miércoles, 2 de febrero de 2011

Aventurando causas del nacionalismo

Un nacionalista, o al menos así lo veo, es alguien que cree que él y los de su pueblo son diferentes a los demás. Y, en este contexto, diferentes quiere decir mejores. Porque, claro, si lo que resulta es que somos peores, lo normal es agachar la cabeza y, si quiere decir iguales, ¿de que estamos hablando?

Luego, dentro del nacionalismo, hay grados. Está el grado tranquilo, del estilo Mas, que entiende que esa diferencia debe traducirse en más dinero y con eso de momento se conforma, o del estilo Arzallus, que tiene unos modales más recios pero no pretende meter a los maketos en campos de concentración; y está el grado exaltado, estilo Adolfo, que incluye la eliminación física del infiltrado no ario como solución final. Pero los dos tipos entienden que lo mejor es lo suyo y que lo de los demás es mucho más chungo.

Pío Baroja, que era de Bilbao y, casi diría que por tanto, un liberaluzo de aúpa, decía que "el carlismo se cura leyendo y el nacionalismo viajando". Probablemente las dos cosas son mentira (sobre todo la primera), pero, en el caso del nacionalismo, supongo que se intenta hacer ver que, al viajar, la gente se da cuenta de que en todas partes cuecen habas y que por todos los sitios hay gente mejor y peor. Pero, en la práctica, no funciona. Supongo que todos conocéis (yo, desde luego, sí) a gente que se ha movido por medio mundo y siguen votando a ERC o a HB (en sus distintas versiones), o a sus primos más moderados.

A primera vista, el hecho de que exista nacionalismo en Rusia debería ser paradójico. La Unión Soviética estaba basada, o eso decía la propaganda, en la amistad entre los pueblos, consecuencia lógica del internacionalismo obrerista. Ese "proletarios de todo el mundo, uníos" del Manifiesto comunista, ocupaba la cabecera del Pravda, diario de lectura obligatoria. Sin embargo, han bastado unos añitos de Federación Rusa para que salgan nacionalistas por todos los sitios ¿Qué ha pasado?

Voy a imitar a los izquierdistas españoles y voy a buscar un culpable en el mismo lugar donde lo hacen ellos: la Iglesia.

La Iglesia Ortodoxa Rusa es eso: rusa. Y se nota. La Iglesia Católica, como el nombre indica, es universal y no nacional, por lo que un católico cochinchino, por ejemplo, es exactamente tan hijo de Dios como yo mismo y, por tanto, hermano mío, así que lo tengo difícil para discriminarlo. En cambio, la Iglesia Ortodoxa rusa es nacional. Sí, vale, todas las iglesias ortodoxas aceptan el primado del Patriarca de Constantinopla, pero es un primado muy flojo y, además, el Patriarca de Constantinopla sólo tiene autoridad directa sobre los cuatro gatos de cristianos que debe haber en Turquía, lo que le deja un tanto desvalorizado.

Además, la Iglesia Ortodoxa rusa no se ha molestado demasiado en disimular y deja claro que en Rusia deben predominar los rusos, metiéndose en fregaos algo alejados de las cuestiones de fe y moral en los que yo diría que no hay una respuesta religiosamente mejor que otra. Ahora, desde que hemos cambiado de patriarca, las cosas han mejorado bastante, pero el anterior, Alejo II, se las traía cuando apoyaba las políticas del Gobierno de discriminación a los extranjeros, por ejemplo en el asunto de la adquisición de inmuebles, entre otros muchos. La cosa era tanto más curiosa cuanto que Alejo II, cuyo apellido en el siglo era Ridiger, no era étnicamente ruso, sino alemán. Pero bueno, parece que eso no quiere decir mucho, desde que Carod Rovira es sólo medio catalán y que buena parte de los asistentes a las herriko tabernak tienen apellidos gallegos.

Pero, claro, si ves a una persona de tanta autoridad como el Patriarca lanzar rayos y centellas contra los extranjeros, lo normal es que te parezca bien. Ya tenemos un pasito hacia el nacionalismo.

El segundo pasito, y quizá más importante, lo dan los colegios y el contenido que dan a las clases. Porque la asistencia a los largos servicios ortodoxos, por desgracia, es bastante escasa, pero por el colegio pasan todos. Incluso Abi, Ro y Ame, de los que no podemos decir que no viajen y que hablan perfectamente una lengua tan poco rusa como el valenciano, creen que ser ruso es la pera limonera y que todo lo que hacen los rusos y sobre todo Putin y Medvedev está bien. Y eso que en casa nos reímos de ellos a mandíbula batiente.

Si a esto añadimos la televisión, tenemos la trilogía perfecta. La televisión no deja de alabar, subliminalmente o no, lo ruso y todo lo que hacen los rusos. Y, además, aquí no hay discrepantes.

En España, obviamente no pasa eso. La Iglesia es católica, no española; en los colegios se estudian las cosas de España como pidiendo perdón y en las televisiones nacional... estooo, estatales se glosan las glorias de la Constitución, los estatutos y las comunidades autónomas.

Pero hasta aquí todo parece bastante inocente. Bueno, pues que cada cual crea que lo suyo es lo mejor, y con eso todos contentos. Sería chulo, pero el problema es que las cosas en Rusia no van tan bien como predice la teoría de que todo lo ruso es lo mejor. Hay mendicidad, pobreza, violencia, delincuencia y canciones de Alla Pugachova. Y, además, el Spartak lleva dos años sin ganar la liga.

Por lo tanto, si hay problemas como ésos, a pesar de que los rusos son lo mejor, como dicen la Iglesia, los docentes, la televisión y papá y mamá, hay que buscar los culpables, naturalmente entre los que no son rusos. Y los más numerosos de entre los que no son rusos son esa panda de caucasianos de luto que se pasan la vida en cuclillas jugando al backgammon. A por ellos.

Esto promete, de verdad.

3 comentarios:

  1. Alfor:Yo soy tan antinacionalista, que he sentido ganas de salir por primera vez a la aclle, a recibir a la Merkel con una bandera alemana....Cuando oí sus alabanzas al presunto "cambio" de España, me alegré de no haberlo hecho!!

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  2. Miguel, si un extranjero, aunque sea alemán, alaba a España, es que algo hemos mal.

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  3. Y además el nacionalismo es una falta de madurez: de carácter en la persona y de desarrollo en el país.
    Rusia siempre ha sido nacionalista porque siempre ha tenido un profundo complejo de inferioridad para con la cultura occidental. Una envidia insatisfecha que se ha tornado en odio soterrado. Los gobiernos siempre han buscado una forma de salir del atolladero mirándose al ombligo y rechazando una realidad que nunca les ha convenido.
    La gente aquí hace lo mismo y, cuando se da la ocasión, purga sus miserias marginando, despreciando, humillando y burlándose con saña del extraño.
    Y además, curiosamente, sigue las directrices de una política de supuesta superioridad, que armoniza de forma ideal con sus instintos sádicos.
    El Gran Hermano siempre nos controla, no lo olvidemos.

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