El otro día, al abrir el buzón de mi casa, me encontré con una publicación de "Caritas info" dirigida a mi persona. Supongo que en algún momento del año pasado debí hacer alguna aportación a alguno de los proyectos que llevan y también debí rellenar algún formulario en el que revelé mi dirección postal, así que puedo esperar ser informado en lo sucesivo de los avatares de dicha organización.
No creo que descubra nada nuevo si digo que Caritas es la organización de beneficencia de la Iglesia Católica y que por ello se distingue, o por lo menos debería hacerlo, de las organizaciones benéficas no confesionales. Al hacer una obra de caridad, los católicos no estamos movidos por un sentimiento de filantropía centrado exclusivamente en el necesitado por el hecho de serlo; de hecho, la palabra "filantropía" debería estar proscrita de la acción de beneficencia católica. No, los católicos practicamos la caridad por amor a Cristo, que vemos presente en el necesitado. Claro que somos caritativos con quien lo necesita, pero es que Cristo está en quien necesita nuestra caridad. Una acción de caridad que prescinda de este hecho será todo lo meritoria que se quiera, pero no es cristiana.
La publicación de Caritas francófona que apareció en mi buzón es pequeña. Apenas consta de dos páginas que, por curiosidad, me puse a leer con ánimo de ver cuántas veces aparecía la palabra "Cristo" o "cristiano", o hasta "católico" y sus derivados. Ninguna. Miré en su página de internet, y decidí ser más riguroso, no fiarme de mi vista y dejar buscar las palabras clave al navegador, pero el resultado fue el mismo. En la página de internet de Caritas francófona en Bélgica no se menciona ni una sola vez a Cristo ni a la Iglesia Católica. Y, por desgracia, no puedo decir que me haya llevado una sorpresa con este descubrimiento.
En estas circunstancias, y siento mucho decir esto, la existencia de Caritas es completamente superflua. Para pedir fondos y dedicarse a ayudar a gente por el mero hecho de ser gente, cosa que está muy bien, hay un sinnúmero de organizaciones que nacieron precisamente para dar cabida al impulso filantrópico de la gente que no era ni quería ser cristiana, cosa que es absolutamente respetable, y que sin ninguna duda hacen muy bien su trabajo. Pero Caritas debería ser otra cosa, que sirviera para ver a Cristo en el necesitado y para acercar el necesitado a Dios. En cambio, lo que sucede es que sus responsables, al menos hasta ahora, han camuflado a Cristo tan bien que nadie pensaría que se trata de una organización católica.
El número de Caritas info refiere en primer lugar una noticia interna: parece que hasta ahora había dos organizaciones distintas, no sé bien por qué causas. Una era Caritas Sécours (francófona) y la otra era Caritas francófona, a secas. El editorial del artículo venía a decir que ambas organizaciones se habían fusionado para dar una visión más clara de la red de proyectos en la que estaban metidos. Y, como dice en su página web, la unión hace la fuerza.
La foto que ilustra esta entrada está tomada de la página web de Caritas Sécours y muestra al presidente saliente y al entrante. El presidente saliente es el señor de la derecha. Yo no soy quién, bien lo sabe Dios, para criticar el aspecto exterior de nadie ni las pintas con las que se deja sacar una foto destinada a la publicación, pero creo que Caritas, además de un problema de identidad cristiana, padece un importante problema de imagen, el cual, al menos, se ha paliado algo (no del todo) con la entrada como presidente del señor de la izquierda. Sobre la cabeza del nuevo presidente, además de un altavoz, podemos ver una porción de un crucifijo, que cortaron en la versión impresa, pero que, por lo menos, estaba ahí.
Sea como fuere, si la unión hace la fuerza, no estaría de más preguntar a los responsables de Caritas Sécours por qué no se unen con todas las organizaciones filantrópicas de beneficencia que existen en la Bélgica francófona y germanófona, sean del tipo que sean. En el mismo momento en que Caritas sacó a Cristo de la ecuación, renunció a todo distintivo con respecto a las demás, convirtiéndose así en una mera máquina de obtener recursos de la población y de canalizarlos a proyectos de ayuda a los necesitados. Quizá así, cuando la Iglesia Católica comprenda que, sin Cristo, nada de lo que hace tiene razón de ser, ni siquiera la caridad, le dé por despertarse y no consentir que existan en su seno organizaciones que no ponen a Cristo en el centro de toda su actuación.
Sólo espero que este momento llegue antes de que sea demasiado tarde.
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