Sí, amigos. Los viejunos hemos encontrado un motivo incontrovertible para afearles a los jóvenes un aspecto de su conducta y, de esta manera, tener un pretexto para quejarnos de ellos sin reconocer que lo que realmente nos molesta es que sean más ágiles, mejor parecidos (generalmente, vale), más molones y con más vida por delante. Sí, vale, pero se pasan la vida pendientes del móvil, hasta el punto de que lo miran en todo momento, incluso caminando por la calle. Puaj.
De hecho, uno lee por ahí que el hecho de que los jóvenes (y los que no lo son tanto, asumámoslo) vayan mirando el móvil por la calle es causa de un sinnúmero de tropezones y de accidentes, de modo que, a este paso, a lo mejor eso de que los jóvenes tienen más vida por delante que los viejunos hay que calcularlo de nuevo.
El otro día, caminaba yo por una calle razonablemente concurrida, entre otros, por un buen número de familias con hijos adolescentes y preadolescentes, todos ellos pegados al móvil mientras se movían, y decidí hacer un experimento para comprobar si realmente estamos a pique de que la humanidad desaparezca a base de mamporros en la crisma por estar a otra cosa mientras avanzamos a ciegas. Me puse, pues, a caminar en sentido contrario al de la marcha de dichos grupos; no lo hacía adrede, que conste, sino que era realmente el camino que llevaba. La diferencia respecto a otras ocasiones es que no me desviaba de mi camino, sino que seguía en línea recta sin separarme a derecha ni a izquierda, a ver cuánto tiempo pasaba antes de chocarme con alguno de los zombies hipnotizados por el móvil.
Pues bien, para mi sorpresa, no me choqué ni una sola vez. Yo seguía mi camino y, más o menos dos metros antes de la colisión, el adolescente que venía a mi encuentro levantaba la vista del móvil, me miraba sorprendido y se desviaba, evitando así el choque. Y no una vez, no. Todas las que hicieron falta. Salí del paseo completamente indemne, y no fue por haberlo pretendido, sino por una habilidad inexplicable, y de la que yo carezco por completo, que presentan los ejemplares de la subespecie humana homo sapiens nativus digitalis.
Sí, queridos lectores, parece que la naturaleza es sabia. Para compensar otros defectos que parecen también proceder de la dependencia del móvil (todos los adolescentes en cuestión llevaban gafas de miope, y me temo que de muy miope), el mecanismo que rige la evolución humana ha reaccionado proporcionándoles un mecanismo de defensa que les protege de descalabrarse contra cualquier obstáculo que se les presente, incluso si este obstáculo es móvil, como un caminante en sentido contrario: un radar, como el que tienen los murciélagos y otras especies animales. Parece que un sexto sentido, a añadir a la vista, oído, gusto, olfato y tacto, se ha desarrollado entre los ejemplares humanos más jóvenes y más enganchados a los móviles, en quienes la vista no da abasto ante la necesidad de estar pendiente de lo que sucede en la pantallita del móvil y, al mismo tiempo, en los alrededores que circundan a la persona en movimiento. Podríamos llamarlo, a falta de que la ciencia encuentre una denominación más adecuada, percepción de sólidos próximos, o simplemente radar, qué caray.
Si otros experimentos lo confirman, parece que la especie humana tiene futuro, porque, por más cenutrios que sean nuestros descendientes, queda la esperanza de que la naturaleza, o la evolución, les dote de facultades que compensen sus defectos, como, en este caso, la facultad de percibir un obstáculo en sentido contrario al de la marcha y la consiguiente capacidad de levantar la cabeza y desviar el trayecto antes de que sea demasiado tarde.
Eso. Tarde. Como ahora...
No hay comentarios:
Publicar un comentario