En Rusia, a diferencia de Europa, los impostores que se hicieron pasar por monarcas legítimos o, al menos, con un derecho legítimo a acceder al poder, tuvieron bastante éxito. Se pueden distinguir tres períodos donde hubo el suficiente desenfreno como para que pasaran cosas raras:
1.- El primero fue cuando tuvo lugar el único cambio de dinastía en Rusia. Los Rúrik se extinguieron en 1598, en la generación siguiente a Iván el Terrible (que, por cierto, también puso de su parte para contribuir a la extinción) y, hasta la subida al poder de los Románov, en 1613, pasó de todo, hasta el punto de que ese período sigue llamándose el "tiempo confuso". Hubo lugar para múltiples impostores y, de entre ellos, destaca el único que tuvo un éxito total: el primer falso Demetrio, o Pseudodemetrio I, para ponerlo todo en una palabra, que fue el único de todos los impostores rusos, y hasta diría que de cualquier sitio, que logró pisar el palacio real (en este caso, el Kremlin), en calidad de jefe de todo.
2.- El segundo período tuvo lugar en el complicado siglo XIX ruso, en particular debido a que las leyes sucesorias de la monarquía rusa eran un asco y daban lugar a interpretaciones de lo más variopinto. Si a ello añadimos unos cuantos asesinatos, un par de zares encarcelados de pequeños, y la famosa princesa Tarakanova, la del cuadro, pues no es de extrañar que salieran impostores a saco. Y, uno de ellos, que no sé ni cómo logró engañar a nadie, montó una guerra civil que le convirtió por un tiempo en el amo de la región del Volga.
Por fortuna, Pablo I impuso la cordura y codificó las leyes sucesorias rusas de manera impecable. Tan impecable, que ahora mismo no hay nadie que las cumpla estrictamente, así que los actuales posibles candidatos a la sucesión de los Románov siguen a la greña entre ellos. Pero, entre su reinado y el final de la monarquía, la cosa funcionó como un reloj.
3.- Y el tercer período fue el que siguió a la matanza de la familia imperial en Ekaterimburgo y es el que ha dado lugar a más películas y jaleos, suponiendo que una de las princesas, Anastasia, se había logrado escapar de la matanza. Supongo que tiene bastante que ver que no hubiera una confirmación oficial de los detalles del asesinato de la familia imperial hasta varias décadas después. Creo que faltan dedos de una mano para contar las señoras que se hicieron pasar por Anastasia Románova, de las que la más famosa fue Anna Anderson, que supongo que era la más convincente, porque posiblemente, como no estaba muy allá del coco, sí que creía ser de veras la princesa, aunque en realidad las cosas están totalmente claras ahora, después de que las tumbas fueran descubiertas y de que se descubrieran las cositas que se pueden hacer con los análisis de ADN.
De momento, lo que se ha sacado con esta última parte son bastantes películas. Todo el mundo sabe cosas de Anastasía Románova, pero seguro que no tantas de los otros dos períodos poco claros, y eso que son mucho más interesantes.
Pues eso, a ver en una de las próximas entradas escribo sobre la inflación de demetrios que hubo en Rusia a principios del siglo XVII.
Todo lo que se cuenta aquí debería tomarse con sentido del humor. Si usted no se ve capaz de hacerlo, y aun así persiste en entrar y leer, sepa que no va por usted, que lo que se cuenta está fuera de contexto y que incluso es posible que no sea ni verdad.
lunes, 28 de febrero de 2011
viernes, 25 de febrero de 2011
Impostores (I)
Hace unas cuantas entradas, Babunita insertó un comentario en la entrada sobre Zinaida Serebryakova, citando el famoso cuadro de la princesa Tarakanova en la cárcel, y entonces ya escribí que eso me daba una idea para una serie de entradas, que fatalmente van a ser sumamente gafapastosas, pero qué le vamos a hacer si las ideas vienen por ahí. Y así, comenzamos por el hecho de que Rusia, hasta 1917 (o 1923, si tenemos en cuenta el régimen blanco del general Dieterichs, con sede en Vladivostok), era una monarquía hereditaria.
Las monarquías hereditarias se basan en que la legitimidad del jefe del estado se basa en la pertenencia a una familia determinada y a un orden específico de sucesión, normalmente de padres a hijos. Esto suele dar una gran estabilidad a los países que adoptan tal forma de gobierno, y que históricamente han sido casi todos, pero tiene el problema de que, cuando hay un cambio inesperado en ese orden específico de sucesión, se arma la gorda. Es lo que tiene la legitimidad.
En España, cuando hay algún problemilla sucesorio que altera ese orden, dirimimos nuestras diferencias a base de tortas y guerra civil, ya desde los visigodos, pasando por Sancho IV de Castilla contra los infantes de la Cerda, o por Pedro I el Cruel contra Enrique de Trastámara, o por Fernando de Antequera contra Jaime de Urgel, o por el archiduque Carlos contra Felipe V, o por la infanta Isabel contra Carlos V (y los sucesores de ambos). Cuando hay lío, pues guerra civil que te crio, y adelante.
Pero, cuando acaba la guerra civil, lo normal sería en aquellos tiempos oscuros que el candidato derrotado fuera muerto por el victorioso. Sería lo normal, pero en España esta norma no se cumple, salvo con una excepción, precisamente Pedro el Cruel, y eso en un combate cuerpo a cuerpo con su rival y hermanastro, que lo mató poco menos que en defensa propia. Los demás candidatos derrotados, no es que lo pasaran bien, pero normalmente salían bien parados. Los sucesores de los infantes de la Cerda, tras unas cuantas guerras civiles en Castilla, se convirtieron en duques de Medinaceli con grandeza de España, que habrá que reconocer que no está mal, para haber perdido la guerra. Jaime de Urgel fue encerrado en Figueras y murió poco después (vale, a éste le fue chungo), pero el archiduque Carlos se convirtió, en lugar de en Rey de España, en Emperador del Sacro Imperio y Rey de Hungría, que posiblemente esté incluso mejor en el escalafón monárquico que ser Rey de España. Y, en cuanto a Carlos V y sus sucesores, pasaron su vida en el exilio, pero nadie pensó en asesinarlos. Vamos, que en España no matamos a nuestros reyes.
En otros países, cuando tienen lío, son mucho menos escrupulosos y sí que matan a sus reyes. Los ingleses, por ejemplo, como cuando Ricardo III encarceló a sus sobrinos, que debían haber sucedido a su hermano, en la Torre de Londres, de donde ya no saldrían, sin que quede muy claro qué fue de ellos, pero seguro que no pasó nada bueno. O como cuando Carlos I fue asesinado a manos de los republicanos de Cromwell.
O los franceses ¡Anda que no son buenos los franceses, cuando se ponen chulos! Luis XVI, es sabido, murio guillotinado en 1793, así que los monárquicos franceses reconocieron como rey de Francia a su hijo, el Delfín, que tenía ocho años, con el nombre de Luis XVII. Los revolucionarios franceses, que por alguna razón que se me escapa tienen buena prensa, gente humanitaria donde las haya, que sólo pensaban en la libertad, igualdad y fraternidad... o muerte, lo tenían encerrado en el Temple, donde lo mataban de hambre en unas condiciones higiénicas lamentables, hasta que efectivamente murió en 1795 ¿A que mola la Revolución?
En ambos casos, las circunstancias de la muerte eran poco claras. Tanto en Inglaterra como en Francia (y fuera de Francia) hubo en los años siguientes bastantes impostores que se hicieron pasar por los príncipes de la Torre o por el Delfín, pero sin mucho éxito. En el caso inglés, Enrique VII, el primero de los Tudor, no se iba con chiquitas y se apiolaba a todo el que tuviera pretensiones a la corona, por remotas que fueran; en el caso francés, los años que siguieron fueron bastante revueltos, y las reivindicaciones monárquicas legitimistas, y más si son dudosas, perdieron bastante fuerza. Hubo algún que otro impostor, el más importante de los cuales es el de la foto de arriba, pero no es que les tomase nadie demasiado en serio.
En Rusia, como en tantas otras cosas, no iban a ser menos que en las otras monarquías europeas. Al contrario, iban a ser más. Pero, como ya me he alargado mucho, lo dejo para una próxima entrada, que hoy se hace tarde.
Las monarquías hereditarias se basan en que la legitimidad del jefe del estado se basa en la pertenencia a una familia determinada y a un orden específico de sucesión, normalmente de padres a hijos. Esto suele dar una gran estabilidad a los países que adoptan tal forma de gobierno, y que históricamente han sido casi todos, pero tiene el problema de que, cuando hay un cambio inesperado en ese orden específico de sucesión, se arma la gorda. Es lo que tiene la legitimidad.
En España, cuando hay algún problemilla sucesorio que altera ese orden, dirimimos nuestras diferencias a base de tortas y guerra civil, ya desde los visigodos, pasando por Sancho IV de Castilla contra los infantes de la Cerda, o por Pedro I el Cruel contra Enrique de Trastámara, o por Fernando de Antequera contra Jaime de Urgel, o por el archiduque Carlos contra Felipe V, o por la infanta Isabel contra Carlos V (y los sucesores de ambos). Cuando hay lío, pues guerra civil que te crio, y adelante.
Pero, cuando acaba la guerra civil, lo normal sería en aquellos tiempos oscuros que el candidato derrotado fuera muerto por el victorioso. Sería lo normal, pero en España esta norma no se cumple, salvo con una excepción, precisamente Pedro el Cruel, y eso en un combate cuerpo a cuerpo con su rival y hermanastro, que lo mató poco menos que en defensa propia. Los demás candidatos derrotados, no es que lo pasaran bien, pero normalmente salían bien parados. Los sucesores de los infantes de la Cerda, tras unas cuantas guerras civiles en Castilla, se convirtieron en duques de Medinaceli con grandeza de España, que habrá que reconocer que no está mal, para haber perdido la guerra. Jaime de Urgel fue encerrado en Figueras y murió poco después (vale, a éste le fue chungo), pero el archiduque Carlos se convirtió, en lugar de en Rey de España, en Emperador del Sacro Imperio y Rey de Hungría, que posiblemente esté incluso mejor en el escalafón monárquico que ser Rey de España. Y, en cuanto a Carlos V y sus sucesores, pasaron su vida en el exilio, pero nadie pensó en asesinarlos. Vamos, que en España no matamos a nuestros reyes.
En otros países, cuando tienen lío, son mucho menos escrupulosos y sí que matan a sus reyes. Los ingleses, por ejemplo, como cuando Ricardo III encarceló a sus sobrinos, que debían haber sucedido a su hermano, en la Torre de Londres, de donde ya no saldrían, sin que quede muy claro qué fue de ellos, pero seguro que no pasó nada bueno. O como cuando Carlos I fue asesinado a manos de los republicanos de Cromwell.
O los franceses ¡Anda que no son buenos los franceses, cuando se ponen chulos! Luis XVI, es sabido, murio guillotinado en 1793, así que los monárquicos franceses reconocieron como rey de Francia a su hijo, el Delfín, que tenía ocho años, con el nombre de Luis XVII. Los revolucionarios franceses, que por alguna razón que se me escapa tienen buena prensa, gente humanitaria donde las haya, que sólo pensaban en la libertad, igualdad y fraternidad... o muerte, lo tenían encerrado en el Temple, donde lo mataban de hambre en unas condiciones higiénicas lamentables, hasta que efectivamente murió en 1795 ¿A que mola la Revolución?
En ambos casos, las circunstancias de la muerte eran poco claras. Tanto en Inglaterra como en Francia (y fuera de Francia) hubo en los años siguientes bastantes impostores que se hicieron pasar por los príncipes de la Torre o por el Delfín, pero sin mucho éxito. En el caso inglés, Enrique VII, el primero de los Tudor, no se iba con chiquitas y se apiolaba a todo el que tuviera pretensiones a la corona, por remotas que fueran; en el caso francés, los años que siguieron fueron bastante revueltos, y las reivindicaciones monárquicas legitimistas, y más si son dudosas, perdieron bastante fuerza. Hubo algún que otro impostor, el más importante de los cuales es el de la foto de arriba, pero no es que les tomase nadie demasiado en serio.
En Rusia, como en tantas otras cosas, no iban a ser menos que en las otras monarquías europeas. Al contrario, iban a ser más. Pero, como ya me he alargado mucho, lo dejo para una próxima entrada, que hoy se hace tarde.
miércoles, 23 de febrero de 2011
Música docente
Habíamos quedado la penúltima vez, tras un comentario de Francisco, en que a los occidentales, mientras duró la Unión Soviética, se nos escamoteaba sistemáticamente la existencia del rock soviético.
La verdad es que no es la única cosa que se nos escamoteaba. Las autoridades soviéticas, y algo queda de ello en las rusas, tenían casi como costumbre ocultar las realidades desagradables hasta que no había alfombra suficientemente grande como para ocultar las vergüenzas. Nuestras profesoras nos decían que en la Unión Soviética no había Navidad, ni se utilizaba la palabra Dios; las autoridades decían que no había drogas, ni SIDA, ni todas esas vergüenzas occidentales; y hasta la explosión nuclear de Chernobyl fue ocultada hasta que los detectores suecos les pusieron en evidencia unos cuantos días después, y ahora nos consta que no fue el primer accidente nuclear, sino sólo fue el primero que no fue posible ocultar.
Hoy se siguen ocultando las vergüenzas todo lo que se puede, en una pose de "aquí no pasa nada" más falsa que un collar de diamantes de tres pesetas. Al que siga la prensa le parecerá que sólo hay atentados terroristas con víctimas en Moscú, y eso una vez al año; en realidad, hay atentados mortales prácticamente a diario en el Cáucaso, que simplemente se pasan por alto, porque ya han dejado de ser noticia. No es que oculten especialmente, es que ya ni siquiera se comentan. Se dan por hechos.
Lo curioso es que la música, aunque sea el rock, no es de por sí algo que deba ocultarse. Uno diría que a los jerifaltes soviéticos se les torcía el gesto cuando veían a los grupos de rock occidentales y pensaban que ni de coña iban a permitir una cosa así en su país... pero los rockeros soviéticos debían pensar de otra manera, y existían. Eran lo bastante hábiles para no comprometerse políticamente (Mashina Vremeni es todo un ejemplo de habilidad), pero no puede decirse que el régimen los promocionara mucho (ni poco) en el extranjero.
En nuestra clase de ruso, teníamos un casete, que hoy debe estar apolillado, donde nuestras voluntariosas, pero sumamente sumisas al Partido, profesoras, nos grabaron, en aquellos felices tiempos anteriores a la ley Sinde, todo tipo de melodías populares. Estaba "Podmoskovskie vecherá", la canción popular rusa por excelencia; había una buena serie de canciones bélicas, incluyendo "Katyusha" o "V put" (seguramente nuestras profesoras no contaban con la presencia de alemanes o elementos germanófilos entre el alumnado y, sin embargo...); otra serie de "shanson", baladillas empalagosas. Había unas pocas bandas musicales de películas populares, y aquí sí que hay que dar la razón al profesorado, porque las bandas musicales de las películas rusas son buenísimas y muchos rusos las conocen de memoria. Y, eso sí, de entre todas las posibilidades de poner rock, lo más parecido fue una, y sólo una, canción de Kino, ni siquiera de las más conocidas, y eso supongo que porque Viktor Tsoy, el líder de Kino, ya estaba criando gusanos. De Mashina Vremeni, Voskresenye, Akvarium o Nautilus no había ni rastro. Lo cual es una lástima, porque se trataba de aprender ruso, y las letras de cualquiera de estos cuatro grupos valen la pena.
Claro, uno llega aquí, y se encuentra con que las cosas no son exactamente como se las han contado. Que hay vida más allá de Iosif Kobzon y, lo que es más chocante, que la había en plena era brezhneviana. Estos tíos estaban ocultando unos grupos de música estupendos, como si les diera vergüenza su existencia, cuando lo que tenían que haber hecho era estar más orgullosos que un navarro después del quinto Tour de Induráin.
Sin embargo, hay dos cosas que pueden disculpar a mis profesoras. La primera, que vaya usted a saber lo que hubiera hecho un profesor de español en su lugar (a ver si pregunto qué hacen en el Instituto Cervantes).
Y la segunda, por lo que, al llegar aquí, me di cuenta que debía estar agradecido, es que no pusieron nada de Alla Pugachova. Uf.
La verdad es que no es la única cosa que se nos escamoteaba. Las autoridades soviéticas, y algo queda de ello en las rusas, tenían casi como costumbre ocultar las realidades desagradables hasta que no había alfombra suficientemente grande como para ocultar las vergüenzas. Nuestras profesoras nos decían que en la Unión Soviética no había Navidad, ni se utilizaba la palabra Dios; las autoridades decían que no había drogas, ni SIDA, ni todas esas vergüenzas occidentales; y hasta la explosión nuclear de Chernobyl fue ocultada hasta que los detectores suecos les pusieron en evidencia unos cuantos días después, y ahora nos consta que no fue el primer accidente nuclear, sino sólo fue el primero que no fue posible ocultar.
Hoy se siguen ocultando las vergüenzas todo lo que se puede, en una pose de "aquí no pasa nada" más falsa que un collar de diamantes de tres pesetas. Al que siga la prensa le parecerá que sólo hay atentados terroristas con víctimas en Moscú, y eso una vez al año; en realidad, hay atentados mortales prácticamente a diario en el Cáucaso, que simplemente se pasan por alto, porque ya han dejado de ser noticia. No es que oculten especialmente, es que ya ni siquiera se comentan. Se dan por hechos.
Lo curioso es que la música, aunque sea el rock, no es de por sí algo que deba ocultarse. Uno diría que a los jerifaltes soviéticos se les torcía el gesto cuando veían a los grupos de rock occidentales y pensaban que ni de coña iban a permitir una cosa así en su país... pero los rockeros soviéticos debían pensar de otra manera, y existían. Eran lo bastante hábiles para no comprometerse políticamente (Mashina Vremeni es todo un ejemplo de habilidad), pero no puede decirse que el régimen los promocionara mucho (ni poco) en el extranjero.
En nuestra clase de ruso, teníamos un casete, que hoy debe estar apolillado, donde nuestras voluntariosas, pero sumamente sumisas al Partido, profesoras, nos grabaron, en aquellos felices tiempos anteriores a la ley Sinde, todo tipo de melodías populares. Estaba "Podmoskovskie vecherá", la canción popular rusa por excelencia; había una buena serie de canciones bélicas, incluyendo "Katyusha" o "V put" (seguramente nuestras profesoras no contaban con la presencia de alemanes o elementos germanófilos entre el alumnado y, sin embargo...); otra serie de "shanson", baladillas empalagosas. Había unas pocas bandas musicales de películas populares, y aquí sí que hay que dar la razón al profesorado, porque las bandas musicales de las películas rusas son buenísimas y muchos rusos las conocen de memoria. Y, eso sí, de entre todas las posibilidades de poner rock, lo más parecido fue una, y sólo una, canción de Kino, ni siquiera de las más conocidas, y eso supongo que porque Viktor Tsoy, el líder de Kino, ya estaba criando gusanos. De Mashina Vremeni, Voskresenye, Akvarium o Nautilus no había ni rastro. Lo cual es una lástima, porque se trataba de aprender ruso, y las letras de cualquiera de estos cuatro grupos valen la pena.
Claro, uno llega aquí, y se encuentra con que las cosas no son exactamente como se las han contado. Que hay vida más allá de Iosif Kobzon y, lo que es más chocante, que la había en plena era brezhneviana. Estos tíos estaban ocultando unos grupos de música estupendos, como si les diera vergüenza su existencia, cuando lo que tenían que haber hecho era estar más orgullosos que un navarro después del quinto Tour de Induráin.
Sin embargo, hay dos cosas que pueden disculpar a mis profesoras. La primera, que vaya usted a saber lo que hubiera hecho un profesor de español en su lugar (a ver si pregunto qué hacen en el Instituto Cervantes).
Y la segunda, por lo que, al llegar aquí, me di cuenta que debía estar agradecido, es que no pusieron nada de Alla Pugachova. Uf.
lunes, 21 de febrero de 2011
Indumentaria
Todavía estoy escribiendo en Valencia, donde hará cosa de veinte grados sobre cero y una brisilla agradable, pero estoy a punto de volver a Moscú, donde, según las fidedignas referencias que me pasa mi familia, hace un frío que pela. De hecho, acabo de entrar en el pronóstico del tiempo para los próximos días en Moscú, y me he puesto de peor humor que después de dejar pasar un mate en dos. Que ya es decir.
Ayer me preguntaba un amigo, a quien había dicho que llevaban en Moscú toda la semana por debajo de veinte bajo cero, y lo que quedaba, qué ropa nos ponemos allí.
Bueno, pues, por sorprendente que parezca, diez grados sobre cero de Valencia, en cuestión de indumentaria, son algo parecido a cinco o seis bajo cero en Moscú. Sí, ya sé que esta afirmación puede ser un choque importante, y que a mucha gente se le puede haber caído el alma a los pies, pero eso se pasa. También llegué yo el otro día a cenar a casa de mis padres, les pillé viendo "Sálvame" por la televisión, y he sobrevivido a la impresión, e incluso fui capaz de comerme la cena.
Cuando la cosa se complica un poco más y las temperaturas se ponen por debajo de, digamos, diez bajo cero, ya hay que prepararse un poco más, para lo que puede ser de utilidad la foto del tipo ese de ahí arriba, que va vestido igualito que yo cuando la temperatura ronda los diez bajo cero.
La chaqueta no es especialmente gruesa, pero por debajo hay un forro polar, un chaleco de punto, una camisa y una camiseta. Normalmente, salvo que haga viento, que ésa es otra, es suficiente para aguantar sin problemas. De hecho, ninguna prenda de las que lleva el tipo ése ha sido comprada en Rusia.
Las manos, la cara y la cabeza, junto con los pies, son las partes más sensibles. En las manos la solución más radical, pero más eficaz, ha consistido en ponerse dos pares de guantes. Uno más fino y otro ya grueso, como en las marchas de alta montaña. En la cara, braga hasta las narices, y algunas veces también gafas de protección para los ojos, sobre todo los días de viento, pues de lo contrario se congelan hasta las lágrimas. Con eso, y con cubrirse bien la cabeza y taparse las orejas, ya va bien. Se ve a muchos guiris por la calle poco menos que a cuerpo serrano y con la cabeza descubierta, y seguramente deberían preguntarse, antes de que el rigor mortis les paralice del todo, por qué los rusos, que llevan más tiempo allí, van mucho más abrigados que ellos.
Eso no quiere decir que no podamos innovar, que es lo que ha hecho el de la foto con la protección de las piernas y los pies. En los pies lleva unas botarras de montaña estándar. Si uno ve a la población rusa, verá que la masculina lleva por lo común botines, mientras que la femenina incluso lleva tacones, lo cual hay que decir que es arriesgado con el hielo que hay por las calles. Este invierno ya he tenido que levantar del suelo a una chica que intentaba hacer demasiadas cosas a la vez (hablar por teléfono, fumar y guardar el mechero, todo a una), y no vio dónde ponía los pies, y poco después el trasero. Como lo principal, pues, es no resbalar, el de la foto lleva unas botas con un dibujo en las suelas bien señalado.
Atadas a las piernas lleva unas polainas, y ahí sí que se distingue de la población local, porque aquí no las lleva nadie. De mis pesquisas he logrado averiguar que existe una palabra en ruso para "polaina", pero se usa tan poco como las propias polainas y mis compañeros de trabajo tuvieron que rascarse mucho la cabeza para dar con ella.
Lo recomiendo encarecidamente. La nieve en Moscú no es blanca, como la de la foto, que es recién caída, sino un mejunje marrón asqueroso que salpica los pantalones a cada paso que da uno, con lo que uno se presenta en el trabajo como si viniera de un partido de rugby... salvo que lleve unas polainas y que los manchurrones se los lleven éstas. Además, son un cortaviento ideal para abrigar las espinillas.
Esto, hasta unos quince bajo cero. Cuando la cosa se pone realmente seria, que es cuando estamos a veinte o menos, ya hay que echar mano de ropa de invierno de verdad, pero, de momento, de esto no hay foto, porque ¡anda que no hay que tener humor para andar pensando en sacarse fotitos a veintipico bajo cero!
Y quedó pendiente lo de la enseñanza rusa de idiomas y la música moderna rusa... pero eso se queda para otra ocasión, porque me están llamando para subir al avión. Mejor será que me quite las bermudas y me ponga pantalón largo...
Ayer me preguntaba un amigo, a quien había dicho que llevaban en Moscú toda la semana por debajo de veinte bajo cero, y lo que quedaba, qué ropa nos ponemos allí.
Bueno, pues, por sorprendente que parezca, diez grados sobre cero de Valencia, en cuestión de indumentaria, son algo parecido a cinco o seis bajo cero en Moscú. Sí, ya sé que esta afirmación puede ser un choque importante, y que a mucha gente se le puede haber caído el alma a los pies, pero eso se pasa. También llegué yo el otro día a cenar a casa de mis padres, les pillé viendo "Sálvame" por la televisión, y he sobrevivido a la impresión, e incluso fui capaz de comerme la cena.
Cuando la cosa se complica un poco más y las temperaturas se ponen por debajo de, digamos, diez bajo cero, ya hay que prepararse un poco más, para lo que puede ser de utilidad la foto del tipo ese de ahí arriba, que va vestido igualito que yo cuando la temperatura ronda los diez bajo cero.
La chaqueta no es especialmente gruesa, pero por debajo hay un forro polar, un chaleco de punto, una camisa y una camiseta. Normalmente, salvo que haga viento, que ésa es otra, es suficiente para aguantar sin problemas. De hecho, ninguna prenda de las que lleva el tipo ése ha sido comprada en Rusia.
Las manos, la cara y la cabeza, junto con los pies, son las partes más sensibles. En las manos la solución más radical, pero más eficaz, ha consistido en ponerse dos pares de guantes. Uno más fino y otro ya grueso, como en las marchas de alta montaña. En la cara, braga hasta las narices, y algunas veces también gafas de protección para los ojos, sobre todo los días de viento, pues de lo contrario se congelan hasta las lágrimas. Con eso, y con cubrirse bien la cabeza y taparse las orejas, ya va bien. Se ve a muchos guiris por la calle poco menos que a cuerpo serrano y con la cabeza descubierta, y seguramente deberían preguntarse, antes de que el rigor mortis les paralice del todo, por qué los rusos, que llevan más tiempo allí, van mucho más abrigados que ellos.
Eso no quiere decir que no podamos innovar, que es lo que ha hecho el de la foto con la protección de las piernas y los pies. En los pies lleva unas botarras de montaña estándar. Si uno ve a la población rusa, verá que la masculina lleva por lo común botines, mientras que la femenina incluso lleva tacones, lo cual hay que decir que es arriesgado con el hielo que hay por las calles. Este invierno ya he tenido que levantar del suelo a una chica que intentaba hacer demasiadas cosas a la vez (hablar por teléfono, fumar y guardar el mechero, todo a una), y no vio dónde ponía los pies, y poco después el trasero. Como lo principal, pues, es no resbalar, el de la foto lleva unas botas con un dibujo en las suelas bien señalado.
Atadas a las piernas lleva unas polainas, y ahí sí que se distingue de la población local, porque aquí no las lleva nadie. De mis pesquisas he logrado averiguar que existe una palabra en ruso para "polaina", pero se usa tan poco como las propias polainas y mis compañeros de trabajo tuvieron que rascarse mucho la cabeza para dar con ella.
Lo recomiendo encarecidamente. La nieve en Moscú no es blanca, como la de la foto, que es recién caída, sino un mejunje marrón asqueroso que salpica los pantalones a cada paso que da uno, con lo que uno se presenta en el trabajo como si viniera de un partido de rugby... salvo que lleve unas polainas y que los manchurrones se los lleven éstas. Además, son un cortaviento ideal para abrigar las espinillas.
Esto, hasta unos quince bajo cero. Cuando la cosa se pone realmente seria, que es cuando estamos a veinte o menos, ya hay que echar mano de ropa de invierno de verdad, pero, de momento, de esto no hay foto, porque ¡anda que no hay que tener humor para andar pensando en sacarse fotitos a veintipico bajo cero!
Y quedó pendiente lo de la enseñanza rusa de idiomas y la música moderna rusa... pero eso se queda para otra ocasión, porque me están llamando para subir al avión. Mejor será que me quite las bermudas y me ponga pantalón largo...
viernes, 18 de febrero de 2011
Músicos de toda la vida
El otro día, Al`bert publicó una breve entrada en la que mostraba dos de los hits rusos del momento. Efectivamente, son un hit en el peor de los significados de la palabra, al menos para el color de mi gusto: un rap soso de fiesta absurda "Moscú no duerme" y una niña que tampoco va nada sobrada de sal balbuciendo una plañidera canción de ¿amor? ¡Qué va! Si eso es el amor, apañados estamos.
Cuando yo llegué a Rusia, en el lejano 1994, el rap todavía no había llegado. Alla Pugachova, ese ser, estaba en la cresta de la ola sacando un hit tras otro. Por cierto que, en ruso, ahora se dice "jit", como en inglés, pero la palabra de toda la vida para describir un éxito musical es "shliaguer", que para cualquiera que sepa alemán está bastante claro de dónde viene. Schläger, sí, y quiere decir "golpe", igualito que hit. Con tanto golpe de Alla Pugachova, no es de extrañar que el país entero se estuviese tambaleando, y que terminase por resbalar en agosto de 1998. Aún aguantó de pie bastante.
Como mis gustos musicales no van por ahí, me puse a husmear si había algo decente entre la música rusa, y sí que lo había. Comprar música legal era tarea casi imposible por aquellos tiempos, así que había que conformarse con las cintas que pirateaba sistemáticamente todo el mundo, una muestra de las cuales está en la foto de arriba, tomada ahora mismo en mi biblioteca de Valencia, adonde fueron a parar todas mis cintas después de mi primera retirada de Rusia. Cintas, sí. Prehistoria, lo sé.
Que conste que no compro material falsificado sistemáticamente, sino sólo cuando la ocasión lo requiere. De hecho, incluso soy una de las pocas personas de este mundo que ha comprado un disco de Rosendo, sí, sí, en tienda, en lugar de copiarlo, como el resto de la basca.
Con Mashina Vremeni (la máquina del tiempo, en castellano) pasaba algo parecido. En 1994, en Moscú, no es que no hubiera discos, es que muchas veces ni siquiera había huevos, con lo que si uno quería escuchar sus canciones tenía que esperar a que las pasaran por la radio, cosa que, por suerte, sucedía con frecuencia, o acudir a uno de los innumerables tenderetes que jalonaban las inmediaciones de las estaciones de metro con total impunidad y hacerse con las cintas que quisiera.
Mashina Vremeni fue fundado en 1969 por Sergey Kavagoye y Andrey Makarevich, que cuarenta años después sigue siendo el líder del grupo. Hay que hacer notar que, aunque han actuado en Moscú innumerables veces (de hecho, son de Moscú), no por ello necesariamente están acabados, porque esta regla, de que quien toca en Moscú está forzosamente acabado, ya quedamos en que no rige para los músicos locales. Están acabados, sí, pero eso es por el paso del tiempo, que es sumamente tozudo.
Su esplendor, como es el caso de tantos grupos, tiene lugar en sus primeros años, que en su caso coincidió con la era de Brezhnev. He tenido la ocasión de charlar con gente que entonces era joven y que ya no cumplirá los cincuenta, y tienen un recuerdo excelente de los conciertos de Mashina Vremeni.
Makarevich siempre ha dicho que ellos nunca tuvieron intención política con las letras de sus canciones, pero evidentemente sus seguidores no pensaban igual que ellos, y no está muy claro si Makarevich lo que hace es poner una sonrisa pícara mientras dice que los seguidores muchas veces ven en las canciones algo en lo que los autores ni siquiera habían pensado. Vamos a decidirlo por nosotros mismos con el siguiente vídeo, de 1977, en plena era brezhneviana, con entrevista incluida a los tres componentes del grupo (los dos fundadores y Margulis, aunque Makarevich es quien lleva la voz cantante, y nunca mejor dicho)y donde tocan una de sus canciones más famosas: "Marionetas". A disfrutar, y luego nos preguntaremos: ¿tenían intención política o son imaginaciones de sus seguidores?
La letra completa está ahí, en ruso, y abajo en español, precipitadamente traducida por un servidor.
Лица стерты, краски тусклы,
То ли люди, то ли куклы.
Взгляд похож на взгляд,
А день - на день.
Я устал и отдыхая
В балаган вас приглашаю,
Где куклы так похожи на людей.
Borradas las caras, difuso el color,
sean personas o muñecos.
La mirada semeja la mirada,
y el día semeja al día.
Me cansé y, descansando,
os invito al teatro de títeres,
donde los muñecos se parecen tanto a las personas.
Арлекины и пираты, циркачи и акробаты,
И злодей, чей вид внушает страх.
Волк и заяц, тигры в клетке -
Все они марионетки
В ловких и натруженных руках.
Волк и заяц, тигры в клетке -
Все они марионетки
В ловких и натруженных руках.
Arlequines y piratas, artistas y acróbatas,
y malvados, que sólo verlos da miedo.
El lobo y la liebre, los tigres en la jaula.
Todos son marionetas
en manos diestras y expertas.
El lobo y la liebre, los tigres en la jaula.
Todos son marionetas
en manos diestras y expertas.
Кукол дергают за нитки,
На лице у них улыбки,
И играет клоун на трубе.
И в процессе представленья
Создается впечатленье,
Что куклы пляшут сами по себе.
Los muñecos penden de un hilo,
en su cara hay sonrisas,
y un payaso toca la trompeta.
Y en la representación
va surgiendo la impresión
de que los muñecos bailan por sí mismos.
Ах, до чего порой обидно,
Что хозяина не видно,
Вверх и в темноту уходит нить.
А куклы так ему послушны,
И мы верим простодушно
В то, что кукла может говорить.
А куклы так ему послушны,
И мы верим простодушно
В то, что кукла может говорить.
Oh, hasta qué punto es una pena
que el titiritero no se vea.
El hilo sube a la oscuridad.
Y tanto los títeres le obedecen,
que creemos simplonamente
que el títere puede hablar.
Y tanto los títeres le obedecen,
que creemos simplonamente
que el títere puede hablar.
Но вот хозяин гасит свечи.
Кончен бал и кончен вечер,
Засияет месяц в облаках.
И кукол снимут с нитки длинной,
И, засыпав нафталином,
В виде тряпок сложат в сундуках.
И кукол снимут с нитки длинной,
И, засыпав нафталином,
В виде тряпок сложат в сундуках.
Pero el amo apaga la luz.
Ha acabado la velada,
la luna irradia entre las nubes.
Y sacan a los muñecos de los hilos,
los rocían de naftalina,
y los tiran al baúl, como un trapo.
Y sacan a los muñecos de los hilos,
los rocían de naftalina,
y los tiran al baúl, como un trapo.
Después de letras como éstas (suena actual, ¿verdad?), por mucho que pierdan en español, la comparación con "Moscú no duerme", y con todas las vaciedades musicales que nos enchufan, no es que sea odiosa: es que es para echarse a llorar.
Cuando yo llegué a Rusia, en el lejano 1994, el rap todavía no había llegado. Alla Pugachova, ese ser, estaba en la cresta de la ola sacando un hit tras otro. Por cierto que, en ruso, ahora se dice "jit", como en inglés, pero la palabra de toda la vida para describir un éxito musical es "shliaguer", que para cualquiera que sepa alemán está bastante claro de dónde viene. Schläger, sí, y quiere decir "golpe", igualito que hit. Con tanto golpe de Alla Pugachova, no es de extrañar que el país entero se estuviese tambaleando, y que terminase por resbalar en agosto de 1998. Aún aguantó de pie bastante.
Como mis gustos musicales no van por ahí, me puse a husmear si había algo decente entre la música rusa, y sí que lo había. Comprar música legal era tarea casi imposible por aquellos tiempos, así que había que conformarse con las cintas que pirateaba sistemáticamente todo el mundo, una muestra de las cuales está en la foto de arriba, tomada ahora mismo en mi biblioteca de Valencia, adonde fueron a parar todas mis cintas después de mi primera retirada de Rusia. Cintas, sí. Prehistoria, lo sé.
Que conste que no compro material falsificado sistemáticamente, sino sólo cuando la ocasión lo requiere. De hecho, incluso soy una de las pocas personas de este mundo que ha comprado un disco de Rosendo, sí, sí, en tienda, en lugar de copiarlo, como el resto de la basca.
Con Mashina Vremeni (la máquina del tiempo, en castellano) pasaba algo parecido. En 1994, en Moscú, no es que no hubiera discos, es que muchas veces ni siquiera había huevos, con lo que si uno quería escuchar sus canciones tenía que esperar a que las pasaran por la radio, cosa que, por suerte, sucedía con frecuencia, o acudir a uno de los innumerables tenderetes que jalonaban las inmediaciones de las estaciones de metro con total impunidad y hacerse con las cintas que quisiera.
Mashina Vremeni fue fundado en 1969 por Sergey Kavagoye y Andrey Makarevich, que cuarenta años después sigue siendo el líder del grupo. Hay que hacer notar que, aunque han actuado en Moscú innumerables veces (de hecho, son de Moscú), no por ello necesariamente están acabados, porque esta regla, de que quien toca en Moscú está forzosamente acabado, ya quedamos en que no rige para los músicos locales. Están acabados, sí, pero eso es por el paso del tiempo, que es sumamente tozudo.
Su esplendor, como es el caso de tantos grupos, tiene lugar en sus primeros años, que en su caso coincidió con la era de Brezhnev. He tenido la ocasión de charlar con gente que entonces era joven y que ya no cumplirá los cincuenta, y tienen un recuerdo excelente de los conciertos de Mashina Vremeni.
Makarevich siempre ha dicho que ellos nunca tuvieron intención política con las letras de sus canciones, pero evidentemente sus seguidores no pensaban igual que ellos, y no está muy claro si Makarevich lo que hace es poner una sonrisa pícara mientras dice que los seguidores muchas veces ven en las canciones algo en lo que los autores ni siquiera habían pensado. Vamos a decidirlo por nosotros mismos con el siguiente vídeo, de 1977, en plena era brezhneviana, con entrevista incluida a los tres componentes del grupo (los dos fundadores y Margulis, aunque Makarevich es quien lleva la voz cantante, y nunca mejor dicho)y donde tocan una de sus canciones más famosas: "Marionetas". A disfrutar, y luego nos preguntaremos: ¿tenían intención política o son imaginaciones de sus seguidores?
La letra completa está ahí, en ruso, y abajo en español, precipitadamente traducida por un servidor.
Лица стерты, краски тусклы,
То ли люди, то ли куклы.
Взгляд похож на взгляд,
А день - на день.
Я устал и отдыхая
В балаган вас приглашаю,
Где куклы так похожи на людей.
Borradas las caras, difuso el color,
sean personas o muñecos.
La mirada semeja la mirada,
y el día semeja al día.
Me cansé y, descansando,
os invito al teatro de títeres,
donde los muñecos se parecen tanto a las personas.
Арлекины и пираты, циркачи и акробаты,
И злодей, чей вид внушает страх.
Волк и заяц, тигры в клетке -
Все они марионетки
В ловких и натруженных руках.
Волк и заяц, тигры в клетке -
Все они марионетки
В ловких и натруженных руках.
Arlequines y piratas, artistas y acróbatas,
y malvados, que sólo verlos da miedo.
El lobo y la liebre, los tigres en la jaula.
Todos son marionetas
en manos diestras y expertas.
El lobo y la liebre, los tigres en la jaula.
Todos son marionetas
en manos diestras y expertas.
Кукол дергают за нитки,
На лице у них улыбки,
И играет клоун на трубе.
И в процессе представленья
Создается впечатленье,
Что куклы пляшут сами по себе.
Los muñecos penden de un hilo,
en su cara hay sonrisas,
y un payaso toca la trompeta.
Y en la representación
va surgiendo la impresión
de que los muñecos bailan por sí mismos.
Ах, до чего порой обидно,
Что хозяина не видно,
Вверх и в темноту уходит нить.
А куклы так ему послушны,
И мы верим простодушно
В то, что кукла может говорить.
А куклы так ему послушны,
И мы верим простодушно
В то, что кукла может говорить.
Oh, hasta qué punto es una pena
que el titiritero no se vea.
El hilo sube a la oscuridad.
Y tanto los títeres le obedecen,
que creemos simplonamente
que el títere puede hablar.
Y tanto los títeres le obedecen,
que creemos simplonamente
que el títere puede hablar.
Но вот хозяин гасит свечи.
Кончен бал и кончен вечер,
Засияет месяц в облаках.
И кукол снимут с нитки длинной,
И, засыпав нафталином,
В виде тряпок сложат в сундуках.
И кукол снимут с нитки длинной,
И, засыпав нафталином,
В виде тряпок сложат в сундуках.
Pero el amo apaga la luz.
Ha acabado la velada,
la luna irradia entre las nubes.
Y sacan a los muñecos de los hilos,
los rocían de naftalina,
y los tiran al baúl, como un trapo.
Y sacan a los muñecos de los hilos,
los rocían de naftalina,
y los tiran al baúl, como un trapo.
Después de letras como éstas (suena actual, ¿verdad?), por mucho que pierdan en español, la comparación con "Moscú no duerme", y con todas las vaciedades musicales que nos enchufan, no es que sea odiosa: es que es para echarse a llorar.
miércoles, 16 de febrero de 2011
Música de golpes de Estado
Cumplido el objetivo de asistir a la exposición de pintura, he salido de Moscú unos días, y estoy en el lugar de la foto.
En España, cuando hay un golpe de Estado (sólo he vivido uno, así que puedo generalizar), se pone música militar. En Rusia, cuando hay un golpe de Estado, en la radio suena la suite de "El lago de los cisnes", de Chaykovsky. Seguro que hay mucha gente a la que se le eriza la piel cuando emiten eso.
En la ciudad en la que estoy, única ciudad española en la que ha triunfado brevemente un golpe de Estado en los últimos setenta y pico años, está visto que también "El lago de los cisnes" tiene un huequecito, aunque el lago sea artificial y los cisnes haya que moverlos a pedales.
En España, cuando hay un golpe de Estado (sólo he vivido uno, así que puedo generalizar), se pone música militar. En Rusia, cuando hay un golpe de Estado, en la radio suena la suite de "El lago de los cisnes", de Chaykovsky. Seguro que hay mucha gente a la que se le eriza la piel cuando emiten eso.
En la ciudad en la que estoy, única ciudad española en la que ha triunfado brevemente un golpe de Estado en los últimos setenta y pico años, está visto que también "El lago de los cisnes" tiene un huequecito, aunque el lago sea artificial y los cisnes haya que moverlos a pedales.
lunes, 14 de febrero de 2011
La exposición, por fin
A Zinaida Serebriakova no le gustaba trabajar con modelos profesionales. Prefería ponerse ella misma como modelo, o tomar a sus familiares, incluso para sus desnudos, que son logros soberbios y algunos de los cuales se han subastado bastante recientemente por sumas considerables. Sus hijos son un objeto muy frecuente en su obra y, en el exilio parisino, también posaron para ella condesas y duquesas rusas emigradas. Ahí, marcando estilo, nada de modelos plebeyas.
En la exposición no estaban, extrañamente, las obras expuestas en la Tretyakov, pero sí varias de las que están en el Museo ruso de San Petersburgo (no, ya no es Leningrado), incluyendo alguna que otra de su etapa posterior a 1924.
Si comparamos los autorretratos de Serebriakova con las escasas fotografías que se conservan de ella, se perciben algunas diferencias. Algunas veces, Zinaida Serebriakova se "idealiza" un tanto, como en su autorretrato como Arlequín, o como en su autorretrato con vela, donde aparece, para mi gusto, bastante más agraciada que lo que reflejan las fotografías. Dicho esto, debe ser cierto que a las pintoras que se han hecho autorretratos no les acaba de gustar que las fotografíen, al menos a la que yo conozco mejor no le gusta nada.
El autorretrato "La muchacha con el cirio" es buenísimo. Como casi todo. Estaba en la exposición del Dom Nashokina, nos muestra a una muchacha joven, casi una niña, sonriendo, poco menos que supurando felicidad. Pero, claro, es de 1911, y todo iba bien.
Por contra, después de 1917, y mucho más después de 1919, las cosas cambiaron, y no para bien. Ucrania no era el mejor lugar para estar entre 1917 y 1920, en medio de la ensalada de tortas que se estaban metiendo los alemanes del Kaiser Guillermo (hasta que se rindieron, claro), los nacionalistas ucranianos, los bolcheviques, los blancos y los anarquistas, en un todos contra todos que deja pálida cualquier guerra civil anterior. A esta pobre familia, que jamás se había significado políticamente y era muy apreciada por la población campesina de los alrededores de Neskuchnoye, los anarquistas les saquearon absolutamente todo. Y, para acabarlo de estropear, en 1919 murió el padre de la familia, Borís Serebriakov.
Uno de los aciertos de la exposición fue la muestra del sótano del Dom Naschokina, que no eran cuadros de Zinaida Serebriakova, sino reproducciones de fotografías, y fragmentos de cartas escritas por ella o sobre ella. Y, además, la proyección de una película sobre su vida: "El castillo de naipes de Zinaida Serebriakova". En ella se hacía alusión al cuadro más triste, seguramente, de su obra, expuesto en la sala de arriba: "El castillo de naipes".
"El castillo de naipes", de 1919, muestra a los cuatro hijos de la pintora, que acaban de quedar huérfanos, con un aspecto tristísimo, tratando de montar un frágil castillo de naipes que va a caer de un momento a otro. Normalmente está en el Museo ruso de San Petersburgo, y se le hace a uno un nudo en el corazón al imaginarse la escena y el significado simbólico del castillo de naipes.
La exposición de correspondencia de Zinaida Serebriakova también merece mucho la pena. Permite aclarar muchas de las dudas que surgen al leer las biografías, muchas veces muy poco documentadas, que corren por internet. Desde París, y sólo con ayuda de la Cruz Roja, Zinaida Serebriakova logró traer a dos de sus hijos, pero las autoridades soviéticas se negaron a dejar salir del país a los otros dos y a su madre, probablemente para que fueran testigos destacados, quieras que no, del paraíso socialista que estaban montando. A su hija mayor no la volvió a ver hasta 1960, cuando la dejaron viajar a París en medio del deshielo que sucedió a la muerte de Stalin.
Es un lugar común, sobre todo en Rusia, pensar que la etapa francesa de Zinaida Serebriakova es inferior a la rusa. Pero este modo de pensar tan típicamente ruso de que todo lo que está en Rusia, al menos en el terreno artístico, es mejor que lo extranjero, y que tantas veces se repite, es de por sí sospechoso y debe ser comprobado. De hecho, Zinaida Serebriakova, a pesar del apellido, no tenía ni una gota de sangre rusa, sino francesa, su apellido de soltera era Lanceray y su madre era una Benois, de los Benois que emigraron a Rusia cuando la Revolución francesa se puso demasiado violenta. O sea, que eso de emigrar era una lección que tenían bien aprendida.
En la exposición de Serebriakova en Dom Naschokina no hubo forma de convencerse de la calidad de su obra posterior al exilio, porque sólo había unas pocas obras de ese período. Alguna, de su viaje a Marruecos; pero también había un autorretrato.
En el autorretrato, de 1956, Zinaida Serebriakova debía estar a punto de cumplir setenta años. Ya no es la jovencita de veinticinco... pero sigue sonriendo, como entonces.
En la exposición no estaban, extrañamente, las obras expuestas en la Tretyakov, pero sí varias de las que están en el Museo ruso de San Petersburgo (no, ya no es Leningrado), incluyendo alguna que otra de su etapa posterior a 1924.
Si comparamos los autorretratos de Serebriakova con las escasas fotografías que se conservan de ella, se perciben algunas diferencias. Algunas veces, Zinaida Serebriakova se "idealiza" un tanto, como en su autorretrato como Arlequín, o como en su autorretrato con vela, donde aparece, para mi gusto, bastante más agraciada que lo que reflejan las fotografías. Dicho esto, debe ser cierto que a las pintoras que se han hecho autorretratos no les acaba de gustar que las fotografíen, al menos a la que yo conozco mejor no le gusta nada.
El autorretrato "La muchacha con el cirio" es buenísimo. Como casi todo. Estaba en la exposición del Dom Nashokina, nos muestra a una muchacha joven, casi una niña, sonriendo, poco menos que supurando felicidad. Pero, claro, es de 1911, y todo iba bien.
Por contra, después de 1917, y mucho más después de 1919, las cosas cambiaron, y no para bien. Ucrania no era el mejor lugar para estar entre 1917 y 1920, en medio de la ensalada de tortas que se estaban metiendo los alemanes del Kaiser Guillermo (hasta que se rindieron, claro), los nacionalistas ucranianos, los bolcheviques, los blancos y los anarquistas, en un todos contra todos que deja pálida cualquier guerra civil anterior. A esta pobre familia, que jamás se había significado políticamente y era muy apreciada por la población campesina de los alrededores de Neskuchnoye, los anarquistas les saquearon absolutamente todo. Y, para acabarlo de estropear, en 1919 murió el padre de la familia, Borís Serebriakov.
Uno de los aciertos de la exposición fue la muestra del sótano del Dom Naschokina, que no eran cuadros de Zinaida Serebriakova, sino reproducciones de fotografías, y fragmentos de cartas escritas por ella o sobre ella. Y, además, la proyección de una película sobre su vida: "El castillo de naipes de Zinaida Serebriakova". En ella se hacía alusión al cuadro más triste, seguramente, de su obra, expuesto en la sala de arriba: "El castillo de naipes".
"El castillo de naipes", de 1919, muestra a los cuatro hijos de la pintora, que acaban de quedar huérfanos, con un aspecto tristísimo, tratando de montar un frágil castillo de naipes que va a caer de un momento a otro. Normalmente está en el Museo ruso de San Petersburgo, y se le hace a uno un nudo en el corazón al imaginarse la escena y el significado simbólico del castillo de naipes.
La exposición de correspondencia de Zinaida Serebriakova también merece mucho la pena. Permite aclarar muchas de las dudas que surgen al leer las biografías, muchas veces muy poco documentadas, que corren por internet. Desde París, y sólo con ayuda de la Cruz Roja, Zinaida Serebriakova logró traer a dos de sus hijos, pero las autoridades soviéticas se negaron a dejar salir del país a los otros dos y a su madre, probablemente para que fueran testigos destacados, quieras que no, del paraíso socialista que estaban montando. A su hija mayor no la volvió a ver hasta 1960, cuando la dejaron viajar a París en medio del deshielo que sucedió a la muerte de Stalin.
Es un lugar común, sobre todo en Rusia, pensar que la etapa francesa de Zinaida Serebriakova es inferior a la rusa. Pero este modo de pensar tan típicamente ruso de que todo lo que está en Rusia, al menos en el terreno artístico, es mejor que lo extranjero, y que tantas veces se repite, es de por sí sospechoso y debe ser comprobado. De hecho, Zinaida Serebriakova, a pesar del apellido, no tenía ni una gota de sangre rusa, sino francesa, su apellido de soltera era Lanceray y su madre era una Benois, de los Benois que emigraron a Rusia cuando la Revolución francesa se puso demasiado violenta. O sea, que eso de emigrar era una lección que tenían bien aprendida.
En la exposición de Serebriakova en Dom Naschokina no hubo forma de convencerse de la calidad de su obra posterior al exilio, porque sólo había unas pocas obras de ese período. Alguna, de su viaje a Marruecos; pero también había un autorretrato.
En el autorretrato, de 1956, Zinaida Serebriakova debía estar a punto de cumplir setenta años. Ya no es la jovencita de veinticinco... pero sigue sonriendo, como entonces.
viernes, 11 de febrero de 2011
Tratando de ver la exposición de pintura
El "Dom Naschokina" es una sala de exposiciones que antiguamente fue vivienda de Naschokin, un amigo de Pushkin, y en donde éste se alojó en ocasiones. Obviamente, y tratándose de Pushkin, no falta la consabida placa para conmemorar su estancia. Actualmente es una rara avis de dos plantas en la zona en la que está situada y que está plagada de edificios mostrencos de monstruosidad y fealdad parejas, con alguna casita superviviente de otras épocas que demuestra lo que Moscú podría haber sido, y no es.
La exposición de Zinaida Serebriakova comenzó el 6 de octubre, de lo que me di cuenta bastante pronto, no en vano paso casi a diario por delante del Dom Naschokina. También me di cuenta de que iba a durar bastante, hasta el 30 de enero. "Bueno", pensé, "yo esto no me lo pierdo, pero tengo tiempo." Je, eso creía yo, iluso de mí. Las cosas se complicaron, llegaron las vacaciones de Navidad sin visitar la exposición, y ya pensé: "Bueno, en cuanto volvamos a Rusia entro sin falta." Y así fue: el primer viernes tras nuestro retorno salí a mi hora del trabajo, en lugar de dos horas después, y me presenté en la entrada.
Me puse las fundas para los pies (no faltaría más), subí las escaleras, y la señora que cobraba las entradas, una babushka del subtipo en recesión "matrona senior bondadosa", me señaló:
- Verá, la entrada son doscientos rublos, pero tenga en cuenta que, por razones técnicas, sólo funciona el segundo piso, pero no el primero.
- ¡...!
- Bueno, supongo que podremos arreglarlo en algún momento, pero hoy seguro que no. Tome nuestra tarjeta y llámenos cuando pueda venir, y ya le diremos si se puede visitar todo.
"Razones técnicas", en castellano, significa "se ha ido la luz y no tenemos ni pajolera idea de cuándo podremos arreglar el follón éste". Tiene más significados, que engloban cualquier tipo de contratiempo sobre el que no quieres dar explicaciones, cosa que ocurre con frecuencia en cualquier sitio, y no digamos en una casa del siglo XVIII con una primitiva instalación eléctrica que el día menos pensado convertirá el Dom Naschokina en una falla de sección especial.
Al día siguiente, sábado, volví a pasar por delante. Ciertamente no tenía tiempo para ver la exposición, pero sí para preguntar rápidamente cómo iban sus razones técnicas. Me puse las fundas, subí las escaleras, y pregunté a la vendedora de entradas si ya había vuelto la luz:
- ¿Qué quiere usted? ¿A qué viene? - me respondió la susodicha, más cortante que una guillotina sin estrenar.
Me había tocado otra "babushka", pero ésta del subgénero más común "bestia secans furibunda".
- Pues quería ver si ya se podían visitar los dos pisos...
No me dejó terminar, claro.
- ¿Qué quiere? ¿Qué quiere? ¡Dígamelo o váyase!
Visto lo visto, y oído lo oído, opté por lo segundo.
Por fortuna, y en vista del éxito de la exposición, decidieron prolongarla hasta el 13 de febrero. Y lo del éxito es verdad: siempre que pasaba por delante de la puerta del Dom Naschokina había alguien entrando o saliendo. Fue así como, finalmente, el sábado pasado se produjo la conjunción planetaria que me permitió visitar la exposición. cosa que, por fin, llegará en la próxima entrada. Ahora sí, de verdad.
Es que hoy se hace tarde...
La exposición de Zinaida Serebriakova comenzó el 6 de octubre, de lo que me di cuenta bastante pronto, no en vano paso casi a diario por delante del Dom Naschokina. También me di cuenta de que iba a durar bastante, hasta el 30 de enero. "Bueno", pensé, "yo esto no me lo pierdo, pero tengo tiempo." Je, eso creía yo, iluso de mí. Las cosas se complicaron, llegaron las vacaciones de Navidad sin visitar la exposición, y ya pensé: "Bueno, en cuanto volvamos a Rusia entro sin falta." Y así fue: el primer viernes tras nuestro retorno salí a mi hora del trabajo, en lugar de dos horas después, y me presenté en la entrada.
Me puse las fundas para los pies (no faltaría más), subí las escaleras, y la señora que cobraba las entradas, una babushka del subtipo en recesión "matrona senior bondadosa", me señaló:
- Verá, la entrada son doscientos rublos, pero tenga en cuenta que, por razones técnicas, sólo funciona el segundo piso, pero no el primero.
- ¡...!
- Bueno, supongo que podremos arreglarlo en algún momento, pero hoy seguro que no. Tome nuestra tarjeta y llámenos cuando pueda venir, y ya le diremos si se puede visitar todo.
"Razones técnicas", en castellano, significa "se ha ido la luz y no tenemos ni pajolera idea de cuándo podremos arreglar el follón éste". Tiene más significados, que engloban cualquier tipo de contratiempo sobre el que no quieres dar explicaciones, cosa que ocurre con frecuencia en cualquier sitio, y no digamos en una casa del siglo XVIII con una primitiva instalación eléctrica que el día menos pensado convertirá el Dom Naschokina en una falla de sección especial.
Al día siguiente, sábado, volví a pasar por delante. Ciertamente no tenía tiempo para ver la exposición, pero sí para preguntar rápidamente cómo iban sus razones técnicas. Me puse las fundas, subí las escaleras, y pregunté a la vendedora de entradas si ya había vuelto la luz:
- ¿Qué quiere usted? ¿A qué viene? - me respondió la susodicha, más cortante que una guillotina sin estrenar.
Me había tocado otra "babushka", pero ésta del subgénero más común "bestia secans furibunda".
- Pues quería ver si ya se podían visitar los dos pisos...
No me dejó terminar, claro.
- ¿Qué quiere? ¿Qué quiere? ¡Dígamelo o váyase!
Visto lo visto, y oído lo oído, opté por lo segundo.
Por fortuna, y en vista del éxito de la exposición, decidieron prolongarla hasta el 13 de febrero. Y lo del éxito es verdad: siempre que pasaba por delante de la puerta del Dom Naschokina había alguien entrando o saliendo. Fue así como, finalmente, el sábado pasado se produjo la conjunción planetaria que me permitió visitar la exposición. cosa que, por fin, llegará en la próxima entrada. Ahora sí, de verdad.
Es que hoy se hace tarde...
miércoles, 9 de febrero de 2011
La autorretratista
Mi primera visita a la Galería Tretyakov tuvo lugar en algún momento de julio de 1995, acompañado de un español totalmente flipado por los iconos ortodoxos, de los que sabía absolutamente todo lo que había que saber. Nos pasamos cuatro horas largas viendo iconos, mientras me explicaba las excelencias de Andrei Rubliov y Feofán Grek, y se hacía lenguas de las bondades de la escuela iconográfica ortodoxa del siglo XV, por contraposición a los iconos del siglo XVII, que ya incorporan elementos occidentales, como la perspectiva, y que, según él, habían perdido buena parte del significado que habían tenido un par de siglos antes.
Desde esas cuatro horas, en las que no pude pasar de la zona de los iconos, porque el español que iba conmigo no me dejó, como que les tomé un poco de manía.
Mi segunda visita a la Galería Tretyakov tuvo lugar dos días después (un día después no me hubieran metido en un museo ni atado), totalmente solo, por si acaso. Pasé corriendo por la zona de los iconos y me concentré en el arte profano. Descubrí a Kramskoy. Descubrí a Repin. Flipé con el cuadrazo que se marcó Ivanov. Disfruté con prácticamente todo el siglo XIX ruso. Vi cuadros de pintores absoluta e injustamente ignorados en Occidente y, de pronto, me encontré con el cuadro que está ahí arriba, ilustrando esta entrada.
Si Kramskoy es el líder indiscutido de los retratos masculinos, Repin es el pintor ruso más universal, y Kuindzhi es es maestro de las sombras, Zinaida Serebryakova no ha sido superada en varias cosas, una de las cuales es el autorretrato. Y a mí, que me crie ente pinceles y paletas, entre caballetes y óleos, y que hasta hice de modelo en alguna ocasión, me resultó un cuadro extrañamente familiar, como de los que cuelgan en las casas en que trascurrió mi infancia.
El cuadro es de 1909, cuando la autora tenía veinticinco años, y causó un impacto tremendo, seguramente parecido al que me llevé yo, en su presentación en la exposición de San Petersburgo, hasta tal punto que fue adquirido para la Galería Tretyakov, donde sabían lo que se hacían y no compraban cualquier cosa. No fue el único. Las exposiciones se sucedieron (los autorretratos también, pero igualmente otros muchos géneros) hasta 1917, año en que, como para tanta gente, las cosas se torcieron. En 1919 Zinaida Serebryakova quedó viuda y pobre, porque los bienes de su propiedad, y en particular sus posesiones en Neskuchkoye, cerca de Járkov, fueron saqueadas y quemadas surante la guerra civil rusa, y tuvo que confiar en su pincel y en su lápiz para sobrevivir y mantener a sus cuatro hijos y a su madre.
No eran buenos tiempos para ser pintor realista, y Serebryakova lo era. Lo malo de los totalitarismos es que tienen un arte oficial, y en el caso soviético éste fue, en primer lugar, el futurismo y, después del primer furor, el aburrido realismo socialista. Serebryakova hubiera podido dedicarse a pintar posters en alabanza de los logros bolcheviques, o a pintar obreros de la construcción apretando tuercas en la fábrica, e incluso hubiera salido adelante con solvencia, pero fue incapaz de eso, y decidió ir a Francia unos meses para ver si mejoraba su suerte y conseguía encargos que le permitieran mantener a su familia. Ella ya había estado en Francia en 1905, recién casada, tomando clases de pintura, mientras su marido, que era ingeniero de ferrocarriles, tomaba clases de lo suyo. Entonces se quedó cosa de un año. En septiembre de 1924, a punto de cumplir cuarenta años, se fue a París. Ya no volvería a Rusia.
Ella no, pero sus obras sí lo hicieron. En 1965 tuvo lugar una exposición personal en Moscú, Leningrado y Kíev, que fue un exitazo. Para entonces, Zinaida Serebryakova tenía 80 años (moriría en 1967, un año destacado también por otros motivos). Debió ponerse muy contenta por el éxito, que fue tal que el Museo ruso de Leningrado compró una veintena de sus obras.
¿Y por qué ahora viene todo esto? Porque, desde el 7 de octubre, y hasta el próximo domingo, está teniendo lugar en el Dom Naschokina una exposición de obras de Zinaida Serebryakova con motivo del 125 aniversario de su nacimiento. La verdad es que el 125 aniversario de su nacimiento fue en 2009, por lo que podríamos pensar que va con algo de retraso, pero es verdad que las cosas hay que hacerlas con cuidado. Es posible, siguiendo esa lógica, que el centenario de Tolstoy lo celebren el año que viene.
El sábado pasado estuve en la exposición. Pero, sobre ella, me remito a la próxima entrada. Hoy se hace tarde.
Desde esas cuatro horas, en las que no pude pasar de la zona de los iconos, porque el español que iba conmigo no me dejó, como que les tomé un poco de manía.
Mi segunda visita a la Galería Tretyakov tuvo lugar dos días después (un día después no me hubieran metido en un museo ni atado), totalmente solo, por si acaso. Pasé corriendo por la zona de los iconos y me concentré en el arte profano. Descubrí a Kramskoy. Descubrí a Repin. Flipé con el cuadrazo que se marcó Ivanov. Disfruté con prácticamente todo el siglo XIX ruso. Vi cuadros de pintores absoluta e injustamente ignorados en Occidente y, de pronto, me encontré con el cuadro que está ahí arriba, ilustrando esta entrada.
Si Kramskoy es el líder indiscutido de los retratos masculinos, Repin es el pintor ruso más universal, y Kuindzhi es es maestro de las sombras, Zinaida Serebryakova no ha sido superada en varias cosas, una de las cuales es el autorretrato. Y a mí, que me crie ente pinceles y paletas, entre caballetes y óleos, y que hasta hice de modelo en alguna ocasión, me resultó un cuadro extrañamente familiar, como de los que cuelgan en las casas en que trascurrió mi infancia.
El cuadro es de 1909, cuando la autora tenía veinticinco años, y causó un impacto tremendo, seguramente parecido al que me llevé yo, en su presentación en la exposición de San Petersburgo, hasta tal punto que fue adquirido para la Galería Tretyakov, donde sabían lo que se hacían y no compraban cualquier cosa. No fue el único. Las exposiciones se sucedieron (los autorretratos también, pero igualmente otros muchos géneros) hasta 1917, año en que, como para tanta gente, las cosas se torcieron. En 1919 Zinaida Serebryakova quedó viuda y pobre, porque los bienes de su propiedad, y en particular sus posesiones en Neskuchkoye, cerca de Járkov, fueron saqueadas y quemadas surante la guerra civil rusa, y tuvo que confiar en su pincel y en su lápiz para sobrevivir y mantener a sus cuatro hijos y a su madre.
No eran buenos tiempos para ser pintor realista, y Serebryakova lo era. Lo malo de los totalitarismos es que tienen un arte oficial, y en el caso soviético éste fue, en primer lugar, el futurismo y, después del primer furor, el aburrido realismo socialista. Serebryakova hubiera podido dedicarse a pintar posters en alabanza de los logros bolcheviques, o a pintar obreros de la construcción apretando tuercas en la fábrica, e incluso hubiera salido adelante con solvencia, pero fue incapaz de eso, y decidió ir a Francia unos meses para ver si mejoraba su suerte y conseguía encargos que le permitieran mantener a su familia. Ella ya había estado en Francia en 1905, recién casada, tomando clases de pintura, mientras su marido, que era ingeniero de ferrocarriles, tomaba clases de lo suyo. Entonces se quedó cosa de un año. En septiembre de 1924, a punto de cumplir cuarenta años, se fue a París. Ya no volvería a Rusia.
Ella no, pero sus obras sí lo hicieron. En 1965 tuvo lugar una exposición personal en Moscú, Leningrado y Kíev, que fue un exitazo. Para entonces, Zinaida Serebryakova tenía 80 años (moriría en 1967, un año destacado también por otros motivos). Debió ponerse muy contenta por el éxito, que fue tal que el Museo ruso de Leningrado compró una veintena de sus obras.
¿Y por qué ahora viene todo esto? Porque, desde el 7 de octubre, y hasta el próximo domingo, está teniendo lugar en el Dom Naschokina una exposición de obras de Zinaida Serebryakova con motivo del 125 aniversario de su nacimiento. La verdad es que el 125 aniversario de su nacimiento fue en 2009, por lo que podríamos pensar que va con algo de retraso, pero es verdad que las cosas hay que hacerlas con cuidado. Es posible, siguiendo esa lógica, que el centenario de Tolstoy lo celebren el año que viene.
El sábado pasado estuve en la exposición. Pero, sobre ella, me remito a la próxima entrada. Hoy se hace tarde.
lunes, 7 de febrero de 2011
Señales de tráfico
En Rusia, las señales de tráfico son un poco diferentes a las españolas. La mayoría son las mismas, de acuerdo, pero hay algunas diferencias. Una de las que me llama la atención es la de paso de peatones. En Moscú cruzar la calle es complicado, así que no es de extrañar que las autoridades se hayan esforzado en señalar bien los lugares por donde los peatones podríamos pasar, aunque los automovilistas los ignoren sistemáticamente, a no ser que cojees o hagas uso de alguna otra argucia.
En España, la señal existe, pero no es la misma. En España, la señal, que es una señal de peligro, y por eso tiene forma triangular y marco rojo, está situada antes del paso cebra, y simplemente advierte al automovilista de que a unos cuantos metros viene un paso de peatones y de que ya puede ir frenando.
En Moscú, no. En Moscú, la señal está situada justo en el mismo lugar donde está situado el paso, no unos metros antes. Y no es una señal de peligro, sino una simple información: tiene forma cuadrada y color azul. Indica que ahí hay un paso de peatones, y tú ya sacarás tus conclusiones.
La razón es que, así como en España es evidente dónde hay un paso de cebra, y sólo hay que mirar al suelo unos metros por delante para darse cuenta, en Moscú no es así, y menos en estas fechas. Veamos la fotografía ampliada del lugar donde se encuentra la señal anterior.
Cuando nieva, y los quitanieves no son muy diligentes, las líneas en el suelo son una entelequia apenas vislumbrable.
Y lo malo de echar Dios sabrá qué mejunjes al suelo para que no se forme hielo es que la pintura tampoco aguanta.
Así que las señales de tráfico verticales sirven para que todos, tirios y troyanos, peatones y automovilistas, sepamos que, aunque nos cueste creerlo, ahí hay un paso cebra y los peatones tienen preferencia. Bueno, en teoría.
En España, la señal existe, pero no es la misma. En España, la señal, que es una señal de peligro, y por eso tiene forma triangular y marco rojo, está situada antes del paso cebra, y simplemente advierte al automovilista de que a unos cuantos metros viene un paso de peatones y de que ya puede ir frenando.
En Moscú, no. En Moscú, la señal está situada justo en el mismo lugar donde está situado el paso, no unos metros antes. Y no es una señal de peligro, sino una simple información: tiene forma cuadrada y color azul. Indica que ahí hay un paso de peatones, y tú ya sacarás tus conclusiones.
La razón es que, así como en España es evidente dónde hay un paso de cebra, y sólo hay que mirar al suelo unos metros por delante para darse cuenta, en Moscú no es así, y menos en estas fechas. Veamos la fotografía ampliada del lugar donde se encuentra la señal anterior.
Cuando nieva, y los quitanieves no son muy diligentes, las líneas en el suelo son una entelequia apenas vislumbrable.
Y lo malo de echar Dios sabrá qué mejunjes al suelo para que no se forme hielo es que la pintura tampoco aguanta.
Así que las señales de tráfico verticales sirven para que todos, tirios y troyanos, peatones y automovilistas, sepamos que, aunque nos cueste creerlo, ahí hay un paso cebra y los peatones tienen preferencia. Bueno, en teoría.
viernes, 4 de febrero de 2011
La sucursal del purgatorio mejora
Esta mañana he estado viendo la televisión, cosa que sólo sucede cuando voy corriendo en la cinta, y he visto la demostración palpable de que Rusia, definitivamente, está cambiando.
Porque, sí, es verdad que estaba habiendo muchas mejoras, que hay más dinero en los bolsillos de la gente, que en las calles de Moscú hay más y mejores coches (y más y mejores atascos, claro), que la ciudad está cada vez más lozana, o menos cochambrosa, y que, en general, ahora que los días, poquito a poco, se van haciendo más largos, todo rezuma optimismo, alegría y ganas de vivir.
Pero, para ganas de vivir, las que me ha insuflado la noticia de esta mañana. En Sberbank han introducido un sistema electrónico para ordenar las colas. Vaya, es lo que hemos conocido en España desde hace bastante tiempo: llegas al sitio, por ejemplo, las taquillas de Chamartín, o de la estación del Norte, o cualquier estación de tren, y tomas un numerito, mientras unos paneles te indican a quién le toca y en que ventanilla le están atendiendo. Parece fácil, y elimina problemas incluso en países donde la atención al público es adecuada y la gente hace gala de educación.
Bueno, pues aquí la introducción de esos artilugios era sumamente reducida. Tanto que sólo los vi en Aeroflot, y eso ya fue un avance. En todos los demás sitios, las colas seguían en todo su auge, con todo tipo de artimañas para pasar por delante de los demás, y no es de extrañar, porque la atención al cliente es tan sumamente mala que el hecho de avanzar unos cuantos puestos en la cola significa un buen rato de espera. Y, lo que es esperar, no le gusta a nadie.
Sberbank era uno de esos sitios al que uno ya entra de pésimo humor, y sale con ganas de incorporarse a la guerrilla del Cáucaso. Se trata de la caja de ahorros pública, con oficinas en cada barrio, y en donde todo quisqui tiene que pagar mensualmente los recibos de la luz y del teléfono, y donde los pensionistas van a cobrar su pensión. Los pensionistas, sobre todo si son mujeres y pesan cientos de kilos, son muy peligrosos. Tienen miradas torvas, en plan rayos X, que seguro que producen daños internos, cuando estás delante de ellas en la cola. Si, encima, descubren que eres extranjero, gruñirán eternamente hasta que salgas de allí y pueden que hagan vudú contigo. En Rusia, una cola de ésas, en plan aquí te pillo, aquí te mato, se llama "cola viva" (живая очередь), y dicen bien, porque el más vivo es el más beneficiado de esa cola.
Además, Sberbank es ese sitio donde los cajeros cobran una miseria y tienen un trabajo no mucho menos desagradable que extraer petróleo en Siberia septentrional a cincuenta bajo cero. Aguantar babushkas encolerizadas es lo que tiene. Con lo que los que están trabajando allí son los que realmente no tienen otro sitio mejor en el que ganarse los garbanzos. Todo lo hacen de mala gana, si te equivocas en algo te rugen mientras invocan mentalmente a todos tus antepasados, y son incapaces de hacer cosas aparentemente tan sencillas como estirar el cuello y consultar el cambio oficial del rublo de ese día. Seguramente uno de los sitios donde van los que no han muerto en gracia de Dios, pero no están como para ir al infierno, es una cola en una oficina de Sberbank rodeado de pensionistas con halitosis a principios de mes.
A partir de ahora, las cosas van a cambiar radicalmente. Se acabó proteger a codazos el sitio en la cola, se acabó el pésimo aliento de las pensionistas enfurecidas, se acabaron sus murmullos contra los que las preceden en la cola, porque no se van a enterar de que soy yo. Es cierto que no se acabó aguantar a los cajeros del Sberbank, cosa que sólo terminará cuando les paguen un poco más e incluso les enseñen modales, o cuando en Rusia aprendan lo que significa domiciliar un recibo. Pero esto último me temo que es ciencia ficción. De momento, más vale conformarse con la progresiva desaparición de la cola viva frente a la cola electrónica. Sí, se llama así, que nadie piense mal.
Tras la noticia, llegó una entrevista en la que, increíblemente, había partidarios de la cola viva, que decían, al salir de la oficina del Sberbank que había implantado la cola electrónica, que habían tardado más que con la cola viva y que preferían el sistema antiguo, ése que hacía de las sucursales del Sberbank una subcontrata del purgatorio.
Claro, eran pensionistas. Y estoy por decir que, incluso a través de la televisión, olían a chucrut pasado.
Porque, sí, es verdad que estaba habiendo muchas mejoras, que hay más dinero en los bolsillos de la gente, que en las calles de Moscú hay más y mejores coches (y más y mejores atascos, claro), que la ciudad está cada vez más lozana, o menos cochambrosa, y que, en general, ahora que los días, poquito a poco, se van haciendo más largos, todo rezuma optimismo, alegría y ganas de vivir.
Pero, para ganas de vivir, las que me ha insuflado la noticia de esta mañana. En Sberbank han introducido un sistema electrónico para ordenar las colas. Vaya, es lo que hemos conocido en España desde hace bastante tiempo: llegas al sitio, por ejemplo, las taquillas de Chamartín, o de la estación del Norte, o cualquier estación de tren, y tomas un numerito, mientras unos paneles te indican a quién le toca y en que ventanilla le están atendiendo. Parece fácil, y elimina problemas incluso en países donde la atención al público es adecuada y la gente hace gala de educación.
Bueno, pues aquí la introducción de esos artilugios era sumamente reducida. Tanto que sólo los vi en Aeroflot, y eso ya fue un avance. En todos los demás sitios, las colas seguían en todo su auge, con todo tipo de artimañas para pasar por delante de los demás, y no es de extrañar, porque la atención al cliente es tan sumamente mala que el hecho de avanzar unos cuantos puestos en la cola significa un buen rato de espera. Y, lo que es esperar, no le gusta a nadie.
Sberbank era uno de esos sitios al que uno ya entra de pésimo humor, y sale con ganas de incorporarse a la guerrilla del Cáucaso. Se trata de la caja de ahorros pública, con oficinas en cada barrio, y en donde todo quisqui tiene que pagar mensualmente los recibos de la luz y del teléfono, y donde los pensionistas van a cobrar su pensión. Los pensionistas, sobre todo si son mujeres y pesan cientos de kilos, son muy peligrosos. Tienen miradas torvas, en plan rayos X, que seguro que producen daños internos, cuando estás delante de ellas en la cola. Si, encima, descubren que eres extranjero, gruñirán eternamente hasta que salgas de allí y pueden que hagan vudú contigo. En Rusia, una cola de ésas, en plan aquí te pillo, aquí te mato, se llama "cola viva" (живая очередь), y dicen bien, porque el más vivo es el más beneficiado de esa cola.
Además, Sberbank es ese sitio donde los cajeros cobran una miseria y tienen un trabajo no mucho menos desagradable que extraer petróleo en Siberia septentrional a cincuenta bajo cero. Aguantar babushkas encolerizadas es lo que tiene. Con lo que los que están trabajando allí son los que realmente no tienen otro sitio mejor en el que ganarse los garbanzos. Todo lo hacen de mala gana, si te equivocas en algo te rugen mientras invocan mentalmente a todos tus antepasados, y son incapaces de hacer cosas aparentemente tan sencillas como estirar el cuello y consultar el cambio oficial del rublo de ese día. Seguramente uno de los sitios donde van los que no han muerto en gracia de Dios, pero no están como para ir al infierno, es una cola en una oficina de Sberbank rodeado de pensionistas con halitosis a principios de mes.
A partir de ahora, las cosas van a cambiar radicalmente. Se acabó proteger a codazos el sitio en la cola, se acabó el pésimo aliento de las pensionistas enfurecidas, se acabaron sus murmullos contra los que las preceden en la cola, porque no se van a enterar de que soy yo. Es cierto que no se acabó aguantar a los cajeros del Sberbank, cosa que sólo terminará cuando les paguen un poco más e incluso les enseñen modales, o cuando en Rusia aprendan lo que significa domiciliar un recibo. Pero esto último me temo que es ciencia ficción. De momento, más vale conformarse con la progresiva desaparición de la cola viva frente a la cola electrónica. Sí, se llama así, que nadie piense mal.
Tras la noticia, llegó una entrevista en la que, increíblemente, había partidarios de la cola viva, que decían, al salir de la oficina del Sberbank que había implantado la cola electrónica, que habían tardado más que con la cola viva y que preferían el sistema antiguo, ése que hacía de las sucursales del Sberbank una subcontrata del purgatorio.
Claro, eran pensionistas. Y estoy por decir que, incluso a través de la televisión, olían a chucrut pasado.
miércoles, 2 de febrero de 2011
Aventurando causas del nacionalismo
Un nacionalista, o al menos así lo veo, es alguien que cree que él y los de su pueblo son diferentes a los demás. Y, en este contexto, diferentes quiere decir mejores. Porque, claro, si lo que resulta es que somos peores, lo normal es agachar la cabeza y, si quiere decir iguales, ¿de que estamos hablando?
Luego, dentro del nacionalismo, hay grados. Está el grado tranquilo, del estilo Mas, que entiende que esa diferencia debe traducirse en más dinero y con eso de momento se conforma, o del estilo Arzallus, que tiene unos modales más recios pero no pretende meter a los maketos en campos de concentración; y está el grado exaltado, estilo Adolfo, que incluye la eliminación física del infiltrado no ario como solución final. Pero los dos tipos entienden que lo mejor es lo suyo y que lo de los demás es mucho más chungo.
Pío Baroja, que era de Bilbao y, casi diría que por tanto, un liberaluzo de aúpa, decía que "el carlismo se cura leyendo y el nacionalismo viajando". Probablemente las dos cosas son mentira (sobre todo la primera), pero, en el caso del nacionalismo, supongo que se intenta hacer ver que, al viajar, la gente se da cuenta de que en todas partes cuecen habas y que por todos los sitios hay gente mejor y peor. Pero, en la práctica, no funciona. Supongo que todos conocéis (yo, desde luego, sí) a gente que se ha movido por medio mundo y siguen votando a ERC o a HB (en sus distintas versiones), o a sus primos más moderados.
A primera vista, el hecho de que exista nacionalismo en Rusia debería ser paradójico. La Unión Soviética estaba basada, o eso decía la propaganda, en la amistad entre los pueblos, consecuencia lógica del internacionalismo obrerista. Ese "proletarios de todo el mundo, uníos" del Manifiesto comunista, ocupaba la cabecera del Pravda, diario de lectura obligatoria. Sin embargo, han bastado unos añitos de Federación Rusa para que salgan nacionalistas por todos los sitios ¿Qué ha pasado?
Voy a imitar a los izquierdistas españoles y voy a buscar un culpable en el mismo lugar donde lo hacen ellos: la Iglesia.
La Iglesia Ortodoxa Rusa es eso: rusa. Y se nota. La Iglesia Católica, como el nombre indica, es universal y no nacional, por lo que un católico cochinchino, por ejemplo, es exactamente tan hijo de Dios como yo mismo y, por tanto, hermano mío, así que lo tengo difícil para discriminarlo. En cambio, la Iglesia Ortodoxa rusa es nacional. Sí, vale, todas las iglesias ortodoxas aceptan el primado del Patriarca de Constantinopla, pero es un primado muy flojo y, además, el Patriarca de Constantinopla sólo tiene autoridad directa sobre los cuatro gatos de cristianos que debe haber en Turquía, lo que le deja un tanto desvalorizado.
Además, la Iglesia Ortodoxa rusa no se ha molestado demasiado en disimular y deja claro que en Rusia deben predominar los rusos, metiéndose en fregaos algo alejados de las cuestiones de fe y moral en los que yo diría que no hay una respuesta religiosamente mejor que otra. Ahora, desde que hemos cambiado de patriarca, las cosas han mejorado bastante, pero el anterior, Alejo II, se las traía cuando apoyaba las políticas del Gobierno de discriminación a los extranjeros, por ejemplo en el asunto de la adquisición de inmuebles, entre otros muchos. La cosa era tanto más curiosa cuanto que Alejo II, cuyo apellido en el siglo era Ridiger, no era étnicamente ruso, sino alemán. Pero bueno, parece que eso no quiere decir mucho, desde que Carod Rovira es sólo medio catalán y que buena parte de los asistentes a las herriko tabernak tienen apellidos gallegos.
Pero, claro, si ves a una persona de tanta autoridad como el Patriarca lanzar rayos y centellas contra los extranjeros, lo normal es que te parezca bien. Ya tenemos un pasito hacia el nacionalismo.
El segundo pasito, y quizá más importante, lo dan los colegios y el contenido que dan a las clases. Porque la asistencia a los largos servicios ortodoxos, por desgracia, es bastante escasa, pero por el colegio pasan todos. Incluso Abi, Ro y Ame, de los que no podemos decir que no viajen y que hablan perfectamente una lengua tan poco rusa como el valenciano, creen que ser ruso es la pera limonera y que todo lo que hacen los rusos y sobre todo Putin y Medvedev está bien. Y eso que en casa nos reímos de ellos a mandíbula batiente.
Si a esto añadimos la televisión, tenemos la trilogía perfecta. La televisión no deja de alabar, subliminalmente o no, lo ruso y todo lo que hacen los rusos. Y, además, aquí no hay discrepantes.
En España, obviamente no pasa eso. La Iglesia es católica, no española; en los colegios se estudian las cosas de España como pidiendo perdón y en las televisiones nacional... estooo, estatales se glosan las glorias de la Constitución, los estatutos y las comunidades autónomas.
Pero hasta aquí todo parece bastante inocente. Bueno, pues que cada cual crea que lo suyo es lo mejor, y con eso todos contentos. Sería chulo, pero el problema es que las cosas en Rusia no van tan bien como predice la teoría de que todo lo ruso es lo mejor. Hay mendicidad, pobreza, violencia, delincuencia y canciones de Alla Pugachova. Y, además, el Spartak lleva dos años sin ganar la liga.
Por lo tanto, si hay problemas como ésos, a pesar de que los rusos son lo mejor, como dicen la Iglesia, los docentes, la televisión y papá y mamá, hay que buscar los culpables, naturalmente entre los que no son rusos. Y los más numerosos de entre los que no son rusos son esa panda de caucasianos de luto que se pasan la vida en cuclillas jugando al backgammon. A por ellos.
Esto promete, de verdad.
Luego, dentro del nacionalismo, hay grados. Está el grado tranquilo, del estilo Mas, que entiende que esa diferencia debe traducirse en más dinero y con eso de momento se conforma, o del estilo Arzallus, que tiene unos modales más recios pero no pretende meter a los maketos en campos de concentración; y está el grado exaltado, estilo Adolfo, que incluye la eliminación física del infiltrado no ario como solución final. Pero los dos tipos entienden que lo mejor es lo suyo y que lo de los demás es mucho más chungo.
Pío Baroja, que era de Bilbao y, casi diría que por tanto, un liberaluzo de aúpa, decía que "el carlismo se cura leyendo y el nacionalismo viajando". Probablemente las dos cosas son mentira (sobre todo la primera), pero, en el caso del nacionalismo, supongo que se intenta hacer ver que, al viajar, la gente se da cuenta de que en todas partes cuecen habas y que por todos los sitios hay gente mejor y peor. Pero, en la práctica, no funciona. Supongo que todos conocéis (yo, desde luego, sí) a gente que se ha movido por medio mundo y siguen votando a ERC o a HB (en sus distintas versiones), o a sus primos más moderados.
A primera vista, el hecho de que exista nacionalismo en Rusia debería ser paradójico. La Unión Soviética estaba basada, o eso decía la propaganda, en la amistad entre los pueblos, consecuencia lógica del internacionalismo obrerista. Ese "proletarios de todo el mundo, uníos" del Manifiesto comunista, ocupaba la cabecera del Pravda, diario de lectura obligatoria. Sin embargo, han bastado unos añitos de Federación Rusa para que salgan nacionalistas por todos los sitios ¿Qué ha pasado?
Voy a imitar a los izquierdistas españoles y voy a buscar un culpable en el mismo lugar donde lo hacen ellos: la Iglesia.
La Iglesia Ortodoxa Rusa es eso: rusa. Y se nota. La Iglesia Católica, como el nombre indica, es universal y no nacional, por lo que un católico cochinchino, por ejemplo, es exactamente tan hijo de Dios como yo mismo y, por tanto, hermano mío, así que lo tengo difícil para discriminarlo. En cambio, la Iglesia Ortodoxa rusa es nacional. Sí, vale, todas las iglesias ortodoxas aceptan el primado del Patriarca de Constantinopla, pero es un primado muy flojo y, además, el Patriarca de Constantinopla sólo tiene autoridad directa sobre los cuatro gatos de cristianos que debe haber en Turquía, lo que le deja un tanto desvalorizado.
Además, la Iglesia Ortodoxa rusa no se ha molestado demasiado en disimular y deja claro que en Rusia deben predominar los rusos, metiéndose en fregaos algo alejados de las cuestiones de fe y moral en los que yo diría que no hay una respuesta religiosamente mejor que otra. Ahora, desde que hemos cambiado de patriarca, las cosas han mejorado bastante, pero el anterior, Alejo II, se las traía cuando apoyaba las políticas del Gobierno de discriminación a los extranjeros, por ejemplo en el asunto de la adquisición de inmuebles, entre otros muchos. La cosa era tanto más curiosa cuanto que Alejo II, cuyo apellido en el siglo era Ridiger, no era étnicamente ruso, sino alemán. Pero bueno, parece que eso no quiere decir mucho, desde que Carod Rovira es sólo medio catalán y que buena parte de los asistentes a las herriko tabernak tienen apellidos gallegos.
Pero, claro, si ves a una persona de tanta autoridad como el Patriarca lanzar rayos y centellas contra los extranjeros, lo normal es que te parezca bien. Ya tenemos un pasito hacia el nacionalismo.
El segundo pasito, y quizá más importante, lo dan los colegios y el contenido que dan a las clases. Porque la asistencia a los largos servicios ortodoxos, por desgracia, es bastante escasa, pero por el colegio pasan todos. Incluso Abi, Ro y Ame, de los que no podemos decir que no viajen y que hablan perfectamente una lengua tan poco rusa como el valenciano, creen que ser ruso es la pera limonera y que todo lo que hacen los rusos y sobre todo Putin y Medvedev está bien. Y eso que en casa nos reímos de ellos a mandíbula batiente.
Si a esto añadimos la televisión, tenemos la trilogía perfecta. La televisión no deja de alabar, subliminalmente o no, lo ruso y todo lo que hacen los rusos. Y, además, aquí no hay discrepantes.
En España, obviamente no pasa eso. La Iglesia es católica, no española; en los colegios se estudian las cosas de España como pidiendo perdón y en las televisiones nacional... estooo, estatales se glosan las glorias de la Constitución, los estatutos y las comunidades autónomas.
Pero hasta aquí todo parece bastante inocente. Bueno, pues que cada cual crea que lo suyo es lo mejor, y con eso todos contentos. Sería chulo, pero el problema es que las cosas en Rusia no van tan bien como predice la teoría de que todo lo ruso es lo mejor. Hay mendicidad, pobreza, violencia, delincuencia y canciones de Alla Pugachova. Y, además, el Spartak lleva dos años sin ganar la liga.
Por lo tanto, si hay problemas como ésos, a pesar de que los rusos son lo mejor, como dicen la Iglesia, los docentes, la televisión y papá y mamá, hay que buscar los culpables, naturalmente entre los que no son rusos. Y los más numerosos de entre los que no son rusos son esa panda de caucasianos de luto que se pasan la vida en cuclillas jugando al backgammon. A por ellos.
Esto promete, de verdad.