lunes, 1 de diciembre de 2008

La celebración (III)

En la entrada anterior de la serie, la cosa se estaba poniendo seria y la presión para que Alfor se pusiera hasta el culo de vodka comenzaba a ser insoportable. Ya incluso me obligaban a pronunciar un brindis ¡Un brindis! ¡A mí!

Bueno, pues tocaba pronunciar un brindis. Como era el guiri, cantaba la traviata y todos se pensaban que no iba a ser capaz de decir nada. Pero no, hijos, no: yo he pronunciado bastantes brindis en esta vida, incluso en el Cáucaso y en Asia Central, donde los brindis son un arte, y no me iban a pillar en ésa.

Me levanté. Y Volodya se levantó a mi lado.

- Y, si no lo digo bien, ¿vas a traducir lo que diga?
- Sí, sí, sí...
- Entonces, ¿me vas a apoyar?
- Sí, sí, sí...
- Bueno, pues voy a ver qué me sale.

Di unas tosecillas para que se callara la gente. Era una pena, ahora que estaban comenzando a haber conversaciones entre los comensales, que ya estaban animadillos, que llegase alguien a estropearlas, pero bueno, qué se le iba a hacer.

- Amigos, ya hemos brindado por este precioso apartamento, por los niños que van a tener nuestros anfitriones, por las mujeres... todo eso es importante, sí, pero yo quería pronunciar un brindis por el amor que se tienen nuestros anfitriones, para que siempre permanezca. Porque es importante tener un apartamento bonito, y éste lo es, pero es más importante saberlo conservar bonito, y eso sólo se consigue cuando hay amor en él. Y aquí lo hay, y se nota que nuestros anfitriones se lo tienen el uno al otro. De manera que quiero apurar mi copa por el amor que se tienen nuestro anfitrión e Irina, porque, mientras lo tengan, todo lo demás va a ir bien.

Bueeeeno, conseguí que se callaran todos y me escucharan. E incluso, al acabar, se oyeron murmullos de aprobación. "Buen brindis", "¡Muy bien!", entre los chasquidos de las copas de vino y vodka. Esta vez no hubo forma de disimular y tuve que beberme la mía hasta el fondo. Ya no quedaba selyotka pod shuboy, pero me agencié un tomate relleno de queso, especialidad de Irina probablemente traída de Ucrania y que también me iba a proteger el estómago de las agresiones del alcohol. Y eso que, insisto, era evidente que el líquido que estábamos tomando era de primerísima calidad. Menos mal.

No sé ni cómo, pero nada más acabar el brindis Volodya tenía nuevamente la copa llena, y ya estaba listo para... pronunciar un nuevo brindis. Se levantó, pero con tal mala pata que dio un manotazo a la copa de vino que había a su lado y que, si no hubiera sido porque di un brinco, me hubiera caído entera. La copa cayó al suelo y se rompió. La mujer de la solución habitacional socialista me dijo que ni se me ocurriera bajar los pies decalzos y se puso a recoger los trozos de vidrio. Su marido la miraba. Volodya se reía. Artyom se reía. Yo estaba en posición yogui sentado sobre el sofá, mientras la buena mujer limpiaba el suelo.

De repente, Volodya se me abrazó y yo, que estaba en posición yogui y no lo esperaba, por poco no me caigo encima de la mujer que estaba agachada. Creo que a ella no le hubiera gustado. Y a su marido me temo que tampoco. Volodya se reía y me abrazaba diciendo "¡Yujuuu!". Todos se reían, menos yo, que me intentaba zafar. La mujer de Volodya le miraba con cara inexpresiva. Su hija, toda mona, parece habituada a semejantes expresiones de afecto de su padre y no mostraba signos de reacción.

Finalmente, conseguí escurrirme de Volodya, que me decía: "¡Bebe! ¡Acábate la copa!", pero se quedó tirado en el sofá. Me excusé diciendo que me iba al baño, mientras las mujeres seguían recogiendo los vidrios de la copa rota y los hombres bebían tranquilamente.

Entre en el baño, pero, en lugar de usar el lavabo o de hacer lo que suele hacerse en el baño, saqué el móvil del bolsillo y marqué el número habitual de confianza en situaciones apuradas.

- Alfina.
- ...
- Te tengo que pedir un favor.
- ...
- ¿Me puedes llamar a eso de las once de la noche para hacerme volver a casa con cualquier pretexto que se te ocurra? No sé, di que alguno de los niños está muy malo y tienes que ir al médico... lo que se te ocurra.
- ...
- Ya te lo explicaré cuando vuelva a casa. Pero es que esto tiene pinta de acabar muy mal.
- ...
- Pero bueno, ¿de qué te ríes? Tú llámame a las once, que a este paso voy a tener que volver a casa a gatas.
- ...
- No, todavía no estoy borracho. Pero, como no me llames como te he dicho, la cosa está chunga. La presión es brutal.
- ...
- ¡Pues a mí no me hace tanta gracia! Esas risitas...

Tras acabar la conversación, respiré hondo, abrí la puerta del baño y salí a enfrentarme a la realidad, a Volodya y a la madre que lo parió. Bueno, la madre que lo parió no estaba, pero yo la tenía muy presente.

Cómo continuó el enfrentamiento con la realidad será lo que será tratado en la próxima entrada.

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