No todos los días son primaverales en Bruselas. De hecho, la mayoría de los días son un eterno retorno al otoño, con temperaturas mediocres, llovizna incesante y cielo plomizo.
En el bosque, esto es quizá aún más cierto. Llueve con frecuencia. Y esos días, cuando resulta un reto salir de casa, calzarse las zapatillas y dejarse llevar por los caminos que surcan el bosque en todas direcciones, una de las mayores recompensas es el orgullo de haber sido capaz de dejar atrás la calefacción y disfrutar de un día de lluvia.
Porque sí, se puede disfrutar de un día de lluvia, un día que no es para todos, sino para quienes ven más allá de la rutina y aceptan el desafío de dar un paso más allá de la comodidad.
A partir del club de tenis, y más en un día bajo la lluvia, ya hay muy pocos paseantes, y lo único que se ve son deportistas. Ciclistas, en su mayoría, pero también corredores. Aquí ya escasea el corredor de chándal y zapatillas de tenis, o los que prefieren la camiseta de fútbol de manga corta y el pantalón a media pierna, con barbita cuidadosamente descuidada y calcetines blancos. Nada de eso. El corredor de día de lluvia lleva un equipo poco llamativo, pero eficaz y, si no va afeitado, es de verdad, no con el aspecto estudiado en su desaliño de los niñatos de carrerita y tentetieso.
Dejemos a los niñatos creer que son alguien mientras dan vueltas y más vueltas al lago o se aventuran a no más de trescientos metros de su orilla, no vayan a perderse. Y sigamos alejándonos del núcleo urbano más meridional de la región de Bruselas, Uccle. En nuestro camino hacia el sur, llegará un momento en que los carteles verdes que señalan los caminos se ven sustituidos por otros azules, y eso es la señal de que hemos atravesado la frontera regional y nos encontramos en Flandes, en el Brabante Flamenco. Aquí ya no hay corredores, uno a las mil, como mucho. El núcleo urbano más cercano es Sint Ginesius - Rode y no está cerca. Linkebeek está relativamente próximo, pero tampoco es inmediato al bosque. Para ir al bosque, hay que proponérselo muy seriamente.
El bosque está gris. Como el cielo, como los árboles y como los arbustos que surgen aquí y allá. Pero precisamente en medio de una inmensidad gris y marrón, aletargada por la súbita bajada de las temperaturas, los troncos se despiertan y el musgo, que se retrae con las altas temperaturas, revive con la lluvia y adorna con su fresco verde, en un brutal contraste, el monótono paisaje frío que le rodea.
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