Nos habíamos quedado en el momento en que David, operario de la empresa de construcción e instalación de puertas de garaje, había pasado por nuestra residencia a tomar las medidas, después de poner a prueba nuestra intolerancia al incumplimiento de plazos. Hay que decir que ese parámetro, la intolerancia al incumplimiento de plazos, parece jugar un papel realmente importante en las relaciones entre proveedor y cliente en el Reino de Bélgica.
La intolerancia al incumplimiento de plazos se define como la energía de reacción del cliente (medida en julios), dividida por el tiempo (en días) en que se produce la misma contado desde el momento en que el plazo se ha cumplido. Esto es importante: la intolerancia (o resistencia) al incumplimiento de plazos (RIP, en adelante) depende positivamente de la energía que imprime el cliente a su reacción. Por ejemplo, podemos medir la temperatura producida por su acaloramiento y estimar la energía térmica empleada, o bien medir la energía cinética producida por los puñetazos sobre la mesa dados por el cliente impaciente.
Por otra parte, la RIP depende negativamente del tiempo transcurrido. Si, antes de terminar el plazo, el cliente ya está dando la murga al proveedor, la RIP podría ser incluso negativa, pero convencionalmente suponemos que no puede ser inferior a cero. En esos casos, hablamos de una intolerancia infinita. Obviamente, la intolerancia es menor cuanto más tarde se produce la reacción, y es equivalente a cero si la reacción no se produce en absoluto, tendiendo a cero cuando más alejada está la reacción del final del plazo.
En general, pues:
RIP = E / t
En su primer intento, David se dio cuenta de que mi RIP era posiblemente igual a cero. En efecto, pasaron varios días sin dar la menor noticia, y yo ni le llamé, ni puse el grito en el cielo, ni hice siquiera amago de querer hablar con su jefe. En estas circunstancias, la reacción del empleado belga típico consiste en retrasar cualquier cosa que tenga que hacer, seguro de su impunidad. Recordémoslo bien.
En el caso que nos ocupa, nos encontrábamos a mitad de noviembre del año del señor de 2016. Pasó un día. Pasaron dos. Y no pasó nada.
Pasó una semana. Pasó otra. Pasó una tercera. Lo único que no pasó fue el presupuesto.
Yo, torpe de mí, por razones de salud mental, había resuelto no reaccionar. Después de unas obras durísimas (otro día contaré la aventura de los muebles de cocina), lo último que deseaba era hacer mala sangre y darme de cabezazos contra un muro, así que decidí no perder la compostura bajo ningún concepto y confiar en lo que yo, iluso, pensaba sería la profesionalidad habitual de cualquier empresa existente. No podía ser que una calamidad de empresa subsistiera con un servicio tan lamentable.
Jo que no...
El presupuesto llegó, finalmente, el 16 de diciembre, unos días antes de irnos a España de vacaciones. Muy serio, David me daba un presupuesto de unos 2.500 euros, pero decía que nos haría una rebaja de 350 euros. Eso sí, decía que el presupuesto del chasis y las guías me lo enviaría un compañero suyo que se ocupa de los chasis (y de las guías, claro, espero que fuera el mismo). Y, cágate lorito, me pedía que aceptara el presupuesto antes del 31 de diciembre, porque después la oferta no era válida. O sea, que me manda una jerigonza con aumentos y disminuciones por aquí y por allá, un presupuesto incompleto, porque ya me dirá para qué quiero una puerta sin chasis, o sin marco, o como se diga eso en castellano.
Y, después de tardar un mes en preparar un documento birrioso e incompleto, tengo que aceptarlo en quince días, la práctica totalidad de los cuales no son laborables, y además me cuela de rondón las condiciones generales de venta, que me obligan a pagar un 30% al firmar la aceptación, y en cambio, ellos no tienen ningún plazo para cumplir con sus obligaciones.
Muy fuerte. Mucho.
En vista de las circunstancias, decidí actuar con presteza. Mi RIP subió como la espuma: mucha energía no hubo, vale, pero al menos la reacción fue rápida.
El mismo día (RIP, por tanto, tendente a infinito), le envíe un correo que, traducido, decía así:
Buenos días, señor Gómez (vamos a llamarle así, aunque no sé si merece el anonimato):
Le agradezco el envío del presupuesto.
No obstante, comprenderá usted que, de momento, no estoy en condiciones de aceptarlo, habida cuenta de que falta el presupuesto de las guías y del marco.
Así pues, le pediría respetuosamente que me hiciera llegar lo antes posible el presupuesto COMPLETO, sin el cual nos es imposible tomar una decisión.
Además, le pediría igualmente que he hiciese saber el plazo normal de entrega y montaje de las puertas, para poder hacer mis previsiones de pagos.
Debo confesar que estoy un poco preocupado por el plazo que ha supuesto enviar un presupuesto (parcial), y me pregunto si la entrega y el montaje de las puertas van a seguir la misma pauta temporal.
Finalmente, y por si no recibo noticias suyas antes del domingo próximo, le deseo una muy feliz Navidad.
Cordialmente,
Alfor von Buchweizen
¿No es fantástico? Vale, mucha energía no hay, aunque yo creo que hasta un tipo tan torpe como David podía adivinar el tufillo socarrón que anida entre las líneas del correo.
Yo esperaba que el pollo no respondería hasta Pascua, por lo menos, pero ¡qué va! Está visto que, una vez se despertó, estaba en modo apresurado. Respondió al día siguiente y, efectivamente, será al día siguiente cuando lo veamos.
Porque, hoy, claro, se hace tarde.
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