Unos cuantos chupitos después, mi alcohólico compañero guardó sus enseres tintineantes, reclinó su cabeza sobre el cristal y se quedó dormido. El autobús avanzaba sin mayor novedad hacia nuestro destino, Kostromá, al que llegamos algo después del horario previsto, lo que nos obligó, como durante todo el día, a adaptar el guion a las necesidades del grupo. Siempre con prisas.
En Kostromá, el Volga es un río muy ancho. El centro de la ciudad se encuentra en la parte opuesta del río, y hacia allí que nos fuimos. Pero, al citar el Volga, ha llegado el momento de recuperar a Gilyarovsky, ese intrépido periodista viajero que en 1908 había escrito el libro de viajes que me acompañaba. Aproveché para echarle una nueva ojeada antes de comenzar a ver cosas, y en ello reparó mi vecino, que debía estar todo lo malhumorado que puede estar un borrachín graciosillo cuando le toca por compañero un tipo sosainas a más no poder y, lo que es peor, sobrio.
- ¡Huy, si ha comprado un librito! - dijo con un tonito de adolescente chuleta.
Como los libros no se beben, es indudable que mi vecino hubiera empleado de otra manera el importe de su adquisición; pero, como sin duda los lectores de esta bitácora son de natural culto, mejor será pasar a leer lo que dice Gilyarovsky de Kostromá.
En la confluencia con el río Kostromá se encuentra la ciudad de Kostromá, que se extiende por la margen izquierda del Volga y está comunicada con Yaroslavl por una línea ferroviaria con una estación en la orilla opuesta, a donde llegan los barcos de vapor.
Eso sigue ocurriendo. Entrentanto, sin embargo, la ciudad también se ha desarrollado por la margen derecha, donde sigue estando la estación de tren. En el plano de arriba tenemos el plano de Kostromá en 1781, por lo que, obviamente, no había tren.
Sí que lo hay, en cambio, en plano de la izquierda, que corresponde a los tiempos de Gilyarovsky y en donde también se distingue la ubicación del monasterio Ipatievsky, el principal monumento de la ciudad. Lo que no hay es ningún puente.
No hay un precio fijo para los cocheros. Normalmente se suele cobrar de la estación a la ciudad 75 kopeks en verano (el precio del barco que atraviesa el Volga por cuenta del cochero); en invierno son 50 kopeks; dentro de la ciudad, 20 kopeks; desde el muelle, de 30 a 35 kopeks; por hora, 60 kopeks.
Claro, en invierno es más barato porque el Volga se congela y no hace falta barca para cruzarlo. Hoy día ya no hay barca, porque se han construido dos puentes sobre el Volga; uno es ferroviario y el otro para el tráfico rodado y peatonal, pero cada puente mide un kilómetro de principio a fin.
Hoteles: «Moskovskaya», en la calle Pavlovskaya; «Kostromá» y «Severnaya», en la plaza Voskresenskaya; «Passage», en la plaza de Susanin. Las habitaciones cuestan a partir de un rublo por día.
Ninguno de esos hoteles subsiste actualmente, al menos no con esos nombres; pero, sobre hoteles, me reservo para la próxima entrada.
Kostromá parece como si se extendiera por la orilla menos elevada del Volga; desde el río es muy pintoresca. Rodeada de huertos, sorprende al observador por su extraordinaria extensión. Sobre un fondo verde brillan cúpulas multicolores o pasa la mirada por los tejados de las casas. La ciudad asombra por su estructura antigua: en el medio se encuentra la plaza de Susanin, y en todos los sentidos a partir de ellas, radialmente, se van alejando calles rectas. Dicha plaza empieza a partir del mismo muelle, y en la misma se erigió un monumento a Iván Susanin.
La estructura no ha variado gran cosa desde 1908. En el mapa contemporáneo se ven los dos puentes y cómo la ciudad ha ocupado también la margen derecha del Volga, donde, de hecho, estaba nuestro hotel.
En cuanto al monumento a Iván Susanin, es cosa que toca relatar otro día. Kostromá fue completamente destruida mediado el siglo XVIII, y dice la leyenda que Catalina II, discutiendo con sus arquitectos, echó su abanico abierto sobre la mesa y les dijo que el plan de la nueva Kostromá debía ser precisamente ése. Y efectivamente, Kostromá recuerda a un abanico, si bien la plaza recibe el nombre de "Skovorodka", que, en castellano, significa "sartén". Son formas de verlo.
¿Es posible, pues, que setenta y cinco años de comunismo totalitario hayan pasado por Kostromá como si tal cosa, sin afectar a la estructura de la ciudad? ¿Acaso hubo aquí un respeto escrupuloso por el patrimonio histórico, a diferencia de otros lugares como Yaroslavl, Tver, Moscú y muchísimos más que no han aparecido (todavía) en esta bitácora?
Pues claro que no. Pero lo que pasó con buena parte del patrimonio histórico tocara otro día, que hoy se hace tarde.
Todo lo que se cuenta aquí debería tomarse con sentido del humor. Si usted no se ve capaz de hacerlo, y aun así persiste en entrar y leer, sepa que no va por usted, que lo que se cuenta está fuera de contexto y que incluso es posible que no sea ni verdad.
miércoles, 31 de agosto de 2011
lunes, 29 de agosto de 2011
El viaje (IV): Comiendo en Rostov
Pues señor, finalmente llegamos a Rostov con un notable retraso sobre el horario previsto, prueba fehaciente de que el supuesto adelanto que nuestra guía había querido eliminar no era tal. El autobús paseó por los alrededores del famoso kremlin de Rostov, donde ya había estado yo más de una vez y hasta más de dos, y finalmente nos dejó junto a un hotel, en cuyo restaurante había contratado la comida la agencia de viajes.
Rostov es una pequeña ciudad de unos, oficialmente, algo más de treinta mil habitantes, pero tengo mis sospechas sobre esta cifra. Ya serán menos. Es sabido, y los sucesivos censos no hacen más que corroborarlo, que Rusia se despuebla más rápido de lo que pueda parecer, y que los intentos del Gobierno de revertir esta tendencia aún no dan el menor resultado, no sé si por inadecuados, o porque no es tarea de cuatro días y falta bastante para notar sus efectos. El caso es que, salvo Moscú, cuya población aumenta sin parar, la práctica totalidad de las poblaciones rusas ve decrecer su población.
Rostov fue sede metropolitana (que equivale a nuestro arzobispado) de la región hasta final del siglo XVIII, y a esta circunstancia debe casi toda la arquitectura antigua que conserva, incluidos los distintos monasterios y el kremlin, que en realidad no es tal, y no se conoció por este nombre hasta hace relativamente poco tiempo; su función era la de residencia del metropolitano, el más destacado de los cuales fue Jonás Sysoyévich, que a partir de 1680 hizo construir, en muy poco tiempo, una ciudadela de cuento de hadas cuando la construcción de fortalezas del tipo kremlin era innecesaria y no cumplia ya ninguna función militar, lo que recuerda las locuras de Luis II de Baviera y sus castillos medievales a finales del siglo XIX. El caso es que, con el tiempo, Yaroslavl se llevó la sede episcopal, el kremlin de Rostov quedó vacío y, como toda vivienda deshabitada, empezó a resquebrajarse. Tuvo que ser restaurado varias veces, primero por el sector privado, un grupo de ricos comerciantes de la ciudad que se pusieron manos a la obra; y luego, por el sector público, después del huracán de 1953. Entretanto, los bolcheviques, siempre tan solícitos con el patrimonio histórico, hicieron servir de almacén la mayoría de las iglesias del kremlin. Prefiero no recordar en qué estado se encuentran los frescos del siglo XVII.
Entramos en el restaurante del hotel. Lo bueno de los viajes organizados es que no tienes que pedir nada: la agencia lo ha hecho todo, las camareras saben lo que tienen que traer y ni siquiera hay que esperar apenas entre primer y segundo plato, porque ya han tenido tiempo de prepararse. Otra cosa buena, para mí (pero, visto está, no para más de uno) es que de beber ponen agua o como mucho algún zumo. Lo malo, sin embargo, es que bien puede ser que a alguien le apetezca algo más, en particular, algo más de beber. En este caso, frecuente entre rusos, queda feo levantarse y pedir algo.
En mi mesa se encontraban también las dos ancianas pleistocénicas y mi inefable vecino de asiento. Tras desearnos buen provecho, pusimos manos y mandíbulas a la obra, dimos buena cuenta de una ensalada compuesta de un entramado de patata y mayonesa, y luego de una cazuelilla de carne que estaba buenísima. De beber, agua, cosa con la que estábamos conformes tres cuartas partes de los comensales de la mesa.
No así mi vecino. Miró a su derecha, miró a su izquierda, tomó su vaso, lo medio ocultó entre sus piernas, sacó del bolsillo de su chaqueta una petaca y escanció un líquido que, aunque incoloro, con toda certeza no era agua. Repitió la operación un par de veces, ante la indiferencia del resto de la sala, que bastante tenía con dar buena cuenta de la comida, y ciertamente pareció algo más dichararero de lo que había entrado en el restaurante. Lo que hace saciar -o paliar, al menos- la sed.
La visita a Rostov fue vista y no vista, lo cual es también uno de los defectos de los viajes organizados. Yo ya sé que Rostov, kremlin aparte, tiene unos soberbios monasterios, y un precioso paseo por el lago Nero; también sé que, incluso dentro del kremlin, no lo vimos todo ni mucho menos; pero el tiempo apremiaba, y más tras el episodio de la piedra azul, y así nos quedamos sin ver algunas cosas que para mí no eran gran pérdida, pues ya las había visto en mis anteriores visitas; pero mis compañeros de viaje se veía que era la primera vez que pasaban por allí.
Subimos de nuevo al autobús para dirigirnos a la siguiente etapa, y objetivo personal de mi viaje: Kostromá. Mi vecino, como tenía por costumbre, subió el último, haciéndome levantarme y cederle el paso. Esta vez, antes de pasar, tomó su pequeña bolsa de viaje del portaequipajes superior.
Al moverla, se oyó un tintineo en su interior que me indicaba, y bien claro, que ropa no llevaba apenas, salvo que se vistiera con cristales.
- ¿Cuánto han dicho que tardaremos en llegar a Kostromá? - preguntó.
- Creo que hora y media.
- Pues hay que tomar fuerzas para un viaje tan largo.
Y, uniendo la acción a la palabra, sacó la petaca, acabó con su contenido, lo rellenó con lo que llevaba en la bolsa y, a falta de comida, sacó una bilitrona, no sé si de kvas o de cerveza, se la empinó con ánimo y posiblemente redujo en no menos de medio kilo el peso de la bolsa.
Hora y media, y un viaje tan largo.
Una vez más, cualquier excusa es buena.
Rostov es una pequeña ciudad de unos, oficialmente, algo más de treinta mil habitantes, pero tengo mis sospechas sobre esta cifra. Ya serán menos. Es sabido, y los sucesivos censos no hacen más que corroborarlo, que Rusia se despuebla más rápido de lo que pueda parecer, y que los intentos del Gobierno de revertir esta tendencia aún no dan el menor resultado, no sé si por inadecuados, o porque no es tarea de cuatro días y falta bastante para notar sus efectos. El caso es que, salvo Moscú, cuya población aumenta sin parar, la práctica totalidad de las poblaciones rusas ve decrecer su población.
Rostov fue sede metropolitana (que equivale a nuestro arzobispado) de la región hasta final del siglo XVIII, y a esta circunstancia debe casi toda la arquitectura antigua que conserva, incluidos los distintos monasterios y el kremlin, que en realidad no es tal, y no se conoció por este nombre hasta hace relativamente poco tiempo; su función era la de residencia del metropolitano, el más destacado de los cuales fue Jonás Sysoyévich, que a partir de 1680 hizo construir, en muy poco tiempo, una ciudadela de cuento de hadas cuando la construcción de fortalezas del tipo kremlin era innecesaria y no cumplia ya ninguna función militar, lo que recuerda las locuras de Luis II de Baviera y sus castillos medievales a finales del siglo XIX. El caso es que, con el tiempo, Yaroslavl se llevó la sede episcopal, el kremlin de Rostov quedó vacío y, como toda vivienda deshabitada, empezó a resquebrajarse. Tuvo que ser restaurado varias veces, primero por el sector privado, un grupo de ricos comerciantes de la ciudad que se pusieron manos a la obra; y luego, por el sector público, después del huracán de 1953. Entretanto, los bolcheviques, siempre tan solícitos con el patrimonio histórico, hicieron servir de almacén la mayoría de las iglesias del kremlin. Prefiero no recordar en qué estado se encuentran los frescos del siglo XVII.
Entramos en el restaurante del hotel. Lo bueno de los viajes organizados es que no tienes que pedir nada: la agencia lo ha hecho todo, las camareras saben lo que tienen que traer y ni siquiera hay que esperar apenas entre primer y segundo plato, porque ya han tenido tiempo de prepararse. Otra cosa buena, para mí (pero, visto está, no para más de uno) es que de beber ponen agua o como mucho algún zumo. Lo malo, sin embargo, es que bien puede ser que a alguien le apetezca algo más, en particular, algo más de beber. En este caso, frecuente entre rusos, queda feo levantarse y pedir algo.
En mi mesa se encontraban también las dos ancianas pleistocénicas y mi inefable vecino de asiento. Tras desearnos buen provecho, pusimos manos y mandíbulas a la obra, dimos buena cuenta de una ensalada compuesta de un entramado de patata y mayonesa, y luego de una cazuelilla de carne que estaba buenísima. De beber, agua, cosa con la que estábamos conformes tres cuartas partes de los comensales de la mesa.
No así mi vecino. Miró a su derecha, miró a su izquierda, tomó su vaso, lo medio ocultó entre sus piernas, sacó del bolsillo de su chaqueta una petaca y escanció un líquido que, aunque incoloro, con toda certeza no era agua. Repitió la operación un par de veces, ante la indiferencia del resto de la sala, que bastante tenía con dar buena cuenta de la comida, y ciertamente pareció algo más dichararero de lo que había entrado en el restaurante. Lo que hace saciar -o paliar, al menos- la sed.
La visita a Rostov fue vista y no vista, lo cual es también uno de los defectos de los viajes organizados. Yo ya sé que Rostov, kremlin aparte, tiene unos soberbios monasterios, y un precioso paseo por el lago Nero; también sé que, incluso dentro del kremlin, no lo vimos todo ni mucho menos; pero el tiempo apremiaba, y más tras el episodio de la piedra azul, y así nos quedamos sin ver algunas cosas que para mí no eran gran pérdida, pues ya las había visto en mis anteriores visitas; pero mis compañeros de viaje se veía que era la primera vez que pasaban por allí.
Subimos de nuevo al autobús para dirigirnos a la siguiente etapa, y objetivo personal de mi viaje: Kostromá. Mi vecino, como tenía por costumbre, subió el último, haciéndome levantarme y cederle el paso. Esta vez, antes de pasar, tomó su pequeña bolsa de viaje del portaequipajes superior.
Al moverla, se oyó un tintineo en su interior que me indicaba, y bien claro, que ropa no llevaba apenas, salvo que se vistiera con cristales.
- ¿Cuánto han dicho que tardaremos en llegar a Kostromá? - preguntó.
- Creo que hora y media.
- Pues hay que tomar fuerzas para un viaje tan largo.
Y, uniendo la acción a la palabra, sacó la petaca, acabó con su contenido, lo rellenó con lo que llevaba en la bolsa y, a falta de comida, sacó una bilitrona, no sé si de kvas o de cerveza, se la empinó con ánimo y posiblemente redujo en no menos de medio kilo el peso de la bolsa.
Hora y media, y un viaje tan largo.
Una vez más, cualquier excusa es buena.
viernes, 26 de agosto de 2011
El viaje (III): La piedra azul
En los albores de la Historia, antes de la llegada de las tribus eslavas a lo que hoy conocemos como Rusia Central, y más concretamente a la región que rodea el lago Pleschéevo, la población local estaba compuesta por tribus paganas ugrofinesas, cuyos cultos religiosos no son bien conocidos, pero entre los que destacaba el que realizaban a una enorme piedra de unas doce toneladas de peso que, según la leyenda, habían traído desde su emplazamiento original. La piedra era de color gris oscuro, pero, tras las lluvias, mientras estaba húmeda, parecía ser de color azul, y de ahí se le quedó el nombre.
La llegada de las tribus eslavas desplazó a los originarios habitantes ugrofineses a donde aún hoy habitan, en las regiones del norte. Los ugrofineses, por mucho aprecio que le tuvieran a la piedra, decidieron dejarla allí con sus doce toneladas y salir por piernas y a la ligera antes de que fuera demasiado tarde. Suponemos que los eslavos, tan paganos como los ugrofineses, se encontraron con la piedra azul y decidieron hacerla, igualmente, objeto de su culto.
A partir del año del Señor de 988, San Vladimiro, príncipe de Kíev, se convierte al cristianismo y con él todos sus estados, región del lago de Pleschéevo incluida. Siglo y pico después, a sus orillas, Yuri Dolgoruky, conocido por sus fundaciones diversas, fundó la ciudad de Pereslavl-Zalessky, junto a la que pronto surgieron varios monasterios y, algunos decenios después, incluso uno de los santos más conocidos de la ortodoxia, San Alejandro Nevsky.
Pero eso no puso fin al culto a la piedra azul. Como es sabido, una cosa es que el cristianismo abomine de las supersticiones, y otra muy distinta que los cristianos lo hagamos, por incorrecto que sea; si a eso juntamos que los rusos, entonces y ahora, son supersticiosos en gran medida, y le añadimos cierta persistencia de un poso pagano más o menos latente, tenemos que las celebraciones junto a la piedra azul continuaron con aproximadamente la misma frecuencia que antes, y que los habitantes de las orillas del lago creían a pies juntillas -y siguen creyendo hoy- que la piedra tenía propiedades curativas.
Los buenos monjes del monasterio de San Borís y San Gleb no dejaban de decir al pueblo que, en realidad, lo que habitaba en la piedra azul eran fuerzas impuras, pero ni así lo alejaba de la piedra. A principios del siglo XVII, durante los tiempos confusos en los que surgieron los falsos demetrios que fueron objeto de una serie anterior en esta bitácora, la piedra fue sumergida en el lago Pleschéevo. Quieren algunos que fue el zar Basilio IV el que ordenó arrojarla al lago desde las alturas del monte en cuya cima se encontraba; otros creen que fue el monje Onofre, por indicación de San Irenarco de Rostov, el que la hundió. Si fue así, el tal Onofre debía ser un tipo como para no enfadarse con él, por muy monje que fuera y por si acaso.
Sea como fuere, pasaron algunos años y la piedra surgió del fondo del lago como si tal cosa y, poco a poco, fue acercándose a la orilla y asomando la puntita, sin que se sepa bien cómo pudo pasar eso. Atónitos, los monjes lo dejaron estar de momento; pero, unos decenios después, decidieron seguir el consejo de "si no puedes con tu enemigo, únete a él" (como hizo el Real Madrid con Drazen Petrovic), y resolvieron utilizar la piedra azul para cimentar una iglesia que pensaban construir un poco más al sur. Transportar el pedrusco y sus doce toneladas era una tarea de chinos, y ellos eran rusos, así que la cosa no terminó de salir bien. Puesto que no había bestia de carga capaz de transportar semejante mole y el monje Onofre ya hacía tiempo que no estaba disponible, pensaron que acertarían montando en lo más crudo del invierno la piedra azul sobre un trineo y deslizándola sobre el lago helado hasta el punto previsto.
Evidentemente, la piedra, el trineo y toda la impedimenta se hundió miserablemente en el lago, porque, sí, el hielo terminó por romperse. Con ello, pareció que los monjes, ya que no habían hecho uso de la piedra, al menos habían terminado radicalmente con toda forma de culto idolátrico que no fuera practicada por posibles submarinistas paganos.
Que si quieres arroz, Catalina. Unos cuantos decenios después, a mitad del siglo XIX, la piedra azul volvió a emerger del fondo del lago como si tal cosa, sin que nadie supiera cómo era posible semejante prodigio. Y ya se quedó donde hoy día aún puede ser visitada para aprovechar sus presuntas virtudes curativas.
El autobús tomó el desvío hacia el monasterio de San Nikita, pasó por delante del mismo y, un par de kilómetros después, se detuvo. Bajamos del autobús y, por una senda que, como en cualquier lugar turístico, estaba flanqueada por chiringuitos donde se podían adquirir todo tipo de artesanía y otros recuerdos, llegamos a la piedra.
La piedra azul sigue siendo una atracción visitada y, de hecho, la afluencia de gente era bastante notable. Parece que, no hace tanto tiempo, la piedra había emergido hasta tal punto que poco menos que tenía la altura de una persona; desde entonces, poco a poco se va hundiendo de nuevo, sin que los científicos puedan explicar muy bien las razones de este subibaja. Quizá sean estos tiempos poco propicios para el paganismo, por lo que la piedra, que no deja de ser un ídolo pagano, haya resuelto dejar la superficie para emerger nuevamente en un futuro más halagüeño para su culto.
Yo más bien pienso que, cuando encima de ti se sientan a diario varios cientos de personas, el hundimiento progresivo es coherente con las leyes de la física ¿O no?
* * *
Y, tras una breve visita al monasterio de San Nikita y cien rublos menos en mi cartera, seguimos viaje hacia Rostov. Por mi parte, di los cien rublos por bien empleados, aunque la forma de arrancarlos me sigue haciendo torcer el gesto, porque la historia de la piedra me había gustado mucho.
La llegada de las tribus eslavas desplazó a los originarios habitantes ugrofineses a donde aún hoy habitan, en las regiones del norte. Los ugrofineses, por mucho aprecio que le tuvieran a la piedra, decidieron dejarla allí con sus doce toneladas y salir por piernas y a la ligera antes de que fuera demasiado tarde. Suponemos que los eslavos, tan paganos como los ugrofineses, se encontraron con la piedra azul y decidieron hacerla, igualmente, objeto de su culto.
A partir del año del Señor de 988, San Vladimiro, príncipe de Kíev, se convierte al cristianismo y con él todos sus estados, región del lago de Pleschéevo incluida. Siglo y pico después, a sus orillas, Yuri Dolgoruky, conocido por sus fundaciones diversas, fundó la ciudad de Pereslavl-Zalessky, junto a la que pronto surgieron varios monasterios y, algunos decenios después, incluso uno de los santos más conocidos de la ortodoxia, San Alejandro Nevsky.
Pero eso no puso fin al culto a la piedra azul. Como es sabido, una cosa es que el cristianismo abomine de las supersticiones, y otra muy distinta que los cristianos lo hagamos, por incorrecto que sea; si a eso juntamos que los rusos, entonces y ahora, son supersticiosos en gran medida, y le añadimos cierta persistencia de un poso pagano más o menos latente, tenemos que las celebraciones junto a la piedra azul continuaron con aproximadamente la misma frecuencia que antes, y que los habitantes de las orillas del lago creían a pies juntillas -y siguen creyendo hoy- que la piedra tenía propiedades curativas.
Los buenos monjes del monasterio de San Borís y San Gleb no dejaban de decir al pueblo que, en realidad, lo que habitaba en la piedra azul eran fuerzas impuras, pero ni así lo alejaba de la piedra. A principios del siglo XVII, durante los tiempos confusos en los que surgieron los falsos demetrios que fueron objeto de una serie anterior en esta bitácora, la piedra fue sumergida en el lago Pleschéevo. Quieren algunos que fue el zar Basilio IV el que ordenó arrojarla al lago desde las alturas del monte en cuya cima se encontraba; otros creen que fue el monje Onofre, por indicación de San Irenarco de Rostov, el que la hundió. Si fue así, el tal Onofre debía ser un tipo como para no enfadarse con él, por muy monje que fuera y por si acaso.
Sea como fuere, pasaron algunos años y la piedra surgió del fondo del lago como si tal cosa y, poco a poco, fue acercándose a la orilla y asomando la puntita, sin que se sepa bien cómo pudo pasar eso. Atónitos, los monjes lo dejaron estar de momento; pero, unos decenios después, decidieron seguir el consejo de "si no puedes con tu enemigo, únete a él" (como hizo el Real Madrid con Drazen Petrovic), y resolvieron utilizar la piedra azul para cimentar una iglesia que pensaban construir un poco más al sur. Transportar el pedrusco y sus doce toneladas era una tarea de chinos, y ellos eran rusos, así que la cosa no terminó de salir bien. Puesto que no había bestia de carga capaz de transportar semejante mole y el monje Onofre ya hacía tiempo que no estaba disponible, pensaron que acertarían montando en lo más crudo del invierno la piedra azul sobre un trineo y deslizándola sobre el lago helado hasta el punto previsto.
Evidentemente, la piedra, el trineo y toda la impedimenta se hundió miserablemente en el lago, porque, sí, el hielo terminó por romperse. Con ello, pareció que los monjes, ya que no habían hecho uso de la piedra, al menos habían terminado radicalmente con toda forma de culto idolátrico que no fuera practicada por posibles submarinistas paganos.
Que si quieres arroz, Catalina. Unos cuantos decenios después, a mitad del siglo XIX, la piedra azul volvió a emerger del fondo del lago como si tal cosa, sin que nadie supiera cómo era posible semejante prodigio. Y ya se quedó donde hoy día aún puede ser visitada para aprovechar sus presuntas virtudes curativas.
El autobús tomó el desvío hacia el monasterio de San Nikita, pasó por delante del mismo y, un par de kilómetros después, se detuvo. Bajamos del autobús y, por una senda que, como en cualquier lugar turístico, estaba flanqueada por chiringuitos donde se podían adquirir todo tipo de artesanía y otros recuerdos, llegamos a la piedra.
La piedra azul sigue siendo una atracción visitada y, de hecho, la afluencia de gente era bastante notable. Parece que, no hace tanto tiempo, la piedra había emergido hasta tal punto que poco menos que tenía la altura de una persona; desde entonces, poco a poco se va hundiendo de nuevo, sin que los científicos puedan explicar muy bien las razones de este subibaja. Quizá sean estos tiempos poco propicios para el paganismo, por lo que la piedra, que no deja de ser un ídolo pagano, haya resuelto dejar la superficie para emerger nuevamente en un futuro más halagüeño para su culto.
Yo más bien pienso que, cuando encima de ti se sientan a diario varios cientos de personas, el hundimiento progresivo es coherente con las leyes de la física ¿O no?
* * *
Y, tras una breve visita al monasterio de San Nikita y cien rublos menos en mi cartera, seguimos viaje hacia Rostov. Por mi parte, di los cien rublos por bien empleados, aunque la forma de arrancarlos me sigue haciendo torcer el gesto, porque la historia de la piedra me había gustado mucho.
jueves, 25 de agosto de 2011
El viaje (II): Sobresueldos
Posiblemente casi todo el mundo ha oído hablar de que en Rusia hay corrupción. Es verdad que la hay, y en esta bitácora hemos podido ver algunos ejemplos (en la serie que empieza aquí hay uno). Pero no sólo es el sector público, sino que el sector privado también se las trae, incluso en cosas aparentemente inocuas.
Como habíamos salido un poco antes de hora, y no habíamos encontrado grandes atascos en el camino, podía pensarse que íbamos con adelanto. A poco de salir de Pereslavl-Zalessky, la guía, Natalia se llamaba, tomó el micrófono y la palabra.
- Como vamos con adelanto, y la comida no la tenemos en Rostov hasta las doce y media, propongo que nos desviemos un par de kilómetros para visitar la piedra azul, una maravilla natural de los tiempos precristianos. A la vuelta de ver la piedra podemos ver el monasterio de San Nikita.
- ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! - exclamaron los viajeros más entusiastas. Yo como soy guiri, prefiero no levantar mucho la voz y me callé.
- Ahora bien, este desvío es de pago, y costará cien rublos por persona.
Silencio.
- Para que lo hagamos, eso sí, tiene que estar todo el mundo de acuerdo. Si alguien está en contra, no podemos hacerlo.
- ¡Sí! ¡Sí! ¡Vamos!
- ¿Todo el mundo está de acuerdo?
- ¡Síiiiiii! ¡Todos! ¡Todos! - dijeron tres o cuatro, mientras el resto de la expedición callaba.
El conductor pasó la cestilla, en la que cayeron dos mil doscientos rublos, algo más de cincuenta euros, que estoy totalmente persuadido que fueron directamente a los bolsillos de la guía y del chófer, y no a la agencia de viajes, ni mucho menos a la administración tributaria rusa en forma de 18% de IVA ni de 13% de IRPF.
El concepto en ruso es "левая заработка", literalmente "sueldo zurdo" y, más propiamente, "sobresueldo en negro". Si en España es un fenómeno endémico, en Rusia alcanza proporciones gigantescas y en algunos oficios supera con mucho a los sueldos en sentido estricto. En este caso, me hizo gracia cómo, con la excusa de llevar adelanto, la guía hizo picar a unos cuantos, de resulta de lo cual, por cierto, el adelanto se convirtió en retraso, llegamos más de media hora tarde a la comida de Rostov y ya fuimos todo el día corriendo de un lado para otro con la lengua fuera. Y también me pareció llamativo que el impuesto revolucionario fuera tasado en cien rublos, una cantidad pequeña (unos dos euros y medio) y que la guía debió calcular que no iba a generar protestas.
Y, a todo esto, ¿valió la pena la visita a la supuestamente famosa piedra azul, y al no menos famoso monasterio de San Nikita?
Lo veremos en la próxima entrada, que desde luego se las va a traer.
Como habíamos salido un poco antes de hora, y no habíamos encontrado grandes atascos en el camino, podía pensarse que íbamos con adelanto. A poco de salir de Pereslavl-Zalessky, la guía, Natalia se llamaba, tomó el micrófono y la palabra.
- Como vamos con adelanto, y la comida no la tenemos en Rostov hasta las doce y media, propongo que nos desviemos un par de kilómetros para visitar la piedra azul, una maravilla natural de los tiempos precristianos. A la vuelta de ver la piedra podemos ver el monasterio de San Nikita.
- ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! - exclamaron los viajeros más entusiastas. Yo como soy guiri, prefiero no levantar mucho la voz y me callé.
- Ahora bien, este desvío es de pago, y costará cien rublos por persona.
Silencio.
- Para que lo hagamos, eso sí, tiene que estar todo el mundo de acuerdo. Si alguien está en contra, no podemos hacerlo.
- ¡Sí! ¡Sí! ¡Vamos!
- ¿Todo el mundo está de acuerdo?
- ¡Síiiiiii! ¡Todos! ¡Todos! - dijeron tres o cuatro, mientras el resto de la expedición callaba.
El conductor pasó la cestilla, en la que cayeron dos mil doscientos rublos, algo más de cincuenta euros, que estoy totalmente persuadido que fueron directamente a los bolsillos de la guía y del chófer, y no a la agencia de viajes, ni mucho menos a la administración tributaria rusa en forma de 18% de IVA ni de 13% de IRPF.
El concepto en ruso es "левая заработка", literalmente "sueldo zurdo" y, más propiamente, "sobresueldo en negro". Si en España es un fenómeno endémico, en Rusia alcanza proporciones gigantescas y en algunos oficios supera con mucho a los sueldos en sentido estricto. En este caso, me hizo gracia cómo, con la excusa de llevar adelanto, la guía hizo picar a unos cuantos, de resulta de lo cual, por cierto, el adelanto se convirtió en retraso, llegamos más de media hora tarde a la comida de Rostov y ya fuimos todo el día corriendo de un lado para otro con la lengua fuera. Y también me pareció llamativo que el impuesto revolucionario fuera tasado en cien rublos, una cantidad pequeña (unos dos euros y medio) y que la guía debió calcular que no iba a generar protestas.
Y, a todo esto, ¿valió la pena la visita a la supuestamente famosa piedra azul, y al no menos famoso monasterio de San Nikita?
Lo veremos en la próxima entrada, que desde luego se las va a traer.
martes, 23 de agosto de 2011
El viaje (I): La compañía
En este tipo de viajes organizados, y en particular cuando vas más solo que la una a verte con un grupo de gente, varios de cuyos componentes están en una situación similar, es muy conveniente llegar de los primeros al punto de encuentro y meterse en el autobús a la primera oportunidad. Si no lo haces, te toca sentarte junto al más friki del grupo, que es normalmente al que dejan solo los demás; si llegas pronto, es posible que los demás piensen que el más friki eres tú, no se sienten a tu lado y viajes más ancho.
Yo no seguí estos consejos, sino que cometí el error de llegar sólo veinte minutos antes de la salida. De hecho, fui el último en llegar. Al lado del hotel Cosmos (un hotel que trae agradables recuerdos, como ya vimos aquí y aquí), había un enjambre de autobuses de distintas agencias que se dirigirían hacia los cuatro puntos cardinales. Encontrar el mío no fue muy difícil. Me asomé a la puerta y allí estaba una señora rubia de mediada edad.
- ¿Rus Zalessky? - pregunté, pues tal era el nombre del viaje.
- Sí, y usted es...
- Alfor von Buchweizen.
- Sí, le tenemos en la lista. Pase y siéntese donde quiera.
¿Donde quiera? ¡Donde pueda! Ya digo que había llegado todo el mundo, con una puntualidad inusitada, y a la vista sólo quedaban tres sitios. En dos de ellos, la compañera de asiento hubiera sido una señora, y ya sabemos que, en ausencia de relación previa, para una señora rusa sentarse al lado de un desconocido es indecente. Una de las señoras debía tener unos doscientos años, y la otra no muchos menos, así que poca indecencia me podrían inspirar; pero, por si acaso, vi un sitio un poco más allá, donde mi compañero de asiento iba a ser un hombre.
- ¿Está libre? - pregunté con toda la amabilidad de que fui capaz.
- ¡Síiiiii! ¡Claroooooo!
"Ufff..."
- Bueno, pues me siento.
Me senté. Mirándolo mejor, mi vecino de asiento era un señor cuya edad, como la don Quijote, frisaría con los cincuenta años, pero no era seco de carnes ni enjuto de rostro, sino que lucía una barriguilla no muy importante, pero igualmente visible; aunque era calvo, llevaba bastante largo el pelo que conservaba por las sienes y la nuca, y lucía una barba tirando a descuidada. Iba vestido de traje, y llevaba unos zapatos marrones, hasta tal punto que no parecía sino que se hubiera pasado la noche vendiendo seguros, y del trabajo hubiera acudido directamente al punto de encuentro sin más que quitarse la corbata y desabrocharse dos botones de la camisa, por donde le asomaba una notable pelambrera pectoral. No le vi equipaje al principio, pero luego sacó una bolsa que, puesto que le cupo en la parte superior del autobús, forzosamente debía ser pequeña.
El traje de mi vecino brillaba cuando le daba el sol, dando testimonio de la condición sintética del tejido. Tragué saliva, deseando que no hiciera demasiado calor y que mi vecino, por tanto, no sudara demasiado, tanto más cuanto que, evidentemente, no se iba a quitar el traje en los dos días más que para dormir.
- Vamos a darnos un paseíiiitooooo... - dijo el vecino, con ganas de conversación.
"Dios mío, me ha tocado el graciosillo del grupo", pensé. Como respuesta, solté un "sí, claro" y me temo que no pude evitar un deje displicente. Supongo que él debió pensar algo así como "Dios mío, me ha tocado el soso del grupo", cosa que no puedo reprocharle, porque con desconocidos no soy, ni mucho menos, la alegría de la huerta.
Puesto que estábamos todos, nos pusimos en marcha un poco antes de la hora, y yo giré la cabeza para ver cómo era la compañía.
De la agencia venían tres personas. Una era la que me había recibido, que era una guía de Vladímir; otra no sé bien qué función desempeñaba, porque apenas se levantó del asiento; el tercero era el conductor del autobús, Víktor, que resultó ser, y es una suerte, un tío prudente que conducía con mucha calma y que incluso se detenía en los pasos cebra de las carreteras principales (los hay, de verdad), para ceder el paso a los peatones.
Además de mi vecino el graciosillo, y de las dos momias que viajaban sin compañero de asiento, había dos matrimonios que también pasaban con creces de la esperanza de vida rusa; una madre con su hijo, sentados a mi izquierda; un joven matrimonio; un chico y una chica que iban juntos y parecían novios, pero resultó que no lo eran y que durmieron en habitaciones separadas. La chica, por cierto, era una muñequita y el chico parecía muy buena gente. Había una señora de treinta y tantos, dos parejas de marujas y, como para reducir la media de edad, dos chicas jóvenes. Una de ellas era delgada, rubia y de rasgos afilados; la otra morena, tonelete, de pelo corto y aspecto desgarbado. Casi todo el tiempo estaban cogidas de la mano o abrazadas. Vamos, que eran más tortis que un huevo batido pasado por la sartén.
Y así, en tan grata compañía, circulábamos por la carretera de Yaroslavl mientras la guía, fiel a su naturaleza de no callar ni debajo del agua, nos contaba detalles de su construcción y desarrollo, y de las personalidades que habían pasado por allí y que forzosamente eran legión.
Por fortuna, no encontramos grandes atascos a la salida, y no tardamos en aproximarnos a una de las ciudades que íbamos a encontrar en nuestro camino: Pereslavl-Zalessky.
Yo no seguí estos consejos, sino que cometí el error de llegar sólo veinte minutos antes de la salida. De hecho, fui el último en llegar. Al lado del hotel Cosmos (un hotel que trae agradables recuerdos, como ya vimos aquí y aquí), había un enjambre de autobuses de distintas agencias que se dirigirían hacia los cuatro puntos cardinales. Encontrar el mío no fue muy difícil. Me asomé a la puerta y allí estaba una señora rubia de mediada edad.
- ¿Rus Zalessky? - pregunté, pues tal era el nombre del viaje.
- Sí, y usted es...
- Alfor von Buchweizen.
- Sí, le tenemos en la lista. Pase y siéntese donde quiera.
¿Donde quiera? ¡Donde pueda! Ya digo que había llegado todo el mundo, con una puntualidad inusitada, y a la vista sólo quedaban tres sitios. En dos de ellos, la compañera de asiento hubiera sido una señora, y ya sabemos que, en ausencia de relación previa, para una señora rusa sentarse al lado de un desconocido es indecente. Una de las señoras debía tener unos doscientos años, y la otra no muchos menos, así que poca indecencia me podrían inspirar; pero, por si acaso, vi un sitio un poco más allá, donde mi compañero de asiento iba a ser un hombre.
- ¿Está libre? - pregunté con toda la amabilidad de que fui capaz.
- ¡Síiiiii! ¡Claroooooo!
"Ufff..."
- Bueno, pues me siento.
Me senté. Mirándolo mejor, mi vecino de asiento era un señor cuya edad, como la don Quijote, frisaría con los cincuenta años, pero no era seco de carnes ni enjuto de rostro, sino que lucía una barriguilla no muy importante, pero igualmente visible; aunque era calvo, llevaba bastante largo el pelo que conservaba por las sienes y la nuca, y lucía una barba tirando a descuidada. Iba vestido de traje, y llevaba unos zapatos marrones, hasta tal punto que no parecía sino que se hubiera pasado la noche vendiendo seguros, y del trabajo hubiera acudido directamente al punto de encuentro sin más que quitarse la corbata y desabrocharse dos botones de la camisa, por donde le asomaba una notable pelambrera pectoral. No le vi equipaje al principio, pero luego sacó una bolsa que, puesto que le cupo en la parte superior del autobús, forzosamente debía ser pequeña.
El traje de mi vecino brillaba cuando le daba el sol, dando testimonio de la condición sintética del tejido. Tragué saliva, deseando que no hiciera demasiado calor y que mi vecino, por tanto, no sudara demasiado, tanto más cuanto que, evidentemente, no se iba a quitar el traje en los dos días más que para dormir.
- Vamos a darnos un paseíiiitooooo... - dijo el vecino, con ganas de conversación.
"Dios mío, me ha tocado el graciosillo del grupo", pensé. Como respuesta, solté un "sí, claro" y me temo que no pude evitar un deje displicente. Supongo que él debió pensar algo así como "Dios mío, me ha tocado el soso del grupo", cosa que no puedo reprocharle, porque con desconocidos no soy, ni mucho menos, la alegría de la huerta.
Puesto que estábamos todos, nos pusimos en marcha un poco antes de la hora, y yo giré la cabeza para ver cómo era la compañía.
De la agencia venían tres personas. Una era la que me había recibido, que era una guía de Vladímir; otra no sé bien qué función desempeñaba, porque apenas se levantó del asiento; el tercero era el conductor del autobús, Víktor, que resultó ser, y es una suerte, un tío prudente que conducía con mucha calma y que incluso se detenía en los pasos cebra de las carreteras principales (los hay, de verdad), para ceder el paso a los peatones.
Además de mi vecino el graciosillo, y de las dos momias que viajaban sin compañero de asiento, había dos matrimonios que también pasaban con creces de la esperanza de vida rusa; una madre con su hijo, sentados a mi izquierda; un joven matrimonio; un chico y una chica que iban juntos y parecían novios, pero resultó que no lo eran y que durmieron en habitaciones separadas. La chica, por cierto, era una muñequita y el chico parecía muy buena gente. Había una señora de treinta y tantos, dos parejas de marujas y, como para reducir la media de edad, dos chicas jóvenes. Una de ellas era delgada, rubia y de rasgos afilados; la otra morena, tonelete, de pelo corto y aspecto desgarbado. Casi todo el tiempo estaban cogidas de la mano o abrazadas. Vamos, que eran más tortis que un huevo batido pasado por la sartén.
Y así, en tan grata compañía, circulábamos por la carretera de Yaroslavl mientras la guía, fiel a su naturaleza de no callar ni debajo del agua, nos contaba detalles de su construcción y desarrollo, y de las personalidades que habían pasado por allí y que forzosamente eran legión.
Por fortuna, no encontramos grandes atascos a la salida, y no tardamos en aproximarnos a una de las ciudades que íbamos a encontrar en nuestro camino: Pereslavl-Zalessky.
viernes, 19 de agosto de 2011
Lo vuelvo a hacer
El año pasado, en la etapa rodríguez que paso todos los veranos, opté por hacer un viaje de fin de semana en lugar de quedarme en casa haciendo cocinitas y viendo películas de vaqueros, como los demás rodríguez españoles.
Comprar el viaje no fue totalmente fácil.
Los compañeros de viaje no es que me dieran una acogida fraternal, precisamente.
Las ciudades visitadas estaban sensiblemente más estropeadas que lo que ponía mi guía de viajes. Claro que la guía de viajes era de 1908 y desde entonces ha nevado un poquito.
Y el hotel todavía me produce picores cuando lo recuerdo.
Sin embargo, repito, y me las he compuesto para comprar ooootro viaje, que debería empezar mañana, a otra ciudad del Volga, cuyo escudo es el que ilustra esta entrada y que se parece mucho al de mi pueblo de origen, que también está a la orilla de un río y que durante siglos dependió de una barca para cruzarlo, hasta que a principios del siglo pasado se construyó el puente que dejó la barca en el escudo del lugar y en ningún otro sitio.
Pero, como vamos a Volga, el que me acompañará, como el año pasado, será la guía de viajes de 1908 escrita por Gilyarovsky, en la que también hay un capítulo dedicado a la ciudad a la que voy y que sin duda servirá para comparar cómo le han ido las cosas a la ciudad durante el siglo XX.
Así que me voy a hacer maleta, porque si no, luego, todo son prisas.
Comprar el viaje no fue totalmente fácil.
Los compañeros de viaje no es que me dieran una acogida fraternal, precisamente.
Las ciudades visitadas estaban sensiblemente más estropeadas que lo que ponía mi guía de viajes. Claro que la guía de viajes era de 1908 y desde entonces ha nevado un poquito.
Y el hotel todavía me produce picores cuando lo recuerdo.
Sin embargo, repito, y me las he compuesto para comprar ooootro viaje, que debería empezar mañana, a otra ciudad del Volga, cuyo escudo es el que ilustra esta entrada y que se parece mucho al de mi pueblo de origen, que también está a la orilla de un río y que durante siglos dependió de una barca para cruzarlo, hasta que a principios del siglo pasado se construyó el puente que dejó la barca en el escudo del lugar y en ningún otro sitio.
Pero, como vamos a Volga, el que me acompañará, como el año pasado, será la guía de viajes de 1908 escrita por Gilyarovsky, en la que también hay un capítulo dedicado a la ciudad a la que voy y que sin duda servirá para comparar cómo le han ido las cosas a la ciudad durante el siglo XX.
Así que me voy a hacer maleta, porque si no, luego, todo son prisas.
miércoles, 17 de agosto de 2011
Deportes de riesgo
En estas vacaciones me he dedicado más que de costumbre a hacer deporte. No sólo esos deportes banales y obvios, como las carreras de fondo o la natación; sí, de ésos también, vale, pero ya llega uno a una edad en la que hay que buscar emociones más fuertes, y aquí entran los deportes de riesgo al volante.
¿Formula-1? ¿Rallies? ¡No! En muchos puntos de España es posible practicar deportes de riesgo no sólo sin necesidad de hacer barbaridades, sino cumpliendo estrictamente las normas de tráfico.
Así, en estas últimas dos semanas he estado circulando casi a diario por la famosa recta de Sueca, una parte de la futura autovía A-38 que está aún en obras, pero que tiene abierto un carril rectísimo en cada sentido. Hay bastante tránsito, por lo que es prácticamente imposible adelantar utilizando el carril opuesto. Supongo que a causa de las obras, o porque le ha parecido bien a alguien, o porque sí, la velocidad en toda la recta está limitada a 80 kilómetros por hora, salvo en algunos tramos, en que lo está a 60.
El deporte que propongo, y que he practicado con profusión este mes de agosto, consiste en respetar a rajatabla los límites de velocidad, sin pasarse un kilómetro de la velocidad permitida, cosa que allí no hace prácticamente nadie. Gana el que consiga formar una cola de vehículos más larga. Un día debí estar especialmente brillante y conseguí veintiuno. Para contarlos, basta con esperar al final de la recta, cuando ya está abierto un tramo con dos carriles, y ponerse en el carril de la derecha, mientras los demás conductores meten el acelerón tras ocho kilómetros de paciencia y frustación y te pasan.
Si consigues que alguno, normalmente el que tenías inmediatamente detrás, te haga signos soeces de desaprobación de tu forma de conducir, puntuas el doble. A mí me los hizo un camionero que intentó amedrentarme durante casi toda la recta poniéndose a menos de un metro de mi parachoques trasero. Yo, ni caso, respetando a saco la limitación de velocidad. Al final, me adelantó desesperado, pero yo le pillé de nuevo en la autovía y le pasé, momento que aprovechó para mostrarme esos gestos soeces a los que hago referencia. Mejor. Doble puntuación.
En Rusia, no estoy muy seguro de que sea posible practicar este deporte. Básicamente, porque circular a 80 por hora, e incluso a 60, suele ser un sueño inalcanzable la mayoría de las veces, y no digamos en hora punta. Lo segundo porque, si quieres utilizar las carreteras de fuera de la ciudad para entrenar, en muchas no hay pintados carriles ni nada parecido y éstos son capaces de adelantar hablando por el móvil (tengo la impresión de que hablar por el móvil mientras conduces es obligatorio en Rusia) y circulando a cien por hora por el arcén de tierra. Y, claro, así no vale.
En todo caso, si consigo encontrar un lugar adecuado para ejercitar este deporte tan peligroso de conducir respetando las normas de circulación, ya avisaré, para que quien sea busque otro camino.
¿Formula-1? ¿Rallies? ¡No! En muchos puntos de España es posible practicar deportes de riesgo no sólo sin necesidad de hacer barbaridades, sino cumpliendo estrictamente las normas de tráfico.
Así, en estas últimas dos semanas he estado circulando casi a diario por la famosa recta de Sueca, una parte de la futura autovía A-38 que está aún en obras, pero que tiene abierto un carril rectísimo en cada sentido. Hay bastante tránsito, por lo que es prácticamente imposible adelantar utilizando el carril opuesto. Supongo que a causa de las obras, o porque le ha parecido bien a alguien, o porque sí, la velocidad en toda la recta está limitada a 80 kilómetros por hora, salvo en algunos tramos, en que lo está a 60.
El deporte que propongo, y que he practicado con profusión este mes de agosto, consiste en respetar a rajatabla los límites de velocidad, sin pasarse un kilómetro de la velocidad permitida, cosa que allí no hace prácticamente nadie. Gana el que consiga formar una cola de vehículos más larga. Un día debí estar especialmente brillante y conseguí veintiuno. Para contarlos, basta con esperar al final de la recta, cuando ya está abierto un tramo con dos carriles, y ponerse en el carril de la derecha, mientras los demás conductores meten el acelerón tras ocho kilómetros de paciencia y frustación y te pasan.
Si consigues que alguno, normalmente el que tenías inmediatamente detrás, te haga signos soeces de desaprobación de tu forma de conducir, puntuas el doble. A mí me los hizo un camionero que intentó amedrentarme durante casi toda la recta poniéndose a menos de un metro de mi parachoques trasero. Yo, ni caso, respetando a saco la limitación de velocidad. Al final, me adelantó desesperado, pero yo le pillé de nuevo en la autovía y le pasé, momento que aprovechó para mostrarme esos gestos soeces a los que hago referencia. Mejor. Doble puntuación.
En Rusia, no estoy muy seguro de que sea posible practicar este deporte. Básicamente, porque circular a 80 por hora, e incluso a 60, suele ser un sueño inalcanzable la mayoría de las veces, y no digamos en hora punta. Lo segundo porque, si quieres utilizar las carreteras de fuera de la ciudad para entrenar, en muchas no hay pintados carriles ni nada parecido y éstos son capaces de adelantar hablando por el móvil (tengo la impresión de que hablar por el móvil mientras conduces es obligatorio en Rusia) y circulando a cien por hora por el arcén de tierra. Y, claro, así no vale.
En todo caso, si consigo encontrar un lugar adecuado para ejercitar este deporte tan peligroso de conducir respetando las normas de circulación, ya avisaré, para que quien sea busque otro camino.
lunes, 15 de agosto de 2011
Parece que fue ayer, y han pasado dos semanas
Uno llega de vacaciones, algo más moreno, cansado de un pedazo de viaje en varias tandas desde Benicountrí a Valencia, desde Valencia a Madrid, desde Madrid a Moscú, con el consabido retraso de Ibirria; para terminar con una carrera contrarreloj por el aeropuerto de Domodiédovo para pillar el último tren, el de las doce de la noche, y no quedar a merced de los taxistas y de los atascos que, incluso a esas horas, taponan las entradas de Moscú. Parecía Cenicienta a punto de quedarse sentada en una calabaza, y de hecho por poco pierdo una zapatilla en mi carrera desesperada a las taquillas del tren. Las suelo llevar medio desabrochadas en los viajes para quitármelas con rapidez en los controles de seguridad de los aeropuertos.
Uno llega de vacaciones hecho polvo pensando en que es uno de los poquitos españoles que va estar currando el 15 de agosto, cuando toda la Cristiandad celebra la Asunción.
Uno llega pensando en que las cosas difícilmente pueden empeorar, cuando llega a casa sudado y envuelto en el calor pegajoso que se dejó al salir y que, por lo visto, sigue adherido como una lapa a esta bendita ciudad, posiblemente hasta que cambie, de golpe y porrazo, al frío invernal de costumbre.
Uno se mete en la ducha buscando algo de fresquito, pone el agua templada, y le cae un chorretón de agua congelada. Pone el agua caliente, pero el agua sigue saliendo congelada. Espera un rato, y ni pum.
Sí, amigos: la profilaktika ha venido de nuevo. Ya no son tres semanas, como hasta hace dos años, sino sólo diez días, y ya me he librado de cinco, pero sigue doliendo lo suyo.
Uno llega de vacaciones hecho polvo pensando en que es uno de los poquitos españoles que va estar currando el 15 de agosto, cuando toda la Cristiandad celebra la Asunción.
Uno llega pensando en que las cosas difícilmente pueden empeorar, cuando llega a casa sudado y envuelto en el calor pegajoso que se dejó al salir y que, por lo visto, sigue adherido como una lapa a esta bendita ciudad, posiblemente hasta que cambie, de golpe y porrazo, al frío invernal de costumbre.
Uno se mete en la ducha buscando algo de fresquito, pone el agua templada, y le cae un chorretón de agua congelada. Pone el agua caliente, pero el agua sigue saliendo congelada. Espera un rato, y ni pum.
Sí, amigos: la profilaktika ha venido de nuevo. Ya no son tres semanas, como hasta hace dos años, sino sólo diez días, y ya me he librado de cinco, pero sigue doliendo lo suyo.
viernes, 12 de agosto de 2011
Impostores (X): el ladroncillo
Habíamos dejado a Marina Mniszech, hace dos entradas, embarazada en Kolomenskoye, y custodiada por el atamán cosaco Iván Zarutsky, al que habíamos visto como uno de los primeros partidarios del Pseudodemetrio II. Éste había sido asesinado en diciembre de 1610. Un mes después nació un niño, al que llamaron Iván Dmitrievich, "como su abuelo" Iván el Terrible. Popularmente, sin embargo, y como era hijo del ladrón de Túshino, se le conocía simplemente como "el ladroncillo".
Marina y su hijo, con el ejército cosaco de Zarutsky, eran una fuerza a considerar, y aquí se vieron las consecuencias de que Marina hubiera sido coronada zarina en 1606, aún antes de casarse con Pseudodemetrio I. En el campamento militar que había formado la primera resistencia contra los polacos, el hijo de Marina fue proclamado heredero del trono. Y, ciertamente, fuera quien fuera el padre del niño, la madre se consideraba zarina, había sido coronada, y no reconocía la renuncia que le había arrancado a la fuerza Basilio IV.
Las disensiones intestinas, una constante de los rusos cuando no hay un tipo duro al que reconozcan todos (Putin lo sabe bien), acabaron con el campamento militar que hubiera debido liberar Moscú de los polacos. Entonces se conoció la noticia de que en Pskov se había levantado Pseudodemetrio III, y Zarutsky le prometió fidelidad e intentó defender sus derechos; pero, como ya sabemos desde la última entrada, la aventura del ladrón de Pskov salió mal, y Zarutsky, Marina y su hijo se vieron forzados a retirarse al sur. Intentaron levantar a los cosacos y dirigirse de nuevo a Moscú; pero, cosa increíble, los cosacos no les hicieron caso en absoluto. Y eso era una señal de que el tiempo de los impostores estaba quedando atrás.
El grupo de Zarutsky consiguió llegar a Astracán, apoderarse de la ciudad, matar al voivoda local y mantenerse en la zona el invierno de 1613-1614.
Para entonces, en Moscú ya los polacos habían abandonado la ciudad y el cónclave que se reunió había elegido a Miguel Romanov, que es el de la imagen, como zar. No es que el tiempo de los impostores estuviera terminando, sino que los tiempos confusos también lo habían hecho, y la única traba a la normalización de Rusia eran Zarutsky, Marina Mniszech y el ladroncillo. Pero les quedaba poco.
En marzo de 1614, el voivoda Simeón Golovin fue enviado por Miguel Romanov a Astracán con un ejército y con las intenciones que pueden suponerse. Astracán se levantó contra Zarutsky, el cual, con Marina, el niño y los cosacos leales que le quedaban se refugió en el Kremlin (no he estado en Astracán, pero tengo entendido que el Kremlin merece la pena). Por la noche, lograron huir al mar Caspio y esconderse cerca de allí, en la orilla. Pero ya la gente estaba demasiado cansada: los cosacos locales delataron su escondite a Golovin, que les hizo prisioneros y les condujo a Moscú fuertemente custodiados. Zarutsky fue torturado y empalado y el infeliz ladroncillo ahorcado públicamente en la puerta de Serpujov de Moscú (más o menos donde ahora está la estación de tren de Paveletsky).
Marina Mniszech fue enviada a Kolomna y encarcelada en su Kremlin. Sobre su suerte final hay diversas versiones y leyendas, pero parece que murió de una enfermedad. Si vais a Kolomna, cosa recomendable en cualquier caso, y visitáis el Kremlin de allí, la torre donde murió Marina Mniszech, y que aún hoy lleva su nombre, está junto al mismo puente, en la esquina de la muralla.
* * *
Y así se terminó el tiempo confuso y los candidatos a reemplazar al infeliz hijo de Iván el Terrible. Y no, no son los únicos impostores, ni mucho menos, que ha habido en Rusia, pero los demás van a quedar para una mejor ocasión, porque esto ya cansa, ¿no?
Marina y su hijo, con el ejército cosaco de Zarutsky, eran una fuerza a considerar, y aquí se vieron las consecuencias de que Marina hubiera sido coronada zarina en 1606, aún antes de casarse con Pseudodemetrio I. En el campamento militar que había formado la primera resistencia contra los polacos, el hijo de Marina fue proclamado heredero del trono. Y, ciertamente, fuera quien fuera el padre del niño, la madre se consideraba zarina, había sido coronada, y no reconocía la renuncia que le había arrancado a la fuerza Basilio IV.
Las disensiones intestinas, una constante de los rusos cuando no hay un tipo duro al que reconozcan todos (Putin lo sabe bien), acabaron con el campamento militar que hubiera debido liberar Moscú de los polacos. Entonces se conoció la noticia de que en Pskov se había levantado Pseudodemetrio III, y Zarutsky le prometió fidelidad e intentó defender sus derechos; pero, como ya sabemos desde la última entrada, la aventura del ladrón de Pskov salió mal, y Zarutsky, Marina y su hijo se vieron forzados a retirarse al sur. Intentaron levantar a los cosacos y dirigirse de nuevo a Moscú; pero, cosa increíble, los cosacos no les hicieron caso en absoluto. Y eso era una señal de que el tiempo de los impostores estaba quedando atrás.
El grupo de Zarutsky consiguió llegar a Astracán, apoderarse de la ciudad, matar al voivoda local y mantenerse en la zona el invierno de 1613-1614.
Para entonces, en Moscú ya los polacos habían abandonado la ciudad y el cónclave que se reunió había elegido a Miguel Romanov, que es el de la imagen, como zar. No es que el tiempo de los impostores estuviera terminando, sino que los tiempos confusos también lo habían hecho, y la única traba a la normalización de Rusia eran Zarutsky, Marina Mniszech y el ladroncillo. Pero les quedaba poco.
En marzo de 1614, el voivoda Simeón Golovin fue enviado por Miguel Romanov a Astracán con un ejército y con las intenciones que pueden suponerse. Astracán se levantó contra Zarutsky, el cual, con Marina, el niño y los cosacos leales que le quedaban se refugió en el Kremlin (no he estado en Astracán, pero tengo entendido que el Kremlin merece la pena). Por la noche, lograron huir al mar Caspio y esconderse cerca de allí, en la orilla. Pero ya la gente estaba demasiado cansada: los cosacos locales delataron su escondite a Golovin, que les hizo prisioneros y les condujo a Moscú fuertemente custodiados. Zarutsky fue torturado y empalado y el infeliz ladroncillo ahorcado públicamente en la puerta de Serpujov de Moscú (más o menos donde ahora está la estación de tren de Paveletsky).
Marina Mniszech fue enviada a Kolomna y encarcelada en su Kremlin. Sobre su suerte final hay diversas versiones y leyendas, pero parece que murió de una enfermedad. Si vais a Kolomna, cosa recomendable en cualquier caso, y visitáis el Kremlin de allí, la torre donde murió Marina Mniszech, y que aún hoy lleva su nombre, está junto al mismo puente, en la esquina de la muralla.
* * *
Y así se terminó el tiempo confuso y los candidatos a reemplazar al infeliz hijo de Iván el Terrible. Y no, no son los únicos impostores, ni mucho menos, que ha habido en Rusia, pero los demás van a quedar para una mejor ocasión, porque esto ya cansa, ¿no?
miércoles, 10 de agosto de 2011
Impostores (IX): el ladrón de Pskov
No, las vidas de Demetrio Ivánovich no habían terminado todavía, aunque ahora iban a proseguir bastante lejos, lejos del sur o del oeste de Rusia, que era donde había florecido en sus anteriores vidas. Esta vez estamos en enero de 1611, sólo un mes después del enésimo asesinato de Demetrio Ivánovich, que no hay forma, ni la habrá, de que fallezca de muerte natural.
Y hemos de trasladarnos a Nóvgorod, ciudad amenazada por los ejércitos suecos, que la tomarían en verano de aquel año de 1611, pero que en enero estaban ocupados en Korela, una ciudad a las orillas del lago Ladoga que les había prometido Basilio IV si le ayudaban. Allí, en el mercado de Nóvgorod, se produjo una nueva resurrección de Demetrio (que a estas alturas, recordemos, incluso estaba canonizado), cuando un menda, cuyo verdadero nombre era seguramente Sidorka, salió a grito pelado diciendo que era el zarevich Demetrio, salvado milagrosamente. Ooootra vez. Estaba visto que al Demetrio no había forma de enterrarlo.
De Nóvgorod lo echaron con cajas destempladas; en Ivangorod, más al norte, ya en marzo, repitió la jugada, diciendo que no había muerto en Kaluga, sino que se había salvado milagrosamente. Allí le creyeron, y sonaron campanas y le hicieron fiestas.
Pero la calidad de los distintos demetrios iba decayendo rápidamente. Si el primero era un tipo inteligente, fino y agradable, y el segundo era un zafio, pero listo como el hambre, éste tercero ya no estaba en condiciones de dar mucha guerra. El impostor pidió parlamentar con los suecos, pero un embajador de los mismos, que había conocido de cerca al primer falso Demetrio, dijo sin lugar a dudas que se trataba de un falsario, con lo que Carlos IX, el rey de Suecia, que debía ser un antecesor del dueño de IKEA, que incluso en Rusia se jacta de que todo lo hace legal y sin sobornos, prohibió todos los contactos con él y se puso a combatirlo.
Pseudodemetrio III, que es como ha pasado a la historia, consiguió reunir un pequeño ejército y pidió a la ciudad de Pskov que se sometiera, y la verdad es que Pskov estaba por la tarea, pero no terminó de decidirse.
En aquella situación, Moscú y el oeste de Rusia estaba en manos de los polacos, el norte, incluida ya Nóvgorod, en manos de los suecos, excepto la facción del Pseudodemetrio III. En el sur, donde había gobernado el Pseudodemetrio II, la situación era totalmente confusa, y en el este se había organizado, a partir de Nizhny Nóvgorod, una resistencia ciudadana espontánea dirigida por Minin y el príncipe Pozharsky, a la que se iban uniendo distintas ciudades rusas. El lío continuaba.
Pseudodemetrio III se dedicó a saquear los alrededores de Pskov, pero el ejército unido de suecos y novgorodianos que le perseguía le hizo largarse de allí por piernas en agosto de 1611 y quedarse en Gdov, una pequeña ciudad junto al lago Chúdovo, unos cien kilómetros al norte de Pskov. Los suecos, que no pudieron entrar en Pskov, intentaron atraérselo, pero él dijo que tururú y se dedicó todo el otoño a combatir a los suecos, en general sin mucho éxito. Después de todo, su formación no era militar, y el ejército sueco, en aquel tiempo, era la flor y nata de Europa y no tardaría en poner en jaque a los mismísimos tercios españoles, cuánto más a una tropa desdichada como la del impostor aquél.
Pskov era un punto aislado en medio de un mar de ejércitos suecos y polacos, aunque prácticamente inexpugnable (el que haya estado allí y haya visto el Kremlin, en la imagen de arriba, sabrá lo que digo). De hecho, ha padecido innumerables asedios y sólo ha caído tres veces, siempre ante los alemanes: en 1240, 1918 y 1941. Visto que el único ejército ruso en la zona era precisamente el de Pseudodemetrio III, le abrieron sus puertas al pretendiente en diciembre de 1611. Las cosas comenzaron a mejorar para el usurpador, y algunas ciudades rusas, incluso de lejos, le reconocieron como zar.
Pero ya digo que la calidad de los demetrios iba empeorando. Sidorka comenzó a dedicarse a la mala vida y, lo que es peor aún para la popularidad de uno, a dársela pésima a los habitantes de Pskov, que siempre han sido muy celosos de lo suyo. Las cosas se le torcieron y tuvo que salir huyendo de Pskov en mayo de 1612, antes de que le corrieran a gorrazos, perseguidos por los habitantes de la ciudad, que le alcanzaron a los dos días.
Pseudodemetrio III, el ladrón de Pskov, fue encadenado y conducido a la ciudad. En el camino, una patrulla polaca atacó a la partida de Pskov. Éstos mataron al pretendiente y se dieron a la huida.
¿Es el final de Demetrio Ivanovich, por fin? El de Demetrio Ivánovich, sí; pero a esta historia todavía le queda un poco más, porque, ¿no habíamos dejado en la última entrada a Marina Mniszech en Kolomenskoye, embarazada?
Y hemos de trasladarnos a Nóvgorod, ciudad amenazada por los ejércitos suecos, que la tomarían en verano de aquel año de 1611, pero que en enero estaban ocupados en Korela, una ciudad a las orillas del lago Ladoga que les había prometido Basilio IV si le ayudaban. Allí, en el mercado de Nóvgorod, se produjo una nueva resurrección de Demetrio (que a estas alturas, recordemos, incluso estaba canonizado), cuando un menda, cuyo verdadero nombre era seguramente Sidorka, salió a grito pelado diciendo que era el zarevich Demetrio, salvado milagrosamente. Ooootra vez. Estaba visto que al Demetrio no había forma de enterrarlo.
De Nóvgorod lo echaron con cajas destempladas; en Ivangorod, más al norte, ya en marzo, repitió la jugada, diciendo que no había muerto en Kaluga, sino que se había salvado milagrosamente. Allí le creyeron, y sonaron campanas y le hicieron fiestas.
Pero la calidad de los distintos demetrios iba decayendo rápidamente. Si el primero era un tipo inteligente, fino y agradable, y el segundo era un zafio, pero listo como el hambre, éste tercero ya no estaba en condiciones de dar mucha guerra. El impostor pidió parlamentar con los suecos, pero un embajador de los mismos, que había conocido de cerca al primer falso Demetrio, dijo sin lugar a dudas que se trataba de un falsario, con lo que Carlos IX, el rey de Suecia, que debía ser un antecesor del dueño de IKEA, que incluso en Rusia se jacta de que todo lo hace legal y sin sobornos, prohibió todos los contactos con él y se puso a combatirlo.
Pseudodemetrio III, que es como ha pasado a la historia, consiguió reunir un pequeño ejército y pidió a la ciudad de Pskov que se sometiera, y la verdad es que Pskov estaba por la tarea, pero no terminó de decidirse.
En aquella situación, Moscú y el oeste de Rusia estaba en manos de los polacos, el norte, incluida ya Nóvgorod, en manos de los suecos, excepto la facción del Pseudodemetrio III. En el sur, donde había gobernado el Pseudodemetrio II, la situación era totalmente confusa, y en el este se había organizado, a partir de Nizhny Nóvgorod, una resistencia ciudadana espontánea dirigida por Minin y el príncipe Pozharsky, a la que se iban uniendo distintas ciudades rusas. El lío continuaba.
Pseudodemetrio III se dedicó a saquear los alrededores de Pskov, pero el ejército unido de suecos y novgorodianos que le perseguía le hizo largarse de allí por piernas en agosto de 1611 y quedarse en Gdov, una pequeña ciudad junto al lago Chúdovo, unos cien kilómetros al norte de Pskov. Los suecos, que no pudieron entrar en Pskov, intentaron atraérselo, pero él dijo que tururú y se dedicó todo el otoño a combatir a los suecos, en general sin mucho éxito. Después de todo, su formación no era militar, y el ejército sueco, en aquel tiempo, era la flor y nata de Europa y no tardaría en poner en jaque a los mismísimos tercios españoles, cuánto más a una tropa desdichada como la del impostor aquél.
Pskov era un punto aislado en medio de un mar de ejércitos suecos y polacos, aunque prácticamente inexpugnable (el que haya estado allí y haya visto el Kremlin, en la imagen de arriba, sabrá lo que digo). De hecho, ha padecido innumerables asedios y sólo ha caído tres veces, siempre ante los alemanes: en 1240, 1918 y 1941. Visto que el único ejército ruso en la zona era precisamente el de Pseudodemetrio III, le abrieron sus puertas al pretendiente en diciembre de 1611. Las cosas comenzaron a mejorar para el usurpador, y algunas ciudades rusas, incluso de lejos, le reconocieron como zar.
Pero ya digo que la calidad de los demetrios iba empeorando. Sidorka comenzó a dedicarse a la mala vida y, lo que es peor aún para la popularidad de uno, a dársela pésima a los habitantes de Pskov, que siempre han sido muy celosos de lo suyo. Las cosas se le torcieron y tuvo que salir huyendo de Pskov en mayo de 1612, antes de que le corrieran a gorrazos, perseguidos por los habitantes de la ciudad, que le alcanzaron a los dos días.
Pseudodemetrio III, el ladrón de Pskov, fue encadenado y conducido a la ciudad. En el camino, una patrulla polaca atacó a la partida de Pskov. Éstos mataron al pretendiente y se dieron a la huida.
¿Es el final de Demetrio Ivanovich, por fin? El de Demetrio Ivánovich, sí; pero a esta historia todavía le queda un poco más, porque, ¿no habíamos dejado en la última entrada a Marina Mniszech en Kolomenskoye, embarazada?
lunes, 8 de agosto de 2011
Impostores (VIII): Marina Mniszech
Cuando el primer falso Demetrio fue asesinado por el futuro Basilio IV, la flamante zarina, la polaca Marina Mniszech, salvó la vida por los pelos. Asustada por el jaleo, salió corriendo de sus aposentos y se mezcló con el servicio.
Marina Mniszech era una polaca de estatura pequeña y, muy probablemente, un pibón de aquellos tiempos, pero un pibón de armas tomar, de los que llevan los pantalones en casa de uno y, por encima de todo, con una ambición de poder sin parangón. La compañía perfecta y el apoyo ideal para alguien decidido a todo con tal de llegar a lo más alto, como Pseudodemetrio I, y como su propio padre Jerzy, con quien siempre se entendió a las mil maravillas.
En la noche de la muerte del falso Demetrio I, como quedó dicho arriba, Marina Mniszech se escondió y no llegó a contemplar con sus propios ojos la muerte de su marido. Basilio IV envió de vuelta a su casa a los polacos que habían venido con Marina y su padre, pero se quedó con los más importantes de rehenes, y entre ellos estaban, precisamente, los dos Mniszech. Basilio IV les confiscó sus bienes y, tras un breve período de arresto, les envió a Yaroslavl, por si le eran necesarios para negociar con el rey de Polonia, Segismundo III.
Como vimos en la entrada anterior, Basilio IV empezó a tener problemas casi inmediatamente, y en verano de 1607 tuvo que ponerse a la cabeza del ejército y dirigirse contra el autoproclamado voivoda de Demetrio, Iván Bolotnikov. Para caerle bien a los polacos y que no se cabrearan demasiado, decidió liberar a Marina y a su padre y mandarlos a Polonia. El verano de 1608 les condujeron a Moscú y obligaron a Marina a "abdicar" del trono ruso (al fin y al cabo, había sido coronada, incluso unas horas antes de casarse con el Pseudodemetrio I); hecho esto, les pusieron en libertad y de camino a casa con una pequeña escolta.
Pero las cosas no eran tan fáciles. En la entrada anterior, habíamos dejado al ladrón de Tushino, Pseudodemetrio II, convirtiendo a Tushino en la segunda capital de Rusia, con su zar, su corte, su Duma y su ejército. Faltaba una zarina, y puesto que "estaba casado", sólo podía ser una, y ésa era Marina.
En una audaz operación, Pseudodemetrio II envió un comando polaco a su servicio que interceptó a Marina y a su padre cerca de la frontera con Polonia y los condujo a Tushino. De hecho, Marina Mniszech no ofreció resistencia; bien mirado, ella no había visto morir a su marido y posiblemente esperaba una especie de milagro (y de ésos ya había visto varios). Naturalmente, cuando llegó por fin a Tushino, se encontró con algo que no esperaba, y que no es probable que le gustara. Así como el primer falso Demetrio era, según parece, una persona agradable y bien parecida, el segundo era grosero y un auténtico zafio que no tenía nada que ver con su antecesor en la impostura. Pero, eso sí, tenía poder y dinero, que era precisamente lo que ansiaban los dos Mniszech, cada uno una cosa.
A Jerzy Mniszech, el padre, directamente lo sobornaron con un dineral y lo mandaron de vuelta a Polonia, de donde no sólo no volvió nunca más, sino que se opuso en el Parlamento polaco a las propuestas de intervenir en los asuntos internos rusos, aunque sin mucho éxito.
En cuanto a Marina, que entonces tendría unos veinte años y muchos toros lidiados, tras un primer impulso de ni acercarse al bribón ése que se hacía pasar por su marido, se lo pensó mejor y vio que, después de todo, tenía una oportunidad de ocupar el trono ruso y dijo que sí, que ese señor era su marido, el zar legítimo. No obstante, le debía quedar algo de dignidad, porque se casó con él en secreto. El Pseudodemetrio II estaba en la cima de su poder, y la conquista de Moscú parecía próxima, pues constantemente se pasaba gente a su campo.
Basilio IV, cabreado y desesperado, pidió ayuda a los suecos, que enviaron un ejército de 15.000 hombres que derrotó al pretendiente, y de paso se quedó con parte del norte de Rusia, incluyendo Nóvgorod. Cuando lo vieron, los polacos, que entonces estaban en guerra con Suecia, entraron a saco en Rusia y se encaminaron directamente a Moscú, derrotando a todo ejército que se le oponía. Mientras tanto, las partidas de Pseudodemetrio II se manejaban por el país sin oposición. Un jaleo tan grande no se volvería a ver en Rusia hasta 1917.
Pseudodemetrio II, que ya quedó dicho que era un gañán, y que veía peligrar Tushino, amenazado por los suecos, por los moscovitas y porque la gente se estaba cansando de sus medidas confiscatorias para mantener el tinglado, abandonó Túshino con los cosacos más fieles que tenía, pero sin Marina, y se fue a Kaluga (sí, esa ciudad donde ahora se agrupa la tercera colonia de españoles en Rusia).
En cuanto a Marina, el destino de esposa abandonada no le apetecía ni un poquito, por lo que decidió ir ella también a Kaluga. Una noche de febrero de 1610, con un frío que pelaba, disfrazada de húsar y acompañada sólo de algunos cosacos y de una sirvienta, dejó Túshino y se dirigió a Kaluga, lo que significaba un viaje de 250 kilómetros por las carreteras de entonces y con unas nevadas brutales. Como es lógico, se perdió completamente y apareció en Dmítrov, exactamente en dirección contraria, con el contratiempo de que precisamente un ejército de Basilio IV estaba asediando la ciudad, defendida por un destacamento polaco. Marina, dice la leyenda, colaboró en la defensa, hasta que el ejército moscovita se quedó sin suministros y tuvo que levantar el asedio. A final de marzo Marina consiguió llegar a Kaluga.
Hartos de tantos desastres, los boyardos depusieron a Basilio IV y lo enviaron como rehén a Polonia, donde no tardaría en morir prisionero. En su lugar, pasó a gobernar la Duma de los boyardos, compuesta entonces de siete personas, una especie de experimento que no tenía poder más que en Moscú, rodeada de suecos, polacos y de las milicias del Pseudodemetrio II. A éste era el que más temían los boyardos, porque tenía muchos partidarios en Moscú; de hecho, era más popular que ellos.
En Kaluga, entretanto, parece que Marina y Demetrio volvían a llevarse bien. Es más, en verano, Marina tuvo que abandonar Kaluga y dirigirse a Kolomenskoye, un lugar más tranquilo: se había quedado embarazada.
Los boyardos de Moscú estaban en una situación tan desesperada, siempre esperando una revuelta que diese el poder a Pseudodemetrio II, que se avinieron a un paso no menos desesperado: abrir las puertas del Kremlin a los polacos y ofrecer la corona al hijo del rey de Polonia. Segismundo III no dijo ni sí ni no, pero los polacos sí entraron en el Kremlin en septiembre, con lo que el poder pasó de hecho al jefe de la guarnición.
Eso fue duro para el pretendiente, que había preparado un nuevo ataque sobre Moscú, llegando hasta Márino, que hoy es un barrio de la ciudad. Tuvo que volver a Kaluga, y ahí fue donde las cosas se torcieron definitivamente. Mientras preparaba un nuevo ataque contra Moscú, le llegaron noticias de que el jan de Kasímov, vasallo suyo, planeaba matarle para pasarse a los polacos. Pseudodemetrio desbarató la conspiración y mató al jan de Kasímov. Al pariente del jan, Piotr Urúsov, que era el jefe de la guardia del pretendiente, lo arrestó durante seis semanas; no obstante, al salir de la cárcel, lo volvió a nombrar jefe de la guardia.
Pero los tártaros, y Piotr Urúsov lo era, aunque bautizado, son gente que llevan bastante mal que se metan con su familia. Pseudodemetrio II debió haberlo sabido. Como se le olvidó, el 11 de diciembre de 1610 salió a pasear por los alrededores de Kaluga con Piotr Urúsov. No volvería vivo del paseo.
Pero, ¿de verdad se habían acabado las vidas de Demetrio Ivánovich?
Marina Mniszech era una polaca de estatura pequeña y, muy probablemente, un pibón de aquellos tiempos, pero un pibón de armas tomar, de los que llevan los pantalones en casa de uno y, por encima de todo, con una ambición de poder sin parangón. La compañía perfecta y el apoyo ideal para alguien decidido a todo con tal de llegar a lo más alto, como Pseudodemetrio I, y como su propio padre Jerzy, con quien siempre se entendió a las mil maravillas.
En la noche de la muerte del falso Demetrio I, como quedó dicho arriba, Marina Mniszech se escondió y no llegó a contemplar con sus propios ojos la muerte de su marido. Basilio IV envió de vuelta a su casa a los polacos que habían venido con Marina y su padre, pero se quedó con los más importantes de rehenes, y entre ellos estaban, precisamente, los dos Mniszech. Basilio IV les confiscó sus bienes y, tras un breve período de arresto, les envió a Yaroslavl, por si le eran necesarios para negociar con el rey de Polonia, Segismundo III.
Como vimos en la entrada anterior, Basilio IV empezó a tener problemas casi inmediatamente, y en verano de 1607 tuvo que ponerse a la cabeza del ejército y dirigirse contra el autoproclamado voivoda de Demetrio, Iván Bolotnikov. Para caerle bien a los polacos y que no se cabrearan demasiado, decidió liberar a Marina y a su padre y mandarlos a Polonia. El verano de 1608 les condujeron a Moscú y obligaron a Marina a "abdicar" del trono ruso (al fin y al cabo, había sido coronada, incluso unas horas antes de casarse con el Pseudodemetrio I); hecho esto, les pusieron en libertad y de camino a casa con una pequeña escolta.
Pero las cosas no eran tan fáciles. En la entrada anterior, habíamos dejado al ladrón de Tushino, Pseudodemetrio II, convirtiendo a Tushino en la segunda capital de Rusia, con su zar, su corte, su Duma y su ejército. Faltaba una zarina, y puesto que "estaba casado", sólo podía ser una, y ésa era Marina.
En una audaz operación, Pseudodemetrio II envió un comando polaco a su servicio que interceptó a Marina y a su padre cerca de la frontera con Polonia y los condujo a Tushino. De hecho, Marina Mniszech no ofreció resistencia; bien mirado, ella no había visto morir a su marido y posiblemente esperaba una especie de milagro (y de ésos ya había visto varios). Naturalmente, cuando llegó por fin a Tushino, se encontró con algo que no esperaba, y que no es probable que le gustara. Así como el primer falso Demetrio era, según parece, una persona agradable y bien parecida, el segundo era grosero y un auténtico zafio que no tenía nada que ver con su antecesor en la impostura. Pero, eso sí, tenía poder y dinero, que era precisamente lo que ansiaban los dos Mniszech, cada uno una cosa.
A Jerzy Mniszech, el padre, directamente lo sobornaron con un dineral y lo mandaron de vuelta a Polonia, de donde no sólo no volvió nunca más, sino que se opuso en el Parlamento polaco a las propuestas de intervenir en los asuntos internos rusos, aunque sin mucho éxito.
En cuanto a Marina, que entonces tendría unos veinte años y muchos toros lidiados, tras un primer impulso de ni acercarse al bribón ése que se hacía pasar por su marido, se lo pensó mejor y vio que, después de todo, tenía una oportunidad de ocupar el trono ruso y dijo que sí, que ese señor era su marido, el zar legítimo. No obstante, le debía quedar algo de dignidad, porque se casó con él en secreto. El Pseudodemetrio II estaba en la cima de su poder, y la conquista de Moscú parecía próxima, pues constantemente se pasaba gente a su campo.
Basilio IV, cabreado y desesperado, pidió ayuda a los suecos, que enviaron un ejército de 15.000 hombres que derrotó al pretendiente, y de paso se quedó con parte del norte de Rusia, incluyendo Nóvgorod. Cuando lo vieron, los polacos, que entonces estaban en guerra con Suecia, entraron a saco en Rusia y se encaminaron directamente a Moscú, derrotando a todo ejército que se le oponía. Mientras tanto, las partidas de Pseudodemetrio II se manejaban por el país sin oposición. Un jaleo tan grande no se volvería a ver en Rusia hasta 1917.
Pseudodemetrio II, que ya quedó dicho que era un gañán, y que veía peligrar Tushino, amenazado por los suecos, por los moscovitas y porque la gente se estaba cansando de sus medidas confiscatorias para mantener el tinglado, abandonó Túshino con los cosacos más fieles que tenía, pero sin Marina, y se fue a Kaluga (sí, esa ciudad donde ahora se agrupa la tercera colonia de españoles en Rusia).
En cuanto a Marina, el destino de esposa abandonada no le apetecía ni un poquito, por lo que decidió ir ella también a Kaluga. Una noche de febrero de 1610, con un frío que pelaba, disfrazada de húsar y acompañada sólo de algunos cosacos y de una sirvienta, dejó Túshino y se dirigió a Kaluga, lo que significaba un viaje de 250 kilómetros por las carreteras de entonces y con unas nevadas brutales. Como es lógico, se perdió completamente y apareció en Dmítrov, exactamente en dirección contraria, con el contratiempo de que precisamente un ejército de Basilio IV estaba asediando la ciudad, defendida por un destacamento polaco. Marina, dice la leyenda, colaboró en la defensa, hasta que el ejército moscovita se quedó sin suministros y tuvo que levantar el asedio. A final de marzo Marina consiguió llegar a Kaluga.
Hartos de tantos desastres, los boyardos depusieron a Basilio IV y lo enviaron como rehén a Polonia, donde no tardaría en morir prisionero. En su lugar, pasó a gobernar la Duma de los boyardos, compuesta entonces de siete personas, una especie de experimento que no tenía poder más que en Moscú, rodeada de suecos, polacos y de las milicias del Pseudodemetrio II. A éste era el que más temían los boyardos, porque tenía muchos partidarios en Moscú; de hecho, era más popular que ellos.
En Kaluga, entretanto, parece que Marina y Demetrio volvían a llevarse bien. Es más, en verano, Marina tuvo que abandonar Kaluga y dirigirse a Kolomenskoye, un lugar más tranquilo: se había quedado embarazada.
Los boyardos de Moscú estaban en una situación tan desesperada, siempre esperando una revuelta que diese el poder a Pseudodemetrio II, que se avinieron a un paso no menos desesperado: abrir las puertas del Kremlin a los polacos y ofrecer la corona al hijo del rey de Polonia. Segismundo III no dijo ni sí ni no, pero los polacos sí entraron en el Kremlin en septiembre, con lo que el poder pasó de hecho al jefe de la guarnición.
Eso fue duro para el pretendiente, que había preparado un nuevo ataque sobre Moscú, llegando hasta Márino, que hoy es un barrio de la ciudad. Tuvo que volver a Kaluga, y ahí fue donde las cosas se torcieron definitivamente. Mientras preparaba un nuevo ataque contra Moscú, le llegaron noticias de que el jan de Kasímov, vasallo suyo, planeaba matarle para pasarse a los polacos. Pseudodemetrio desbarató la conspiración y mató al jan de Kasímov. Al pariente del jan, Piotr Urúsov, que era el jefe de la guardia del pretendiente, lo arrestó durante seis semanas; no obstante, al salir de la cárcel, lo volvió a nombrar jefe de la guardia.
Pero los tártaros, y Piotr Urúsov lo era, aunque bautizado, son gente que llevan bastante mal que se metan con su familia. Pseudodemetrio II debió haberlo sabido. Como se le olvidó, el 11 de diciembre de 1610 salió a pasear por los alrededores de Kaluga con Piotr Urúsov. No volvería vivo del paseo.
Pero, ¿de verdad se habían acabado las vidas de Demetrio Ivánovich?
viernes, 5 de agosto de 2011
Impostores (VII): el ladrón de Tushino
Lo primero que hizo Basilio IV nada más subir al trono fue traer a toda prisa de Úglich los restos del zarevich Demetrio y exponerlos en la catedral de Arcángel, en el Kremlin, a la vista de quien quisiera cerciorarse de que estaba muerto y bien muerto. Inmediatamente fue canonizado, con el fin inconfesable, pero totalmente real, de poner fin a sus "resurrecciones". Así que, si hay gente que se queja de que Juan Pablo II ha sido beatificado muy rápidamente, con lo de "santo súbito" y esas cosas, no sé qué pensarán de esto, tanto más cuanto que el niño, en vida, no tenía muchos atributos de santidad, como ya se vio.
Pero está visto que Demetrio tenía siete vidas.
No habían pasado ni dos meses, cuando por el sur de Rusia comenzó a rumorearse que Demetrio no había muerto en Moscú. Sin siquiera verlo aparecer, varias zonas del sur proclamaron zar a Demetrio y dejaron de someterse a Basilio IV. A falta de Demetrio, apareció un cosaco, Iván Bolotnikov, que decía ser un voivoda enviado por Demetrio para organizar una campaña contra Moscú. El mismo Andrey Teliatevsky, cuñado del primo segundo... al que ya conocemos dando bandazos, reconoció a este Demetrio que ni siquiera había aparecido. Pero Iván Bolotnikov fue derrotado en Tula, después de que Andrey Teliatevsky, el cuñadísimo, se pasara de bando una vez más, y Basilio IV lo mandó cegar y encerrar. Ya se ve que la cosa estaba calentita.
En verano de 1607, un desconocido levantó la mano en Starodub y dijo que él era Demetrio, que por segunda vez se había salvado de los mercenarios asesinos que pretendían matarlo. Se le conoce como Pseudodemetrio II. Toda la gente con ganas de marcha, que eran muchos, se le unieron: polacos que habían llegado con el primer falso Demetrio y no sabían muy bien qué hacer, campesinos que se habían fugado de sus tierras y, como siempre, cosacos, encabezados por su atamán, Iván Zarutsky, del que volveremos a oír hablar más adelante.
"Resucitado" de nuevo, Demetrio se dirigió contra Moscú, y esta vez con éxito. El ejército del zar Basilio IV fue destrozado, y Pseudodemetrio II llegó a los muros de Moscú. Entonces, Moscú tenía muros; pero Pseudodemetrio II no pudo entrar en Moscú y lo que hizo fue acampar en Tushino.
Tushino era entonces un pueblecito situado a unos quince kilómetros (catorce verstas, si nos ponemos puntillosos) de Moscú. Hoy no es más que un barrio de Moscú, que yo recuerdo con algo de espanto. El caso es que allí se plantó el Pseudodemetrio II con su corte, su Duma, su patriarca y su ejército. Sólo le faltaba una zarina.
¿Sólo? ¡Si eso era lo de menos!
Pero está visto que Demetrio tenía siete vidas.
No habían pasado ni dos meses, cuando por el sur de Rusia comenzó a rumorearse que Demetrio no había muerto en Moscú. Sin siquiera verlo aparecer, varias zonas del sur proclamaron zar a Demetrio y dejaron de someterse a Basilio IV. A falta de Demetrio, apareció un cosaco, Iván Bolotnikov, que decía ser un voivoda enviado por Demetrio para organizar una campaña contra Moscú. El mismo Andrey Teliatevsky, cuñado del primo segundo... al que ya conocemos dando bandazos, reconoció a este Demetrio que ni siquiera había aparecido. Pero Iván Bolotnikov fue derrotado en Tula, después de que Andrey Teliatevsky, el cuñadísimo, se pasara de bando una vez más, y Basilio IV lo mandó cegar y encerrar. Ya se ve que la cosa estaba calentita.
En verano de 1607, un desconocido levantó la mano en Starodub y dijo que él era Demetrio, que por segunda vez se había salvado de los mercenarios asesinos que pretendían matarlo. Se le conoce como Pseudodemetrio II. Toda la gente con ganas de marcha, que eran muchos, se le unieron: polacos que habían llegado con el primer falso Demetrio y no sabían muy bien qué hacer, campesinos que se habían fugado de sus tierras y, como siempre, cosacos, encabezados por su atamán, Iván Zarutsky, del que volveremos a oír hablar más adelante.
"Resucitado" de nuevo, Demetrio se dirigió contra Moscú, y esta vez con éxito. El ejército del zar Basilio IV fue destrozado, y Pseudodemetrio II llegó a los muros de Moscú. Entonces, Moscú tenía muros; pero Pseudodemetrio II no pudo entrar en Moscú y lo que hizo fue acampar en Tushino.
Tushino era entonces un pueblecito situado a unos quince kilómetros (catorce verstas, si nos ponemos puntillosos) de Moscú. Hoy no es más que un barrio de Moscú, que yo recuerdo con algo de espanto. El caso es que allí se plantó el Pseudodemetrio II con su corte, su Duma, su patriarca y su ejército. Sólo le faltaba una zarina.
¿Sólo? ¡Si eso era lo de menos!
miércoles, 3 de agosto de 2011
Impostores (VI): El primer falso Demetrio (II)
Ya tenemos al Pseudodemetrio I entrando en Moscú mientras suenan las campanas. Para convencer a los moscovitas de que era realmente quien decía ser, el chaval, que ya se ha visto que era un tipo atrevido y que no eludía los riesgos, se encontró con la monjita Marta. Eso no tendría nada de particular si no fuera porque la monjita Marta era nada menos que, supuestamente, su propia madre, María Nagaya, viuda de Iván el Terrible, que tras la ¿muerte? del verdadero Demetrio en 1591 se había metido monja. Si eso no es un órdago a la grande por parte de Grigori Otrepiev, no sé qué iba a serlo.
Bueno, pues el órdago le salió de cine. María Nagaya reconoció en Grigori a su hijo e incluso le hizo mimos. Con esos antecedentes, la ceremonia de consagración como zar siguió inmediatamente, lo cual convierte al Pseudodemetrio I, hasta donde yo sé, en el único caso, al menos en Europa, de éxito, siquiera temporal, de una impostura como ésa.
Ya antes de llegar a Moscú, se las había arreglado para apartar de ella a quien mejor podría reconocerlo, el patriarca Job, de quien había sido secretario antes de fugarse a Polonia. Desde fuera de la capital, cuando su entrada era cuestión de días, lo desterró a Staritsa, aunque desde luego ayudara el hecho de que Job hubiera excomulgado a todos los que prestaran juramento al usurpador y contara a todo el que quería escucharlo que de Demetrio nada, que era un truhán que había sido secretario suyo y se había fugado del monasterio. Hay que reconocer que al patriarca Job no le faltaba valor, y también hay que reconocer que el supuesto Demetrio era moderado en sus castigos, porque lo normal hubiera sido apiolarse al ex-patriarca, así como hubiera sido normal apiolarse a Vassily Shuisky, que encabezó una conspiración contra él nada más llegar, fue condenado a muerte por la Duma, acusado por el propio Pseudodemetrio y, cuando lo iban a ejecutar, el zar le conmutó la pena de muerte por la de destierro a Vyatka, pero a los pocos días lo amnistió.
El caso es que el Pseudodemetrio I había vivido varios años en Moscú en su anterior "reencarnación" y, de hecho, es normal que bastante gente lo reconociera. Si fue así, lo cierto es que callaron, por si acaso, probablemente con buen criterio.
El tío se portó bien, hay que reconocerlo. También perdonó a los Godunov, incluyendo a Andrey Teliatevsky, el cuñado del primo segundo del zar, y también amnistió a los que los Godunov habían represaliado, que no eran pocos. Basmánov, por fin, fue nombrado consejero real. Luego le dio por luchar contra la corrupción, subiendo los sueldos a los funcionarios y castigando los sobornos con pena de muerte. No sé si eso sería una idea para Medvédev, que también anda preocupado con este asuntillo de la corrupción, pero mejor será no darle ideas, por si acaso.
Sería un impostor, pero era un currante. Daba audiencia dos días por semana, participaba personalmente en las reuniones de la Duma y, al parecer, tenía pensado abrir una universidad en Moscú (hasta 1755 no se abriría). En esto, le salió un competidor: un Pseudopedro, supuesto hijo de su hermano Teodoro I, que había levantado a los cosacos del Don, pero que no representaba un peligro inminente. Estaba visto que la impostura creaba escuela. Demetrio, que sabía como tratar a los usurpadores, le invitó a Moscú sin más.
Al zar le faltaba una zarina, claro, y aquí reaparece un personaje especial, la hija del voivoda Mniszech, Marina, que ya dije que va a ser el principal protagonista de todo este período confuso. Ya se sabe que se habían comprometido en Polonia, antes de que Grigori Otrepiev empezara la campaña. En los diez meses que tardó Marina en llegar a Moscú, por mucho compromiso que hubiera... en fin, que el falso Demetrio no perdió el tiempo. En mayo de 1606 Marina Mniszech apareció en Moscú con su padre y dos mil polacos, el 8 de mayo fue coronada zarina e inmediatamente ella y el Pseudodemetrio I se casaron.
Hasta aquí, el cuento de hadas. Esto parece "El gato con botas", o algo así (bueno, si exceptuamos que el falso Demetrio no fue nada fiel a su novia mientras la esperaba). El prota se convierte en zar y se casa con la princesa, y ahora todos los cuentos acaban con una frase estándar: "y fueron felices y comieron perdices". Normalmente los cuentos llegan hasta aquí, y los autores guardan silencio pudorosamente sobre los detalles de lo que sucedió después.
En este caso, la situación es algo distinta, porque esto sucedió en 1606 y es un suceso real.
El 15 de mayo de 1606 aún estaban celebrando la boda y la coronación. Ya de por sí, los rusos son la pera celebrando bodas, con lo que, si la boda era de su zar, no digamos cómo sería. Unos ciudadanos, en esta situación, le dijeron a Basmánov que en Moscú se estaba montando una conspiración, y de las gordas. Basmánov salió corriendo a informar al zar, que no le hizo ni puñetero caso, ocupado como estaba celebrando su boda y en pleno jolgorio.
El conspirador era, una vez más, Vassily Shuisky, todo un profesional. La noche del 16 al 17 de mayo de 1606 los conspiradores abrieron las cárceles y armaron a todos los delincuentes. El pueblo, que veía que al zar le rodeaban demasiados polacos, y los polacos no es que estén muy bien vistos por Rusia, y si no que se lo digan a Juan Pablo II, se unió a los sediciosos, asaltó el Kremlin, arrasó la resistencia de la guardia y cosió al zar a cuchilladas, y junto a él a Basmánov, que fue el último que no se separó de él.
Vassily Shuisky, el investigador que habíamos visto en Úglich desterrando las campanas de la ciudad a Siberia, el general que había asediado al pretendiente Demetrio en Kromy, el conspirador amnistiado, en fin, se había salido con la suya y se convirtió en el zar Basilio IV.
Pero sus problemas no terminaron ahí.
Bueno, pues el órdago le salió de cine. María Nagaya reconoció en Grigori a su hijo e incluso le hizo mimos. Con esos antecedentes, la ceremonia de consagración como zar siguió inmediatamente, lo cual convierte al Pseudodemetrio I, hasta donde yo sé, en el único caso, al menos en Europa, de éxito, siquiera temporal, de una impostura como ésa.
Ya antes de llegar a Moscú, se las había arreglado para apartar de ella a quien mejor podría reconocerlo, el patriarca Job, de quien había sido secretario antes de fugarse a Polonia. Desde fuera de la capital, cuando su entrada era cuestión de días, lo desterró a Staritsa, aunque desde luego ayudara el hecho de que Job hubiera excomulgado a todos los que prestaran juramento al usurpador y contara a todo el que quería escucharlo que de Demetrio nada, que era un truhán que había sido secretario suyo y se había fugado del monasterio. Hay que reconocer que al patriarca Job no le faltaba valor, y también hay que reconocer que el supuesto Demetrio era moderado en sus castigos, porque lo normal hubiera sido apiolarse al ex-patriarca, así como hubiera sido normal apiolarse a Vassily Shuisky, que encabezó una conspiración contra él nada más llegar, fue condenado a muerte por la Duma, acusado por el propio Pseudodemetrio y, cuando lo iban a ejecutar, el zar le conmutó la pena de muerte por la de destierro a Vyatka, pero a los pocos días lo amnistió.
El caso es que el Pseudodemetrio I había vivido varios años en Moscú en su anterior "reencarnación" y, de hecho, es normal que bastante gente lo reconociera. Si fue así, lo cierto es que callaron, por si acaso, probablemente con buen criterio.
El tío se portó bien, hay que reconocerlo. También perdonó a los Godunov, incluyendo a Andrey Teliatevsky, el cuñado del primo segundo del zar, y también amnistió a los que los Godunov habían represaliado, que no eran pocos. Basmánov, por fin, fue nombrado consejero real. Luego le dio por luchar contra la corrupción, subiendo los sueldos a los funcionarios y castigando los sobornos con pena de muerte. No sé si eso sería una idea para Medvédev, que también anda preocupado con este asuntillo de la corrupción, pero mejor será no darle ideas, por si acaso.
Sería un impostor, pero era un currante. Daba audiencia dos días por semana, participaba personalmente en las reuniones de la Duma y, al parecer, tenía pensado abrir una universidad en Moscú (hasta 1755 no se abriría). En esto, le salió un competidor: un Pseudopedro, supuesto hijo de su hermano Teodoro I, que había levantado a los cosacos del Don, pero que no representaba un peligro inminente. Estaba visto que la impostura creaba escuela. Demetrio, que sabía como tratar a los usurpadores, le invitó a Moscú sin más.
Al zar le faltaba una zarina, claro, y aquí reaparece un personaje especial, la hija del voivoda Mniszech, Marina, que ya dije que va a ser el principal protagonista de todo este período confuso. Ya se sabe que se habían comprometido en Polonia, antes de que Grigori Otrepiev empezara la campaña. En los diez meses que tardó Marina en llegar a Moscú, por mucho compromiso que hubiera... en fin, que el falso Demetrio no perdió el tiempo. En mayo de 1606 Marina Mniszech apareció en Moscú con su padre y dos mil polacos, el 8 de mayo fue coronada zarina e inmediatamente ella y el Pseudodemetrio I se casaron.
Hasta aquí, el cuento de hadas. Esto parece "El gato con botas", o algo así (bueno, si exceptuamos que el falso Demetrio no fue nada fiel a su novia mientras la esperaba). El prota se convierte en zar y se casa con la princesa, y ahora todos los cuentos acaban con una frase estándar: "y fueron felices y comieron perdices". Normalmente los cuentos llegan hasta aquí, y los autores guardan silencio pudorosamente sobre los detalles de lo que sucedió después.
En este caso, la situación es algo distinta, porque esto sucedió en 1606 y es un suceso real.
El 15 de mayo de 1606 aún estaban celebrando la boda y la coronación. Ya de por sí, los rusos son la pera celebrando bodas, con lo que, si la boda era de su zar, no digamos cómo sería. Unos ciudadanos, en esta situación, le dijeron a Basmánov que en Moscú se estaba montando una conspiración, y de las gordas. Basmánov salió corriendo a informar al zar, que no le hizo ni puñetero caso, ocupado como estaba celebrando su boda y en pleno jolgorio.
El conspirador era, una vez más, Vassily Shuisky, todo un profesional. La noche del 16 al 17 de mayo de 1606 los conspiradores abrieron las cárceles y armaron a todos los delincuentes. El pueblo, que veía que al zar le rodeaban demasiados polacos, y los polacos no es que estén muy bien vistos por Rusia, y si no que se lo digan a Juan Pablo II, se unió a los sediciosos, asaltó el Kremlin, arrasó la resistencia de la guardia y cosió al zar a cuchilladas, y junto a él a Basmánov, que fue el último que no se separó de él.
Vassily Shuisky, el investigador que habíamos visto en Úglich desterrando las campanas de la ciudad a Siberia, el general que había asediado al pretendiente Demetrio en Kromy, el conspirador amnistiado, en fin, se había salido con la suya y se convirtió en el zar Basilio IV.
Pero sus problemas no terminaron ahí.
lunes, 1 de agosto de 2011
Impostores (V): el primer falso Demetrio (I)
Era por marzo, e incluso finales de febrero, de este mismo año que ya ha pasado su mitad, cuando fueron publicadas en esta bitácora una serie de entradas de contenido histórico que venían a llamar la atención sobre el desusadamente alto número de impostores que han llegado en Rusia a puestos de importancia, cosa en la que Rusia se diferencia muchísimo de otros países. Eso se vio en la primera entrada de la serie (es decir, aquí).
Vimos que el número de impostores con ínfulas de grandeza está muy relacionado con los cambios dinásticos y las revueltas palaciegas acompañadas de fallecimiento de un monarca legítimo y sucesión por alguien que normalmente no hubiera debido subir al trono. Y eso ha pasado en Rusia, fundamentalmente, en sólo tres ocasiones, una de ellas la Revolución Bolchevique.
De las otras dos, la primera tuvo lugar a caballo entre los siglos XVI y XVII, cuando se extinguió la dinastía Rúrik. El hijo de Iván el Terrible, Demetrio, falleció en 1591, cosa que ya fue glosada aquí y aquí.
Teodoro I, hermano del anterior y personaje tirando a beatorro tontaina, murió en 1598 sin descendencia, con lo que no quedaba nadie de la dinastía. Bueno, no estemos tan seguros, porque hay quien piensa que la dinastía Rurik aún colea.
Sucedió a Teodoro I su valido, Borís Godunov, parece que a pesar suyo y porque no quedaba nadie más. A los pocos años, la economía se puso chunga y se perdieron las cosechas de 1602 y 1603. Hoy, eso es malo, y de hecho la cosecha en Rusia del año pasado se perdió, pero Rusia tiene petróleo y divisas y pudo traer de fuera cosas para comer. En 1603, decir que perder la cosecha era "malo" es minusvalorar enormemente el acontecimiento; de hecho, el pueblo comenzó a murmurar.
Y entonces sucedió. En el momento más tenso imaginable, a principios de 1604, cuando llevas dos años apretándote el cinturón y no llega todavía la nueva cosecha, fue interceptada una carta en la frontera entre Rusia y Suecia. La frontera entonces existía y estaba cerca de lo que hoy es San Petersburgo, pues Suecia poseía Estonia, Livonia e Ingermanlandia (lo que hoy es la región de Leningrado). En la carta que se interceptó, negro sobre blanco, se decía que el zarevich Demetrio no había muerto, sino que se había salvado, se encontraba con los cosacos y se preparaba para marchar sobre Moscú con un gran ejército.
Al parecer, la primera aparición del personaje que sería conocido como Pseudodemetrio I tuvo lugar en Kíev, vestido con un hábito monástico; luego se le situó en una extraña secta polaco-arriana sobre la que no se sabe mucho y donde estuvo tres años, hasta que llegó su siguiente aparición, como paje de un importante noble polaco, Adam Vishnevetsky. No se sabe cómo aparecieron rumores de que el paje ése era en realidad el zarevich ruso, y los Vishnevetsky decidieron conducirlo al palacio del jefe militar polaco de la zona, el voivoda Jerzy Mniszech. El rumor siguió extendiéndose y llegó a Cracovia, entonces capital polaca, donde el rey de Polonia, a la sazón Segismundo III, llamó al supuesto zarevich. El impostor ofreció, a cambio de ayuda, convertir Rusia al catolicismo y ceder al rey polaco Smolensko y la región de Severia. El tal Demetrio no era la primera vez que prometía ceder cosas, no. Ya le había ofrecido Severia al voivoda Mniszech, cuya hija Marina (que es, en realidad, la protagonista principal de esta serie), por cierto, le hacía bastante tilín. Tanto, que le propuso matrimonio. Las cosas se iban complicando por Polonia.
En Moscú estaban supermoscas con el asunto del supuesto Demetrio, e hicieron una investigación propia para ver quién era el nota aquél, que resultó ser un monje fugitivo del monasterio de Chúdov, llamado Grigori Otrepiev (Yuri, en el siglo). Venía de una familia hidalga, pero empobrecida, y su padre, que era un sargento de arcabuceros, había muerto en una riña de borrachos, en Moscú. Lo tuvo que sacar adelante su madre como pudo en su lugar de origen, hasta que lo logró colocar en Moscú ¿Verdad que hay cosas que no cambian?
Cuando llegó a Moscú se colocó en un puesto guay, de paje de los Románov, que luego serían famosos en todo el mundo, pero entonces sólo lo eran en Rusia. Eso sí, como parientes próximos de los Rúrik, eran posibles candidatos al trono, y a Borís Godunov los posibles candidatos al trono le sentaban fatal, así que los desterró. Nuestro Yuri se metió monje, adoptando el nombre de Grigori, y pasó por varios monasterios y "desiertos", hasta llegar al monasterio Chúdov, otra vez en Moscú.
Allí le cayó simpático al patriarca Job. Como el chico era listo y sabía leer y escribir bien, lo tomó a su servicio e incluso recibió órdenes menores. Al estar al servicio del patriarca, Grigori podía estar a la última de todo lo que se cocía en palacio, hasta que, un buen día de 1602, desapareció. Su pista se perdía cerca de la frontera con Polonia.
Hay otras versiones sobre quién fue el Pseudodemetrio I, pero la más extendida y razonada es ésta. El caso es que estamos en agosto de 1604, y tal día como hoy, hace algo más de cuatro siglos, el ejército del Pseudodemetrio, compuesto de mercenarios polacos, atraviesa la frontera ruso-polaca y, en su avance, se ve reforzado por todos los descontentos del gobierno de Borís Godunov, que no eran pocos. El impostor va de victoria en victoria: el 18 de octubre se rinde Moravsk, el 26 de octubre Chernigov... pero el 11 de noviembre Nóvgorod-Síverski decide resistir, lo consigue, y a principios de enero de 1605 llega un ejército ruso y no sólo fuerza a levantar el asedio, sino que al segundo intento destroza completamente el ejército del impostor.
Los generales de Borís Godunov decidieron irse a pasar un ratito a casa calentitos, que en enero hacía mucho frío, y dejaron escapar a Grigori. Borís Godunov se enteró y les dijo a sus generales que espabilaran. Uno de los generales era Vassily Shuisky, al que vimos en otra entrada investigando la muerte del verdadero Demetrio y desterrando las campanas de Úglich a Siberia; el otro era Fiódor Sheremetyev, cuyo apellido seguro que le suena a todo el mundo que haya volado con Aeroflot a Moscú. Los dos generales asediaron al impostor en Kromy, y la suerte de la guerra parecía echada.
Entretanto, el zar Borís Godunov iba de capa caída. Siempre había sido un tipo activo, pero últimamente había dejado de serlo. Gotoso, nervioso y supersticioso, tenía el palacio lleno de adivinos y augures, lo que no es la mejor de las políticas cuando estás en guerra civil y tienes el trono tambaleante. El caso es que el 13 de abril de 1605 el zar palmó no se sabe muy bien de qué, pero sí que fue de repente, brotándole sangre de todos los agujeros imaginables que hay en la cabeza. No le dio tiempo más que a designar sucesor a su hijo, Teodoro II, a quien se juró fidelidad en Moscú sin demasiados problemas.
Ahora se trataba de que le jurasen fidelidad los ejércitos que asediaban Kromy. Desde Moscú se envió al voivoda Piotr Basmanov.
Basmánov no tenía muchos motivos para ser fiel a la dinastía Rúrik, supuestamente representada por el asediado pretendiente. De hecho, su padre había sido una de las muchísimas víctimas de Iván el Terrible. Su ascenso fulgurante viene, precisamente, con el reinado de Borís Godunov, en que se convierte en uno de los jefes militares más importantes del ejército; es más, se había distinguido especialmente en la defensa de Nóvgorod-Síversky frente al pretendiente, hasta el punto de que el propio zar lo había llamado a Moscú, enviando su propio carruaje, y lo había nombrado boyardo. Basmánov estaba en la cima de su poder.
Y entonces, murió Borís Godunov y juró fidelidad a Teodoro II. Y esperaba algo. Esperaba que lo nombrasen general en jefe, o quizá consejero único del nuevo zar; pero lo que ocurrió es que nombraron consejero a Andrey Teliatevsky, que, incidentalmente, era cuñado de Simeón Godunov, primo segundo del zar. Sí, hay cosas que no cambian.
A Basmánov, con un cabreo de mil pares de narices, lo enviaron de vicecomandante a conseguir el juramento de fidelidad del ejército que asediaba al pretendiente en Kromy. Hay que ser torpe para mandarle precisamente a él. En realidad, lo que hizo fue pasarse de bando con la mitad del ejército y declararse demetrista; los cosacos sitiados en la ciudad hicieron una salida y no dejaron títere con cabeza. El ejército de los Godunov había dejado de existir.
Pseudodemetrio I reanudó su marcha hacia Moscú, además en plan psicológico, enviando mensajeros por delante avisando de su llegada a las poblaciones por donde iba a pasar. En Moscú los partidarios de Teodoro II estaban de los nervios. Finalmente, el pretendiente logró provocar el 1 de junio un motín en Krasnoe, un pueblecito ya no muy lejano de Moscú, cuyos habitantes se armaron, se lanzaron a por Moscú, consiguieron desarmar a la guardia y tomaron la Plaza Roja en plan indignado 15-M. Con un par.
En la Plaza Roja, un enviado del falso Demetrio leyó un manifiesto (está visto que los del 15-M no han inventado nada) del pretendiente en que éste prometía ser clemente con los habitantes de la capital. Los habitantes de la capital, la mar de contentos, se unieron a los de Krasnoe, deshicieron a la guardia de arcabuceros que el antecesor de Felip Puig había enviado para disolverlos y tomaron el Kremlin. Teodoro II fue depuesto y encerrado con su madre, y estrangulado poco después.
El 20 de junio de 1605 Grigori Otrepiev entró en Moscú bajo el nombre de Demetrio Ivánovich. Uno de los que le habían jurado fidelidad unos días antes, al salir a su encuentro, era Andrei Teliatevsky, el cuñado del primo segundo del zar. Hay cosas que no cambian.
Y en esta entrada dejamos al falso Demetrio en la cima de su poder. Veremos qué pasa en la siguiente.