Los revolucionarios franceses se impusieron en Estrasburgo con los mismos modales que en el resto de Francia: el que se resistía se quedaba sin cabeza. Debido a la proximidad del Rin, que ejercía de barrera natural, las tropas de la Primera Coalición nunca amenazaron seriamente la ciudad, y el contraataque del ejército revolucionario se llevó a cabo más al Norte, en dirección a lo que entonces eran los Países Bajos Austríacos, y hoy se conoce como Bélgica.
Como es bien sabido, la Revolución Liberal estaba empeñada en que todo el mundo fuera libre... de una manera determinada. La descentralización del Antiguo Régimen fue sustituida por un sistema uniformizador que tenía por objetivo afrancesarlo todo, incluso una ciudad tan ecléctica como Estrasburgo. El francés llegó para quedarse, la catedral de Estrasburgo volvió a quedarse sin culto, y sin estatuas ni atavíos; en esta ocasión, las iglesias protestantes de la ciudad corrieron la misma suerte.
En el centro de Estrasburgo hay un monumento a uno de sus hijos predilectos, el general Kléber. De hecho, una de las plazas principales de la ciudad, antaño plaza de Armas y sede del ayuntamiento, es hoy la plaza Kléber.
Pero Kléber, precisamente Kléber, es un ejemplo típico de prócer sobrevalorado. Se recuerdan sus triunfos militares en las guerras de la Convención, hasta su muerte en Egipto en 1800, pero se recuerda mucho menos que Kléber estuvo en el primer genocidio de la Historia, si acaso oponiéndose con la boca pequeña al asesino en masa que era su comandante en jefe, el general Turreau. Y ya es curioso que, hasta la Revolución Francesa, no hay apenas suceso alguno que se pueda calificar de genocidio masivo, mientras que ha sido aparecer la revolución y proclamar la libertad de los pueblos, y he aquí que los dos últimos siglos han sido testigos de más crímenes masivos que todos los siglos anteriores.
Kléber se distinguió en el aplastamiento de la rebelión realista en el Oeste de Francia, y más en particular en la región de La Vendée, pero no se conformó con derrotar militarmente a los vendeanos, sino que siguió en segunda línea presenciando las marchas de las columnas infernales que se dedicaron a las masacres más crueles que la humanidad había conocido hasta la fecha. Más tarde, acompañó a Napoleón a Egipto y, cuando Napoleón se fugó a Francia, porque fue una fuga, le dejó a Kléber el marrón de aguantar el tipo, sin decirle nada, sin un duro y con un ejército crecientemente cabreado por la falta de paga. Mientras trataba de salir del lío negociando con los ingleses, que eran los únicos que tenían barcos, Napoleón ya había dado su golpe de Estado en París y se había hecho el amo del cotarro, cosa que Kléber, incomunicado en Egipto, desconocía por completo. Lo de Napoléon abandonando al ejército y largándose a París sucedió otra vez doce años más tarde, pero a este señor le siguen teniendo por un gran hombre y tal y tal.
Kléber acabó en Egipto muy chungamente, asesinado por un indígena local mosqueado con tanto francés montando cirios por allí.
Ésa es la persona que Estrasburgo celebra, y a quien dedica una plaza principal, centros de enseñanza y todo tipo de honores.
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