Este verano pasado, pues, decidí dar un paso más en mi integración en este bendito país que me acoge y me apunté a un curso de neerlandés. No voy a entrar en charcos sobre si el flamenco y el holandés son o no la misma cosa, o si son diferentes dialectos de una lengua común llamada neerlandés, o si son dos lenguas distintas. Líbreme Dios, que ya tengo bastante de estas controversias en casa como para apuntarme a las de fuera. Sean lo que sean, lo cierto es que se escriben igual y a nadie se le ha ocurrido establecer ortografías separadas, así que para leerlo, que al final de lo que se trata, porque hablarlo perfectamente no parece tarea para mañana, ni para pasado mañana, ya basta. Por otra parte es evidente, incluso para un novato como yo, que hay cosas que no se pronuncian igual, y palabras que son distintas, tanto entre los Países Bajos y Flandes, como dentro de Flandes, donde no es lo mismo lo que se habla en Amberes y la jerga incomprensible de Cortrique u Ostende. Digamos que a mí me toca el estándar flamenco, sea eso lo que sea, y me tocará suavizar las ges y perder las costumbres de mi anterior intento de aprender neerlandés. Pero de ése hace más de veinte años.
La primera pregunta es ¿por qué?, y es una pregunta bien pertinente. En Bruselas, ciudad teóricamente bilingüe, pero básicamente francófona, el neerlandés es una lengua perfectamente prescindible, salvo que pretendas trabajar de cara al público o en una administración pública. Los guiris que trabajamos aquí en asuntos que implican múltiples países no solemos trabajar en neerlandés salvo contadísimas excepciones, y yo no soy una de ellas.
Pero, si pones un pie fuera de los límites de la región de Bruselas y de sus diecinueve municipios, la cosa cambia. Hay unos cuantos municipios, y entre ellos están los que rodean Uccle, en que el francés es más hablado que el neerlandés, claramente, pero todo lo oficial está en neerlandés, desde los nombres de las calles hasta los tablones de anuncios. Los municipios dan facilidades lingüísticas a quienes no hablan en neerlandés, pero se diría que es algo que hacen a regañadientes y que dejarán de hacer a poco que la cuerda se estire un poco más.
Al entrar en clase, ya se vio claro quiénes eran mis compañeros de curso. Aparte de algún friki multilingüistico, que ya va por lo menos por su sexta lengua (sí, vale, estoy en ese grupo, pero no estoy solo), la mayoría de los participantes son guiris que habitan en algún municipio de Flandes y necesitan comunicarse en neerlandés o morir en el intento, además de alguna extranjera (rusa, por más señas) con novio flamenco o directamente holandés que quiere enterarse de lo que se cuenta el susodicho novio cuando conversa con sus amigotes o con sus padres. Y también hay alguna belga, bruselense de pura cepa, que ya no cumplirá los cincuenta y que finalmente ha decidido desempolvar las nociones de neerlandés que en su día le dieron en el colegio y que ha olvidado casi por completo. O sin casi.
Como en prácticamente todos los cursos de idiomas, el predominio femenino es total: de los catorce alumnos, once son mujeres. Los otros tres somos un italiano que trabaja en Bruselas, sí, pero vive en Overijse y más le vale enterarse de las cartas que le envía el ayuntamiento; nos acompaña un norirlandés que entra perfectamente en la categoría de friki lingüístico, además de que, de hecho, trabaja de traductor, y yo mismo, que reconozco entrar holgadamente en la misma categoría.
Finalmente, toca hablar de la profesora, que vive y trabaja en Lovaina la Nueva, una ciudad universitaria que simboliza como pocas las rencillas lingüísticas de este país, que llegaron al punto de escindir la Universidad Católica de Lovaina, la más antigua y prestigiosa de Bélgica, por diferencias irreconciliables entre sus secciones francófona y neerlandófona. Nuestra profesora ha acabado en una ciudad muy francófona, como en Lovaina de Nueva, pero enseñando neerlandés, porque una cosa es el hecho de que los francófonos no quieran hablar neerlandés, y otra muy distinta lo que sucede al darse cuenta de que, si no hablas neerlandés, lo tienes crudo para trabajar en Bélgica, por muy bueno que seas. Nuestra profesora, además de su neerlandes materno, habla francés e inglés, y nos riñe cuando se da cuenta de que los que hablamos alemán mezclamos palabras alemanas cuando no nos salen las propias del neerlandés, que son muchas veces, porque, no lo olvidemos, somos principiantes.
Y hasta aquí los participantes. En las próximas entradas veremos el desarrollo del curso.
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