Pues porque es Pascua.
En Pascua, parece que los ortodoxos tienen una suerte de temporada de puertas abiertas. Como es un tiempo de gran alegría, las campanas pueden tocar constantemente y, lejanos por fortuna los tiempos en que eso estaba pésimamente considerado, efectivamente vuelve a ocurrir.
Naturalmente, para que las campanas suenen, tiene que haber alguien que las haga sonar. Cualquiera, por lo visto, puede acercarse a una iglesia y pedir subir al campanario para hacer de improvisado campanero, aunque supongo que lo normal es que, si quien tiene las llaves no conoce al que se acerca a tocar, el hecho de acceder al campanario no sea fácil.
Por eso, cuando a Alfina le propusieron hace unos días ir a tocar las campanas a una iglesita en Babushkinskaya, no se lo pensó dos veces y no sólo dijo que adelante, sino que nos enroló a todos en el viaje. En las familias normales, los hijos proponen cosas interesantes y los mayores ponen pegas; en nuestra familia, muchas veces, somos los padres los que proponemos cosas interesantes, y son los hijos los que ponen los inconvenientes, así que nos costó un poco convencer a Abi, Ro y Ame de que realmente íbamos a ir a Babushkinskaya en metro. Digamos que Babushkinskaya está en las afueras de la ciudad y que llegar hasta allí da un poco de pereza, pero, ¡narices! ¡Que íbamos a tocar campanas! ¡A ver cuándo nos iban a dejar hacer de campaneros en España, donde casi todos los campanarios están informatizados y tocan a su hora haya o no haya alguien cerca!
Y tocar, tocamos. Y no quedó mal la cosa. Lo que no sé es si nos hemos convertido en unos campaneros acabados.
Todo lo que se cuenta aquí debería tomarse con sentido del humor. Si usted no se ve capaz de hacerlo, y aun así persiste en entrar y leer, sepa que no va por usted, que lo que se cuenta está fuera de contexto y que incluso es posible que no sea ni verdad.
viernes, 29 de abril de 2011
miércoles, 27 de abril de 2011
Músicos acabados (XI)
- ¿Dave?
- Sí, ¿quién es?
- Soy Roger.
- Jo. Desde que no me pones demandas para quedarte con el nombre del grupo, ya me llamas todas las semanas.
- Sí, pero esto es grave.
- No lo será tanto como lo de Rick.
- Es grave.
- ¿Y qué es?
- Voy a actuar en... Moscú.
- ¡Roger! ¡Estarás acabado!
- Ya estoy acabado, Dave. No hago nada original desde hace casi veinte años.
- ¿Y la ópera ésa que escribiste?
- No me la recuerdes.
- Pero... ¡tocar en Moscú! ¡Es lo último!
- Bueno, es que... claro... y... una cosa más.
- Dime.
- Había pensado en que podíamos tocar juntos, e incluso convencer a Nick, como en aquel concierto de Londres de hace unos años. Que ya hace seis años, tú. Cómo pasa el tiempo.
- ¿Yo, en Moscú? ¡No! ¡No estoy acabado todavía! Sólo hace cinco años que saqué mi último disco ¡No voy!
- Bueno, pues si sólo hace cinco años que sacaste algo nuevo y bueno, iré yo sólo a tocar a Moscú. Ya sé que todo el mundo sabrá que estoy acabado, pero al menos es en primavera, y pagan bien.
Efectivamente, esos dos pollos del supuesto diálogo no habían venido todavía por Moscú. No mientras fueron miembros de Pink Floyd, claro, porque Roger Waters se fue del grupo en 1985, o más lo declaró disuelto, aduciendo, precisamente, que habían dejado de ser una fuerza creativa. O sea, que estaban acabados. Los otros dos componentes lo desmintieron, después de unos problemillas judiciales, sacando «A Momentary Lapse of Reason», y luego «The Division Bell». Y no, no estaban acabados. Los dos son muy buenos.
Ahora podemos decir tranquilamente que los Pink Floyd están acabados. Syd Barrett, que llevaba acabado casi cuarenta años (las drogas no perdonan) murió en 2006 y Richard Wright en 2008. Cuando dos miembros del grupo mueren, es señal suficiente de acabamiento y terminación. El sábado, el tercero, Waters, actuó en Moscú.
Probablemente cualquier otro día hubiera ido, pero el sábado era la vigilia de Pascua y estaba ocupado. Al que seguimos esperando, y no creo que tarde demasiado en venir, es a David Gilmour. A ése espero no perdérmelo, aunque sea la constatación definitiva de que, incluso él, está acabado.
Y aquí tenéis a Waters en Moscú:
- Sí, ¿quién es?
- Soy Roger.
- Jo. Desde que no me pones demandas para quedarte con el nombre del grupo, ya me llamas todas las semanas.
- Sí, pero esto es grave.
- No lo será tanto como lo de Rick.
- Es grave.
- ¿Y qué es?
- Voy a actuar en... Moscú.
- ¡Roger! ¡Estarás acabado!
- Ya estoy acabado, Dave. No hago nada original desde hace casi veinte años.
- ¿Y la ópera ésa que escribiste?
- No me la recuerdes.
- Pero... ¡tocar en Moscú! ¡Es lo último!
- Bueno, es que... claro... y... una cosa más.
- Dime.
- Había pensado en que podíamos tocar juntos, e incluso convencer a Nick, como en aquel concierto de Londres de hace unos años. Que ya hace seis años, tú. Cómo pasa el tiempo.
- ¿Yo, en Moscú? ¡No! ¡No estoy acabado todavía! Sólo hace cinco años que saqué mi último disco ¡No voy!
- Bueno, pues si sólo hace cinco años que sacaste algo nuevo y bueno, iré yo sólo a tocar a Moscú. Ya sé que todo el mundo sabrá que estoy acabado, pero al menos es en primavera, y pagan bien.
Efectivamente, esos dos pollos del supuesto diálogo no habían venido todavía por Moscú. No mientras fueron miembros de Pink Floyd, claro, porque Roger Waters se fue del grupo en 1985, o más lo declaró disuelto, aduciendo, precisamente, que habían dejado de ser una fuerza creativa. O sea, que estaban acabados. Los otros dos componentes lo desmintieron, después de unos problemillas judiciales, sacando «A Momentary Lapse of Reason», y luego «The Division Bell». Y no, no estaban acabados. Los dos son muy buenos.
Ahora podemos decir tranquilamente que los Pink Floyd están acabados. Syd Barrett, que llevaba acabado casi cuarenta años (las drogas no perdonan) murió en 2006 y Richard Wright en 2008. Cuando dos miembros del grupo mueren, es señal suficiente de acabamiento y terminación. El sábado, el tercero, Waters, actuó en Moscú.
Probablemente cualquier otro día hubiera ido, pero el sábado era la vigilia de Pascua y estaba ocupado. Al que seguimos esperando, y no creo que tarde demasiado en venir, es a David Gilmour. A ése espero no perdérmelo, aunque sea la constatación definitiva de que, incluso él, está acabado.
Y aquí tenéis a Waters en Moscú:
lunes, 25 de abril de 2011
Como unas pascuas
Pues sí que iba a escribir sobre los cadáveres creativos que vienen a Moscú a morir, como los ríos a la mar, pero resulta que hoy, lunes de Pascua, no es día de entierros, sino de resurrecciones, así que mejor será diferir la continuación de las entradas sobre músicos acabados para la siguiente ocasión.
Porque hoy es Pascua y, por si fuera poco, Pascua doble, puesto que las pascuas católica y ortodoxa, que normalmente están separadas en el tiempo, este año han venido a caer en la misma fecha, igual que sucedió el año pasado, pero no así el año próximo, en que volverán a estar lejos una de la otra.
El sábado por la noche, Moscú tenía todavía más marcha que de costumbre, que ya es decir. Esa noche, delante de cada iglesia, se veían nutridos grupos de gente que no cabían dentro del templo (los templos ortodoxos, por lo general, no tienen una cabida demasiado amplia), mientras escuchaban los cantos que salían desde el interior. Además, el tiempo era estupendo, durante todo el día había hecho sol y, bien entrada la noche, la temperatura seguía siendo muy agradable.
La catedral católica, que es donde pasé la vigilia y que sí tiene una capacidad bastante más parecida a las iglesias españolas, estaba de bote en bote. Al principio no pude sentarme, y sólo hacia la segunda hora de vigilia una señora se fue justo junto a mí y dejó libre su sitio, cosa que agradecí bastante, porque cuatro horas de liturgia, por muy emocionante que fuera, castigan bastante. Y pensar que los ortodoxos las aguantan de pie casi todas las semanas.
La vigilia de Pascua de Resurrección es el momento para el bautismo y confirmación de adultos. En España, donde el bautismo de adultos era insólito hasta hace poquísimo, es un fenómeno que probablemente irá en aumento poco a poco (y aquí tengo sentimientos encontrados: no sé si eso es por suerte o por desgracia), pero en Rusia es bastante frecuente (aquí, claramente, por suerte). El sábado por la tarde se debieron bautizar y confirmar como una treintena de personas, a una de las cuales, además, había preparado yo. Como acceder a las primeras filas fue bastante complicado hasta bien entrada la noche, no pude felicitarla hasta casi la madrugada, pero, sí, estaba muy contenta.
¡Si es que teníamos hasta a la televisión haciendo un reportaje! El reportero, ya a la salida del templo, miró a su alrededor a ver si descubría a algún católico lo suficiente fotogénico y particular como para entrevistarle, y quiso la mala suerte que encontrara a Paulish, un encantador niño mozambiqueño de siete años que ciertamente va a catequesis desde hace unos meses (con Ame, además, una pareja que es el terror de la catequista y del resto del grupo), pero se ve que atiende más bien poco:
- Что это такое - Пасха? (¿Qué es la Pascua?) - preguntó el periodista, un chaval joven, con una sonrisa de oreja a oreja, mientras los focos apuntaban a Paulish.
Paulish, que habla ruso perfectamente, además de su portugués nativo, miró con cara de ignorancia al periodista, sin acertar a balbucir nada coherente.
- Ты можешь ответить на английском (Puedes responder en inglés) - añadió el periodista con cara de preocupación. Los rusos creen que todos los extranjeros tenemos la obligación de saber inglés (cosa que ellos casi nunca cumplen). En el caso de Paulish, la advertencia es superflua, porque lo único que habla Paulish en inglés son palabras como «Nintendo», «PSP», «On», «Play» y «Game over», que son suficientes para sus propósitos.
Al final, el periodista tuvo que dejar a Paulish por imposible, descubrió una monja negra de las hermanas de la Madre Teresa y le pareció lo suficientemente exótica para lo que quería. La monja, aunque yo ya no lo oí, estoy seguro de que supo responder perfectamente al periodista sobre qué es la Pascua.
Al menos, Paulish ya tiene un estímulo para atender en catequesis. Si no lo hace, viene la televisión y toda Rusia se entera de que esta más verde que una lechuga.
Porque hoy es Pascua y, por si fuera poco, Pascua doble, puesto que las pascuas católica y ortodoxa, que normalmente están separadas en el tiempo, este año han venido a caer en la misma fecha, igual que sucedió el año pasado, pero no así el año próximo, en que volverán a estar lejos una de la otra.
El sábado por la noche, Moscú tenía todavía más marcha que de costumbre, que ya es decir. Esa noche, delante de cada iglesia, se veían nutridos grupos de gente que no cabían dentro del templo (los templos ortodoxos, por lo general, no tienen una cabida demasiado amplia), mientras escuchaban los cantos que salían desde el interior. Además, el tiempo era estupendo, durante todo el día había hecho sol y, bien entrada la noche, la temperatura seguía siendo muy agradable.
La catedral católica, que es donde pasé la vigilia y que sí tiene una capacidad bastante más parecida a las iglesias españolas, estaba de bote en bote. Al principio no pude sentarme, y sólo hacia la segunda hora de vigilia una señora se fue justo junto a mí y dejó libre su sitio, cosa que agradecí bastante, porque cuatro horas de liturgia, por muy emocionante que fuera, castigan bastante. Y pensar que los ortodoxos las aguantan de pie casi todas las semanas.
La vigilia de Pascua de Resurrección es el momento para el bautismo y confirmación de adultos. En España, donde el bautismo de adultos era insólito hasta hace poquísimo, es un fenómeno que probablemente irá en aumento poco a poco (y aquí tengo sentimientos encontrados: no sé si eso es por suerte o por desgracia), pero en Rusia es bastante frecuente (aquí, claramente, por suerte). El sábado por la tarde se debieron bautizar y confirmar como una treintena de personas, a una de las cuales, además, había preparado yo. Como acceder a las primeras filas fue bastante complicado hasta bien entrada la noche, no pude felicitarla hasta casi la madrugada, pero, sí, estaba muy contenta.
¡Si es que teníamos hasta a la televisión haciendo un reportaje! El reportero, ya a la salida del templo, miró a su alrededor a ver si descubría a algún católico lo suficiente fotogénico y particular como para entrevistarle, y quiso la mala suerte que encontrara a Paulish, un encantador niño mozambiqueño de siete años que ciertamente va a catequesis desde hace unos meses (con Ame, además, una pareja que es el terror de la catequista y del resto del grupo), pero se ve que atiende más bien poco:
- Что это такое - Пасха? (¿Qué es la Pascua?) - preguntó el periodista, un chaval joven, con una sonrisa de oreja a oreja, mientras los focos apuntaban a Paulish.
Paulish, que habla ruso perfectamente, además de su portugués nativo, miró con cara de ignorancia al periodista, sin acertar a balbucir nada coherente.
- Ты можешь ответить на английском (Puedes responder en inglés) - añadió el periodista con cara de preocupación. Los rusos creen que todos los extranjeros tenemos la obligación de saber inglés (cosa que ellos casi nunca cumplen). En el caso de Paulish, la advertencia es superflua, porque lo único que habla Paulish en inglés son palabras como «Nintendo», «PSP», «On», «Play» y «Game over», que son suficientes para sus propósitos.
Al final, el periodista tuvo que dejar a Paulish por imposible, descubrió una monja negra de las hermanas de la Madre Teresa y le pareció lo suficientemente exótica para lo que quería. La monja, aunque yo ya no lo oí, estoy seguro de que supo responder perfectamente al periodista sobre qué es la Pascua.
Al menos, Paulish ya tiene un estímulo para atender en catequesis. Si no lo hace, viene la televisión y toda Rusia se entera de que esta más verde que una lechuga.
viernes, 22 de abril de 2011
Músicos acabados (X)
Vamos a prescindir en este análisis de los grupos que han venido a Moscú durante el invierno. Porque venir a Moscú en primavera, suponiendo que en Moscú tengamos primavera, pues tiene un pase, pero venir a Moscú en invierno es el colmo de la ruina y la prueba irrefutable de que el grupo en cuestión no es que esté acabado, sino de que está directamente para el desguace; eso es, por ejemplo, lo que le ha pasado a Iron Maiden, que tocaron en febrero. En febrero, Dios mío. No era la primera vez, como los lectores de esta bitácora conocen, porque ya habían tocado en agosto de 2008, pero ahora bajan un peldaño más hacía el abismo y vienen en pleno invierno. No excluyamos que dentro de poco hagan una gira por Murmansk, Arjángelsk, Vólogda, Bélgorod y Salvacañete. Dicen quienes fueron a verlos que estuvieron muy profesionales y que Bruce Dickinson aún sabe cantar. A buenas horas, en sus buenos tiempos, sus seguidores les hubieran llamado profesionales. Ufff...
En cambio, aquí tenemos a unos que sí que han hecho giras por villorios provincianos rusos y que, por fin, han anunciando la que va a ser su gira de despedida. Sí, son los Scorpions, un grupo que tuvo un buen disco, el primero, «Lonesome Crow», en el prehistórico 1972, y luego fueron descendiendo lentamente hacia las profundidades más abisales. Probablemente son los primeros que pasaron por el laboratorio de pruebas de músicos acabados, ya que su primer concierto en Moscú, dentro de una gira por ocho ciudades de la URSS, fue nada menos que en 1988.
Y mira que me gustaban a mi los Scorpions, incluso después de su primer disco, pero ahora los detesto cordialmente. En los tres lustros, a ojo, que llevo aquí he tenido que sufrir constantemente cómo, por donde pasara, te soltaban «Winds of Change», esa espantosa canción creada por Klaus Meine, pero que bien pudo haber compuesto Nerón para martirizar cristianos. Un horror, pero un horror que te ponían en todas las emisoras de radio, porque, no sé por qué, parece que le gustaba a las chicas. Un grupo heavy (o ex-heavy) con una balada insulsa que pone a las chicas. Sólo tuve un sentimiento parecido de indignación cuando el «Casi me mato» de Barón Rojo entró en los cuarenta principales. Insoportable.
Pero ahora se van. Se acabo. Finito. El «Winds of change» sonará por última vez dentro de unas semanas, el 26 de mayo, y yo creo que por esas fechas haré lo que sea por encontrarme lejos de Moscú para no tener ni la más remota posibilidad de escucharlo.
¿Son los Scorpions los únicos en reconocer que ya no harán nada más de provecho en el panorama musical? No. Las desgracias nunca vienen solas, y aquí tenemos a Slayer y Megadeth, además juntos, que tocaron hace unas semanas por aquí. No sé de quién sería la idea de poner a ambos grupos juntos en el mismo escenario, y supongo que si se atreven a hacerlo es porque Mustaine está mucho más calmado y ya no llama chupapollas a algún que otro miembro de Slayer, que a su vez llamaba maricón a Mustaine. Como en los periódicos no apareció ningún incidente entre los músicos, es de suponer que están tan acabados que ni siquiera se insultan mutuamente. Es lo que tiene tocar en Moscú. Domestica a las fieras.
Y a todo esto, ¿queda algún músico de cierta edad que, por no haber venido a Moscú, es posible que no esté acabado? Yo pensaba que aún había alguna esperanza, hasta que hace un par de semanas vi un cartel por la calle anunciando la llegada de un nuevo miembro al cementerio musical de Moscú.
Mañana por la noche, víspera de Pascua de Resurrección, actúa. Y en la próxima entrada le llegará su epitafio, porque ése sí que no se levanta de nuevo.
En cambio, aquí tenemos a unos que sí que han hecho giras por villorios provincianos rusos y que, por fin, han anunciando la que va a ser su gira de despedida. Sí, son los Scorpions, un grupo que tuvo un buen disco, el primero, «Lonesome Crow», en el prehistórico 1972, y luego fueron descendiendo lentamente hacia las profundidades más abisales. Probablemente son los primeros que pasaron por el laboratorio de pruebas de músicos acabados, ya que su primer concierto en Moscú, dentro de una gira por ocho ciudades de la URSS, fue nada menos que en 1988.
Y mira que me gustaban a mi los Scorpions, incluso después de su primer disco, pero ahora los detesto cordialmente. En los tres lustros, a ojo, que llevo aquí he tenido que sufrir constantemente cómo, por donde pasara, te soltaban «Winds of Change», esa espantosa canción creada por Klaus Meine, pero que bien pudo haber compuesto Nerón para martirizar cristianos. Un horror, pero un horror que te ponían en todas las emisoras de radio, porque, no sé por qué, parece que le gustaba a las chicas. Un grupo heavy (o ex-heavy) con una balada insulsa que pone a las chicas. Sólo tuve un sentimiento parecido de indignación cuando el «Casi me mato» de Barón Rojo entró en los cuarenta principales. Insoportable.
Pero ahora se van. Se acabo. Finito. El «Winds of change» sonará por última vez dentro de unas semanas, el 26 de mayo, y yo creo que por esas fechas haré lo que sea por encontrarme lejos de Moscú para no tener ni la más remota posibilidad de escucharlo.
¿Son los Scorpions los únicos en reconocer que ya no harán nada más de provecho en el panorama musical? No. Las desgracias nunca vienen solas, y aquí tenemos a Slayer y Megadeth, además juntos, que tocaron hace unas semanas por aquí. No sé de quién sería la idea de poner a ambos grupos juntos en el mismo escenario, y supongo que si se atreven a hacerlo es porque Mustaine está mucho más calmado y ya no llama chupapollas a algún que otro miembro de Slayer, que a su vez llamaba maricón a Mustaine. Como en los periódicos no apareció ningún incidente entre los músicos, es de suponer que están tan acabados que ni siquiera se insultan mutuamente. Es lo que tiene tocar en Moscú. Domestica a las fieras.
Y a todo esto, ¿queda algún músico de cierta edad que, por no haber venido a Moscú, es posible que no esté acabado? Yo pensaba que aún había alguna esperanza, hasta que hace un par de semanas vi un cartel por la calle anunciando la llegada de un nuevo miembro al cementerio musical de Moscú.
Mañana por la noche, víspera de Pascua de Resurrección, actúa. Y en la próxima entrada le llegará su epitafio, porque ése sí que no se levanta de nuevo.
miércoles, 20 de abril de 2011
Músicos acabados (IX)
Desde que, ya hace algún tiempo, comenzó la historia de esta bitácora, el descubrimiento más sensacional y la mayor contribución a la ciencia que se ha realizado desde la misma ha sido la revelación de que todo músico que viene a actuar a Moscú está acabado.
Hay gente, incluso en mi propia familia, que dice que exagero. Que no es verdad. Que son cosas que digo de broma y que no hay nada de eso. Que Moscú es la ciudad más grande de Europa y que un músico puede actuar en ella sin desdoro para su reputación... si aún fuera, no sé, Kostromá o Tver, pues aún podría ser, pero ¡Moscú!
Pamplinas, y nada más que pamplinas.
Ya lo creo que un músico que toque en Moscú está acabado. Para quien no lo crea y siga considerando que este aserto mío no es más que una señal más de una supuesta ojeriza mía a esta ciudad (y que quede claro que no le tengo ninguna ojeriza), es momento de echar la vista atrás y comprobar qué ha sucedido con algunos de los protagonistas de las entradas etiquetadas como «Músicos acabados».
La verdad es que la mayoría de las casos no hay mucha discusión, y que la ley de acabamiento de los músicos - voy a bautizarla así - queda fatalmente confirmada. Hay músicos que vienen todos los años y que incluso realizan giras por toda Rusia, como el caso más palmario de Deep Purple, que probablemente tiene visado de múltiple entrada, aunque hay que reconocer que en eso les ayuda el hecho de contar con numerosos seguidores en Rusia, el más destacado de los cuales es el presidente del país, Dmitry Medvedev, que el mes pasado, tras el enésimo concierto de la banda en Moscú, les invitó a tomar el té en su residencia. Tenemos la foto de ahí arriba, en la que Medvedev, con gesto arrobado y poco menos que la baba cayéndole por la comisura de los labios, escucha lo que le pueda estar diciendo Ian Guillan, posiblemente el más acabado de la banda, porque los demás aún saben tocar, pero él ya no tiene voz como para ir berreando por ahí.
No es el único caso. Todos y cada uno de los protagonistas de las entradas en cuestión han pasado a la historia de la música, después de haber abandonado el presente. Lenny Kravitz, Iron Maiden, Julio Iglesias, Raphael, U2 (¿os pensáis que U2 va a hacer algo más de cierto mérito? ¡Ja!)... todos han dejado atrás sus mejores momentos y simplemente, y todo lo más, se dedicarán a sacar recopilatorios. Si se atreven a sacar algo nuevo, seguro que va a desmerecer mucho respecto de su obra anterior.
¿Y Madonna? Parecía que no había nada en este mundo que pudiera con la reina del pop, e incluso, cuando escribí el 11 de septiembre de 2006 que sus días en primera fila del pop mundial estaban contados, hubo gente que pensó que yo me estaba equivocando y que Madonna continuaría como hasta entonces. Pero no: desde que actuó en Moscú, lo único que ha hecho ha sido sacar un disco bastante malo (como era de esperar), abrir una cadena de gimnasios (pff...), sacar un par de recopilatorios (malum signum, malum signum...), divorciarse (aunque fuera de Guy Ritchie, que menudo piernas), adoptar a un niño (sobornando a diestro y siniestro) y, en suma, comenzar una cuesta abajo inexorable. Vamos, que Moscú ha acabado hasta con Madonna.
Y así sucesivamente. La vida continúa, y también continúa la función de Moscú como notario del fin de músicos que en su día se creyeron inmortales y que hoy, pasado su tiempo, se conforman con ganar sus últimos rublos allí donde todavía les dejan actuar. Y es el momento, pues, de revisar los últimos elefantes que han venido a su cementerio, porque, con toda la monserga esta que estoy soltando, se ha hecho un poco tarde.
Hay gente, incluso en mi propia familia, que dice que exagero. Que no es verdad. Que son cosas que digo de broma y que no hay nada de eso. Que Moscú es la ciudad más grande de Europa y que un músico puede actuar en ella sin desdoro para su reputación... si aún fuera, no sé, Kostromá o Tver, pues aún podría ser, pero ¡Moscú!
Pamplinas, y nada más que pamplinas.
Ya lo creo que un músico que toque en Moscú está acabado. Para quien no lo crea y siga considerando que este aserto mío no es más que una señal más de una supuesta ojeriza mía a esta ciudad (y que quede claro que no le tengo ninguna ojeriza), es momento de echar la vista atrás y comprobar qué ha sucedido con algunos de los protagonistas de las entradas etiquetadas como «Músicos acabados».
La verdad es que la mayoría de las casos no hay mucha discusión, y que la ley de acabamiento de los músicos - voy a bautizarla así - queda fatalmente confirmada. Hay músicos que vienen todos los años y que incluso realizan giras por toda Rusia, como el caso más palmario de Deep Purple, que probablemente tiene visado de múltiple entrada, aunque hay que reconocer que en eso les ayuda el hecho de contar con numerosos seguidores en Rusia, el más destacado de los cuales es el presidente del país, Dmitry Medvedev, que el mes pasado, tras el enésimo concierto de la banda en Moscú, les invitó a tomar el té en su residencia. Tenemos la foto de ahí arriba, en la que Medvedev, con gesto arrobado y poco menos que la baba cayéndole por la comisura de los labios, escucha lo que le pueda estar diciendo Ian Guillan, posiblemente el más acabado de la banda, porque los demás aún saben tocar, pero él ya no tiene voz como para ir berreando por ahí.
No es el único caso. Todos y cada uno de los protagonistas de las entradas en cuestión han pasado a la historia de la música, después de haber abandonado el presente. Lenny Kravitz, Iron Maiden, Julio Iglesias, Raphael, U2 (¿os pensáis que U2 va a hacer algo más de cierto mérito? ¡Ja!)... todos han dejado atrás sus mejores momentos y simplemente, y todo lo más, se dedicarán a sacar recopilatorios. Si se atreven a sacar algo nuevo, seguro que va a desmerecer mucho respecto de su obra anterior.
¿Y Madonna? Parecía que no había nada en este mundo que pudiera con la reina del pop, e incluso, cuando escribí el 11 de septiembre de 2006 que sus días en primera fila del pop mundial estaban contados, hubo gente que pensó que yo me estaba equivocando y que Madonna continuaría como hasta entonces. Pero no: desde que actuó en Moscú, lo único que ha hecho ha sido sacar un disco bastante malo (como era de esperar), abrir una cadena de gimnasios (pff...), sacar un par de recopilatorios (malum signum, malum signum...), divorciarse (aunque fuera de Guy Ritchie, que menudo piernas), adoptar a un niño (sobornando a diestro y siniestro) y, en suma, comenzar una cuesta abajo inexorable. Vamos, que Moscú ha acabado hasta con Madonna.
Y así sucesivamente. La vida continúa, y también continúa la función de Moscú como notario del fin de músicos que en su día se creyeron inmortales y que hoy, pasado su tiempo, se conforman con ganar sus últimos rublos allí donde todavía les dejan actuar. Y es el momento, pues, de revisar los últimos elefantes que han venido a su cementerio, porque, con toda la monserga esta que estoy soltando, se ha hecho un poco tarde.
lunes, 18 de abril de 2011
Moscú en bici (II)
Es bastante probable que los planes de Sobyanin para transformar a Moscú en algo así como Amsterdam en implantación de la bicicleta tengan bastantes dificultades para dar resultados palpables en forma de una parte significativa de la ciudadanía desplazándose en bicicleta. Voy a tratar de apuntar algunas razones por las que pienso que esto será así:
La primera es de tipo general: los rusos son unos tíos geniales haciendo planes... y una calamidad con patas ejecutándolos. En Rusia hay más planes de transporte que longanizas, y la mayoría de las carreteras siguen estando para llorar, con un asfalto indecente, atestadas de coches hasta la exageración las que entran y salen de las grandes ciudades, con puentes para pasar por los cuales es conveniente confesarse y comulgar primero, y en las que no hay más accidentes porque Dios no quiere. Y esta gente quiere construir en cinco años ciento ochenta kilómetros de carril bici. Anda ya.
La segunda es la lógica de tipo climático. Así como Valencia es el sitio ideal para ir en bici, con temperaturas suaves todo el año, casi sin lluvias y con una agradable brisilla marina (que a veces se enfada, pero sólo a veces), Moscú es otra cosa. Entre mayo y septiembre la temperatura está por encima de los diez grados, que es aproximadamente el nivel de comodidad, pero el resto del tiempo hay que proponerse muy seriamente lo de la bicicleta, e incluso en esos meses de comodidad te puedes encontrar con lluvias muy frecuentes. Y luego hay tres meses, diciembre, enero y febrero, y a veces buena parte de marzo, en que no es que haya que proponerse muy seriamente lo de la bicicleta, es que hay que ser todavía más fanático que yo, que ya es decir. Hay hielo en las calles, puedes llegar hecho un desastre a los sitios con las tormentas de nieve y el barro medio sólido que los coches te salpican y, además, bastantes fabricantes directamente no recomiendan la conducción a nosecuántos grados bajo cero, porque no se fían de cómo puedan responder los mecanismos. Y esos nosecuántos grados bajo cero, aquí, se alcanzan.
La tercera causa es que en Moscú no hay un movimiento ciclista como lo hay, o ha habido, en Valencia. En Valencia ha existido desde hace un par de décadas una cierta concienzación organizada (véase aquí), que tiene el mérito de haber conseguido que su politización (que la tiene) no se pase de rosca, cosa dificílisima en Valencia, y es gracias en parte a su presión que la situación ha mejorado muchísimo, torciendo la voluntad de un gobierno municipal que, como se vio en la entrada anterior, había sido muy crítico con la infraestructura mientras estuvo en la oposición. En Moscú no hay ni rastro de algo parecido. No es que la sociedad civil rusa dé pena, es que no hay rastro de una demanda y los propios y pocos ciclistas que en Moscú somos nos conformamos con que nos sigan considerando unos bichos raros y no nos peguen demasiado.
La cuarta es que, maldición, así como he dicho que la sociedad civil rusa da pena, la única excepción que hay a esto la constituyen precisamente los máximos enemigos del ciclista: los automovilistas. Los automovilistas rusos sí que están organizados, son influyentes, son totalmente apolíticos (ahora bien, aquí son apolíticos hasta los políticos) y son capaces de montarla bastante gorda por un quítame aquí este metro de calzada para construir un carril bici. Y es que pasarse horas y horas en los atascos de Moscú le agria el carácter al más pintado.
Y la quinta es que, después de años de comunismo (ya es sabido que en Rusia, el comunismo siempre tiene por lo menos una parte de culpa de lo que pasa), la máxima aspiración, el sueño más húmedo y la culminación de toda una vida de sinsabores y fracasos era acceder a la propiedad de un automóvil propio. En Moscú había avenidas enormes por las que no circulaba casi nadie y los pocos que tenían vehículo (de motor) propio eran envidiados por la turbamulta. El coche no sólo era un medio de transporte; el coche era - y es - un símbolo de estatus, un símbolo de triunfo, de ser algo en la vida, y de ver por encima del hombro a alguien, como esos seres inferiores que caminan por las aceras o se apelotonan en el metro o en los trolebuses. Esa absurda idea del coche como quintaesencia del triunfo social nos la inculcan en España los anuncios de coches y nos la creemos, o no, pero aquí está grabada a fuego en el colectivo descendiente de la generación anterior que sí que vivió esa sed y que hoy por nada del mundo renunciarán a sus cuatro ruedas, así tengan que pasarse media vida tocando el claxon en los atascos.
O mucho me equivoco, o esa idea del carril bici se quedará en el plan de Sobyanin, escrita y nada más, y los ciclistas seguiremos burlándonos de los automovilistas mientras serpenteamos entre los pocos espacios que dejan y llegamos más pronto que ellos. O haciendo esos ciento ochenta kilómetros en parques, jardines y en lugares donde no hace mucha falta, como han hecho en Madrid. Vaya, que me gustaría equivocarme, pero las cosas son como son, y en Moscú sólo serán de otra manera si Sobyanin es mucho más tozudo de lo que pienso. Y no me lo creo.
La primera es de tipo general: los rusos son unos tíos geniales haciendo planes... y una calamidad con patas ejecutándolos. En Rusia hay más planes de transporte que longanizas, y la mayoría de las carreteras siguen estando para llorar, con un asfalto indecente, atestadas de coches hasta la exageración las que entran y salen de las grandes ciudades, con puentes para pasar por los cuales es conveniente confesarse y comulgar primero, y en las que no hay más accidentes porque Dios no quiere. Y esta gente quiere construir en cinco años ciento ochenta kilómetros de carril bici. Anda ya.
La segunda es la lógica de tipo climático. Así como Valencia es el sitio ideal para ir en bici, con temperaturas suaves todo el año, casi sin lluvias y con una agradable brisilla marina (que a veces se enfada, pero sólo a veces), Moscú es otra cosa. Entre mayo y septiembre la temperatura está por encima de los diez grados, que es aproximadamente el nivel de comodidad, pero el resto del tiempo hay que proponerse muy seriamente lo de la bicicleta, e incluso en esos meses de comodidad te puedes encontrar con lluvias muy frecuentes. Y luego hay tres meses, diciembre, enero y febrero, y a veces buena parte de marzo, en que no es que haya que proponerse muy seriamente lo de la bicicleta, es que hay que ser todavía más fanático que yo, que ya es decir. Hay hielo en las calles, puedes llegar hecho un desastre a los sitios con las tormentas de nieve y el barro medio sólido que los coches te salpican y, además, bastantes fabricantes directamente no recomiendan la conducción a nosecuántos grados bajo cero, porque no se fían de cómo puedan responder los mecanismos. Y esos nosecuántos grados bajo cero, aquí, se alcanzan.
La tercera causa es que en Moscú no hay un movimiento ciclista como lo hay, o ha habido, en Valencia. En Valencia ha existido desde hace un par de décadas una cierta concienzación organizada (véase aquí), que tiene el mérito de haber conseguido que su politización (que la tiene) no se pase de rosca, cosa dificílisima en Valencia, y es gracias en parte a su presión que la situación ha mejorado muchísimo, torciendo la voluntad de un gobierno municipal que, como se vio en la entrada anterior, había sido muy crítico con la infraestructura mientras estuvo en la oposición. En Moscú no hay ni rastro de algo parecido. No es que la sociedad civil rusa dé pena, es que no hay rastro de una demanda y los propios y pocos ciclistas que en Moscú somos nos conformamos con que nos sigan considerando unos bichos raros y no nos peguen demasiado.
La cuarta es que, maldición, así como he dicho que la sociedad civil rusa da pena, la única excepción que hay a esto la constituyen precisamente los máximos enemigos del ciclista: los automovilistas. Los automovilistas rusos sí que están organizados, son influyentes, son totalmente apolíticos (ahora bien, aquí son apolíticos hasta los políticos) y son capaces de montarla bastante gorda por un quítame aquí este metro de calzada para construir un carril bici. Y es que pasarse horas y horas en los atascos de Moscú le agria el carácter al más pintado.
Y la quinta es que, después de años de comunismo (ya es sabido que en Rusia, el comunismo siempre tiene por lo menos una parte de culpa de lo que pasa), la máxima aspiración, el sueño más húmedo y la culminación de toda una vida de sinsabores y fracasos era acceder a la propiedad de un automóvil propio. En Moscú había avenidas enormes por las que no circulaba casi nadie y los pocos que tenían vehículo (de motor) propio eran envidiados por la turbamulta. El coche no sólo era un medio de transporte; el coche era - y es - un símbolo de estatus, un símbolo de triunfo, de ser algo en la vida, y de ver por encima del hombro a alguien, como esos seres inferiores que caminan por las aceras o se apelotonan en el metro o en los trolebuses. Esa absurda idea del coche como quintaesencia del triunfo social nos la inculcan en España los anuncios de coches y nos la creemos, o no, pero aquí está grabada a fuego en el colectivo descendiente de la generación anterior que sí que vivió esa sed y que hoy por nada del mundo renunciarán a sus cuatro ruedas, así tengan que pasarse media vida tocando el claxon en los atascos.
O mucho me equivoco, o esa idea del carril bici se quedará en el plan de Sobyanin, escrita y nada más, y los ciclistas seguiremos burlándonos de los automovilistas mientras serpenteamos entre los pocos espacios que dejan y llegamos más pronto que ellos. O haciendo esos ciento ochenta kilómetros en parques, jardines y en lugares donde no hace mucha falta, como han hecho en Madrid. Vaya, que me gustaría equivocarme, pero las cosas son como son, y en Moscú sólo serán de otra manera si Sobyanin es mucho más tozudo de lo que pienso. Y no me lo creo.
viernes, 15 de abril de 2011
Moscú en bici (I)
El alcalde Moscú, Sergey Sobyanin, sigue en sus trece de aligerar el transporte público local. Tras pasar por la experiencia, probablemente poco agradable, de comprobar personalmente cómo es el tráfico de la ciudad en hora punta, se está dedicando a elaborar planes de, como dicen ahora los finos, movilidad. Toda la vida habían sido de transporte, pero ahora la moda consiste en llamarlos de movilidad.
Sobyanin quiere acelerar la construcción de líneas de metro y poner en servicio 82,5 kilómetros más; también se plantea la construcción o reparación de otros ochenta kilómetros de carreteras principales. Esto no es nuevo. No hay plan de transporte ruso (¡y hay muchísimos!) que no se haya planteado la construcción de más líneas de metro y de más carreteras. Pero, atención, porque en esta ocasión hay algo más.
En esta ocasión, a juzgar por lo que dice Vedomosti (que es un diario económico de la misma cuerda que el Moscow Times, pero en ruso), y traduzco:
Los autores del programa también apuestan por la bicicleta. "Se desplaza por la ciudad con una velocidad media de 17 km/h y rodea cualquier atasco, mientras que la velocidad media del automóvil asciende a 25 km/h, y en la horas punta no supera los 17 km/h", alaban así las ventajas de la bicicleta. Un kilómetro de trayecto le cuesta de media al automovilista una media de 5 rublos, y otro tanto son los gastos del Estado, por ejemplo, en infraestructura, según consideran los autores del programa, de modo que los desplazamientos en bicicleta ahorrarán dinero a los ciudadanos y a la ciudad. Proponen construir, hasta 2016, no menos de 150 km. de rutas ciclistas y carriles-bici y construir 10.000 sitios de aparcamiento para bicicletas.
Al leer esto, una lagrimilla de emoción rodó por mis mejillas, y no pude evitar retroceder en el tiempo al lejano 1983, en la Valencia de mis entretelas, tan diferente de la que tenemos hoy, casi treinta años después, desarrollada y endeudada por igual.
Hace tanto tiempo de aquello que Rita Barberá, que parece que ha estado al mando de la ciudad desde su fundación, ni siquiera era alcaldesa. Lo era Pérez Casado, sociata él y último alcalde varón que hemos tenido. En aquel entonces, yo iba al colegio, situado en la otra punta de la ciudad, en autobús, con un grupo de compañeros de distintos cursos que vivíamos más o menos por la misma zona y nos recorríamos la ciudad de cabo a rabo a diario.
Un buen día, uno de los compañeros de viaje, Vicente, dejó de venir en el autobús y pasó a recorrer la ciudad de cabo a rabo, pero a pie. Poco después, cuando le preguntamos por qué había dejado de venir con nosotros, nos respondió que se guardaba el dinero del viaje y que en unos cuantos meses se compraría una bicicleta con los ahorros que conseguía así.
Naturalmente, no le hicimos mucho caso. Una bicicleta. Quin pensament.
Al cabo de unos cuantos meses de peregrinación, y de muchos kilómetros de marcha y contramarcha, Vicente logró ahorrar lo suficiente y se compró la bicicleta, con lo que sus viajes al colegio volvieron a ir sobre ruedas, pero más estrechas que las nuestras. De vez en cuando lo veíamos desde la ventana del autobús, mientras todos los adolescentes que se cruzaba y los veían le jaleaban en burla llamándolo "¡Lejarreta!" o "¡Arroyo!". Qué digo todos los adolescentes: yo mismo me burlé de él en alguna ocasión.
Pura envidia, lo reconozco. Ese verano hice algo que me había impedido tomar el ejemplo de Vicente: aprender a montar en bicicleta, lo que me costó algunas caídas y conocer de primera mano el fondo de varias acequias de mi pueblo, pero se consiguió. Lo que no me planteé, aún, fue usar la bicicleta en Valencia hasta algunos años después.
Pasados estos años, en Valencia, el alcalde Pérez Casado había sido descalabrado por su propio partido (ya entonces lo hacían), que designó para sucederle a Clementina Ródenas, sociata de Ayora y residente en Rocafort, que no estaba muy claro qué hacía de alcaldesa en una ciudad en la que ni había nacido ni vivía, pero estaba. Más o menos por entonces se puso en marcha la primera red de carriles-bici de Valencia. Básicamente era un sólo carril que conectaba el centro con el campus universitario de Blasco Ibáñez, así que llamarlo red era, por lo menos, pretencioso, pero se encontró de frente a la oposición, que en aquel entonces eran Martín Quirós, pepero él, y el líder de la oposición, el recordado Vicente Martínez Lizondo, de Unión Valenciana, que, siempre vehemente, aseguraba que eso del carril bici era un gasto inútil y que nadie iba por él. Cosa normal, porque no llevaba más que a la universidad desde un lugar donde no vivían universitarios.
En aquel tiempo, los transportes municipales de Valencia estaban de huelga casi todas las semanas, así que durante muchos días me tocó, a la fuerza, seguir el mismo recorrido de mi compañero Vicente mientras ahorraba para la bicicleta. Al final, ya ni esperaba el autobús y echaba a andar directamente hacia la universidad. Y, al final, como Vicente, acabé por traerme la bicicleta del pueblo, en un viaje emocionante de cuarenta y pico kilómetros con final urbano por primera vez en mi vida, y en dar comienzo a mis rutas ciclistas urbanas entre las oraciones de mi madre, que no estaba muy convencida de la seguridad del artefacto. Me tocó pagar en mis propias carnes las burlas de los adolescentes que me cruzaba, que no dejaban de llamarme "¡Perico!", "¡Lucho!", ¡Parra!".
Pasados un par de años, la oposición pasó al poder, y Rita al sillón de la alcaldía, que no ha dejado desde entonces. González Lizondo pasó a ser primer teniente de alcalde, con lo que el carril bici, como era de esperar, aunque no fue suprimido, quedó bastante estancado. Yo iba por él cuando no tenía demasiada prisa, cosa poco frecuente, pero la gran mayoría de mis desplazamientos, igual que hoy, eran por la calle pura y dura. Lo que no cambiaban eran los adolescentes gritándonos a los ciclistas en tono de burla, cada vez menos "¡Perico!", y cada vez más "¡Induráin!".
Y eso que Valencia, fuerza es decirlo, ha mejorado enormemente en cuanto a comodidad ciclista se refiere. Hoy hay algo más de cien kilómetros de carril bici, servicio de alquiler de bicicletas y cada vez que voy a Valencia veo más y más ciclistas, eso por no contar los recorridos por el río saliendo de la ciudad, que han mejorado igualmente. El plan-E, del que tanta gente se ha reído, le ha dado un impulso final y, aunque quedan muchas cosas por hacer, las cosas han cambiado muchísimo desde que Vicente ahorró lo suficiente para comprarse una bicicleta y convetirse en el primer ciclista urbano del que tuve conciencia.
Eso sí. Los adolescentes siguen gritando cosas. Aunque ahora simplemente gritan: "¡Dopado!"
Y ahora, pregunta, ¿será el plan de transportes de Moscú el comienzo de un desarrollo ciclista como el de Valencia? A ver si a la próxima medito sobre el asunto.
Sobyanin quiere acelerar la construcción de líneas de metro y poner en servicio 82,5 kilómetros más; también se plantea la construcción o reparación de otros ochenta kilómetros de carreteras principales. Esto no es nuevo. No hay plan de transporte ruso (¡y hay muchísimos!) que no se haya planteado la construcción de más líneas de metro y de más carreteras. Pero, atención, porque en esta ocasión hay algo más.
En esta ocasión, a juzgar por lo que dice Vedomosti (que es un diario económico de la misma cuerda que el Moscow Times, pero en ruso), y traduzco:
Los autores del programa también apuestan por la bicicleta. "Se desplaza por la ciudad con una velocidad media de 17 km/h y rodea cualquier atasco, mientras que la velocidad media del automóvil asciende a 25 km/h, y en la horas punta no supera los 17 km/h", alaban así las ventajas de la bicicleta. Un kilómetro de trayecto le cuesta de media al automovilista una media de 5 rublos, y otro tanto son los gastos del Estado, por ejemplo, en infraestructura, según consideran los autores del programa, de modo que los desplazamientos en bicicleta ahorrarán dinero a los ciudadanos y a la ciudad. Proponen construir, hasta 2016, no menos de 150 km. de rutas ciclistas y carriles-bici y construir 10.000 sitios de aparcamiento para bicicletas.
Al leer esto, una lagrimilla de emoción rodó por mis mejillas, y no pude evitar retroceder en el tiempo al lejano 1983, en la Valencia de mis entretelas, tan diferente de la que tenemos hoy, casi treinta años después, desarrollada y endeudada por igual.
Hace tanto tiempo de aquello que Rita Barberá, que parece que ha estado al mando de la ciudad desde su fundación, ni siquiera era alcaldesa. Lo era Pérez Casado, sociata él y último alcalde varón que hemos tenido. En aquel entonces, yo iba al colegio, situado en la otra punta de la ciudad, en autobús, con un grupo de compañeros de distintos cursos que vivíamos más o menos por la misma zona y nos recorríamos la ciudad de cabo a rabo a diario.
Un buen día, uno de los compañeros de viaje, Vicente, dejó de venir en el autobús y pasó a recorrer la ciudad de cabo a rabo, pero a pie. Poco después, cuando le preguntamos por qué había dejado de venir con nosotros, nos respondió que se guardaba el dinero del viaje y que en unos cuantos meses se compraría una bicicleta con los ahorros que conseguía así.
Naturalmente, no le hicimos mucho caso. Una bicicleta. Quin pensament.
Al cabo de unos cuantos meses de peregrinación, y de muchos kilómetros de marcha y contramarcha, Vicente logró ahorrar lo suficiente y se compró la bicicleta, con lo que sus viajes al colegio volvieron a ir sobre ruedas, pero más estrechas que las nuestras. De vez en cuando lo veíamos desde la ventana del autobús, mientras todos los adolescentes que se cruzaba y los veían le jaleaban en burla llamándolo "¡Lejarreta!" o "¡Arroyo!". Qué digo todos los adolescentes: yo mismo me burlé de él en alguna ocasión.
Pura envidia, lo reconozco. Ese verano hice algo que me había impedido tomar el ejemplo de Vicente: aprender a montar en bicicleta, lo que me costó algunas caídas y conocer de primera mano el fondo de varias acequias de mi pueblo, pero se consiguió. Lo que no me planteé, aún, fue usar la bicicleta en Valencia hasta algunos años después.
Pasados estos años, en Valencia, el alcalde Pérez Casado había sido descalabrado por su propio partido (ya entonces lo hacían), que designó para sucederle a Clementina Ródenas, sociata de Ayora y residente en Rocafort, que no estaba muy claro qué hacía de alcaldesa en una ciudad en la que ni había nacido ni vivía, pero estaba. Más o menos por entonces se puso en marcha la primera red de carriles-bici de Valencia. Básicamente era un sólo carril que conectaba el centro con el campus universitario de Blasco Ibáñez, así que llamarlo red era, por lo menos, pretencioso, pero se encontró de frente a la oposición, que en aquel entonces eran Martín Quirós, pepero él, y el líder de la oposición, el recordado Vicente Martínez Lizondo, de Unión Valenciana, que, siempre vehemente, aseguraba que eso del carril bici era un gasto inútil y que nadie iba por él. Cosa normal, porque no llevaba más que a la universidad desde un lugar donde no vivían universitarios.
En aquel tiempo, los transportes municipales de Valencia estaban de huelga casi todas las semanas, así que durante muchos días me tocó, a la fuerza, seguir el mismo recorrido de mi compañero Vicente mientras ahorraba para la bicicleta. Al final, ya ni esperaba el autobús y echaba a andar directamente hacia la universidad. Y, al final, como Vicente, acabé por traerme la bicicleta del pueblo, en un viaje emocionante de cuarenta y pico kilómetros con final urbano por primera vez en mi vida, y en dar comienzo a mis rutas ciclistas urbanas entre las oraciones de mi madre, que no estaba muy convencida de la seguridad del artefacto. Me tocó pagar en mis propias carnes las burlas de los adolescentes que me cruzaba, que no dejaban de llamarme "¡Perico!", "¡Lucho!", ¡Parra!".
Pasados un par de años, la oposición pasó al poder, y Rita al sillón de la alcaldía, que no ha dejado desde entonces. González Lizondo pasó a ser primer teniente de alcalde, con lo que el carril bici, como era de esperar, aunque no fue suprimido, quedó bastante estancado. Yo iba por él cuando no tenía demasiada prisa, cosa poco frecuente, pero la gran mayoría de mis desplazamientos, igual que hoy, eran por la calle pura y dura. Lo que no cambiaban eran los adolescentes gritándonos a los ciclistas en tono de burla, cada vez menos "¡Perico!", y cada vez más "¡Induráin!".
Y eso que Valencia, fuerza es decirlo, ha mejorado enormemente en cuanto a comodidad ciclista se refiere. Hoy hay algo más de cien kilómetros de carril bici, servicio de alquiler de bicicletas y cada vez que voy a Valencia veo más y más ciclistas, eso por no contar los recorridos por el río saliendo de la ciudad, que han mejorado igualmente. El plan-E, del que tanta gente se ha reído, le ha dado un impulso final y, aunque quedan muchas cosas por hacer, las cosas han cambiado muchísimo desde que Vicente ahorró lo suficiente para comprarse una bicicleta y convetirse en el primer ciclista urbano del que tuve conciencia.
Eso sí. Los adolescentes siguen gritando cosas. Aunque ahora simplemente gritan: "¡Dopado!"
Y ahora, pregunta, ¿será el plan de transportes de Moscú el comienzo de un desarrollo ciclista como el de Valencia? A ver si a la próxima medito sobre el asunto.
miércoles, 13 de abril de 2011
Chistes de judíos (II)
Anekdoty.ru sigue sacando chistes de judíos. Como el último tuvo éxito, traduzco éste, que también va de gansos, en que el el estereotipo aplicado es, igualmente, el del judío avispado que se las compone para retorcer las normas y sacar ventaja de las situaciones adversas.
En ruso:
Рабинович спрашивает у своего адвоката:
- Семён Маркович, что вы скажете, если я перед самым началом процесса пошлю судье домой большого жирного гуся и приложу свою визитную карточку?
- Яша, вы с ума сошли! Это же попытка подкупа, вы тут же проиграете процесс!
Процесс завершился. Рабинович выиграл дело. Сияя, он подходит к адвокату и сообщает:
- Семён Маркович, на этот раз я не последовал вашему совету и всё-таки послал судье гуся.
- Не может этого быть!
- Может. Только я приложил к нему визитную карточку моего противника.
Y en castellano (pierde mucho, como sabéis todos los que habéis traducido chistes):
Rabínovich le pregunta a su abogado:
- Semión Markovich, ¿qué diría usted si, inmediatamente antes de comenzar el proceso, le envío al juez a su casa un ganso gordo y meto mi tarjeta de visita?
- ¡Yasha, se ha vuelto loco! Eso es un intento de soborno, e inmediatamente perderá el juicio.
Acabó el proceso. Ganó Rabínovich. Radiante, se acerca al abogado y le dice:
- Semión Márkovich, esta vez no seguí su consejo y le envié un ganso al juez.
- ¡No puede ser!
- Sí puede ser. Lo que pasa es que metí la tarjeta de visita de mi contrincante.
En ruso:
Рабинович спрашивает у своего адвоката:
- Семён Маркович, что вы скажете, если я перед самым началом процесса пошлю судье домой большого жирного гуся и приложу свою визитную карточку?
- Яша, вы с ума сошли! Это же попытка подкупа, вы тут же проиграете процесс!
Процесс завершился. Рабинович выиграл дело. Сияя, он подходит к адвокату и сообщает:
- Семён Маркович, на этот раз я не последовал вашему совету и всё-таки послал судье гуся.
- Не может этого быть!
- Может. Только я приложил к нему визитную карточку моего противника.
Y en castellano (pierde mucho, como sabéis todos los que habéis traducido chistes):
Rabínovich le pregunta a su abogado:
- Semión Markovich, ¿qué diría usted si, inmediatamente antes de comenzar el proceso, le envío al juez a su casa un ganso gordo y meto mi tarjeta de visita?
- ¡Yasha, se ha vuelto loco! Eso es un intento de soborno, e inmediatamente perderá el juicio.
Acabó el proceso. Ganó Rabínovich. Radiante, se acerca al abogado y le dice:
- Semión Márkovich, esta vez no seguí su consejo y le envié un ganso al juez.
- ¡No puede ser!
- Sí puede ser. Lo que pasa es que metí la tarjeta de visita de mi contrincante.
lunes, 11 de abril de 2011
Wikipedistas
En muchas entradas que se ven en las bitácoras abundan las referencias a la wikipedia, que indudablemente ha cambiado la vida de muchísima gente, dando una referencia fácil y una forma rápida y sencilla de aumentar sus conocimientos. Ahora bien, por muchos revisores que haya, así como en internet se concentra lo mejor y lo peor de la vida, la wikipedia no es una excepción. Y efectivamente es una ayuda en, espero, la mayoría de las ocasiones, pero también se convierte en un territorio resbaladizo en las numerosas ocasiones en que es difícil mantenerse objetivo, y es directamente mortal en las entradas correspondientes a idiomas minoritarios, o no tan mayoritarios, en que muchos wikipedistas se limitan a traducir de manera bastante acrítica los artículos procedentes de la versión inglesa. O a sacar información sólo Dios sabe de dónde, con resultados de penosos para abajo que se quedan en la red para vergüenza de sus autores.
Otra de las utilidades de la wikipedia es la de confirmar la ortografía de palabras dudosas. El otro día, tuve que escribir la palabra "boda" en ruso (свадьба), y por un momento dudé sobre la ortografía correcta. Escribí "boda" en la wikipedia española, pasé a la wikipedia rusa y confirmé la manera correcta de escribir; pero, ya que estaba allí, eché un fugaz vistazo al índice y vi que había un apartado específico sobre España. Es el que reproduzco y traduzco aquí abajo:
Испания
Сватовство на Пиринеях проходит без участия молодых. Переговоры ведутся между родителями. Три воскресенья перед свадьбой проводится оглашение. На второе воскресенье в доме жениха устраивается роскошное пиршество. Гостей обязательно нужно позвать до первого оглашения, иначе, если кого-то забыть позвать, это будет считаться смертельной обидой.
В Испании наряд невесты может купить жених и он может быть черного цвета. При венчании жених вместе с кольцом дает невесте 13 золотых монет в знак обета верности и как оберег от всех бед. Монеты невеста хранит всю жизнь.
Невесту в Испании могут украсть или пытаться разлучить молодых. Поэтому молодые тщательно скрывают место, где пройдет их первая брачная ночь.
Véamoslo, veámoslo en castellano.
España
Los esponsales en España tienen lugar sin la participación de los novios. Las negociaciones las llevan los padres. Tres domingos antes de la boda se realiza la publicación. En el segundo domingo, en casa del novio, se organiza un lujoso banquete. Hay que avisar a los invitados antes de la primera amonestación, porque, si no, si se olvida avisar a alguien, se considerará una ofensa mortal.
En España, el traje de la novia lo puede comprar el novio y puede ser de color negro. En la ceremonia religiosa, el novio, junto con el anillo, da a la novia trece monedas de oro en señal de fidelidad y protección de todos los males. La novia guarda toda su vida las monedas.
En España, es posible raptar a la novia o intentar separar a los recién casados. Por eso, los novios ocultan cuidadosamente el lugar donde pasarán su noche de bodas.
Luego nos extrañaremos de que haya tan pocas bodas entre rusos y españolas. Yo mismo, después de leer esto, ni de coña me casaría con una española. Sí, hombre, para que me la rapten.
viernes, 8 de abril de 2011
¿Era español José de Ribas?
Gracias a los chistes sobre judíos en Odessa, y a los comentaristas que ha tenido aquella entrada, ha surgido el tema de la nacionalidad de José de Ribas, militar al servicio de Catalina II y de Pablo I que destacó en las campañas contra los turcos otomanos, en particular en la toma de la fortaleza de Ismail, una de las proezas militares del siglo XVIII, y que fundó Odessa, ciudad en la que tiene dedicada una de sus calles principales (la Deribasovskaya).
En España, es común considerarlo español sin más discusión. Sin ir más lejos, si vais a la cancillería de la Embajada de España en Moscú, y conseguís superar el control policial de la entrada y acceder a la sala de espera de visitas, veréis retratos del propio José de Ribas, y además de Vicente Martín y Soler y de Agustín de Betancourt. Así como de éstos dos últimos la españolidad parece clarísima, pues nacieron en España de padres españoles y vivieron en ella sus primeros años, lo de José de Ribas, al menos juzgando con criterios actuales, no debería estar tan claro.
Porque José de Ribas:
1.- No era hijo de españoles, sino de español e irlandesa. Su padre sí era español, de Barcelona, pero estaba en el tiempo de su nacimiento al servicio del rey de Nápoles.
2.- No fue nunca súbdito del rey de España en sentido estricto. Como bien apunta un comentarista de la entrada mencionada, Nápoles fue parte indudable de la monarquía hispánica hasta 1706. En 1706, en el marco de la guerra de Sucesión española, tropas austríacas al servicio del archiduque Carlos de Austria, pretendiente al trono de España, ocuparon Nápoles. Bien mirado, puesto que el archiduque Carlos era considerado rey de España por sus partidarios, Nápoles seguía siendo española; pero, a partir del tratado de Rastadt, en 1714, en que Carlos VI renunció al trono de España (pero se quedó con Nápoles) indudablemente Nápoles dejó de ser española, y José de Ribas no nació hasta 1749.
3.- Yo tengo mis dudas de que hablase español correctamente. No pisó España en toda su vida, su madre no era española, pasó toda su juventud en Nápoles, y a los veinte y pocos años entró al servicio ruso para no salir de él en lo sucesivo.
Sin embargo, eso son los criterios actuales, y haríamos mal en referirnos a ellos para juzgar a personajes que vivieron en el siglo XVIII, cuando las ideas de nación y de Estado aún estaban por desarrollar. Por contra, podemos dar algunos argumentos a favor de su españolidad:
1.- Indudablemente, él se consideraba español, y fue en calidad de noble español como entró al servicio del Imperio Ruso.
2.- Cuando decimos que Nápoles no pertenecía a España en 1749, fecha de su nacimiento, también tenemos que hilar fino. Felipe V intentó recuperar las posiciones de España en Italia desde el mismo momento de la paz de Utrecht, y lo consiguió definitivamente en 1734, cuando un ejército español derrotó a los austríacos y puso en el trono napolitano al tercer hijo del rey de España, Carlos VII, que hasta entonces era duque de Parma. La idea era no gobernar directamente en Italia, cosa que podía mosquear a las potencias europeas, sino establecer una serie de estados satélites de España. Y Nápoles lo era, hasta el punto de que se convirtió en "vivero" de reyes de España, como el propio Carlos VII de Nápoles, que se convirtió en 1756 en Carlos III de España, y de que buena parte de la administración estaba llevada por españoles.
3.- Seguramente hablaba mejor español de lo que podría pensarse. En el reino de Nápoles, los idiomas oficiales, por lo visto, eran el castellano, y a veces, aunque creo que ya no en el siglo XVIII, el catalán, no el napolitano y desde luego no el italiano, que entonces no había forma de encontrar en el sur.
4.- El concepto de nacionalidad en el siglo XVIII no es el de hoy. Los territorios que habían formado parte de la monarquía hispánica hasta el tratado de Utrecht seguían manteniendo un fuerte vínculo con España y podían ponerse al servicio del rey sin necesidad de grandes trámites. Por ejemplo, el ejército español seguía contando con un cuerpo de guardias valones mucho después de que los Países Bajos españoles hubieran dejado de serlo, y los italianos seguían pasando por España como nacionales y ejerciendo cargos importantes, incluso como primeros ministros, como Alberoni o Esquilache.
Pero bueno, queda para el debate. Después de todo, yo sí creo que Ribas era español, por eso la pregunta que hice en los comentarios a la entrada era realmente pérfida, pero creo que valía la pena discutirla.
En España, es común considerarlo español sin más discusión. Sin ir más lejos, si vais a la cancillería de la Embajada de España en Moscú, y conseguís superar el control policial de la entrada y acceder a la sala de espera de visitas, veréis retratos del propio José de Ribas, y además de Vicente Martín y Soler y de Agustín de Betancourt. Así como de éstos dos últimos la españolidad parece clarísima, pues nacieron en España de padres españoles y vivieron en ella sus primeros años, lo de José de Ribas, al menos juzgando con criterios actuales, no debería estar tan claro.
Porque José de Ribas:
1.- No era hijo de españoles, sino de español e irlandesa. Su padre sí era español, de Barcelona, pero estaba en el tiempo de su nacimiento al servicio del rey de Nápoles.
2.- No fue nunca súbdito del rey de España en sentido estricto. Como bien apunta un comentarista de la entrada mencionada, Nápoles fue parte indudable de la monarquía hispánica hasta 1706. En 1706, en el marco de la guerra de Sucesión española, tropas austríacas al servicio del archiduque Carlos de Austria, pretendiente al trono de España, ocuparon Nápoles. Bien mirado, puesto que el archiduque Carlos era considerado rey de España por sus partidarios, Nápoles seguía siendo española; pero, a partir del tratado de Rastadt, en 1714, en que Carlos VI renunció al trono de España (pero se quedó con Nápoles) indudablemente Nápoles dejó de ser española, y José de Ribas no nació hasta 1749.
3.- Yo tengo mis dudas de que hablase español correctamente. No pisó España en toda su vida, su madre no era española, pasó toda su juventud en Nápoles, y a los veinte y pocos años entró al servicio ruso para no salir de él en lo sucesivo.
Sin embargo, eso son los criterios actuales, y haríamos mal en referirnos a ellos para juzgar a personajes que vivieron en el siglo XVIII, cuando las ideas de nación y de Estado aún estaban por desarrollar. Por contra, podemos dar algunos argumentos a favor de su españolidad:
1.- Indudablemente, él se consideraba español, y fue en calidad de noble español como entró al servicio del Imperio Ruso.
2.- Cuando decimos que Nápoles no pertenecía a España en 1749, fecha de su nacimiento, también tenemos que hilar fino. Felipe V intentó recuperar las posiciones de España en Italia desde el mismo momento de la paz de Utrecht, y lo consiguió definitivamente en 1734, cuando un ejército español derrotó a los austríacos y puso en el trono napolitano al tercer hijo del rey de España, Carlos VII, que hasta entonces era duque de Parma. La idea era no gobernar directamente en Italia, cosa que podía mosquear a las potencias europeas, sino establecer una serie de estados satélites de España. Y Nápoles lo era, hasta el punto de que se convirtió en "vivero" de reyes de España, como el propio Carlos VII de Nápoles, que se convirtió en 1756 en Carlos III de España, y de que buena parte de la administración estaba llevada por españoles.
3.- Seguramente hablaba mejor español de lo que podría pensarse. En el reino de Nápoles, los idiomas oficiales, por lo visto, eran el castellano, y a veces, aunque creo que ya no en el siglo XVIII, el catalán, no el napolitano y desde luego no el italiano, que entonces no había forma de encontrar en el sur.
4.- El concepto de nacionalidad en el siglo XVIII no es el de hoy. Los territorios que habían formado parte de la monarquía hispánica hasta el tratado de Utrecht seguían manteniendo un fuerte vínculo con España y podían ponerse al servicio del rey sin necesidad de grandes trámites. Por ejemplo, el ejército español seguía contando con un cuerpo de guardias valones mucho después de que los Países Bajos españoles hubieran dejado de serlo, y los italianos seguían pasando por España como nacionales y ejerciendo cargos importantes, incluso como primeros ministros, como Alberoni o Esquilache.
Pero bueno, queda para el debate. Después de todo, yo sí creo que Ribas era español, por eso la pregunta que hice en los comentarios a la entrada era realmente pérfida, pero creo que valía la pena discutirla.
miércoles, 6 de abril de 2011
A Dios rogando
A veces, las oraciones nocturnas en familia son fuente de malas noticias, como el otro día. Otras, son totalmente surrealistas, y eso suele ocurrir cuando la protagonista es Abi.
Como el otro día. Lo de siempre: cuatro oraciones "estándar", y luego cada uno reza en estilo libre. Acabamos, y a veces queda algo por decir.
- Ah, sí, - dijo Abi - y yo también quería pedir... esto... quería pedir... eh... eh...
- ¿Qué querías pedir?
- No sé... no me acuerdo... quería pedir... eh...
- ¿?
- ¡Ah, sí! ¡Ya lo sé! ¡Quería pedir a Dios que me diera más memoria!
Dios se lo debe estar pasando muy bien con nosotros, fijo.
Como el otro día. Lo de siempre: cuatro oraciones "estándar", y luego cada uno reza en estilo libre. Acabamos, y a veces queda algo por decir.
- Ah, sí, - dijo Abi - y yo también quería pedir... esto... quería pedir... eh... eh...
- ¿Qué querías pedir?
- No sé... no me acuerdo... quería pedir... eh...
- ¿?
- ¡Ah, sí! ¡Ya lo sé! ¡Quería pedir a Dios que me diera más memoria!
Dios se lo debe estar pasando muy bien con nosotros, fijo.
martes, 5 de abril de 2011
Estertores invernales
Entretanto, a Moscú ya ha llegado la primavera, es decir, las temperaturas que tenemos en España en un invierno malo, pero que aquí nos saben a gloria. Eso sí, se han hecho esperar, porque, aunque no nos lo creamos, el viernes pasado todavía sucedió esto:
Se trata de una tormenta de nieve del quince, igualita a la que me pilló en la calle, en bicicleta, poco después, cuando yo creía que ya había pasado. Qué fuerte. Es verdad que este año tenía tantas ganas de ir al trabajo en bicicleta, en lugar de andando, que quizá adelanté un poco más de lo necesario el cambio de vehículo, ¡pero es que lo contrario sería de nenas! De todos modos, cuando arreció la tormenta ya sólo veía chispitas blancas que me caían en los ojos y no permitían ver absolutamente nada. Y, si yo no veía nada, era probable que los conductores de los coches que me rodeaban estuvieran pasando por la misma experiencia, en la quien más tenía que perder era yo, de manera que me bajé hasta que escampara.
Al cabo de poco, el suelo, a punto de comenzar abril, estaba así:
Pedalear por una capa de nieve de cinco centímetros es curioso. Se diría que es ir como arena.
Lo malo es que debajo de la arena no hay baches.
Ay.
Se trata de una tormenta de nieve del quince, igualita a la que me pilló en la calle, en bicicleta, poco después, cuando yo creía que ya había pasado. Qué fuerte. Es verdad que este año tenía tantas ganas de ir al trabajo en bicicleta, en lugar de andando, que quizá adelanté un poco más de lo necesario el cambio de vehículo, ¡pero es que lo contrario sería de nenas! De todos modos, cuando arreció la tormenta ya sólo veía chispitas blancas que me caían en los ojos y no permitían ver absolutamente nada. Y, si yo no veía nada, era probable que los conductores de los coches que me rodeaban estuvieran pasando por la misma experiencia, en la quien más tenía que perder era yo, de manera que me bajé hasta que escampara.
Al cabo de poco, el suelo, a punto de comenzar abril, estaba así:
Pedalear por una capa de nieve de cinco centímetros es curioso. Se diría que es ir como arena.
Lo malo es que debajo de la arena no hay baches.
Ay.
lunes, 4 de abril de 2011
Chistes de judíos
La relación entre los judíos y los rusos étnicos siempre ha sido razonablemente complicada. Llegaron a Rusia masivamente en el siglo XVIII, o quizá se puede decir que fue Rusia la que llegó a ellos, porque los repartos de Polonia fueron una de las causas fundamentales de que hubiera tantos.
Al finalizar el siglo XIX, muchos judíos se pasaron a los partidos revolucionarios. No es de extrañar que, si revisamos los apellidos ilustres de la nomenklatura blochevique, en particular de los viejos bolcheviques, encontramos bastantes apellidos típicamente judíos. Supongo que una de las causas es que los rusos del "establishment", y luego, ya en la guerra civil, los blancos, no les trataban demasiado bien, por decirlo de una manera suave.
Cuando la guerra civil terminó y los rojos se hubieron consolidado en el poder, parecía que todo iba a ir normal para los judíos, pero no. Stalin tampoco les tenía mucha simpatía. Primero formó una entidad territorial propia, la Región Autónoma Judía, en la quinta porra, en un territorio al que nadie con algo de caletre querría ir. La región subsiste hoy día, pierde población de manera constante y el porcentaje de judíos en la misma es bastante ridículo. Algo así como el plan Madagascar, pero vendido como si la cuenca del Amur fuera la Tierra Prometida, que ya es vender motos como cohetes.
Después de la segunda guerra mundial, a Stalin le dio por revivir sus viejas costumbres de purgar gente, y el turno le tocó a los judíos, que no eran tanto judíos como "cosmopolitas apátridas", en la jerga de la época, lo cual suena bastante peor. El fallecimiento de Stalin en marzo de 1953 nos privó (afortunadamente) de la posibilidad de revivir los campos de concentración étnicos, pero esta vez en suelo soviético.
De lo que sí que hay en Rusia son chistes de judíos, la mayoría de los cuales tienen lugar en Odessa, que, por lo visto, es una ciudad con una abundancia desproporcionada de los mismos. Como de costumbre, los chistes explotan los estereotipos, que en el caso de los judíos rusos son bastante variados. Uno, que no es sorprendente, es el de buenos comerciantes; pero con mucha frecuencia son chistes de tontos, como los de chukchi o, en España, los de leperos. Lo cual es hasta cierto punto contradictorio con lo primero.
Por Valencia debo tener todavía, no sé muy bien dónde, un libro llamado "Mil chistes de judíos", producto de esos interesantes años noventa en que se podía hacer de todo en Rusia. Hoy, con la excusa del fomento del odio étnico, es más dudoso que se pudiera, y en España seguro que es completamente imposible, habida cuenta de los estándares políticamente correctos que nos gastamos por allí. Pero, el otro día, en anekdoty.ru, vi un chiste sobre judíos, que últimamente son "rara avis" por allí, y no puedo menos que traducirlo. El estereotipo empleado es el del judío como comerciante avispado. Ahí va:
Lo cual, en ruso, que siempre tendrá más gracia, es como sigue.
Al finalizar el siglo XIX, muchos judíos se pasaron a los partidos revolucionarios. No es de extrañar que, si revisamos los apellidos ilustres de la nomenklatura blochevique, en particular de los viejos bolcheviques, encontramos bastantes apellidos típicamente judíos. Supongo que una de las causas es que los rusos del "establishment", y luego, ya en la guerra civil, los blancos, no les trataban demasiado bien, por decirlo de una manera suave.
Cuando la guerra civil terminó y los rojos se hubieron consolidado en el poder, parecía que todo iba a ir normal para los judíos, pero no. Stalin tampoco les tenía mucha simpatía. Primero formó una entidad territorial propia, la Región Autónoma Judía, en la quinta porra, en un territorio al que nadie con algo de caletre querría ir. La región subsiste hoy día, pierde población de manera constante y el porcentaje de judíos en la misma es bastante ridículo. Algo así como el plan Madagascar, pero vendido como si la cuenca del Amur fuera la Tierra Prometida, que ya es vender motos como cohetes.
Después de la segunda guerra mundial, a Stalin le dio por revivir sus viejas costumbres de purgar gente, y el turno le tocó a los judíos, que no eran tanto judíos como "cosmopolitas apátridas", en la jerga de la época, lo cual suena bastante peor. El fallecimiento de Stalin en marzo de 1953 nos privó (afortunadamente) de la posibilidad de revivir los campos de concentración étnicos, pero esta vez en suelo soviético.
De lo que sí que hay en Rusia son chistes de judíos, la mayoría de los cuales tienen lugar en Odessa, que, por lo visto, es una ciudad con una abundancia desproporcionada de los mismos. Como de costumbre, los chistes explotan los estereotipos, que en el caso de los judíos rusos son bastante variados. Uno, que no es sorprendente, es el de buenos comerciantes; pero con mucha frecuencia son chistes de tontos, como los de chukchi o, en España, los de leperos. Lo cual es hasta cierto punto contradictorio con lo primero.
Por Valencia debo tener todavía, no sé muy bien dónde, un libro llamado "Mil chistes de judíos", producto de esos interesantes años noventa en que se podía hacer de todo en Rusia. Hoy, con la excusa del fomento del odio étnico, es más dudoso que se pudiera, y en España seguro que es completamente imposible, habida cuenta de los estándares políticamente correctos que nos gastamos por allí. Pero, el otro día, en anekdoty.ru, vi un chiste sobre judíos, que últimamente son "rara avis" por allí, y no puedo menos que traducirlo. El estereotipo empleado es el del judío como comerciante avispado. Ahí va:
Acaba de terminar la guerra civil, hay escasez de alimentos y severísimas regulaciones de precios máximos.
Rabinovich (es el nombre estándar de judío en los chistes) vende gansos a quinientos rublos la pieza y le va de maravilla. Su vecino quiere seguir su ejemplo y pone un anuncio en el periódico, y enseguida llega la cheka y le confisca sus gansos.
- Yasha - pregunta el vecino -, ¿por qué la cheka no va a por ti? Tú también estás vendiendo tus gansos a quinientos rublos.
- ¿Y tú qué escribiste en el anuncio?
- Escribí: vendo gansos a quinientos rublos la pieza.
- Pues has sido muy tonto. Yo siempre escribo así: "El domingo se perdieron quinientos rublos en la plaza de la Catedral. Quien los haya encontrado recibirá en recompensa un ganso." Y al día siguiente media Odessa me trae los quinientos rublos perdidos.
Lo cual, en ruso, que siempre tendrá más gracia, es como sigue.
Только что закончилась Гражданская война, дефицит продовольствия, строгие предписания относительно предельных цен на продукты.
Рабинович продаёт гусей по пятьсот рублей за штук и процветает. Сосед хочет последовать его примеру и помещает в газете объявление, тут же являются чекисты и конфискуют его гусей.
- Яша, - спрашивает сосед, - почему ЧК не приходит к тебе? Ты ведь продаёшь своих гусей за те же пятьсот рублей.
- А что ты написал в объявлении?
- Я написал: продаю гусей по пятьсот рублей за штуку.
- Ну, ты поступил очень глупо. Я всегда пишу так: "В воскресенье на Соборной площади потеряны пятьсот рублей. Нашедший получает в награду гуся". И на следующий день пол-Одессы приносят мне потерянные пятьсот рублей.
viernes, 1 de abril de 2011
Infieles
Por la mañana me encontré a una amiga que hacía año y medio que no veía y con la que me he estado comunicando esporádicamente, por teléfono y por fax, por temas laborales. Después de las preguntas de rigor sobre cómo iban nuestras vidas, hablamos sobre nuestras familias.
- Pues mi marido está en plan gruñón y siempre está buscando un culpable por las cosas que pasan. Eso es que ya tiene cuarenta años. Normalmente la culpable soy yo.
Mi amiga también tiene cuarenta años, por lo que está teóricamente en una delicada situación, igual que los dos hijos que tienen juntos, pero se estaba riendo mientras contaba esto, así que supongo que tiene las cosas bien controladas.
- ¿Y cómo está Sonia?
Sonia era una amiga suya con la que he trabajado en alguna ocasión y que, a sus, también, cuarenta y pico años, sigue siendo una belleza. Hace quince, que fue cuando la conocí, hay que buscar otras palabras para describirla, pero mi vocabulario no me da para ello. Se había casado, había tenido también dos hijos y, la última vez que la vi, año y medio atrás, no estaba en su mejor momento anímico. A su marido se le habían ido los ojos detrás de una moza de veinte, su alma rusa (la del marido) se puso a dar gorjeos de alegría y le dijo a su mujer que cómo iba a resistir los gorjeos del alma (rusa). Y se fue de casa con la moza de veinte, tal cual.
- Sonia está bien. Su marido volvió.
- ¿Su alma rusa ya no canta?
- Nooooooo. De momento no. Se ve que le llegó el invierno.
- Pues a ver qué pasa cuando llegue la primavera - y miré por la ventana la tormenta de nieve que estaba cayendo -. Bueno, si es que llega.
- Pues puede que vuelva a cantar. De hecho, creo que probable que vuelva a repetirse. Sonia le ha perdonado sin demasiados problemas, y yo creo que, en estos casos, cuando el marido sabe que, haga lo que haga, tiene asegurado el regreso, igual repite la experiencia.
- Podría ser.
Por la tarde volví a casa. Me encontré con la vecina de al lado, una señora alta y tirando a rellenita que andará por los cincuenta años. El año pasado me hubiera encontrado también a su marido, un tipo bigotudo y taciturno que siempre estaba fumando en la puerta de su casa o haciendo algún trabajillo. Pero eso hubiera sido el año pasado, porque, entretanto, la señora se hartó del marido, que, por lo visto, si fuera de la casa se dedicaba a fumar, dentro a lo que se dedicaba era a beber. La señora echó hace poco al marido con cajas destempladas.
Hasta cierto punto, eso no es sorprendente. El marido era un tipo antipático y poco sociable. Lo sorprendente es que poquísimo tiempo después la mujer tenía un novio que se había echado por internet. Visto el poco espacio que medió entre la salida de uno y la entrada de otro, no sé yo si la supuesta afición a la bebida del marido era una cruz o sólo un pretexto.
Por la noche, nos reunimos los miembros de la familia para rezar a Dios. Rezamos un Padrenuestro, un Avemaría, un Gloria, el Ángel de la Guardia y, luego, cada uno pide lo que quiere. Normalmente, los adultos damos gracias, mientras que los niños piden cosas, y casi siempre piden algo para sí mismos. Pero ese día Ame hizo algo diferente. Cuando ya habíamos acabado todos, añadió algo más, en voz muy bajita:
- ¡Ah, ah! Y también quiero pedir a Dios por Artyom, que su padre entró en su habitación y le dijo que se iba de casa.
Un niño de siete años al que su padre, un buen día, le dice que se va de casa. Los adultos no nos damos cuenta de lo terrible que debe ser eso. Como el marido de Sonia, con dos niños de esa edad, sólo porque su alma rusa se pone a cantar. Los niños sí se dan cuenta de lo que es eso, y el primero Ame, que a sus siete años justitos, como es normal, es rarísimo que en sus oraciones se acuerde de alguien que no sea él mismo. Tiene que haber sido un choque importante para que lo cite, expresamente, cuando ya nos íbamos a dormir.
Hasta cierto punto, Artiom tiene suerte. Alguien ha rezado por él y, quién sabe, quizá el alma del padre de Artiom deje de cantar, si es que ésa es la causa de su separación, y las aguas vuelvan a su cauce. Entrentanto, tenemos un alma cantarina, un matrimonio roto y un niño muy, muy tocado.
- Pues mi marido está en plan gruñón y siempre está buscando un culpable por las cosas que pasan. Eso es que ya tiene cuarenta años. Normalmente la culpable soy yo.
Mi amiga también tiene cuarenta años, por lo que está teóricamente en una delicada situación, igual que los dos hijos que tienen juntos, pero se estaba riendo mientras contaba esto, así que supongo que tiene las cosas bien controladas.
- ¿Y cómo está Sonia?
Sonia era una amiga suya con la que he trabajado en alguna ocasión y que, a sus, también, cuarenta y pico años, sigue siendo una belleza. Hace quince, que fue cuando la conocí, hay que buscar otras palabras para describirla, pero mi vocabulario no me da para ello. Se había casado, había tenido también dos hijos y, la última vez que la vi, año y medio atrás, no estaba en su mejor momento anímico. A su marido se le habían ido los ojos detrás de una moza de veinte, su alma rusa (la del marido) se puso a dar gorjeos de alegría y le dijo a su mujer que cómo iba a resistir los gorjeos del alma (rusa). Y se fue de casa con la moza de veinte, tal cual.
- Sonia está bien. Su marido volvió.
- ¿Su alma rusa ya no canta?
- Nooooooo. De momento no. Se ve que le llegó el invierno.
- Pues a ver qué pasa cuando llegue la primavera - y miré por la ventana la tormenta de nieve que estaba cayendo -. Bueno, si es que llega.
- Pues puede que vuelva a cantar. De hecho, creo que probable que vuelva a repetirse. Sonia le ha perdonado sin demasiados problemas, y yo creo que, en estos casos, cuando el marido sabe que, haga lo que haga, tiene asegurado el regreso, igual repite la experiencia.
- Podría ser.
Por la tarde volví a casa. Me encontré con la vecina de al lado, una señora alta y tirando a rellenita que andará por los cincuenta años. El año pasado me hubiera encontrado también a su marido, un tipo bigotudo y taciturno que siempre estaba fumando en la puerta de su casa o haciendo algún trabajillo. Pero eso hubiera sido el año pasado, porque, entretanto, la señora se hartó del marido, que, por lo visto, si fuera de la casa se dedicaba a fumar, dentro a lo que se dedicaba era a beber. La señora echó hace poco al marido con cajas destempladas.
Hasta cierto punto, eso no es sorprendente. El marido era un tipo antipático y poco sociable. Lo sorprendente es que poquísimo tiempo después la mujer tenía un novio que se había echado por internet. Visto el poco espacio que medió entre la salida de uno y la entrada de otro, no sé yo si la supuesta afición a la bebida del marido era una cruz o sólo un pretexto.
Por la noche, nos reunimos los miembros de la familia para rezar a Dios. Rezamos un Padrenuestro, un Avemaría, un Gloria, el Ángel de la Guardia y, luego, cada uno pide lo que quiere. Normalmente, los adultos damos gracias, mientras que los niños piden cosas, y casi siempre piden algo para sí mismos. Pero ese día Ame hizo algo diferente. Cuando ya habíamos acabado todos, añadió algo más, en voz muy bajita:
- ¡Ah, ah! Y también quiero pedir a Dios por Artyom, que su padre entró en su habitación y le dijo que se iba de casa.
Un niño de siete años al que su padre, un buen día, le dice que se va de casa. Los adultos no nos damos cuenta de lo terrible que debe ser eso. Como el marido de Sonia, con dos niños de esa edad, sólo porque su alma rusa se pone a cantar. Los niños sí se dan cuenta de lo que es eso, y el primero Ame, que a sus siete años justitos, como es normal, es rarísimo que en sus oraciones se acuerde de alguien que no sea él mismo. Tiene que haber sido un choque importante para que lo cite, expresamente, cuando ya nos íbamos a dormir.
Hasta cierto punto, Artiom tiene suerte. Alguien ha rezado por él y, quién sabe, quizá el alma del padre de Artiom deje de cantar, si es que ésa es la causa de su separación, y las aguas vuelvan a su cauce. Entrentanto, tenemos un alma cantarina, un matrimonio roto y un niño muy, muy tocado.