Estamos todos por España, aprovechando que Rusia se para completamente los primeros diez días de enero y que los profesores, a la vista de que la tropa, a Dios gracias, no tiene excesivos problemas académicos, no han puesto pegas a adherir los últimos días de diciembre a los primeros de enero.
Pero no sólo lo hemos hecho nosotros, ya lo creo que no. Un buen montonazo de rusos, a juzgar por lo que vemos por las calles, ha decidido olvidarse de la nieve por unos días y venir a España a hacer turismo. Y así nos lo hemos venido encontrando. En Sevilla, de vez en cuando nos encontrábamos con grupitos que hablaban en ruso, y Abi y Ro, o Ame, pasaban todo el rato girando la cabeza y diciendo en voz bajita unos a otros: "¡Son rusos!" En verano y en la playa uno pensaba que eso era frecuente, pero en diciembre y en Triana uno no se lo espera.
Sin embargo, están. En grupos pequeños, y atendiendo a las indicaciones de los guías, también rusos, que les acompañan. Como hemos visto en los viajes de este verano, los rusos cultos, que los hay en abundancia, quieren que les cuenten bien lo que ven, y como su cultura no alcanza por lo común al dominio de idiomas extranjeros, se ven abocados a pagar por guías que les hablen en ruso. Y, como esos guías no abundan, les toca pagar bastante por un servicio que no es siempre impecable. Lo digo porque, entrando al barrio de la Santa Cruz, capté unas cuantas frases de uno de los guías y no me quedé muy contento con lo que decía.
Es cierto que soy bastante quisquilloso en eso. Como cuando unos turistas hispanoamericanos se pararon en la calle Betis junto a la placa que marcaba las crecidas del Guadalquivir, y un sevillano (los sevillanos aprecian mucho su ciudad y son los primeros en contar cosas a los turistas que ven por las calles, sin ir más lejos a nosotros mismos) se paró a contarles historias sobre las barcas que guardaban los habitantes de Triana en las azoteas, para escapar en caso de crecida. Ya puestos, se puso a contar toda la historia de Sevilla, y dijo a los turistas que Fernando III había sufrido una rebelión en todo su reino dirigida por su hijo Alfonso X, y que sólo Sevilla había permanecido fiel al rey. Yo, que oí eso, por poco no salto a decir los verdaderos nombres de los reyes protagonistas del altercado, pero Alfina me contuvo y ahí ya me paré. Después de todo, la parte fundamental era que Sevilla había sido el apoyo del rey legítimo en la rebelión, y eso sí era verdad.
El caso es que esta tarde, ya en Valencia, me he encontrado una pareja de rusos de mediana edad, sin guía, grabándose a sí mismos con su cámara de vídeo lo que leían de un folleto, mientras avanzaban junto al Miguelete hacia la Almoina. Está visto que las cosas evolucionan inevitablemente, y que encontrar guías con ruso fluido y conocimientos de las ciudades españolas no es tarea sencilla. A ver si Abi o Ro se dedican a esto y nos sacan de pobres.
En todo caso, si un ruso siente morriña y echa de manos el saló, el alforfón o la cerveza Báltika, sólo tiene que buscar un poquito, y encontrará cosas como la de la foto.
Una tienda rusa, "queridos alimentos", al ladito mismo de la Torre del Oro. Y olé.
Todo lo que se cuenta aquí debería tomarse con sentido del humor. Si usted no se ve capaz de hacerlo, y aun así persiste en entrar y leer, sepa que no va por usted, que lo que se cuenta está fuera de contexto y que incluso es posible que no sea ni verdad.
viernes, 30 de diciembre de 2011
domingo, 25 de diciembre de 2011
Fum, fum, fum
Feliz Navidad a todos los lectores de esta bitácora. He tenido grandes tentaciones de felicitar con anticipación, como hace tantísima gente, pero eso no es Navidad, sino Adviento. El período anterior a la Navidad es un período de preparación y de espera, y no es justo que los grandes almacenes y los fabricantes de juguetes, siempre ambiciosos, intenten recortarlo para anticipar su agosto en invierno.
La Navidad empieza hoy, como mucho ayer por la noche, y el período navideño, de alegría por el Niño-Dios que nos nace se prolonga hasta el domingo siguiente a la Epifanía, así que las felicitaciones anteriores como que están un poco fuera de lugar.
A Dios gracias, casi siempre he pasado este día en España rodeado de los míos. Pasarlo en Rusia sin familia no es lo mejor que le puede ocurrir a un español; pasarlo en Rusia en familia no está mal. De ambos casos tengo una sola experiencia, y estoy por relatar la peor de las dos: la de las navidades en solitario.
Pero eso será otro día. Hoy tengo sarao familiar, y allá voy. Feliz Navidad, y ojalá tengáis más felicidad y menos regalos. Porque, habiendo lo primero, lo segundo sobra.
La Navidad empieza hoy, como mucho ayer por la noche, y el período navideño, de alegría por el Niño-Dios que nos nace se prolonga hasta el domingo siguiente a la Epifanía, así que las felicitaciones anteriores como que están un poco fuera de lugar.
A Dios gracias, casi siempre he pasado este día en España rodeado de los míos. Pasarlo en Rusia sin familia no es lo mejor que le puede ocurrir a un español; pasarlo en Rusia en familia no está mal. De ambos casos tengo una sola experiencia, y estoy por relatar la peor de las dos: la de las navidades en solitario.
Pero eso será otro día. Hoy tengo sarao familiar, y allá voy. Feliz Navidad, y ojalá tengáis más felicidad y menos regalos. Porque, habiendo lo primero, lo segundo sobra.
jueves, 22 de diciembre de 2011
El clásico (y III)
Retorno a Moscú acompañado de tres pasajeros por civilizar que seguramente trabajan de matones de discoteca y que han viajdo a Madrid para ver el Real Madrid - Barcelona. No digo de qué equipo eran para no ofender a nadie.
La azafata pijilla llegó con resignación a nuestra fila, comprobó que los protagonistas de este relato estaban trajinando con sus móviles y no tuvo más remedio que dirigirse a ellos:
- You have to switch off your phones! - previendo las dificultades que podía tener, acompañó esta frase con gestos inequívoco incluso para su auditorio, señalando el móvil de uno con una mano y moviendo la otra de derecha a izquierda.
Los tres apagaron las pantallas de sus moviles y se las mostraron todo orgullosos a la azafata, mientras gritaban:
- Off! Off! Off!
No parecía sino que estuvieran pronunciando la parte final de su apellido. La azafata tembló un poco y se dio la vuelta sin decir nada. En particular, es la primera vez en un vuelo con origen o destino en Moscú en que la azafata passsa ampliamente de comprobar si el pollo que se le ha sentado en la ventana de seguridad es capaz de expresarse en español o inglés y, de esta manera, atender a las indicaciones de la tripulación. En este caso, además, era bastante evidente que esos bichos no tenían ni pajolera idea de español ni de inglés, como no fuera por señas, y que su voluntad de hacer caso a lo que les dijese, no ya la tripulación, sino cualquier ser humano, era mucho más que sospechosa.
Casi no hace falta mencionar que, apenas la azafata se hubo dado la vuelta, los tres rusos conectaron la mar de tranquilos el botón de encendido de sus pantallas, y siguieron trasteando con el móvil y viendo fotitos como si la cosa no fuera con ellos.
Llegó, ya iniciado el vuelo, el momento de la cena. Iberia es una línea aérea que, en la competencia con Aeroflot en sus vuelos desde Rusia, cuenta con la ventaja de que ofrece vino en el menú. De hecho, en Rusia, eso es un factor importante, hasta el punto de que una gran parte de los pasajeros lo aprovecha. Para mi sorpresa, cuando llegó la bandeja a mis vecinos, señalaron con grandes gestos la botella de agua. La azafata los miró con incredulidad, pero les llenó el vaso. Acto seguido, ellos vaciaron la mitad y lo rellenaron con whisqui que llevaban metido por entre sus ropas, y así siguieron rellenando sus vasos hasta que se les acabó el whisqui y ellos cayeron dormidos, para alivio del mundo.
Cuando tocamos tierra, y mucho antes de que estuviera permitido usar los teléfonos, ellos ya estaban llamando no sé a quién para decir que ya habían llegado, como si eso pudiera ser una buena noticia para alguien. Fueron los primeros en levantarse, cuando aún no debían hacerlo, la emprendieron a codazos con todo el que vieron en su camino hacia la salida del avión, y sólo les adelanté gracias a que, incluso para unos mastuerzos como aquellos, cargar el arsenal alcohólico que llevaban les retrasaba bastante el paso.
Allá detrás los dejé, resoplando y bufando, mientras llegaba a Moscú por los poquísimos días que faltan antes de largarme, esta vez con toda la familia, de vuelta a casa.
Y, si con la celebración del llamado clásico y toda la parafernalia adjunta, lo que hemos conseguido es que nos visite lo peor de cada casa, casi que estábamos mejor antes de que hubiera partidos del siglo. Seguro que los del Real Madrid están de acuerdo.
La azafata pijilla llegó con resignación a nuestra fila, comprobó que los protagonistas de este relato estaban trajinando con sus móviles y no tuvo más remedio que dirigirse a ellos:
- You have to switch off your phones! - previendo las dificultades que podía tener, acompañó esta frase con gestos inequívoco incluso para su auditorio, señalando el móvil de uno con una mano y moviendo la otra de derecha a izquierda.
Los tres apagaron las pantallas de sus moviles y se las mostraron todo orgullosos a la azafata, mientras gritaban:
- Off! Off! Off!
No parecía sino que estuvieran pronunciando la parte final de su apellido. La azafata tembló un poco y se dio la vuelta sin decir nada. En particular, es la primera vez en un vuelo con origen o destino en Moscú en que la azafata passsa ampliamente de comprobar si el pollo que se le ha sentado en la ventana de seguridad es capaz de expresarse en español o inglés y, de esta manera, atender a las indicaciones de la tripulación. En este caso, además, era bastante evidente que esos bichos no tenían ni pajolera idea de español ni de inglés, como no fuera por señas, y que su voluntad de hacer caso a lo que les dijese, no ya la tripulación, sino cualquier ser humano, era mucho más que sospechosa.
Casi no hace falta mencionar que, apenas la azafata se hubo dado la vuelta, los tres rusos conectaron la mar de tranquilos el botón de encendido de sus pantallas, y siguieron trasteando con el móvil y viendo fotitos como si la cosa no fuera con ellos.
Llegó, ya iniciado el vuelo, el momento de la cena. Iberia es una línea aérea que, en la competencia con Aeroflot en sus vuelos desde Rusia, cuenta con la ventaja de que ofrece vino en el menú. De hecho, en Rusia, eso es un factor importante, hasta el punto de que una gran parte de los pasajeros lo aprovecha. Para mi sorpresa, cuando llegó la bandeja a mis vecinos, señalaron con grandes gestos la botella de agua. La azafata los miró con incredulidad, pero les llenó el vaso. Acto seguido, ellos vaciaron la mitad y lo rellenaron con whisqui que llevaban metido por entre sus ropas, y así siguieron rellenando sus vasos hasta que se les acabó el whisqui y ellos cayeron dormidos, para alivio del mundo.
Cuando tocamos tierra, y mucho antes de que estuviera permitido usar los teléfonos, ellos ya estaban llamando no sé a quién para decir que ya habían llegado, como si eso pudiera ser una buena noticia para alguien. Fueron los primeros en levantarse, cuando aún no debían hacerlo, la emprendieron a codazos con todo el que vieron en su camino hacia la salida del avión, y sólo les adelanté gracias a que, incluso para unos mastuerzos como aquellos, cargar el arsenal alcohólico que llevaban les retrasaba bastante el paso.
Allá detrás los dejé, resoplando y bufando, mientras llegaba a Moscú por los poquísimos días que faltan antes de largarme, esta vez con toda la familia, de vuelta a casa.
Y, si con la celebración del llamado clásico y toda la parafernalia adjunta, lo que hemos conseguido es que nos visite lo peor de cada casa, casi que estábamos mejor antes de que hubiera partidos del siglo. Seguro que los del Real Madrid están de acuerdo.
martes, 20 de diciembre de 2011
El clásico (II)
En la entrada anterior, tras la disputa del Real Madrid - Barcelona, tres pasajeros conflictivos se van a sentar justo a mi lado. Con la de sitios que hay...
Los primates mínimamente evolucionados que habían entrado en el avión, por lo visto, habían comprado los sitios de la fila de seguridad que estaba al otro lado del pasillo, es decir, que yo los hubiera podido tocar con la mano. Su primera acción consistió en abrir los compartimentos superiores para colocar la priva que se habían agenciado en el aeropuerto. Hasta ahí, normal, porque eso hacemos todos, consista nuestro equipaje en alcohol o en libros de filosofía griega.
Los compartimentos superiores que estaban inmediatamente encima de su fila resultaron estar ocupados con maletas de otros señores que estaban delante o detrás y que habían llegado antes. En estos casos, lo suyo es llamar a las azafatas y que te coloquen los bultos en otro lugar, tanto más cuanto que en la fila de seguridad está prohibidísimo poner algo en el suelo. En primera clase, en cambio, suele haber bastante sitio, con lo que las cosas se alojan allí sin más.
Pero eso es la solución educada. A éstos les faltaban un par de milenios de evolución para llegar a ese comportamiento, con lo que empezó el espectáculo:
- ¿Qué es esto?
- ¿Por qué está lleno?
- ¡Este sitio es nuestro!
Y, ni cortos ni perezosos, comenzaron a bajar maletas de los compartimentos.
- ¡Compatriotas! ¿De quién es esta maleta?
Y la dejaban en mitad del pasillo, montando un bloqueo de mil pares de narices a los que seguían entrando y querían pasar.
No sé si por suerte o por desgracia, los dueños de las maletas eran, efectivamente, compatriotas de los primitivos pasajeros. Estos compatriotas ya eran gente evolucionada y avergonzada por el espectáculo, pero no sabían qué hacer con su maleta, desalojada de tan mala manera.
Los españoles sentados a mi lado veían la escena con los ojos muy abiertos, y eso que era de madrugada. Otro que había delante, al que conozco de vista y que sé que lleva sus buenos diez años en Rusia y que está casado con una rusa, miraba a los tres bichos y musitaba entre dientes: "¡Así tienen el país!"
Los tres ejemplares de australopithecus moscoviensis dejaron el pasillo lleno de bultos, acomodaron los suyos, menos una bolsa con varias botellas que no cabía, porque la física tiene sus límites, y ya pretendían seguir con el siguiente compartimento. Se me ocurrió increparles un poco:
- ¡No pueden hacer eso! ¡No pueden dejar las maletas en los pasillos!
Contra todo pronóstico, el humanoide más próximo a mí entendió el mensaje y se volvió:
- ¿Es tuya? - y me puso la maleta delante de las narices.
No era mía, así que la maleta, como otras, se quedó en el pasillo. La recogió un ruso jovencito y bien parecido que iba delante de mí y que probablemente tampoco lo estaba pasando bien. Por si acaso, decidió no hablar, no fuera a ser que aún la liara y se llevara más maletas.
En esto, apareció la azafata de Iberia, abriéndose paso entre los pasajeros bloqueados, para ver qué estaba pasando allí. Por un azar del destino, en aquel vuelo de Iberia no estaba la típica azafata estirada, dc rangos angulosos, armas tomar y más horas de vuelo que el Barón Rojo, sino una señorita rubia, delgadita, repeinadita y muy monita ella, que venía desde primera clase y parecía poco hecha a este retorno al Paleolítico Superior que estábamos viviendo.
- ¿Qué pasa? ¿Qué pasa? Oh! You cannot put the luggage on the corridor!
Claro, el australophithecus ruthenicus y el homo matritensis barriosalmanticus no disponían de un lenguaje común, y los primeros no se dieron por aludidos. Aunque yo hubiera podido hacer algo, me di cuenta de que mi mochila y mi cazadora no habían sido afectados por el vendaval, y preferí dejar a la azafata hacer su trabajo, no fuera a caerme otra maleta sobre las narices.
Los tres homínidos miraron fíjamente a la azafata, que llamó a una compañera, la de turista, que no podía llegar, porque estaba al fondo del avión y un montón de bultos le bloqueaban el paso. Entre las dos azafatas fueron apartando bultos como pudieron y metiéndolos en la cola, en primera, o donde Dios les dio a entender, porque para mí que Aldeasa tuvo que hacer un pedido suplementario de bebidas alcohólicas tras el paso del pasaje del vuelo de Moscú por el aeropuerto. Qué tíos, tú.
Al final, se despejó el pasillo, y todos los pasajeros se sentaron, tres de ellos, adivinen quiénes, ente grandes carcajadas. Acto seguido, sacaron sus teléfonos móviles y se pusieron a ver fotos suyas con el fondo verde del Santiago Bernabéu, es posible que pastando sobre él. Sí, señor, aquellas gentes habían viajado desde Rusia para ver un partido de fútbol que en principio ni les iba ni les venía, para vaciar el aeropuerto de Madrid de bebidas alcohólicas y para montar un pollo totalmente gratuito en el vuelo de vuelta.
Claro, no toda la gente es así, obviamente. Las cosas han mejorado mucho. La mayoría de los rusos son completamente presentables y no pocos nos dan sopas con ondas en educación a los españoles. Pero siempre queda alguien que la pifia y deja la imagen del país por los suelos, como ya hemos visto alguna vez. Y hay demasiados niños grandes en Rusia como para dejarles salir por ahí sin acompañamiento.
En esto, las puertas del avión se cerraron, la azafata rubita y monita me pareció que emitió un suspiro y se acercó a nuestra fila, donde los tres homínidos seguían dale que te pego con el móvil comentando las jugadas que habían grabado en sus cacharritos.
Apreté los dientes. La cosa prometía.
(continuará, y terminará)
lunes, 19 de diciembre de 2011
El clásico (I)
Después de echar una carrerita por España, nos encontramos en diciembre, temporada propicia para ir y venir por esos aeropuertos de Dios. Como el otro día, sin ir más lejos.
El sábado por la noche había sido el Real Madrid - Barcelona, cuyo resultado no hace falta que recuerde a los vikingos. Para los que el fútbol no es sino una molestia inevitable si no quieres parecer un marciano, la semana anterior en España había sido una tortura. No podías encender la radio sin encontrarte en todos los boletines horarios con las últimas noticias sobre si Cristiano se había levantado con la uña del dedo meñique de la mano izquierda demasiado larga, o si Messi estaba considerando peinarse con la raya en medio. Cuando pasaba cerca de una televisión, electrodoméstico del que, gracias a Dios, carezco en casa, todo quisqui estaba dale que te pego con esos dos malhadados equipos, y si hubiera salido el sábado a la hora del partido (no lo hice, porque el domingo tenía que madrugar), estoy persuadido de que no hubiera encontrado absolutamente a nadie que no estuviera arracimado junto a las pantallas de televisión de los bares. Y eso en una ciudad como Valencia, a la que el susodicho partido debiera haberle sido más bien indiferente.
Yo pensaba que esta estupidez colectiva era exclusiva de los españoles, pero va a resultar que no. Que en estos tiempos de globalización la estupidez se exporta y se importa en las mismas condiciones que cualquier otro bien o servicio, y que hay quien la adquiere con alborozo.
Tuve la ocasión de darme cuenta al entrar en el avión que, en la madrugada del martes, cubría el trayecto entre Madrid y Moscú. Yo venía de Valencia con el tiempo un pelín justo y no tuve ocasión de apreciar el ambiente en la cola de embarque (en todo lo que tiene que ver con Moscú hay colas), sino que llegué justo a tiempo para entrar al avión, un A-319 que obliga a los pasajeros que no sean pigmeos a intimar bastante entre sí y con el asiento delantero.
El que tiene experiencia en estas lides, y entre ellos me cuento, procura colocarse en la fila donde está la salida de emergencia, que es bastante más ancha. Iberia, al igual que Aeroflot, dan la posibilidad de reservarla por unos diez euros al comprar el billete. Eso sí, se supone que un requisito para ocuparla consiste en ser capaz de comunicarse en español o en inglés, por si las cosas, Dios no lo quiera, vienen mal dadas y hay que actuar.
Entré en el avión, coloqué mi cazadora y mi magra mochila en los compartimentos que había sobre mí y me senté en mi asiento, al lado de dos españoles con acento sureño que seguramente iban de trabajo y que colocaron sus maletillas de mano también en el compartimento superior.
A los pocos minutos, tres ejemplares de la especie australopithecus moscoviensis, entre grandes carcajadas y cargados con buena parte de las existencias alcohólicas de las tiendas del aeropuerto, accedieron al avión y ocuparon los asientos que había al otro lado del pasillo.
Uyuyuy...
(continuará)
El sábado por la noche había sido el Real Madrid - Barcelona, cuyo resultado no hace falta que recuerde a los vikingos. Para los que el fútbol no es sino una molestia inevitable si no quieres parecer un marciano, la semana anterior en España había sido una tortura. No podías encender la radio sin encontrarte en todos los boletines horarios con las últimas noticias sobre si Cristiano se había levantado con la uña del dedo meñique de la mano izquierda demasiado larga, o si Messi estaba considerando peinarse con la raya en medio. Cuando pasaba cerca de una televisión, electrodoméstico del que, gracias a Dios, carezco en casa, todo quisqui estaba dale que te pego con esos dos malhadados equipos, y si hubiera salido el sábado a la hora del partido (no lo hice, porque el domingo tenía que madrugar), estoy persuadido de que no hubiera encontrado absolutamente a nadie que no estuviera arracimado junto a las pantallas de televisión de los bares. Y eso en una ciudad como Valencia, a la que el susodicho partido debiera haberle sido más bien indiferente.
Yo pensaba que esta estupidez colectiva era exclusiva de los españoles, pero va a resultar que no. Que en estos tiempos de globalización la estupidez se exporta y se importa en las mismas condiciones que cualquier otro bien o servicio, y que hay quien la adquiere con alborozo.
Tuve la ocasión de darme cuenta al entrar en el avión que, en la madrugada del martes, cubría el trayecto entre Madrid y Moscú. Yo venía de Valencia con el tiempo un pelín justo y no tuve ocasión de apreciar el ambiente en la cola de embarque (en todo lo que tiene que ver con Moscú hay colas), sino que llegué justo a tiempo para entrar al avión, un A-319 que obliga a los pasajeros que no sean pigmeos a intimar bastante entre sí y con el asiento delantero.
El que tiene experiencia en estas lides, y entre ellos me cuento, procura colocarse en la fila donde está la salida de emergencia, que es bastante más ancha. Iberia, al igual que Aeroflot, dan la posibilidad de reservarla por unos diez euros al comprar el billete. Eso sí, se supone que un requisito para ocuparla consiste en ser capaz de comunicarse en español o en inglés, por si las cosas, Dios no lo quiera, vienen mal dadas y hay que actuar.
Entré en el avión, coloqué mi cazadora y mi magra mochila en los compartimentos que había sobre mí y me senté en mi asiento, al lado de dos españoles con acento sureño que seguramente iban de trabajo y que colocaron sus maletillas de mano también en el compartimento superior.
A los pocos minutos, tres ejemplares de la especie australopithecus moscoviensis, entre grandes carcajadas y cargados con buena parte de las existencias alcohólicas de las tiendas del aeropuerto, accedieron al avión y ocuparon los asientos que había al otro lado del pasillo.
Uyuyuy...
(continuará)
viernes, 16 de diciembre de 2011
A falta de noticias
Algunos comentaristas de esta bitácora (Fernando y Sergio, por ejemplo) se quejan de la tendenciosidad de la prensa española (y eso es ampliable a la prensa internacional) a la hora de comentar la actualidad política rusa.
Los ejemplos se están multiplicando tras las elecciones parlamentarias del pasado 4 de diciembre. Para regocijo de los medios occidentales, las elecciones rusas no sólo fueron una mentira de cabo a rabo, cosa que ya se suponía, sino que además los encargados de maquillar un poquito las cosas han sido tan sumamente torpes que se notan las trampas por todos los sitios. Es lo que le faltaba a la prensa occidental para lanzarse a degüello.
Además, ha habido manifestaciones populares relativamente numerosas. "Relativamente" quiere decir que no son los cuatro gatos de costumbre, sino que en esta ocasión eran varios miles de personas. Quizá decenas de miles, pero en todo caso muchos más que de ordinario.
Recordemos las últimas elecciones municipales de Moscú. También fueron falsificadas, y la lista de Rusia Unida, encabezada por Luzhkov (quién lo diría ahora), se llevó más del 70% de los votos y del 90% de los concejales municipales (32 de 35, exactamente), una exageración tan obvia que debía haber sonrojado a cualquiera que no tuviese la cara de cemento, pero parece que no los había. Los partidos perjudicados renegaron un poco un par de días, y acto seguido se callaron, y a seguir jugando a oposición mientras desayunan caviar.
Esta vez ha pasado exactamente lo mismo. Pucherazo chapucero de libro, gritos de la oposición, en este caso extraparlamentaria, un par de manifas y a casa, que en la calle llueve. Y se acabó.
Esto, lógicamente, desespera a la prensa occidental, que quiere informar de una rebelión en Rusia, a ser posible con guerra civil incluida, y se encuentra con que no hay absolutamente nada. Moscú políticamente es una ciudad tranquilísima, y las masas revolucionarias que debían estar asaltando la Duma o sacando a Putin y Medvedev de sus guaridas simplemente no existen o no han conseguido llegar a su destino (seguramente por los atascos, que ésa es otra, jolines: dos días llevo metido en embotellamientos).
Como hay que poner noticias sobre Rusia, la prensa española, por ejemplo, ha escrito ésta cretinez, que se opone a todo lo que debería ser el concepto de noticia. Veamos el titular: Un líder de las protestas contra el 'fraude electoral' en Rusia anuncia su candidatura. Ese líder es nada menos que Eduard Limónov.
Noticia debería ser algo relevante, leches. Que se presente Limónov es bastante irrelevante. De momento, para presentarse tiene que lograr dos millones de firmas, cosa que no está en disposición de lograr así consiguiera multiplicar por mil el centenar escaso de seguidores activos que como mucho debe tener. Lo que ha dicho es que se presenta así, a las bravas. Para comparar con otra noticia posible, eso es como si "Izvestia" resumiera las elecciones parlamentarias españolas titulando que "Toni Cantó sale diputado por Valencia", pasando de todo lo demás que ha ocurrido. Además, que Limónov sea uno de los líderes de las protestas de estos días es por lo menos discutible, y estoy por pensar que la la mayoría de los que protestaban no lo consideran como tal. En cambio, por lo menos, Toni Cantó sí ha sido elegido diputado.
Otra acepción posible de "noticia" es que lo sucedido sea reciente. Y es que ni eso. Limónov había presentado su candidatura a la presidencia por primera vez en una rueda de prensa que tuvo lugar el lejano 4 de marzo de 2009. Que lo haya repetido ahora sólo es relevante en la calenturienta imaginación de los redactores jefes de internacional de la prensa occidental más putrefacta. Es que ni The Moscow Times cae tan bajo, tú.
Los ejemplos se están multiplicando tras las elecciones parlamentarias del pasado 4 de diciembre. Para regocijo de los medios occidentales, las elecciones rusas no sólo fueron una mentira de cabo a rabo, cosa que ya se suponía, sino que además los encargados de maquillar un poquito las cosas han sido tan sumamente torpes que se notan las trampas por todos los sitios. Es lo que le faltaba a la prensa occidental para lanzarse a degüello.
Además, ha habido manifestaciones populares relativamente numerosas. "Relativamente" quiere decir que no son los cuatro gatos de costumbre, sino que en esta ocasión eran varios miles de personas. Quizá decenas de miles, pero en todo caso muchos más que de ordinario.
Recordemos las últimas elecciones municipales de Moscú. También fueron falsificadas, y la lista de Rusia Unida, encabezada por Luzhkov (quién lo diría ahora), se llevó más del 70% de los votos y del 90% de los concejales municipales (32 de 35, exactamente), una exageración tan obvia que debía haber sonrojado a cualquiera que no tuviese la cara de cemento, pero parece que no los había. Los partidos perjudicados renegaron un poco un par de días, y acto seguido se callaron, y a seguir jugando a oposición mientras desayunan caviar.
Esta vez ha pasado exactamente lo mismo. Pucherazo chapucero de libro, gritos de la oposición, en este caso extraparlamentaria, un par de manifas y a casa, que en la calle llueve. Y se acabó.
Esto, lógicamente, desespera a la prensa occidental, que quiere informar de una rebelión en Rusia, a ser posible con guerra civil incluida, y se encuentra con que no hay absolutamente nada. Moscú políticamente es una ciudad tranquilísima, y las masas revolucionarias que debían estar asaltando la Duma o sacando a Putin y Medvedev de sus guaridas simplemente no existen o no han conseguido llegar a su destino (seguramente por los atascos, que ésa es otra, jolines: dos días llevo metido en embotellamientos).
Como hay que poner noticias sobre Rusia, la prensa española, por ejemplo, ha escrito ésta cretinez, que se opone a todo lo que debería ser el concepto de noticia. Veamos el titular: Un líder de las protestas contra el 'fraude electoral' en Rusia anuncia su candidatura. Ese líder es nada menos que Eduard Limónov.
Noticia debería ser algo relevante, leches. Que se presente Limónov es bastante irrelevante. De momento, para presentarse tiene que lograr dos millones de firmas, cosa que no está en disposición de lograr así consiguiera multiplicar por mil el centenar escaso de seguidores activos que como mucho debe tener. Lo que ha dicho es que se presenta así, a las bravas. Para comparar con otra noticia posible, eso es como si "Izvestia" resumiera las elecciones parlamentarias españolas titulando que "Toni Cantó sale diputado por Valencia", pasando de todo lo demás que ha ocurrido. Además, que Limónov sea uno de los líderes de las protestas de estos días es por lo menos discutible, y estoy por pensar que la la mayoría de los que protestaban no lo consideran como tal. En cambio, por lo menos, Toni Cantó sí ha sido elegido diputado.
Otra acepción posible de "noticia" es que lo sucedido sea reciente. Y es que ni eso. Limónov había presentado su candidatura a la presidencia por primera vez en una rueda de prensa que tuvo lugar el lejano 4 de marzo de 2009. Que lo haya repetido ahora sólo es relevante en la calenturienta imaginación de los redactores jefes de internacional de la prensa occidental más putrefacta. Es que ni The Moscow Times cae tan bajo, tú.
domingo, 11 de diciembre de 2011
La soledad del corredor de fondo (y VII): You will never walk alone
Las grandes ventajas de haber entrenado a varios grados bajo cero se veían en la salida de la prueba, concurrida como pocas. Ya lo creo que no iba a caminar solo. Dos mil quinientos participantes. Nada menos. Y la mayoría tiritando, y soltando perlas como "Fa fred" (Hace frío). Si no fuera porque eran corredores de maratón pensaría que eran nenas. Ocho grados sobre cero a las nueve de la mañana no es frío, leches.
Durante la carrera, vi de todo. Los que sabían de esto iban en camiseta y pantalón corto. Yo, aunque de esto no sabía mucho (algo he aprendido entretanto), también llevaba la misma ropa. En cambio, había bastante gente con camiseta de manga larga, o con dos camisetas, muchos con mallas largas, alguno con chándal, muchos con guantes y el más friki iba vestido de Santa Claus y con barba postiza. Lo adelanté en el kilómetro 35 y, para que yo adelantara a alguien en el kilómetro 35, tal y como iba de muerto a esas alturas, ese alguien tenía que estar realmente muy mal. En meta no lo vi, supongo que se impondría la cordura y se quitaría el disfraz antes de la lipotimia.
Claro, a las nueve de la mañana puede que hiciera ocho grados, pero a las doce ya íbamos por los dieciocho, y eso duele bastante cuando te has abrigado como si estuvieras corriendo por el Aconcagua. Alguno directamente se quitaba la ropa y la abandonaba.
En fin, que la carrera ya ha tenido lugar y, por tanto, los entrenamientos por Moscú al aire libre y bajo el punto de congelación se han terminado de momento. Bien está lo que bien termina, y ahora toca pulir defectillos (el diminutivo es muy indulgente: en la preparación he cometido errores de bulto) para la próxima vez.
Durante la carrera, vi de todo. Los que sabían de esto iban en camiseta y pantalón corto. Yo, aunque de esto no sabía mucho (algo he aprendido entretanto), también llevaba la misma ropa. En cambio, había bastante gente con camiseta de manga larga, o con dos camisetas, muchos con mallas largas, alguno con chándal, muchos con guantes y el más friki iba vestido de Santa Claus y con barba postiza. Lo adelanté en el kilómetro 35 y, para que yo adelantara a alguien en el kilómetro 35, tal y como iba de muerto a esas alturas, ese alguien tenía que estar realmente muy mal. En meta no lo vi, supongo que se impondría la cordura y se quitaría el disfraz antes de la lipotimia.
Claro, a las nueve de la mañana puede que hiciera ocho grados, pero a las doce ya íbamos por los dieciocho, y eso duele bastante cuando te has abrigado como si estuvieras corriendo por el Aconcagua. Alguno directamente se quitaba la ropa y la abandonaba.
En fin, que la carrera ya ha tenido lugar y, por tanto, los entrenamientos por Moscú al aire libre y bajo el punto de congelación se han terminado de momento. Bien está lo que bien termina, y ahora toca pulir defectillos (el diminutivo es muy indulgente: en la preparación he cometido errores de bulto) para la próxima vez.
jueves, 8 de diciembre de 2011
Vuelta a los chistes
Naturalmente, los rusos, que muchas veces ya he escrito que son muy buenos a la hora de hacer chistes, ya se han metido con el resultado de las elecciones parlamentarias rusas. Hoy la entrada es simplemente el chiste. Como siempre, primero en español y, más abajo, en el ruso original. El que pueda leer en ruso, que lo haga, porque los chistes traducidos suelen perder bastante gracia. Ahí va:
Barack Obama llama a Medvedev y se queja de que es muy probable que el Partido Demócrata pierda las elecciones al Congreso de los EEUU.
Medvedev le dice: "¡Chorradas! Voy a ayudarte. Tengo un superespecialista en elecciones. Se llama Chúrov (es el de la foto, presidente de la Comisión Electoral Central). Irá a verte y lo arreglará todo."
Pasaron las elecciones en los Estados Unidos. Medvedev llama a Obama a ver qué tal ha ido todo.
Y dice Obama: "En general todo ha ido tranquilo. Sólo que el resultado ha sido un poco raro. En todos los estados ha ganado con gran diferencia Rusia Unida."
* * *
Y ahora en ruso.
Барак Обама звонит Медведеву и жалуется, что есть большая вероятность, что его демократическая партия проиграет на выборах в конгресс США.
Медведев говорит: "Фигня! я тебе помогу. Есть у меня мега-спец по выборам, Чуров его фамилия. Он к тебе приедет - все уладит".
Выборы в США прошли. Медведев звонит Обаме узнать что-да-как.
Обама говорит: "Да вобщем-то все тихо-спокойно прошло. Только вот результат странный какой-то - во всех штатах с большим отрывом победила Единая Россия".
Barack Obama llama a Medvedev y se queja de que es muy probable que el Partido Demócrata pierda las elecciones al Congreso de los EEUU.
Medvedev le dice: "¡Chorradas! Voy a ayudarte. Tengo un superespecialista en elecciones. Se llama Chúrov (es el de la foto, presidente de la Comisión Electoral Central). Irá a verte y lo arreglará todo."
Pasaron las elecciones en los Estados Unidos. Medvedev llama a Obama a ver qué tal ha ido todo.
Y dice Obama: "En general todo ha ido tranquilo. Sólo que el resultado ha sido un poco raro. En todos los estados ha ganado con gran diferencia Rusia Unida."
* * *
Y ahora en ruso.
Барак Обама звонит Медведеву и жалуется, что есть большая вероятность, что его демократическая партия проиграет на выборах в конгресс США.
Медведев говорит: "Фигня! я тебе помогу. Есть у меня мега-спец по выборам, Чуров его фамилия. Он к тебе приедет - все уладит".
Выборы в США прошли. Медведев звонит Обаме узнать что-да-как.
Обама говорит: "Да вобщем-то все тихо-спокойно прошло. Только вот результат странный какой-то - во всех штатах с большим отрывом победила Единая Россия".
miércoles, 7 de diciembre de 2011
Eligiendo
El problema con las elecciones rusas es que absolutamente todo es mentira, pero nadie se atreve a decirlo claramente por si los mamporros. Mentira son los candidatos oficialistas, mentira son los candidatos opositores, mentira son los asistentes a los mítines y, por supuesto, mentira son los resultados electorales. Las autoridades rusas han llegado a un extremo de desfachatez que no se molestan apenas en disimularlo. Todo en las elecciones rusas está diseñado para que existan, pero las cosas no se muevan demasiado, y para que el voto de los electores no sirva para nada. A esto lo llaman "democracia" y, a veces, "dictadura de la ley" (se ve que no se refieren a la ley electoral).
En mi opinión personal, Rusia Unida no necesita tantas trampas para ganar las elecciones. Yo creo que las hubiera ganado de todas maneras, pero, en primer lugar, no con el 48% de los votos. Tampoco la participación hubiera sido del 60%, sino muy inferior. Muchos rusos saben, y lo cuentan en privado, que hay numerosos casos en los que los votos de los que se han abstenido aparecen de repente, con un tremendo porcentaje a favor de Rusia Unida. A una mala, la Comisión Electoral Central está como garante último de estabilidad del sistema.
Pero es que hay casos flagrantes que no pueden hacer pensar sino en que todo no es trigo ¿Alguien se cree que en Chechenia la participación pueda llegar a ser prácticamente del 100%, y que prácticamente todo el censo haya votado por Rusia Unida? Eso quiere decir que han votado por Medvedev hasta los guerrilleros barbudos que están pegando tiros por las montañas. Vengaaaa... aquí lo que ha pasado es que el glorioso presidente de Chechenia, Ramzán Kadyrov, un tipo con el que es mejor estar de acuerdo, ha cumplido su promesa de hace unos meses acerca de que en Chechenia votaría por Rusia Unida el 100% del censo, o más. Sí, dijo "o más", y casi lo consigue.
En general, el sistema ya está comprometido desde el momento en que el puesto de gobernador regional depende decisivamente de los votos que saque Rusia Unida en tu territorio. Medvedev lo ha vuelto a decir tras las elecciones: será cosa de revisar los gobernadores en los lugares en los que Rusia Unida ha tenido un mal resultado. En principio, parece lógico que esos lugares sean los sitios donde hay descontento, y que cambiar el gobernador puede ser una opción razonable, pero la consecuencia es que un gobernador puede ser un auténtico cenutrio con patas, y así y todo no se le medirá por sus logros, ni por las oes con un canuto que sea capaz de hacer, sino por los votos que tenga Rusia Unida. Obviamente, lo que va a hacer cualquier gobernador que quiera seguir siéndolo es inflar el número de votos de Rusia Unida como sea. Y "como sea" incluye todos los sistemas legales o ilegales, desde la compra de votos, las amenazas a los jefes de zona, directores de fábricas o responsables varios y, si todo esto no funciona, simplemente contando mal. Es toda una pirámide de intereses: Medvedev presiona al gobernador, el gobernador al jefe comarcal, el jefe comarcal al director de zona, y así sucesivamente. A mí me recuerda los logros del plan quinquenal, cuyas previsiones se cumplían sí o sí.
En estas circunstancias, como si no fuera bastante que en Rusia sólo haya siete partidos políticos legales, y que crear uno nuevo es algo que no se puede imaginar ni Isaac Asimov, nadie protesta demasiado, por si acaso. Los ocho mil manifestantes en Moscú, ciudad que tiene doce millones de habitantes, es una cifra irrisoria, pero es la mayor de los últimos quince años. El hecho de que haya unos cuantos millares de personas decididos a que no les tomen el pelo y a patearse la calle a cero grados y chapoteando en el fango, al menos, es una novedad.
El problema es que unas elecciones limpias, en las que seguramente también ganaría, no son una opción para el partido del poder, porque tiene miedo de que pase algo que no sea capaz de controlar. Los tres partidos parlamentarios de la sedicente oposición tampoco gritan muy alto, porque fuera del sistema hace mucho frío y fuera del parlamento no se comen un colín. De los otros tres partidos extraparlamentarios, dos son hechura del Kremlin, y el tercero, Yabloko, tampoco se pasa gritando, probablemente porque tiene bien presente dónde está ahora el mecenas que financiaba sus campañas, un tal Jodorkovsky. Las demás organizaciones son ilegales, por lo que se les puede detener y encarcelar en cuanto reúnan a demasiada gente.
Todo esto me está comenzando a recordar a las sucesivas Dumas Imperiales rusas, y creo que todo el mundo sabe cómo acabó aquello, así que es comprensible que los ocupantes actuales del Kremlin no quieran terminar como los que entonces ocupaban el Palacio de Invierno. Pero que no lo llamen democracia, por favor, que eso sí es hipócrita. Nicolás II, al menos, tenía clarísimo que él de demócrata no tenía nada, y no se cortaba un pelo en llamarse autócrata. Pedir lo mismo de los gobernantes actuales debe ser demasiado, pero algo de decencia, al menos, debería quedarles.
En mi opinión personal, Rusia Unida no necesita tantas trampas para ganar las elecciones. Yo creo que las hubiera ganado de todas maneras, pero, en primer lugar, no con el 48% de los votos. Tampoco la participación hubiera sido del 60%, sino muy inferior. Muchos rusos saben, y lo cuentan en privado, que hay numerosos casos en los que los votos de los que se han abstenido aparecen de repente, con un tremendo porcentaje a favor de Rusia Unida. A una mala, la Comisión Electoral Central está como garante último de estabilidad del sistema.
Pero es que hay casos flagrantes que no pueden hacer pensar sino en que todo no es trigo ¿Alguien se cree que en Chechenia la participación pueda llegar a ser prácticamente del 100%, y que prácticamente todo el censo haya votado por Rusia Unida? Eso quiere decir que han votado por Medvedev hasta los guerrilleros barbudos que están pegando tiros por las montañas. Vengaaaa... aquí lo que ha pasado es que el glorioso presidente de Chechenia, Ramzán Kadyrov, un tipo con el que es mejor estar de acuerdo, ha cumplido su promesa de hace unos meses acerca de que en Chechenia votaría por Rusia Unida el 100% del censo, o más. Sí, dijo "o más", y casi lo consigue.
En general, el sistema ya está comprometido desde el momento en que el puesto de gobernador regional depende decisivamente de los votos que saque Rusia Unida en tu territorio. Medvedev lo ha vuelto a decir tras las elecciones: será cosa de revisar los gobernadores en los lugares en los que Rusia Unida ha tenido un mal resultado. En principio, parece lógico que esos lugares sean los sitios donde hay descontento, y que cambiar el gobernador puede ser una opción razonable, pero la consecuencia es que un gobernador puede ser un auténtico cenutrio con patas, y así y todo no se le medirá por sus logros, ni por las oes con un canuto que sea capaz de hacer, sino por los votos que tenga Rusia Unida. Obviamente, lo que va a hacer cualquier gobernador que quiera seguir siéndolo es inflar el número de votos de Rusia Unida como sea. Y "como sea" incluye todos los sistemas legales o ilegales, desde la compra de votos, las amenazas a los jefes de zona, directores de fábricas o responsables varios y, si todo esto no funciona, simplemente contando mal. Es toda una pirámide de intereses: Medvedev presiona al gobernador, el gobernador al jefe comarcal, el jefe comarcal al director de zona, y así sucesivamente. A mí me recuerda los logros del plan quinquenal, cuyas previsiones se cumplían sí o sí.
En estas circunstancias, como si no fuera bastante que en Rusia sólo haya siete partidos políticos legales, y que crear uno nuevo es algo que no se puede imaginar ni Isaac Asimov, nadie protesta demasiado, por si acaso. Los ocho mil manifestantes en Moscú, ciudad que tiene doce millones de habitantes, es una cifra irrisoria, pero es la mayor de los últimos quince años. El hecho de que haya unos cuantos millares de personas decididos a que no les tomen el pelo y a patearse la calle a cero grados y chapoteando en el fango, al menos, es una novedad.
El problema es que unas elecciones limpias, en las que seguramente también ganaría, no son una opción para el partido del poder, porque tiene miedo de que pase algo que no sea capaz de controlar. Los tres partidos parlamentarios de la sedicente oposición tampoco gritan muy alto, porque fuera del sistema hace mucho frío y fuera del parlamento no se comen un colín. De los otros tres partidos extraparlamentarios, dos son hechura del Kremlin, y el tercero, Yabloko, tampoco se pasa gritando, probablemente porque tiene bien presente dónde está ahora el mecenas que financiaba sus campañas, un tal Jodorkovsky. Las demás organizaciones son ilegales, por lo que se les puede detener y encarcelar en cuanto reúnan a demasiada gente.
Todo esto me está comenzando a recordar a las sucesivas Dumas Imperiales rusas, y creo que todo el mundo sabe cómo acabó aquello, así que es comprensible que los ocupantes actuales del Kremlin no quieran terminar como los que entonces ocupaban el Palacio de Invierno. Pero que no lo llamen democracia, por favor, que eso sí es hipócrita. Nicolás II, al menos, tenía clarísimo que él de demócrata no tenía nada, y no se cortaba un pelo en llamarse autócrata. Pedir lo mismo de los gobernantes actuales debe ser demasiado, pero algo de decencia, al menos, debería quedarles.
domingo, 4 de diciembre de 2011
Masas
Ahora que, por fin, las elecciones han terminado, tanto en Rusia (habrá otras, claro, con resultado tan meridiano como éstas) como en España, ha llegado la hora de relajarse. No es hora de hablar de los fraudes, en la campaña (bueno, de ésos ya vimos alguno) o en el recuento de votos, o donde sea, porque todo vale y, si no hay suficiente gente dispuesta a votar como es debido, es evidente que hay que tomar medidas. No. Hoy pienso, sobre todo, en los organizadores de la campaña electoral, que posiblemente se irán a la cama con más tranquilidad que otros días.
Y es que la vida de los organizadores de eventos es dura. Muy dura. Un mitin político no es más, después de todo, que un evento, y yo, que al menos un par de veces al año me dedico a la organización de eventos, no puedo sino compadecer a los pobres responsables del asunto. Y no es fácil, no, organizar un evento en Rusia. Los rusos tardan en confirmar su participación; la confirman y luego no van; hay mucha informalidad, vamos.
Imaginemos un mitin político típico. A los rusos de a pie de calle, la política les trae mayormente sin cuidado, y además en diciembre hace un frío del carajo ¡Como para ir a escuchar a los candidatos a diputado! Sin embargo, hay una cosa que no puede permitirse un organizador de eventos: un fracaso. Eso nunca. Los eventos siempre son un éxito.
Como lo que acabo de decir no es verdad, el organizador de eventos en Rusia tiene que conformarse con un "second best", consistente en algo así como: "Ya que el evento, seguramente, no va a ser un éxito, me conformaré con que lo parezca" ¿Y cómo se consigue que la cosa parezca un éxito? Llenando la sala, o lo que sea, con gente, aunque acaben yendo una pandilla de comunistas a los mítines liberal-democráticos de Zhirinovsky (Хватить терпеть!). El caso es que el líder (o sea, el cliente, desde la perspectiva del organizador de eventos) no se encuentre sin auditorio, sino que crea que está arengando a sus enfervorizados votantes.
¿Cómo conseguir auditorio? Parece sencillo en una ciudad de doce millones de habitantes, pero estos habitantes son duros de pelar. Ahora bien, y menos mal, aquí las nuevas tecnologías han venido en auxilio de quienes organizamos eventos. Si alguien no lo cree, no tiene sino que pasar por la página definitiva para estos casos: Massovki.ru.
Si usted tiene un evento "de masas" y dinero para asegurarse contra los fracasos, massovki.ru es su página. Un anuncio, "organizo evento en tal sitio y pago tanto por asistir", y asunto resuelto. Hay auténticos profesionales de asistencia a eventos masivos, y todos ellos tienen massovki.ru en el primer lugar de la lista de favoritos de su navegador.
Naturalmente, en estos tiempos de alta temporada de partidos políticos (aunque en Rusia sólo haya siete partidos políticos legales), los principales clientes de massovki.ru son los organizadores de sus campañas. A lo mejor puede resultar desilusionante para el lector español medio saber que, si en España ya pensamos que la política es una farsa, lo de Rusia ya excede con mucho lo que pasa en nuestro país, hasta el punto de que faltan las palabras para describirlo. Todo, y cuando digo todo me refiero a absolutamente todo, es pura mentira. No sólo los resultados electorales, que también, sino la misma campaña electoral, y posiblemente aventuro que hasta los mismos candidatos sean de cartón piedra y hayan sido reclutados en páginas como ésa.
Basta con ver el apartado de "eventos de masas de carácter político" para darse cuenta de que los participantes en los mítines del LDPR son de pega, de que la señora que me repartió el otro día un pasquín de Yabloko era tan de Yabloko como yo torero, y de que los pocos comunistas jóvenes que aparecen por los mítines del partido comunista es poco probable que sean realmente comunistas.
Finalmente, me precipité al decir que los organizadores de eventos contratados por los partidos políticos iban a poder dormir tranquilos esta noche. Uno de ellos tendrá que esperar un poco para dormir a gusto. Me refiero al abnegado organizador de la fiesta de la victoria electoral de Rusia Unida, que lleva unos cuantos días buscando gente en massovki.ru para no dejar a Medvedev sólo ante su victoria. Los encontrará, seguro.
Y es que la vida de los organizadores de eventos es dura. Muy dura. Un mitin político no es más, después de todo, que un evento, y yo, que al menos un par de veces al año me dedico a la organización de eventos, no puedo sino compadecer a los pobres responsables del asunto. Y no es fácil, no, organizar un evento en Rusia. Los rusos tardan en confirmar su participación; la confirman y luego no van; hay mucha informalidad, vamos.
Imaginemos un mitin político típico. A los rusos de a pie de calle, la política les trae mayormente sin cuidado, y además en diciembre hace un frío del carajo ¡Como para ir a escuchar a los candidatos a diputado! Sin embargo, hay una cosa que no puede permitirse un organizador de eventos: un fracaso. Eso nunca. Los eventos siempre son un éxito.
Como lo que acabo de decir no es verdad, el organizador de eventos en Rusia tiene que conformarse con un "second best", consistente en algo así como: "Ya que el evento, seguramente, no va a ser un éxito, me conformaré con que lo parezca" ¿Y cómo se consigue que la cosa parezca un éxito? Llenando la sala, o lo que sea, con gente, aunque acaben yendo una pandilla de comunistas a los mítines liberal-democráticos de Zhirinovsky (Хватить терпеть!). El caso es que el líder (o sea, el cliente, desde la perspectiva del organizador de eventos) no se encuentre sin auditorio, sino que crea que está arengando a sus enfervorizados votantes.
¿Cómo conseguir auditorio? Parece sencillo en una ciudad de doce millones de habitantes, pero estos habitantes son duros de pelar. Ahora bien, y menos mal, aquí las nuevas tecnologías han venido en auxilio de quienes organizamos eventos. Si alguien no lo cree, no tiene sino que pasar por la página definitiva para estos casos: Massovki.ru.
Si usted tiene un evento "de masas" y dinero para asegurarse contra los fracasos, massovki.ru es su página. Un anuncio, "organizo evento en tal sitio y pago tanto por asistir", y asunto resuelto. Hay auténticos profesionales de asistencia a eventos masivos, y todos ellos tienen massovki.ru en el primer lugar de la lista de favoritos de su navegador.
Naturalmente, en estos tiempos de alta temporada de partidos políticos (aunque en Rusia sólo haya siete partidos políticos legales), los principales clientes de massovki.ru son los organizadores de sus campañas. A lo mejor puede resultar desilusionante para el lector español medio saber que, si en España ya pensamos que la política es una farsa, lo de Rusia ya excede con mucho lo que pasa en nuestro país, hasta el punto de que faltan las palabras para describirlo. Todo, y cuando digo todo me refiero a absolutamente todo, es pura mentira. No sólo los resultados electorales, que también, sino la misma campaña electoral, y posiblemente aventuro que hasta los mismos candidatos sean de cartón piedra y hayan sido reclutados en páginas como ésa.
Basta con ver el apartado de "eventos de masas de carácter político" para darse cuenta de que los participantes en los mítines del LDPR son de pega, de que la señora que me repartió el otro día un pasquín de Yabloko era tan de Yabloko como yo torero, y de que los pocos comunistas jóvenes que aparecen por los mítines del partido comunista es poco probable que sean realmente comunistas.
Finalmente, me precipité al decir que los organizadores de eventos contratados por los partidos políticos iban a poder dormir tranquilos esta noche. Uno de ellos tendrá que esperar un poco para dormir a gusto. Me refiero al abnegado organizador de la fiesta de la victoria electoral de Rusia Unida, que lleva unos cuantos días buscando gente en massovki.ru para no dejar a Medvedev sólo ante su victoria. Los encontrará, seguro.
jueves, 1 de diciembre de 2011
La soledad del corredor de fondo (VI)
Hasta ahora, la ruta ha discurrido por lugares razonablemente bonitos encajonados entre árboles y edificios, pero ahora la cosa va a cambiar. El curso del río Moscova abre un espacio de no menos de cuatrocientos metros entre los edificios de la parte derecha y los de la izquierda, lo cual da una perspectiva distinta al panorama... y elimina cualquier abrigo frente al viento.
A estas temperaturas, que rondan el punto de congelación, el viento es particularmente incómodo. No es que sea nunca un buen aliado, pero aquí molesta, y más con la perspectiva de cinco kilómetros teniéndolo de cara. Aunque el río Moscova, a su paso por el centro de Moscú, forma un curioso semicírculo, no deja de ser un semicírculo lo suficientemente abierto para dar vía libre al viento.
Si hasta ahora el eterno tráfico de Moscú había estado ausente del periplo, a partir de ahora lo tendremos al ladito mismo de nosotros. Las vías que flanquean el río son de las arterias de comunicación más importantes de Moscú, y no hay momento en que no haya tránsito por ellas, y más a la altura del Kremlin. Y, después de todo, ya no son las siete de la mañana, sino las ocho y media pasadas, momento en que buena parte de la ciudad ya está en marcha.
Básicamente, los cinco kilómetros van a unir edificios religiosos, dos de los cuales (Novospassky y las catedrales del Kremlin) se salvaron por los pelos de la piqueta bolchevique, y el tercero, que no se salvó, fue reconstruido después. Es la catedral de Cristo Salvador.
Al principio de la Biblia (Gn, 1, 4), se dice que Dios separó la luz de las tinieblas. En Moscú, en noviembre, no parece sino que Dios se haya olvidado de separarlas y las mantiene mezcladas, en un color gris plomizo permanente que no es día ni noche, como para hacernos recordar a los humanos que las tinieblas están ahí, confundidas con la luz e infundiendo confusión.
A lo largo del camino, uno se va encontrando con algún pescador que se supone que pescará algo, pero desde luego no es el mejor lugar para relajarse. Más adelante se ven grupos de gente que, simplemente, van hablando. Alguno hay que está girado hacia el río, dando la espalda a todo el que pasa, con las piernas algo abiertas y con un curioso chorrillo que discurre entre ellas y que prefiero no mirar. Y también, por primera vez, veo a un corredor en dirección contraria a la mía y al que saludo, aunque no conozco de nada, y que me devuelve el saludo.
A lo lejos, se ven los edificios de Moskvá-City, esos cuatro rascacielos megalómanos que son como las nuevas torres de Babel del siglo XXI. Aunque el recorrido no llegará hasta allí, de alguna manera se echan de menos las casas bajas de la calle Goncharnaya o del anillo de los bulevares.
Y llegamos a Cristo Salvador, momento en que ya dejamos el río y subimos por la otra parte del anillo de los bulevares. Dejamos a la izquierda la Ostozhenka y la Prechistenka y, en general, la zona que se ha ganado el mote de "milla de oro", por lo caros que son los alquileres.
En el bulevar Gogolievsky, los obreros han comenzado a trabajar cansinamente. Uno trabaja, sin muchas ganas, cuatro miran cómo lo hacen, y supongo que alguno terminará por relevar al primero.
A la altura del viejo Arbat, la primera calle peatonal que hubo en Moscú, y una de las poquísimas que sigue habiendo, decido meterme por allí, más que nada para prolongar un par de kilómetros la ruta. A esta hora apenas hay nadie, sobre todo si llueve. Pero, los días que he corrido por aquí sin llover, ya estaban los vendedores montando los puestos de libros, de discos, y los alquiladores de bicicletas trucadas haciendo malabares con las mismas para pescar a algún incauto.
Un poco más adelante, tras cruzar el nuevo Arbat por el paso subterráneo, se llega a la Nikitskaya y enseguida a una de las zonas más recorridas, cual es el bulevar Tverskoy, lugar imprescindible para ver, a la luz de los carteles que lo pueblan, si tenemos algún músico acabado nuevo en el panorama artístico internacional.
Ajá... músicos acabados... cuánto tiempo.
A estas temperaturas, que rondan el punto de congelación, el viento es particularmente incómodo. No es que sea nunca un buen aliado, pero aquí molesta, y más con la perspectiva de cinco kilómetros teniéndolo de cara. Aunque el río Moscova, a su paso por el centro de Moscú, forma un curioso semicírculo, no deja de ser un semicírculo lo suficientemente abierto para dar vía libre al viento.
Si hasta ahora el eterno tráfico de Moscú había estado ausente del periplo, a partir de ahora lo tendremos al ladito mismo de nosotros. Las vías que flanquean el río son de las arterias de comunicación más importantes de Moscú, y no hay momento en que no haya tránsito por ellas, y más a la altura del Kremlin. Y, después de todo, ya no son las siete de la mañana, sino las ocho y media pasadas, momento en que buena parte de la ciudad ya está en marcha.
Básicamente, los cinco kilómetros van a unir edificios religiosos, dos de los cuales (Novospassky y las catedrales del Kremlin) se salvaron por los pelos de la piqueta bolchevique, y el tercero, que no se salvó, fue reconstruido después. Es la catedral de Cristo Salvador.
Al principio de la Biblia (Gn, 1, 4), se dice que Dios separó la luz de las tinieblas. En Moscú, en noviembre, no parece sino que Dios se haya olvidado de separarlas y las mantiene mezcladas, en un color gris plomizo permanente que no es día ni noche, como para hacernos recordar a los humanos que las tinieblas están ahí, confundidas con la luz e infundiendo confusión.
A lo largo del camino, uno se va encontrando con algún pescador que se supone que pescará algo, pero desde luego no es el mejor lugar para relajarse. Más adelante se ven grupos de gente que, simplemente, van hablando. Alguno hay que está girado hacia el río, dando la espalda a todo el que pasa, con las piernas algo abiertas y con un curioso chorrillo que discurre entre ellas y que prefiero no mirar. Y también, por primera vez, veo a un corredor en dirección contraria a la mía y al que saludo, aunque no conozco de nada, y que me devuelve el saludo.
A lo lejos, se ven los edificios de Moskvá-City, esos cuatro rascacielos megalómanos que son como las nuevas torres de Babel del siglo XXI. Aunque el recorrido no llegará hasta allí, de alguna manera se echan de menos las casas bajas de la calle Goncharnaya o del anillo de los bulevares.
Y llegamos a Cristo Salvador, momento en que ya dejamos el río y subimos por la otra parte del anillo de los bulevares. Dejamos a la izquierda la Ostozhenka y la Prechistenka y, en general, la zona que se ha ganado el mote de "milla de oro", por lo caros que son los alquileres.
En el bulevar Gogolievsky, los obreros han comenzado a trabajar cansinamente. Uno trabaja, sin muchas ganas, cuatro miran cómo lo hacen, y supongo que alguno terminará por relevar al primero.
A la altura del viejo Arbat, la primera calle peatonal que hubo en Moscú, y una de las poquísimas que sigue habiendo, decido meterme por allí, más que nada para prolongar un par de kilómetros la ruta. A esta hora apenas hay nadie, sobre todo si llueve. Pero, los días que he corrido por aquí sin llover, ya estaban los vendedores montando los puestos de libros, de discos, y los alquiladores de bicicletas trucadas haciendo malabares con las mismas para pescar a algún incauto.
Un poco más adelante, tras cruzar el nuevo Arbat por el paso subterráneo, se llega a la Nikitskaya y enseguida a una de las zonas más recorridas, cual es el bulevar Tverskoy, lugar imprescindible para ver, a la luz de los carteles que lo pueblan, si tenemos algún músico acabado nuevo en el panorama artístico internacional.
Ajá... músicos acabados... cuánto tiempo.
martes, 29 de noviembre de 2011
La soledad del corredor de fondo (V)
Novospassky no es un monasterio cualquiera. Es MI monasterio. He vivido nueve años a menos de un kilómetro de él y, durante esos años, hasta que se levantó una mole de tropecientos pisos de ésas que "adornan" Moscú, tuve vista directa a Novospassky desde mi ventana.
El monasterio, como la mayor parte de los monasterios rusos, tenía en el momento de su fundación dos funciones: la religiosa que se puede suponer, y la defensiva, como fortaleza frente a los ataques de los tártaros desde el sur, al igual que otros monasterios (Serguíev-Posad, Novodevichy, Andrónikov, Danilovsky, entre bastantes otros).
Allá por el siglo XVIII, los tártaros dejaron de ser un peligro, pero a principios del siglo XX llegó un problema mayor para Novospassky: los comunistas. Poco después de la revolución, el monasterio fue cerrado, los monjes expulsados, y las iglesias transformadas en campos de concentración. Guay. De los frescos del siglo XVIII no hay que hablar mucho, que da grima. Cuando el NKVD dejó de tener tanto trabajo, el monasterio fue transformado en cárcel para borrachos, una estación de recuperación para que a los borrachos incapaces de llegar a su casa y algo turbulentos se les pasara la mona en un lugar controlado. Más tarde fue un almacén, básicamente, aunque con el rimbombante título de centro de restauración de obras de arte.
No hay mal que cien años dure, pero se ve que setenta sí. A principios de los años noventa del pasado siglo, el monasterio fue devuelto a la Iglesia Ortodoxa en el lamentable estado que puede suponerse. Rápidamente fue abierto al culto, porque los templos escaseaban y la cantidad de creyentes de nuevo cuño no dejaba de crecer; volvieron los monjes (otros, claro) y, poco a poco, los trabajos de restauración fueron ejecutándose, siempre teniendo en cuenta que "restauración", en Rusia, me da la impresión de que simplemente significa "pintar por encima".
La primera vez que entré allí fue en algún momento de 1997, y luego en la Pascua de 1998, en que la iglesia principal del monasterio estaba de bote en bote, además de hecha una pena, y apenas se podía pasar. Y luego estuve mucho tiempo yendo a correr al estanque que hay junto a él y cuyo perímetro mide exactamente 630 metros, que he hecho muchísimas veces.
Al acercarse un domingo por la mañana al monasterio, las campanas suenan llamando a la primera misa, y los fieles van acudiendo y se persignan a la manera ortodoxa, o sea, comenzando por la derecha, al revés que nosotros. Así como nosotros nos persignamos en raras ocasiones, un ortodoxo lo hace constantemente: siempre que pasa por delante de una iglesia (práctica que entre nosotros, por desgracia, está en desuso), y cada dos por tres, o más, cuando está en misa. Nosotros, tres veces en las misas, al principio, antes del Evangelio y al final, y pare usted de contar.
Los fieles, todos con la cabeza cubierta, que los hombres descubrirán en cuanto entren en el templo, miran con curiosidad no exenta de desagrado a ese corredor vestido con ropas ajustadas que pasa por su lado, y con algo más de simpatía cuando ven que el corredor se santigua también, aunque sin parar de correr, al pasar por delante de la entrada de la iglesia.
Poco después, tras dar la vuelta a un edificio, llegué al estanque de Novospassky, al que tantas vueltas había dado cuando vivía por allí, con ánimo de darle un par de vueltas más. Otras veces había pasado por allí en pleno verano, después de trabajar, pasando entre los grupitos de jovencitos, algún monje que paseaba alrededor del estanque, mamás dando vueltas con sus carritos de bebé y mucha gente paseando al perro. Pero eso era lo que pasaba los días de entre semana por la tarde. Los domingos a las ocho y media de la mañana lo único que queda de toda la fauna anterior es la gente paseando al perro.
Qué tíos, tú. Están a todas horas. Y ninguno lleva el perro sujeto. Son una especie de secta que ve como lo más natural del mundo que el perro campe por sus respetos ladrándote y enredándose entre tus piernas, o saliendo detrás de ti a toda viroya con los colmillos en posición de ataque. Como mucho, el c*p*ll* del dueño, o dueña, te dirá: "No muerde. Qué va. Si no hace nada." O bien: "Sólo quiere jugar." Una chica que conocí hace tiempo decía que la culpa era mía, por provocar corriendo. Y es que los enemigos del corredor son las dos pes: perros y paletos.
De paletos también he visto unos cuantos en Novospassky, aunque no en domingo otoñal por la mañana. La típica gente medio borracha que se ríe al ver pasar a un corredor, o le hace burlas. Una vez hubo un jovencito que me pilló al comienzo de un entrenamiento progresivo, de los que empiezan muy lento y van incrementando en intensidad. El jovencito estaba con dos chicas, se las quiso dar de machote y se puso a mi altura, suponiendo que, al ritmo que iba, él lo soportaba perfectamente.
Yo no dije nada. Corrimos a bajo nivel una vuelta, y apreté un poco. Lo oía jadear un poco, pero el chaval aguantaba. Cada media vuelta apretaba yo sólo un poco, para que no se diera cuenta de que estaba intentando ahogarle sin que él se enterara; él jadeaba cada vez más, y a la tercera vuelta, ya a un ritmo decentillo, llegamos a la altura de las chicas que le acompañaban y allí ya se paró, sin aliento y bastante sudado, mientras las chicas se reían. Si lo que quería era dárselas de machote y ligar, la cosa no funcionó.
En estos pensamientos, di tres vueltas al perímetro del estanque y salí al malecón del río Moscú. Ante mí tenía cinco kilómetros largos, o cinco largos kilómetros, con el vivificante viento en contra.
Cosa que queda para la siguiente entrada.
El monasterio, como la mayor parte de los monasterios rusos, tenía en el momento de su fundación dos funciones: la religiosa que se puede suponer, y la defensiva, como fortaleza frente a los ataques de los tártaros desde el sur, al igual que otros monasterios (Serguíev-Posad, Novodevichy, Andrónikov, Danilovsky, entre bastantes otros).
Allá por el siglo XVIII, los tártaros dejaron de ser un peligro, pero a principios del siglo XX llegó un problema mayor para Novospassky: los comunistas. Poco después de la revolución, el monasterio fue cerrado, los monjes expulsados, y las iglesias transformadas en campos de concentración. Guay. De los frescos del siglo XVIII no hay que hablar mucho, que da grima. Cuando el NKVD dejó de tener tanto trabajo, el monasterio fue transformado en cárcel para borrachos, una estación de recuperación para que a los borrachos incapaces de llegar a su casa y algo turbulentos se les pasara la mona en un lugar controlado. Más tarde fue un almacén, básicamente, aunque con el rimbombante título de centro de restauración de obras de arte.
No hay mal que cien años dure, pero se ve que setenta sí. A principios de los años noventa del pasado siglo, el monasterio fue devuelto a la Iglesia Ortodoxa en el lamentable estado que puede suponerse. Rápidamente fue abierto al culto, porque los templos escaseaban y la cantidad de creyentes de nuevo cuño no dejaba de crecer; volvieron los monjes (otros, claro) y, poco a poco, los trabajos de restauración fueron ejecutándose, siempre teniendo en cuenta que "restauración", en Rusia, me da la impresión de que simplemente significa "pintar por encima".
La primera vez que entré allí fue en algún momento de 1997, y luego en la Pascua de 1998, en que la iglesia principal del monasterio estaba de bote en bote, además de hecha una pena, y apenas se podía pasar. Y luego estuve mucho tiempo yendo a correr al estanque que hay junto a él y cuyo perímetro mide exactamente 630 metros, que he hecho muchísimas veces.
Al acercarse un domingo por la mañana al monasterio, las campanas suenan llamando a la primera misa, y los fieles van acudiendo y se persignan a la manera ortodoxa, o sea, comenzando por la derecha, al revés que nosotros. Así como nosotros nos persignamos en raras ocasiones, un ortodoxo lo hace constantemente: siempre que pasa por delante de una iglesia (práctica que entre nosotros, por desgracia, está en desuso), y cada dos por tres, o más, cuando está en misa. Nosotros, tres veces en las misas, al principio, antes del Evangelio y al final, y pare usted de contar.
Los fieles, todos con la cabeza cubierta, que los hombres descubrirán en cuanto entren en el templo, miran con curiosidad no exenta de desagrado a ese corredor vestido con ropas ajustadas que pasa por su lado, y con algo más de simpatía cuando ven que el corredor se santigua también, aunque sin parar de correr, al pasar por delante de la entrada de la iglesia.
Poco después, tras dar la vuelta a un edificio, llegué al estanque de Novospassky, al que tantas vueltas había dado cuando vivía por allí, con ánimo de darle un par de vueltas más. Otras veces había pasado por allí en pleno verano, después de trabajar, pasando entre los grupitos de jovencitos, algún monje que paseaba alrededor del estanque, mamás dando vueltas con sus carritos de bebé y mucha gente paseando al perro. Pero eso era lo que pasaba los días de entre semana por la tarde. Los domingos a las ocho y media de la mañana lo único que queda de toda la fauna anterior es la gente paseando al perro.
Qué tíos, tú. Están a todas horas. Y ninguno lleva el perro sujeto. Son una especie de secta que ve como lo más natural del mundo que el perro campe por sus respetos ladrándote y enredándose entre tus piernas, o saliendo detrás de ti a toda viroya con los colmillos en posición de ataque. Como mucho, el c*p*ll* del dueño, o dueña, te dirá: "No muerde. Qué va. Si no hace nada." O bien: "Sólo quiere jugar." Una chica que conocí hace tiempo decía que la culpa era mía, por provocar corriendo. Y es que los enemigos del corredor son las dos pes: perros y paletos.
De paletos también he visto unos cuantos en Novospassky, aunque no en domingo otoñal por la mañana. La típica gente medio borracha que se ríe al ver pasar a un corredor, o le hace burlas. Una vez hubo un jovencito que me pilló al comienzo de un entrenamiento progresivo, de los que empiezan muy lento y van incrementando en intensidad. El jovencito estaba con dos chicas, se las quiso dar de machote y se puso a mi altura, suponiendo que, al ritmo que iba, él lo soportaba perfectamente.
Yo no dije nada. Corrimos a bajo nivel una vuelta, y apreté un poco. Lo oía jadear un poco, pero el chaval aguantaba. Cada media vuelta apretaba yo sólo un poco, para que no se diera cuenta de que estaba intentando ahogarle sin que él se enterara; él jadeaba cada vez más, y a la tercera vuelta, ya a un ritmo decentillo, llegamos a la altura de las chicas que le acompañaban y allí ya se paró, sin aliento y bastante sudado, mientras las chicas se reían. Si lo que quería era dárselas de machote y ligar, la cosa no funcionó.
En estos pensamientos, di tres vueltas al perímetro del estanque y salí al malecón del río Moscú. Ante mí tenía cinco kilómetros largos, o cinco largos kilómetros, con el vivificante viento en contra.
Cosa que queda para la siguiente entrada.
viernes, 25 de noviembre de 2011
Campañas
En todos los países donde hay elecciones, el que las convoca está interesado en que la gente vote, y por eso trata de ponérselo fácil a los votantes y de fomentar su participación con campañas de publicidad. La excepción es España y el voto de los residentes en el extranjero, que se ha convertido en algo imposible, pero ésa es otra historia.
Los poderes públicos realizan sus campañas de fomento de la participación con eslóganes como "¡Vota! Tu país te necesita" o "Si no votas, no protestes" o "Tu voto cuenta", entre otros de escasa originalidad, pero que en todo caso animan al acto del voto en general, obviamente sin decantarse por ninguna de las opciones concretas que se ofrecen al elector. En Rusia también hay una campaña semejante, claro que sí.
Pero, de momento, quedémonos en otro asunto y veamos la imagen siguiente, tomada hace un rato (está bitácora es en diferido, pero me imagino que la cosa sigue igual):
Se trata del bulevar Tverskoy, en las inmediaciones de la plaza Pushkin, uno de los lugares más transitados de Moscú. Vemos en una marquesina de autobús el cartel electoral de Rusia Unida, el partido preferido de mi hija Ro. Acerquémonos un poco para verlo mejor.
He ahí. El cartel electoral oficial de Rusia Unida con su lema "Сохраняем. Для жизни. Для людей". "Conservamos. Para vivir. Para las personas." Con un fondo en el que se representan gentes de toda condición, y en segundo plano la silueta de una ciudad en tonos azul claro. Y anima a votar a Rusia Unida, claro. Rusia Unida no tiene ideología conocida, pero ellos dicen que son conservadores y su lema electoral parece apuntar en esa dirección.
Si volvemos a la primera imagen, vemos a lo lejos, unos pocos metros más allá, otro cartel electoral ¿Lo ven? Sí, está ese soporte junto a la pared. También aquí nos acercaremos un poco para que no quede lugar a dudas. Sí, aquí está.
No, no es el juego de las siete diferencias. Ese cartel electoral de ahí no es un cartel de Rusia Unida. Es nada menos que la campaña institucional para animar al voto, pagada con fondos públicos. Es cierto que tiene exactamente el mismo color y la misma imagen que el cartel partidista anterior, pero el lema es diferente. Голосую за Россию! Голосую за себя! O sea: ¡Voto por Rusia! (no dice "Unida", eso sí) ¡Voto por mí!
En opinión de Rusia Unida, y no digamos de la Comisión Electoral Central, este fenómeno (y no es el único sitio en Moscú donde ambos carteles están a pocos metros uno de otro) es pura casualidad y en ningún caso constituye una infracción a la legislación electoral rusa. Se trata, dicen los responsables del tinglado, de una imagen que se puede encontrar en internet, en bases de datos de gráficos, es de uso libre, y el hecho de que los creativos de ambas campañas la hayan utilizado no es sospechoso de favorecer a ningún partido, qué va.
Se lo voy a decir a Ro, a ver qué le parece. Si le parece bien y que todo esto es pura casualidad y que qué cosas tienes papá, me da a mí que voy a cerrar la bitácora. Se empieza así, y se acaba como el padre de Pavlik Morozov.
Los poderes públicos realizan sus campañas de fomento de la participación con eslóganes como "¡Vota! Tu país te necesita" o "Si no votas, no protestes" o "Tu voto cuenta", entre otros de escasa originalidad, pero que en todo caso animan al acto del voto en general, obviamente sin decantarse por ninguna de las opciones concretas que se ofrecen al elector. En Rusia también hay una campaña semejante, claro que sí.
Pero, de momento, quedémonos en otro asunto y veamos la imagen siguiente, tomada hace un rato (está bitácora es en diferido, pero me imagino que la cosa sigue igual):
Se trata del bulevar Tverskoy, en las inmediaciones de la plaza Pushkin, uno de los lugares más transitados de Moscú. Vemos en una marquesina de autobús el cartel electoral de Rusia Unida, el partido preferido de mi hija Ro. Acerquémonos un poco para verlo mejor.
He ahí. El cartel electoral oficial de Rusia Unida con su lema "Сохраняем. Для жизни. Для людей". "Conservamos. Para vivir. Para las personas." Con un fondo en el que se representan gentes de toda condición, y en segundo plano la silueta de una ciudad en tonos azul claro. Y anima a votar a Rusia Unida, claro. Rusia Unida no tiene ideología conocida, pero ellos dicen que son conservadores y su lema electoral parece apuntar en esa dirección.
Si volvemos a la primera imagen, vemos a lo lejos, unos pocos metros más allá, otro cartel electoral ¿Lo ven? Sí, está ese soporte junto a la pared. También aquí nos acercaremos un poco para que no quede lugar a dudas. Sí, aquí está.
No, no es el juego de las siete diferencias. Ese cartel electoral de ahí no es un cartel de Rusia Unida. Es nada menos que la campaña institucional para animar al voto, pagada con fondos públicos. Es cierto que tiene exactamente el mismo color y la misma imagen que el cartel partidista anterior, pero el lema es diferente. Голосую за Россию! Голосую за себя! O sea: ¡Voto por Rusia! (no dice "Unida", eso sí) ¡Voto por mí!
En opinión de Rusia Unida, y no digamos de la Comisión Electoral Central, este fenómeno (y no es el único sitio en Moscú donde ambos carteles están a pocos metros uno de otro) es pura casualidad y en ningún caso constituye una infracción a la legislación electoral rusa. Se trata, dicen los responsables del tinglado, de una imagen que se puede encontrar en internet, en bases de datos de gráficos, es de uso libre, y el hecho de que los creativos de ambas campañas la hayan utilizado no es sospechoso de favorecer a ningún partido, qué va.
Se lo voy a decir a Ro, a ver qué le parece. Si le parece bien y que todo esto es pura casualidad y que qué cosas tienes papá, me da a mí que voy a cerrar la bitácora. Se empieza así, y se acaba como el padre de Pavlik Morozov.
miércoles, 23 de noviembre de 2011
Eligiendo a los padres de la patria
Mientras nos acercamos corriendo al monasterio Novospassky, han tenido lugar las elecciones en España, con el resultado que era de suponer, y está teniendo lugar la campaña electoral para las elecciones en Rusia, que tendrán lugar el 4 de diciembre, y que también terminarán con el resultado previsto. Si, en el caso de las elecciones españolas, podría haber algunas dudas, en el caso de las rusas no es necesario tenr cualidades proféticas para vaticinar que el ganador de las elecciones parlamentarias será "Rusia Unida", partido cuya lista encabeza el actual presidente, Dmitry Medvedev, que, sin embargo, no pertenece al partido. Ya sé que parece raro, pero aquí esas cosas se ven de manera natural. En otros sitios de democracia partidocrática, como España, el poder lo obtiene el partido más importante, según los resultados de las elecciones, y va cambiando de manos.
Aquí, no. Aquí, el partido está al servicio del poder, y a veces es el poder el que cambia de partido. Ya ha pasado en alguna ocasión, y nunca se sabe si volverá a suceder.
En España sólo se habla de política entre conocidos muy conocidos y sólo cuando hay mucha confianza. Rusia es mucho más abierta con eso y la prueba la tengo con mis tres hijos, y en particular con la segunda.
Pasábamos por Barrikadnaya, cerca del zoo, donde el nunca suficientemente alabado LDPR ha colgado unos pasquines de las farolas con el lema claro, directo y diáfano que tiene en esta campaña: "За русских!", con la foto de Vladimir Zhirinovsky y el gesto agresivo sin el cual pierde tanto. El LDPR no necesita más lema ni más zarandajas para que sus votantes sepan por dónde ir, y parece que eso le será suficiente para superar sin problemas la barrera del 7% y volver a entrar en la Duma.
- ¡Qué barbaridad! No me gustan nada los lemas electorales de los partidos - dijo Ro.
Ro es una chica interesada por la política rusa. Se levanta todos los días a las siete menos cuarto de la mañana, se lava y se viste, y se pone delante de la tele a enterarse de lo que pasa por el mundo y, en estos casos, a ver los espacios electorales gratuitos.
- No me gusta nada los del Yabloko, ni los Rusia Justa. Se pasan el rato criticando. Me gusta sólo el de Rusia Unida, que cuentan las cosas que han hecho y que van mejor gracias a ellos.
- ¿Sí? - pregunté sin volver la cabeza.
- ¡Sí! Los de los demás partidos son unos pesados. La mejor publicidad es la Rusia Unida. Los demás están criticando esto y aquello. Yo, si pudiera votar, votaría por Rusia Unida.
La verdad es que yo no me he planteado nunca a quien votaría si pudiera hacerlo. Bueno, a los lectores de esta bitácora no les es extraño que paso muy buenos ratos con Zhirinovsky, pero claro, que yo vote a Zhirinovsky es más o menos lo mismo que un musulmán radical votando a Anglada, y no parece probable. El caso es que tengo una hija que, en el imposible caso que tuviera algún día derecho a voto en Rusia, reforzaría la mayoría que, ya de por sí, va a obtener Rusia Unida.
Lo chocante del caso es que Rusia Unida va a recurrir (está recurriendo de hecho) a todo tipo de martingalas con tal de sacar una mayoría gorda, pero gorda de verdad. Y la verdad es que no lo necesita, o al menos no da esa impresión. Si no hiciera ninguna martingala, sacaría con casi total seguridad más del 50% de los votos, lo cual en el caso de España es el más salvaje de los sueños de cualquier político, pero aquí, para alguien de Rusia Unida, todo lo que no llegue al 66% es poco menos que motivo de expulsión del gobernador regional que no haya sacado un porcentaje superior a ése. Por eso hacen todo tipo de trucos que en cualquier país occidental serían vetados poco menos que automáticamente por la junta electoral que tocara.
Aquí, no. Aquí, la junta electoral se ocupa de investigar concienzudamente a los partidos... excepto a Rusia Unida, que prácticamente campa por sus respetos. A ver si otro día saco algunos pasquines de los partidos. El de Rusia Unida, en particular, merece la pena.
Aquí, no. Aquí, el partido está al servicio del poder, y a veces es el poder el que cambia de partido. Ya ha pasado en alguna ocasión, y nunca se sabe si volverá a suceder.
En España sólo se habla de política entre conocidos muy conocidos y sólo cuando hay mucha confianza. Rusia es mucho más abierta con eso y la prueba la tengo con mis tres hijos, y en particular con la segunda.
Pasábamos por Barrikadnaya, cerca del zoo, donde el nunca suficientemente alabado LDPR ha colgado unos pasquines de las farolas con el lema claro, directo y diáfano que tiene en esta campaña: "За русских!", con la foto de Vladimir Zhirinovsky y el gesto agresivo sin el cual pierde tanto. El LDPR no necesita más lema ni más zarandajas para que sus votantes sepan por dónde ir, y parece que eso le será suficiente para superar sin problemas la barrera del 7% y volver a entrar en la Duma.
- ¡Qué barbaridad! No me gustan nada los lemas electorales de los partidos - dijo Ro.
Ro es una chica interesada por la política rusa. Se levanta todos los días a las siete menos cuarto de la mañana, se lava y se viste, y se pone delante de la tele a enterarse de lo que pasa por el mundo y, en estos casos, a ver los espacios electorales gratuitos.
- No me gusta nada los del Yabloko, ni los Rusia Justa. Se pasan el rato criticando. Me gusta sólo el de Rusia Unida, que cuentan las cosas que han hecho y que van mejor gracias a ellos.
- ¿Sí? - pregunté sin volver la cabeza.
- ¡Sí! Los de los demás partidos son unos pesados. La mejor publicidad es la Rusia Unida. Los demás están criticando esto y aquello. Yo, si pudiera votar, votaría por Rusia Unida.
La verdad es que yo no me he planteado nunca a quien votaría si pudiera hacerlo. Bueno, a los lectores de esta bitácora no les es extraño que paso muy buenos ratos con Zhirinovsky, pero claro, que yo vote a Zhirinovsky es más o menos lo mismo que un musulmán radical votando a Anglada, y no parece probable. El caso es que tengo una hija que, en el imposible caso que tuviera algún día derecho a voto en Rusia, reforzaría la mayoría que, ya de por sí, va a obtener Rusia Unida.
Lo chocante del caso es que Rusia Unida va a recurrir (está recurriendo de hecho) a todo tipo de martingalas con tal de sacar una mayoría gorda, pero gorda de verdad. Y la verdad es que no lo necesita, o al menos no da esa impresión. Si no hiciera ninguna martingala, sacaría con casi total seguridad más del 50% de los votos, lo cual en el caso de España es el más salvaje de los sueños de cualquier político, pero aquí, para alguien de Rusia Unida, todo lo que no llegue al 66% es poco menos que motivo de expulsión del gobernador regional que no haya sacado un porcentaje superior a ése. Por eso hacen todo tipo de trucos que en cualquier país occidental serían vetados poco menos que automáticamente por la junta electoral que tocara.
Aquí, no. Aquí, la junta electoral se ocupa de investigar concienzudamente a los partidos... excepto a Rusia Unida, que prácticamente campa por sus respetos. A ver si otro día saco algunos pasquines de los partidos. El de Rusia Unida, en particular, merece la pena.
lunes, 21 de noviembre de 2011
La soledad del corredor de fondo (IV)
La ruta sigue en una ligera cuesta abajo. Más allá de Chistye Prudy, hay puntos donde el anillo de los bulevares resulta poco menos que impracticable, y más parece que corro por una pista de cross. Los trabajadores, vestidos de naranja, que esperan a que lleguen algunos compañeros y empezar a hacer algo, me miran con incredulidad.
Finalmente, el anillo de los bulevares, que no es anillo sino las tres cuartas partes del mismo, se termina al llegar al río. El llamado anillo de los jardines, Sadovoye Koltsó, sí que es un círculo casi perfecto, pero de los jardines sólo conserva el nombre y, visto en la actualidad, casi parece un ejercicio de sarcasmo. Lo que en su día debió ser la muralla exterior de Moscú, y después una avenida circular con un espléndido jardín en el centro, hoy es una autopista a tres kilómetros del Kremlin, eternamente atestada de vehículos, y por la que pasear está lejísimos de ser un ejercicio ni remotamente apetecible.
Y es una pena, pero no hay nada que hacer con ello. El anillo de los bulevares, más al centro, conserva mejor un ambiente más tranquilo, y se agradece. Así y todo, hay horas en las que está completamente impracticable, pero no son las que nos ocupan en este relato.
Al dejar el anillo de los bulevares, aparece ante mis ojos el rascacielos Kotelnicheskaya, una de las llamadas siete hermanas. Como ya lo hemos visitado en otra ocasión, me remito a lo que quedó escrito entonces. Esta vez, la cosa es diferente, y no toca visitarlo. Una calle de siete carriles y un parque desierto me separan del siguiente obstáculo, que es el río Yauza.
El río Yauza desemboca, precisamente aquí, en el río Moscova, mucho más grande que él. Nace este río unos pocos kilómetros al norte de Moscú y, en total, no llega a cincuenta kilómetros de recorrido, la mayoría de ellos dentro de la ciudad de Moscú. Parte de un recorrido que imaginé y que nunca he realizado, como es hacer una ruta por todos los monasterios en activo de Moscú, pasaba por el Yauza, que a sus orillas tiene el monasterio Andronikov (que no está activo, pero es muy chulo).
En esta ocasión sólo se trataba de cruzarlo, en este caso por el segundo puente contando desde la desembocadura, para alcanzar la calle Goncharnaya.
Y ahora estamos en Taganka, uno de los barrios más tradicionales de Moscú, y vamos a atravesarlo, para lo que hay que salvar una elevación, lo cual se puede hacer por la calle Yauza, que tiene tránsito a todas horas, incluida ésta, o por la calle Goncharnaya, por la que a estas horas no pasa absolutamente nadie. La elección está clara.
La calle Goncharnaya es una calle especial. Parece haber resistido el paso del tiempo mucho mejor que otras y trata de agarrarse con especial ilusión a su pasado. Tras subir una cuesta muy empinada para Moscú y que hace subir las pulsaciones un poco, se llega al museo del icono, y más adelante se pasa por una serie de casas bajas medio oculta por la imponente mole del rascacielos Kotelnicheskaya que se ve desde cualquier sitio. La escasa gente que se ve a estas horas pasea sin prisa.
En la misma calle, un poco más lejos está la Iglesia de la Asunción de la Virgen, y sí que se van viendo algunos fieles y algún sacerdote que se van acercando por allí, porque se acerca la hora de la misa o, mejor dicho, del servicio, porque misa es palabra latina y entre los ortodoxos lo latino, muchas veces, produce escalofríos. Ya se ha terminado la subida y no queda sino llegar a la plaza Taganskaya, atravesarla por uno de los lados, y lanzarse cuesta abajo hasta el siguiente punto destacado en la ruta: el monasterio de Novospassky.
El monasterio de Novospassky tiene algo muy especial. Tanto, que lo dejo para una entrada específica, que sabe Dios cuándo podré escribir, porque ando sumamente liado y bastante tengo con respetar los entrenamientos que marca mi plan y que no son poca cosa. Pero eso será otro día.
Finalmente, el anillo de los bulevares, que no es anillo sino las tres cuartas partes del mismo, se termina al llegar al río. El llamado anillo de los jardines, Sadovoye Koltsó, sí que es un círculo casi perfecto, pero de los jardines sólo conserva el nombre y, visto en la actualidad, casi parece un ejercicio de sarcasmo. Lo que en su día debió ser la muralla exterior de Moscú, y después una avenida circular con un espléndido jardín en el centro, hoy es una autopista a tres kilómetros del Kremlin, eternamente atestada de vehículos, y por la que pasear está lejísimos de ser un ejercicio ni remotamente apetecible.
Y es una pena, pero no hay nada que hacer con ello. El anillo de los bulevares, más al centro, conserva mejor un ambiente más tranquilo, y se agradece. Así y todo, hay horas en las que está completamente impracticable, pero no son las que nos ocupan en este relato.
Al dejar el anillo de los bulevares, aparece ante mis ojos el rascacielos Kotelnicheskaya, una de las llamadas siete hermanas. Como ya lo hemos visitado en otra ocasión, me remito a lo que quedó escrito entonces. Esta vez, la cosa es diferente, y no toca visitarlo. Una calle de siete carriles y un parque desierto me separan del siguiente obstáculo, que es el río Yauza.
El río Yauza desemboca, precisamente aquí, en el río Moscova, mucho más grande que él. Nace este río unos pocos kilómetros al norte de Moscú y, en total, no llega a cincuenta kilómetros de recorrido, la mayoría de ellos dentro de la ciudad de Moscú. Parte de un recorrido que imaginé y que nunca he realizado, como es hacer una ruta por todos los monasterios en activo de Moscú, pasaba por el Yauza, que a sus orillas tiene el monasterio Andronikov (que no está activo, pero es muy chulo).
En esta ocasión sólo se trataba de cruzarlo, en este caso por el segundo puente contando desde la desembocadura, para alcanzar la calle Goncharnaya.
Y ahora estamos en Taganka, uno de los barrios más tradicionales de Moscú, y vamos a atravesarlo, para lo que hay que salvar una elevación, lo cual se puede hacer por la calle Yauza, que tiene tránsito a todas horas, incluida ésta, o por la calle Goncharnaya, por la que a estas horas no pasa absolutamente nadie. La elección está clara.
La calle Goncharnaya es una calle especial. Parece haber resistido el paso del tiempo mucho mejor que otras y trata de agarrarse con especial ilusión a su pasado. Tras subir una cuesta muy empinada para Moscú y que hace subir las pulsaciones un poco, se llega al museo del icono, y más adelante se pasa por una serie de casas bajas medio oculta por la imponente mole del rascacielos Kotelnicheskaya que se ve desde cualquier sitio. La escasa gente que se ve a estas horas pasea sin prisa.
En la misma calle, un poco más lejos está la Iglesia de la Asunción de la Virgen, y sí que se van viendo algunos fieles y algún sacerdote que se van acercando por allí, porque se acerca la hora de la misa o, mejor dicho, del servicio, porque misa es palabra latina y entre los ortodoxos lo latino, muchas veces, produce escalofríos. Ya se ha terminado la subida y no queda sino llegar a la plaza Taganskaya, atravesarla por uno de los lados, y lanzarse cuesta abajo hasta el siguiente punto destacado en la ruta: el monasterio de Novospassky.
El monasterio de Novospassky tiene algo muy especial. Tanto, que lo dejo para una entrada específica, que sabe Dios cuándo podré escribir, porque ando sumamente liado y bastante tengo con respetar los entrenamientos que marca mi plan y que no son poca cosa. Pero eso será otro día.
jueves, 17 de noviembre de 2011
La soledad del corredor de fondo (III)
Al salir a la calle y empezar a correr, no se ve más que a algún gato despistado. Las personas parece que, con buen criterio, siguen en la cama esperando a que pongan las calles. La ruta cruza Malaya Dmitrovka, donde ya comienza a verse gente. Un miliciano despistado, que debe llevar toda la noche vigilando la Embajada de Eslovaquia, me mira incrédulo desde su garita mientras paso a su lado. Su garita es un cubículo miserable apenas más cómodo que un asiento de Iberia en clase turista.
Poco antes de llegar al Ermitazh está la Embajada de Benin, que ni siquiera tiene miliciano que la proteja. En su lugar, y desde que llevamos viviendo en este barrio, la protección corre a cargo de un perro al que jamás hemos visto, pero siempre oímos, y que ya debe tener sus años. Cuando paso frente a la embajada, con mis zapatillas arrancando un sonido apenas perceptible, el perro guardián se despierta y ladra un par de veces, hasta parar al darse cuenta de que los sonidos de las zapatillas se iban alejando.
Por la Petrovka vamos bajando hasta el anillo de los bulevares. Los primeros trolebuses, completamente vacíos, van pasando monótonamente por las calles. Los bulevares están en plena reconstrucción, varias partes están cerradas a los peatones y se ve maquinaria de obras en distintos tramos.
Un par de trabajadores asiáticos me miran con indiferencia, mientras se intercambian algunas frases en un idioma totalmente desconocido para mí. Es curioso. A las siete de la mañana de un domingo hay gente trabajando en Moscú, esa ciudad que no se cierra nunca del todo, donde hay supermercados abiertos a todas horas y, lo que es más curioso, gente que los utiliza. Las obras públicas puede que se paren por falta de financiación, pero no porque sea domingo o sea de noche. A mayor o menor ritmo, pero las cosas avanzan.
Tras un par de tramos del anillo de los bulevares, se llega al metro de Chistye Prudy. El metro es otra cosa. Si Moscú, en general, es una ciudad que nunca está vacía, su metro siempre está lleno. Y lleno de cualquier cosa. En los alrededores de la estación se junta todo lo que puede juntarse a las siete de la mañana de un domingo. Los alcohólicos impenitentes que han estado esperando a que abrieran las puertas del metro, durmiendo en las salidas de los respiraderos, con la cara abotargada y enrojecida; los juerguistas de clase baja, que han prolongado la noche lo necesario para alcanzar la apertura del metro, al no disponer de otro modo de llegar a sus casas; trabajadoras de domingo por la mañana, quizá limpiadoras de cafés y restaurantes, quizá dependientas, que pasan con aprensión entre los mendigos, apretando el paso; creyentes ortodoxos que se dirigen a las iglesias del centro desde todos los confines de la ciudad, para asistir a la Eucaristía más temprana.
Moscú está llena de gente variopinta, y el metro los transporta a todos. En la estación de Chistye Prudy, pegada a las paredes de la estación, alguien ha estado dejando una corona de flores todos estos domingos de madrugada en que he estado entrenando.
Al pasar la estación y seguir corriendo, se pasa junto al estanque que da nombre a la estación. Desde aquí hasta la confluencia con el río estamos pasando por una de las zonas más bonitas de Moscú, con un bulevar flanqueado de casas disfrazadas de palacios. El estanque refleja los árboles que lo flanquean y que cada semana que pasa están más calvos.
Además de ser una zona bonita, la confluencia con la Maroseyka es una zona de pequeños cafés donde los marchosos de clase media han estado prolongando la noche hasta que ésta dejó de serlo. Es otro nivel. Chicas vestidas de cuero, con minifaldas y botas altas, retando a la mañana, a la tarde y a todo lo que se mueva, mientras la noche sea joven y ellas también; maromos con el bolsillo lleno, aunque mucho más vacío que al salir de casa, armarios de casi dos metros, vestidura cara y chatis a juego.
Es, sí, otro nivel. Y son los primeros que reaccionan cuando un sujeto delgado les supera corriendo, una figura, si no imposible, sí impensable allí y entonces. Una chica delgada con melena rubia se da la vuelta, rueda su cabeza moviendo la cabellera, lacia y castigada, y lanza una carcajada dirigida a mí y a los maromos que la acompañan mientras suelta un "Krúto!", no sé si de desprecio o de sorpresa al ver que existen otros mundos fuera del suyo.
Hace unos años quizá me hubiera ofendido, o al menos me hubiera importado. Hoy me limité a girarme y a verle la cara, en la que aún era evidente la marcha que llevaba dentro y que permitía adivinar la resaca que le sucedería después. E hice una mueca que quería ser una sonrisa, pero que no creo que me saliera bien. No tenía importancia eso, cuando aún quedan muchos kilómetros por recorrer.
Poco antes de llegar al Ermitazh está la Embajada de Benin, que ni siquiera tiene miliciano que la proteja. En su lugar, y desde que llevamos viviendo en este barrio, la protección corre a cargo de un perro al que jamás hemos visto, pero siempre oímos, y que ya debe tener sus años. Cuando paso frente a la embajada, con mis zapatillas arrancando un sonido apenas perceptible, el perro guardián se despierta y ladra un par de veces, hasta parar al darse cuenta de que los sonidos de las zapatillas se iban alejando.
Por la Petrovka vamos bajando hasta el anillo de los bulevares. Los primeros trolebuses, completamente vacíos, van pasando monótonamente por las calles. Los bulevares están en plena reconstrucción, varias partes están cerradas a los peatones y se ve maquinaria de obras en distintos tramos.
Un par de trabajadores asiáticos me miran con indiferencia, mientras se intercambian algunas frases en un idioma totalmente desconocido para mí. Es curioso. A las siete de la mañana de un domingo hay gente trabajando en Moscú, esa ciudad que no se cierra nunca del todo, donde hay supermercados abiertos a todas horas y, lo que es más curioso, gente que los utiliza. Las obras públicas puede que se paren por falta de financiación, pero no porque sea domingo o sea de noche. A mayor o menor ritmo, pero las cosas avanzan.
Tras un par de tramos del anillo de los bulevares, se llega al metro de Chistye Prudy. El metro es otra cosa. Si Moscú, en general, es una ciudad que nunca está vacía, su metro siempre está lleno. Y lleno de cualquier cosa. En los alrededores de la estación se junta todo lo que puede juntarse a las siete de la mañana de un domingo. Los alcohólicos impenitentes que han estado esperando a que abrieran las puertas del metro, durmiendo en las salidas de los respiraderos, con la cara abotargada y enrojecida; los juerguistas de clase baja, que han prolongado la noche lo necesario para alcanzar la apertura del metro, al no disponer de otro modo de llegar a sus casas; trabajadoras de domingo por la mañana, quizá limpiadoras de cafés y restaurantes, quizá dependientas, que pasan con aprensión entre los mendigos, apretando el paso; creyentes ortodoxos que se dirigen a las iglesias del centro desde todos los confines de la ciudad, para asistir a la Eucaristía más temprana.
Moscú está llena de gente variopinta, y el metro los transporta a todos. En la estación de Chistye Prudy, pegada a las paredes de la estación, alguien ha estado dejando una corona de flores todos estos domingos de madrugada en que he estado entrenando.
Al pasar la estación y seguir corriendo, se pasa junto al estanque que da nombre a la estación. Desde aquí hasta la confluencia con el río estamos pasando por una de las zonas más bonitas de Moscú, con un bulevar flanqueado de casas disfrazadas de palacios. El estanque refleja los árboles que lo flanquean y que cada semana que pasa están más calvos.
Además de ser una zona bonita, la confluencia con la Maroseyka es una zona de pequeños cafés donde los marchosos de clase media han estado prolongando la noche hasta que ésta dejó de serlo. Es otro nivel. Chicas vestidas de cuero, con minifaldas y botas altas, retando a la mañana, a la tarde y a todo lo que se mueva, mientras la noche sea joven y ellas también; maromos con el bolsillo lleno, aunque mucho más vacío que al salir de casa, armarios de casi dos metros, vestidura cara y chatis a juego.
Es, sí, otro nivel. Y son los primeros que reaccionan cuando un sujeto delgado les supera corriendo, una figura, si no imposible, sí impensable allí y entonces. Una chica delgada con melena rubia se da la vuelta, rueda su cabeza moviendo la cabellera, lacia y castigada, y lanza una carcajada dirigida a mí y a los maromos que la acompañan mientras suelta un "Krúto!", no sé si de desprecio o de sorpresa al ver que existen otros mundos fuera del suyo.
Hace unos años quizá me hubiera ofendido, o al menos me hubiera importado. Hoy me limité a girarme y a verle la cara, en la que aún era evidente la marcha que llevaba dentro y que permitía adivinar la resaca que le sucedería después. E hice una mueca que quería ser una sonrisa, pero que no creo que me saliera bien. No tenía importancia eso, cuando aún quedan muchos kilómetros por recorrer.
lunes, 14 de noviembre de 2011
La soledad del corredor de fondo (II)
La hora de salir a correr por el centro de Moscú no permite demasiadas florituras. Moscú es una ciudad constantemente atestada de coches y contaminada a más no poder, mientras que lo ideal consiste en correr por lugares donde eso no ocurra, o al menos no abunde. Por fortuna, disponemos de un horario a propósito: los domingos a las seis y media de la mañana. Digamos que entre seis y media y nueve, los días de mayor fuerza de voluntad, y entre siete y media y diez, los días en que la cama nos atrae cual imán al hierro y no hay forma de salir de allí.
La indumentaria adecuada es otra de las particularidades. En Moscú, por estas fechas, hace frío. No frío a saco, vale, pero sí que estamos en esa zona entre cinco bajo cero y cinco sobre cero en que es algo imprudente correr a pecholobo descubierto, con camiseta de tirantes, y con pantalón de atletismo enseñando la mitad de las nalgas (el que las tenga). Así que: camiseta de manga corta, chándal ajustado (y no viene mal un poco de felpa en el interior), mallas de correr, pantalón corto de atletismo por encima (las mallas quedan demasiado ajustadas, y no es cosa de ir marcando eso por las calles de Moscú dejando en evidencia a la población masculina). Las zapatillas y los calcetines pueden ser los habituales y, eso sí, el gorro y los guantes son innegociables. Ya se sabe que la mayor parte del calor corporal se pierde por la cabeza y las manos, y en particular las manos hay que protegerlas bien, no en vano son la herramienta de trabajo de uno.
En cuestión de manos, pues, si bien es cierto que, para temperaturas de más de, digamos, dos grados, podría ser suficiente con un par de guantes, para temperaturas que estén por debajo de tres bajo cero es mejor ponerse dos pares en cada mano. Si fuéramos a dar un paseíto bastaría con un par (un par de guantes, se entiende; el otro par se da por hecho) y con meter las manos en los bolsillos, pero dos horas de trote es otra cosa. La semana pasada, que hacía un frío ya de nota alta, al llegar a casa había perdido la sensibilidad en un par de zonas de la mano izquierda, pulgar incluido, y eso que iba abriéndola y cerrándola a intervalos regulares. Tardé un buen par de horas en recuperar el pulgar para la causa.
Unas gafas tampoco vienen mal. A ciertas temperaturas, el lagrimal sufre lo suyo y comienza a echar lágrimas que no veas. Como uno no es una magdalena, proteger los ojos con unas gafas cerradas tiene todo el sentido del mundo.
Finalmente, hay que tener en cuenta que en Moscú no hay fuentes para beber. Si ya el agua del grifo es sumamente sospechosa, no digamos la de las fuentes públicas, que, por otra parte, a estas alturas del año están más que cerradas. Eso quiere decir que el agua la tenemos que llevar con nosotros, porque, en dos horas, algo sí que deberíamos beber. Lo mejor es un cinturón de correr de ésos que tienen un dispositivo para fijar un botellín, que van estupendamente. De paso, lo podemos aprovechar para meter en el bolsillo algunos objetos convenientes en la carrera.
El primero es un billete de quinientos rublos. Nunca se sabe cuándo le puede venir a uno un desfallecimiento inesperado, pero sí que puede ocurrir a ocho kilómetros de casa, y en esos casos se agradece poder arrastrarse, si no hasta casa, sí hasta la estación de metro más próxima, o parar un taxista pirata que se avenga a dejarte en casa. A Dios gracias, no lo he tenido que utilizar, pero seguro que el día que no lo tenga lo voy a necesitar.
Luego vienen las llaves de casa. Se supone que podría volver a casa, yendo todo bien, a las ocho y media de la mañana de un domingo, momento en que no está garantizado que todo el mundo esté de pie. De hecho, ni siquiera está garantizado que alguien esté de pie.
Finalmente, la técnica más conveniente es el reproductor MP3, que ya sé que es una mariconada y que tampoco voy a llevar en carrera, pero permite repasar algunas asignaturas mientras se corre. Luego llegan los exámenes y todo son prisas.
Y, para finalizar, una cámara de fotos, porque, si no, a buenas horas iba a poder demostrar que hay momentos del dí... de la semana en que se puede estar en la calle Arbat o en el bulevar Tverskoy completamente solo. Nadie me creería.
Y, ahora sí, salimos por la puerta, a ver qué encontramos en el exterior a estas horas ¿Habrá alguien?
La indumentaria adecuada es otra de las particularidades. En Moscú, por estas fechas, hace frío. No frío a saco, vale, pero sí que estamos en esa zona entre cinco bajo cero y cinco sobre cero en que es algo imprudente correr a pecholobo descubierto, con camiseta de tirantes, y con pantalón de atletismo enseñando la mitad de las nalgas (el que las tenga). Así que: camiseta de manga corta, chándal ajustado (y no viene mal un poco de felpa en el interior), mallas de correr, pantalón corto de atletismo por encima (las mallas quedan demasiado ajustadas, y no es cosa de ir marcando eso por las calles de Moscú dejando en evidencia a la población masculina). Las zapatillas y los calcetines pueden ser los habituales y, eso sí, el gorro y los guantes son innegociables. Ya se sabe que la mayor parte del calor corporal se pierde por la cabeza y las manos, y en particular las manos hay que protegerlas bien, no en vano son la herramienta de trabajo de uno.
En cuestión de manos, pues, si bien es cierto que, para temperaturas de más de, digamos, dos grados, podría ser suficiente con un par de guantes, para temperaturas que estén por debajo de tres bajo cero es mejor ponerse dos pares en cada mano. Si fuéramos a dar un paseíto bastaría con un par (un par de guantes, se entiende; el otro par se da por hecho) y con meter las manos en los bolsillos, pero dos horas de trote es otra cosa. La semana pasada, que hacía un frío ya de nota alta, al llegar a casa había perdido la sensibilidad en un par de zonas de la mano izquierda, pulgar incluido, y eso que iba abriéndola y cerrándola a intervalos regulares. Tardé un buen par de horas en recuperar el pulgar para la causa.
Unas gafas tampoco vienen mal. A ciertas temperaturas, el lagrimal sufre lo suyo y comienza a echar lágrimas que no veas. Como uno no es una magdalena, proteger los ojos con unas gafas cerradas tiene todo el sentido del mundo.
Finalmente, hay que tener en cuenta que en Moscú no hay fuentes para beber. Si ya el agua del grifo es sumamente sospechosa, no digamos la de las fuentes públicas, que, por otra parte, a estas alturas del año están más que cerradas. Eso quiere decir que el agua la tenemos que llevar con nosotros, porque, en dos horas, algo sí que deberíamos beber. Lo mejor es un cinturón de correr de ésos que tienen un dispositivo para fijar un botellín, que van estupendamente. De paso, lo podemos aprovechar para meter en el bolsillo algunos objetos convenientes en la carrera.
El primero es un billete de quinientos rublos. Nunca se sabe cuándo le puede venir a uno un desfallecimiento inesperado, pero sí que puede ocurrir a ocho kilómetros de casa, y en esos casos se agradece poder arrastrarse, si no hasta casa, sí hasta la estación de metro más próxima, o parar un taxista pirata que se avenga a dejarte en casa. A Dios gracias, no lo he tenido que utilizar, pero seguro que el día que no lo tenga lo voy a necesitar.
Luego vienen las llaves de casa. Se supone que podría volver a casa, yendo todo bien, a las ocho y media de la mañana de un domingo, momento en que no está garantizado que todo el mundo esté de pie. De hecho, ni siquiera está garantizado que alguien esté de pie.
Finalmente, la técnica más conveniente es el reproductor MP3, que ya sé que es una mariconada y que tampoco voy a llevar en carrera, pero permite repasar algunas asignaturas mientras se corre. Luego llegan los exámenes y todo son prisas.
Y, para finalizar, una cámara de fotos, porque, si no, a buenas horas iba a poder demostrar que hay momentos del dí... de la semana en que se puede estar en la calle Arbat o en el bulevar Tverskoy completamente solo. Nadie me creería.
Y, ahora sí, salimos por la puerta, a ver qué encontramos en el exterior a estas horas ¿Habrá alguien?
sábado, 12 de noviembre de 2011
La soledad del corredor de fondo (I)
Una de las cosas pejigueras de viajar bastante y de estar preparando una carrera importante, o simplemente larga, es que toca entrenar en sitios bastante diferentes. En mi caso particular, eso ha implicado hacerlo en Moscú, Madrid y Valencia a lo largo del último mes. En Cuenca y Santiago estaba destrozado al acabar el día y no llegué a sacar las zapatillas de la maleta, mientras que en San Petersburgo sí que entrené, pero en el gimnasio del hotel, que siempre estaba casi vacío, porque apenas dejó de llover en todo el tiempo que estuve por allí. Una lástima, porque San Petersburgo debe ser un sitio realmente bueno para correr.
Se aprecian diferencias grandes entre todos estos sitios. No es porque sea valenciano, pero el mejor lugar para entrenar es Valencia. Hace dos semanas me tocó hacer por allí el rodaje más largo de mi vida, y la verdad es que menos mal que me tocó allí, en un lugar donde es raro que no se pueda ir en camiseta y pantalón corto y en el que el cauce antiguo del río atraviesa toda la ciudad, que no es tan grande, y es difícil no poder llegar hasta él desde casi cualquier sitio.
En Madrid también hay un montón de zonas verdes, y tampoco es demasiado complicado hacerlo. Yo estaba alojado hacia la parte más oriental del centro, así que mi zona lógica acabó siendo el Templo de Debod y la zona del parque del Oeste. En mi habitación del hotel, muy ufanos ellos, habían puesto un planito con sitios para correr, y como gran cosa ponían un recorrido de dos kilómetros y medio que salía del hotel, daba una vuelta al Templo de Debod, y volvía al hotel. Dos kilómetros y medio... se deben creer que todos sus huéspedes son nenas. A la cuarta vuelta al Templo de Debod estaba aburrido y me fui por el Paseo del Pintor Rosales a ver qué encontraba. La verdad es que encontré a bastante gente corriendo, aunque menos que en Valencia. Los que no corrían, a juzgar por el olor y porque estaban solos con pinta de flipaos mirando a los trenes que pasaban, se dedicaban a fumar porros. Se ve que Madrid es una ciudad sin término medio.
Moscú tampoco tiene término medio, pero aquí sí que los que corremos somos cuatro gatos, y los domingos entre siete y nueve de la mañana en este otoño avanzado ni eso. Moscú tiene muchas zonas verdes, pero los que vivimos en el centro estamos lejos de ellas. Siempre queda la opción de coger el coche y acercarse, pero luego está el farragoso camino de vuelta, sudado (sí, a cinco bajo cero también es posible sudar) y dejando los asientos del coche como no digan dueñas. Así que, descartado esto, sólo cabe salir corriendo de casa y buscar los escasitos espacios aceptables que hay por el centro.
Iremos viendo recorridos posibles durante algunas de las próximas entradas, lo cual se puede aprovechar para hacer un recorrido turístico por el Moscú recién amanecido. Ya, ya sé que estamos en campaña electoral en Rusia y en España y esas zarandajas, pero, ¿a quién le interesa la política, pudiendo correr?
Se aprecian diferencias grandes entre todos estos sitios. No es porque sea valenciano, pero el mejor lugar para entrenar es Valencia. Hace dos semanas me tocó hacer por allí el rodaje más largo de mi vida, y la verdad es que menos mal que me tocó allí, en un lugar donde es raro que no se pueda ir en camiseta y pantalón corto y en el que el cauce antiguo del río atraviesa toda la ciudad, que no es tan grande, y es difícil no poder llegar hasta él desde casi cualquier sitio.
En Madrid también hay un montón de zonas verdes, y tampoco es demasiado complicado hacerlo. Yo estaba alojado hacia la parte más oriental del centro, así que mi zona lógica acabó siendo el Templo de Debod y la zona del parque del Oeste. En mi habitación del hotel, muy ufanos ellos, habían puesto un planito con sitios para correr, y como gran cosa ponían un recorrido de dos kilómetros y medio que salía del hotel, daba una vuelta al Templo de Debod, y volvía al hotel. Dos kilómetros y medio... se deben creer que todos sus huéspedes son nenas. A la cuarta vuelta al Templo de Debod estaba aburrido y me fui por el Paseo del Pintor Rosales a ver qué encontraba. La verdad es que encontré a bastante gente corriendo, aunque menos que en Valencia. Los que no corrían, a juzgar por el olor y porque estaban solos con pinta de flipaos mirando a los trenes que pasaban, se dedicaban a fumar porros. Se ve que Madrid es una ciudad sin término medio.
Moscú tampoco tiene término medio, pero aquí sí que los que corremos somos cuatro gatos, y los domingos entre siete y nueve de la mañana en este otoño avanzado ni eso. Moscú tiene muchas zonas verdes, pero los que vivimos en el centro estamos lejos de ellas. Siempre queda la opción de coger el coche y acercarse, pero luego está el farragoso camino de vuelta, sudado (sí, a cinco bajo cero también es posible sudar) y dejando los asientos del coche como no digan dueñas. Así que, descartado esto, sólo cabe salir corriendo de casa y buscar los escasitos espacios aceptables que hay por el centro.
Iremos viendo recorridos posibles durante algunas de las próximas entradas, lo cual se puede aprovechar para hacer un recorrido turístico por el Moscú recién amanecido. Ya, ya sé que estamos en campaña electoral en Rusia y en España y esas zarandajas, pero, ¿a quién le interesa la política, pudiendo correr?
jueves, 10 de noviembre de 2011
Devoluciones
Los trámites para la devolución del IVA en el aeropuerto de Barajas es algo que los españoles que vivimos en el extranjero remoto (es decir, fuera de la UE) conocemos bien. Uno llega al aeropuerto y lo primero que tiene que hacer es no facturar. En la T-4, el garito de la Guardia Civil está después de los mostradores de facturación. Nunca me ha pasado, pero el guardia del puesto puede perfectamente solicitar que le enseñes el objeto que has comprado y que te llevas fuera del territorio de aplicación del IVA. Si has facturado, se siente.
Como en mi grupo, cada una de las participantes iba en vuelos diferentes, yo me quedé con las que volvían, como yo mismo, a Moscú. Eran siete personas, todas mujeres, y cuatro de ellas, que no era la primera vez que pisaban España, habían tomado la precaución de pedir a El Corte Inglés (quién si no) que les hicieran las facturillas especiales del tax-free. Otras tres debían ser relativamente nuevas en el ajo, o habían comprado a saber dónde, y la última había sido más comedida y no había comprado nada que superara en su conjunto los noventa euros a partir de los cuales ya se puede pedir la devolución.
Les enseñé la ventanilla a las cuatro que venían conmigo, me quedé con sus maletas, procurando que el guardia civil viera que las teníamos, y a éste, que venía de explicarle prolijamente a un turista despistado que sólo con el tique de compra a pelo no le podía sellar nada, se le vio aliviado cuando vio que sus siguientes cuatro clientes hablaban un español más que decentillo y lo tenían todo en orden. Ni siquiera se molestó en comprobar más que el pasaporte y lo selló todo.
Tras facturar, pasar la m**rd* de control de seguridad que tienen allí y llegar a la terminal satélite, les llevé al puesto donde les darían el dinero. Aquí ya comencé a darme cuenta de que estaba ante un caso tirando a especial y manirroto. Yo, cuando voy a España y compro algo, suelen ser cosas como material informático (esos teclados con la eñe que no se encuentran por otros sitios), y quizá algo de ropa y calzado, que en Rusia va muchísimo más caro. Y ya está. Teniendo en cuenta que al final lo que te devuelven viene a ser, en los mejores días, el 10% de lo que pagaste, lejos del 18% que es el tipo del IVA español, y que el reciente incremento del IVA en dos puntos ha ido a parar directamente a la entidad gestora y rapiñadora, pues como que tampoco estoy muy entusiasmado. Normalmente voy buscando mucho más precios baratos que comercios con la pegatina del tax-free.
El caso es que, cuando lo he hecho, me he llevado unos treinta euros los días de más éxito. Mis compañeras de viaje, en cambio, parecía que hubieran cambiado su ajuar entero, Dios mío. La que menos salió de la caja con ochenta euros, y la que más supero muy holgadamente los cien. En El Corte Inglés deben estar llorando de pena por el viaje de retorno de semejantes clientes. Un poco más e Isidoro Álvarez las cita en el informe anual.
¿Qué es lo que hacen cuatro rusas en un aeropuerto con pasta fresca en su bolsillo y hora y media por delante antes del embarque de su vuelo? Síiiiiii, eso precisamente, saquear las tiendas. Yo las acompañé por pura curiosidad y porque, tal y como veía el percal, me temía que alguna pereciera bajo el peso y el volumen de los bultos que tenía y que no hacían sino aumentar.
De paso, ya tengo una idea de lo que compran las rusas en los duty-free. Éstas no fumaban, a Dios gracias, y además conocían bastante bien España. Compraron turrón en cantidades enormes. Yo espero llegar a tiempo de comprarlo en Mercadona por cuatro chavos, porque ocho euros por tableta por un turrón industrial, y eso que se supone que viene sin impuestos, es una faltada de narices. Compraron jerez y coñac para aburrir, y una tuvo un antojo y se compró chocolate. Ya dije en la primera entrada de la serie que lo suyo era el dulce, y su volumen lo testificaba.
Claro, a la salida de la tienda hubieran hecho falta un par de porteadores de safari para llevar todo aquello. Me hice con un carrito del aeropuerto y, mal que bien, pudimos llegar a la puerta de embarque. Iberia, siempre tan cariñosa con el vuelo de Moscú, no sólo obliga a los pasajeros a pasar cinco horas en un asiento tan parecido a un zulo que no falta sino que las azafatas vayan con pasamontañas y boina negra por el avión, repartiendo el Zutabe y el Gara en lugar del ABC y El País; no, Iberia, además, pone el avión en el último rincón del aeropuerto, lo más lejos posible, como para que los pasajeros vayamos haciendo camino a Moscú.
Al final, pues, llegamos a la puerta de embarque y mis compañeras lograron agarrar todas las bolsas que llevaban y que las tapaban casi por completo. Como yo me senté más bien hacia delante, y ellas iban en la parte trasera, no vi cómo consiguieron colocar tanto bulto en los estantes superiores, pero tuvo que ser digno de verse.
Y con esto termina la serie del viaje, mucho más tranquilo que en otras ocasiones en que los participantes eran todos hombres y alguno con tendencias muy marcadas hacia el levantamiento de vidrio. Pero ya tocaba volver a Moscú, donde siguen pasando cosas.
Como en mi grupo, cada una de las participantes iba en vuelos diferentes, yo me quedé con las que volvían, como yo mismo, a Moscú. Eran siete personas, todas mujeres, y cuatro de ellas, que no era la primera vez que pisaban España, habían tomado la precaución de pedir a El Corte Inglés (quién si no) que les hicieran las facturillas especiales del tax-free. Otras tres debían ser relativamente nuevas en el ajo, o habían comprado a saber dónde, y la última había sido más comedida y no había comprado nada que superara en su conjunto los noventa euros a partir de los cuales ya se puede pedir la devolución.
Les enseñé la ventanilla a las cuatro que venían conmigo, me quedé con sus maletas, procurando que el guardia civil viera que las teníamos, y a éste, que venía de explicarle prolijamente a un turista despistado que sólo con el tique de compra a pelo no le podía sellar nada, se le vio aliviado cuando vio que sus siguientes cuatro clientes hablaban un español más que decentillo y lo tenían todo en orden. Ni siquiera se molestó en comprobar más que el pasaporte y lo selló todo.
Tras facturar, pasar la m**rd* de control de seguridad que tienen allí y llegar a la terminal satélite, les llevé al puesto donde les darían el dinero. Aquí ya comencé a darme cuenta de que estaba ante un caso tirando a especial y manirroto. Yo, cuando voy a España y compro algo, suelen ser cosas como material informático (esos teclados con la eñe que no se encuentran por otros sitios), y quizá algo de ropa y calzado, que en Rusia va muchísimo más caro. Y ya está. Teniendo en cuenta que al final lo que te devuelven viene a ser, en los mejores días, el 10% de lo que pagaste, lejos del 18% que es el tipo del IVA español, y que el reciente incremento del IVA en dos puntos ha ido a parar directamente a la entidad gestora y rapiñadora, pues como que tampoco estoy muy entusiasmado. Normalmente voy buscando mucho más precios baratos que comercios con la pegatina del tax-free.
El caso es que, cuando lo he hecho, me he llevado unos treinta euros los días de más éxito. Mis compañeras de viaje, en cambio, parecía que hubieran cambiado su ajuar entero, Dios mío. La que menos salió de la caja con ochenta euros, y la que más supero muy holgadamente los cien. En El Corte Inglés deben estar llorando de pena por el viaje de retorno de semejantes clientes. Un poco más e Isidoro Álvarez las cita en el informe anual.
¿Qué es lo que hacen cuatro rusas en un aeropuerto con pasta fresca en su bolsillo y hora y media por delante antes del embarque de su vuelo? Síiiiiii, eso precisamente, saquear las tiendas. Yo las acompañé por pura curiosidad y porque, tal y como veía el percal, me temía que alguna pereciera bajo el peso y el volumen de los bultos que tenía y que no hacían sino aumentar.
De paso, ya tengo una idea de lo que compran las rusas en los duty-free. Éstas no fumaban, a Dios gracias, y además conocían bastante bien España. Compraron turrón en cantidades enormes. Yo espero llegar a tiempo de comprarlo en Mercadona por cuatro chavos, porque ocho euros por tableta por un turrón industrial, y eso que se supone que viene sin impuestos, es una faltada de narices. Compraron jerez y coñac para aburrir, y una tuvo un antojo y se compró chocolate. Ya dije en la primera entrada de la serie que lo suyo era el dulce, y su volumen lo testificaba.
Claro, a la salida de la tienda hubieran hecho falta un par de porteadores de safari para llevar todo aquello. Me hice con un carrito del aeropuerto y, mal que bien, pudimos llegar a la puerta de embarque. Iberia, siempre tan cariñosa con el vuelo de Moscú, no sólo obliga a los pasajeros a pasar cinco horas en un asiento tan parecido a un zulo que no falta sino que las azafatas vayan con pasamontañas y boina negra por el avión, repartiendo el Zutabe y el Gara en lugar del ABC y El País; no, Iberia, además, pone el avión en el último rincón del aeropuerto, lo más lejos posible, como para que los pasajeros vayamos haciendo camino a Moscú.
Al final, pues, llegamos a la puerta de embarque y mis compañeras lograron agarrar todas las bolsas que llevaban y que las tapaban casi por completo. Como yo me senté más bien hacia delante, y ellas iban en la parte trasera, no vi cómo consiguieron colocar tanto bulto en los estantes superiores, pero tuvo que ser digno de verse.
Y con esto termina la serie del viaje, mucho más tranquilo que en otras ocasiones en que los participantes eran todos hombres y alguno con tendencias muy marcadas hacia el levantamiento de vidrio. Pero ya tocaba volver a Moscú, donde siguen pasando cosas.
martes, 8 de noviembre de 2011
Prejuicios (II)
Era mi primera visita a Santiago. Siempre me había imaginado que llegaría andando, desde Astorga, desde Burgos, quizá desde Roncesvalles, que llegaría a la plaza del Obradoiro por el camino francés, bajo un cielo gris y una llovizna, y que iría de corrido a ver al Santo a rezar y a dar gracias por haber completado el camino.
En lugar de eso, llegué en un autobús desde el aeropuerto, acompañado por un grupo de rusas (y un ruso zumbón) que no entendían de la misa la media y que se preguntaban quiénes eran esos tipos barbudos con botas de montaña, aspecto desaliñado y unas conchas rarísimas colgadas del mochilón que, de vez en cuando, aparecían por la plaza con aspecto despistado. Y no había ni cielo gris, ni llovizna, sino una noche clarísima y, al día siguiente, un día totalmente claro y soleado con apenas alguna nube inofensiva dando vueltas por el firmamento. La antítesis de lo que me imaginaba yo cuando hojeaba las guías del camino que había leído en mi casa.
* * *
Por la tarde, a la mesa, la rusa que no hablaba aún suficiente español para hacer de intérprete era objeto de conversación. La gente se hacía lenguas de lo bien que hablaba nuestro idioma... para llevar sólo seis meses por allí.
- Pues esta chica - me dijo la española que estaba sentada a mi lado - lleva camino de hacer lo mismo que tú, pero en España, porque está ennoviada con un chico español, de por aquí.
Segundo prejuicio: Si un español habla bien ruso, eso es necesariamente porque su churri es rusa.
- Eh - repuse enseguida -, que mi mujer es española.
- ¿Ah, sí? - mi interlocutora pareció confundida, como si semejante posibilidad hubiera que excluirla completamente.
A la salida, me puse a meditar si conozco algún -otro- caso de español casado con no-rusa y que hablase ruso por los codos. La verdad es que le di muchas vueltas a la cabeza y, como no encontré ninguno, terminé por reconocer que, en este caso, es posible que el prejuicio tenga algo de fundamento. Para ser sincero, es más frecuente el caso del español que, por muy casado con rusa que esté y mucho tiempo que lleve con ella viviendo en Rusia, sigue hablando un ruso macarrónico.
Supongo que básicamente la cuestión consiste en que no hay matrimonios de españoles que vivan en Rusia y lleven allí más de, digamos, cuatro o cinco años (bueno, hay uno, si lo sabré yo). Las estancias a largo plazo de españoles se reducen a los numerosos, y muchas veces inestables, casos de matrimonios mixtos. Entre ellos hay españoles que hablan un ruso excelente y que me pueden dar sopas con ondas en fluidez y desparpajo, y españoles que, tras años y años de estancia y matrimonio, siguen pensando que el ruso es un idioma sumamente difícil y que ellos, con tal de saber pedir una cerveza y quedar con las chicas, ya van bien.
A uno se le queda, así, un poco una cara de bicho raro. Quizá no había caído en la cuenta de esto hasta ahora. Lo mío sería hablar ruso como los indios o, para hablarlo bien, estar casado con una rusa; pero resulta que no pasan ninguna de las dos cosas. Lo más que tengo en casa son tres personas cuya lengua materna se puede decir con toda justicia que es el ruso, pero me da la impresión de que yo ya hablaba mucho más que decentemente antes de que apareciera cualquiera de las tres.
En estos pensamientos, fruto seguramente de las calenturas, dejé al grupo en el parador y yo me metí en la catedral. Y no por haber llegado en autobús, y no a pie, dejé de admirar su obra, de rezar ante la tumba del Apóstol, de abrazar la estatua como los peregrinos, aunque sin tanto mérito como ellos, y hasta de confesar y comulgar. Hay que decir que lo de confesarse con un sacerdote gallego tiene su mérito. La penitencia la tuvo que repetir tres veces, porque no me quedaba yo muy seguro de lo que me quería imponer, no sé si por el acento, por su hilillo de voz, o simplemente porque hay gallegos que son así.
Y la próxima vez, ojalá la llegada sea a pie.
* * *
Y con esto el viaje va llegando a su fin. El Levante, tras dos derrotas consecutivas, se ha alejado de la cabeza, así que Fadrique, o eso espero, se habrá olvidado de las humillaciones pasadas.
Pero todavía queda un aspecto importante del viaje: pasar por el duty-free del aeropuerto con quince rusas.
La cosa promete.
En lugar de eso, llegué en un autobús desde el aeropuerto, acompañado por un grupo de rusas (y un ruso zumbón) que no entendían de la misa la media y que se preguntaban quiénes eran esos tipos barbudos con botas de montaña, aspecto desaliñado y unas conchas rarísimas colgadas del mochilón que, de vez en cuando, aparecían por la plaza con aspecto despistado. Y no había ni cielo gris, ni llovizna, sino una noche clarísima y, al día siguiente, un día totalmente claro y soleado con apenas alguna nube inofensiva dando vueltas por el firmamento. La antítesis de lo que me imaginaba yo cuando hojeaba las guías del camino que había leído en mi casa.
* * *
Por la tarde, a la mesa, la rusa que no hablaba aún suficiente español para hacer de intérprete era objeto de conversación. La gente se hacía lenguas de lo bien que hablaba nuestro idioma... para llevar sólo seis meses por allí.
- Pues esta chica - me dijo la española que estaba sentada a mi lado - lleva camino de hacer lo mismo que tú, pero en España, porque está ennoviada con un chico español, de por aquí.
Segundo prejuicio: Si un español habla bien ruso, eso es necesariamente porque su churri es rusa.
- Eh - repuse enseguida -, que mi mujer es española.
- ¿Ah, sí? - mi interlocutora pareció confundida, como si semejante posibilidad hubiera que excluirla completamente.
A la salida, me puse a meditar si conozco algún -otro- caso de español casado con no-rusa y que hablase ruso por los codos. La verdad es que le di muchas vueltas a la cabeza y, como no encontré ninguno, terminé por reconocer que, en este caso, es posible que el prejuicio tenga algo de fundamento. Para ser sincero, es más frecuente el caso del español que, por muy casado con rusa que esté y mucho tiempo que lleve con ella viviendo en Rusia, sigue hablando un ruso macarrónico.
Supongo que básicamente la cuestión consiste en que no hay matrimonios de españoles que vivan en Rusia y lleven allí más de, digamos, cuatro o cinco años (bueno, hay uno, si lo sabré yo). Las estancias a largo plazo de españoles se reducen a los numerosos, y muchas veces inestables, casos de matrimonios mixtos. Entre ellos hay españoles que hablan un ruso excelente y que me pueden dar sopas con ondas en fluidez y desparpajo, y españoles que, tras años y años de estancia y matrimonio, siguen pensando que el ruso es un idioma sumamente difícil y que ellos, con tal de saber pedir una cerveza y quedar con las chicas, ya van bien.
A uno se le queda, así, un poco una cara de bicho raro. Quizá no había caído en la cuenta de esto hasta ahora. Lo mío sería hablar ruso como los indios o, para hablarlo bien, estar casado con una rusa; pero resulta que no pasan ninguna de las dos cosas. Lo más que tengo en casa son tres personas cuya lengua materna se puede decir con toda justicia que es el ruso, pero me da la impresión de que yo ya hablaba mucho más que decentemente antes de que apareciera cualquiera de las tres.
En estos pensamientos, fruto seguramente de las calenturas, dejé al grupo en el parador y yo me metí en la catedral. Y no por haber llegado en autobús, y no a pie, dejé de admirar su obra, de rezar ante la tumba del Apóstol, de abrazar la estatua como los peregrinos, aunque sin tanto mérito como ellos, y hasta de confesar y comulgar. Hay que decir que lo de confesarse con un sacerdote gallego tiene su mérito. La penitencia la tuvo que repetir tres veces, porque no me quedaba yo muy seguro de lo que me quería imponer, no sé si por el acento, por su hilillo de voz, o simplemente porque hay gallegos que son así.
Y la próxima vez, ojalá la llegada sea a pie.
* * *
Y con esto el viaje va llegando a su fin. El Levante, tras dos derrotas consecutivas, se ha alejado de la cabeza, así que Fadrique, o eso espero, se habrá olvidado de las humillaciones pasadas.
Pero todavía queda un aspecto importante del viaje: pasar por el duty-free del aeropuerto con quince rusas.
La cosa promete.
viernes, 4 de noviembre de 2011
Prejuicios (I)
Tras el viaje por Cuenca y por Madrid, la siguiente etapa estaba en el lugar más característico de Europa, allí donde gentes de todo tipo y condición acuden desde cualquier lugar. Obviamente, me refiero a Santiago de Compostela.
Santiago de Compostela era un lugar donde se suponía que iba a descansar un poco de mis funciones de traductor. Teníamos traductora local, una rusa veinteañera, tirando a monilla (y, por tanto, muy diferente a casi todas mis compañeras de viaje), que llevaba algún tiempo viviendo por allí y estudiando español, así que me las prometía muy felices y descansadas.
Por desgracia, no hubo para tanto. La rusa se había embebido muy rápidamente del carácter galaico local. Le preguntabas algo y te respondía de forma bastante ambigua, con un "no sé", "depende" o "podría ser". En cuanto comenzó a traducir, o lo que parecía ser traducir, se hizo evidente que no era lo suyo, y que tenía que estudiar bastante más español para hacer un papel digno. Vamos, que como traductora era una promesa, pero estaba aún muy lejos de ser una realidad. Teniendo en cuenta que estaba rodeada de profesoras de español y de un servidor, que de traducir algo sé, lo más probable en que, encima, sintiera la presión, y eso que fuimos de lo más discretito.
En cuanto hubo que traducir algo más serio (y, en particular, a alguien más serio), la rusa insinuó que quizá fuera mejor pasar el testigo a otro más avezado, así que di un paso al frente. Tuve la suerte de que no me tocó nada demasiado técnico, sino unas palabras de bienvenida, que vienen a ser casi todas iguales, así que solté el ruso con una fluidez sobrada.
Al acabar, le di las gracias a mi interpretado en español, idioma que obviamente hablo sin acento, ni siquiera valenciano.
- Ah, pero, ¿usted no es ruso?
- Pues claro que no. Soy español.
- Ah, es que pensaba que usted era ruso. Como lo oía hablar ruso, y es un idioma tan difícil.
Primer prejuicio: Ningún español es capaz de aprender ruso.
¿Es verdad? Claro que no, pero hemos de creérnoslo. La mayor parte de los españoles que podrían hablar ruso están medio acomplejados y pasan en cuanto pueden al castellano. Y hacen mal. Todos los que hablamos ruso, y hemos empezado tarde a hacerlo, hemos soltado barbaridades en nuestros primeros años, pero para llegar a un nivelillo aceptable hay que asumir que tenemos que pasar por eso.
Los rusos, en cambio, por lo general no se cortan un pelo, y al poco tiempo de entrar en contacto con un idioma ya se lanzan y lo hablan mejor que peor, y no digamos cuando tienen enfrente a un nativo. Por muy bien que hable ruso el nativo, el ruso se empeñará en buitrear y hablar el idioma del otro (que, si es español, normalmente estará encantado). Tenía yo una secretaria que hablaba un castellano totalmente ortopédico, con unos giros que no sé en qué manual habría aprendido, y que se empeñaba en hablar castellano conmigo y traducirme lo que le contaban en ruso, con lo que no me enteraba yo ni de la mitad, me terminaba por poner nervioso y le rogaba que me lo dijera en ruso. De eso nada. La chica seguía erre que erre martirizando el castellano, y de paso a mí. Ya digo yo que tenía esa secretaría.
Pero no es éste el único prejuicio. Hay otro. Pero hoy se ha hecho muy tarde, así que queda para otro día.
Santiago de Compostela era un lugar donde se suponía que iba a descansar un poco de mis funciones de traductor. Teníamos traductora local, una rusa veinteañera, tirando a monilla (y, por tanto, muy diferente a casi todas mis compañeras de viaje), que llevaba algún tiempo viviendo por allí y estudiando español, así que me las prometía muy felices y descansadas.
Por desgracia, no hubo para tanto. La rusa se había embebido muy rápidamente del carácter galaico local. Le preguntabas algo y te respondía de forma bastante ambigua, con un "no sé", "depende" o "podría ser". En cuanto comenzó a traducir, o lo que parecía ser traducir, se hizo evidente que no era lo suyo, y que tenía que estudiar bastante más español para hacer un papel digno. Vamos, que como traductora era una promesa, pero estaba aún muy lejos de ser una realidad. Teniendo en cuenta que estaba rodeada de profesoras de español y de un servidor, que de traducir algo sé, lo más probable en que, encima, sintiera la presión, y eso que fuimos de lo más discretito.
En cuanto hubo que traducir algo más serio (y, en particular, a alguien más serio), la rusa insinuó que quizá fuera mejor pasar el testigo a otro más avezado, así que di un paso al frente. Tuve la suerte de que no me tocó nada demasiado técnico, sino unas palabras de bienvenida, que vienen a ser casi todas iguales, así que solté el ruso con una fluidez sobrada.
Al acabar, le di las gracias a mi interpretado en español, idioma que obviamente hablo sin acento, ni siquiera valenciano.
- Ah, pero, ¿usted no es ruso?
- Pues claro que no. Soy español.
- Ah, es que pensaba que usted era ruso. Como lo oía hablar ruso, y es un idioma tan difícil.
Primer prejuicio: Ningún español es capaz de aprender ruso.
¿Es verdad? Claro que no, pero hemos de creérnoslo. La mayor parte de los españoles que podrían hablar ruso están medio acomplejados y pasan en cuanto pueden al castellano. Y hacen mal. Todos los que hablamos ruso, y hemos empezado tarde a hacerlo, hemos soltado barbaridades en nuestros primeros años, pero para llegar a un nivelillo aceptable hay que asumir que tenemos que pasar por eso.
Los rusos, en cambio, por lo general no se cortan un pelo, y al poco tiempo de entrar en contacto con un idioma ya se lanzan y lo hablan mejor que peor, y no digamos cuando tienen enfrente a un nativo. Por muy bien que hable ruso el nativo, el ruso se empeñará en buitrear y hablar el idioma del otro (que, si es español, normalmente estará encantado). Tenía yo una secretaria que hablaba un castellano totalmente ortopédico, con unos giros que no sé en qué manual habría aprendido, y que se empeñaba en hablar castellano conmigo y traducirme lo que le contaban en ruso, con lo que no me enteraba yo ni de la mitad, me terminaba por poner nervioso y le rogaba que me lo dijera en ruso. De eso nada. La chica seguía erre que erre martirizando el castellano, y de paso a mí. Ya digo yo que tenía esa secretaría.
Pero no es éste el único prejuicio. Hay otro. Pero hoy se ha hecho muy tarde, así que queda para otro día.
miércoles, 2 de noviembre de 2011
Reclamaciones
De vuelta por Madrid, después del breve paso por Cuenca, resultó que el hotel se columpió con nosotros cosa mala. Baja uno a desayunar, y se encuentra con una cola del quince. Son las siete y veinte de la mañana, nuestro autobús salía a las ocho, y tardo quince minutos, quince, en acceder a la sala. El resultado es que lo que hubiera debido ser un desayuno tranquilo, con un cuarto de hora largo para nutrirse tranquilamente, se convierte en una carrera de obstáculos, que se complica cuando, por las prisas y por un codazo involuntario de un japonés con tanta prisa como yo, me tiro medio vaso de zumo de naranja por encima de la ropa y tengo que perder cinco minutos suplementarios en cambiarme de ropa (y veinte euros suplementarios que me cobró la lavandería del hotel por dejarme la ropa como antes de mancharla).
Como no sé por qué capricho el personal del hotel no abrió la sala que tenía al lado mismo de la sala de desayunos y que hubiera deshecho la cola como un azucarillo, me cabreé con el hotel y decidí que la cosa no se quedaría así. Durante todo el día estuve intentando soliviantar a mis compañeros rusos de grupo para que presentaran una reclamación, como yo mismo pensaba hacer, para darle más fuerza.
El resultado de mis intentos de encender a las masas fue bastante lamentable.
- Voy a presentar una reclamación por lo que ha pasado esta mañana con el desayuno ¿Por qué no presentan ustedes una también?
Las rusas me miraban como si fuera un extraterrestre.
- Eso no sirve para nada. Igual que en Rusia. - decían ellas.
- Que sí. Que sí que sirve. - decía yo.
Una de las rusas, por lo demás muy maja, emitió unas risitas, no sé si de simpatía o de conmiseración.
- ¿Va usted a reclamar? ¡Qué mono!
- Tampoco ha sido para tanto. Total, un cuartito de hora - intervino otra.
- ¿Y por qué va a reclamar? - preguntó una tercera.
- ¿Y servirá para algo? Yo creo que no.
Lamentablemente, la muestra de rusas era lo suficientemente significativa, lo cual da pie a una reflexión, y es que uno de los motivos por los que las cosas en Rusia, sobre todo en materia de servicio, vayan tan sumamente mal es que la gente se conforma con cualquier cosa. Es posible que los rusos se quejen, pero lo hacen mal y en la intimidad, como Aznar hablando catalán, y nunca toman el bolígrafo después de que les traten de pena con ánimo que no dejar títere con cabeza allí donde los desprecian. Y, con ello, la consecuencia es lógica: los dueños de los servicios saben que disponen de impunidad poco menos que garantizada y siguen tal cual, tocando las narices al personal por pura antipatía. Y es verdad que las cosas han mejorado, pero ha sido por la competencia, no por que el ruso medio se haya puesto gallito.
Por la tarde, a la vuelta al hotel, fui a recepción ya con la sangre fría que da el haber pasado varias horas desde el suceso, y dije que quería poner una reclamación.
En España, poner una reclamación en un hotel debe ser chungo para el establecimiento. Lo digo porque lo he intentado hacer dos veces, y en las dos el gerente salió disparado de donde estuviera y movió cielo y tierra para que no lo hiciera. La primera vez lo que me habían hecho tenía remedio y el hotel lo remedió. En esta ocasión, aunque el gerente me ofreció compensarme, yo no vi cómo podía hacerlo y le dije que ya tardaba en pasarme la hoja de reclamación. Lo hizo, rellené la reclamación, se la di para que rellenara su parte y me pasara copia, y me dijo que me la llevarían a mi habitación.
Pasaron dos cosas. Mejor dicho, una, y fue que en el resto de mi estancia en el hotel las colas para el desayuno desaparecieron como por ensalmo, así que para algo sí que sirve reclamar. La segunda cosa no pasó, porque de la copia de mi reclamación nunca más se supo. Ante la fuerte sospecha de que mi reclamación haya desaparecido, creo que en la Consejería de Consumo, o como se llame, de la Comunidad de Madrid van a tener noticias mías.
Pero lo importante es que en España, al menos, hay un sistema para reclamar. Los españoles somos también muy perezosos para hacerlo, y hacemos mal, porque las cosas funcionan mejor cuando se protesta ante las pifias. Los rusos no es que sean perezosos, sino que pedir el libro de reclamaciones es algo que está totalmente fuera de sus planteamientos vitales. Y así nos va en Rusia en nivel de servicio, en administración pública, y en tantas otras cosas que más parecen pensadas para martirizar cristianos que para servir al público.
¿Acaso no se puede reclamar en Rusia? Yes, we can, y de hecho me vienen a la cabeza sucesos del pasado muy divertidos. Pero ésa es otra historia, y le tocará a otra entrada, aunque, la que la cuenta realmente bien, es Alfina.
P.S.: Entretanto, el Levante ha perdido el liderato de primera división, pero ahora viene la fase en que Fadrique deja de ser iracundo para convertirse en blasonador, y no sé muy bien qué fase es peor, así que creo que me quedaré por España unos días más hasta que la granotera deje de estar en posiciones de Champions League. Jo, con lo tranquilos que estábamos en segunda B.
Como no sé por qué capricho el personal del hotel no abrió la sala que tenía al lado mismo de la sala de desayunos y que hubiera deshecho la cola como un azucarillo, me cabreé con el hotel y decidí que la cosa no se quedaría así. Durante todo el día estuve intentando soliviantar a mis compañeros rusos de grupo para que presentaran una reclamación, como yo mismo pensaba hacer, para darle más fuerza.
El resultado de mis intentos de encender a las masas fue bastante lamentable.
- Voy a presentar una reclamación por lo que ha pasado esta mañana con el desayuno ¿Por qué no presentan ustedes una también?
Las rusas me miraban como si fuera un extraterrestre.
- Eso no sirve para nada. Igual que en Rusia. - decían ellas.
- Que sí. Que sí que sirve. - decía yo.
Una de las rusas, por lo demás muy maja, emitió unas risitas, no sé si de simpatía o de conmiseración.
- ¿Va usted a reclamar? ¡Qué mono!
- Tampoco ha sido para tanto. Total, un cuartito de hora - intervino otra.
- ¿Y por qué va a reclamar? - preguntó una tercera.
- ¿Y servirá para algo? Yo creo que no.
Lamentablemente, la muestra de rusas era lo suficientemente significativa, lo cual da pie a una reflexión, y es que uno de los motivos por los que las cosas en Rusia, sobre todo en materia de servicio, vayan tan sumamente mal es que la gente se conforma con cualquier cosa. Es posible que los rusos se quejen, pero lo hacen mal y en la intimidad, como Aznar hablando catalán, y nunca toman el bolígrafo después de que les traten de pena con ánimo que no dejar títere con cabeza allí donde los desprecian. Y, con ello, la consecuencia es lógica: los dueños de los servicios saben que disponen de impunidad poco menos que garantizada y siguen tal cual, tocando las narices al personal por pura antipatía. Y es verdad que las cosas han mejorado, pero ha sido por la competencia, no por que el ruso medio se haya puesto gallito.
Por la tarde, a la vuelta al hotel, fui a recepción ya con la sangre fría que da el haber pasado varias horas desde el suceso, y dije que quería poner una reclamación.
En España, poner una reclamación en un hotel debe ser chungo para el establecimiento. Lo digo porque lo he intentado hacer dos veces, y en las dos el gerente salió disparado de donde estuviera y movió cielo y tierra para que no lo hiciera. La primera vez lo que me habían hecho tenía remedio y el hotel lo remedió. En esta ocasión, aunque el gerente me ofreció compensarme, yo no vi cómo podía hacerlo y le dije que ya tardaba en pasarme la hoja de reclamación. Lo hizo, rellené la reclamación, se la di para que rellenara su parte y me pasara copia, y me dijo que me la llevarían a mi habitación.
Pasaron dos cosas. Mejor dicho, una, y fue que en el resto de mi estancia en el hotel las colas para el desayuno desaparecieron como por ensalmo, así que para algo sí que sirve reclamar. La segunda cosa no pasó, porque de la copia de mi reclamación nunca más se supo. Ante la fuerte sospecha de que mi reclamación haya desaparecido, creo que en la Consejería de Consumo, o como se llame, de la Comunidad de Madrid van a tener noticias mías.
Pero lo importante es que en España, al menos, hay un sistema para reclamar. Los españoles somos también muy perezosos para hacerlo, y hacemos mal, porque las cosas funcionan mejor cuando se protesta ante las pifias. Los rusos no es que sean perezosos, sino que pedir el libro de reclamaciones es algo que está totalmente fuera de sus planteamientos vitales. Y así nos va en Rusia en nivel de servicio, en administración pública, y en tantas otras cosas que más parecen pensadas para martirizar cristianos que para servir al público.
¿Acaso no se puede reclamar en Rusia? Yes, we can, y de hecho me vienen a la cabeza sucesos del pasado muy divertidos. Pero ésa es otra historia, y le tocará a otra entrada, aunque, la que la cuenta realmente bien, es Alfina.
P.S.: Entretanto, el Levante ha perdido el liderato de primera división, pero ahora viene la fase en que Fadrique deja de ser iracundo para convertirse en blasonador, y no sé muy bien qué fase es peor, así que creo que me quedaré por España unos días más hasta que la granotera deje de estar en posiciones de Champions League. Jo, con lo tranquilos que estábamos en segunda B.