Entretanto, a Moscú ya ha llegado la primavera, es decir, las temperaturas que tenemos en España en un invierno malo, pero que aquí nos saben a gloria. Eso sí, se han hecho esperar, porque, aunque no nos lo creamos, el viernes pasado todavía sucedió esto:
Se trata de una tormenta de nieve del quince, igualita a la que me pilló en la calle, en bicicleta, poco después, cuando yo creía que ya había pasado. Qué fuerte. Es verdad que este año tenía tantas ganas de ir al trabajo en bicicleta, en lugar de andando, que quizá adelanté un poco más de lo necesario el cambio de vehículo, ¡pero es que lo contrario sería de nenas! De todos modos, cuando arreció la tormenta ya sólo veía chispitas blancas que me caían en los ojos y no permitían ver absolutamente nada. Y, si yo no veía nada, era probable que los conductores de los coches que me rodeaban estuvieran pasando por la misma experiencia, en la quien más tenía que perder era yo, de manera que me bajé hasta que escampara.
Al cabo de poco, el suelo, a punto de comenzar abril, estaba así:
Pedalear por una capa de nieve de cinco centímetros es curioso. Se diría que es ir como arena.
Lo malo es que debajo de la arena no hay baches.
Ay.
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