(Viene de aquí)
Mi llegada a casa de este año ha sido, una vez más, algo diferente. Mi padre, mi madre, mis hermanos (por desgracía, mi abuela ya no estaba presente), los turrones, los pastelitos de boniato que le encantaban a mi abuela, los dátiles rellenos de mantequilla para no perder el nivel de colesterol... pero faltaba algo.
"¿Y los polvorones?", pensé.
Señores, la verdad es que los polvorones no me acaban de convencer, como ya sabemos. La verdad es que mis padres los compraban por mí y yo tenía que acabar solito con tres cajas de polvorones. No sé, quizá mis padres han descubierto que prefiero el turrón, e incluso que no me gustan los polvorones.
Jo.
Ahora los echo de menos. O, como escribiría un alto cargo de la actual administración pública española, los "hecho" de menos.
Nunca pensé que haría esto, pero me voy a comprar un kilo de polvorones, antes de que cierren la tienda.
Vale, no me gustan, pero tampoco me gusta que no haya. No sé si se me entiende, pero me da igual.
Muy interesante cuento.
ResponderEliminarImplicito en su transcurso.
Y al final, hasta cruel.
Talento puro.
Gracias
Alfred Muñoz
Alfred, no se pase, hombre. Que los polvorones, a veces, apetecen. :)
ResponderEliminarNo me lo puedo creer... O sí, Alfito, viniendo de ti claro que me lo creo, jajajajajaja...
ResponderEliminarBesitos