(Viene de aquí)
Mi llegada a casa de este año ha sido, una vez más, algo diferente. Mi padre, mi madre, mis hermanos (por desgracía, mi abuela ya no estaba presente), los turrones, los pastelitos de boniato que le encantaban a mi abuela, los dátiles rellenos de mantequilla para no perder el nivel de colesterol... pero faltaba algo.
"¿Y los polvorones?", pensé.
Señores, la verdad es que los polvorones no me acaban de convencer, como ya sabemos. La verdad es que mis padres los compraban por mí y yo tenía que acabar solito con tres cajas de polvorones. No sé, quizá mis padres han descubierto que prefiero el turrón, e incluso que no me gustan los polvorones.
Jo.
Ahora los echo de menos. O, como escribiría un alto cargo de la actual administración pública española, los "hecho" de menos.
Nunca pensé que haría esto, pero me voy a comprar un kilo de polvorones, antes de que cierren la tienda.
Vale, no me gustan, pero tampoco me gusta que no haya. No sé si se me entiende, pero me da igual.
Todo lo que se cuenta aquí debería tomarse con sentido del humor. Si usted no se ve capaz de hacerlo, y aun así persiste en entrar y leer, sepa que no va por usted, que lo que se cuenta está fuera de contexto y que incluso es posible que no sea ni verdad.
miércoles, 31 de diciembre de 2008
lunes, 29 de diciembre de 2008
Catolicismo en Rusia (III)
Pues llegó el final de la Unión Soviética y pilló a todo quisqui con el pie cambiado. Los ortodoxos, claro, llevaban setenta y cinco años con las facultades misioneras bastante aletargadas y ahora tenían que ocuparse, con un clero, obviamente, no demasiado numeroso, de reconstruir, no sólo su organización, sino, literalmente, los mismos templos, que se estaban cayendo a cachos y que el Estado les pasó prácticamente por las buenas, sin más financiación que un par de exenciones de impuestos de las que mejor es no hablar, porque no redunda en nada bueno para la ortodoxia. Y, por si fuera poco, había millones de rusos que en materia religiosa estaban en la inopia más absoluta (muchos siguen estándolo y hacen el ridículo cuanto intentan hablar del asunto).
Los católicos, no. Los católicos, otra cosa no, pero sabemos un rato de misiones y tenemos el músculo misionero en plena forma y con capacidad de adaptación a los entornos más adversos. Distintas órdenes misioneras católicas han ido apareciendo en los últimos dos decenios en Rusia y, por una parte, se han dedicado a dar atención espiritual a los católicos existentes, rusos o extranjeros; por otra, se han encontrado con que, mira por dónde, había rusos que se estaban planteando hacerse católicos, no ortodoxos.
La primera actividad, la de ocuparse de los católicos existentes, no le causó problemas a nadie. La segunda sí. La Iglesia Ortodoxa rusa acusó a la católica de proselitismo en su territorio.
Y uno se pregunta: ¿por qué no hacer proselitismo? ¿No dijo Jesucristo que propagáramos la buena nueva? Bueno, pues sí, pero no. Resulta que, para un católico, los ortodoxos son cismáticos (separados), pero no herejes (la doctrina es la misma en su práctica totalidad). En estas condiciones, los ortodoxos dicen que Rusia es "territorio canónico" suyo y que es a ellos a quien toca la evangelización del territorio. Los católicos podrían actuar sólo por lo que hace a la población de etnia, digamos impropiamente, católica, es decir, básicamente descendientes de polacos, lituanos y bielorrusos hoy residentes en Rusia.
En mi biblioteca guardo algunos libros y folletos ortodoxos. En todos ellos, incluso en los más serios, a la hora de hablar del catolicismo, nos tratan de herejes y de estar siempre detrás de absorberlos; en el caso de algún panfleto tendencioso que guardo como oro en paño, se llega a acusar a la Iglesia Católica de cosas como de haber favorecido la revolución soviética para acabar con la Iglesia Ortodoxa. Vamos, que se trata de gente muy susceptible, susceptibilidad que aumentó con motivo de los conflictos en Ucrania Occidental, donde, con la independencia de Ucrania, los uniatas salieron de las catacumbas con ánimos encendidos, ciertas simpatías oficiales y ganas de hacer memoria histórica con lo sucedido desde 1944. Parece que por la posesión de más de un templo, en una actitud ciertamente poco evangélica, llegó a haber leches entre uniatas y ortodoxos.
Además de susceptible, la Iglesia Ortodoxa rusa ha contado en Rusia (ya hemos visto que no en Ucrania) con el impagable apoyo estatal, especialmente visible a partir del momento en que el Vaticano convirtió sus cuatro administraciones apostólicas en obispados de pleno derecho. El cabreo ortodoxo fue de órdago. Por parte del Vaticano, además, se cometió un error diplomático considerable, al incluir en la jurisdicción de la diócesis con sede en Irkutsk la llamada "Karafuto", que es el nombre que los japoneses dan a la isla de Sajalín, sobre la que mantienen un conflicto territorial con Rusia desde el final de la Segunda Guerra Mundial. Para que luego digan de la diplomacia vaticana: hasta en las mejores familias se mete la pata.
Inmediatamente, llegó la caña. Como buena parte del clero católico en Rusia no es de nacionalidad rusa, la cosa tenía un arreglo sencillo, aunque poco elegante. El caso es que un sacerdote italiano que ejercía su ministerio en Yaroslavl fue expulsado del país, a otro se le anuló el visado en cuanto quiso salir de Rusia, y ésta última suerte corrió el mismísimo obispo de Irkustk, polaco para más inri y posiblemente uno de los causantes del desaguisado diplomático. Oficialmente, los ortodoxos no tuvieron nada que ver, sino que era por razones de seguridad estatal sobre las que nunca se da detalles.
Ni explícita, ni implícitamente hay renuncia alguna al proselitismo por parte católica; simplemente, hay que tener cuidado con no cabrear demasiado a la jerarquía ortodoxa, porque luego llegan las escuchitas a los servicios secretos, que son los que envían recaditos al departamento encargado de poner a la peña de patitas en la frontera.
Desde entonces, las cosas se han ido calmando, en buena medida porque varios de los protagonistas del campo de batalla lo han ido abandonando. Uno de ellos fue el muy combativo monseñor Tadeusz Kondrusiewicz (el de la foto, ya en su nuevo destino), entonces arzobispo católico de Moscú, que desde noviembre de 2007 ocupa la archidiócesis de Minsk y ha sido reemplazado en Moscú por monseñor Pezzi, italiano y de un perfil menos señalado que su antecesor. Otro fue Juan Pablo II, al que, desde luego, ser polaco no favorecía nada entre la jerarquía ortodoxa; Benedicto XVI despierta menos rechazo, y eso que es alemán.
Y el tercero que desapareció del campo de batalla para, como Juan Pablo II, reunirse con su Creador, fue el patriarca Alejo II, un personaje tremendamente controvertido con indudables aspectos positivos, pero que es evidente que era un nacionalista tremendo sin la menor voluntad ecuménica y del que he oído declaraciones que sólo cabe calificar de xenófobas.
Su sucesor se conocerá dentro de algunas semanas. Ya veremos de qué pie cojea en lo tocante a ecumenismo.
Los católicos, no. Los católicos, otra cosa no, pero sabemos un rato de misiones y tenemos el músculo misionero en plena forma y con capacidad de adaptación a los entornos más adversos. Distintas órdenes misioneras católicas han ido apareciendo en los últimos dos decenios en Rusia y, por una parte, se han dedicado a dar atención espiritual a los católicos existentes, rusos o extranjeros; por otra, se han encontrado con que, mira por dónde, había rusos que se estaban planteando hacerse católicos, no ortodoxos.
La primera actividad, la de ocuparse de los católicos existentes, no le causó problemas a nadie. La segunda sí. La Iglesia Ortodoxa rusa acusó a la católica de proselitismo en su territorio.
Y uno se pregunta: ¿por qué no hacer proselitismo? ¿No dijo Jesucristo que propagáramos la buena nueva? Bueno, pues sí, pero no. Resulta que, para un católico, los ortodoxos son cismáticos (separados), pero no herejes (la doctrina es la misma en su práctica totalidad). En estas condiciones, los ortodoxos dicen que Rusia es "territorio canónico" suyo y que es a ellos a quien toca la evangelización del territorio. Los católicos podrían actuar sólo por lo que hace a la población de etnia, digamos impropiamente, católica, es decir, básicamente descendientes de polacos, lituanos y bielorrusos hoy residentes en Rusia.
En mi biblioteca guardo algunos libros y folletos ortodoxos. En todos ellos, incluso en los más serios, a la hora de hablar del catolicismo, nos tratan de herejes y de estar siempre detrás de absorberlos; en el caso de algún panfleto tendencioso que guardo como oro en paño, se llega a acusar a la Iglesia Católica de cosas como de haber favorecido la revolución soviética para acabar con la Iglesia Ortodoxa. Vamos, que se trata de gente muy susceptible, susceptibilidad que aumentó con motivo de los conflictos en Ucrania Occidental, donde, con la independencia de Ucrania, los uniatas salieron de las catacumbas con ánimos encendidos, ciertas simpatías oficiales y ganas de hacer memoria histórica con lo sucedido desde 1944. Parece que por la posesión de más de un templo, en una actitud ciertamente poco evangélica, llegó a haber leches entre uniatas y ortodoxos.
Además de susceptible, la Iglesia Ortodoxa rusa ha contado en Rusia (ya hemos visto que no en Ucrania) con el impagable apoyo estatal, especialmente visible a partir del momento en que el Vaticano convirtió sus cuatro administraciones apostólicas en obispados de pleno derecho. El cabreo ortodoxo fue de órdago. Por parte del Vaticano, además, se cometió un error diplomático considerable, al incluir en la jurisdicción de la diócesis con sede en Irkutsk la llamada "Karafuto", que es el nombre que los japoneses dan a la isla de Sajalín, sobre la que mantienen un conflicto territorial con Rusia desde el final de la Segunda Guerra Mundial. Para que luego digan de la diplomacia vaticana: hasta en las mejores familias se mete la pata.
Inmediatamente, llegó la caña. Como buena parte del clero católico en Rusia no es de nacionalidad rusa, la cosa tenía un arreglo sencillo, aunque poco elegante. El caso es que un sacerdote italiano que ejercía su ministerio en Yaroslavl fue expulsado del país, a otro se le anuló el visado en cuanto quiso salir de Rusia, y ésta última suerte corrió el mismísimo obispo de Irkustk, polaco para más inri y posiblemente uno de los causantes del desaguisado diplomático. Oficialmente, los ortodoxos no tuvieron nada que ver, sino que era por razones de seguridad estatal sobre las que nunca se da detalles.
Ni explícita, ni implícitamente hay renuncia alguna al proselitismo por parte católica; simplemente, hay que tener cuidado con no cabrear demasiado a la jerarquía ortodoxa, porque luego llegan las escuchitas a los servicios secretos, que son los que envían recaditos al departamento encargado de poner a la peña de patitas en la frontera.
Desde entonces, las cosas se han ido calmando, en buena medida porque varios de los protagonistas del campo de batalla lo han ido abandonando. Uno de ellos fue el muy combativo monseñor Tadeusz Kondrusiewicz (el de la foto, ya en su nuevo destino), entonces arzobispo católico de Moscú, que desde noviembre de 2007 ocupa la archidiócesis de Minsk y ha sido reemplazado en Moscú por monseñor Pezzi, italiano y de un perfil menos señalado que su antecesor. Otro fue Juan Pablo II, al que, desde luego, ser polaco no favorecía nada entre la jerarquía ortodoxa; Benedicto XVI despierta menos rechazo, y eso que es alemán.
Y el tercero que desapareció del campo de batalla para, como Juan Pablo II, reunirse con su Creador, fue el patriarca Alejo II, un personaje tremendamente controvertido con indudables aspectos positivos, pero que es evidente que era un nacionalista tremendo sin la menor voluntad ecuménica y del que he oído declaraciones que sólo cabe calificar de xenófobas.
Su sucesor se conocerá dentro de algunas semanas. Ya veremos de qué pie cojea en lo tocante a ecumenismo.
sábado, 27 de diciembre de 2008
Catolicismo en Rusia (II)
En 1917, como quedó dicho en la última entrada, las cosas se pusieron muy feas para la religión. La católica, mucho menos numerosa que la ortodoxa, también sufrió lo suyo. Los avances que había experimentado en los períodos de relativa libertad religiosa quedaron en nada, el clero autóctono fue perseguido, los fieles dispersados, deportados o simplemente eliminados, y los templos cerrados. Hay bastantes historias dramáticas de estos tiempos.
De los lugares de culto que había existido, en Moscú únicamente permaneció uno, la pequeña iglesia de San Luis de los Franceses, adscrita a la representación diplomática francesa y prácticamente vecina de la sede central de ChK, GRU, NKVD y KGB, que tales fueron los nombres que sucesivamente recibieron los servicios secretos soviéticos, y eso no sin dificultades severisimas. Hay quien dice que durante varios años fue el único templo católico abierto al culto en toda Rusia. Había otro, en la entonces Leningrado, la iglesia de Nuestra Señora de Lourdes, pero no estoy seguro de que estuviese abierto durante todo el período soviético. Si algún lector peterburgués sabe algo más y me lo hace saber, le estaría agradecidísimo.
Esto por lo que hace a la Iglesia Católica de rito latino. Sin embargo, hay que tener en cuenta a los católicos de rito oriental, también conocidos como greco-católicos o uniatas. Dicha iglesia procede de los distintos intentos por parte de Roma de poner fin al cisma de Oriente, el más señalado de los cuales viene del Concilio de Florencia de 1447, en que se llegó al acuerdo de mantener las formas litúrgicas bizantinas, mientras que las iglesias orientales volverían a la comunión con Roma. El intento falló "casi" completamente, y digo casi porque, frente al general rechazo, hubo una parte de la iglesia oriental, básicamente la que territorialmente pertenecía a la Unión Polaco-Lituana, que lo aceptó. Con el tiempo, y con la división de Polonia, todos esos territorios pasaron a formar parte del Imperio Ruso y a significar una importante población de católicos en Rusia. Estos católicos eran -y son- especialmente molestos a la Iglesia Ortodoxa, porque externamente no se diferencian de ellos prácticamente en nada.
El terreno de batalla entre ambas confesiones fue Ucrania Occidental. El Imperio Ruso, tras 1793, fecha en que anexionó dichas tierras, favoreció a la Iglesia Ortodoxa; tras 1917, los capones de los bolcheviques les alcanzaron a todos.
En 1941, Ucrania fue ocupada por los nazis. Los uniatas, que de prorrusos tienen poquísimo, vieron el cielo abierto y colaboraron abiertamente con el ocupante alemán, que tampoco era precisamente prorruso. Los nazis no es lo que llamaríamos beatillos y gente de iglesia, más bien todo lo contrario, pero, puestos a jorobar, jorobaron a los ortodoxos y favorecieron a saco a los uniatas. Para desgracia de éstos, sin embargo, en 1944 los nazis se volvieron por donde habían venido con el rabo entre piernas, y entretanto los bolcheviques habían mitigado mucho sus furias anticlericales (el porqué es una historia muy interesante, pero que dejaré para otra ocasión). En consecuencia, los ortodoxos sacaron a leches a los uniatas de sus templos, mientras los guardias rojos les zurraban a saco. Durante varios decenios, los uniatas pasaron a la clandestinidad, subsistiendo a base de ordenaciones en secreto y eucaristías en plan catacumba.
No hay mal que cien años dure, aunque en este caso la cosa estuvo cerca. En cualquier caso, casi setenta y cinco años después de 1917, la Unión Soviética pasaba a la historia, sin haber logrado su objetivo de aniquilar la tiniebla, la superstición y el poder de los popes. Los popes, y también los curas, estaban allí, incólumes, dirigidos los primeros por un estonio y los segundos por un polaco.
Eso sí, lo de llevarse bien, como que no. Pero eso que quede para el siguiente capítulo de la serie.
De los lugares de culto que había existido, en Moscú únicamente permaneció uno, la pequeña iglesia de San Luis de los Franceses, adscrita a la representación diplomática francesa y prácticamente vecina de la sede central de ChK, GRU, NKVD y KGB, que tales fueron los nombres que sucesivamente recibieron los servicios secretos soviéticos, y eso no sin dificultades severisimas. Hay quien dice que durante varios años fue el único templo católico abierto al culto en toda Rusia. Había otro, en la entonces Leningrado, la iglesia de Nuestra Señora de Lourdes, pero no estoy seguro de que estuviese abierto durante todo el período soviético. Si algún lector peterburgués sabe algo más y me lo hace saber, le estaría agradecidísimo.
Esto por lo que hace a la Iglesia Católica de rito latino. Sin embargo, hay que tener en cuenta a los católicos de rito oriental, también conocidos como greco-católicos o uniatas. Dicha iglesia procede de los distintos intentos por parte de Roma de poner fin al cisma de Oriente, el más señalado de los cuales viene del Concilio de Florencia de 1447, en que se llegó al acuerdo de mantener las formas litúrgicas bizantinas, mientras que las iglesias orientales volverían a la comunión con Roma. El intento falló "casi" completamente, y digo casi porque, frente al general rechazo, hubo una parte de la iglesia oriental, básicamente la que territorialmente pertenecía a la Unión Polaco-Lituana, que lo aceptó. Con el tiempo, y con la división de Polonia, todos esos territorios pasaron a formar parte del Imperio Ruso y a significar una importante población de católicos en Rusia. Estos católicos eran -y son- especialmente molestos a la Iglesia Ortodoxa, porque externamente no se diferencian de ellos prácticamente en nada.
El terreno de batalla entre ambas confesiones fue Ucrania Occidental. El Imperio Ruso, tras 1793, fecha en que anexionó dichas tierras, favoreció a la Iglesia Ortodoxa; tras 1917, los capones de los bolcheviques les alcanzaron a todos.
En 1941, Ucrania fue ocupada por los nazis. Los uniatas, que de prorrusos tienen poquísimo, vieron el cielo abierto y colaboraron abiertamente con el ocupante alemán, que tampoco era precisamente prorruso. Los nazis no es lo que llamaríamos beatillos y gente de iglesia, más bien todo lo contrario, pero, puestos a jorobar, jorobaron a los ortodoxos y favorecieron a saco a los uniatas. Para desgracia de éstos, sin embargo, en 1944 los nazis se volvieron por donde habían venido con el rabo entre piernas, y entretanto los bolcheviques habían mitigado mucho sus furias anticlericales (el porqué es una historia muy interesante, pero que dejaré para otra ocasión). En consecuencia, los ortodoxos sacaron a leches a los uniatas de sus templos, mientras los guardias rojos les zurraban a saco. Durante varios decenios, los uniatas pasaron a la clandestinidad, subsistiendo a base de ordenaciones en secreto y eucaristías en plan catacumba.
No hay mal que cien años dure, aunque en este caso la cosa estuvo cerca. En cualquier caso, casi setenta y cinco años después de 1917, la Unión Soviética pasaba a la historia, sin haber logrado su objetivo de aniquilar la tiniebla, la superstición y el poder de los popes. Los popes, y también los curas, estaban allí, incólumes, dirigidos los primeros por un estonio y los segundos por un polaco.
Eso sí, lo de llevarse bien, como que no. Pero eso que quede para el siguiente capítulo de la serie.
miércoles, 24 de diciembre de 2008
Feliz Navidad
Pues eso, lectores, que tengáis una feliz Navidad y que esta noche cantéis muchos villancicos ¿Que no os gustan los villancicos? Bueno, a mí tampoco me gustan demasiado, pero estamos en la época adecuada y, después de todo, no todos los días celebramos el cumpleaños del Salvador. Por una día que me desgañite no pasa nada, y todo lo que voy a desafinar igual me lo perdona y todo.
Cuando estaba en clase de ruso, en los lejanos tiempos soviéticos, una compañera de clase se atrevió a preguntarle a la profesora cómo se decía "feliz Navidad". La profesora, muy maja ella, pero evidentemente poco religiosa, respondió.
- Se diría "С рождеством", pero no se usa. Allí no hay Navidad, y lo que se celebra es el Año Nuevo. No digáis "C рождеством", decid "С новым годом" (feliz año nuevo).
Los alumnos nos quedamos bastante confusos con eso de que no hubiera Navidad. Tengamos en cuenta que la instancia de ingreso en la escuela todavía se cerraba con el saludo "Dios guarde a V.I el Director de la Escuela muchos años." Vamos, que ZP y sus comecuras no eran más que un futurible de aparición improbable.
Entretanto, donde está cayendo en desuso el "Feliz Navidad" es entre nosotros, en España. En Rusia, allí donde no se usaba, según nuestra profesora, no habían pasado cinco años desde aquello y ya todo el mundo felicitaba las Navidades con la mayor naturalidad, salvo que no lo hacen el 25 de diciembre, sino el 7 de enero. Cosas veredes. Lo que sigue sin haber son villancicos, que en las iglesias de Oriente, que yo sepa, no se emplean, porque entre nosotros parece que comenzaron a cantarse sólo en el siglo XIII y, para entonces, el cisma de Oriente estaba avanzadillo.
Entretanto, que ninguna profesora de español se atreva a decir que no se felicitan en España las Navidades. Así que ¡feliz Navidad!
Cuando estaba en clase de ruso, en los lejanos tiempos soviéticos, una compañera de clase se atrevió a preguntarle a la profesora cómo se decía "feliz Navidad". La profesora, muy maja ella, pero evidentemente poco religiosa, respondió.
- Se diría "С рождеством", pero no se usa. Allí no hay Navidad, y lo que se celebra es el Año Nuevo. No digáis "C рождеством", decid "С новым годом" (feliz año nuevo).
Los alumnos nos quedamos bastante confusos con eso de que no hubiera Navidad. Tengamos en cuenta que la instancia de ingreso en la escuela todavía se cerraba con el saludo "Dios guarde a V.I el Director de la Escuela muchos años." Vamos, que ZP y sus comecuras no eran más que un futurible de aparición improbable.
Entretanto, donde está cayendo en desuso el "Feliz Navidad" es entre nosotros, en España. En Rusia, allí donde no se usaba, según nuestra profesora, no habían pasado cinco años desde aquello y ya todo el mundo felicitaba las Navidades con la mayor naturalidad, salvo que no lo hacen el 25 de diciembre, sino el 7 de enero. Cosas veredes. Lo que sigue sin haber son villancicos, que en las iglesias de Oriente, que yo sepa, no se emplean, porque entre nosotros parece que comenzaron a cantarse sólo en el siglo XIII y, para entonces, el cisma de Oriente estaba avanzadillo.
Entretanto, que ninguna profesora de español se atreva a decir que no se felicitan en España las Navidades. Así que ¡feliz Navidad!
lunes, 22 de diciembre de 2008
Catolicismo en Rusia (I)
Pedía Miguel el otro día que escribiera algo sobre la situación de la Iglesia Católica en Rusia, sobre su supuesta renuncia al proselitismo y sobre las perspectivas que le esperan. Yo soy católico, pero no profeta, así que sobre las perspectivas que le esperan es bien posible que me equivoque de medio a medio. Pero bueno, es un tema sobre el que se puede escribir mucho. Yo lo he hecho en un par de ocasiones, así que me voy a permitir la licencia de copiarme. Que no se entere la SGAE, que ya me veo con un detective privado dando la vara para ver si me pago los derechos de autor a mí mismo, por supuesto con una comisión para la SGAE por la gestión, no faltaría más.
Bien, pues, comencemos con un poco de historia, que ya sabéis que me gusta. Después del cisma de Oriente, Rusia quedó enclavada entro del territorio ortodoxo y, tras la caída de Constantinopla en poder de los turcos otomanos, pasó a ser indudablemente el reino ortodoxo más importante. Los zares le echaron un ojillo a la dignidad imperial, pero de momento no se atrevieron a asumirla, cosa que finalmente ocurriría en 1721, cuando Pedro I se vio con suficiente empuje para ello. Hasta entonces, en Rusia podías ser ortodoxo o poco más, y desde luego lo del catolicismo como que lo llevaban muy mal. Eso era cosa de polacos, y los polacos eran el enemigo.
Pero el enemigo polaco se fue debilitando durante el siglo XVIII, al acabar el cual Polonia fue repartida de mala manera entre Prusia, Austria y Rusia, que se encontró con un montonazo de súbditos polacos, y por tanto católicos, en su Imperio, algunos de los cuales eran gente dedicada al servicio público y residían en Moscú y en San Petersburgo.
Era emperatriz en aquel tiempo Catalina II, que nació luterana y se había convertido a la ortodoxia cuando se casó con Pedro III, pero que digamos que era bastante tolerante con la religión y la moral, comenzando la tolerancia moral por sí misma. Así que decidió que con tanto católico en su país lo mejor sería tenerlos organizados y decidió crear un obispado. Así que la primera jerarquía católica en Rusia, que data de 1769, no fue idea del Papa sino de la mismísima cabeza de la Iglesia Ortodoxa rusa, porque el patriarcado había sido abolido por Pedro I y el propio emperador se había convertido en cabeza de la iglesia.
Las cosas siguieron más o menos así hasta 1905. El reino de Polonia formaba una unión personal con Rusia, es decir, formaba de hecho parte del imperio, y con los católicos había una actitud variable. Pablo I, (1796-1801) el hijo de Catalina II, incluso fue Gran Maestre de la Orden católica de Malta, y Alejandro I (1801-1825) pasaba bastante de los asuntos religiosos. Otros emperadores, y el caso más claro es Nicolás I (1825-1855), eran más estrictos y tendían a favorecer más a la Iglesia Ortodoxa y a atar corto a las demás.
Pero en 1905, reinando Nicolás II, se promulgó el decreto de libertad religiosa y, lo que es más, se cumplió. Las confesiones alternativas a la ortodoxa, la más importante de las cuales eran las distintas ramas de veterocreyentes, ganaron rápidamente en importancia. Tampoco les fue mal a los católicos. La movilidad de la población en el Imperio Ruso era muy reducida, pero no tanto como para que los polacos y bielorrusos católicos no constituyeran comunidades, algunas bastante numerosas, en distintos puntos del imperio.
La revolución soviética de 1917 fue un duro golpe para la religión en general, y por tanto también para el catolicismo. Los bolcheviques, a la que se vieron con la guerra en condiciones, hicieron gala de ese odium fidei que han heredado demasiados gobernantes contemporáneos y se dedicaron a sacudir a base de bien a todo lo que estuviera presidido por un crucifijo. Sobre los mamporros que se llevaron los ortodoxos ya he escrito aquí, o también aquí, aquí e incluso aquí.
Justo es que escriba ahora sobre los que nos llevamos los católicos, pero eso será a la próxima, que aquí se hace tarde.
Bien, pues, comencemos con un poco de historia, que ya sabéis que me gusta. Después del cisma de Oriente, Rusia quedó enclavada entro del territorio ortodoxo y, tras la caída de Constantinopla en poder de los turcos otomanos, pasó a ser indudablemente el reino ortodoxo más importante. Los zares le echaron un ojillo a la dignidad imperial, pero de momento no se atrevieron a asumirla, cosa que finalmente ocurriría en 1721, cuando Pedro I se vio con suficiente empuje para ello. Hasta entonces, en Rusia podías ser ortodoxo o poco más, y desde luego lo del catolicismo como que lo llevaban muy mal. Eso era cosa de polacos, y los polacos eran el enemigo.
Pero el enemigo polaco se fue debilitando durante el siglo XVIII, al acabar el cual Polonia fue repartida de mala manera entre Prusia, Austria y Rusia, que se encontró con un montonazo de súbditos polacos, y por tanto católicos, en su Imperio, algunos de los cuales eran gente dedicada al servicio público y residían en Moscú y en San Petersburgo.
Era emperatriz en aquel tiempo Catalina II, que nació luterana y se había convertido a la ortodoxia cuando se casó con Pedro III, pero que digamos que era bastante tolerante con la religión y la moral, comenzando la tolerancia moral por sí misma. Así que decidió que con tanto católico en su país lo mejor sería tenerlos organizados y decidió crear un obispado. Así que la primera jerarquía católica en Rusia, que data de 1769, no fue idea del Papa sino de la mismísima cabeza de la Iglesia Ortodoxa rusa, porque el patriarcado había sido abolido por Pedro I y el propio emperador se había convertido en cabeza de la iglesia.
Las cosas siguieron más o menos así hasta 1905. El reino de Polonia formaba una unión personal con Rusia, es decir, formaba de hecho parte del imperio, y con los católicos había una actitud variable. Pablo I, (1796-1801) el hijo de Catalina II, incluso fue Gran Maestre de la Orden católica de Malta, y Alejandro I (1801-1825) pasaba bastante de los asuntos religiosos. Otros emperadores, y el caso más claro es Nicolás I (1825-1855), eran más estrictos y tendían a favorecer más a la Iglesia Ortodoxa y a atar corto a las demás.
Pero en 1905, reinando Nicolás II, se promulgó el decreto de libertad religiosa y, lo que es más, se cumplió. Las confesiones alternativas a la ortodoxa, la más importante de las cuales eran las distintas ramas de veterocreyentes, ganaron rápidamente en importancia. Tampoco les fue mal a los católicos. La movilidad de la población en el Imperio Ruso era muy reducida, pero no tanto como para que los polacos y bielorrusos católicos no constituyeran comunidades, algunas bastante numerosas, en distintos puntos del imperio.
La revolución soviética de 1917 fue un duro golpe para la religión en general, y por tanto también para el catolicismo. Los bolcheviques, a la que se vieron con la guerra en condiciones, hicieron gala de ese odium fidei que han heredado demasiados gobernantes contemporáneos y se dedicaron a sacudir a base de bien a todo lo que estuviera presidido por un crucifijo. Sobre los mamporros que se llevaron los ortodoxos ya he escrito aquí, o también aquí, aquí e incluso aquí.
Justo es que escriba ahora sobre los que nos llevamos los católicos, pero eso será a la próxima, que aquí se hace tarde.
viernes, 19 de diciembre de 2008
Requeteciclista
Finalmente lo conseguí. Me he graduado. He conseguido salir de casa y llegar al trabajo en bicicleta y, al final, pude sacar la foto que ilustra esta entrada. Sí, señor, con nieve.
No fue sin problemas. La víspera, al ver que, a siete bajo cero, pretendía salir de casa en bicicleta como si tal cosa, se produjo una conjuración de toda la familia.
- Pero, ¿vas a ir en bicicleta? - dijo Alfina.
- Sí, claro.
- Para ya, que te estás pasando. Ya no tiene gracia y te la estás jugando, que te puedes caer en una placa de hielo y que te pise un coche.
- Pero si no hay placas de hielo.
- Я вам сегодня не советую ехать на велосипеде (No le recomiendo ir hoy en bicicleta) - terció Liudmila, que acababa de llegar de la calle.
Yo seguía pensando que no había para tanto. Entonces llegó Ro.
- Sí, papá, sí que n'hi ha gel, i s'esbara (Sí, papá, sí que hay hielo, y resbala) - y me señalaba con el dedo como recriminándome que me atreviera a salir así.
A mí, que una niña de siete años, que además es mi hija, me riña porque piense que soy imprudente, me descolocó bastante. No sé por qué, pero le hice caso y me quité los aros de los pantalones.
Y el caso es que, en realidad, ni placas de hielo ni ná: el piso estaba perfecto y no había el menor peligro. Tuve que volver del curro a pateo.
Pero hoy nada me ha detenido, y aquí tenemos la foto, con MI bicicleta rodeada de nieve.
Lo malo es que al llegar al trabajo he visto lo que ponía en primera página del panfleto proyanqui, que es el que se reproduce ahí al lado.
"Los meteorólogos dicen que el ligero polvo de nieve de Moscú de esta semana no es nieve de verdad, sino que está formado en parte por vapor y otras emisiones procedentes de las fábricas locales. La nieve de veras sólo está prevista para este fin de semana."
Malditos sionistas, con lo contento que estaba yo. Y me temo que lo tengo mal para graduarme este fin de semana... porque, una vez más, ¡nos vamos a España a pasar la Navidad! Creo que la temporada ciclista en Moscú, esta vez sí, ha terminado hasta dentro de unos tres meses.
No fue sin problemas. La víspera, al ver que, a siete bajo cero, pretendía salir de casa en bicicleta como si tal cosa, se produjo una conjuración de toda la familia.
- Pero, ¿vas a ir en bicicleta? - dijo Alfina.
- Sí, claro.
- Para ya, que te estás pasando. Ya no tiene gracia y te la estás jugando, que te puedes caer en una placa de hielo y que te pise un coche.
- Pero si no hay placas de hielo.
- Я вам сегодня не советую ехать на велосипеде (No le recomiendo ir hoy en bicicleta) - terció Liudmila, que acababa de llegar de la calle.
Yo seguía pensando que no había para tanto. Entonces llegó Ro.
- Sí, papá, sí que n'hi ha gel, i s'esbara (Sí, papá, sí que hay hielo, y resbala) - y me señalaba con el dedo como recriminándome que me atreviera a salir así.
A mí, que una niña de siete años, que además es mi hija, me riña porque piense que soy imprudente, me descolocó bastante. No sé por qué, pero le hice caso y me quité los aros de los pantalones.
Y el caso es que, en realidad, ni placas de hielo ni ná: el piso estaba perfecto y no había el menor peligro. Tuve que volver del curro a pateo.
Pero hoy nada me ha detenido, y aquí tenemos la foto, con MI bicicleta rodeada de nieve.
Lo malo es que al llegar al trabajo he visto lo que ponía en primera página del panfleto proyanqui, que es el que se reproduce ahí al lado.
"Los meteorólogos dicen que el ligero polvo de nieve de Moscú de esta semana no es nieve de verdad, sino que está formado en parte por vapor y otras emisiones procedentes de las fábricas locales. La nieve de veras sólo está prevista para este fin de semana."
Malditos sionistas, con lo contento que estaba yo. Y me temo que lo tengo mal para graduarme este fin de semana... porque, una vez más, ¡nos vamos a España a pasar la Navidad! Creo que la temporada ciclista en Moscú, esta vez sí, ha terminado hasta dentro de unos tres meses.
miércoles, 17 de diciembre de 2008
El opositor
El opositor al que me refería en la última entrada es el chico de la fotografía de la izquierda. Si yo fuese del Gobierno, no le tendría miedo a los Kasiánov, Kaspárov y demás ralea, sino que se la tendría a él. Se llama Vladímir Ryzhkov, y es un político profesional de pura cepa, actualmente sin cargo público por una curiosa actitud de no dejarse manejar por nadie y de decir siempre lo que le parecía correcto. Uno pensará que eso de no dejarse manejar por nadie y decir siempre lo que te parece correcto son buenas cualidades, pero parece que entre los políticos la consecuencia de poseerlas consiste en que te manden a hacer gárgaras.
El chico, de joven (y no es viejo, que no hace tanto que cumplió los cuarenta), tenía más o menos la misma facha de Pitagorín insoportable que tiene ahora. Hablaba bien, tenía buena planta, cualidades que conserva, y fue elegido diputado por su ciudad, Barnaúl, en 1993, con veintisiete años, iniciando una carrera de diputado que sólo fue truncada en las elecciones del año pasado. Catorce años de diputado en una circunscripción unipersonal sin partido político detrás. Sí, igualito igualito que en España... o que en la Rusia actual.
El caso es que, en sus principios, Ryzhkov era un diputado oficialista. Entró en el grupo de diputados que apoyaban al Gobierno de Chernomyrdin y comenzó a destacar. En septiembre de 1998, en plena crisis desastrosa y con un Gobierno más parecido a un pato decapitado que a otra cosa, le propusieron nombrarle vicepresidente del Gobierno encargado de temas sociales. En aquellos confusos tiempos, apareció uno de esos adversarios políticos que consiguen que uno no meta la pata hasta el corvejón.
Ese alguien es un político que hoy está algo más calmado, pero que entonces tenía más peligro que una monja argentina con una guitarra. Se trataba del caudillo del LDPR, Vladímir Zhirinovsky, por el que siempre he confesado mi admiración. El reportero de televisión le preguntó si su grupo parlamentario apoyaría la investidura del nuevo Gobierno, y el respondió:
- ¿Apoyar? ¿Qué vamos a apoyar? ¡Claro que no! Y encima quieren poner de vicepresidente de asuntos sociales a Ryzhkov. A lo mejor dentro de cincuenta años aprende algo de eso.
Las carcajadas de los que le oían se podían oír perfectamente. Ryzhkov, en vista del panorama, renunció a la candidatura y, a partir de ahí, pasó una temporadita con un perfil más bajo, quizá aprendiendo temas sociales, no sé. Fue reelegido en la Duma comunista de 1999, siempre por su ciudad, Barnaúl y, tras la disgregación del bloque oficialista de entonces, se encontró de diputado independiente, sin adscripción clara.
Lo fácil hubiera sido meterse bien calentito al abrigo del poder. Se hubiera integrado en Rusia Unida y posiblemente hubiera seguido de diputado o con algún carguito interesante. Pero decidió jugársela y no se metió en ningún partido. Creo un "Partido Republicano de Rusia", que en realidad era él solo y que yo diría que nunca se tomó muy en serio. A pesar de que esta bitácora es monárquica a más no poder, y Ryzhkov con esto se mostró poco partidario del Trono y el Altar, hay que reconocerle redaños.
En las elecciones de 2003, Rusia Unida arrasó en las elecciones. Los grupos "demócratas" fueron barridos sin piedad, pero Ryzhkov sobrevivió en su feudo y continuó de diputado, ahora ya claramente opositor... porque era de los únicos que quedaban. El Kremlin, con su títere parlamentario Rusia Unida, comenzó con su desdemocratización del país a marchas forzadas: primero fue la división en siete regiones federales para controlar el poder local, luego la designación directa de los gobernadores, finalmente el cambio de la ley electoral estableciendo un mínimo del 7% de los votos en listas obligatoriamente presentadas por partidos políticos para entrar en la Duma. Y, como estrambote, los requisitos mínimos para ser partido político, que significaban unas barreras de entradas insuperables para cualquiera sin un brutal músculo financiero y logístico. O sea, sin el apoyo del Kremlin.
Poco antes del cambio de la ley electoral, y con el conformismo en grado máximo, hubo un debate en televisión entre Ryzhkov y... Zhirinovsky (a Zhirinovsky se lo rifan en la tele, porque el "share" de los programas en los que sale él es brutal). Ryzhkov estuvo brillante de verdad. De hecho, es una de las poquísimas ocasiones en que Zhirinovsky fue derrotado dialécticamente en toda la línea, hasta el punto de quedarse callado. Y los que seguimos a Zhirinovsky sabemos que hacerlo callar es más raro que un lehendakari que se apellide Heredia.
- Ustedes quieren cambiar la ley electoral -decía- para que todo el poder caiga en los partidos políticos y que los partidos sean quienes hagan las listas e intermedien entre el pueblo y el poder. Pero así no van a lograr el orden. Van a lograr que el ciudadano no sepa quién le representa en la Duma. Con el sistema actual esto no pasa. Con el sistema actual, un señor de Barnaúl sabe que tiene un diputado en la Duma. Y, si tiene un problema, aunque no haya votado precisamente por ese diputado, sabe que puede dirigirse precisamente a él, porque es el suyo. Con su sistema de listas de partidos, el señor de Barnaúl no va a saber a quién dirigirse. Ahora no. Ahora, ese mismo señor sabe que hay un diputado en la Duma que es de Barnaúl, al que puede dirigirse, que se llama Vladímir Ryzhkov y que tiene el deber de escucharlo y defenderlo.
Zhirinovsky se quedó sin habla.
En las elecciones de 2007, ya con el nuevo sistema de listas cerradas y bloqueadas, Ryzhkov, que seguía sin pertenecer a un partido, no se pudo presentar y perdió su acta. Desde entonces, y dentro de la oposición extraparlamentaria, ha seguido dando caña, pero no en plan manifa desaforada, sino desde los medios de comunicación y con argumentos. Tiene cuarenta y dos años y parece que desde su frustada candidatura a la vicepresidencia del Gobierno en 1998 ha aprendido algo, incluso de política social. Y en menos de cincuenta años.
El chico, de joven (y no es viejo, que no hace tanto que cumplió los cuarenta), tenía más o menos la misma facha de Pitagorín insoportable que tiene ahora. Hablaba bien, tenía buena planta, cualidades que conserva, y fue elegido diputado por su ciudad, Barnaúl, en 1993, con veintisiete años, iniciando una carrera de diputado que sólo fue truncada en las elecciones del año pasado. Catorce años de diputado en una circunscripción unipersonal sin partido político detrás. Sí, igualito igualito que en España... o que en la Rusia actual.
El caso es que, en sus principios, Ryzhkov era un diputado oficialista. Entró en el grupo de diputados que apoyaban al Gobierno de Chernomyrdin y comenzó a destacar. En septiembre de 1998, en plena crisis desastrosa y con un Gobierno más parecido a un pato decapitado que a otra cosa, le propusieron nombrarle vicepresidente del Gobierno encargado de temas sociales. En aquellos confusos tiempos, apareció uno de esos adversarios políticos que consiguen que uno no meta la pata hasta el corvejón.
Ese alguien es un político que hoy está algo más calmado, pero que entonces tenía más peligro que una monja argentina con una guitarra. Se trataba del caudillo del LDPR, Vladímir Zhirinovsky, por el que siempre he confesado mi admiración. El reportero de televisión le preguntó si su grupo parlamentario apoyaría la investidura del nuevo Gobierno, y el respondió:
- ¿Apoyar? ¿Qué vamos a apoyar? ¡Claro que no! Y encima quieren poner de vicepresidente de asuntos sociales a Ryzhkov. A lo mejor dentro de cincuenta años aprende algo de eso.
Las carcajadas de los que le oían se podían oír perfectamente. Ryzhkov, en vista del panorama, renunció a la candidatura y, a partir de ahí, pasó una temporadita con un perfil más bajo, quizá aprendiendo temas sociales, no sé. Fue reelegido en la Duma comunista de 1999, siempre por su ciudad, Barnaúl y, tras la disgregación del bloque oficialista de entonces, se encontró de diputado independiente, sin adscripción clara.
Lo fácil hubiera sido meterse bien calentito al abrigo del poder. Se hubiera integrado en Rusia Unida y posiblemente hubiera seguido de diputado o con algún carguito interesante. Pero decidió jugársela y no se metió en ningún partido. Creo un "Partido Republicano de Rusia", que en realidad era él solo y que yo diría que nunca se tomó muy en serio. A pesar de que esta bitácora es monárquica a más no poder, y Ryzhkov con esto se mostró poco partidario del Trono y el Altar, hay que reconocerle redaños.
En las elecciones de 2003, Rusia Unida arrasó en las elecciones. Los grupos "demócratas" fueron barridos sin piedad, pero Ryzhkov sobrevivió en su feudo y continuó de diputado, ahora ya claramente opositor... porque era de los únicos que quedaban. El Kremlin, con su títere parlamentario Rusia Unida, comenzó con su desdemocratización del país a marchas forzadas: primero fue la división en siete regiones federales para controlar el poder local, luego la designación directa de los gobernadores, finalmente el cambio de la ley electoral estableciendo un mínimo del 7% de los votos en listas obligatoriamente presentadas por partidos políticos para entrar en la Duma. Y, como estrambote, los requisitos mínimos para ser partido político, que significaban unas barreras de entradas insuperables para cualquiera sin un brutal músculo financiero y logístico. O sea, sin el apoyo del Kremlin.
Poco antes del cambio de la ley electoral, y con el conformismo en grado máximo, hubo un debate en televisión entre Ryzhkov y... Zhirinovsky (a Zhirinovsky se lo rifan en la tele, porque el "share" de los programas en los que sale él es brutal). Ryzhkov estuvo brillante de verdad. De hecho, es una de las poquísimas ocasiones en que Zhirinovsky fue derrotado dialécticamente en toda la línea, hasta el punto de quedarse callado. Y los que seguimos a Zhirinovsky sabemos que hacerlo callar es más raro que un lehendakari que se apellide Heredia.
- Ustedes quieren cambiar la ley electoral -decía- para que todo el poder caiga en los partidos políticos y que los partidos sean quienes hagan las listas e intermedien entre el pueblo y el poder. Pero así no van a lograr el orden. Van a lograr que el ciudadano no sepa quién le representa en la Duma. Con el sistema actual esto no pasa. Con el sistema actual, un señor de Barnaúl sabe que tiene un diputado en la Duma. Y, si tiene un problema, aunque no haya votado precisamente por ese diputado, sabe que puede dirigirse precisamente a él, porque es el suyo. Con su sistema de listas de partidos, el señor de Barnaúl no va a saber a quién dirigirse. Ahora no. Ahora, ese mismo señor sabe que hay un diputado en la Duma que es de Barnaúl, al que puede dirigirse, que se llama Vladímir Ryzhkov y que tiene el deber de escucharlo y defenderlo.
Zhirinovsky se quedó sin habla.
En las elecciones de 2007, ya con el nuevo sistema de listas cerradas y bloqueadas, Ryzhkov, que seguía sin pertenecer a un partido, no se pudo presentar y perdió su acta. Desde entonces, y dentro de la oposición extraparlamentaria, ha seguido dando caña, pero no en plan manifa desaforada, sino desde los medios de comunicación y con argumentos. Tiene cuarenta y dos años y parece que desde su frustada candidatura a la vicepresidencia del Gobierno en 1998 ha aprendido algo, incluso de política social. Y en menos de cincuenta años.
lunes, 15 de diciembre de 2008
Comparaciones odiosas: las diferencias
El otro día estuve divirtiéndome un rato encontrando parecidos entre la Alemania de Weimar y la Rusia actual. Es posible, claro, que alguien viera que las similitudes son muchísimas y, en esta tesitura, se tema que nos viene encima una especie de guerra mundial. Si ese alguien es, además, determinista, puede haber empezado a hacer testamento o directamente a confesarse.
Son dos cosas muy recomendables, ciertamente, haya o no una guerra inminente, pero no nos pasemos. Hay diferencias significativas entre ambos países, que, al menos en mi opinión, alejan el peligro del desastre. Vamos a ver las que se me han ocurrido (pero seguro que hay más):
1.- Hitler tenía una ideología. Desviada, odiosa, megalómana, pero ideología al fin. De Rusia Unida, el partido de Putin, nadie ha sido capaz de desentrañar en qué creen realmente esos chicos. No sabemos si son conservadores, o socialdemócratas, o liberales, o cristianos, o fascistas. Nada. El programa de Rusia Unida es gris a más no poder, y en este sentido se diferencia muchísimo de la parafernalia nazi.
2.- Hitler creía en estar llamado a un destino consistente más o menos en llevar a la raza aria al dominio del mundo. Y, por consiguiente, todas sus acciones se orientaron a ese objetivo final con una tozudez y una consecuencia digna de mejor causa, sin la menor flexibilidad estratégica. Tenía que ser así, y sería.
Los inquilinos del Kremlin, en cambio, son unos magos de la flexibilidad. Su objetivo es mantenerse en el poder y que nadie les tosa, y evitarán las acciones que pongan demasiado en solfa ese objetivo. Si hay que ser populista, se es; si hay que ser liberal, adelante; y el día menos pensado, si perciben que hay que ser monárquico, lo serán.
3.- El racismo se convirtió en Alemania en ideología oficial, con una serie de pueblos inferiores, como gitanos, eslavos y, sobre todo, judíos.
En cambio, aunque el racismo existe en Rusia, ni de lejos es la ideología oficial. Muy al contrario, los grupos de tendencia xenófoba (los hay, ya lo creo que los hay) se llevan cada somanta de espanto por parte de las fuerzas de seguridad. Oficialmente, la diversidad racial está bien vista, se acepta y, en un país tan sumamente heterogéneo desde el punto de vista étnico como es Rusia, podría decirse que menos mal.
4.- La oposición fue masacrada enseguida. En Alemania, las organizaciones políticas diferentes del NSDAP fueron prohibidas inmediatamente, y las organizaciones sociales fueron, o bien prohibidas, o integradas en lo que se conoció como Gleichschaltung. A los pocos meses de la subida de Hitler al poder, todo disidente estaba encerrado, exiliado amordazado o criando malvas.
En Rusia, es cierto que han pasado algunas, incluso muchas, cosas poco presentables, pero ni mucho menos tantas como en la Alemania de 1933. La oposición existe de manera larvada, dispone de la posibilidad, desde dentro de Rusia, de criticar al Kremlin por escrito, en emisoras de radio y, de manera de momento incontrolable, por internet. Lo malo de Rusia Unida es que es muy difícil oponerse a ella, porque ¿cómo puedes tener un debate ideológico con quien no tiene ideología? Así que la única oposición es la que aspira a un relevo en el poder con un cambio de sistema que viene a suponer una vuelta al sistema político de los noventa. Pero, claro, aquí casi todo el mundo tiene malos recuerdos de los noventa, así que los Kasparov, Kasiánov o Nemtsov no son demasiado populares, así que, salvo alguna detención esporádica y poco prolongada, pueden vivir razonablemente tranquilos, aunque no salir en televisión. Eso sí que no. Otro día hablaré de otro opositor que me cae mucho mejor que ésos tres y que, lo que es mejor, incluso tiene sentido lo que dice.
5.- Alemania se puso a exigir la revisión de los tratados que le dejaron sin parte de su territorio casi desde que Hitler llegó al poder. Siempre merece la pena recordar la primera estrofa del himno alemán, hoy no exactamente prohibida, pero pudorosamente oculta tras la tercera, que es el himno oficial:
Deutschland, Deutschland über alles,
Über alles in der Welt,
Wenn es stets zu Schutz und Trutze
Brüderlich zusammenhält;
Von der Maas bis an die Memel,
von der Etsch bis an den Belt:
Deutschland, Deutschland über alles,
Über alles in der Welt!
Todo nacionalista fetén busca ampliar territorio anexionando o apartando a los que haya enmedio. Así, el himno alemán cita cuatro ríos que constituyen los confines del Imperio (otros, de zona más seca, utilizan ciudades: De Salses a Guardamar, des de Fraga a Maó): el Mosa, el Niemen, el Adigio y el Belt (bueno, éste no es exactamente un río). Si los confines de Alemania fueran realmente ésos, adiós Polonia, adiós Suiza, adiós Austria, adios Países Bajos, y encima nos cogíamos un cachito de Francia y otro de Dinamarca, además de una parte de Italia.
Rusia, a Dios gracias, por lo menos insiste públicamente en que respeta las fronteras internacionalmente reconocidas. Claro, está el detallito ése de sus rencillas con Georgia, lo cual lleva a pensar que, en el momento en que Rusia deja de reconocer una frontera, la misma ya no está internacionalmente reconocida, pues por lo menos hay un estado (y aquí ya son algunos más) que dicen que nones. Fuera de eso, todo va de acuerdo con la norma, pero, insisto, ya veremos qué pasa con Crimea.
Hasta aquí las diferencias que veo claramente. Si veis alguna más, que seguro que sí, no os cortéis.
Son dos cosas muy recomendables, ciertamente, haya o no una guerra inminente, pero no nos pasemos. Hay diferencias significativas entre ambos países, que, al menos en mi opinión, alejan el peligro del desastre. Vamos a ver las que se me han ocurrido (pero seguro que hay más):
1.- Hitler tenía una ideología. Desviada, odiosa, megalómana, pero ideología al fin. De Rusia Unida, el partido de Putin, nadie ha sido capaz de desentrañar en qué creen realmente esos chicos. No sabemos si son conservadores, o socialdemócratas, o liberales, o cristianos, o fascistas. Nada. El programa de Rusia Unida es gris a más no poder, y en este sentido se diferencia muchísimo de la parafernalia nazi.
2.- Hitler creía en estar llamado a un destino consistente más o menos en llevar a la raza aria al dominio del mundo. Y, por consiguiente, todas sus acciones se orientaron a ese objetivo final con una tozudez y una consecuencia digna de mejor causa, sin la menor flexibilidad estratégica. Tenía que ser así, y sería.
Los inquilinos del Kremlin, en cambio, son unos magos de la flexibilidad. Su objetivo es mantenerse en el poder y que nadie les tosa, y evitarán las acciones que pongan demasiado en solfa ese objetivo. Si hay que ser populista, se es; si hay que ser liberal, adelante; y el día menos pensado, si perciben que hay que ser monárquico, lo serán.
3.- El racismo se convirtió en Alemania en ideología oficial, con una serie de pueblos inferiores, como gitanos, eslavos y, sobre todo, judíos.
En cambio, aunque el racismo existe en Rusia, ni de lejos es la ideología oficial. Muy al contrario, los grupos de tendencia xenófoba (los hay, ya lo creo que los hay) se llevan cada somanta de espanto por parte de las fuerzas de seguridad. Oficialmente, la diversidad racial está bien vista, se acepta y, en un país tan sumamente heterogéneo desde el punto de vista étnico como es Rusia, podría decirse que menos mal.
4.- La oposición fue masacrada enseguida. En Alemania, las organizaciones políticas diferentes del NSDAP fueron prohibidas inmediatamente, y las organizaciones sociales fueron, o bien prohibidas, o integradas en lo que se conoció como Gleichschaltung. A los pocos meses de la subida de Hitler al poder, todo disidente estaba encerrado, exiliado amordazado o criando malvas.
En Rusia, es cierto que han pasado algunas, incluso muchas, cosas poco presentables, pero ni mucho menos tantas como en la Alemania de 1933. La oposición existe de manera larvada, dispone de la posibilidad, desde dentro de Rusia, de criticar al Kremlin por escrito, en emisoras de radio y, de manera de momento incontrolable, por internet. Lo malo de Rusia Unida es que es muy difícil oponerse a ella, porque ¿cómo puedes tener un debate ideológico con quien no tiene ideología? Así que la única oposición es la que aspira a un relevo en el poder con un cambio de sistema que viene a suponer una vuelta al sistema político de los noventa. Pero, claro, aquí casi todo el mundo tiene malos recuerdos de los noventa, así que los Kasparov, Kasiánov o Nemtsov no son demasiado populares, así que, salvo alguna detención esporádica y poco prolongada, pueden vivir razonablemente tranquilos, aunque no salir en televisión. Eso sí que no. Otro día hablaré de otro opositor que me cae mucho mejor que ésos tres y que, lo que es mejor, incluso tiene sentido lo que dice.
5.- Alemania se puso a exigir la revisión de los tratados que le dejaron sin parte de su territorio casi desde que Hitler llegó al poder. Siempre merece la pena recordar la primera estrofa del himno alemán, hoy no exactamente prohibida, pero pudorosamente oculta tras la tercera, que es el himno oficial:
Deutschland, Deutschland über alles,
Über alles in der Welt,
Wenn es stets zu Schutz und Trutze
Brüderlich zusammenhält;
Von der Maas bis an die Memel,
von der Etsch bis an den Belt:
Deutschland, Deutschland über alles,
Über alles in der Welt!
Todo nacionalista fetén busca ampliar territorio anexionando o apartando a los que haya enmedio. Así, el himno alemán cita cuatro ríos que constituyen los confines del Imperio (otros, de zona más seca, utilizan ciudades: De Salses a Guardamar, des de Fraga a Maó): el Mosa, el Niemen, el Adigio y el Belt (bueno, éste no es exactamente un río). Si los confines de Alemania fueran realmente ésos, adiós Polonia, adiós Suiza, adiós Austria, adios Países Bajos, y encima nos cogíamos un cachito de Francia y otro de Dinamarca, además de una parte de Italia.
Rusia, a Dios gracias, por lo menos insiste públicamente en que respeta las fronteras internacionalmente reconocidas. Claro, está el detallito ése de sus rencillas con Georgia, lo cual lleva a pensar que, en el momento en que Rusia deja de reconocer una frontera, la misma ya no está internacionalmente reconocida, pues por lo menos hay un estado (y aquí ya son algunos más) que dicen que nones. Fuera de eso, todo va de acuerdo con la norma, pero, insisto, ya veremos qué pasa con Crimea.
Hasta aquí las diferencias que veo claramente. Si veis alguna más, que seguro que sí, no os cortéis.
viernes, 12 de diciembre de 2008
Put me back on my bike!
El título de esta entrada son las últimas palabras apócrifas de Tom Simpson, que no es un pariente de Bart o de Homer, sino un ciclista profesional inglés que la palmó en el Tour de Francia de 1967, subiendo el Mont Ventoux, a causa de pasarse con las anfetas y de mezclarlas con alcohol, con una diarrea y con los cuarenta y pico grados del verano de 1967, que, según mi madre, fue un verdadero infierno. Mi madre pasó todo el verano de 1967 en un avanzado estado de gestación que parecía no terminar nunca, así que lo recuerda muy bien.
Pero eso fue entonces. Entretanto, nos encontramos en el invierno de 2008, y algo hay en común con 1967: que hace una temperatura desusadamente alta y que, en consecuencia, "I'm back on my bike".
Efectivamente, nevó tímidamente a finales de noviembre y ya parecía que esto iba en serio, pero he aquí que las temperaturas se han vuelto farrucas, subieron ¡en diciembre!, llovió un par de días, la nieve se derritió y yo, que ya estaba a punto de mandar al bulto misterioso al desván, vi que la cosa podía prolongarse, y así ha sido hasta hoy. Si el invierno de 1941 hubiera sido como éste, igual la Wehrmacht hubiera celebrado el año nuevo en el Kremlin.
De todas formas, si ya en cualquier época del año un ciclista en Moscú es un tipo bastante raro, hace ya un mes largo que me miran con incredulidad extremada. Porque sí, el suelo permite circular sin grandes resbalones y las temperaturas son benignas, pero una cosa es el cambio climático y otra las horas de luz en invierno, que no han cambiado. Primero tuve que ponerme las lamparitas a la salida del trabajo, cuando ya era noche cerrada, pero es que ahora ya me las tengo que poner a toda hora. Hay días que parece que no haya amanecido.
La gente está mohína porque no hay nieve. Parece que Ded Moroz va a tener que ponerle ruedas al trineo. Yo, en cambio, estoy encantado: se puede pisar con garbo cuando se va andando, se puede rodar tranquilamente en bicicleta, la porquería no se acumula bajo la capa blanca (con lo que quizá marzo será menos mugriento que de costumbre) y, muy importante, mis niños no han sacado el trineo del desván.
Porque seguro que sospecháis a quién le tocará tirar del trineo cuando caiga la primera nevada seria, ¿verdad?
Pero eso fue entonces. Entretanto, nos encontramos en el invierno de 2008, y algo hay en común con 1967: que hace una temperatura desusadamente alta y que, en consecuencia, "I'm back on my bike".
Efectivamente, nevó tímidamente a finales de noviembre y ya parecía que esto iba en serio, pero he aquí que las temperaturas se han vuelto farrucas, subieron ¡en diciembre!, llovió un par de días, la nieve se derritió y yo, que ya estaba a punto de mandar al bulto misterioso al desván, vi que la cosa podía prolongarse, y así ha sido hasta hoy. Si el invierno de 1941 hubiera sido como éste, igual la Wehrmacht hubiera celebrado el año nuevo en el Kremlin.
De todas formas, si ya en cualquier época del año un ciclista en Moscú es un tipo bastante raro, hace ya un mes largo que me miran con incredulidad extremada. Porque sí, el suelo permite circular sin grandes resbalones y las temperaturas son benignas, pero una cosa es el cambio climático y otra las horas de luz en invierno, que no han cambiado. Primero tuve que ponerme las lamparitas a la salida del trabajo, cuando ya era noche cerrada, pero es que ahora ya me las tengo que poner a toda hora. Hay días que parece que no haya amanecido.
La gente está mohína porque no hay nieve. Parece que Ded Moroz va a tener que ponerle ruedas al trineo. Yo, en cambio, estoy encantado: se puede pisar con garbo cuando se va andando, se puede rodar tranquilamente en bicicleta, la porquería no se acumula bajo la capa blanca (con lo que quizá marzo será menos mugriento que de costumbre) y, muy importante, mis niños no han sacado el trineo del desván.
Porque seguro que sospecháis a quién le tocará tirar del trineo cuando caiga la primera nevada seria, ¿verdad?
miércoles, 10 de diciembre de 2008
Comparaciones odiosas: los parecidos
En la última entrada había quedado en hacer un poco de historia ficción, que será muy del gusto de los que creen en el determinismo histórico. Curiosamente, uno de los deterministas históricos más destacados es nada menos que Karl Marx, un alemán con muchos seguidores en Rusia, lo cual pone en relación una vez más (y van...) ambos países, y autoriza hasta cierto punto lo que va a seguir.
Yo no soy determinista, y mucho menos determinista histórico, pero de vez en cuando me gusta jugar a serlo, y lo que me ha salido con este juego es una serie de puntos de coincidencia entre la Alemania de Weimar y la Rusia de Bielovezhaya Puscha. También los hay de discordancia, pero eso queda para otro día. Veamos en qué se parecen:
1.- Una gran potencia que pierde una guerra. La Primera Guerra Mundial, en el caso alemán, y la guerra fría en el ruso.
2.- Territorialmente se ve amputada. Alsacia, Lorena, Eupen, Malmedy, partes de Prusia, Memel... por un lado; las repúblicas soviéticas no rusas por otro, con un elemento especialmente doloroso en Crimea.
3.- Minorías étnicas propias fuera de las ahora reducidas fronteras del imperio. Los Sudetes, Siebenbürgen, Austria misma, el Sarre... están llenos de alemanes étnicos, frente a rusos sorprendidos fuera de sus fronteras en las repúblicas bálticas, en Ucrania, en Asia Central...
4.- Se intenta superar la etapa autoritaria con una democracia que no se sabe muy bien cómo funciona, porque no lo ha hecho nunca. Friedrich Ebert era un demócrata, y Yeltsin estaría borracho más a menudo que sereno, pero también era un demócrata.
5.- Inflación galopante y una moneda que sólo sirve para jugar a los cromos. La hiperinflación de 1923 en Alemania sigue estudiándose en los libros de texto; la de 1992-1994 en Rusia con su estrambote de 1998 empieza a aparecer en los manuales de economía más recientes.
6.- Cuando la cosa parecía que se enderezaba un poco, llega otra crisis económica mundial. La que le tocó a Alemania fue la de 1929 y la que tuvo que padecer Rusia fue la crisis "asiática" de 1998 (pero la actual de 2008-¿? también nos puede valer, y la de 1992-1994, aunque más local, tampoco fue manca). Especialmente doloroso resulta el papel de dos personas a las que les toca bailar con la más fea. En el caso alemán, el canciller Heinrich Brüning, que se encontraba, según sus palabras, "a cien metros de la línea de meta", cuando llegó su cese en 1932. En el caso ruso le podemos dar ese papel posiblemente al actual ministro de Hacienda, Aleksey Kudrin, que está resistiendo la tentación de abrir la enorme hucha que tiene... porque sabe que, con la corrupción que hay en Rusia, como la abra, del dinero que hay dentro nunca más se sabrá.
7.- El paro aumenta a saco. En Rusia, más que el paro, el subempleo o la conversión de muchas fábricas en centros ocupacionales donde sobra la mayoría de la plantilla.
8.- El nacionalismo comienza a experimentar un auge importante. En Alemania el ejemplo más claro es Hitler, pero no es ni mucho menos el único: Kurt von Schleicher, Franz von Papen o Paul von Hindemburg no eran precisamente internacionalistas (y el propio Brüning tampoco). En Rusia, todos, pero todos los partidos políticos, son nacionalistas. De hecho, la jugada maestra del Kremlin consistió en minar al partido hegemónico de la década de los noventa, el Comunista, pagando a uno de sus miembros, Dmitry Rogozin, para que fundase un partido nacionalista y socialista (qué mal suenan las dos palabras juntas, ¿verdad?), llamado "Rodina" (Patria, literalmente), que les quitó un buen porrón de votos a los rojos y les ha dejado groguis hasta hoy.
9.- El nacionalismo llega al gobierno. Enero de 1933 es la fecha clave en Alemania; diciembre de 1999 es el equivalente en Rusia. Ojo: no estoy comparando a ambos líderes, Dios me libre. Pero sí es cierto que se trata de dos nacionalistas. Ésa es toda su similitud.
10.- La situación económica mejora radicalmente. En Alemania, con una política económica de gasto (construción de autopistas... y rearme) que hoy llamaríamos keynesiana, además de por el cambio de ciclo a partir de 1934; en Rusia, por el maná de los petrodólares.
11.- Llega el victimismo por la última guerra perdida, tanto más cuanto que ninguno de los ejércitos, alemán ni ruso, ha sido derrotado claramente. En Alemania, la Primera Guerra Mundial terminó sin que hubiera un sólo soldado aliado en suelo alemán, y sí muchos alemanes combatiendo fuera de sus fronteras, mientras una revolución en el interior hacía imposible la continuación de la guerra. Que la guerra estuviera perdida militarmente, como lo estaba, no impidió a los nacionalistas alemanes aducir que la habían perdido a causa de una puñalada por la espalda (la "Dolchstosslegende"), mientras el ejército había permanecido invicto.
Con Rusia pasó lo mismo. El ejército soviético no fue derrotado, pero el país desapareció disgregado en un montón de repúblicas. La mentalidad revisionista está escondida (en Alemania no lo estaba), pero existe.
12.- El país vuelve a una política exterior agresiva. En Alemania, está la anexión de Austria de 1938. En Rusia no hay un paralelo exacto, pero el posible Estado único Rusia-Bielorrusia nos puede servir para el caso, con todos los matices del mundo. La utilización de la energía como arma para recuperar el mando es, al menos, más aceptable que los T-34.
13.- El país pasa a mayores y la arma un poco más gorda. En el caso del III Reich, la más gorda es la anexión de la región de los Sudetes, que en este caso se completó con la creación del Protectorado de Bohemia y Moravia y la República de Eslovaquia. En el caso ruso, este mismo verano hemos tenido lo que técnicamente no es anexión todavía de Osetia del Sur y Abjasia, pero tiene similitudes inquietantes. Eso sí, hay que reconocer que Georgia sigue existiendo y que, de momento, no ha quedado reducida, pongamos por caso, al Protectorado de Kartli-Kajetia y la República de Imereti.
Chicos, lo siguiente es volver a pasar a mayores. En el caso alemán, la ocupación de la ciudad libre de Danzig en agosto de 1939... y ya sabemos lo que pasó después.
¿Cuál podría ser el equivalente ruso? Todo apunta a Crimea, pero no creo que sea enseguida. Una fecha interesante es 2017, cuando vence el arrendamiento de la base naval de Sebastopol, donde está surta la flota rusa del Mar Negro y que tiene una importancia estratégica fundamental para Rusia.
En cualquier caso, antes de las Olimpiadas de Invierno de 2014, en Sochi, lo más probable es que no pase nada, porque ahí hay que dar una buena imagen, claro.
Ah, por cierto..., como en la Olimpiada de Berlín de 1936. Hasta entonces la Wehrmacht se estuvo quietecita: las anexiones de verdad comenzaron después.
Y, hasta aquí, los parecidos. En la próxima me dedicaré a las diferencias.
Yo no soy determinista, y mucho menos determinista histórico, pero de vez en cuando me gusta jugar a serlo, y lo que me ha salido con este juego es una serie de puntos de coincidencia entre la Alemania de Weimar y la Rusia de Bielovezhaya Puscha. También los hay de discordancia, pero eso queda para otro día. Veamos en qué se parecen:
1.- Una gran potencia que pierde una guerra. La Primera Guerra Mundial, en el caso alemán, y la guerra fría en el ruso.
2.- Territorialmente se ve amputada. Alsacia, Lorena, Eupen, Malmedy, partes de Prusia, Memel... por un lado; las repúblicas soviéticas no rusas por otro, con un elemento especialmente doloroso en Crimea.
3.- Minorías étnicas propias fuera de las ahora reducidas fronteras del imperio. Los Sudetes, Siebenbürgen, Austria misma, el Sarre... están llenos de alemanes étnicos, frente a rusos sorprendidos fuera de sus fronteras en las repúblicas bálticas, en Ucrania, en Asia Central...
4.- Se intenta superar la etapa autoritaria con una democracia que no se sabe muy bien cómo funciona, porque no lo ha hecho nunca. Friedrich Ebert era un demócrata, y Yeltsin estaría borracho más a menudo que sereno, pero también era un demócrata.
5.- Inflación galopante y una moneda que sólo sirve para jugar a los cromos. La hiperinflación de 1923 en Alemania sigue estudiándose en los libros de texto; la de 1992-1994 en Rusia con su estrambote de 1998 empieza a aparecer en los manuales de economía más recientes.
6.- Cuando la cosa parecía que se enderezaba un poco, llega otra crisis económica mundial. La que le tocó a Alemania fue la de 1929 y la que tuvo que padecer Rusia fue la crisis "asiática" de 1998 (pero la actual de 2008-¿? también nos puede valer, y la de 1992-1994, aunque más local, tampoco fue manca). Especialmente doloroso resulta el papel de dos personas a las que les toca bailar con la más fea. En el caso alemán, el canciller Heinrich Brüning, que se encontraba, según sus palabras, "a cien metros de la línea de meta", cuando llegó su cese en 1932. En el caso ruso le podemos dar ese papel posiblemente al actual ministro de Hacienda, Aleksey Kudrin, que está resistiendo la tentación de abrir la enorme hucha que tiene... porque sabe que, con la corrupción que hay en Rusia, como la abra, del dinero que hay dentro nunca más se sabrá.
7.- El paro aumenta a saco. En Rusia, más que el paro, el subempleo o la conversión de muchas fábricas en centros ocupacionales donde sobra la mayoría de la plantilla.
8.- El nacionalismo comienza a experimentar un auge importante. En Alemania el ejemplo más claro es Hitler, pero no es ni mucho menos el único: Kurt von Schleicher, Franz von Papen o Paul von Hindemburg no eran precisamente internacionalistas (y el propio Brüning tampoco). En Rusia, todos, pero todos los partidos políticos, son nacionalistas. De hecho, la jugada maestra del Kremlin consistió en minar al partido hegemónico de la década de los noventa, el Comunista, pagando a uno de sus miembros, Dmitry Rogozin, para que fundase un partido nacionalista y socialista (qué mal suenan las dos palabras juntas, ¿verdad?), llamado "Rodina" (Patria, literalmente), que les quitó un buen porrón de votos a los rojos y les ha dejado groguis hasta hoy.
9.- El nacionalismo llega al gobierno. Enero de 1933 es la fecha clave en Alemania; diciembre de 1999 es el equivalente en Rusia. Ojo: no estoy comparando a ambos líderes, Dios me libre. Pero sí es cierto que se trata de dos nacionalistas. Ésa es toda su similitud.
10.- La situación económica mejora radicalmente. En Alemania, con una política económica de gasto (construción de autopistas... y rearme) que hoy llamaríamos keynesiana, además de por el cambio de ciclo a partir de 1934; en Rusia, por el maná de los petrodólares.
11.- Llega el victimismo por la última guerra perdida, tanto más cuanto que ninguno de los ejércitos, alemán ni ruso, ha sido derrotado claramente. En Alemania, la Primera Guerra Mundial terminó sin que hubiera un sólo soldado aliado en suelo alemán, y sí muchos alemanes combatiendo fuera de sus fronteras, mientras una revolución en el interior hacía imposible la continuación de la guerra. Que la guerra estuviera perdida militarmente, como lo estaba, no impidió a los nacionalistas alemanes aducir que la habían perdido a causa de una puñalada por la espalda (la "Dolchstosslegende"), mientras el ejército había permanecido invicto.
Con Rusia pasó lo mismo. El ejército soviético no fue derrotado, pero el país desapareció disgregado en un montón de repúblicas. La mentalidad revisionista está escondida (en Alemania no lo estaba), pero existe.
12.- El país vuelve a una política exterior agresiva. En Alemania, está la anexión de Austria de 1938. En Rusia no hay un paralelo exacto, pero el posible Estado único Rusia-Bielorrusia nos puede servir para el caso, con todos los matices del mundo. La utilización de la energía como arma para recuperar el mando es, al menos, más aceptable que los T-34.
13.- El país pasa a mayores y la arma un poco más gorda. En el caso del III Reich, la más gorda es la anexión de la región de los Sudetes, que en este caso se completó con la creación del Protectorado de Bohemia y Moravia y la República de Eslovaquia. En el caso ruso, este mismo verano hemos tenido lo que técnicamente no es anexión todavía de Osetia del Sur y Abjasia, pero tiene similitudes inquietantes. Eso sí, hay que reconocer que Georgia sigue existiendo y que, de momento, no ha quedado reducida, pongamos por caso, al Protectorado de Kartli-Kajetia y la República de Imereti.
Chicos, lo siguiente es volver a pasar a mayores. En el caso alemán, la ocupación de la ciudad libre de Danzig en agosto de 1939... y ya sabemos lo que pasó después.
¿Cuál podría ser el equivalente ruso? Todo apunta a Crimea, pero no creo que sea enseguida. Una fecha interesante es 2017, cuando vence el arrendamiento de la base naval de Sebastopol, donde está surta la flota rusa del Mar Negro y que tiene una importancia estratégica fundamental para Rusia.
En cualquier caso, antes de las Olimpiadas de Invierno de 2014, en Sochi, lo más probable es que no pase nada, porque ahí hay que dar una buena imagen, claro.
Ah, por cierto..., como en la Olimpiada de Berlín de 1936. Hasta entonces la Wehrmacht se estuvo quietecita: las anexiones de verdad comenzaron después.
Y, hasta aquí, los parecidos. En la próxima me dedicaré a las diferencias.
lunes, 8 de diciembre de 2008
La celebración (y IV)
En la anterior entrada, después de pasar por grandes apuros para esquivar las invitaciones a trasegar vodka y retirarme al cuarto de baño a pedir refuerzos, salgo del mismo dispuesto a enfrentarme al mundo.
En cuanto salí del cuarto de baño y volví al salón, me encontré ya a todo el mundo de pie. Volodya estaba triscando de allí para allá; Artyom se reía con el Profesor y con el habitante de la solución habitacional socialista; el anfitrión charlaba con el cubano. La hija del cubano y la de Volodya hablaban entre ellas muy bajito. Yo intenté disimular y alcancé mi lugar como quien no quiere la cosa. Volodya me vio, no sé ni cómo, porque no parecía en condiciones de ver nada, y me saludó desde donde estaba. Yo le saludé, llené mi copa de agua y la levanté, pero él se dio cuenta y dijo que así no valía y que ya la estaba llenando de vodka. Como lo que había por allí era samogón ucraniano, tuve que hacer de tripas corazón y llenar la copa con eso.
Contra todo pronóstico, sobreviví.
- ¡Buen samogón! - dije en cuanto recuperé algo la voz, para halagar al que lo trajo.
- Sí, lo hemos traído directamente de Ucrania Occidental. Es casero.
La conversación derivó precisamente hacia Ucrania Occidental, lugar donde los rusos son relativamente mal vistos. Al parecer, y como en tantas ocasiones, eso ocurre sobre todo a nivel oficial, y el pueblo llano no tiene ningún problema con los rusos, o al menos eso era lo que decía la habitante de la solución habitacional socialista, que había estado por allí. Otros no lo veían tan claro.
Volodya se había levantado y paseaba su embriaguez por toda la sala entre las risas de los demás, que también, quien más quien menos, iba contentillo. Como la cena ya había terminado, y había un montón de platos vacíos o en desuso en la mesa, las mujeres se pusieron a retirarlos y a llevarlos a la cocina para darles un enjuague. Yo, en cuanto lo vi, me puse a retirar platos también y a llevarlos a la cocina.
Las mujeres me miraron con cara de incredulidad.
Los maridos seguían trasegando alcohol a risotada limpia, sin pensar siquiera en mirar a la mesa.
Las hijas del cubano y de Volodya, un poco apartadas, conversaban de cómo les iba en el colegio o en la universidad.
Yo no sabía muy bien dónde meterme y fui cambiando de un grupo a otro.
Poco a poco, y como saliera el postre, una tarta buenísima obra de nuestro anfitrión, que es un repostero muy manitas, fuimos volviendo a nuestros sitios, o más o menos a nuestros sitios, porque Volodya no se debió encontrar con ánimos para alcanzarlo y se quedó donde estaba. Pero en esto vislumbró su copa, que estaba llena, se levantó y dijo:
- ¡Un brindis! ¡Voy a pronunciar un brindis!
Entonces balbució algo, parece que efectivamente un brindis, que nadie entendió, vació su copa en la boca, y ocurrió lo que tenía que ocurrir: hizo una mueca extraña, escupió el vodka que fue a parar sobre la mesa y, gracias a Dios, no salpicó a nadie, y acto seguido se desplomó sobre el sofá y se quedó en estado catatónico.
- Jo, tío, lo he tumbado - dije al cubano, que estaba frente a mí -. Bueno, o tú, que eras quien le servías.
- No, no, tú bebiste con él, tú lo tumbaste. Él no supo ver sus límites.
Me acerqué al anfitrión.
- Bueno, ya lo hemos tumbado.
- Ja, ja, pobre Alfor -me dijo- ¿Te ha dado mucho la vara? Es un tío muy majo, pero, cuando bebe, puede ponerse pesado.
- Qué va, tío, me lo estoy pasando de miedo - y, ciertamente, me lo estaba pasando estupendamente. No, el samogón no tenía nada que ver.
Cuando llamó Alfina, que lo hizo, le dije que bueno, que el peligro había pasado y que me quedaba un ratito más. Estuve de charla con todo quisqui un buen rato, pero al final ya se me hizo la hora y me fui despidiendo de la gente. Eso sí, el Profesor y Artyom, que iban camino de seguir el mismo destino de Volodya, a la que se dieron cuenta de que me iba dijeron que no me podían dejar marchar así.
- ¡No, no! ¡De ninguna manera! ¡Tienes que tomar una copa para el camino!
Y me llenaron la copa, que tuve que vaciar. Dios mío, qué cruz.
Al final, me acerqué a Volodya, que seguía inconsciente. Le puse la mano en el hombro, pero nada.
"Uf, menos mal que hoy este hombre no iba a beber. El día que vaya a hacerlo, no quiero ni pensarlo", pensé.
* * *
Una semana después, nuestros anfitriones nos devolvieron la visita y recordamos la celebración.
- Lo que más les sorprendió a mis amigas -dijo la anfitriona- fue que Alfor se pusiera a ayudar a recoger la mesa. "Yo quiero uno así", decían. No me extraña que los españoles triunféis entre las rusas.
- Y lo que más me sorprendió a mí -dije- fue que las mujeres estabais encantadas y parecíais competir a ver qué marido bebía más. Una española hubiera pillado un cabreo del trece en la misma situación. No me extraña que las rusas triunféis entre los españoles.
En cuanto salí del cuarto de baño y volví al salón, me encontré ya a todo el mundo de pie. Volodya estaba triscando de allí para allá; Artyom se reía con el Profesor y con el habitante de la solución habitacional socialista; el anfitrión charlaba con el cubano. La hija del cubano y la de Volodya hablaban entre ellas muy bajito. Yo intenté disimular y alcancé mi lugar como quien no quiere la cosa. Volodya me vio, no sé ni cómo, porque no parecía en condiciones de ver nada, y me saludó desde donde estaba. Yo le saludé, llené mi copa de agua y la levanté, pero él se dio cuenta y dijo que así no valía y que ya la estaba llenando de vodka. Como lo que había por allí era samogón ucraniano, tuve que hacer de tripas corazón y llenar la copa con eso.
Contra todo pronóstico, sobreviví.
- ¡Buen samogón! - dije en cuanto recuperé algo la voz, para halagar al que lo trajo.
- Sí, lo hemos traído directamente de Ucrania Occidental. Es casero.
La conversación derivó precisamente hacia Ucrania Occidental, lugar donde los rusos son relativamente mal vistos. Al parecer, y como en tantas ocasiones, eso ocurre sobre todo a nivel oficial, y el pueblo llano no tiene ningún problema con los rusos, o al menos eso era lo que decía la habitante de la solución habitacional socialista, que había estado por allí. Otros no lo veían tan claro.
Volodya se había levantado y paseaba su embriaguez por toda la sala entre las risas de los demás, que también, quien más quien menos, iba contentillo. Como la cena ya había terminado, y había un montón de platos vacíos o en desuso en la mesa, las mujeres se pusieron a retirarlos y a llevarlos a la cocina para darles un enjuague. Yo, en cuanto lo vi, me puse a retirar platos también y a llevarlos a la cocina.
Las mujeres me miraron con cara de incredulidad.
Los maridos seguían trasegando alcohol a risotada limpia, sin pensar siquiera en mirar a la mesa.
Las hijas del cubano y de Volodya, un poco apartadas, conversaban de cómo les iba en el colegio o en la universidad.
Yo no sabía muy bien dónde meterme y fui cambiando de un grupo a otro.
Poco a poco, y como saliera el postre, una tarta buenísima obra de nuestro anfitrión, que es un repostero muy manitas, fuimos volviendo a nuestros sitios, o más o menos a nuestros sitios, porque Volodya no se debió encontrar con ánimos para alcanzarlo y se quedó donde estaba. Pero en esto vislumbró su copa, que estaba llena, se levantó y dijo:
- ¡Un brindis! ¡Voy a pronunciar un brindis!
Entonces balbució algo, parece que efectivamente un brindis, que nadie entendió, vació su copa en la boca, y ocurrió lo que tenía que ocurrir: hizo una mueca extraña, escupió el vodka que fue a parar sobre la mesa y, gracias a Dios, no salpicó a nadie, y acto seguido se desplomó sobre el sofá y se quedó en estado catatónico.
- Jo, tío, lo he tumbado - dije al cubano, que estaba frente a mí -. Bueno, o tú, que eras quien le servías.
- No, no, tú bebiste con él, tú lo tumbaste. Él no supo ver sus límites.
Me acerqué al anfitrión.
- Bueno, ya lo hemos tumbado.
- Ja, ja, pobre Alfor -me dijo- ¿Te ha dado mucho la vara? Es un tío muy majo, pero, cuando bebe, puede ponerse pesado.
- Qué va, tío, me lo estoy pasando de miedo - y, ciertamente, me lo estaba pasando estupendamente. No, el samogón no tenía nada que ver.
Cuando llamó Alfina, que lo hizo, le dije que bueno, que el peligro había pasado y que me quedaba un ratito más. Estuve de charla con todo quisqui un buen rato, pero al final ya se me hizo la hora y me fui despidiendo de la gente. Eso sí, el Profesor y Artyom, que iban camino de seguir el mismo destino de Volodya, a la que se dieron cuenta de que me iba dijeron que no me podían dejar marchar así.
- ¡No, no! ¡De ninguna manera! ¡Tienes que tomar una copa para el camino!
Y me llenaron la copa, que tuve que vaciar. Dios mío, qué cruz.
Al final, me acerqué a Volodya, que seguía inconsciente. Le puse la mano en el hombro, pero nada.
"Uf, menos mal que hoy este hombre no iba a beber. El día que vaya a hacerlo, no quiero ni pensarlo", pensé.
* * *
Una semana después, nuestros anfitriones nos devolvieron la visita y recordamos la celebración.
- Lo que más les sorprendió a mis amigas -dijo la anfitriona- fue que Alfor se pusiera a ayudar a recoger la mesa. "Yo quiero uno así", decían. No me extraña que los españoles triunféis entre las rusas.
- Y lo que más me sorprendió a mí -dije- fue que las mujeres estabais encantadas y parecíais competir a ver qué marido bebía más. Una española hubiera pillado un cabreo del trece en la misma situación. No me extraña que las rusas triunféis entre los españoles.
viernes, 5 de diciembre de 2008
Democracia en Rusia
Rusia está de moda en España, joroba. El fin de semana pasado lo pasé por allí, entre Madrid y Valencia, en uno de esos viajes relámpago que me dejan para el arrastre, y todo quisqui que me topé y que sabía que andaba por aquí me preguntaba por esos rusos de Lukoil que insistían en comprar Repsol. No casitas en la playa, que de esos también hay, sino -¡ahí es nada!- la petrolera número uno.
Y luego están los periódicos. De repente, todo el mundo, pero todo, se ha convertido en un experto en Rusia de la leche, y señalan con el dedo a Moscú, llamando a la peña de aquí dictadores, mafiosos y cualquier cosa que se les pasa por la cabeza, menos bonitos. Habráse visto esta gentuza, que se quiere comprar Repsol, nada menos.
Lo malo de los que en España critican a Rusia es que se les ve una alarmante falta de conocimientos, y se les nota casi en cada línea que escriben, llenas de topicazos y de prejuicios. Criticar a Rusia es legítimo y probablemente incluso adecuado (que me lo digan a mí, que lo hago a diario), pero hay que hacerlo con un poquito de clase. Por ejemplo, la publicación pro-gringa por excelencia del sionismo internacional, famosa, entre otras cosas, por una línea editorial sumamente antirrusa, acaba de publicar un informe en profundidad que deja a Rusia todavía peor de lo que es habitual (que ya es decir), pero nadie, absolutamente nadie, podrá decir que es un informe indocumentado. Les saca las vergüenzas a la clase dirigente rusa en donde ha cosechado el fracaso más clamoroso de estos últimos años, cual es la política social, y no deja títere con cabeza ¡Y será por títeres!
Rusia no es una democracia, obviamente. Bueno, es más, es que la palabra "demócrata", que en España y en otros países es un elogio, cuando no una necesidad (y, si no, que nos lo digan a los que no presumimos de serlo, y así nos va), aquí es usada de manera despectiva. Aquí, un demócrata es un individuo vendido al extranjero, un occidentalista nauseabundo, un conspirador escondido y, ya puestos, un traidor a la patria.
Pues sí, Rusia no es una democracia, porque supongo que, para que exista democracia, lo menos que tiene que haber son demócratas, o al menos gente que pretenda serlo. También es verdad que en un país con un alto porcentaje de demócratas puede no ser una democracia, o ser una democracia tan enormemente imperfecta que llamarla así es desvirtuar el término (España es un ejemplo excelente).
Lo más parecido que ha habido a una democracia en Rusia es lo que hubo entre 1992 y 1998, más o menos. El período entre febrero y octubre de 1917 era algo similar a una, o por lo menos lo hubiera sido si hubiera tenido tiempo de perdurar. Teniendo en cuenta las calamidades que ocurrieron entre 1992 y 1998, con una inflación galopante, un cataclismo económico brutal, un robo descarado de los activos públicos, el repudio por parte del Estado de su propia moneda, el ridículo internacional, el presidente alcohólico y guerras perdidas contra cuatro guerrilleros mataos, no es de extrañar que la democracia esté sumamente desprestigiada en Rusia y que la cosa parece que vaya para largo.
El paradigma de partido democrático en la Duma es el nunca suficientemente bien ponderado LDPR, que significa en castellano "Partido Liberal Democrático de Rusia", y está dirigido por una de las personas más admiradas por este bloguero, que atiende por Vladimir Zhirinovsky y que es un auténtico crack, como creo que he dicho más de una vez. Es el único partido parlamentario que tiene la palabra "democrático" en sus siglas, y tiene de democrático lo que yo de esquimal. Los otros, el Partido Comunista, Rusia Justa y el hegemónico Rusia Unida, ni siquiera se preocupan de presumir de eso.
El informe del Economist que cité antes intenta hacer muy de pasada un interesante paralelismo entre la Alemania de Weimar y la Rusia actual, y la verdad es que el paralelismo, cuando se piensa un poco e incluso se lleva un poco más lejos, da escalofríos. Tenemos tantos parecidos que asusta. En la próxima entrada me pongo a ver cuáles encuentro. Yo no estuve en la República de Weimar ni en los comienzos del III Reich, pero he leído bastante sobre ella y, para compensar, en la Rusia postsoviética sí que he estado, y mucho, así que me puedo permitir elucubrar. A la próxima.
Y luego están los periódicos. De repente, todo el mundo, pero todo, se ha convertido en un experto en Rusia de la leche, y señalan con el dedo a Moscú, llamando a la peña de aquí dictadores, mafiosos y cualquier cosa que se les pasa por la cabeza, menos bonitos. Habráse visto esta gentuza, que se quiere comprar Repsol, nada menos.
Lo malo de los que en España critican a Rusia es que se les ve una alarmante falta de conocimientos, y se les nota casi en cada línea que escriben, llenas de topicazos y de prejuicios. Criticar a Rusia es legítimo y probablemente incluso adecuado (que me lo digan a mí, que lo hago a diario), pero hay que hacerlo con un poquito de clase. Por ejemplo, la publicación pro-gringa por excelencia del sionismo internacional, famosa, entre otras cosas, por una línea editorial sumamente antirrusa, acaba de publicar un informe en profundidad que deja a Rusia todavía peor de lo que es habitual (que ya es decir), pero nadie, absolutamente nadie, podrá decir que es un informe indocumentado. Les saca las vergüenzas a la clase dirigente rusa en donde ha cosechado el fracaso más clamoroso de estos últimos años, cual es la política social, y no deja títere con cabeza ¡Y será por títeres!
Rusia no es una democracia, obviamente. Bueno, es más, es que la palabra "demócrata", que en España y en otros países es un elogio, cuando no una necesidad (y, si no, que nos lo digan a los que no presumimos de serlo, y así nos va), aquí es usada de manera despectiva. Aquí, un demócrata es un individuo vendido al extranjero, un occidentalista nauseabundo, un conspirador escondido y, ya puestos, un traidor a la patria.
Pues sí, Rusia no es una democracia, porque supongo que, para que exista democracia, lo menos que tiene que haber son demócratas, o al menos gente que pretenda serlo. También es verdad que en un país con un alto porcentaje de demócratas puede no ser una democracia, o ser una democracia tan enormemente imperfecta que llamarla así es desvirtuar el término (España es un ejemplo excelente).
Lo más parecido que ha habido a una democracia en Rusia es lo que hubo entre 1992 y 1998, más o menos. El período entre febrero y octubre de 1917 era algo similar a una, o por lo menos lo hubiera sido si hubiera tenido tiempo de perdurar. Teniendo en cuenta las calamidades que ocurrieron entre 1992 y 1998, con una inflación galopante, un cataclismo económico brutal, un robo descarado de los activos públicos, el repudio por parte del Estado de su propia moneda, el ridículo internacional, el presidente alcohólico y guerras perdidas contra cuatro guerrilleros mataos, no es de extrañar que la democracia esté sumamente desprestigiada en Rusia y que la cosa parece que vaya para largo.
El paradigma de partido democrático en la Duma es el nunca suficientemente bien ponderado LDPR, que significa en castellano "Partido Liberal Democrático de Rusia", y está dirigido por una de las personas más admiradas por este bloguero, que atiende por Vladimir Zhirinovsky y que es un auténtico crack, como creo que he dicho más de una vez. Es el único partido parlamentario que tiene la palabra "democrático" en sus siglas, y tiene de democrático lo que yo de esquimal. Los otros, el Partido Comunista, Rusia Justa y el hegemónico Rusia Unida, ni siquiera se preocupan de presumir de eso.
El informe del Economist que cité antes intenta hacer muy de pasada un interesante paralelismo entre la Alemania de Weimar y la Rusia actual, y la verdad es que el paralelismo, cuando se piensa un poco e incluso se lleva un poco más lejos, da escalofríos. Tenemos tantos parecidos que asusta. En la próxima entrada me pongo a ver cuáles encuentro. Yo no estuve en la República de Weimar ni en los comienzos del III Reich, pero he leído bastante sobre ella y, para compensar, en la Rusia postsoviética sí que he estado, y mucho, así que me puedo permitir elucubrar. A la próxima.
miércoles, 3 de diciembre de 2008
El toro negro
Volviendo al asunto de Nizhny Nóvgorod, entramos en el restaurante ESPAÑOL de la ciudad, que se llama "El toro negro" y que se anuncia con la imagen escaneada a la izquierda, que traduzco para los no rusófonos:
Conoce la nueva pasión...
Restaurante "El toro negro"
12.00 - 24-00
Varvarskaya, 7
cocina española
bebidas típicas
amplia oferta de vinos
interior sofisticado
tres salas, una de ellas VIP
música en directo (viernes y sábados)
menú
banquetes y comidas
fiestas de empresa
precios democráticos (ésta la dejo literal, que tiene su gracia)
descuentos
Dejamos los abrigos en el guardarropa. Sí, ya sé que nunca habéis visto un restaurante típico español en España con guardarropa, pero aquí hubo que hacer una concesión al gusto local, porque, en Rusia, llevar ropa de abrigo en un local está pésimamente considerado y se considera una falta de educación, así que, chicos, o guardarropa o local vacío.
Bueno, o las dos cosas. Porque éramos los únicos clientes, cosa que, a la una y media de la tarde de un viernes, que debería ser hora punta de comidas, por lo menos mosquea un poco. Eso sí, no sería por falta de espacio, porque de eso había de sobra, en los dos colores, rojo y negro, que constituían la estricta paleta cromática del local. No quedaba muy claro por los colores si era una ruleta, un local anarquista o una sede de Falange Española. Seguramente con eso y con un cartel muy racial que ponía "Sevilla" ya tenían el interior sofisticado que anunciaban.
Como ya dije en la entrada de la que procede ésta, éramos cuatro a la mesa. La encantadora chica provinciana, el ruso que un día fue a Málaga y ya no hubo forma de sacarlo de allí y un empleado suyo que no abrió la boca en toda la comida, más que para llenar el buche. Cuando me quedó claro que la chica estaba allí por vez primera y que el empleado del ruso (y a su vez ruso también) iba a poner poco de su parte en la conversación, resolví dirigirme al jefe ruso.
- ¿Y qué tipo de cocina hacen en el local?
- ¡Todo les sale bien! Hay cocina andaluza, catalana, valenciana... y muy bueno. Incluso mejor que en muchos restaurantes de España.
Es verdad que en España es posible encontrar restaurantes muy malos, pero a mí me pareció que los elogios de mi interlocutor debían ser exagerados.
- ¿Y el cocinero es español?
- Sí, sí, tienen un cocinero español.
- Pues qué extraño. Porque en Moscú, que yo sepa, no los hay, y es que no han logrado convencer a ningún cocinero español para que vaya allí a trabajar. Conocí uno de Cullera al que tuvieron una semana en un restaurante español de Moscú para que les enseñara lo básico, y contaba los minutos para volverse a casa, cosa que hizo a los cinco días.
- Pues aquí lo tienen.
Con estas recomendaciones, y aunque íbamos a comer de menú, le eché un vistazo a la oferta. A ver, primeros platos: borsch, schi, solyanka... ¿cocina españolaaaaa? Y una sopa de tomate y zanahoria que llamaban, en español, "сопа де легумбрес", que en nuestro alfabeto es "sopa de legumbres" ¿Legumbres? ¿De verdad el cocinero era español?
Segunos platos. A ver si hay paella. No la había, y casi que era mejor así. Había carne de ternera con patatas (o con alforfón, a elegir), espaguetis carbonara y pelmennis. En el menú no había ni rastro de postres, ni pan blanco, ni café. En vista de la sospechosa situación, opté por una pregunta pérfida, mientras los platos iban llegando y yo me hacía con unos españolísimos espaguetis carbonara.
- Si el cocinero es español, me gustaría saludarlo. No vienen tantos españoles por aquí, y estoy seguro de que no se opondrá a salir a vernos.
Teniendo en cuenta que éramos los únicos clientes, seguramente no estaba muy equivocado.
Llegó la camarera, una jovencita rubia con el pelo recogido en un moño y, eso sí, vestida de rojo y negro en plan bailaora, pero que rezumaba dievushquez por los cuatro costados. A ésa la quería ver yo en un chiringuito de Cádiz sirviendo pescaíto frito a ochenta clientes en hora punta en verano (las doce de la noche, hora de cenar). Aquí, no. Aquí había más camareros que clientes.
- Nos gustaría saludar al cocinero. Nos han dicho que es español.
La chica, todo "gracejo" ella y complicidad con la clientela, nos miró con desdén como preguntándose por qué tenía ella, con lo mona que era y los estudios que tenía, que estar departiendo con aquellos zafios.
- No es español.
- ¿No?
- Hay una chica de Barcelona que vino en abril a enseñar los platos básicos al cocinero de aquí. Esperamos que vuelva.
- Ah.
Miré el menú otra vez. Entre abril y noviembre, parecía que los platos básicos habían sufrido un pequeño cambio hacía un menú más habitual por aquellos pagos, y que la butifarra amb mongetes y la crema catalana se habían vuelto a Barcelona con la misma rapidez que habían venido.
En resumidas cuentas, chicos, que las cosas son como son. Si vais por Nizhny Novgorod, ya sabéis dónde hay un restaurante con vocación española, aunque mentirosillo, porque la vocación no se ha acabado traduciendo en cocina española de verdad. Pero la vocación es importante y, así, no perdamos la esperanza de que con el tiempo, se convierta en algo más serio y alcancen a hacer una tortilla o pongan churros para desayunar. Al tiempo.
Conoce la nueva pasión...
Restaurante "El toro negro"
12.00 - 24-00
Varvarskaya, 7
cocina española
bebidas típicas
amplia oferta de vinos
interior sofisticado
tres salas, una de ellas VIP
música en directo (viernes y sábados)
menú
banquetes y comidas
fiestas de empresa
precios democráticos (ésta la dejo literal, que tiene su gracia)
descuentos
Dejamos los abrigos en el guardarropa. Sí, ya sé que nunca habéis visto un restaurante típico español en España con guardarropa, pero aquí hubo que hacer una concesión al gusto local, porque, en Rusia, llevar ropa de abrigo en un local está pésimamente considerado y se considera una falta de educación, así que, chicos, o guardarropa o local vacío.
Bueno, o las dos cosas. Porque éramos los únicos clientes, cosa que, a la una y media de la tarde de un viernes, que debería ser hora punta de comidas, por lo menos mosquea un poco. Eso sí, no sería por falta de espacio, porque de eso había de sobra, en los dos colores, rojo y negro, que constituían la estricta paleta cromática del local. No quedaba muy claro por los colores si era una ruleta, un local anarquista o una sede de Falange Española. Seguramente con eso y con un cartel muy racial que ponía "Sevilla" ya tenían el interior sofisticado que anunciaban.
Como ya dije en la entrada de la que procede ésta, éramos cuatro a la mesa. La encantadora chica provinciana, el ruso que un día fue a Málaga y ya no hubo forma de sacarlo de allí y un empleado suyo que no abrió la boca en toda la comida, más que para llenar el buche. Cuando me quedó claro que la chica estaba allí por vez primera y que el empleado del ruso (y a su vez ruso también) iba a poner poco de su parte en la conversación, resolví dirigirme al jefe ruso.
- ¿Y qué tipo de cocina hacen en el local?
- ¡Todo les sale bien! Hay cocina andaluza, catalana, valenciana... y muy bueno. Incluso mejor que en muchos restaurantes de España.
Es verdad que en España es posible encontrar restaurantes muy malos, pero a mí me pareció que los elogios de mi interlocutor debían ser exagerados.
- ¿Y el cocinero es español?
- Sí, sí, tienen un cocinero español.
- Pues qué extraño. Porque en Moscú, que yo sepa, no los hay, y es que no han logrado convencer a ningún cocinero español para que vaya allí a trabajar. Conocí uno de Cullera al que tuvieron una semana en un restaurante español de Moscú para que les enseñara lo básico, y contaba los minutos para volverse a casa, cosa que hizo a los cinco días.
- Pues aquí lo tienen.
Con estas recomendaciones, y aunque íbamos a comer de menú, le eché un vistazo a la oferta. A ver, primeros platos: borsch, schi, solyanka... ¿cocina españolaaaaa? Y una sopa de tomate y zanahoria que llamaban, en español, "сопа де легумбрес", que en nuestro alfabeto es "sopa de legumbres" ¿Legumbres? ¿De verdad el cocinero era español?
Segunos platos. A ver si hay paella. No la había, y casi que era mejor así. Había carne de ternera con patatas (o con alforfón, a elegir), espaguetis carbonara y pelmennis. En el menú no había ni rastro de postres, ni pan blanco, ni café. En vista de la sospechosa situación, opté por una pregunta pérfida, mientras los platos iban llegando y yo me hacía con unos españolísimos espaguetis carbonara.
- Si el cocinero es español, me gustaría saludarlo. No vienen tantos españoles por aquí, y estoy seguro de que no se opondrá a salir a vernos.
Teniendo en cuenta que éramos los únicos clientes, seguramente no estaba muy equivocado.
Llegó la camarera, una jovencita rubia con el pelo recogido en un moño y, eso sí, vestida de rojo y negro en plan bailaora, pero que rezumaba dievushquez por los cuatro costados. A ésa la quería ver yo en un chiringuito de Cádiz sirviendo pescaíto frito a ochenta clientes en hora punta en verano (las doce de la noche, hora de cenar). Aquí, no. Aquí había más camareros que clientes.
- Nos gustaría saludar al cocinero. Nos han dicho que es español.
La chica, todo "gracejo" ella y complicidad con la clientela, nos miró con desdén como preguntándose por qué tenía ella, con lo mona que era y los estudios que tenía, que estar departiendo con aquellos zafios.
- No es español.
- ¿No?
- Hay una chica de Barcelona que vino en abril a enseñar los platos básicos al cocinero de aquí. Esperamos que vuelva.
- Ah.
Miré el menú otra vez. Entre abril y noviembre, parecía que los platos básicos habían sufrido un pequeño cambio hacía un menú más habitual por aquellos pagos, y que la butifarra amb mongetes y la crema catalana se habían vuelto a Barcelona con la misma rapidez que habían venido.
En resumidas cuentas, chicos, que las cosas son como son. Si vais por Nizhny Novgorod, ya sabéis dónde hay un restaurante con vocación española, aunque mentirosillo, porque la vocación no se ha acabado traduciendo en cocina española de verdad. Pero la vocación es importante y, así, no perdamos la esperanza de que con el tiempo, se convierta en algo más serio y alcancen a hacer una tortilla o pongan churros para desayunar. Al tiempo.
lunes, 1 de diciembre de 2008
La celebración (III)
En la entrada anterior de la serie, la cosa se estaba poniendo seria y la presión para que Alfor se pusiera hasta el culo de vodka comenzaba a ser insoportable. Ya incluso me obligaban a pronunciar un brindis ¡Un brindis! ¡A mí!
Bueno, pues tocaba pronunciar un brindis. Como era el guiri, cantaba la traviata y todos se pensaban que no iba a ser capaz de decir nada. Pero no, hijos, no: yo he pronunciado bastantes brindis en esta vida, incluso en el Cáucaso y en Asia Central, donde los brindis son un arte, y no me iban a pillar en ésa.
Me levanté. Y Volodya se levantó a mi lado.
- Y, si no lo digo bien, ¿vas a traducir lo que diga?
- Sí, sí, sí...
- Entonces, ¿me vas a apoyar?
- Sí, sí, sí...
- Bueno, pues voy a ver qué me sale.
Di unas tosecillas para que se callara la gente. Era una pena, ahora que estaban comenzando a haber conversaciones entre los comensales, que ya estaban animadillos, que llegase alguien a estropearlas, pero bueno, qué se le iba a hacer.
- Amigos, ya hemos brindado por este precioso apartamento, por los niños que van a tener nuestros anfitriones, por las mujeres... todo eso es importante, sí, pero yo quería pronunciar un brindis por el amor que se tienen nuestros anfitriones, para que siempre permanezca. Porque es importante tener un apartamento bonito, y éste lo es, pero es más importante saberlo conservar bonito, y eso sólo se consigue cuando hay amor en él. Y aquí lo hay, y se nota que nuestros anfitriones se lo tienen el uno al otro. De manera que quiero apurar mi copa por el amor que se tienen nuestro anfitrión e Irina, porque, mientras lo tengan, todo lo demás va a ir bien.
Bueeeeno, conseguí que se callaran todos y me escucharan. E incluso, al acabar, se oyeron murmullos de aprobación. "Buen brindis", "¡Muy bien!", entre los chasquidos de las copas de vino y vodka. Esta vez no hubo forma de disimular y tuve que beberme la mía hasta el fondo. Ya no quedaba selyotka pod shuboy, pero me agencié un tomate relleno de queso, especialidad de Irina probablemente traída de Ucrania y que también me iba a proteger el estómago de las agresiones del alcohol. Y eso que, insisto, era evidente que el líquido que estábamos tomando era de primerísima calidad. Menos mal.
No sé ni cómo, pero nada más acabar el brindis Volodya tenía nuevamente la copa llena, y ya estaba listo para... pronunciar un nuevo brindis. Se levantó, pero con tal mala pata que dio un manotazo a la copa de vino que había a su lado y que, si no hubiera sido porque di un brinco, me hubiera caído entera. La copa cayó al suelo y se rompió. La mujer de la solución habitacional socialista me dijo que ni se me ocurriera bajar los pies decalzos y se puso a recoger los trozos de vidrio. Su marido la miraba. Volodya se reía. Artyom se reía. Yo estaba en posición yogui sentado sobre el sofá, mientras la buena mujer limpiaba el suelo.
De repente, Volodya se me abrazó y yo, que estaba en posición yogui y no lo esperaba, por poco no me caigo encima de la mujer que estaba agachada. Creo que a ella no le hubiera gustado. Y a su marido me temo que tampoco. Volodya se reía y me abrazaba diciendo "¡Yujuuu!". Todos se reían, menos yo, que me intentaba zafar. La mujer de Volodya le miraba con cara inexpresiva. Su hija, toda mona, parece habituada a semejantes expresiones de afecto de su padre y no mostraba signos de reacción.
Finalmente, conseguí escurrirme de Volodya, que me decía: "¡Bebe! ¡Acábate la copa!", pero se quedó tirado en el sofá. Me excusé diciendo que me iba al baño, mientras las mujeres seguían recogiendo los vidrios de la copa rota y los hombres bebían tranquilamente.
Entre en el baño, pero, en lugar de usar el lavabo o de hacer lo que suele hacerse en el baño, saqué el móvil del bolsillo y marqué el número habitual de confianza en situaciones apuradas.
- Alfina.
- ...
- Te tengo que pedir un favor.
- ...
- ¿Me puedes llamar a eso de las once de la noche para hacerme volver a casa con cualquier pretexto que se te ocurra? No sé, di que alguno de los niños está muy malo y tienes que ir al médico... lo que se te ocurra.
- ...
- Ya te lo explicaré cuando vuelva a casa. Pero es que esto tiene pinta de acabar muy mal.
- ...
- Pero bueno, ¿de qué te ríes? Tú llámame a las once, que a este paso voy a tener que volver a casa a gatas.
- ...
- No, todavía no estoy borracho. Pero, como no me llames como te he dicho, la cosa está chunga. La presión es brutal.
- ...
- ¡Pues a mí no me hace tanta gracia! Esas risitas...
Tras acabar la conversación, respiré hondo, abrí la puerta del baño y salí a enfrentarme a la realidad, a Volodya y a la madre que lo parió. Bueno, la madre que lo parió no estaba, pero yo la tenía muy presente.
Cómo continuó el enfrentamiento con la realidad será lo que será tratado en la próxima entrada.
Bueno, pues tocaba pronunciar un brindis. Como era el guiri, cantaba la traviata y todos se pensaban que no iba a ser capaz de decir nada. Pero no, hijos, no: yo he pronunciado bastantes brindis en esta vida, incluso en el Cáucaso y en Asia Central, donde los brindis son un arte, y no me iban a pillar en ésa.
Me levanté. Y Volodya se levantó a mi lado.
- Y, si no lo digo bien, ¿vas a traducir lo que diga?
- Sí, sí, sí...
- Entonces, ¿me vas a apoyar?
- Sí, sí, sí...
- Bueno, pues voy a ver qué me sale.
Di unas tosecillas para que se callara la gente. Era una pena, ahora que estaban comenzando a haber conversaciones entre los comensales, que ya estaban animadillos, que llegase alguien a estropearlas, pero bueno, qué se le iba a hacer.
- Amigos, ya hemos brindado por este precioso apartamento, por los niños que van a tener nuestros anfitriones, por las mujeres... todo eso es importante, sí, pero yo quería pronunciar un brindis por el amor que se tienen nuestros anfitriones, para que siempre permanezca. Porque es importante tener un apartamento bonito, y éste lo es, pero es más importante saberlo conservar bonito, y eso sólo se consigue cuando hay amor en él. Y aquí lo hay, y se nota que nuestros anfitriones se lo tienen el uno al otro. De manera que quiero apurar mi copa por el amor que se tienen nuestro anfitrión e Irina, porque, mientras lo tengan, todo lo demás va a ir bien.
Bueeeeno, conseguí que se callaran todos y me escucharan. E incluso, al acabar, se oyeron murmullos de aprobación. "Buen brindis", "¡Muy bien!", entre los chasquidos de las copas de vino y vodka. Esta vez no hubo forma de disimular y tuve que beberme la mía hasta el fondo. Ya no quedaba selyotka pod shuboy, pero me agencié un tomate relleno de queso, especialidad de Irina probablemente traída de Ucrania y que también me iba a proteger el estómago de las agresiones del alcohol. Y eso que, insisto, era evidente que el líquido que estábamos tomando era de primerísima calidad. Menos mal.
No sé ni cómo, pero nada más acabar el brindis Volodya tenía nuevamente la copa llena, y ya estaba listo para... pronunciar un nuevo brindis. Se levantó, pero con tal mala pata que dio un manotazo a la copa de vino que había a su lado y que, si no hubiera sido porque di un brinco, me hubiera caído entera. La copa cayó al suelo y se rompió. La mujer de la solución habitacional socialista me dijo que ni se me ocurriera bajar los pies decalzos y se puso a recoger los trozos de vidrio. Su marido la miraba. Volodya se reía. Artyom se reía. Yo estaba en posición yogui sentado sobre el sofá, mientras la buena mujer limpiaba el suelo.
De repente, Volodya se me abrazó y yo, que estaba en posición yogui y no lo esperaba, por poco no me caigo encima de la mujer que estaba agachada. Creo que a ella no le hubiera gustado. Y a su marido me temo que tampoco. Volodya se reía y me abrazaba diciendo "¡Yujuuu!". Todos se reían, menos yo, que me intentaba zafar. La mujer de Volodya le miraba con cara inexpresiva. Su hija, toda mona, parece habituada a semejantes expresiones de afecto de su padre y no mostraba signos de reacción.
Finalmente, conseguí escurrirme de Volodya, que me decía: "¡Bebe! ¡Acábate la copa!", pero se quedó tirado en el sofá. Me excusé diciendo que me iba al baño, mientras las mujeres seguían recogiendo los vidrios de la copa rota y los hombres bebían tranquilamente.
Entre en el baño, pero, en lugar de usar el lavabo o de hacer lo que suele hacerse en el baño, saqué el móvil del bolsillo y marqué el número habitual de confianza en situaciones apuradas.
- Alfina.
- ...
- Te tengo que pedir un favor.
- ...
- ¿Me puedes llamar a eso de las once de la noche para hacerme volver a casa con cualquier pretexto que se te ocurra? No sé, di que alguno de los niños está muy malo y tienes que ir al médico... lo que se te ocurra.
- ...
- Ya te lo explicaré cuando vuelva a casa. Pero es que esto tiene pinta de acabar muy mal.
- ...
- Pero bueno, ¿de qué te ríes? Tú llámame a las once, que a este paso voy a tener que volver a casa a gatas.
- ...
- No, todavía no estoy borracho. Pero, como no me llames como te he dicho, la cosa está chunga. La presión es brutal.
- ...
- ¡Pues a mí no me hace tanta gracia! Esas risitas...
Tras acabar la conversación, respiré hondo, abrí la puerta del baño y salí a enfrentarme a la realidad, a Volodya y a la madre que lo parió. Bueno, la madre que lo parió no estaba, pero yo la tenía muy presente.
Cómo continuó el enfrentamiento con la realidad será lo que será tratado en la próxima entrada.
viernes, 28 de noviembre de 2008
Nizhny Nóvgorod
Nizhny Nóvgorod es una ciudad de nombre impronunciable para los extranjeros, y en particular españoles, que vienen aquí, incluso a trabajar, sin tener ni pajolera idea de ruso. He oído lindezas como "Nipsi Gólforov" y la última (a mi antiguo jefe Óskarl) fue algo así como "Ninni Gorongoron", que recuerda más a la sabana africana que a la estepa rusa.
En cualquier caso, Nizhny Nóvgorod ("Villanueva de Abajo", literalmente) es una ciudad destacable, relativamente antigua (se la cita por vez primera en 1219) con un kremlin en funciones impresionante, dominando la confluencia entre los ríos Oká y Volga, un centro histórico notable y bastante bien conservado y un hermoso centro de exposiciones proyectado por un español.
La ciudad, que pasa con holgura del millón de habitantes, estuvo cerrada a los extranjeros hasta hace poco tiempo. Entonces se llamaba "Gorki" (en ella nació Maxim Gorki) y cobijaba una impresionante industria militar y aeronáutica, además de ser sede de la fábrica de los nunca bien ponderados automóviles de combate "Volga".
El caso es que, muy a mi pesar, me encuentro en Nizhny Nóvgorod, ya por cuarta vez, y debo reconocer que no muy ilusionado, porque he venido, poco menos que con mi jefe encañonándome por la espalda (la verdad es que he hecho viajes mejores), a hacer algo bastante inútil y me voy a dar una paliza de ida y vuelta en un día. Pero bueno, alguna cosilla se podrá contar de la ciudad.
- Vamos a comer - me dijo mi anfitriona, una muchachita encantadora. Parte de su encanto se debía a que se notaba que no había salido mucho de Nizhny Nóvgorod.
- ¿A dónde?
- Aquí al lado tenemos un restaurante español.
- ¿Si?
- Sí, sí, y es muy bueno.
- Qué barbaridad. En Moscú hay poquísimos restaurantes españoles, y resulta que en Nizhny Nóvgorod hay uno.
- Así es.
- Bueno, pues vamos a verlo.
Con lo cual, en una de las próximas entradas, vamos a inaugurar una nueva sección de la bitácora "Miles Gloriosus": la de crítica gastronómica.
Pero será la próxima semana. De momento, vamos a dejar camino del restaurante a un servidor, a la encantadora muchachita provinciana y a un señor ruso que se fue a España y estaba de paso por allí, y dediquémonos a otra cosa.
En cualquier caso, Nizhny Nóvgorod ("Villanueva de Abajo", literalmente) es una ciudad destacable, relativamente antigua (se la cita por vez primera en 1219) con un kremlin en funciones impresionante, dominando la confluencia entre los ríos Oká y Volga, un centro histórico notable y bastante bien conservado y un hermoso centro de exposiciones proyectado por un español.
La ciudad, que pasa con holgura del millón de habitantes, estuvo cerrada a los extranjeros hasta hace poco tiempo. Entonces se llamaba "Gorki" (en ella nació Maxim Gorki) y cobijaba una impresionante industria militar y aeronáutica, además de ser sede de la fábrica de los nunca bien ponderados automóviles de combate "Volga".
El caso es que, muy a mi pesar, me encuentro en Nizhny Nóvgorod, ya por cuarta vez, y debo reconocer que no muy ilusionado, porque he venido, poco menos que con mi jefe encañonándome por la espalda (la verdad es que he hecho viajes mejores), a hacer algo bastante inútil y me voy a dar una paliza de ida y vuelta en un día. Pero bueno, alguna cosilla se podrá contar de la ciudad.
- Vamos a comer - me dijo mi anfitriona, una muchachita encantadora. Parte de su encanto se debía a que se notaba que no había salido mucho de Nizhny Nóvgorod.
- ¿A dónde?
- Aquí al lado tenemos un restaurante español.
- ¿Si?
- Sí, sí, y es muy bueno.
- Qué barbaridad. En Moscú hay poquísimos restaurantes españoles, y resulta que en Nizhny Nóvgorod hay uno.
- Así es.
- Bueno, pues vamos a verlo.
Con lo cual, en una de las próximas entradas, vamos a inaugurar una nueva sección de la bitácora "Miles Gloriosus": la de crítica gastronómica.
Pero será la próxima semana. De momento, vamos a dejar camino del restaurante a un servidor, a la encantadora muchachita provinciana y a un señor ruso que se fue a España y estaba de paso por allí, y dediquémonos a otra cosa.
miércoles, 26 de noviembre de 2008
Causas de muerte en Moscú
En una familia melómana como la mía, últimamente están entrando en casa discos de música clásica con frecuencia desusada. Uno de los que ha entrado es una selección de obras de Mozart, encabezada, por supuesto, por la "Pequeña serenata nocturna". La música les gusta mucho a los niños y, naturalmente, surge el interés por el compositor. El interés, en este caso, es de Ro, en esas conversaciones impagables durante la cena.
- Y Mozart, ¿de dónde era? (I Mozart, ¿d'on era?)
- Mozart era austríaco (Mozart era austriac).
- Ahhh... austríaco (Ahhh... austriac).
- Sí, es un pequeño país en el centro de Europa, que cuando vivió Mozart era muy poderoso (Sí, és un pais chicotet en el centre d'Europa, que quan vivia Mozart era molt poderos).
Ya sabéis que Austria es ese país que ha logrado convencer al mundo de que Hitler era alemán y Mozart austríaco.
- ¿Sí? ¿Y cuándo vivió Mozart? (¿Si? ¿I quan vixqué Mozart?)
- Mozart vivió hace más de dos siglos (Mozart vixqué fa més de dos segles).
- ¿Tanto? (¿Tant?)
- Sí, lo que pasa es que murió muy joven. Ni siquiera había cumplido los cuarenta años cuando murió (Sí, lo que passa és que faltà molt jove. Ni tan sols havia complit els quaranta anys quan faltà).
- ¿Y de que murió? (¿I de que va morir?)
- Bueno... (Voras...)
- ¿Es que estaba en un atasco y estuvo tres días en un atasco y no tenía nada que comer y murió? (¿És que estava en un atasc i estigué tres dies en un atasc i no tenia res de menjar i faltà?)
- Ro, tú vives en Moscú, ¿verdad? (Ro, tu vius en Moscou, ¿veritat?)
- Y Mozart, ¿de dónde era? (I Mozart, ¿d'on era?)
- Mozart era austríaco (Mozart era austriac).
- Ahhh... austríaco (Ahhh... austriac).
- Sí, es un pequeño país en el centro de Europa, que cuando vivió Mozart era muy poderoso (Sí, és un pais chicotet en el centre d'Europa, que quan vivia Mozart era molt poderos).
Ya sabéis que Austria es ese país que ha logrado convencer al mundo de que Hitler era alemán y Mozart austríaco.
- ¿Sí? ¿Y cuándo vivió Mozart? (¿Si? ¿I quan vixqué Mozart?)
- Mozart vivió hace más de dos siglos (Mozart vixqué fa més de dos segles).
- ¿Tanto? (¿Tant?)
- Sí, lo que pasa es que murió muy joven. Ni siquiera había cumplido los cuarenta años cuando murió (Sí, lo que passa és que faltà molt jove. Ni tan sols havia complit els quaranta anys quan faltà).
- ¿Y de que murió? (¿I de que va morir?)
- Bueno... (Voras...)
- ¿Es que estaba en un atasco y estuvo tres días en un atasco y no tenía nada que comer y murió? (¿És que estava en un atasc i estigué tres dies en un atasc i no tenia res de menjar i faltà?)
- Ro, tú vives en Moscú, ¿verdad? (Ro, tu vius en Moscou, ¿veritat?)
lunes, 24 de noviembre de 2008
La celebración (II)
En el capítulo anterior, habíamos presentado a los personajes de la celebración. Se mascaba la tragedia, pero, de momento, sólo se mascaba.
Habíamos dejado el relato en el momento en que Volodya, que tenía que conducir y, por tanto, no pensaba beber, había abandonado este loable propósito al ver inesperadamente su copa llena y, viendo que las copas de los demás comensales estaban también llenas, ya fuera de vodka o de vino, nos hizo levantar para pronunciar un brindis.
- Quiero brindar por nuestro anfitrión, que después de mucho tiempo y mucha obra ha conseguido este estupendo apartamento, en el que esperamos que viva muchísimo tiempo y que lo llene de hijos, en lo que esperamos que estará pensado también nuestra amiga Irina (llamemos así a la esposa de nuestro anfitrión). Y es que es lo único que les falta. Entonces, brindemos por la felicidad de nuestros anfitriones en esta celebración en que ha reunido a sus amigos.
Levantó la copa, todos las chocamos entre todos, y Volodya apuró la suya de un trago. Yo, de momento, me conformé con un sorbito de los que apenas moja el labio. Por suerte, el vodka era bueno, no de los que huelen demasiado a colonia o a alcohol de quemar; de todas maneras, lo acompañé con una selyotka pod shuboy que estaba delante de mi plato diciendo cómeme. Vamos, un arenque algo suavizado con un buen trozo de pan, porque es importante proteger el estómago de los lingotazos de vodka, aunque el lingotazo consistiese en sorber apenas la copa con disimulo.
La conversación no avanzaba después del brindis. Yo intenté ponerme a hablar con Volodya, pero éste no parecía interesado en la conversación y resultaba un poco displicente. Traté de dar conversación a su mujer, pero debió parecerle indecoroso y volvió la cabeza. Me di la vuelta a ver qué decía la vecina de la solución habitacional socialista, pero la verdad es que no había mucho tema de conversación. Con el cubano me parecía maleducado hablar en castellano. La verdad es que la cosa no tiraba para adelante. Entonces entraron otras dos parejas, que ya completaban el número de invitados. Se trataba de un adulto joven, de largas melenas rizadas, y de su mujer, rubia, delgada y con unas ojeras preocupantes; la otra pareja era un hombre de edad parecida al anterior y que debía trabajar en la universidad, pues todos le llamaban "Profesor", y de su esposa, una señora relativamente gris.
No bien hubieron llegado, y como la conversación seguía atascada, Volodya pensó que el mejor lubricante de conversaciones era ese líquido transparente de cuarenta grados. El de los rizos, al que llamaremos Artyom, era de su misma opinión, así que se llenaron las copas y Artyom se levantó.
- Alfor -dijo Volodya, al ver mi copa-, ¿qué haces con la copa llena?
- ¿Está llena? - pregunté, como quien no quiere la cosa.
- Que no la vuelva a ver llena -y me dio un codazo, y no siguió con la murga porque ya Artyom estaba a punto de pronunciar su brindis, así que de momento me libré del asunto.
- Quiero brindar -dijo- por este piso que nuestro anfitrión e Irina han conseguido con tanto esfuerzo, pero que resulta tan amplio, mucho más amplio que el de nuestros amigos de aquí a mi lado (en este momento los dueños de la solución habitacional socialista le lanzaron unas miradas asesinas mientras externamente le reían la gracia), que a ver si consiguen algo un poco más holgado. Yo quería brindar por el piso, por las mujeres que nuestro anfitrión ha logrado reunir, y sobre todo por Irina, que suponemos estará encantada de dar este paso. Y todos esperamos que dentro de poco en este piso también aparezcan los niños que todos esperamos que tengáis.
- ¡Muy bien! ¡Muy bien! - gritamos todos, mientras apurábamos las copas. Bueno, la verdad es que yo volví a escaquearme y me mojé los labios. A mi izquierda, Volodya ya debía ir por el tercer chupito, entre brindis y paréntesis entre los mismos. Daba la impresión de que el viaje en coche hasta su dacha había pasado a un segundo plano en su escala de preocupaciones. Al menos con él al volante.
Como la cosa seguía algo mustia, Volodya se volvió a levantar, hizo callar a todos y pronunció otro brindis.
- Pues yo quiero brindar por las mujeres. Y en especial por Irina, que ha llevado al equilibrio a nuestro anfitrión. Y por los niños que esperamos que pronto aparezcan en esta casa. Y... bueno, y... - Volodya parecía haberse quedado sin ideas de repente, pero eso no tenía mucha importancia.
- ¡Muy bien! ¡Muy bien! - y las mujeres dieron otro sorbito a sus copas de vino, mientras los hombres, excepto uno, que se estaba arrepintiendo de haber dicho que bebería vodka, habiendo vino, apuraron sus copas de vodka.
Volodya cayó sobre el sofá junto a mí.
- Y ahora, amigo, vas a pronunciar un brindis tú - me dijo Volodya. A todo esto, yo ya había pillado a su mujer echándole vodka en la copa, con lo que no sólo el cubano y el anfitrión le estaban cebando, sino, curiosamente, también su esposa. Su hija parece que no, al menos yo no la pillé.
- ¿Y también debo desearles que tengan muchos hijos?
- Di lo que quieras. Pero tienes que bebértelo todo ¡Todo! ¡Hasta el fondo!
- ¿Fondo? Creo que esa palabra no está en mi vocabulario.
- ¡Hasta el fondo!
Bueno, de ésta no me libraba.
Pero lo del brindis y lo que sucedió despues le toca al siguiente capítulo de la serie.
Habíamos dejado el relato en el momento en que Volodya, que tenía que conducir y, por tanto, no pensaba beber, había abandonado este loable propósito al ver inesperadamente su copa llena y, viendo que las copas de los demás comensales estaban también llenas, ya fuera de vodka o de vino, nos hizo levantar para pronunciar un brindis.
- Quiero brindar por nuestro anfitrión, que después de mucho tiempo y mucha obra ha conseguido este estupendo apartamento, en el que esperamos que viva muchísimo tiempo y que lo llene de hijos, en lo que esperamos que estará pensado también nuestra amiga Irina (llamemos así a la esposa de nuestro anfitrión). Y es que es lo único que les falta. Entonces, brindemos por la felicidad de nuestros anfitriones en esta celebración en que ha reunido a sus amigos.
Levantó la copa, todos las chocamos entre todos, y Volodya apuró la suya de un trago. Yo, de momento, me conformé con un sorbito de los que apenas moja el labio. Por suerte, el vodka era bueno, no de los que huelen demasiado a colonia o a alcohol de quemar; de todas maneras, lo acompañé con una selyotka pod shuboy que estaba delante de mi plato diciendo cómeme. Vamos, un arenque algo suavizado con un buen trozo de pan, porque es importante proteger el estómago de los lingotazos de vodka, aunque el lingotazo consistiese en sorber apenas la copa con disimulo.
La conversación no avanzaba después del brindis. Yo intenté ponerme a hablar con Volodya, pero éste no parecía interesado en la conversación y resultaba un poco displicente. Traté de dar conversación a su mujer, pero debió parecerle indecoroso y volvió la cabeza. Me di la vuelta a ver qué decía la vecina de la solución habitacional socialista, pero la verdad es que no había mucho tema de conversación. Con el cubano me parecía maleducado hablar en castellano. La verdad es que la cosa no tiraba para adelante. Entonces entraron otras dos parejas, que ya completaban el número de invitados. Se trataba de un adulto joven, de largas melenas rizadas, y de su mujer, rubia, delgada y con unas ojeras preocupantes; la otra pareja era un hombre de edad parecida al anterior y que debía trabajar en la universidad, pues todos le llamaban "Profesor", y de su esposa, una señora relativamente gris.
No bien hubieron llegado, y como la conversación seguía atascada, Volodya pensó que el mejor lubricante de conversaciones era ese líquido transparente de cuarenta grados. El de los rizos, al que llamaremos Artyom, era de su misma opinión, así que se llenaron las copas y Artyom se levantó.
- Alfor -dijo Volodya, al ver mi copa-, ¿qué haces con la copa llena?
- ¿Está llena? - pregunté, como quien no quiere la cosa.
- Que no la vuelva a ver llena -y me dio un codazo, y no siguió con la murga porque ya Artyom estaba a punto de pronunciar su brindis, así que de momento me libré del asunto.
- Quiero brindar -dijo- por este piso que nuestro anfitrión e Irina han conseguido con tanto esfuerzo, pero que resulta tan amplio, mucho más amplio que el de nuestros amigos de aquí a mi lado (en este momento los dueños de la solución habitacional socialista le lanzaron unas miradas asesinas mientras externamente le reían la gracia), que a ver si consiguen algo un poco más holgado. Yo quería brindar por el piso, por las mujeres que nuestro anfitrión ha logrado reunir, y sobre todo por Irina, que suponemos estará encantada de dar este paso. Y todos esperamos que dentro de poco en este piso también aparezcan los niños que todos esperamos que tengáis.
- ¡Muy bien! ¡Muy bien! - gritamos todos, mientras apurábamos las copas. Bueno, la verdad es que yo volví a escaquearme y me mojé los labios. A mi izquierda, Volodya ya debía ir por el tercer chupito, entre brindis y paréntesis entre los mismos. Daba la impresión de que el viaje en coche hasta su dacha había pasado a un segundo plano en su escala de preocupaciones. Al menos con él al volante.
Como la cosa seguía algo mustia, Volodya se volvió a levantar, hizo callar a todos y pronunció otro brindis.
- Pues yo quiero brindar por las mujeres. Y en especial por Irina, que ha llevado al equilibrio a nuestro anfitrión. Y por los niños que esperamos que pronto aparezcan en esta casa. Y... bueno, y... - Volodya parecía haberse quedado sin ideas de repente, pero eso no tenía mucha importancia.
- ¡Muy bien! ¡Muy bien! - y las mujeres dieron otro sorbito a sus copas de vino, mientras los hombres, excepto uno, que se estaba arrepintiendo de haber dicho que bebería vodka, habiendo vino, apuraron sus copas de vodka.
Volodya cayó sobre el sofá junto a mí.
- Y ahora, amigo, vas a pronunciar un brindis tú - me dijo Volodya. A todo esto, yo ya había pillado a su mujer echándole vodka en la copa, con lo que no sólo el cubano y el anfitrión le estaban cebando, sino, curiosamente, también su esposa. Su hija parece que no, al menos yo no la pillé.
- ¿Y también debo desearles que tengan muchos hijos?
- Di lo que quieras. Pero tienes que bebértelo todo ¡Todo! ¡Hasta el fondo!
- ¿Fondo? Creo que esa palabra no está en mi vocabulario.
- ¡Hasta el fondo!
Bueno, de ésta no me libraba.
Pero lo del brindis y lo que sucedió despues le toca al siguiente capítulo de la serie.
viernes, 21 de noviembre de 2008
Explotación infantil
Ésta es una entrada que perfectamente podría ir sin palabras, pero, como parece que bastantes de los que entran por aquí no entienden el ruso, me limitaré a traducir lo que pone el cartel:
ESTUDIO DE MODELOS INFANTILES
para niñas de 4,5 a 7 años
En el programa educativo:
- Desfiles, movimientos en escena.
- Bailes modernos.
- Coreografía.
- Mejora de figura y presencia.
- Interpretación.
- Etiqueta.
- Posado para fotografía.
Las clases tienen lugar los sabados a las 10.30.
Luego nos preguntamos por qué las rusitas son como son.
ESTUDIO DE MODELOS INFANTILES
para niñas de 4,5 a 7 años
En el programa educativo:
- Desfiles, movimientos en escena.
- Bailes modernos.
- Coreografía.
- Mejora de figura y presencia.
- Interpretación.
- Etiqueta.
- Posado para fotografía.
Las clases tienen lugar los sabados a las 10.30.
Luego nos preguntamos por qué las rusitas son como son.
miércoles, 19 de noviembre de 2008
Divisas
El cartel de la fotografía, que intenta sacar petróleo de la crisis financiera (y, por tanto, económica) que no sólo existe en España, sino también en Rusia, reza aproximadamente en castellano: ¡Devolvamos al rublo su pasada gloria! ¡Tiremos los dólares a la cuneta!
Antes de apostarnos en las cunetas rusas para recoger lo que tiren los patriotas rusos, consideremos que habla en sentido figurado, y que lo que intenta el banco ruso es atraer depositantes a sus cuentas en rublos. El rublo, tradicionalmente (es decir, en los últimos más o menos cuatro lustros) ha sido una divisa bastante cochambrosa, propensa a las devaluaciones, protegida en una cuna cambiaria por el Banco Central de Rusia y, en general, castigada con una prima de riesgo considerable, sobre todo si la comparamos con lo que el cartel llama "у.е", o sea, "условные единицы" o, en castellano, "unidades de cuenta".
Las unidades de cuenta aparecieron por ahorrarse trabajo. En los tiempos de la inflación galopante de los primeros noventa, en que los precios de las cosas cambiaban prácticamente todos los días, los vendedores no daban abasto a cambiar los cartelitos que señalaban los precios y por eso fijaban los precios en dólares. Como el tipo de cambio rublo-dólar también se hundía a diario más o menos al mismo ritmo de la inflación, los precios en dólares no cambiaban tan a menudo y se podían mantener. En aquel tiempo, la moneda de Moscú se podía decir que era el rublo, pero no, en realidad era el dólar, que corría tranquilamente de mano en mano.
El 1 de enero de 1994, el Gobierno ruso prohibió el dólar como medio de pago en el comercio minorista. Los precios seguían fijados en dólares, pero en una etiqueta cerca de la caja el comerciante escribía que sólo aceptaba rublos (en realidad, por lo bajinis, también aceptaba dólares) y anunciaba el tipo de cambio que aplicaba ese día, que era el oficial del día con un diferencial más o menos abusivo.
Más adelante, el Gobierno se puso un poco más serio y comenzó a perseguir a quienes ponían los precios en dólares, cosa que obviamente no jugaba en favor de dar confianza al rublo. Aunque, claro, si tu inflación es del 300%, menuda confianza que te va a inspirar el puñetero rublo. En tan apurado trance, a alguien se le ocurrió una idea de relumbrón: si al Gobierno le molestaban los dólares, y a ellos les molestaban los rublos, entonces iban a inventarse algo distinto, de manera que ni pa ti ni pa mí.
El invento se llamó "unidad de cuenta" (u.e.). Los precios pasaron a denominarse en esas unidades de cuenta, y en la caja, o en la carta del restaurante, lo que ponía era a cuántos rublos equivalía la unidad de cuenta. Curiosamente, la unidad de cuenta equivalía a prácticamente los mismos rublos que un dólar. Sospechoso, pero coló.
A partir de más o menos 2003, la mayoría de los rusos pudientes vieron cómo pasaban cosas muy raras: el dólar, que había ganado valor rutinariamente a lo largo de la década anterior, estaba comenzando a perder valor con respecto al rublo y, para colmo de males, aparecía una nueva cosa, llamada euro, que no estaba antes y que parecía sólida. Los muñidores de la unidad de cuenta se dieron cuenta de que la inflación ya "sólo" era del 15% anual y que en esas condiciones bastaba con cambiar los precios únicamente una vez al mes, no todos los días, como antes. Como lo de mantener la unidad de cuenta ligada al dólar no parecía una buena idea, tal y como estaba el dólar, se les ocurrió una idea. A lo largo de un par de meses, el tipo de cambio de las unidades de cuenta dejó de ser muy parecido al del dólar, y pasó a ser muy parecido al del euro, ante las maldiciones de los consumidores, que veíamos como nos clavaban un 10% de aumento de precios de buenas a primeras. Así que los que en España os quejabais del efecto euro y de la puñetera subida de precios tras la llegada de la moneda ésa, sabed que el redondeo nos hizo la puñeta, también, a quienes ni sospechábamos tener algo que ver con eso.
Con el tiempo, los orondos precios del petróleo y el aumento brutal de las reservas de divisas rusas, el rublo ha pasado a ser una divisa estable, que en los últimos cinco años no ha sufrido oscilaciones notables con respecto a las grandes. Cada vez más gente pasa de los dólares que tiene debajo del colchón (y que han perdido valor a saco), e incluso de los euros (que llevan unos últimos meses negros), y tímidamente se va atreviendo a ahorrar en rublos. Tímidamente, porque ahorrar en rublos en un país en que hubo un repudio de la propia moneda en 1992, y una inflación de casi el 200% en una fecha tan reciente como 1998-1999, había sido de insensatos, y la gente se acuerda.
El otro día se supo que las salidas de capitales de Rusia estaban siendo por primera vez en algún tiempo mayores que las entradas, y el Banco Central Ruso, al revés que todos sus colegas, tuvo que subir el tipo de refinanciación al 12%. Doce, con D de depresión. No está muy claro si ahorrar en rublos vuelve a ser propio de insensatos.
Antes de apostarnos en las cunetas rusas para recoger lo que tiren los patriotas rusos, consideremos que habla en sentido figurado, y que lo que intenta el banco ruso es atraer depositantes a sus cuentas en rublos. El rublo, tradicionalmente (es decir, en los últimos más o menos cuatro lustros) ha sido una divisa bastante cochambrosa, propensa a las devaluaciones, protegida en una cuna cambiaria por el Banco Central de Rusia y, en general, castigada con una prima de riesgo considerable, sobre todo si la comparamos con lo que el cartel llama "у.е", o sea, "условные единицы" o, en castellano, "unidades de cuenta".
Las unidades de cuenta aparecieron por ahorrarse trabajo. En los tiempos de la inflación galopante de los primeros noventa, en que los precios de las cosas cambiaban prácticamente todos los días, los vendedores no daban abasto a cambiar los cartelitos que señalaban los precios y por eso fijaban los precios en dólares. Como el tipo de cambio rublo-dólar también se hundía a diario más o menos al mismo ritmo de la inflación, los precios en dólares no cambiaban tan a menudo y se podían mantener. En aquel tiempo, la moneda de Moscú se podía decir que era el rublo, pero no, en realidad era el dólar, que corría tranquilamente de mano en mano.
El 1 de enero de 1994, el Gobierno ruso prohibió el dólar como medio de pago en el comercio minorista. Los precios seguían fijados en dólares, pero en una etiqueta cerca de la caja el comerciante escribía que sólo aceptaba rublos (en realidad, por lo bajinis, también aceptaba dólares) y anunciaba el tipo de cambio que aplicaba ese día, que era el oficial del día con un diferencial más o menos abusivo.
Más adelante, el Gobierno se puso un poco más serio y comenzó a perseguir a quienes ponían los precios en dólares, cosa que obviamente no jugaba en favor de dar confianza al rublo. Aunque, claro, si tu inflación es del 300%, menuda confianza que te va a inspirar el puñetero rublo. En tan apurado trance, a alguien se le ocurrió una idea de relumbrón: si al Gobierno le molestaban los dólares, y a ellos les molestaban los rublos, entonces iban a inventarse algo distinto, de manera que ni pa ti ni pa mí.
El invento se llamó "unidad de cuenta" (u.e.). Los precios pasaron a denominarse en esas unidades de cuenta, y en la caja, o en la carta del restaurante, lo que ponía era a cuántos rublos equivalía la unidad de cuenta. Curiosamente, la unidad de cuenta equivalía a prácticamente los mismos rublos que un dólar. Sospechoso, pero coló.
A partir de más o menos 2003, la mayoría de los rusos pudientes vieron cómo pasaban cosas muy raras: el dólar, que había ganado valor rutinariamente a lo largo de la década anterior, estaba comenzando a perder valor con respecto al rublo y, para colmo de males, aparecía una nueva cosa, llamada euro, que no estaba antes y que parecía sólida. Los muñidores de la unidad de cuenta se dieron cuenta de que la inflación ya "sólo" era del 15% anual y que en esas condiciones bastaba con cambiar los precios únicamente una vez al mes, no todos los días, como antes. Como lo de mantener la unidad de cuenta ligada al dólar no parecía una buena idea, tal y como estaba el dólar, se les ocurrió una idea. A lo largo de un par de meses, el tipo de cambio de las unidades de cuenta dejó de ser muy parecido al del dólar, y pasó a ser muy parecido al del euro, ante las maldiciones de los consumidores, que veíamos como nos clavaban un 10% de aumento de precios de buenas a primeras. Así que los que en España os quejabais del efecto euro y de la puñetera subida de precios tras la llegada de la moneda ésa, sabed que el redondeo nos hizo la puñeta, también, a quienes ni sospechábamos tener algo que ver con eso.
Con el tiempo, los orondos precios del petróleo y el aumento brutal de las reservas de divisas rusas, el rublo ha pasado a ser una divisa estable, que en los últimos cinco años no ha sufrido oscilaciones notables con respecto a las grandes. Cada vez más gente pasa de los dólares que tiene debajo del colchón (y que han perdido valor a saco), e incluso de los euros (que llevan unos últimos meses negros), y tímidamente se va atreviendo a ahorrar en rublos. Tímidamente, porque ahorrar en rublos en un país en que hubo un repudio de la propia moneda en 1992, y una inflación de casi el 200% en una fecha tan reciente como 1998-1999, había sido de insensatos, y la gente se acuerda.
El otro día se supo que las salidas de capitales de Rusia estaban siendo por primera vez en algún tiempo mayores que las entradas, y el Banco Central Ruso, al revés que todos sus colegas, tuvo que subir el tipo de refinanciación al 12%. Doce, con D de depresión. No está muy claro si ahorrar en rublos vuelve a ser propio de insensatos.
lunes, 17 de noviembre de 2008
La celebración (I)
La puerta se abrió y mi anfitrión me dio un efusivo abrazo.
- Esto, oye, perdona por llegar un poco tarde. Estaba en un atasco y tuve que salirme del coche para llegar en metro.
- No te preocupes, casi todos han llegado tarde.
- Toma, esto es un regalito.
- Eh, muchas gracias.
Pasé al interior del piso, un apartamento de cuatro habitaciones muy grande para los estándares habituales rusos. En el comedor había un grupo de gente de pie. Un rápido vistazo me convenció de que no conocía a nadie, como, por otra parte, esperaba. La mesa estaba servida, y hay que decir que lo estaba a base de bien. Caviar, todo tipo de ensaladas rusas, entrantes caseros muy elaborados y, de beber, vino y vodka. También había mors y zumos, pero como que desempeñaban un papel secundario en el aderezo de la mesa.
- Siéntate donde quieras - me dijo mi anfitrión.
La gente se empezó a ir colocando. Probablemente no habían llegado aún todos los invitados, o quizá había algunos que no iban a venir, porque había algunos puestos vacíos. El anfitrión se colocó a la cabecera de la larguísima mesa y su esposa al otro lado, justo enfrente de él. A mí me tocó junto a un hombre joven todavía, que estaba allí con su mujer y con su hija, que luego supe que tenía once años. Enfrente de mí había un señor de algo más edad, que resultó que era cubano y que había llegado allí con su esposa y con su hija, una jovencita de aspecto totalmente español, pero a la que, aunque hablaba algo la lengua de su padre, le faltaba bastante soltura con ella. A mi otro lado se sentó una pareja joven, que eran los vecinos del piso de al lado (piso que, por lo que pude deducir, era una solución habitacional socialista de treinta metros cuadrados que les tenía algo angustiados).
- Hola, soy Alfor - le dije a mi vecino, el de la hija pequeña.
- Volodya - me dijo.
Me presenté a su mujer igualmente.
- ¿Vas a beber? - me dijo el anfitrión.
- Bueno, ya sabes que no suelo beber, pero hoy, teniendo en cuenta lo que celebramos, voy a hacer una excepción y beberé una copita.
- ¿Vino? ¿Vodka?
- Venga, va. Vodka -dije, y luego tuve ocasión de arrepentirme.
Mi vecino Volodya, a la que oyó eso, me llenó la copa. La suya estaba vacía.
- ¿Usted no bebe? - le pregunté.
- Bueno, normalmente sí que bebo, pero hoy tengo que conducir.
- ¿Esta misma noche?
- Sí. Vamos a ir a la dacha en cuanto salgamos de la celebración.
- ¿Y está muy lejos?
- Cien kilómetros.
- Ah, muy bien. No es mucho.
- En dos horas llegamos.
De momento nos dedicamos a comer un poquito, mientras conversábamos de lo bien que le había quedado la casa al anfitrión, lo cual era muy cierto, por otra parte. La mujer de Volodya, en esto, pidió vino, y yo, que tenía la botella a mano, intenté servirle, pero estaba demasiado lejos y sólo pude acercarle la botella. Ella se quedó muy confusa y no la tomó, sino que se dirigió a su marido:
- Volodya, ¿puedes servirme vino?
Volodya tomó la botella y sirvió media copa a su esposa. Efectivamente, servirse a sí mismo alcohol está muy mal visto en Rusia, salvo casos patológicos. Pero, al girar la cabeza, me di cuenta de que la copa de vodka de Volodya estaba llena. Su mujer no había sido, yo tampoco, él parecía que no quería beber, la niña de once años no parecía culpable... miré al cubano de enfrente, que me devolvió la mirada. Hice un gesto con los ojos apuntando a la copa de vodka del vecino y él me devolvió una sonrisita pícara.
Volodya se dio cuenta de que su copa estaba llena, la tomó, se levantó y dijo:
- ¡Chicos! Quiero pronunciar un brindis.
Todos nos levantamos, pero veo que se está haciendo tarde, así que dejo la continuación de esta historia para la siguiente entrada.
(continuará)
- Esto, oye, perdona por llegar un poco tarde. Estaba en un atasco y tuve que salirme del coche para llegar en metro.
- No te preocupes, casi todos han llegado tarde.
- Toma, esto es un regalito.
- Eh, muchas gracias.
Pasé al interior del piso, un apartamento de cuatro habitaciones muy grande para los estándares habituales rusos. En el comedor había un grupo de gente de pie. Un rápido vistazo me convenció de que no conocía a nadie, como, por otra parte, esperaba. La mesa estaba servida, y hay que decir que lo estaba a base de bien. Caviar, todo tipo de ensaladas rusas, entrantes caseros muy elaborados y, de beber, vino y vodka. También había mors y zumos, pero como que desempeñaban un papel secundario en el aderezo de la mesa.
- Siéntate donde quieras - me dijo mi anfitrión.
La gente se empezó a ir colocando. Probablemente no habían llegado aún todos los invitados, o quizá había algunos que no iban a venir, porque había algunos puestos vacíos. El anfitrión se colocó a la cabecera de la larguísima mesa y su esposa al otro lado, justo enfrente de él. A mí me tocó junto a un hombre joven todavía, que estaba allí con su mujer y con su hija, que luego supe que tenía once años. Enfrente de mí había un señor de algo más edad, que resultó que era cubano y que había llegado allí con su esposa y con su hija, una jovencita de aspecto totalmente español, pero a la que, aunque hablaba algo la lengua de su padre, le faltaba bastante soltura con ella. A mi otro lado se sentó una pareja joven, que eran los vecinos del piso de al lado (piso que, por lo que pude deducir, era una solución habitacional socialista de treinta metros cuadrados que les tenía algo angustiados).
- Hola, soy Alfor - le dije a mi vecino, el de la hija pequeña.
- Volodya - me dijo.
Me presenté a su mujer igualmente.
- ¿Vas a beber? - me dijo el anfitrión.
- Bueno, ya sabes que no suelo beber, pero hoy, teniendo en cuenta lo que celebramos, voy a hacer una excepción y beberé una copita.
- ¿Vino? ¿Vodka?
- Venga, va. Vodka -dije, y luego tuve ocasión de arrepentirme.
Mi vecino Volodya, a la que oyó eso, me llenó la copa. La suya estaba vacía.
- ¿Usted no bebe? - le pregunté.
- Bueno, normalmente sí que bebo, pero hoy tengo que conducir.
- ¿Esta misma noche?
- Sí. Vamos a ir a la dacha en cuanto salgamos de la celebración.
- ¿Y está muy lejos?
- Cien kilómetros.
- Ah, muy bien. No es mucho.
- En dos horas llegamos.
De momento nos dedicamos a comer un poquito, mientras conversábamos de lo bien que le había quedado la casa al anfitrión, lo cual era muy cierto, por otra parte. La mujer de Volodya, en esto, pidió vino, y yo, que tenía la botella a mano, intenté servirle, pero estaba demasiado lejos y sólo pude acercarle la botella. Ella se quedó muy confusa y no la tomó, sino que se dirigió a su marido:
- Volodya, ¿puedes servirme vino?
Volodya tomó la botella y sirvió media copa a su esposa. Efectivamente, servirse a sí mismo alcohol está muy mal visto en Rusia, salvo casos patológicos. Pero, al girar la cabeza, me di cuenta de que la copa de vodka de Volodya estaba llena. Su mujer no había sido, yo tampoco, él parecía que no quería beber, la niña de once años no parecía culpable... miré al cubano de enfrente, que me devolvió la mirada. Hice un gesto con los ojos apuntando a la copa de vodka del vecino y él me devolvió una sonrisita pícara.
Volodya se dio cuenta de que su copa estaba llena, la tomó, se levantó y dijo:
- ¡Chicos! Quiero pronunciar un brindis.
Todos nos levantamos, pero veo que se está haciendo tarde, así que dejo la continuación de esta historia para la siguiente entrada.
(continuará)
viernes, 14 de noviembre de 2008
Colándose en la sala business
Una vez más, como en otras ocasiones, nos enfrentamos en esta bitácora a un problema arduo, cuya resolución puede aportar grandes beneficios a quien la consiga. Se trata de la manera más adecuada de entrar en la sala VIP de un aeropuerto ruso. En este caso, nos encontramos en el aeropuerto de Koltsovo, en Ekaterimburgo, ya de vuelta hacia Moscú.
En mi caso, yo pensaba que ese problema lo tenía resuelto. De hecho, a fuerza de tener más horas de vuelo que el Barón Rojo, Aeroflot me ha agraciado con una tarjeta plata, vigente hasta febrero del año próximo, que se supone permite el acceso a las salas VIP en los vuelos con la compañía de toda la vida. Bueno, eso era hasta que la crisis empezó: hace dos meses llegó un mensaje de Aeroflot a mi buzón de correo, en el cual la compañía indicaba que, lamentándolo mucho (y un cuerno), la tarjeta plata ya no daría acceso a la sala VIP en los vuelos nacionales.
Malum signum. Efectivamente, Ekaterimburgo - Moscú es un vuelo nacional. Así que, de sala VIP, ni pum. El caso es que uno se ha acostumbrado mal a entrar a la sala VIP y picar algo en un sillón cómodo antes de los vuelos, así que volver a las sillas duras se hace especialmente incómodo. Para eso, que no me hubieran dejado entrar nunca.
Pero, una vez más, se trata de conseguir, mediante una mimetización adecuada, el acceso a estas salas a pesar de los obstáculos que nos pondrán las celadoras, que para eso cobran.
Comencemos con una primera regla de juego: no vale comprar billete de primera. Eso es hacer trampa, además de que así no tiene ningún mérito. No, hay que comprar billete de turista, que es lo que convierte las cosas en emocionantes.
Primer paso: apariencia ¿Os acordáis del año pasado por estas fechas? En aquel entonces era prioritario buscar una apariencia desaliñada y de pobre de solemnidad. Aquí, eso sería un error gravísimo. Hay que ir vestido de punta en blanco, traje y corbata y mejor si el traje es de trescientos euros por lo menos. Parece caro, pero para recoger hay que sembrar, y más caro cuesta el billete de primera, que además sólo lo puedes usar una vez. El traje, en cambio, bien cuidado da para bastantes viajes. Así que, chicos, de punta en blanco, y que se note que sabéis llevar traje. Que no parezca que es la primera vez que vestís bien: la celadora tiene que pensar que hasta los pañales que llevasteis de niños eran a medida y diseñados por Trecci (Milano).
Segundo paso: business. Mucha gente comete el error de intentar la entrada en la sala VIP como quien entra al fútbol, con las manos en los bolsillos. Mal, mal, maaaaal. Business viene de busy, es decir, ocupado, luego, para que te tomen en serio, hay que estar ocupado, o-cu-pa-do, incluso estresado.
Antes, eso era difícil, pero, desde la invención de los teléfonos móviles, aparentar estrés se ha facilitado bastante. Lo más técnico es, medio minuto antes de acceder a la sala, marcar un número de teléfono de confianza.
- ¿Alfina?
- Sí, ¿qué tal? ¿Dónde estás?
- Estoy en el aeropuerto de Ekaterimburgo.
- ¿Y cuándo sales?
- Dentro de un rato. Te llamo ahora porque estoy intentando colarme en la sala VIP.
- Ya.
- Y conviene que me vean hablar por teléfono, sobre todo si es en un idioma extranjero.
- Bueno, tú verás.
- Sí, ahora estoy cruzando la puerta, y aquí está la celadora. Tú no te preocupes si voy hablando sólo sin mucho sentido, que es sólo para dar el pego.
- Que no te peguen a ti.
- Espero que no. Me han pedido la tarjeta de embarque, se la estoy teniendo que pasar, y le he metido la tarjeta plata de Aeroflot. Parece que mira y remira todo, pero no se decide a decirme nada. Me está mirando el traje, pero no dice nada. Ah, bueno, ya parece que me deja pasar, y me ha dado un cartoncito.
- ¿Un cartoncito?
- A ver qué es. Ah, es un vale de trescientos rublos para tomar algo en el restaurante de la sala VIP. Qué roñosos, no hay nada que picar si no es pagando o con el vale éste. En fin, por lo que me ha costado, tampoco me voy a quejar mucho. Bueno, ya he pasado, ya te llamaré luego, cuando llegue a Moscú. Nos vemos esta noche.
- Anda, que menudo eres...
Prueba coooonseguida. Ahora ya dejamos Ekaterimburgo de camino a Moscú, donde sin duda esperan nuevas aventuras.
En mi caso, yo pensaba que ese problema lo tenía resuelto. De hecho, a fuerza de tener más horas de vuelo que el Barón Rojo, Aeroflot me ha agraciado con una tarjeta plata, vigente hasta febrero del año próximo, que se supone permite el acceso a las salas VIP en los vuelos con la compañía de toda la vida. Bueno, eso era hasta que la crisis empezó: hace dos meses llegó un mensaje de Aeroflot a mi buzón de correo, en el cual la compañía indicaba que, lamentándolo mucho (y un cuerno), la tarjeta plata ya no daría acceso a la sala VIP en los vuelos nacionales.
Malum signum. Efectivamente, Ekaterimburgo - Moscú es un vuelo nacional. Así que, de sala VIP, ni pum. El caso es que uno se ha acostumbrado mal a entrar a la sala VIP y picar algo en un sillón cómodo antes de los vuelos, así que volver a las sillas duras se hace especialmente incómodo. Para eso, que no me hubieran dejado entrar nunca.
Pero, una vez más, se trata de conseguir, mediante una mimetización adecuada, el acceso a estas salas a pesar de los obstáculos que nos pondrán las celadoras, que para eso cobran.
Comencemos con una primera regla de juego: no vale comprar billete de primera. Eso es hacer trampa, además de que así no tiene ningún mérito. No, hay que comprar billete de turista, que es lo que convierte las cosas en emocionantes.
Primer paso: apariencia ¿Os acordáis del año pasado por estas fechas? En aquel entonces era prioritario buscar una apariencia desaliñada y de pobre de solemnidad. Aquí, eso sería un error gravísimo. Hay que ir vestido de punta en blanco, traje y corbata y mejor si el traje es de trescientos euros por lo menos. Parece caro, pero para recoger hay que sembrar, y más caro cuesta el billete de primera, que además sólo lo puedes usar una vez. El traje, en cambio, bien cuidado da para bastantes viajes. Así que, chicos, de punta en blanco, y que se note que sabéis llevar traje. Que no parezca que es la primera vez que vestís bien: la celadora tiene que pensar que hasta los pañales que llevasteis de niños eran a medida y diseñados por Trecci (Milano).
Segundo paso: business. Mucha gente comete el error de intentar la entrada en la sala VIP como quien entra al fútbol, con las manos en los bolsillos. Mal, mal, maaaaal. Business viene de busy, es decir, ocupado, luego, para que te tomen en serio, hay que estar ocupado, o-cu-pa-do, incluso estresado.
Antes, eso era difícil, pero, desde la invención de los teléfonos móviles, aparentar estrés se ha facilitado bastante. Lo más técnico es, medio minuto antes de acceder a la sala, marcar un número de teléfono de confianza.
- ¿Alfina?
- Sí, ¿qué tal? ¿Dónde estás?
- Estoy en el aeropuerto de Ekaterimburgo.
- ¿Y cuándo sales?
- Dentro de un rato. Te llamo ahora porque estoy intentando colarme en la sala VIP.
- Ya.
- Y conviene que me vean hablar por teléfono, sobre todo si es en un idioma extranjero.
- Bueno, tú verás.
- Sí, ahora estoy cruzando la puerta, y aquí está la celadora. Tú no te preocupes si voy hablando sólo sin mucho sentido, que es sólo para dar el pego.
- Que no te peguen a ti.
- Espero que no. Me han pedido la tarjeta de embarque, se la estoy teniendo que pasar, y le he metido la tarjeta plata de Aeroflot. Parece que mira y remira todo, pero no se decide a decirme nada. Me está mirando el traje, pero no dice nada. Ah, bueno, ya parece que me deja pasar, y me ha dado un cartoncito.
- ¿Un cartoncito?
- A ver qué es. Ah, es un vale de trescientos rublos para tomar algo en el restaurante de la sala VIP. Qué roñosos, no hay nada que picar si no es pagando o con el vale éste. En fin, por lo que me ha costado, tampoco me voy a quejar mucho. Bueno, ya he pasado, ya te llamaré luego, cuando llegue a Moscú. Nos vemos esta noche.
- Anda, que menudo eres...
Prueba coooonseguida. Ahora ya dejamos Ekaterimburgo de camino a Moscú, donde sin duda esperan nuevas aventuras.