La llegada, más o menos tímida, de la primavera despierta el bosque, y despierta también a mucha gente que parece que haya estado hibernando hasta el retorno del buen tiempo.
En las proximidades de Bruselas, el bosque está muy domesticado. Como los animales domésticos, tiene una apariencia silvestre, pero está tan acostumbrado a la presencia humana que no representa el menor peligro para el hombre, y eso es tanto más cierto cuanto más cerca de Bruselas nos encontremos.
La porción del bosque que se acerca más al centro de la ciudad es el 'Bois de la Cambre', que, más que un bosque, es un parque sin demasiados columpios y, eso sí, de enormes proporciones, con una laguna en su centro, surcada por patos y gansos, y una isla con un restaurante en medio de la laguna. La carretera que rodea el lago se corta al tráfico de coches durante los fines de semana, y así es como el parque es literalmente invadido por familias, grupos scouts, simples paseantes, pandillas juveniles, tórtolos emparejados y, en general, por cualquiera que pretenda hacerse la ilusión de que sale al campo.
Al salir de casa a correr un rato, es inevitable pasar por aquí, por mucho que uno aspire a recorridos menos civilizados. Hay que decir que los corredores bruselenses son notablemente disciplinados, y que durante todo el invierno no ha dejado de haber corredores, ni siquiera en el par de fines de semana que ha nevado, ni en el otro par que ha hecho unas temperaturas más rigurosas de lo que es habitual, ni en aquéllos (bastantes más, claro) en que ha llovido. Siempre ha sido posible encontrar corredores dando vueltas y más vueltas al lago y sumando algo más de kilómetro y medio con cada nueva vuelta.
Después de unos meses de hacer lo mismo que los demás, decidí que las vueltas al lago no eran lo mío, y que aún quedaba mucho bosque por explorar, así que eché un vistazo a los mapas y me dispuse a probar suerte más allá de la Carretera de La Hulpe, que es la frontera del Bois de la Cambre con el mismo bosque, pero que más allá se llama Forêt de Soignes, al menos mientras seguimos en la región de Bruselas, porque, en cuanto pasamos a Flandes, ya sabemos que el francés desaparece y la Forêt de Soignes pasa a ser el Zoniënwoud. Sin embargo, en este preciso punto Flandes no es más que una franja estrecha de apenas cuatro kilómetros de anchura, pasada la cual empieza la región de Valonia, y el Zoniënwoud vuelve a ser la Forêt de Soignes.
No creo que a los árboles o a las ardillas les interesen las miserias de los nacionalismos regionales belgas ni sus tejemanejes lingüísticos. El bosque es uno, el ecosistema también, los caminos no se interrumpen con los linderos administrativos, y lo único que llama la atención al paseante curioso, o al corredor de fondo que trota por las sendas, es el estilo de los carteles indicadores, que son verdes en Bruselas, azules en Flandes, y todavía no sé decir cómo son en Valonia, porque la autopista circular me cortó de raíz la posibilidad de visitar la tercera región sin salir del bosque.
El caso es que, pasada la Carretera de La Hulpe, el bosque, sin dejar de estar domesticado, sí que parece disimularlo un poco más. Y, efectivamente, hay menos gente a medida que nos alejamos del centro de Bruselas y del Bois de la Cambre. Hay menos corredores, supongo que porque, en el mundo de cronópatas que sufrimos, todo corredor se muestra inseguro cuando abandona sus recorridos habituales y deja de poder calcular la distancia que ha dejado atrás, que mide por las vueltas que da la vida y, en este caso, por las que él ha dado al lago. Y sí, es verdad que existen los GPS, pero también es verdad que, además de tener uno, hay que tener ganas de explorar, y me da a mí que los exploradores no abundan en estos tiempos que nos ha tocado vivir.
El primer kilómetro allende la carretera, en lo que formalmente es la Forêt de Soignes, permite encontrarse con gentes paseando a sus perros, algún corredor más aventurero, ciclistas con vocación de todo terreno, algún paseante, y varios jugadores de tenis que van a las pistas que hay a pocos metros. El tenis, sobre todo femenino, es un deporte muy practicado en Bélgica.
A buen ritmo, paso las pistas de tenis, y sigo alejándome de Bruselas. Pero, de lo que pasa más allá, tocará escribir en otro momento, porque ahora se hace tarde.
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