchas veces está relacionado con el origen geográfico del titular, pero no exclusivamente: Kazansky, Orlovsky, Volkonsky, Smolensky, Tulsky... hay la tira. Otra terminación posible en este caso es "-oy", que se suele utilizar cuando la sílaba tónica es la última.

Lo curioso de los apellidos rusos es que son variables. Así como un apellido español es rígido a más no poder, y los Pérez son Pérez en singular, plural, masculino y femenino, los apellido rusos cambian según el género. Si quien los lleva es una mujer, tendremos "Ivanova", "Petrova", "Vladimorova" y "Romanova", igual que "Sobyanina" o "Pushkina". Los que acaban en "-sky", que es la terminación de los adjetivos, pasan al femenino como los adjetivos, con lo que nos encontramos con Kazanskaya, Orlovskaya, Volkonskaya, Smolenskaya y así todos los demás.

Luego están los que acaban en vocal, que suelen ser de origen guiri: Shkuró fue un famoso general cosaco de la guerra civil, Kuindzhi fue un pedazo de pintor de origen griego, Grinkó un actorazo del quince. En estos casos, los adjetivos son invariables, como los españoles, y lo mismo ocurre cuando los apellidos son de origen georgiano, que suelen acabar en "-vili" o "-adze", como Shevardnadze o Gaprindashvili; o los armenios, que tienen tendencia a terminar en "-ián", como Petrosián o Sarkisián. Creo que al actual Ministro de Industria español, Miguel Sebastián, le han preguntado alguna vez si es de origén armenio. Yo creo que, si se llamara Tigrán en lugar de Miguel (que tampoco está mal, no vayamos a creer), los armenios le darían la nacionalidad directamente.

Otros de género invariable son los que acaban en "-uk", que suelen provenir de Ucrania, como Ivanchuk, Abramiuk (ése debe ser de un judío ucraniano, porque el "Abram" canta lo suyo) o Bondarchuk.

Y luego está la pléyade de apellidos alemanes. Los alemanes llegaron en masa a Rusia a mediados del siglo XVIII, aprovechando que tenían a una compatriota, Catalina II, al frente de los destinos del país. En aquel tiempo, por Alemania debían estar bastante chungos, pero ya tenían fama de gente trabajadora, así que las potencias europeas intentaron atraerlos. España también lo intentó para colonizar Sierra Morena, y de ahí procede, como vástago más destacado, un poeta romántico y empalagoso que a mucha gente le gusta lo que no está escrito y que atendía por Gustavo Adolfo Bécquer. Seguro que para sus abuelos era Gustav Adolf Becker.

En Rusia, estaban por todos los sitios, pero especialmente en la zona del Volga medio, donde en tiempos de la Unión Soviética llegaron a tener su propia entidad territorial. Luego las cosas se torcieron y Stalin hizo condenar a muerte a unos cincuenta mil y deportar al resto mucho más al Este. De hecho, son el único grupo étnico que no ha sido rehabilitado después de la perestroika. Otros alemanes residían en las regiones del Báltico, las actuales Estonia y Letonia, cuando se incorporaron al imperio ruso tras la guerra del Norte, a principios del siglo XVIII.

Por sus apellidos son fáciles de distinguir. El actual presidente del Sberbank, la caja de ahorros pública, es un ejemplo de libro: se llama German Oskarovich Gref, pero luego hay muchísimos casos. Ahora me doy cuenta de que los protagonistas de una entrada mía anterior eran, los dos, de origen alemán: el general Miller y Lev Bronstein (bueno, éste era judío), alias Trotzky. En la primera guerra mundial, todo el mundo sabe que los jefes del ejército alemán del Este eran Paul von Hindenburg y Erich Ludendorff, pero es que en el ejército ruso el jefazo se llamaba nada menos que Paul Georg Edler von Rennenkampf (en letras pequeñas solía poner Pawel Karlowitsch Rennenkampf, pero la verdad es que no disimulaba mucho). Después de las primeras derrotas a manos alemanas, los rusos se enfadaron con él y lo acusaron de traición, pero la verdad es que su apellido no ayudaba mucho.

En realidad, lo que es apellido, en Rusia no los tuvo todo quisqui hasta entrado el siglo XX. Primero lo tuvieron los nobles y la gente que estaba significada; a finales del siglo XVIII los rusos se encontraron con que les había caído buena parte de Polonia en la suerte del reparto. Los polacos, en general, tenían apellido, pero los judíos polacos, que eran un montonazo, no lo tenían. La política rusa respecto a los judíos polacos consistió, en primer lugar, en limitar su establecimiento a Polonia y las regiones limitrofes del Imperio Ruso.

Una podrá pensar que los judíos polacos (ahora rusos) estaban discriminados, pero a lo mejor es que eran unos privilegiados, porque la gran mayoría de la población rusa, que estaba en régimen de servidumbre, ni siquiera podían establecerse en tantos sitios como los judíos.

La segunda medida fue obligarles a ponerse apellidos. Muchos se lo pusieron de los sitios de donde procedían, y a otros se los habían puestos los prusianos o austrohúngaros que ocupaban otras partes de Polonia, así que muchos eran de tipo alemán. Por ejemplo, Bronstein, como Trotsky.

Y así hasta que, tras la abolición de la servidumbre, en 1861, ya a todo el mundo se le hizo ponerse apellidos. Muchos eligieron los apellidos de los terratenientes, que eran los únicos que conocían, y quizá es por eso que hay un elevado porcentaje de apellidos de alcurnia, que eran los que tenían los terratenientes que tenían más siervos. Así que, si os encontráis a un, no sé, Volkonsky, o mismamente Tolstoy, que suena noble, puede ser descendiente del noble o, quizá más probablemente, de alguno de sus siervos que no tenía mucha imaginación y adoptó el nombre del amo sin más.

Pero eso nos llevaría muy lejos, y pasado mañana es el 20-N y celebramos algo. A ver si alguien averigua qué... :-)

domingo, 14 de noviembre de 2010

El nombre de la peña

Hace poco, el Gobierno de España nos ha vuelto a meter a los españoles amantes de la Tradición el miedo en el cuerpo, al amenazar con cambiar una vez más la legislación civil para exigir acuerdo entre los progenitores (A y B, creo que se llaman) en cuál de los apellidos (el del padre o el de la madre... digoooo... progenitores A y B) debe transmitirse en primer lugar a los hijos del matrimonio (o lo que sea), y dando por bueno el orden alfabético en caso de desacuerdo. Al margen de llevarse las manos a la cabeza por esta nueva reforma, sobre cuya necesidad no había oído pronunciarse a nadie y que promete proveer de nuevas formas de discusión a los españoles, como si ya no fuera suficiente con ponerse de acuerdo en qué nombre poner a las criaturas, no estará de más echar un vistazo a cómo se resuelven estas cosas por aquí.

Ya debe hacer mucho tiempo que tenía pendiente una entrada sobre los apellidos rusos, y va llegando el momento de tocar este asunto. Y es que los nombres de las personas, en Rusia y en la mayoría de los países de la antigua Unión Soviética, no son como en España; ciertamente, constan de tres palabras, pero no son nombre, primer apellido (el primero del padre, en España) y segundo apellido (que equivale, hoy en día, al primero de la madre), sino nombre, patronímico y apellido.

El nombre es equivalente al nombre de pila español. No sé si hoy en día sigue llamándose en España "de pila" al nombre. Seguramente sí, porque esa pila es la bautismal, y en España la gente sigue bautizándose en su gran mayoría, incluso los que son hijos de padres descreídos, ateorros y desorientados. O sólo hijos sólo de madre, sin padre conocido, que con eso de que las ciencias adelanten que es una barbaridad, hay madres que ya prescinden del padre, y alguna incluso ha llegado muy alto en cierto partido político español que pasa por conservador y supongo que habrá bautizado a su vástago. El caso es que nombre español y nombre ruso son la misma cosa con pequeñas diferencias, como que en España es habitual tener dos nombres, como José Luis (Rodríguez Zapatero, sin ir más lejos) o José María (Aznar López, antecesor del anterior), o hasta Juan Carlos (de Borbón y Borbón, Su Excelencia el Jefe del Estado). En Rusia, no. En Rusia nadie tiene más de un nombre. Te llamas Vladimir (Putin) o Dmitri (Medvedev). Y punto.

El patronímico ruso, en cambio, no existe en España. Hubo algo muy parecido hace la tira de tiempo, cuando nuestros antepasados se las tenían tiesas con los moros desde sus reductos de la cordillera cantábrica o los valles pirenaicos. Por ejemplo, si veis, es un decir, la lista de los reyes de Pamplona, veréis que aparece Sancho Garcés I, cuyo hijo y sucesor fue García Sánchez I. Ese "Sánchez" de García I indica que el padre del rey se llamaba Sancho, y es un patronímico. No era el apellido del rey (que era de la dinastía Jimena, si no recuerdo mal). Y ahí está el origen de tantos apellidos de origen castellano o navarro que terminan en "-ez" y su equivalente catalán o valenciano en "-is".

El patronímico ruso es exactamente eso. Indica cómo se llama el padre de uno. Por ejemplo, si te llamas Vladimir Vladimirovich (como Putin), eso quiere decir que no sólo tú, sino que también tu padre se llama Vladimir. Para las mujeres, es casi igual, pero la terminación cambia. Si te llamas Galina Sergueyevna Ivanova, tu padre se llama (o llamaba) Serguey. Es sencillo de formar. Basta en la mayoría de los casos, con tomar la raíz del nombre (Borís, pongamos por caso), agregarle un "-ov" (a veces es "-ev") detrás, con lo que nos ponemos en "Borisov", y luego, para hombres, le metemos un "-ich" (Borisovich) y para mujeres un "-na" (Borisovna). Podéis jugar en casa. Así, por ejemplo, mis hijos son "Alforovich", en el caso de Ame, y "Alforovna" en el caso de Abi y Ro.

¿Y no se puede elegir el matronímico, en lugar del patronímico? No, señor. Al menos, mientras los equivalentes a doña Leire Pajín y su amiguita Bibiana, y toda la caterva de bichos que lían el panorama en nuestra casa, no lleguen al poder en Rusia, y parece que, para bien de Rusia, eso no va a ser mañana. No. El matronímico no existe, y no me preguntéis, porque no tengo ni idea, qué hubiera hecho la señora De Cospedal de haberse quedado en estado aquí, de padre anónimo. Supongo que el patronímico sería "Invítrovich" o algo así. Así que las feministas españolas podrán berrear lo que quieran, pero el nombre en Rusia de sus vástagos (o vástagas) carecerá de toda referencia a su madre. Además, gramaticalmente da escalofríos pensar en "Natalievich" o "Galinovna".

Y ahora llegan los apellidos, que son muy parecidos a los primeros apellidos españoles. Pero, como se hace tarde, lo dejo para la próxima.

viernes, 12 de noviembre de 2010

Gestión empresarial

La revista "Generalny Direktor" no ceja en su empeño de ganarme como suscriptor y de que les pague catorce mil rublos al año para recibir, una vez al mes, una revista con consejos para exprimir más a mis empleados y bandearme en el proceloso camino de la gestión empresarial rusa. Y, como consecuencia de todo eso, obtener más y más y más beneficios.

En Rusia, una revista así, que parte de la base de que los empleados de la empresa son unos impresentables que sólo piensan en vaguear, no sólo es imaginable, sino que existe y por lo visto tiene éxito. Supongo que es la reacción a todos esos años en que el sector privado ruso era tan inexistente que hasta, en la práctica, estaba prohibido. En España, una revista así sería saboteada por piquetes sindicales y por liberados poco menos que a diario. Aquí, con algunas excepciones en política, todo el mundo puede decir lo que quiera, en el tono que quiera, y es muy difícil que pase algo; estamos, pues, muy lejos del lenguaje políticamente correcto de España, que poquito a poco me empieza a dar náuseas. Y estar lejos de eso me parece bien.

Vamos, no tan bien como para apoquinar catorce mil rublos al año a "Generalny Director", pero se agradecen títulos de artículos como los que voy a enumerar.

Cuántos clientes puede manejar un sólo vendedor (Probablemente uno y eso de mala gana. Si habéis estado en una tienda rusa seguro que sabéis a qué me refiero).

Cómo determinar la estructura organizativa óptima (Cualquier decisión se consulta con el jefe y éste hace lo que le sale de la entrepierna. Normalmente, a su vez, consultar con su propio jefe, y así sucesivamente hasta que ya no quedan jefes por encima).

Cómo hacer subir la página de internet de la empresa hasta las primeras posiciones de los sistemas de búsqueda (Pagando, hijo, pagando... y un pastón).

Cómo entablar relaciones comerciales con las personas necesarias y capitalizar esos contactos (La famiglia... la famiglia...)

Cómo justificar a los inspectores de Hacienda la existencia de distintos precios para distintos clientes (Por ejemplo, fíjese, para usted, señor inspector, ¡es gratis! Mire si el precio es diferente).

Cómo atraer a los trabajadores de otra compañía (Te voy a hacer una oferta... jjj... que NO PUEDES rechazar... jjj...).

Cómo activar el rendimiento de los trabajadores que antes de la crisis se habían acostumbrado a que el dinero y los cllientes llegaran solos a la empresa, y no quieren cambiar su forma de trabajar (Un poco de látigo hace milagros).

Por qué no hay que creer a los vendedores de uno, cuando insisten en que son los que mejor conocen al cliente de la compañía (Sí, y saben exactamente hasta qué punto pueden ignorarlos, basurearlos, cabrearlos y despreciarlos... Clientes, ¡bah! ¡Qué gentuza!)

Cómo organizar la producción con trabajadores chinos (Jo ¡Si allí el latigo es legal y todo!).

Cuáles los los errores de gestión típicos de los directivos rusos y cómo evitarlos (La leche. Ahí no tienen para un artículo: tienen para una enciclopedia).

Y finalmente:

Cómo descubrir quién recibe "empujoncitos" en la empresa de uno (En ruso, "empujoncito" se dice откат).

Esto de los empujoncitos es la característica más extendida de la empresa rusa y la que más trae de cabeza a todo el que se las tiene que ver con ella. Y como tal requiere una atención especial, que habrá que dedicarle en otra ocasión.

En ésta, me basta con alabar el lenguaje claro y sin medias tintas de "Generalny Direktor", una revista de la que se podrán decir muchas cosas, pero no que tiene pelos en la lengua. Algo que, por cierto, se echa mucho de menos últimamente en España, donde todo el mundo (bueno, casi todo, que ahí tenemos a Pérez Reverte) busca parecer una pacífica ovejita, no molestar a nadie y eludir palabras que puedan remotamente llamar la atención de los comisarios de lo políticamente correcto. "Generalny Director" no es así y, auqnnue sólo sea por eso, mola.

miércoles, 10 de noviembre de 2010

Pensando en el turismo

Vengo de Valencia, donde he pasado la última semana y donde siempre procuro reservar un día para echarme al monte, tener una sesión de bosque mediterráneo y pincharme a gusto con las aliagas y con toda la flora que puebla nuestros bosques.

Durante la excursión tuve el placer de pasar por Titaguas, que es una preciosa población situada en la Serranía valenciana y que me trajo muchísimos recuerdos de mis andanzas por allí de cuando era estudiante y dedicaba mis puentes y parte de mis vacaciones a patear a diestro y siniestro.

Esta vez iba algo más lejos de Titaguas, pero, al pasar por la comarcal de Ademuz, he podido percibir que los comercios del pueblo están comenzando a preocuparse por el turismo que, de manera incipiente, va abandonando el esquema de sol y playa y se lanza a descubrir nuestras preciosas zonas de montaña. Es más, Titaguas no se ha fijado en los trillados mercados inglés, francés o alemán, turismo de poca calidad que con frecuencia genera altercados o antipatía, sino que se ha dirigido al turismo ruso. Sí, al ruso, país de turistas cultos y generosos que reparten sus riquezas por los pueblos que visitan.

Véase, si no, el letrero, que acompaña a "Super Alimentación Topi", y que reza "РАИ", que, como todo el mundo sabe, quiere decir, en ruso, "paraíso".

Vamos, porque llevaba prisa que, si no, hasta me paro a comprar alforfón.

lunes, 8 de noviembre de 2010

El censo (II)

(Los Von Buchweizen, a pesar de ser más españoles que el jamón de bellota, reciben la visita de los responsables de incluirles en el censo ruso)

La siguiente en atender los requerimientos de la administración censal fue Alfina.

- ¿Nombre?
- Alfina.
- ¿Apellido?
- Buckwheat.

Los dos chavales se miraron y revisaron mi página. No dijeron nada, pero seguro que en la revisión de los datos acabaremos por figurar como pareja de hecho o cosa rara, en lugar de como matrimonio sin divorcios previos de ninguna de las partes. Es lo que tiene eso de que en España cada cónyuge conserve su apellido.

El resto de la entrevista fue muy parecida a la mía, salvo que la lengua materna, en este caso, era el español, y que, una vez más, con eso de que sólo hubiera sitio para poner dos idiomas no se hacía justicia a los conocimientos de Alfina.

- Bueno, vamos a pasar a los hijos.
- Venga.
- El primero es éste: Abi.
- Justo.
- ¿Apellido?
- Von Buchweizen, claro.

Bueno, yo pensaba que estaba claro hasta que esta semana pasada, en España, el Gobierno se ha empeñado en dejarlo oscuro y en liar las cosas todo lo posible, sometiendo a debate en la familia cuál de los apellidos irá primero. Si ya con elegir los nombres de los hijos había lío, la que van a montar ahora amenaza con ser de escándalo.

Las preguntas referidas a los niños eran un poco distintas y hacían hincapié en aspectos de la escolaridad. Hasta que, fatalmente, llegó el momento de las preguntas sobre los idiomas:

- ¿Habla ruso?
- Ya lo creo.
- ¿Y cuál es su lengua nativa?
- Mmmm... no sé.
- ¿Que no lo sabe?
- Bueno, no me lo había planteado hasta ahora ¿Sabe qué? Vamos a preguntárselo.

Aquí ya los dos agentes censales estaban comenzando a flipar muy seriamente.

- ¡Abi!
- ¿Sí? - respondió desde la cocina.
- ¡Vine! (¡Ven!)
- Vaig (Voy)
- Abi, ¿quina és la teua llengua materna? ¿El castellà, el valenciá o el rus? (Abi, ¿cuál es tu lengua materna? ¿El castellano, el valenciano o el ruso?)
- El castellà. (El castellano)
- ¿Segur? (¿Seguro?)
- Has dit "la materna", i la mamà parla castellà. (Has dicho "la materna", y la mamá habla castellano)
- Vinga, val. (Venga, vale)

Desde luego, tenía su lógica.

- El español - les dije a los jovencillos.

Hubo un par de preguntas más, y pasamos a Ro. Casi todo era esperable, hasta que pasamos al asunto de las lenguas.

- ¿Habla ruso?
- Habla, habla...
- ¿Y cuál es su lengua materna?
- Ahora se lo pregunto ¡Ro!
- ¿Sí? - dijo desde la cocina.
- ¿Quina és la teua llengua nativa? (¿Cuál es tu lengua nativa?)
- El valenciá, clar (El valenciano, claro) - dijo soltando una risita.

Yo creo que lo habían estado hablando las dos en la cocina para liar la cosa.

- El valenciano - les dije a los dos agentes censales.

A estas alturas, yo creo que habían renunciado a sorprenderse.

- Bueno, nos falta uno.
- Ame.
- Ése.

Les fui dando los datos, básicamente, como ya escribí, personales y de escolarización. Y llegamos a los idiomas.

- ¿ Ame habla ruso?
- Incluso demasiado.
- ¿Y su lengua materna?
- A ver qué dice ¡Ame!
- ¿Sí?
- Prijodi! (¡Ven!)

Ame se acercó.

- Kakoy tvoi rodnoy yazyk? (¿Cuál es tu lengua nativa?)
- Ispansky! (¡El español!) - dijo riéndose.
- Vsio yasno (Está clarísimo) - les dije a los agentes censales, que apuntaron el español como lengua materna de Ame.

Se pusieron a recoger los papeles, cuando se acercó la niñera, que a medida que iban pasando los minutos y las preguntas se la veía con más curiosidad.

- Quizá también tendría que apuntarme yo - dijo a los agentes.

Los agentes se miraron sin saber muy bien qué hacer.

- ¿Usted vive aquí?
- Sí, sí, varios días a la semana.
- Bueno, pues vamos a censarla también.
- Y también pago los impuestos.

Parecía poco familiarizada con el propósito del censo.

- Bueno, eso no es asunto de estos señores - le dije -. Estos señores simplemente se dedican a contar.
- Eso es - dijo la chica.

Siguió la retahila de preguntas acostumbrada. Los agentes parecían aliviados. Por fin lograban hablar con alguien que tuviera patronímico. Hay que decir que uno ve cómo se llama la niñera, que es un nombre musulmán donde los haya, y no sabe muy bien si se las está teniendo con una viuda negra.

Además de patronímico, la niñera tenía etnia y todo.

- ¿Etnia?
- Tártara.

"Hombre, por fin alguien normal".

- ¿Sabe ruso? Sí, ya veo que sí... ¿Cuál es su lengua nativa?
- El tártaro.
- Ah... ¿alguna lengua más?
- Uzbeko y tayiko.
- Vaaale... bueno, creo que ya está. No saldrá nadie más, ¿verdad?
- No debería - dije yo.

Los agentes se fueron hacia la puerta, mientras la niñera me decía que no me preocupara, que ella pagaba sus impuestos.

- No, si no es por eso...
- Además, cuando pasaron por mi casa el otro día otros chicos como éstos, ya hablé con ellos igual que hoy.
- Muy bien. Gracias a usted, la población rusa disminuye menos.

viernes, 5 de noviembre de 2010

El censo

Fernando pedía el otro día una entrada sobre el censo que se ha estado llevando a cabo durante las últimas semanas en Rusia. Fernando, si no estoy equivocado, tiene una profesión muy relacionada con la estadística, con lo que se entiende su interés por el tema; además, probablemente nos podrá explicar bien los motivos por los cuales ya no se realizan censos en España (y en toda la Unión Europea, y hasta en toda la OCDE). Supongo que uno de los motivos es el coste, que es desproporcionadamente alto para la información que se obtiene; otro de los motivos, probablemente, es que la información obtenida no es de muy buena calidad, y que, con lo "fichados" que estamos por multitud de administraciones, no es difícil conseguir la información necesaria sin necesidad de ir preguntando a cada uno. Supongo que un muestreo es mucho más barato y no mucho más inexacto.

En Rusia, sin embargo, toca realizar por ley un censo cada cierto tiempo, y a eso se ha estado dedicando la administración en las últimas semanas. He leído que la gente se ha tomado el censo bastante a rechufla y que, como es habitual en estos casos, el número de judíos se reduce mucho respecto del que se considera habitual. En cambio, al parecer hay gente de etnia élfica. Los entrevistadores suelen tener bastante prisa y no están por la labor de jugarse la vida discutiendo con los entrevistados, así que los resultados son tan fiables como la tesis doctoral de Belén Esteban, y te salen bielorrusos étnicos que se apellidan Bronstein o Ashkenazi.

No es nuestro caso. Así como en el censo de 2002 no fuimos computados como residentes en Rusia, porque los entrevistadores omitieron el edificio donde vivíamos, en esta ocasión, ya por la tarde, recibí un mensaje en el móvil, en el que se anunciaba que el censo estaba teniendo lugar, y que iban a por mí. No teníamos la menor intención de ocultarnos, antes bien, resolví prestar a las autoridades censales rusa toda la colaboración que un cuidadano de bien como yo pudiera proporcionar. De todas formas, el móvil que llevo es del trabajo y está a nombre de la empresa; hay un móvil a mi nombre... pero lo lleva Alfina, que no recibió ningún mensaje. Raro raro...

De una forma u otra, serían las ocho y media de la noche, en plena cena, cuando dos jóvenes, hombre y mujer, ataviados con una bufanda azul, llamaron a la puerta de nuestra casa. Lo de la bufanda azul era una medida anunciada a bombo y platillo para que la gente se confiara y les dejara pasar, porque, si no, a buenas horas dejas pasar en Moscú a un desconocido que llame a tu puerta.

- ¿Quiénes son?
- ¡Los del censo! ¡Son los del censo!
- ¡Pero si somos extranjeros! ¡No hemos de censarnos!
- ¡No! ¡Vamos a censarnos como todo el mundo!

Me levanté, y les abrí la puerta, mientras el resto de la familia se atrincheraba en la cocina.

- ¿Si?
- Somos del censo. Venimos a censarles.
- Pasen, pasen, por aquí.

Los dos jóvenes me miraban como si fuera un bicho raro. Se ve que lo de pasar a la primera al domicilio del ciudadano no era un fenómeno que estuvieran experimentando con frecuencia.

- ¿Así? ¿Sin descalzarnos?
- No, venga, pasen, que el suelo está frío.

Me miraron con cara de sorpresa aún mayor. Normalmente no pasas con zapatos de calle a una casa rusa bajo ningún concepto. Algo cohibidos, y sin quitarse el abrigo, se sentaron en la mesa del salón y sacaron unas hojas de sus carpetas. La chica se puso a preguntarme y el chico sólo intervenía cuando había alguna duda. Los dos parecían estudiantes que se estaban sacando unos rublillos extra con el asunto del censo.

- ¿Cuántas personas viven en esta casa?
- Cinco.

Deliberadamente, dejé fuera a la niñera. La niñera es interna, pero es una interna un poco particular que tiene un piso alquilado y pasa noches aquí y allá. Además, como no es moscovita, aunque tiene los papeles en regla, nunca se sabe por dónde puede saltar un problema. Y, como decía Stalin, si no hay persona, no hay problema, así que resolví eliminar (sólo censalmente) a la persona.

- Pues vamos a rellenar una hoja por cada uno. A ver, ésta es para usted. A ver, ¿cuál es su nombre?
- Alfor.
- ¿Su apellido?
- Von Buchweizen.
- ¿Su patronímico?
- No uso de esas cosas.
- ¿No?
- Soy español.

Me preguntó fecha, lugar de nacimiento, nacionalidad, nivel de estudios y algunas cosas sobre mi situación conyugal.

- ¿A qué etnia pertenece usted?

Antes de que me entrara la risa, me quedé mirando a la chica con cara de paciencia infinita.

Eso de la etnia es cosa de pueblos bárbaros, como los germanos, escandinavos, eslavos y demás gente primitiva. Los pueblos que fuimos romanizados a su debido tiempo y nos mezclamos concienzudamente con los demás no tenemos etnia ni nada parecido. La prueba es que, en España, los únicos que se las dan de etnicidad diferente son algunos vascos, de romanización algo dudosa. Los demás españoles somos españoles y, todo lo más, y si se da el caso, de raza blanca.

Los rusos no. Los rusos pueden ser de etnia rusa, bielorrusa, ucraniana, tártara, judía (éstos, por lo visto, tampoco se romanizaron nunca), alemana, chechena, letona, carelia o chukchi, entre otro mogollonazo de posibilidades. Aquí, tener pasaporte ruso no es todo: además hay que pertenecer a una tribu.

- ¿A qué etnia pertenezco? - le devolví la pregunta.
- Puede no responder si no quiere - repuso el chico.

Hay gente que no responde. Sobre todo si son judíos, que no están excesivamente bien vistos. Hasta hace pocos años, en los documentos de identidad rusos, y antes soviéticos, se mencionaba la etnia a la que pertenecía el titular. Desde que hemos entrado en el siglo XXI, ya no consta en los documentos, pero está visto que quien tuvo retuvo y que sigue molando preguntar sobre eso.

- No, no, si no pasa nada. Lo que ocurre es que soy español, y decir que soy étnicamente español me parece una burrada y me suena fatal. Mejor no pongamos nada.
- No ponemos nada - repuso la chica.

Puso un par de rayas en los apartados destinados a según qué cosas y siguió preguntando.

- ¿Habla ruso? Sí, ya veo que sí. A ver... ¿cuál es su lengua materna?
- ¿La mía? El valenciano.
- ¿El... valenciano?
- ¿Pasa algo?
- No, no... ¿lo puede escribir usted?
- Sí, claro.

Escribí "valenciano", que ciertamente en ruso es un palabra con una ortografía peliaguda.

- ¿Y qué idiomas habla, además de ruso y... (¿cómo era?) ah, sí, valenciano?
- Pues hablo español, e inglés, y alemán, y francés...
- Pare, que sólo puedo poner dos.
- Pues vaya.

A estas alturas de la entrevista, ya el resto de la familia parecía haber comprendido que se trataba de un par de chicos inofensivos, no de un comando de castigo de un campo de concentración, y que no iban a deportar a nadie, así que empezaron a asomar la cabeza por la puerta de la cocina.

- Miren, miren ahí vienen los demás.

(Seguiré en la próxima, que hoy se hace tarde)