miércoles, 29 de abril de 2009

Colándose en el hospital

La ambulancia que llevaba a Ame y a Alfina llegó al hospital mucho antes que yo, que me vi envuelto en todos los atascos posibles entre el centro de Moscú y el barrio de Tushino. Para colmo, cuando me presenté en la entrada principal, tras algún traspiés, me esperaba la tarea de hacer entender a la celadora cuáles eran mis intenciones:

- Buenas tardes.
- Buenas tardes.
- Vengo buscando a mi hijo, que debe haber ingresado hace poco.
- ¿En qué unidad está?
- ¿Unidad? Yo sé que tiene fiebre y le duele la barriga.

La celadora se rascó la cabeza un poco.

- ¿Cómo se llama su hijo?
- Ame von Buchweizen.
- ¿Cómooooo?

Le deletreé el nombre, con la esperanza de que la transcripción al cirílico que hice fuera la misma que podía tener anotada en sus registros.

- No está.
- ¡Pero si acaba de llegar!
- ¿Cuándo?
- No estoy seguro, pero puede que no haga ni una hora.
- ¿Y dónde está?
- No sé... es lo que le había preguntado yo. Vino con la "skoraya"...

La celadora lanzó un suspiro, que venía a significar algo así como "uf, siempre me tocan a mí estos catetos".

- Si vino con la "skoraya", vaya a aquel teléfono del rincón y marque el 246. Yo no lo tendré aquí en el registro hasta que no lo pasen a planta.

En casi todos los sitios públicos rusos hay un teléfono de hierro bastante cutrosillo, vestigio de otras épocas, para comunicarse con la gente que trabaja en el sitio al que ha ido uno. En España, uno va a un edificio público, va al conserje, dice lo que va a hacer y pasa.

Aquí, no.

Aquí, uno tiene que buscarse la vida con el teléfono roñoso de llamadas internas. Porque el conserje, celador o teórico encargado de la información tiene la función de no dejarte pasar a menos que lleves un propusk. Y no puedes sacarte un propusk si no sabes quién te lo puede proporcionar. Ahí entra el teléfono roñoso.

El problema es si no te contesta nadie. Y eso pasaba en el 246. Así que pasé de teléfonos internos y de historias y llamé a Alfina al móvil.

- ¿Cómo está Ame?
- Bien, pero le sigue doliendo la barriga.
- ¿Y dónde estáis?
- En la entrada 24-25. Desde la ventana se ve un parquecito infantil con una casa de madera.
- ¿Y cómo llego hasta allí? Yo estoy en la entrada principal.
- No sé. Yo llegué con la ambulancia y no sé por dónde pasamos.
- Claro.

Después de cien mil vueltas y revueltas, vi un coche con la matrícula roja y la banderita argentina colgada. Está visto que el Embajador de Argentina andaba cerca, así que quizá también Ame y Alfina anduvieran por allí. Entonces vi una puerta con el rótulo 24-25, me dije, "Tate, aquí es", entré por las buenas y me encontré con una enfermera mal encarada y con aspecto de reprocharme que me encontrara allí, estorbando.

- Buenas, soy español y busco a...
- ¿Español? Ya sé quién es usted. Ya los he llevado a planta, están en la habitación 712, unidad de gastroenterología. Lárguese y vuelva a donde estaba y pregunte por esa habitación.
- Estoo...
- A donde estaba, he dicho.

Volví sumiso a la entrada central, a la misma celadora de antes.

- Busco la habitación 712, unidad de gastroenterología.

La celadora lanzó el mismo suspiro de "otra vez el cenutrio éste que me va a dar la tarde" y miró sus registros.

- ¿Ami von Wuxwiesen?
- Casi, digo, sí, sí, es él.
- Sí, está en la 712, en la séptima planta.
- Voy allá.

En esto, me llega un mensaje de Alfina al móvil: "Sube".

Entre el lugar donde estaba y los ascensores había un arco de seguridad con un segurata que parecía salido de una recepción en Berchtersgaden. Tenía el pelo rapado, excepto un flequillo que le caía por la frente, y no parecía muy proclive a aceptar milongas.

- ¿A dónde va?
- A la habitación 712.
- No se puede pasar.
- Está mi hijo de cinco años allí arriba. Acaba de ingresar.
- ¿Está solo?
- Está con su madre.
- Pues no se pasa. Dejamos pasar a uno de los padres. A uno solo.

"Leches. A ver qué se me ocurre. Ajá, vamos a probar con el viejo truco del guiri ignorante." Porque, claro, si se me ocurría no subir, más me valía ir directamente del hospital al IKEA a comprarme un sofá más cómodo, porque me iba a hacer falta.

- Es que su madre no habla ruso, y yo tengo que ir allí de intérprete.
- Ah, ¿no habla?
- Un par de palabras, pero es un nivel totalmente insuficiente para manejarse.

El segurata de las HJ vaciló un momento.

- En ese caso, voy a llamar a la doctora. Vamos a ver.

Marcó un número.

- Soy el guardia de la entrada central. Tengo aquí un padre que dice que su hijo está en la habitación 712 y que la madre está con él, pero que, al parecer, no habla ruso, y quiere subir él.
- (...)
- ¿Que sí que habla?

"Leches, Alfina, por una vez que tocaba hablar lo peor posible, debe estar declinando y todo. Así no hay manera."

- Oiga, que la doctora dice que su mujer sí que habla ruso.
- Pf, a cualquier cosa le llaman ahora hablar ruso ¡Si habla fatal! ¡Si no se entera!
- Mire, tome el teléfono y discútalo con la doctora.

Se le notaba ya un poco cansado al chaval. Así que tomé el teléfono y le expliqué el caso a la doctora, pero yo también debía estar un poco cansado y debí cometer algún errorcillo.

- ¡Pero si su mujer habla mejor que usted! - dijo la doctora.

Ahí ya me enfadé. Hasta ahí podíamos llegar. Desde los dieciocho años estudiando ruso y aquella doctora se permitía opinar que Alfina, con sus dos clases mal contadas, hablaba mejor que yo, total porque la puñetera pronuncia asombrosamente bien. Andayá.

- Oiga, de eso nada. Le habrá engañado con las dos frases que sabe pronunciar bien, pero yo soy intérprete profesional y quiero subir para ver que está pasando, porque mi mujer pronunciará muy bien, pero seguro que no le entiende la mitad de lo que dice. Y ya lo creo que voy a hacerlo.

La doctora empezó a reírse al otro lado del teléfono.

- Bueno, le dejaremos pasar, pero no más de una hora. Su mujer le dirá qué le tiene que traer y luego podrá irse. Páseme con el guardia.

Así lo hice. El guardia me dejó pasar con una sonrisilla sarcástica, tras decirme por dónde debía ir, y me dirigí al ascensor y a la unidad de gastro.

De momento, no hacía falta que pasara por el IKEA a comprar sofás. De momento.

lunes, 27 de abril de 2009

Urgencias

- Que Ame tiene mucha fiebre y se queja de que le duele la barriga - dijo la niñera cuando la llamé por teléfono. Y, efectivamente, venía de tener casi cuarenta grados de fiebre aquella noche.
- Mmm... llame al médico, yo iré en cuanto pueda -me pilló algo descolocado la noticia, porque no estaba en mi lugar de trabajo habitual, desde donde hubiera podido salir corriendo, sino lejos y bastante liado, así que llamé a Alfina, que tampoco es que estuviera precisamente desocupada, y de hecho me costó bastante encontrarla, pero que encontró un hueco y se fue a casa.

Fiebre y dolor de vientre... ¿apendicitis? El caso es que era el tercer médico en tres días y no había manera de sacar qué pasaba.

El médico era de Medintsentr, a donde he ido ya alguna vez. Como vio que la cosa no estaba clara, decidió llevarse a Ame con Alfina a la policlínica y a analizar tocan. Sirena por Moscú, si alguien se pone delante peor para él y adelante. Debería dejar la pluma a Alfina, que es quien sufrió el asunto en primera persona, pero de momento la dejo en la ambulancia.

Yo me incorporé poco después. Llegué a mi puesto de trabajo, recogí corriendo mis cosas, dije que tenía que irme, volví pitando a casa, cogí el coche y me fui a la policlínica todo lo rápido que pude.

La policlínica es el centro médico que tenía, en los cada vez más lejanos días soviéticos, el monopolio de la atención médica a extranjeros. Un sitio limpio, cuidado, pero con dos defectos bastante molestos: que el personal médico no habla más que ruso y que son condenadamente burocráticos. El primer defecto puede parecer insólito en una policlínica especializada en extranjeros, pero es completamente cierto. Casi los únicos extranjeros que vivían en la Unión Soviética eran del cuerpo diplomático, que, cuando se ponían enfermos, acudían con personal de su embajada que les hacía de intérprete. Los intérpretes también eran elegidos por una agencia que tenía el monopolio de la colocación, pero ésa es otra historia, también muy entretenida.

El segundo defecto es que los médicos de la policlínica no mueven un dedo ni realizan un análisis si previamente el enfermo no ha pasado por caja y ha pagado a tocateja lo que le van a hacer. Es poco hipocrático, claro, pero la pela es la pela y aquí no se trata a ninguno de esos extranjeros aprovechados si no aflojan la mosca. Si eres el Embajador de Argentina, por ejemplo, lo normal es que si caes enfermo tengas un séquito de auxiliares que se ocupan de que ni te enteres de que las facturas del médico hay que pagarlas, porque ya lo hacen otros.

El problema viene si estás enfermo y no eres el Embajador de Argentina, ni siquiera el de Malawi. A mí me ha pasado llegar como he podido, con fiebre relativamente elevada, y decirme que, majo, podría estar agonizando, pero que tenía que pasar por caja. Y, en este caso, estamos en las mismas: para que alguien moviese un dedo e hiciera los análisis pertinentes a Ame, Alfina tenía que pagarlos previamente. Pero, claro, cuando tienes un niño de cinco años con fiebre alta y quejándose, mientras tu marido está clavado en un atasco a la altura de Krasnie Vorota, no resulta fácil pagar con una mano mientras arrastras al niño con la otra. Hay que decir que Alfina superó la prueba con prestancia y aligeró nuestra tarjeta de crédito con el brío necesario.

Los análisis no revelaron nada. A Alfina le dijeron que había que hospitalizar a Ame. De la policlínica llamaron a la "skoraya", o sea, a la ambulancia de urgencias, que nos llevaría al hospital infantil número 7, en Tushino.

A todo esto, yo me había zafado del atasco y estaba intentando aparcar cerca de la policlínica, cosa nada sencilla. Sonó el teléfono.

- Sí - era Alfina.
- Que dicen que a Ame no le encuentran nada, pero el niño se sigue quejando y lo quieren llevar a un hospital infantil que está en Tushino.
- ¿En Tushinooooo? ¿Tan lejos?

Miré por la ventanilla del coche y vi que en la fachada del edificio de enfrente de la policlínica había un letrero que ponía: "Hospital infantil". Tushino estaba a unos treinta kilómetros de allí. Es así, Rusia.

"Bueno", pensé, "ésta es la clínica de extranjeros de toda la vida. Si nos envían a ese hospital, será porque es un sitio de confianza."

- Yo estoy por decirles que nos lleven al European Medical Center -dijo Alfina.

"¿Y hacer otra vez todos los análisis? ¡A ver si siguen sin encontrar nada!", pensé.

- Bueno, si nos han recomendado estos pediatras ir a ese hospital, yo creo que debemos ir. Ahora voy, que ya estoy aparcando.

Me reuní con Alfina y Ame, que seguía mustio y dolorido. El enfermero de la ambulancia ya estaba tomando nota del caso para enviarnos a Tushino. Pagué otra facturita, no faltaría más, bajamos al guardarropa a recoger la ropa y en el guardarropa nos encontramos a un señor bigotudo muy sonriente y simpático que hablaba español. Fuera, esperándole, había un coche que en un palito juntó al capó llevaba una banderita con dos franjas azul celestes horizontales a los extremos y una franja blanca con un sol amarillo en el centro.

El señor bigotudo sonriente era, pues, el Embajador de Argentina, que debía tener un hijo en tan mal estado como Ame, y que también iba al hospital de Tushino. Hay que decir que cosas como ésa me tranquilizan: si los de la clínica llevan nada menos que al hijo del Embajador de Argentina al hospital de Tushino, es que ese hospital debía ser un centro de vanguardia dotado de los últimos avances y donde los pacientes disfrutaban de todas las comodidades.

Hasta Alfina, siempre escéptica con la atención sanitaria rusa, olvidó que hay momentos en que no me debe hacer caso y consintió en meterse en la ambulancia, mientras yo volvía al coche y trataba de descifrar por dónde llegar a la dirección que me habían dicho. Pero la continuación queda para la próxima entrada.

viernes, 24 de abril de 2009

Moneditas

La verdad es que no tenía idea de que a algún lector de esta bitácora le interesara la economía, pero, para mi sorpresa, parece que sí. Y así es como uno comienza a escribir sobre economía en Rusia y a Bruno se le ocurre una pregunta que seguro que mosquea a más de uno. Reza así la pregunta:

¿No es posible que el BCE devalue el €, respecto del dolar, libra o yen y asi evitar el rebote de la deflación y entrar luego en una espiral inflacionaria que licue los salarios de todos los trabajadores?

Para responder a la pregunta estaría bien reflexionar un poco sobre la gestación del BCE (y de sus antecesores inmediatos), porque esta reflexión nos dará algo de luz sobre cuál va a ser probablemente su política.

En Macroeconomía existe la llamada curva de Phillips, que establece que hay una relación (trade-off, en inglés pijeconómico) entre inflación y desempleo. Vamos, que la teoría, en su inicio, venía a predicar que el desempleo se puede combatir mediante un aumento de la oferta monetaria que produciría inflación, es decir, que para tener pleno empleo hay que consentir cierta inflación, y que, a contrario, si no se quiere tener inflación, hay que apechugar con cierto desempleo.

La teoría, hoy día, está superada, después de que la capacidad explicativa del modelo de Phillips desapareciera después de la crisis de 1973; pero en la década de 1960 el modelo era el ABC de cualquier economista que se preciara. Los responsables de la política económica digamos que se dividieron en dos bandos, en un momento en que en Europa se estaba gestando la CEE y empezaba a verse la necesidad de la armonización de las políticas económicas de los distintos países.

1. El primer bando era el de Alemania (entonces, para ser exactos, República Federal de Alemania). Al tener que elegir entre inflación y desempleo, los responsables de la política económica alemana optaron resueltamente por el desempleo como mal menor. Alemania había padecido una hiperinflación brutal en 1923 y, ciertamente, luego había tenido paro a raudales, pero lo cierto es que la hiperinflación alemana fue un trauma tan brutal que aún se estudia en los manuales de Economía. Con lo cual, Alemania decía que Ein anständiger Mensch hat ARBEIT..., aber bitte, bitte keine Inflation! (O sea: Una persona decente tiene TRABAJO..., pero, porfi, porfi, que no haya inflación).

2. El segundo bando era el francés. Francia tenía una posición contraria a la alemana. Francia podría decirse, con todos los matices que se quiera, que fue el primer país en el que el liberalismo subió al poder, en 1789; pero luego ha tenido una deriva intervencionista que podría decirse que es una herencia de su tradición mercantilista estilo Luis XIV. Francia le daba mucha menos importancia a la inflación y mucha más al desempleo. Lo cual tiene sentido, porque los alemanes son gente disciplinada que no se rebelan prácticamente nunca, por muchos parados que tengan, pero a un francés desocupado le da por darse a la molicie y te asalta la Bastilla o se monta una comuna. Así que los franceses son mucho más proclives a darle a la maquinita de hacer billetes, y así fue en la época que describimos, en que llegaron a un límite que hubo que cambiar de divisa, porque el franco "viejo" tenía demasiados ceros.

Francia tiene mucha mano en la UE y en su antecesora, la CEE; pero en lo que toca a la política económica en general, y monetaria en particular, los que se impusieron fueron los alemanes y su política restrictiva. Cuando se fundó el BCE, el gobernador Wim Duisenberg era holandés, pero al cabo de algún tiempo debía ser sustituido por el actual, Jean Claude Trichet, francés; eso fue la concesión alemana. A cambio de ello obtuvieron no sólo la sede del BCE, en Fráncfort del Meno, sino, lo que es mucho más importante, consiguieron que el objetivo del BCE fuera el de luchar contra la inflación. En efecto, el BCE tiene como objetivo que la inflación se sitúe alrededor del 2%: todos los demás objetivos están subordinados a éste. Por comparar, la Reserva Federal estadonidense tiene un objetivo doble: controlar la inflación, sí, pero también fomentar el crecimiento económico. Nada de esto le toca al BCE, y en esta diferencia se ve claramente la influencia de la política económica alemana tradicional.

Con lo cual podemos responder con algún criterio la pregunta de Bruno de la siguiente manera: Sí, es posible que el BCE devalúe respecto al dólar para evitar la deflación y luego provocar una inflación que haga puré los salarios. Posible es. Pero es sumamente improbable:

1. porque este comportamiento va contra sus principios.
2. porque, después de todo, no estamos en deflación y no está claro que vayamos a estarlo.
3. porque sería como darle la vuelta a todo lo que significa el BCE.
4. porque, básicamente, es dudoso que sea legal. Dudosísimo. Sería el último recurso.
5. y, quizá lo más importante, porque desde el Bundesbank se iba a lanzar un berrido tal que podría echar abajo el Eurotower.

En fin, no sé si Bruno, que debe andar por el lejano Absurdistán, se da por satisfecho con la respuesta. Pero es la que tengo. En las próximas entradas, aparcaré la economía y tocará hablar de la sanidad en Rusia.

Buscando la causa de las cosas

Cuando eres soltero, y te casas, te cambia la vida, pero tampoco tanto.

Cuando te cambia la vida de verdad es cuando tienes tu primer hijo.

Cuando tienes el segundo, te das cuenta de lo fácil que era la vida cuando sólo tenías uno.

Cuando tienes el tercero, te das cuenta con un escalofrío de que ya no puedes montarte en un taxi con toda la familia, y que tus desplazamientos son un prodigio de logística.

Cuando esperas el cuarto, te das cuenta de que lo del taxi no era nada, y de que ahora lo que vas a tener que hacer es rascarte el bolsillo, cambiar de coche y buscar poco menos que una furgoneta.

Cuando te habías hecho a la idea, habías previsto qué ibas a hacer, y el cuarto no sigue adelante, te quedas muy confuso y te preguntas qué está pasando y por qué.

Menos mal que está Ro. Ro pregunta, pero, antes de que te dé tiempo a responder, aventura una posible causa de por qué pasan las cosas:

- Papà, a lo millor Déu no vol que canviem de coche (Papá, a lo mejor Dios no quiere que cambiemos de coche).

Será eso.

miércoles, 22 de abril de 2009

La disolución de la zona del rublo (II)

En la última entrada veíamos que algunos países ya se estaban mosqueando con la espiral hiperinflacionista. El más mosqueado fue Letonia, que vio que estaban pasando varias cosas:

1.- Que le estaban exportando la inflación del rublo, mientras que ellos no estaban por la tarea de tener hiperinflación.
2.- Que, para ser un país pequeño, estaban teniendo una coyuntura desfavorable y se estaban quedando sin monedas y billetes en efectivo, que desaparecían de la circulación. Como la única ceca estaba en Rusia, sin la colaboración del BCR les era imposible emitir efectivo, y el BCR, que era tan poco independiente como el de Uzbekistán, a veces tenía la tentación de fastidiar un poco a las díscolas repúblicas independientes. Y, para díscolas, las bálticas. El caso es hoy tenemos cosas como tarjetas de crédito, cuentas bancarias a nombre de todo quisqui, pero en los primeros años noventa esas cosas no existían en esta parte del mundo, y hacía falta el dinero contante y sonante. Y Letonia no lo tenía, porque se lo imprimía Moscú.

Letonia salió de manera rápida de la zona rublo. Entre mayo y julio de 1992 el rublo ruso dejó de ser la divisa letona. Primero hubo una divisa de transición, el rublo letón, y al año siguiente el lat, que es lo que tenemos hoy (al menos hasta que, posiblemente, Letonia entre en la zona euro en 2012). Cuando anduve por allí de visita, me llamó la atención lo tremendamente elevado que era el valor del lat. Vamos, que venía de Rusia, donde las monedas tenían un valor tan ridículo que el que encontraba una la tiraba por las escaleras del metro, y pasé a Letonia, donde con las moneditas comías sin ningún problema y te sobraba para comprarle un par de plátanos a Hugo Chávez.

Los demás países, en lugar de salir de la zona rublo, aunque sometidos a los mismos problemas, no estaban de momento tan empeñados en contener la inflación, aunque sí se oponían a que los ex-soviéticos de las demás repúblicas usaran sus papelitos para pagar obligaciones en su país. Con ello, lo que hicieron fue emitir sus propios papelitos que servirían de medios de pago, de momento junto con el rublo ruso fetén. Los papelitos no eran muy prestigiosos: casi todos ellos se llamaban cupones, como los de los tambores de detergente, y en alguna república recibieron algún sobrenombre cariñoso, como en Bielorrusia, donde los billetitos, como el de la imagen de arriba, recibieron el nombre de "liebrecitas" (zaichiki). El caso es que las máquinas de imprimir echaban humo.

A Kirguizia se le hincharon las narices cuando Víktor Geraschenko, el presidente del Banco Central ruso, le dio un acelerón más a la máquinita de imprimir billetes. Los papelitos no se aceptaban fuera de la república que los había emitido, pero los rublos sí, así que el aumento de la masa monetaria iba a poner la inflación peor de lo que ya estaba de por sí. Kirguizia introdujo en mayo de 1993 su propia moneda y el rublo dejó de circular como medio de pago. Y durante un tiempo mejoró sus cifras, consiguió sorprendentemente que el PIB aumentara e incluso entró en la OMC, algo que parecía lejísimos de cualquiera de las repúblicas ex-soviéticas.

Pero la puntilla al rublo se la dio la propia Rusia, cuando al mes siguiente decidió que ya estaba bien y cambió de golpe y porrazo los billetes en vigor. Los anteriores, incluyendo los que pululaban por las repúblicas, quedaron para señales de libros. De todas formas, cuando la inflación ha sido del 2000% durante un par de años y se ha pulido los ahorros de toda la vida de un barbaridad de gente, ya lo de que unos cuantos cientos de rublos se convirtieran en cromos era lo de menos.

De esta manera, los países que aún seguían chupando de la zona rublo se vieron expulsados de la misma, básicamente porque había dejado de existir. Por ejemplo, Uzbekistán, que tardó unos cuantos meses en reaccionar, hasta que en noviembre de 1993 introdujo un primer cupón-sum. Con ello, el rublo soviético dejó de ser medio de pago, pero empezó otro de los períodos más interesantes para un economista interesado en la política económica, cual fue la política monetaria de las Mil y Una Noches de gobierno y Banco Central de Uzbekistán. A lo mejor otro día toca escribir sobre ella.

Con esto, debería quedar claro que la adopción del euro, y la pertenencia a una zona monetaria, no es fácil y requiere una disciplina difícil de asumir para políticos con complejo de dios. El complejo de dios consiste en que el político diga "Hágase" esto, por estúpido que sea, y que un montón de lameculos, incapaces de decir la verdad o siquiera de intuirla, se pongan a romper lo que sea para satisfacer el deseo del prócer. Pues a una parte de ese complejo, que todos los políticos tienen en mayor o menor medida, hay que renunciar cuando perteneces a una unión monetaria, porque para cumplir casi todos los deseos hace falta dinero. Y el dinero, cuando hay disciplina, no se puede inventar, como hacían los sátrapas postsoviéticos.

Los líderes postsoviéticos no quisieron renunciar ni a un poquito de su complejo de dios, y así se llegó a uno de los robos más vergonzosos de las últimas décadas (el de los ahorros de una generación entera, eliminados por la inflación) y al colapso de unos lazos económicos entre las repúblicas que, durante mucho tiempo, no fueron sustituidos por nada y condujeron a una brutal contracción de la economía de todos aquellos países. Vamos que, como nos tocara salir del euro, ojo con las consecuencias, con o sin devaluación.

lunes, 20 de abril de 2009

La disolución de la zona del rublo (I)

Al disolverse la URSS, oficialmente el 1 de enero de 1992, nos encontramos con quince países que comparten una única moneda, el rublo "soviético". Hubiera sido relativamente sencillo que las autoridades monetarias de los mismos hubieran encontrado la manera de conservarla. En primer lugar, porque todos pertenecían a la misma organización, el Gosbank (el banco central de la URSS), cuya sede estaba en Moscú y que se convirtió en el Banco Central de Rusia. Los distintos bancos centrales de las otras catorce repúblicas independientes no eran sino las sucursales que el Gosbank tenía en cada una de ellas. Es decir, venían de la misma escuela, habían estado aplicando las mismas políticas monetarias y hablaban un lenguaje común. Y, además, realmente ninguno de ellos quería romper la zona del rublo, por lo que estaban en una situación ideal, de cine, para mantener una zona monetaria poderosa, en un momento en que la zona euro no era más que una idea para un futuro y donde en las Comunidades Europeas (ni siquiera Unión Europea), con mucho trabajo, sólo se podía hablar de mercado interior.

Lo que pasó en los meses siguientes al 1 de enero de 1992 es difícil que se olvide pronto. En un principio, hubo voluntad de hacer algo razonable y, de momento, el monopolio de la acuñación de billetes y monedas siguió centralizado en Moscú. Los billetes y monedas que se usaban, por ejemplo, en Georgia, por poner un paradigma de país díscolo, o en Estonia, por poner otro, eran acuñados físicamente en Moscú y enviados a las repúblicas correspondientes.

Como todos sabéis, el dinero efectivo (llamado M0) no es sino una pequeña parte de la masa monetaria de un país. La mayoría la constituyen los depósitos bancarios. Por eso, el hecho de que Moscú conservara la ceca no sirvió de gran cosa, por varias razones:

1.- Porque no hubo ninguna coordinación de las políticas monetarias de las distintas repúblicas.
2.- Porque no hubo la menor coordinación de las políticas presupuestarias, en especial de las políticas de gasto, de las distintas repúblicas.
3.- Porque los bancos centrales de las distintas repúblicas nunca fueron independientes realmente del poder político, pero lo fueron mucho menos en aquellos primeros momentos de transición.

Como sabéis todos los que habéis vivido la gestación del euro, la transición hacia el mismo fue larga y compleja. Seguro que a estas alturas todos recordáis los llamados "criterios de Maastricht" (Mastrique, en castellano, pero eso no lo recuerda nadie), que tenían que cumplir todos los países candidatos a entrar en la zona euro, consistentes en un tope a la inflación (no más del 1,5% más alto que la media de los tres mejores países), déficit público (no más del 3% del PIB) y deuda pública (no más del 60% del PIB). Y además se requería que las divisas de los países candidatos no hubieran sido objeto de una devaluación reciente y que los bancos centrales de cada país fueran independientes. Ésas fueron las bases mínimas para coordinar las políticas presupuestarias y crear a partir de ahí el Sistema Europeo de Bancos Centrales que ahora es quien planifica y ejecuta la política monetaria de la Unión.

Bueno, pues en la zona rublo, las cosas fueron exactamente al revés. Partían de una situación de coordinación extrema (de hecho, eran el mismo Estado) y sufrieron una fuerza centrífuga imparable que además les llevó a una hiperinflación que se alimentaba mutuamente.

En primer lugar, desde el punto de vista de los ingresos públicos, la mayoría de las nuevas repúblicas estaba frita: simplemente no los tenían. Sin prácticamente sector privado ni legislación adecuada, no había posibilidad de recaudar vía impuestos; la deuda pública tampoco era una opción (nadie en su sano juicio prestaría, al menos a un tipo de interés razonable, a un Estado recién parido y que a saber lo que iba a durar). Sólo quedaba darle a la maquinita de imprimir dinero. Estrictamente hablando, la maquinita estaba en Moscú, fuera del alcance de los sátrapas de las repúblicas, pero lo que sí se podía era dar créditos. Vamos, crear depósitos bancarios a favor de aquéllos beneficiarios de los pagos presupuestarios.

Eso fue abrir la caja de Pandora. Cualquiera mínimamente versado en esto sabe que abusar de esa práctica supone dar un puntapié brutal a la estabilidad de precios, pero dile tú, por ejemplo, que eres gobernador del Banco Central de Uzbekistán, al presidente Karímov, de Uzbekistán, que sabía de Economía todavía menos que ZP, que si comienza a repartir créditos sin respaldo va a disparar una espiral inflacionista que acabará minando el poder adquisitivo de la población en términos reales y, en el límite, socavando el valor del dinero como medio de cambio. Si toda la vida has sido jefe de la sucursal del Gosbank en Tashkent, y el destino ha sido generoso contigo, te ha convertido en flamante gobernador del Banco Central de Uzbekistán y tú quieres seguir siéndolo, no debes decir al presidente Karímov más que: "Sí, señor Presidente, ¿cuántos billones de rublos quiere que emitamos?"

Ahora podemos entender por qué uno de los requisitos de la entrada en el euro era que el Banco Central fuera independiente del poder político. Y es que, en una unión monetaria, actitudes como ésta del presidente Karímov y de su gobernador del Banco Central crean inflación, sí, pero no sólo en Uzbekistán, sino en toda la zona rublo. Porque los créditos en rublos de los beneficiarios uzbekos del crédito los puedes convertir en billetes y éstos te los puedes gastar igualmente en, por ejemplo, Kirguizistán. O, puestos a ir más lejos, Letonia.

Claro, llega un momento en que todos los presidentes de los bancos centrales, al grito de "tonto el último", están concediendo créditos hasta que la mano derecha se les agarrota de tanto firmar papeles. La masa monetaria se multiplica, no por dos, ni por tres, sino por dieciocho, además en un contexto de caída brutal de la producción. Y el presidente del Banco Central de Rusia, Víktor Geráshenko, ya no puede imprimir más billetes porque, simplemente, no le da tiempo.

Eso está bien mientras todo el mundo esté de acuerdo en tener una inflación del mil por cien. Lo que pasa es que había países que no estaban por la tarea y que tenían un presidente algo más preocupado de las grandes cifras y menos de ser el supuesto rey Midas repartidor de créditos generosos.

Pero eso ya será en la próxima entrada. Por hoy ya vale.

viernes, 17 de abril de 2009

Zonas monetarias

Hace ya algunos días, Zumardi, a quien meteré en la barra de enlaces la próxima vez que la modifique, publicó una entrada de ésas típicas de crisis económica y sálvese quien pueda, en la que especulaba con la posiblidad de que España saliese de la zona euro con el fin de realizar una devaluación competitiva y mejorar su competitividad sin necesidad de caer en la deflación. Y, claro, recomendaba cambiar todo el dinero a billetes contantes y sonantes del BCE y meterlos en una caja fuerte para esquivar la devaluación competitiva.

La cosa parece clara: si tu Gobierno está próximo a cambiar los euros que tengas en tus cuentas bancarias "virtualmente" a otra moneda de nuevo cuño (Zumardi la llama "mortadelos", que está muy bien, y se lo copio, con su permiso, que sé que me lo dará), para automáticamente meter una devaluación de espanto, te están perjudicando muy claramente. Porque con tus mortadelos podrás comprar en España más o menos las mismas cosas que antes (inflación aparte, que ésa es otra), pero cuando salgas fuera, a lo que era tu zona euro, te van a inflar a leches de mala manera, así que más valdrá que te quedes en casa.

¿La solución? Zumardi propone que lo suyo es sacar los euros del banco en billetes y guardarlos en la caja fuerte. O en el calcetín debajo del colchón. Ésos el Gobierno no los puede cambiar a mortadelos, así que, cuando el mortadelo se devalúe, tus euros valdrán un potosí y serás el amo. E incluso podrás viajar fuera del país con los precios de antes.

Claro, ésa sería la solución si llegase a plantearse el problema. Lo que ocurre es que el Gobierno que tuviera la ocurrencia de una medida tan bestia iba a ser objeto de un linchamiento tal que seguramente no saldría vivo del país. No recuerdo en la historia de España que ningún gobernante haya sido asesinado, así, a lo bruto, desde Pedro el Cruel, y eso fue en el siglo XIV. Pues éste sería el segundo caso, porque podrás ser un cenutrio (hay muchos ejemplos), perder casi todos los virreinatos americanos (como Fernando VII), ser un personaje lujurioso y odiado (como la hija de éste), un bicho imprudente con ínfulas de salvapatrias (como el abuelo del actual Jefe del Estado), pero matarte, en España no te matan. Te dejan una salida para que te escapes y no molestes más. Lo de Pedro el Cruel fue un accidente en una pelea cuerpo a cuerpo, y porque había un francés por ahí metiendo baza, que, si no, ni eso. A sus gobernantes los matan los italianos (que se lo digan a Benito), los rusos (Nicolás II sabe algo de esto), los mismos franceses (Luis XVI, el pobre), los ingleses (Carlos I no debía ser mal tipo, pero...) ... los españoles no.

Bueno, pues al Gobierno que nos sacara del euro sí que se lo iban a cargar. A tortazo limpio, además.

Porque el desastre que se montaría sería tal que una deflación nos iba a parecer el paraíso en comparación. Precisamente un serio problema de las entidades bancarias es el endeudamiento de las mismas con el exterior. El día que salgamos del euro, efectivamente, los depósitos de los particulares pasarán a ser mortadelos desvalorizados, pero las deudas de los bancos con el exterior no: ésas seguirán siendo euros que, chicos, habrá que pagar, y no con mortadelos. Y los bancos, que son muy suyos, no creo que se lo perdonaran al Gobierno.

Las acciones de las empresas españolas pasarán a denominarse en mortadelos, para cabreo de los inversores extranjeros, que directamente pasarían a recortar España de su mapa mundi. Y conviene no cabrear a los inversores extranjeros, porque, incidentalmente, son los que prestan el dinero para que funciones. En España el tipo de interés es bastante bajo, ciertamente gracias al euro. El día que saliéramos, los bancos de la zona euro (y de las demás) nos iban a echar a patadas de su mercado interbancario, con lo que los bancos españoles de la zona mortadelo iban a tener que montar su interbancario casero. Y, cuando el mercado tiene pocos miembros, el precio sube, y me temo que el tipo de interés de la zona mortadelo sería algo así como el de la zona rublo. Y el de la zona rublo pone los pelos de punta.

Luego, claro, el gobierno español querría emitir deuda, porque lo del déficit público del 6% holgadito que vamos a tener este año no se soluciona a corto plazo con lo de los mortadelos. Ahora está colocando deuda a un tipo de interés más o menos un punto por encima de Alemania, que es el país estable por definición; como se le ocurrierá pasar al mortadelo, tendría que financiarse a un tipo que no quiero ni pensar, porque al tipo de interés del mortadelo (que sería mayor que el del euro, porque, si no, la inflación se nos iba a merendar) habría que sumarle la prima de riesgo de un país que, sin ir más lejos, acaba de devaluar a saco su moneda (porque ése era el objetivo de la maniobra).

Vamos, eso son sólo tres ejemplos que se me han ocurrido así, de repente. Ahora que vamos hacia el calor, ningún gobernante sensato va a hacer una tontería semejante, porque, cuando hace calor, las masas se cabrean con facilidad. No es casualidad que la guerra civil española comenzara un 18 de julio, que la toma de la Bastilla fuera un 14 de julio y que la Declaración de Independencia de los EEUU fuera un 4 de julio. Los gobernantes lo saben y toman sus decisiones posiblemente catastróficas en otras épocas. El euro entró un vigor un 1 de enero y todavía nos estamos quejando, pero, como era enero...

Pero esto me ha recordado el día en que se hizo pedazos la penúltima gran zona monetaria que hubo en Europa, que fue la zona del rublo a partir de 1990, en que comenzó a disgregarse la URSS y al final quedaron quince países con una única moneda. Pero eso será en la próxima entrada.

miércoles, 15 de abril de 2009

Zona mixta

El Centro Español de Moscú es una institución singular, surgida alrededor de los "niños de la guerra" que fueron evacuados por el gobierno de la II República española durante la guerra de 1936-1939. La evacuación tenía una vocación provisional y tenía el fin de ahorrar a los niños evacuados los horrores de la guerra hasta que la situación se normalizase y la hidra fascista fuese derrotada. Pero las cosas no fueron como había pensado el gobierno republicano, que, al acabar la guerra, no se encontró reconstruyendo el país desde Madrid, sino huyendo por patas hacia Francia. Ello convirtió la evacuación de los niños españoles en un suceso de una provisionalidad mucho más prolongada, ya que la URSS no reconoció al régimen de Franco y no estaba por la tarea de transigir con la repatriación de los niños así por las buenas.

A partir de más o menos 1956, y con mucha pena y trabajo, las relaciones se suavizaron lo suficiente como para que fuera posible la repatriación de quienes lo desearan, y efectivamente una gran parte lo hizo, de los que una parte volvió, porque, cuando has vivido una parte importante de tu vida en un país, sin ningún contacto con el tuyo, debe resultar difícil adaptarte de vuelta.

Sin embargo, los españoles que quedaron por aquí tampoco eran soviéticos sin más, sino españoles y orgullosos de serlo, y así seguían en contacto entre ellos, en un sitio tan emblemático como el Centro Español. Ya de los originarios niños de la guerra no quedan muchos, porque los más jóvenes pasan con holgura de los setenta, pero están sus hijos, que ya hablan español con un acento ruso bastante evidente. Los nietos conservan de españoles el apellido y el pasaporte, pero lo de la lengua lo llevan bastante peor.

En estas circunstancias, ¿son más españoles o rusos? Pues hay de todo, y basta con ver el cartel de acceso al Centro Español para hacerse una idea. Es un cartel rojigualda que no desmerecería en una sede de Falange, y al lado la recia frase "¡Toquen el timbre!", exclusivamente en castellano. Ésa es su parte española.


Ahora bien, amigo. Será por timbres... ¿Para qué hacerlo simple, pudiendo hacerlo complicado? Hala, a adivinar dónde poner el dedo.


Ésa es su parte rusa.

lunes, 13 de abril de 2009

Igualdad

Los que me conocen saben de mis rifirrafes con el Ministerio de Igualdad, institución española que uno pensaría que se dedica a eliminar desigualdades, aunque en realidad lo que hace es justificar su existencia censurando el lenguaje sexista. De esta manera, si tiene que haber desigualdades entre hombres y mujeres, al menos conseguiremos que no se noten. Las desigualdades entre ricos y pobres, entre españoles y extranjeros, entre tirios y troyanos o entre analfabetos y gente culta parece que no son de su competencia: lo suyo es la desigualdad entre hombres y mujeres, y punto en boca.

Esta egregia institución, lugar de trabajo de abnegadas pero desocupadas funcionarias, no parece encontrar bastante faena por las Españas, a juzgar por las relaciones que ha tenido conmigo. Así pues, deberían dirigirse al aeropuerto de Minsk, un lugar donde las conductas sexistas más lamentables han encontrado acomodo y amenazan con extenderse imparablemente.

Vean aquí el alicatado de los lavabos para malvados hombres del aeropuerto.


Y vean aquí el alicatado sexista empleado en los lavabos de sufridas mujeres.


Espero que las funcionarias de Igualdad tomen cartas en el asunto y amenacen con aún más sanciones al régimen machista del presidente Lukashenko, en tanto no se uniformice el alicatado de los baños. De hecho, sugiero que todo el personal del Ministerio de Igualdad se desplace a Minsk y ocupe los baños en cuestión.

Así, de paso, estarían mucho más cerca del lugar a donde les he venido mandando.

viernes, 10 de abril de 2009

Casa Agustín López

- ¿Y no habrá algún restaurante español en Minsk?
- Hay uno, el Rincón Español, en el centro.
- Esta mañana he estado buscándolo por donde decía la guía telefónica del hotel, pero allí no había nada.
- Creo que lo quitaron hace poco -dijo otra camarera de la pizzería.

No es fácil encontrar restaurantes españoles por el mundo. Así como italianos los hay a docenas, o turcos, o franceses, o hasta estadounidenses, que ya tiene guasa que los gringos hayan logrado exportar su cocina, españoles apenas los hay. Y mira que la cocina española (o, casi mejor dicho, las cocinas españolas) es notable y no tiene nada que envidiar a ninguna. Pero no hay manera. Salvo en Alemania, donde sí hay restaurantes españoles a patadas, en otros países cuesta Dios y ayuda hallarlos.

Ya que estaba en Minsk, y siguiendo con aquella entrada sobre restaurantes españoles, me empeñé en escudriñar un poco más, y al final me hablaron de otro sitio. Poco antes de que saliera el vuelo que me devolvería a Moscú, decidimos pasar por allí a hacer la crítica.

Como se ve en la foto, por fuera el lugar es una mezcla de cuartel de la Guardia Civil y de licorería jerezana. Como siempre, profusión de rojo y negro, y ausencia casi absoluta de los demás colores. Esta vez sí, sabíamos que el dueño del establecimiento era español, de Barcelona, y algo nos habían contado sobre las circunstancias que rodearon la apertura del negocio. Incluso un español que casualmente andaba por Minsk por esas fechas, aunque ya se había ido, nos había dicho que había comido allí por la noche, que el local estaba bien para ir de farra y que la carne estaba mejor que en la cervecería irlandesa donde había cenado la noche anterior. No le quise preguntar a qué tipo de carne se refería, aunque, en cualquier sentido de la palabra "carne", superar al irlandés parecía posible sin esforzarse demasiado.

Como no era de noche, lo de la farra no lo podríamos comprobar, pero lo de la comida sí.

- Me gustaría ver cómo hacen el gazpacho.
- Pues yo, si tienen arroz al horno, creo que lo probaré.
- Un filetito a la plancha no estaría mal.
- Mmmm... si el dueño es de Barcelona, seguro que la crema catalana estará para chuparse los dedos.
- Cómo nos vamos a poner...

Entramos, dejamos los abrigos, mientras un cartel nos animaba a alistarnos en la gloriosa Legión y otro señalaba a Camarón de la Isla como el más grande de todos los tiempos, y avanzamos hacia el interior esperando a que nos sentaran. Muchos carteles de corridas, mucho rojo, mucho negro, bastantes comensales, todos locales, y algunas mesas libres.

Una camarera, vestida de rojo y negro, nos vio la cara de despiste.

- ¿Qué desean?
- ¿Dónde podemos sentarnos para comer?
- A mediodía tenemos autoservicio. Al fondo tienen las bandejas y allí están las vitrinas con la comida.
- Esto... bueno...

Pillamos una bandeja y vimos lo que había en las vitrinas. De beber, compota aguada de fruta y vasos de zumo de manzana (nada de vino de la casa, ni de jarritas de sangría); de primero, ensaladas olivier y stolichnaya con abundante mahonesa (nada de la ensalada mediterránea de toda la vida, ni mucho menos de gazpacho), borsch, schi y solyanka (ni sopa de verduras, ni menos de ajo, ni cocido, ni lentejas, ni garbanzos); de segundo, pollo con patatas y golubtsý (ni paella, ni fideuà, ni filete a la plancha); de postre, trozos de tarta con nata y un pedazo de fruta (ni crema catalana, ni torta de Santiago, ni sorbete de limón, ni natillas).

Mientras comíamos, no sonaba flamenco, ni pasodobles, ni Falla, ni Albéniz, ni Granados. Sonaba reggaeton, salsa y cualquier ritmo sudamericano. El servicio era completamente local, salvo el encargado, que tenía aspecto de hispano, quizá caribeño, pero no de español, al menos de lo que en el siglo XXI entendemos como español.

O el dueño es un imperialista español partidario de la Hispanidad y que pone en práctica su pensamiento, o se ha dado cuenta de que lo genuinamente español peninsular no le iba a dar para mantener el negocio, y ha decidido dejar de lado el purismo y ampliar mercado.

Eso sí, por el equivalente a ocho euros comimos bien dos personas, y los golubtsý, todo hay decirlo, estaban buenísimos.

miércoles, 8 de abril de 2009

El legado comunista

Dicen que Bielorrusia representa algo así como el retorno al pasado y a la URSS. Efectivamente, como ya quedó visto, el callejero de Minsk es sumamente comunista y mantiene esencialmente los mismos nombres que en los mejores momentos de la URSS. De hecho, el único cambio importante en el callejero de la ciudad es el de la avenida principal, que cuando yo estuve en 2003 se llamaba Avenida de Frantsisk Skorina, un humanista bielorruso del siglo XVI, y que ahora se llama Avenida de la Independencia. Vamos, que Marx, Engels, Lenin, Chenyshevsky y casi todos los próceres del socialismo real siguen representados en el plano de la ciudad.

La simbología sigue presente, y ahí queda para dar fe de ello la foto de la cabecera, donde se alude a la condición de ciudad-héroe, que bien merece después de la zurra que se llevó en la Segunda Guerra Mundial. Otra cosa es que el régimen del presidente Lukashenko sea comunista. No da esa impresión. Hay empresas privadas (me tocó visitar unas cuantas), se permite y hasta se aplaude la inversión extranjera (pero siempre que no se pase) y, eso sí, las grandes empresas son estatales. Si es por economía, me recuerda vagamente al régimen de Franco. El presidente no pertenece a ningún partido (aunque Lukashenko fue miembro del PCUS entre 1979 y 1991), la oposición política está más o menos permitida, con tal de que no se pase de éxito (en eso es más permisivo que Franco, pero, la verdad, no mucho más). En la tele se pasan el día hablando de él, hasta el punto de que podría decirse que hay un razonable culto a la personalidad (bueno, pues sí, como con Franco). Desde el punto de vista de las relaciones exteriores, es un paria al que no reciben en casi ningún sitio. En lo que, también, se parece bastante a Franco, todo hay que decirlo. La única diferencia debe ser que a Franco le molaban como aliados los Estados Unidos y que a Lukashenko quien le gusta es Rusia, pero no me parece lo bastante comunista como para que Flamenquito le dedique una calle en el callejero de Villabermeja.

¿Y el Partido Comunista? ¿Dónde está el Partido Comunista? En Rusia, el Partido Comunista sigue siendo una fuerza numerosa y organizada, aunque progresivamente provecta, que se deja ver y que hasta sale en los medios de comunicación ¿Y en Bielorrusia, donde todo el mundo dice que la URSS sigue presente?

Meditando en estos asuntos, caminaba por el centro de Minsk, cuando llamó mi atención una curiosa puerta, rodeada de cartelitos que, probablemente, habían puesto las organizaciones que tenían su sede tras ella.



A nuestra izquierda, si conseguimos descifrar el bielorruso, parece que están el Centro Regional de Innovación de Minsk, la Dirección de Gestión de Vivienda de Minsk y el Consejo Regional de Minsk de la Cooperativa Pesquera de Bielorrusia. A nuestra derecha, de abajo arriba, tenemos la Agencia de Viajes "Odisea Tours", el Comité Urbano de Minsk del Sindicato de Industrias Locales y Domésticas y...

¡Hombre! ¡Mira quién está aquí!



La verdad, si el Partido Comunista se ve reducido a compartir un apartamentito con todos ésos, es que las cosas no pintan muy bien en este país para los partidos políticos. Qué envidia, por cierto.

lunes, 6 de abril de 2009

Minsk

Minsk, pues, es una ciudad relativamente antigua. Se supone que su zona más antigua es la señalada con el obelisco sobre el que se apoya ese señor sonriente. Al parecer, en 1066, no sólo Inglaterra fue conquistada por los normandos, sino que los príncipe de Polotsk y Kíev se dieron de tortas unos cuantos metros más allá del obelisco, y la ciudad ardió de arriba a abajo. El caso es que 1066 se considera la fecha de fundación de Minsk, aunque, intuitivamente, si en esa fecha las casas se quemaron, es que alguien las había construido antes. Vamos, que los arqueólogos que escudriñan todavía hoy los alrededores del obelisco han encontrado objetos que permiten aseguran que, unos siglos antes de 1066, ya había gente por allí.


No sería la última vez que Minsk se convirtiera en una falla de sección especial. La última, hasta ahora, sucedió cuando los alemanes, que iban de retirada, decidieron que Minsk sería el centro de su resistencia en el área, minaron la ciudad a conciencia y se quedaron diciendo que de allí no los sacaba nadie. Sin embargo, a esas alturas de la guerra a Iván ya no lo detenía nadie: en el curso de la llamada Operación Bagration, el Ejército rojo consiguió desalojar a la Wehrmacht de Minsk y, el 3 de julio de 1944, entró en la ciu... en lo que quedaba de la ciudad. El 80% de Minsk fue destruido y, por si fuera poco, como entre el 20% restante había demasiadas iglesias, y eso no podía ser, los reconquistadores soviéticos decidieron reducir su número vía piqueta.


Vamos, que casi todo Minsk es nuevo. Y hay que decir que no les ha quedado nada mal. La avenida principal, hoy llamada "de la Independencia" está construida en estilo gótico estalinista que, al menos a mí, me gusta. Por otra parte, hay dos barrios en la parte histórica que han levantado como debieron ser en el siglo XVIII, a ambos lados del río Svisloch.



En las próximas entradas trataremos de ver la herencia soviética en la actual Minsk, que suponemos que, con la fama que le precede, debe ser grande. Y también veremos si hay algo español, porras. Finalmente, Minsk es la sede de una de las pinacotecas punteras en arte ruso, lo cual, para alguien a quien le guste la pintura, y a mí me gusta, siempre es una tentación para perder un par de horas.

Pero eso será en las próximas entradas.

viernes, 3 de abril de 2009

En Bielorrusia

Bielorrusia es ese país pequeñito que está ahí en medio de Polonia, Lituania, Ucrania y Rusia y que tiene forma de mancha de tinta de ésas que no hay forma de borrar. En la última entrada ya estuvimos viendo de dónde había salido. El 1 de enero de 1992, se encontraron con que, sin comerlo ni beberlo, eran independientes, y decidieron no tomarse las cosas a la ligera, y no como en Moscú, que se pusieron a cambiarlo todo de la noche a la mañana. Efectivamente, Bielorrusia tiene fama de ser el reducto de la URSS, y de que viajar a ella supone volver al pasado.

Minsk es su capital. Cuando uno ve el nomenclátor de sus calles, percibe cierto olor a añejo: calle Lenin, calle Karl Marx, calle Engels, calle Octubre, calle del Komsomol, calle Kommunistícheskaya, calle Kuybyscheva, calle Frunze... vamos, que ni Flamenquito, nuestro comunista de cámara, hubiera sido capaz de diseñar un callejero más revolucionario.

La primera vez que aparecí por Minsk fue en marzo de 2003. El estilo arquitectónico era parecido al de Moscú, las estaciones de metro eran idénticas, las piedras, los bancos y las papeleras eran como las de Moscú... parecía que estuviera en Moscú, pero había algo que fallaba. Es cierto que había menos coches, y que los que había eran de marcas occidentales (sí: en ese aspecto no es tan reducto de la URSS como indica su fama); es cierto que había menos gente, y que la que había no iba tan atrotinada como vamos los que vivimos en Moscú. Pero no, la diferencia no era ésa.

De repente, vi un grupo de barrenderos con unas escobas que no eran sino unas ramas atadas entre sí y me di cuenta.

Minsk era una ciudad limpia.

Así es. Frente al Moscú del alcalde Luzhkov, Minsk es una ciudad cuyos coches están impolutos, cuyas calles no acumulan mugre, cuyos habitantes circulan aseados y cuyas casas no atesoran pintadas. Minsk es una ciudad en la que los peatones pueden cruzar las calles, en la que no hay atascos, en la que los conductores respetan los límites de velocidad y en que los viandantes son amables y tratan de ayudar de ayudar al forastero. Sí, señor, Minsk es una ciudad en que hasta los policías son simpáticos.

Desde luego, si ir a Minsk es como volver a la URSS, va a resultar que la URSS tenía sus ventajas.

miércoles, 1 de abril de 2009

Comparaciones históricas (IV)

Seguimos con las semejanzas y diferencias entre rusos y españoles apoyándonos en las circunstancias históricas. Habíamos dejado a los españoles y a los rusos masacrando a los últimos reductos musulmanes en su respectivo sector europeo. Ahora llegaba el momento de mirar a su alrededor y, ¿qué vemos? Pues vemos que en la Península Ibérica hay dos reinos cristianos, uno grande y otro más pequeñito, y que en la Europa Oriental eslava también también hay dos reinos cristianos, uno enorme y otro grande también, pero no tanto.

En las Españas, el reino grande era la monarquía hispánica, una vez unidos Castilla, la Corona de Aragón y el Reino de Navarra. El reino pequeñito era Portugal. Pero los reyes de los dos países parecían convencidos de que estaban destinados a juntarse y, así, se estuvieron enlazando mediante matrimonios hasta que, en 1580, llegó el momento y se unieron. La cosa no duró demasiado y, en 1640, Portugal dijo basta y se volvió a separar. Desde entonces, se diría que los dos países han vivido ignorándose mutuamente y relacionándose lo indispensable entre vecinos.

El el oriente de Europa, el reino grande era la Rus de Moscú (Moskovskaya Rus) y el no tan grande era la Litovskaya Rus. La Litovskaya Rus empezó a engrandecerse y acabó por unirse a Polonia, formando un estado impresionante, la Rechpospolita Polska, conocida en España (entre quienes la conocen, claro) como Reino de Polonia y Lituania.

Actualmente, hay tres estados, e incluso cuatro, que se pueden reclamar sucesores de aquella Rech Pospolita: Polonia, desde luego, por lo que respecta a una de las dos partes principales; sucesores de la otra pueden ser los siguientes tres estados actuales:

1.- Ucrania es el peor de los candidatos, aunque una gran parte de su territorio actual perteneció a la Polonia medieval. Rusia conquistó la parte oriental, incluyendo Kíev, en el siglo XVII, bajo el reinado de Alejo Mijailovich. La parte occidental fue anexionada ya a finales del siglo XVIII, con los repartos de Polonia. Pero buena parte del territorio actual de Ucrania jamás perteneció a Polonia, sino que estaba ocupado por tribus de zaporogos, cosacos y por el janato de Crimea.

2.- Lituania es el candidato lógico, al menos el nombre suena parecido. No obstante, hay algunas cosas que rechinan a la hora de atribuir a Lituania la condición de sucesor del Gran Ducado de Lituania medieval. Primero, que la actual Lituania está algo descentrada y situada muy al norte; segundo, que los lituanos étnicos nunca tuvieron nada que ver con la Rus de Kíev, sino que en el siglo XIII no sólo es que vivieran su vida, sino que todavía estaban en el paganismo y en la prehistoria, mientras que la Rus de Kíev ya era un ente organizado.

3.- Por tanto, el candidato mejor situado es... ¡Bielorrusia! Un estado tapón mayormente desconocido entre nosotros, y que puede verdaderamente considerarse que es a Rusia más o menos lo que Portugal a España. Digo "más o menos", no exactamente, que quede claro.

En primer lugar, parece que los bielorrusos les hayan copiado la bandera a los portugueses. Ahí arriba están las dos.

En segundo lugar, hablan un idioma parecido al ruso, pero que no es el ruso, igual que los portugueses hablan parecido a nosotros, mais não é a misma coisa, não. É muito diferente.

En tercer lugar, son gente muy atenta y educada en comparación con los rusos. Me temo que con los portugueses pasa lo mismo.

En cuarto, los dos países tienen un poquito más de diez millones de habitantes. El país grande trata con cierta condescendencia al chico, y el chico tiene algunos recelos de que el grande no termine por comérselo.

Lo que no se parece es la historia de ambos. Y es que la conquista de lo que hoy es Bielorrusia comenzó, puede decirse, cuando Iván IV, el Terrible, tomó Smolensk, pero no se llevaría totalmente a cabo hasta la llegada del bicho despótico e impúdico (Catalina II, como ya he tenido ocasión de comentar por aquí) y su participación en los tres repartos de Polonia, el último de los cuales tuvo lugar en 1795. Luego vino un período turbulento, con un tal Napoleón embrollando las cosas, pero en 1815 Rusia salió del Congreso de Viena con el zar convertido en Rey de Polonia y con toda Bielorrusia convertida en provincia rusa. Y así siguió hasta 1917, en que los alemanes empezaron a zurrar muy malamente a los ya soviéticos en la Primera Guerra Mundial. Los bolcheviques no estaban por la tarea de hacer caso de batallitas que les distrajeran de la construcción del socialismo, así que de momento aceptaron ceder Polonia, prácticamente toda Bielorrusia y poco menos que lo que les hubieran pedido, porque simplemente no estaban en condiciones de continuar la guerra. Pero se quedaron pensando aquello de "arrieros somos, y en el camino nos encontraremos", y esperando mejor ocasión para demostrar al mundo quiénes eran ellos.

Bueno, pues desde entonces lo que ahora es Bielorrusia pasó por una serie de bandazos importantes. En 1917 estaba ocupada por los alemanes del Kaiser Guillermo; en 1919, por los bolcheviques; en 1920, por Polonia; en 1939, por la Unión Soviética; en 1941, por los alemanes, esta vez los de Adolfo; a finales de 1944 la recuperaron los soviéticos. Al acabar la Segunda Guerra Mundial, no está muy claro por qué, Bielorrusia ingresó en la ONU, a pesar de que no era independiente en absoluto. Siguieron unas décadas bastante pacíficas, hasta que en 1991, los líderes de Bielorrusia, Rusia y Ucrania se juntaron y decidieron por sus narices dar por finiquitada la Unión Soviética y dedicarse cada uno a lo suyo. Y así hasta hoy.

Precisamente estoy escribiendo estas líneas en Minsk, capital de Bielorrusia, así que, aprovechando esta circunstancia, voy a interrumpir hasta mejor ocasión (y ya la habrá, ya) la serie de comparaciones históricas y voy a meter alguna entrada sobre esta bendita ciudad. Pero eso será en la próxima entrada, porque, lo que es hoy, como tantas otras veces, se está haciendo tardísimo.