Y he debido desconectar enormemente. Ayer tuve que coger el coche para ir a un lugar en el que he estado decenas, si no centenas de veces, y me pasé el camino hasta en dos ocasiones, como si hubiera puesto el piloto automático, no para ir a la place Jourdan, que era más o menos mi destino, sino al aeropuerto de Zaventem, que (desgraciadamente) no lo era.
Es verdad que la reconexión con la realidad ha sido bastante brutal. Eso de pasar de noches con una mínima de 24 grados, que es lo que se puede encontrar uno en Valencia, a noches con una mínima de seis grados, como anoche o anteanoche, es uno de los tragos más duros que existen. Se lo he comentado a algún amigo o familiar por Valencia, de manera absolutamente despreciable y con la evidente intención de hacerme el mártir, sólo para encontrarme con una inesperada reacción envidiosa por parte de mi contertulio, en forma de "¡Ya quisiera yo estar a seis grados por la noche, bajo la manta, en lugar de no poder dormir con este calor!" Perdónalos, Señor, porque no saben lo que dicen.
La reconexión está siendo lenta, para qué negarlo. Y, si bien mi intención era continuar con la última entrada y seguir hablando sobre la singladura de Carles Puigdemont en este país en el que sigue residiendo, creo que será mejor dejar eso para una próxima ocasión, porque, al fin y a la postre, el susodicho parece tener la intención de seguir viviendo en Waterloo algún tiempo más, y así será si nada lo remedia, por lo que tiene toda la pinta de que no se le va a hacer tarde.
A mí, en cambio, sí, de modo que hasta aquí ha llegado esta entrada, mientras hacemos una pausa hasta la siguiente.
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