martes, 20 de diciembre de 2011

El clásico (II)

En la entrada anterior, tras la disputa del Real Madrid - Barcelona, tres pasajeros conflictivos se van a sentar justo a mi lado. Con la de sitios que hay...


Los primates mínimamente evolucionados que habían entrado en el avión, por lo visto, habían comprado los sitios de la fila de seguridad que estaba al otro lado del pasillo, es decir, que yo los hubiera podido tocar con la mano. Su primera acción consistió en abrir los compartimentos superiores para colocar la priva que se habían agenciado en el aeropuerto. Hasta ahí, normal, porque eso hacemos todos, consista nuestro equipaje en alcohol o en libros de filosofía griega.

Los compartimentos superiores que estaban inmediatamente encima de su fila resultaron estar ocupados con maletas de otros señores que estaban delante o detrás y que habían llegado antes. En estos casos, lo suyo es llamar a las azafatas y que te coloquen los bultos en otro lugar, tanto más cuanto que en la fila de seguridad está prohibidísimo poner algo en el suelo. En primera clase, en cambio, suele haber bastante sitio, con lo que las cosas se alojan allí sin más.

Pero eso es la solución educada. A éstos les faltaban un par de milenios de evolución para llegar a ese comportamiento, con lo que empezó el espectáculo:

- ¿Qué es esto?
- ¿Por qué está lleno?
- ¡Este sitio es nuestro!

Y, ni cortos ni perezosos, comenzaron a bajar maletas de los compartimentos.

- ¡Compatriotas! ¿De quién es esta maleta?

Y la dejaban en mitad del pasillo, montando un bloqueo de mil pares de narices a los que seguían entrando y querían pasar.

No sé si por suerte o por desgracia, los dueños de las maletas eran, efectivamente, compatriotas de los primitivos pasajeros. Estos compatriotas ya eran gente evolucionada y avergonzada por el espectáculo, pero no sabían qué hacer con su maleta, desalojada de tan mala manera.

Los españoles sentados a mi lado veían la escena con los ojos muy abiertos, y eso que era de madrugada. Otro que había delante, al que conozco de vista y que sé que lleva sus buenos diez años en Rusia y que está casado con una rusa, miraba a los tres bichos y musitaba entre dientes: "¡Así tienen el país!"

Los tres ejemplares de australopithecus moscoviensis dejaron el pasillo lleno de bultos, acomodaron los suyos, menos una bolsa con varias botellas que no cabía, porque la física tiene sus límites, y ya pretendían seguir con el siguiente compartimento. Se me ocurrió increparles un poco:

- ¡No pueden hacer eso! ¡No pueden dejar las maletas en los pasillos!

Contra todo pronóstico, el humanoide más próximo a mí entendió el mensaje y se volvió:

- ¿Es tuya? - y me puso la maleta delante de las narices.

No era mía, así que la maleta, como otras, se quedó en el pasillo. La recogió un ruso jovencito y bien parecido que iba delante de mí y que probablemente tampoco lo estaba pasando bien. Por si acaso, decidió no hablar, no fuera a ser que aún la liara y se llevara más maletas.

En esto, apareció la azafata de Iberia, abriéndose paso entre los pasajeros bloqueados, para ver qué estaba pasando allí. Por un azar del destino, en aquel vuelo de Iberia no estaba la típica azafata estirada, dc rangos angulosos, armas tomar y más horas de vuelo que el Barón Rojo, sino una señorita rubia, delgadita, repeinadita y muy monita ella, que venía desde primera clase y parecía poco hecha a este retorno al Paleolítico Superior que estábamos viviendo.

- ¿Qué pasa? ¿Qué pasa? Oh! You cannot put the luggage on the corridor!

Claro, el australophithecus ruthenicus y el homo matritensis barriosalmanticus no disponían de un lenguaje común, y los primeros no se dieron por aludidos. Aunque yo hubiera podido hacer algo, me di cuenta de que mi mochila y mi cazadora no habían sido afectados por el vendaval, y preferí dejar a la azafata hacer su trabajo, no fuera a caerme otra maleta sobre las narices.

Los tres homínidos miraron fíjamente a la azafata, que llamó a una compañera, la de turista, que no podía llegar, porque estaba al fondo del avión y un montón de bultos le bloqueaban el paso. Entre las dos azafatas fueron apartando bultos como pudieron y metiéndolos en la cola, en primera, o donde Dios les dio a entender, porque para mí que Aldeasa tuvo que hacer un pedido suplementario de bebidas alcohólicas tras el paso del pasaje del vuelo de Moscú por el aeropuerto. Qué tíos, tú.

Al final, se despejó el pasillo, y todos los pasajeros se sentaron, tres de ellos, adivinen quiénes, ente grandes carcajadas. Acto seguido, sacaron sus teléfonos móviles y se pusieron a ver fotos suyas con el fondo verde del Santiago Bernabéu, es posible que pastando sobre él. Sí, señor, aquellas gentes habían viajado desde Rusia para ver un partido de fútbol que en principio ni les iba ni les venía, para vaciar el aeropuerto de Madrid de bebidas alcohólicas y para montar un pollo totalmente gratuito en el vuelo de vuelta.

Claro, no toda la gente es así, obviamente. Las cosas han mejorado mucho. La mayoría de los rusos son completamente presentables y no pocos nos dan sopas con ondas en educación a los españoles. Pero siempre queda alguien que la pifia y deja la imagen del país por los suelos, como ya hemos visto alguna vez. Y hay demasiados niños grandes en Rusia como para dejarles salir por ahí sin acompañamiento.

En esto, las puertas del avión se cerraron, la azafata rubita y monita me pareció que emitió un suspiro y se acercó a nuestra fila, donde los tres homínidos seguían dale que te pego con el móvil comentando las jugadas que habían grabado en sus cacharritos.

Apreté los dientes. La cosa prometía.

(continuará, y terminará)

2 comentarios:

  1. Maaadre del amor hermoso, Alfito, con qué bichos te toca viajar... Afortunadamente los escoceses son bastante educados en general, salvo algún individuo que otro...

    Pues ahora estoy en Glasgow viviendo. Voy en estas fechas a Valencia, pero lo mío es previo a lo tuyo, ya que llegaré el 23 (si no vuelvo a perder el avión, que espero que no) y me volveré el 28... A ver si para exámenes nos vemos, porque sigues haciendo "esas cosas" ¿no? jejejeje

    Besitos

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  2. Esther, sí, ahora no vamos a coincidir en Valencia. Ya será en exámenes, si Dios quiere. Y buena suerte por Escocia ¿Son tan agarrados como dice la fama?

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